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No hay rosas azules | KaiNess

Género: T.

Tema: Hanahaki disease, lenguaje floral.

Advertencias: Amor no correspondido, celos, final ambiguo, es angst dependiendo de cómo lo mires, comportamientos algo obsesivos.

Resumen: Como nunca ha esperado ser correspondido, ser diagnosticado con hanahaki no es un drama para Ness. Esa mentalidad le permite llevar una vida relativamente normal, pero encontrar un detalle por el que amargarse es solo cuestión de tiempo.

O

Ness desea toser rosas azules como prueba de que todo esto es por Kaiser, pero ese color solo puede ser artificial.

Notas: Pasé por un bloqueo de casi un mes y BAM, llego con un hanahaki potente (que no es raro de mí, amo eso) con un enfoque un tanto peculiar, bastante distinto a mi estilo usual JKDFJHGKLAFHG. Llevaba un tiempo queriendo escribir un hanahaki KaiNess porque el lenguaje floral de las rosas azules está 10/10 para ellos, y fue apenas hace unos días que di con la trama para hacerlo~ Por esta vez, también agregaré notas finales para incluir el lenguaje floral más directamente que en el fic, ya que algunos significados quedan más implícitos. Aclaratoria para el futuro: esto fue escrito luego del segundo gol de Barou en el partido contra Ubers. Cualquier desvío del canon aquí a partir de ese momento es justamente por eso(?

La flor en su mano es hermosa, pero no hay más que frustración en los dedos que la empuñan hasta aplastarla. Algunos pétalos se desprenden y caen al suelo en el camino al basurero más cercano.

Hace meses que esto se repite cada vez que lo invaden sentimientos fuertes. Por suerte, es raro que sea más de una a la semana. No sabe lo que haría si esto afectara su desempeño en la cancha o si fuera difícil de esconder.

A diferencia de la mayoría de los casos, a Ness no le deprime haber desarrollado hanahaki. Ni siquiera puede decir que le haya tomado por sorpresa. Nunca ha creído que Kaiser pueda corresponderle porque, para empezar, jamás perdería el tiempo en relaciones amorosas. Su médico cree que es justo esa mentalidad lo que ha mantenido el progreso de la enfermedad a raya, casi imperceptible. No hay tristeza o anhelos en él que alimenten las flores, solo un enorme afecto que se conforma con seguir siendo de su confianza.

Las rosas blancas que tose son la prueba de que no tiene problema con vivir con esto. Por lo general, se recurre al lenguaje floral para conocer más a fondo los avances sentimentales de ambas partes, ya que los significados pueden servir de guía para determinar qué tanta esperanza hay de obtener un buen final. Las de Ness son poco frecuentes en el hanahaki por sus significados positivos si no vienen acompañadas de rosas rojas. «Soy digno de ti» solo reafirma su seguridad. Estará bien mientras pueda servirle.

Su molestia, en cambio, viene de un detalle un tanto irracional. Aunque debería agradecer que su caso parezca no ser crónico, sino uno que solo le incomodará cada varios días sin poner su vida en riesgo, hace poco le ha comenzado a irritar la inexactitud de sus flores. No es que se equivoquen, solo no le hacen pensar en Kaiser como quisiera. Se centran más en sí mismo, nada raro, hasta le complace que lo describan como un buen compañero para el otro; pero... pero.

No es el mensaje tras ellas, sino el color. Son elementos inseparables cuando existen tantos matices para una misma flor, aun así, le encantaría que los pétalos que salen de su interior fueran azules. El grandísimo problema en su deseo es que no existen, no naturales. Es un dato que conoció por el tatuaje de Kaiser, mucho antes de enfermar. Eso sí, que nada más haya artificiales no evita que tengan significado, y solo por eso se aferra a la idea de que, tal vez, pueda generar una rosa como la de su cuello si lo intenta lo suficiente.

La de hoy, blanca como siempre, brotó después de la reunión en la que Noa les informó que se irían a Japón para participar en la siguiente fase del proyecto Blue Lock. No es un nombre desconocido para ellos —¿todavía habrá alguien en el mundo del fútbol que no se haya enterado de aquel partido?—, tampoco debería ser una amenaza, pero un mal presentimiento se asentó en su pecho desde la explicación del sistema de ofertas y permaneció ahí hasta transformarse en la flor que acaba de desechar.

