Capítulo 05
Quizá vivir con Thorsten los últimos meses, le había caído de maravilla y más sabiendo que un sujeto estaba decidido a asesinarlo en dos meses. Pero el mensaje que Ethan le había enviado, le hizo de nuevo volver a sentir mariposas en el estómago. ¿Por qué no podía olvidar a Ethan completamente?
Sacudió la cabeza mientras releía por milésima vez el mensaje.
Necesito verte una vez más.
Pensó en llamarle y exigirle que dejara de enviarle textos muy comprometedores. Él tenía a Sam y ella… ella tenía salud. Y necesitaba tiempo.
Pero las ganas le ganaron y le marcó.
Sin embargo, él no contestó al instante. Lo intentó dos veces más hasta que respondió.
-No pensé que me llamarías—dijo.
-Yo tampoco pensé que te llamaría—replicó ella con las manos sudorosas de nervios. No quería que Thorsten la escuchase.
Hubo un breve silencio por parte de ambos. Katheryn suspiró antes de abrir la boca.
-Vi tu mensaje. Por eso te llamé.
-Necesito verte—dijo él con ansiedad—en serio. No soporto pensar que estamos muy lejos pero a la vez muy cerca. Veámonos, Florecilla.
-No creo que sea prudente…-se mordió los labios y miró en torno en caso de que Thorsten estuviera mirándola—además, ¿Qué diría Sam si supiera lo que quieres hacer?
-Nada. ¿Qué tiene que decir? Solo quiero verte. Una visita de amigos.
-¿Solo amigos?
-Solo amigos.
-Entiendo—sintió que su corazón le daba un vuelco—pero yo no puedo.
-Staggs no tiene por qué enterarse—susurró.
-Él se entera de todo, ¿quieres morir, Ethan?
-Anteriormente había puesto mi vida para protegerte y estoy dispuesto a hacerlo una vez más. No importa que me asesine o me haga polvo, yo quiero verte y si ese es el precio, estoy dispuesto a arriesgarme.
-No lo vuelvas a repetir—cerró los ojos—jamás pongas tu vida de por medio. Jamás.
-Entonces hagamos un trato—su voz sonaba monótona y oscura. Algo muy raro en él.
-¿Qué tienes en mente?
-Voy a intentar zafarme de Sam y… ¿Dónde exactamente estás?
-Transilvania, Rumania…
-Perfecto. Nos veremos muy pronto—murmuró—cuando yo llegue, te enviaré un texto. Y ve pensando como escabullirte de Staggs.
-Eh…
-Bueno. Entonces, hasta luego. Te voy a ver pronto—dijo casual, Katheryn supuso que estaba sonriendo.
-Adiós.
-Adiós.
Sulfurada, se tendió en la cama y dejó el teléfono entre las sábanas.
¿Qué acababa de hacer?
Precipitándose, se levantó de un salto y salió al balcón a contemplar el amanecer. En toda la noche no logró conciliar el sueño por el mensaje de Ethan y ya no tenía caso intentarlo.
No necesariamente necesitaba escuchar a Thorsten salir de la casa, porque sabía cuándo él no estaba en la casa y esa mañana no era la excepción. La suerte estaba de su lado, él ni si quiera estaba en casa cuando le llamó a Ethan.
Y ahora tenía que reforzar millones de barreras mentales en su cabeza para que él no indagara.
Se metió al cuarto de baño y se dio una ducha relajante. Utilizó la bañera con aromas dulces y se quedó durante una hora completa; sopesando las diversas ideas para poder escaparse y encontrarse con Ethan sin que Thorsten se diera cuenta. Pero aquello era misión suicida, para ella no pero para Ethan sí. Arrugó la nariz y alejó sus pensamientos negativos.
Mientras se vestía, escuchó unos golpecitos en la puerta. Era él. Thorsten.
Animales corriendo, Tyler ladrando…
Eso era lo único que pensaba cuando corrió a abrirle. Thorsten le dedicó una media sonrisa y entró a la habitación sin preguntar.
-¿Cómo vas con tu libro?—le preguntó, sentándose cómodamente en la cama.
Katheryn comenzó a cepillarse el cabello, dándole la espalda.
-Muy bien. Me falta solamente unas cuantas hojas para terminarlo.
-Perfecto. ¿Cuándo termines de leerlo me lo prestas?
-Pensé que no te gustaba.
-Quiero conocer tus gustos, Honey.
-Está bien—el nerviosismo comenzó a apoderarse de ella. Se concentró en cepillar sus mechones plateados una y otra vez. Estuvo al menos cinco minutos cepillándose cuando, a través del espejo, se encontró con la oscura mirada de Thorsten.
Parpadeó un par de veces y continuó cepillándose.
-¿Por qué estás tan nerviosa?—le oyó preguntar.
-No estoy nerviosa—reiteró, y sintió que su estómago se contraía.
-Sé que mientes—observó—te prometí que no volvería a meterme en tu mente pero…
-Me duele la cabeza—se apresuró a decir y dejó el cepillo en el tocador. Se volvió para mirarlo fijamente—quisiera dar un paseo y leer lo que me queda de mi libro.
-¿Sola?
-Sí, sola.
Él elevó ambas cejas y asintió. Lo vio ponerse de pie con agilidad y dirigirse a la puerta pero no sin antes voltear a verla de repente.
-Perfecto. En ese caso yo aprovecharé a estar en mi “guarida” pensando en algunas cosas. Diviértete, Honey.
Y antes de que Katheryn le preguntase que cosas, él ya se había ido.
Como acto reflejo, se cepilló una vez más el cabello y salió al pasillo con el libro bajo el brazo.
Quizá estando a una distancia moderada, podría pensar claramente en lo que ocurriría cuando Ethan llegase. No podía evitar sentirse horrorizada.
Thorsten lo fusilaría sin miramientos y se enfadaría con ella a morir.
Un escalofrío helado le recorrió la espina dorsal y se estremeció. Se cercioró de tener su teléfono en los bolsillos y salió al exterior. El clima estaba neutral.
Ni si quiera había aire. Pero tampoco sol.
Comenzó a caminar. Llegó hasta donde había estado Terry muriéndose y sintió arcadas. Odiaba a rabiar al cretino de Leonard Shay a pesar de no conocerlo. Y no quería conocerlo, quería golpearlo y matarlo con sus propias manos.
Y se sorprendió al oír su propia risa histérica. Se detuvo un segundo para limpiarse el sudor acumulado en su frente y se tumbó en la hiedra seca.
Abrió el libro en la página doblada y comenzó a leer…
"Me quiere como quieren los novios a sus novias, como Dios manda que se quieran las personas... Señora Madre mía, ya vas a hacer el milagro de darle la vista, hazme hermosa a mí o mátame, porque para nada estoy en el mundo. Yo no soy nada ni nadie más que para uno solo... ¿No quiero yo que recobre la vista? No; eso no; eso no. Yo quiero que vea. Daré mis ojos para que él vea con los suyos; daré mi vida toda. Yo quiero que don Teodoro haga el milagro que dicen. ¡Benditos sean los hombres! Lo que no quiero es que mi amo me vea, ¡Madre mía!, me enterraré viva, me arrojaré al río... sí, sí; que se trague la tierra mi fealdad. Yo no debí haber nacido..."
"Sus ojos, de admirables proporciones, eran la misma serenidad unida a la gracia, a la armonía, con un mirar tan distinto de la frialdad como del extremado relampagueo de los ojos andaluces. Sus cejas eran delicada hechura del más fino pincel, y trazaban un arco sutil. En su frente no se concebían el ceño del enfado ni las sombras de la tristeza, y sus labios, un poco gruesos, dejaban ver, al sonreír, lo más preciosos dientes que han mordido manzana del paraíso."
Katheryn se limpió una lagrimilla que amenazaba con descender hasta las páginas del aquel maravilloso libro. Por un momento, pensó en esa pobre chica, imaginó estar en su lugar en ese preciso momento.
Imaginó tener ese miedo brutal del rechazo.
El rechazo de aquella persona por la quién tú darías la vida misma.
El ser despreciado por ser tan poca cosa, tan poca mujer, sin belleza, sin virtudes. Sin tener algo por qué vivir y lo peor: O de tener una persona por la quién luchar para seguir en este mundo pero que esa persona probablemente te repudiará cuando llegué el momento.
Se estremeció por un momento.
Pobre Marianela. Pobre niña.
Una amplia sonrisa apareció en sus labios al darse cuenta de que tenía mucha suerte de no ser alguien como Marianela.
Y con esa amplia sonrisa, continuó leyendo.
Leyó.
Leyó y leyó.
Hasta que el trágico final, llegó a su momento…
“Observaba la manta y entre las mantas una cabeza cadavérica y de aspecto muy desagradable. En efecto, parecía que la nariz de la Nela se había hecho más picuda, sus ojos más chicos, su boca más insignificante, su tez más pecosa, sus cabellos más ralos, su frente más angosta. Con los ojos cerrados, el aliento fatigoso, entreabiertos los cárdenos labios, la infeliz parecía hallarse en la postrera agonía, síntoma inevitable de la muerte.