Aunque haber tosido lo usual en lugar de una novedad más amarga debería recordarle que nadie podría ser mejor sirviente de Kaiser que él, aquí está recogiendo los pétalos maltratados con la misma rabia con la que los aplastó para eliminar toda evidencia. Está solo ahora mismo, pero este sigue siendo el gimnasio y nadie ha recibido un ramo de regalo como para excusar su presencia en el suelo. Si llegaran a enterarse, sería problemático para su rol en la cancha, incluso si ha demostrado que no le afecta.

El entrenamiento ya terminó por hoy, así que se va del lugar a comprar alguna bebida refrescante; siempre que expulsa alguna flor, la garganta le pide un alivio que el agua no le da. Espera que el mal presentimiento de antes no regrese. Pudo ser una simple coincidencia. Hacía unos diez días que no tosía, ya iba siendo hora de la próxima. Pensar que el tenue amarillo que crea la superposición de pétalos en el centro de una rosa blanca se asemeja al rubio de Kaiser y no en cuánto podrían ofrecer por ellos en la liga es prueba de que solo malinterpretó esa sensación.

Bueno... ahora que ha asociado esos detalles, quizás no esté tan mal toser esas flores. Todavía sería asombroso que naciera una azul, claro. Cree que podría conformarse con una que solo lleve esos tintes a los bordes de los pétalos o en el centro, como en esas que van de lo amarillento a lo rojizo, porque se asemejaría a su cabello. Sería capaz de secarla, incluso, para recordar su hazaña.

Si ni siquiera la ciencia ha inventado una genuina rosa azul, sus únicas opciones serían ingeniárselas para crear una propia o cruzar los dedos para que el hanahaki genere cualquier flor con significado, sea natural o artificial en la realidad el color del que salga. Mejor tener iniciativa, aunque no esté seguro de cómo proceder.

En eso, llega a la tienda de conveniencia. Hoy le provoca un jugo, pero sus ojos se fijan en una botella de alguna bebida deportiva azul. Entonces, inhala como si acabase de atestiguar un milagro. Casi corre al tomar una para leer sus componentes. Estas cosas llevan químicos para lograr esa coloración tan vibrante, ¿no?, y, si sus memorias de la primaria no le están fallando, es posible teñir rosas blancas con colorante de cocina.

Sonríe hasta percibir cómo se le enfrían los dientes. ¡Esto es! Por descabellado que suene, consumir todo lo que consiga de pigmentos azules con la esperanza de colorear las rosas no supera al hecho de siquiera toser flores que nacen en sus pulmones por un amor unilateral.

Cambio de planes. Ya no solo comprará el jugo para aliviarse la garganta, sino también varias de esas bebidas y golosinas del mismo color. Si viajarán a Japón pronto, no puede permitir que su experimento se vea interrumpido por más de un mes apenas unos días después de iniciar. Debe llevarse todo lo que sea posible infiltrar en el equipaje sin levantar sospechas.

Como esperaba, estos chicos son tan aburridos que deberían agradecer la oportunidad inmerecida de siquiera estar alrededor de Kaiser como compañeros —extras— de equipo temporales. El egoísmo del que tanto alardean solo debería reservarse a quienes se han ganado el derecho de presumirlo. Si alguien aquí puede exhibirlo sin que sea pura palabrería, ese es el emperador al que varios de esos insolentes más bien tratan de derrocar. Payasos, como diría, y de tercera.

Pensó que el peor sería el tal Kunigami, con esa presentación como el recipiente perfecto para ser una copia fabricada de Noa, y a pesar de que ya lo ha marcado con una tarjeta amarilla por deslealtad a Kaiser, no le llega ni a los talones a Isagi Yoichi en términos de ser una molestia. En retrospectiva, debió verlo venir. Ese fue el chico que declaró tan ingenuamente que él haría a Japón campeón del Mundial sub-20, por supuesto que sería un dolor en el culo.

Para él, no es más que un muchacho desesperado por ser el centro de atención que alcanzará extremos tan humillantes para un supuesto delantero egoísta como conformarse con asistir un gol. Aun si Noa es el mentor principal del estrato alemán, todo el equipo está aquí para enseñarles lo que les parezca necesario compartir, así que se estaba asegurando de remarcar lo patético e ilógico que había sido cuando Kaiser lo tomó del cabello, literal y casi figurativamente, al promover a Yoichi de payaso a bandido A.