-¡Ah! -dijo Pablo- mi tío me dijo que Florentina había recogido una pobre... ¡Qué admirable bondad!... Y tú, infeliz muchacha, alégrate, has caído en manos de un ángel... ¿Estás enferma? En mi casa no te faltará nada... Mi prima es la imagen más hermosa de Dios... Esta pobrecita está muy mala, ¿no es verdad, doctor?
-Sí -dijo Golfín-, le conviene estar sola y no oír hablar.
-Pues me voy.
Pablo alargó una mano hasta tocar aquella cabeza que le parecía la expresión más triste de la miseria y desgracia humanas. Entonces la Nela movió los ojos y los fijó en su amo. Pablo se creyó Pablo mirado desde el fondo de un sepulcro; tanta era la tristeza y el dolor que en aquella mirada había. Después la Nela sacó de entre las mantas una mano flaca, tostada y áspera y tomó la mano del señorito de Penáguilas, quien al sentir su contacto se estremeció de pies a cabeza y lanzó un grito en que toda su alma gritaba.
Hubo una pausa angustiosa, una de esas pausas que preceden a las catástrofes del espíritu, como para hacerlas más solemnes. Con voz temblorosa, que en todos produjo trágica emoción, la Nela dijo:
-Sí, señorito mío, yo soy la Nela.
Lentamente y como si moviera un objeto de mucho peso, llevó a sus secos labios la mano del señorito y le dio un beso... después un segundo beso... y al dar el tercero, sus labios resbalaron inertes sobre la piel del mancebo.
Después callaron todos. Callaban mirándola. El primero que rompió la palabra fue Pablo, que dijo:
-Eres tú... ¡Eres tú!...
Después le ocurrieron muchas cosas, pero no pudo decir ninguna. Era preciso para ello que hubiera descubierto un nuevo lenguaje, así como había descubierto dos nuevos mundos, el de la luz, y el del amor por la forma. No hacía más que mirar, mirar y hacer memoria de aquel tenebroso mundo en que había vivido, allá donde quedaban perdidos entre la bruma sus pasiones, sus ideas y sus errores de ciego.
Florentina se acercó derramando lágrimas, para examinar el rostro de la Nela, y Golfín que la observaba como hombre y como sabio, pronunció estas lúgubres palabras.
-¡La mató! ¡Maldita vista suya!
Y después mirando a Pablo con severidad le dijo:
-Retírese usted.
-Morir... morirse así sin causa alguna... Esto no puede ser -exclamó Florentina con angustia, poniendo la mano sobre la frente de la Nela-. ¡María!... ¡Marianela!
La llamó repetidas veces, inclinada sobre ella, mirándola como se mira y como se llama desde los bordes de un pozo a la persona que se ha caído en él y se sumerge en las hondísimas y negras aguas.
-No responde -dijo Pablo con terror.
Golfín tentaba aquella vida próxima a su extinción y observó que bajo su tacto aún latía la sangre. [274]
Pablo se inclinó sobre ella, acercó sus labios al oído de la moribunda y gritó:
-¡Nela, Nela, amiga querida!
Entonces ella se agitó, abrió los ojos, movió las manos. Parecía que había vuelto desde muy lejos. Al ver que las miradas de Pablo se clavaban en ella con observadora curiosidad, hizo un movimiento de vergüenza y terror, y quiso ocultar su pobre rostro como se oculta un crimen.
-¡Nela! -repitió Pablo, traspasado de dolor y no repuesto del asombro que le había producido la vista de su lazarillo-. Parece que me tienes miedo. ¿Qué te he hecho yo?
La enferma alargó entonces sus manos, tomó la de Florentina y la puso sobre su pecho; tomó después la de Pablo y la puso también sobre su pecho. Después las apretó allí desarrollando un poco de fuerza. Sus ojos hundidos les miraban; pero su mirada era lejana, venía de allá abajo, de algún hoyo profundo y oscuro. Hay que decir como antes que miraba desde el lóbrego hueco de un pozo que a cada instante era más hondo. Su respiración fue de pronto muy fatigosa. Suspiró varias veces, oprimiendo sobre su pecho con más fuerza las manos de los dos jóvenes.
Teodoro puso en movimiento toda la casa; llamó y gritó; hizo traer medicinas, poderosos revulsivos, y trató de suspender el rápido descenso de aquella vida.
-Difícil es -exclamó- detener una gota de agua que resbala, que resbala ¡ay!, por la pendiente abajo y está ya a dos pulgadas del Océano; pero lo intentaré.
Mandó retirar a todo el mundo. Sólo Florentina quedó en la estancia. ¡Ah!, los revulsivos potentes, los excitantes nerviosos mordiendo el cuerpo desfallecido para irritar la vida, hicieron estremecer los músculos de la infeliz enferma; pero a pesar de esto se hundía más a cada instante.
-Es una crueldad -dijo Teodoro con desesperación, arrojando la mostaza y los excitantes- es una crueldad lo que estamos haciendo. Echamos perros al moribundo para que el dolor de las mordidas le haga vivir un poco más. Afuera todo eso.
-¿No hay remedio?
-El que mande Dios.
-¿Qué mal es este?
-La muerte -vociferó con cierta inquietud delirante, impropia de un médico.
-¿Pero qué mal le ha traído la muerte?
-La muerte.
-No me explico bien. Quiero decir que de qué...
-¡De muerte! No sé si pensar que ha muerto de vergüenza, de celos, de despecho, de tristeza, de amor contrariado. ¡Singular patología! No, no sabemos nada... sólo sabemos cosas triviales.
-¡Oh!, ¡qué médicos!
-Nosotros no sabemos nada. Conocemos algo de la superficie.
-¿Esto qué es?
-Parece una meningitis fulminante.
-¿Y qué es eso?
-Cualquier cosa... ¡La muerte!
-¿Es posible que se muera una persona sin causa conocida, casi sin enfermedad?... ¿Señor Golfín, qué es esto?
-¿Lo sé yo acaso?
-¿No es usted médico?
-De los ojos, no de las pasiones.
-¡De las pasiones! -exclamó hablando con la moribunda-. Y a ti, pobre criatura, ¿qué pasiones te matan?...”
Apachurrada, ahogó un sollozo.
Aún faltaban cinco páginas más pero decidió cerrar el libro para no desear matar a Pablo Penáguilas, el infeliz protagonista del libro. Era el primer libro en el que odiaba al protagonista. Pero sin embargo, ese libro era el primero que trataba sobre algo que pasa en la vida real.
De pronto, su teléfono comenzó a sonar estruendosamente, sacándola abrutadamente de sus pensamientos.
Se le encogió el corazón al ver en su pantalla Llamada entrante de Ojiverdesensual.
Era Ethan.
¿Por qué la llamaba cuando ya habían quedado en un acuerdo?
Respondió enseguida, con la respiración al borde del colapso. ¡Thorsten se daría cuenta!
-¿Por qué volviste a llamarme? ¿A caso no te dejé claro que es peligroso?—le dijo en cuanto apretó el botón de llamada. Él rió por lo bajo—no es gracioso, Ethan.
-Solo llamaba para decirte que mañana por la tarde es posible que esté allá contigo.
La mandíbula de Katheryn se desencajó y parpadeó paralizada.
-¿Mañana?
-Sí. Es probable.
-¡No creo que pueda escabullirme de Thorsten! Él leerá mi mente y será tu fin.
-Créeme que no me importa, Florecilla.
-Pues a mí sí. Sigues siendo alguien especial, y no toleraría perderte—dijo en un hilo de voz—deja que las cosas sigan su curso. Olvidemos que fuimos novios, olvidemos que nos conocimos. Es más, olvidemos que alguna vez nos vimos. No quiero tener más problemas. Ya no—su voz comenzó a quebrarse—no solo tú estás en peligro, Ethan, lo estamos todos. Incluido Thorsten.
La diversión en la voz de Ethan se esfumó.
-¿De qué estás hablando? ¿Juno Weber volvió de la muerte?
-Juno Weber pasó a la historia hace mucho tiempo—se frotó el puente de la nariz con la mirada perdida en la casa que estaba a solo unos kilómetros de distancia—a lo que me refiero es, que alguien está aquí para matarnos. Alguien del mismo mundo de Thorsten. Y si tú vienes, esto será una masacre. Thor te matará, yo me enfadaré y él seguramente se entregará voluntariamente a ese alguien para morir. ¡Así que me rehúso a eso!
-Explícame de qué estás hablando.
-Es un secreto entre Thorsten y yo. No puedo decírtelo. Es por tu seguridad.
Y no era verdad. No era ningún secreto pero sentía que si se lo contaba a Ethan, estaba traicionando a Thorsten.
-No sabes mentir. Ningún pretexto o basura barata me detendrá. Mañana aproximadamente a las seis de la tarde estaré esperándote en ese pueblo que está cerca de donde vives—hubo una pausa—y cuando estemos frente a frente, hablaremos.