Lo deja pasar. No es que difiera con él a menudo. Además, es sencillo cuando la tensión en el cuero cabelludo se lleva el protagonismo. Es posible que haya mirado a Kaiser con más entrega de la que debería permitirse mostrar en público, pero ¿cómo iba a resistirse? El tironeo le arranca un par de cabellos. La voz se le escapa en pequeños quejidos. Amarlo es doloroso, cualquiera podría intuirlo con solo un vistazo a su personalidad, y Ness es afortunado de disfrutar incluso de eso.

No le sorprende que, ya de noche, deba esconderse en uno de los cubículos del baño para toser una rosa más. Es blanca otra vez. Aprieta los dientes. Antes de tirarla al inodoro —aquí no hay cómo excusar flores en el basurero, tampoco cuenta con la privacidad para desecharlas de cualquier otra manera, malditas cámaras—, nota que luce más amarillenta que las anteriores. Visualiza el claro tono rubio de Kaiser de nuevo. ¿Quizás se esté acercando al objetivo de igualarlo? Ojalá sea eso.

Si a la rosa de hoy la desarma pétalo a pétalo, es solo para que no tape el baño.

Tal parece que el ritmo del hanahaki durante la liga será de diez días entre cada brote, uno por partido. Tiene sentido. Siempre salen cuando las emociones se le desbordan y, sin importar los resultados de un juego, la intensidad del encuentro nunca falta.

Hoy, sin embargo, se teme que el disparador ha sido una mezcla asquerosa de elementos. Yoichi perdió la cabeza y amenazó a Kaiser. ¿Qué tan subidos tiene los humos como para no ver que sigue siendo el perdedor que no lleva ni un solo gol en dos partidos? Esa ni siquiera es la peor parte. Tampoco lo es el que le haya tirado la bebida a la cara para callarlo, como creerían quienes hayan visto la grabación de la sala de monitores —de hecho, esa es otra cosa que acepta si viene de él—. Poner en palabras lo que le ha preocupado del sistema de ofertas desde el inicio y que Kaiser lo confirmara como su objetivo dolió, mas no es la causa definitiva de su retirada.

Lo que obliga a Ness a aislarse es la cantidad de atención que Kaiser le está dedicando al maldito Yoichi. Qué jodida broma le está jugando ese payaso. No lo comprende. Es un enemigo infiltrado en su imperio. ¡Está dividiendo al equipo! Al menos, solo se le unen los demás aprendices, por lo que esto no debería durar más de lo que permanezcan aquí —más vale que no se vuelva un futuro fichaje, eso sí—; pero si ya hay tensiones en tan solo veinte días, ¿qué será de Bastard —no, del mandato de Kaiser— al final de la liga? Confía en que la lógica de sus verdaderos compañeros los salve de mancharse de las irracionales ideologías externas.

Solo necesitaba espacio para desahogarse. Tiene que morderse los labios para no gritar. Odia a Yoichi. Odia que su amado se esté fijando tanto en él. ¡¿Cuándo ha odiado algo que haga Kaiser?! No es posible. Quizás no estaba mal reasignarlo como bandido si ahora parece robarle lo que con tanto esfuerzo ha mantenido a flote. ¿Este era el mal presentimiento de aquella vez?

Un nudo en la garganta lo saca de sus pensamientos. No es de llanto. Ya conoce bien esta sensación: va a toser. Corre deprisa al baño. El cuerpo se le adelanta, debe cubrirse la boca con una mano para retener los pétalos ya prófugos allí. Si alguien lo está viendo y llega a preguntarle luego qué ha sido esto, dirá que alguna de las golosinas que trajo estaba vencida.

Azota la puerta del cubículo una vez dentro y expulsa las flores directo al inodoro. Lo primero que lo alerta es que hay tintes rojos en los primeros pétalos, también los tiene en los dedos. Es sangre, indiscutiblemente, pero un caso leve como el suyo no debería presentar hemorragias. Antes de entrar en pánico por lo que se disfraza de síntoma, siente el labio inferior resentido al relamérselo. El sabor metálico se concentra ahí. Descubre, entonces, que se lo mordió tan fuerte hace un minuto que él mismo se provocó el sangrado.

Superado el susto, arruga la frente con el segundo detalle: la rosa ahora es amarilla. Una de las primeras cosas que le enseñaron sobre el lenguaje floral es que ese color no suele ser de buen augurio, a menos que sea el único posible para alguna en específico, y las rosas están muy lejos de pertenecer a esa categoría.

Que el cambio venga en un día de mierda es alarmante... ¿o no? Puede que solo representen el odio que lo estaba carcomiendo, aunque le da muchísimo asco la sola idea de que una emoción dirigida a Yoichi haya generado una flor en su interior. ¿No se supone que esto solo se trata de Kaiser y él? ¿Acaso está afectando a su relación como para esto?

Ugh, vomitará a este ritmo.

Será mejor descargar el inodoro de una vez para ocupar la mente en otros asuntos, como limpiarse la sangre, por ejemplo.

No puede decir que la experiencia en Blue Lock esté cambiando a Kaiser; ahora que lo piensa con la cabeza fría, le habría gritado así a quien fuera que celebrase con tanta euforia un gol que no fue cuidadosamente preparado por y para él, como los que inician con uno de sus mágicos pases. Contra Ubers, las ganas de verlo brillar por sobre Yoichi, que ya no es un perdedor sin tantos anotados, le cegaron la lógica tan fundamental de su equipo.

Esta liga lo está cambiando a él. Por mucho que odie su nueva fijación, Kaiser sigue siendo perfecto. El salario que le ofrecen después de hoy es prueba de que continúa siento un elegido. Ness, en cambio, empieza a sentir que se está quedando atrás.

Podrán criticar a Don Lorenzo por valorar literalmente en precios a los jugadores, pero, cuando el incremento de lo que están dispuestos a pagar por Kaiser es desproporcional al suyo, no es de extrañar que se acompleje. Ni siquiera puede culpar a Yoichi del todo de esto. Es consciente de que no destacó en buena parte del último partido, y eso solo lo empeora todo. Si continúa así, no tardarán en perderle la confianza.

Las flores amarillas de esta vez —sí, porque ya no es solo una— son pisoteadas en cuanto tocan el suelo del baño. Había investigado en la semana para no quedarse con la duda. Las rosas de ese color representan los celos —y la disminución del amor, pero decidió fingir que no leyó eso, no es su caso—.

No tiene sentido. Si está enfermo por Kaiser, debería solo toser sus sentimientos por él. Entiende que los celos vienen de la atención que le está prestando a Yoichi, pero la molestia va dirigida a ese bastardo, no a su emperador. ¿Es que acaso está prevaleciendo la irritación por sobre su enamoramiento? ¿Ese rebelde por sobre su más grande admiración? Qué asco.

Solo les queda un partido en la liga. Una única oportunidad restante de ponerse a valer en el ranking, de demostrar por qué es el Mago, la mano derecha de un delantero del calibre de Kaiser. Si fracasa, corre el riesgo de perderlo ante la oferta de algún otro equipo que ha estado esperando. No son un combo inseparable, por mucho que le encantaría. Él podría volver cualquier terreno con potencial en el más poderoso de los imperios sin ayuda de nadie; Ness se marchitaría si dejase de serle de utilidad.

Les ha tocado el descanso en la próxima tanda, así que cuenta con diez días adicionales para controlarse, entrenar y quizás hasta pulir alguna nueva habilidad. Por supuesto, no se olvidará de encargar bebidas azules. Preferiría desgarrarse las entrañas con espinas que volver a ver rosas amarillas.

A menos que sufra un fuerte impacto o tenga una mala caída, Ness nunca teme el momento de hacer cambios en un partido. Como uno de los pilares de Bastard, las probabilidades de ser reemplazado son casi nulas en condiciones normales. Ni siquiera recuerda hace cuánto fue la última vez.

Entonces, ¿qué demonios está pasando?

Sabe a la perfección que su dorsal es el 8, pero baja la mirada al número en el short de su uniforme para comprobarlo. ¿Por qué coincide con el de la pantalla de sustituciones?

Cree oír distintos llamados. «Te esperan». «Sabemos que aquí no importa el tiempo, pero el público se aburrirá si no te mueves ahora». «No estás en tu mejor estado, eso es todo». «A la banca, Ness». No identifica voces. Todo suena como si estuviera bajo el agua. La sensación es tan realista que no puede respirar.

... ¿No puede respirar?

Múltiples pinchazos le hacen doler el pecho. Abre la boca, gritaría si pudiera. De todos modos, algo más desgarrador que un alarido escala por su garganta hasta escapar de sus labios. Se descongela en ese instante. Los guantes que usa en la cancha apenas lo protegen de lastimarse las manos al cubrir lo que está ocurriendo. Ahora sí que le gustaría correr a esconderse, pero cae de rodillas a la grama sintética y empieza a toser.

Es tanto lo que expulsa que no es capaz de retenerlo entre las manos y toda la cavidad bucal. Más que flores, distingue ramas espinosas que no paran de crecer. Está casi seguro de que lo caliente que se le escurre hacia la barbilla es la sangre que las púas le han sacado. Las lágrimas en los ojos podrían ser del esfuerzo de toser por demasiado tiempo o por la situación en sí.

Si han parado la transmisión o si se le han acercado, no tiene idea. El mundo deja de existir si solo se escucha a sí mismo luchar por liberar sus vías respiratorias. Arde. Pierde fuerzas. Lo poco que logra inhalar sale disparado al instante con la siguiente tosidura.

Ah, ¿así es como acaba?

Un golpe a toda potencia en la espalda le obliga a frenar la caída de cara al suelo con las manos, pero también consigue que por fin se le despeje la garganta. Eso sí, respirar duele un infierno con lo maltrecho que ha quedado. Limitarse a inspiraciones pequeñas es complicado cuando desearía llenarse los pulmones de oxígeno.

—Dame las gracias.

Bueno, una inhalación veloz es inevitable si Kaiser es el que se ha pronunciado frente a él.

—Sí, gracias-... —Su voz suena terriblemente rasposa y escasa de aire, mas eso no es lo que lo calla.

Tenía un pétalo en la lengua. Lo toma entre los dedos y, al inspeccionarlo, le brillan los ojos.

—¡Sí! —Revisa rápido el suelo a su alrededor. Sin contar los pinchazos múltiples que le descienden del cuello hasta las piernas, de las distintas partes de un rosal manchadas de sangre, lo que se roba su atención son los demás pétalos y las flores aún adheridas a la planta—. ¡Sí!

No son blancas, tampoco amarillas. Como para coronarlo, una de las rosas se abrió del lado izquierdo de su cuello en un glorioso azul, comprueba al arrancarle un pétalo. Es perfecto. Son el fruto de «lograr lo imposible», un «sueño vuelto realidad».

—¡Kaiser! —La enorme sonrisa ignora la agonía de sus adentros. ¡Esto es increíble!—. ¡Kaiser, lo hice! ¡Por ti!

Ante él, Kaiser muestra una expresión difícil de leer. Su mirada un tanto entrecerrada y de cejas más cercanas entre sí de lo normal denota la incredulidad de quien no termina de entender lo que ve; es casi desaprobatoria. La sonrisa torcida a un costado, en cambio, es la misma de siempre: autosuficiente, altanera, orgullosa.

—Sabía que estabas loco por mí, ¿pero como para morir?

—Lo que sea por ti. —Ah, ya no le sale más que un susurro.

Kaiser sacude la cabeza con lentitud.

—Vaya rol te has asignado, Ness.

No le contesta porque se aparta para que el equipo médico pueda recogerlo. Duda haber articulado palabra alguna, de todos modos. Suda frío, la cabeza se le desordena todavía más, el cuerpo ya no se resiste a la gravedad. Supone que lo atrapa un paramédico.

Si ni en este estado recibió una confesión, es más que obvio que su amor solo podría ser artificial, justo como las rosas azules imposibles que tuvo que fabricar a partir de unos hábitos de consumo bastante raros. No hay problema, ya lo sabía.

Ahora solo espera que puedan estabilizarlo sin curarle el hanahaki —porque sería desconsiderado extraerlo de raíz sin tomar en cuenta sus deseos, ¿no?—, si es que resiste. Si resulta ser su fin... bueno, al menos habrá saboreado la fortuna en la desgracia; además, así no tendrá que ver a Kaiser dominar el mundo con alguien más a su lado.

... Y si le permiten ser egoísta —ja, es contagioso—, ojalá sea un gobernante solitario.

Los significados los he tomado tanto del lenguaje floral occidental como del hanakotoba (japonés). En buena parte coinciden por esta vez, porque en otras cambian un tanto. No son todos sus posibles mensajes, solo estoy incluyendo los que empleé o fueron mencionados aquí:

• Rosas blancas: Soy digno de ti.
• Rosas amarillas: Celos, disminución del amor.
• Rosas azules: Imposible, conseguir lo imposible, sueño hecho realidad.
• Espinas de rosa: Pequeña misericordia en una desgracia (la he modificado un poco para que encajara mejor en la narración). Otras posibles interpretaciones de la misma expresión son «consolación en la tristeza» y «bendición disfrazada».

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