La línea se cortó y ella sintió que era Marianela cuando Pablo estaba a punto de verla.
Terminó de leer lo que faltaba del libro y se quedó tumbada con los ojos puestos al cielo.
Ahora el sol estaba radiante sobre su cabeza; que incluso tuvo que colocarse el libro sobre la frente para poder observar el color celeste del cielo y de las nubes blancas con formas de animales.
Ver el cielo le hizo recordar la vez que conoció a Colton, su primer novio real y normal en su vida. Cuando no era inmortal y cuando vivía en una época sin tanta basura.
Rió ante el recuerdo y suspiró.
¿Cuántas personas llegan a tu vida pero luego se van sin preguntarte?
Una pregunta incógnita.
Los filósofos se preguntaban a menudo las cosas más simples. ¿Por qué existimos? ¿Qué finalidad tienen los seres humanos en la tierra? Simples preguntas, sí. Pero con un significado extenso y poco entendible.
-Los seres humanos existen porque el mundo necesita parásitos que acaben consigo mismo. La finalidad que tienen es prácticamente inútil. Solo existen para joder al medio ambiente.
Katheryn ahogó una risilla. Thorsten siempre sabía cómo sorprenderla.
Sintió su fuerte cuerpo tumbarse junto al suyo.
-Dijiste que nada de leer mentes—le reclamó sin tomarse la molestia de verlo—eso es hacer trampa, Thorsten.
-Yo no soy Thorsten—dijo una voz trémula y muy escalofriante—pero soy un buen amigo suyo.
De inmediato, Katheryn se puso de pie y apretujando el libro en su pecho, miró al farsante. De no haber estado perfectamente bien equilibrada, se hubiese ido de espaldas.
Era un chico parecido a Thorsten. La única diferencia que tenían era que él era rubio y de ojos amarillos, su sonrisa prometía los problemas más serios en el mundo. De ahí, eran casi idénticos. La estatura, el torneado cuerpo musculoso. Incluso la mirada: siniestra y misteriosa.
Sus pantalones al estilo militar, su camisa de cuadros verde con tenis nike celestes, le daban un toque infantil pero a la vez peligroso. Sin decir de su dorado cabello: cortado casi al ras del cráneo.
-¿Quién demonios eres?—le preguntó con cautela.
-Tú debes ser Katheryn Levis, ¿no?—sonrió lobunamente. Ella retrocedió dos pasos.
-¿Quién eres?—repitió, ahora más asustada.
-No importa quién sea—dijo—pero he oído bastante bien tu conversación con ese sujeto, ¿Cómo se llama? Ah, sí, Ethan Quin. Y sé que tienes miedo de que Thorsten te atrape en tu huida, ¿no es así?
-La verdad es que todo ese asunto no es de tu incumbencia.
-Cierto. No lo es. Pero estoy aquí por un propósito.
Katheryn intentó rodearlo y echarse a correr en dirección a la casa pero el rubio fue más rápido y la cogió de los hombros, obligándola a mirarle a los ojos. A aquellos ojos amarillos perturbadores.
-¡Cálmate!—le gritó.
-¡Suéltame!—se jaloneó.
-Soy Leonard Shay, Elegida estúpida—carraspeó con los dientes apretados—y vas a obedecerme. Si te digo que te calmes, te calmas.
Y Katheryn quedó estática en su sitio. Leonard Shay. Leonard Shay…
-Eso es, así—la soltó y soltó una sonora carcajada—pero no pongas esa cara larga. No voy a hacerte daño. No por ahora.
-¡Qué quieres de nosotros! ¡Qué quieres de Thorsten! ¡Tenían un trato de dos meses!—balbuceó. Se sentía indefensa y añoraba tener a Thorsten consigo.
-Thorsten no vendrá. Lo he dejado durmiendo en su habitación para poder venir a conocerte—comenzó a rodearla, como si fuera un león y ella una presa.
-¿Qué quieres?—titubeó y cerró los ojos con fuerza cuando él se acercó a su rostro e inhaló su aroma.
-Quiero ayudarte a tu encuentro con el otro Elegido—rozó su nariz con su cuello—pero con una condición.
-No necesito tu ayuda.
-No, pero la necesitas.
-De todas maneras, no quiero.
-Acepta lo que te voy a proponer o yo mato a tu amiguito. Thorsten no se manchará las manos.
Con toda la rabia del mundo, Katheryn giró violentamente el rostro hacia él. Él ensanchó su sonrisa.
-No puedes manipularme. No me conoces.
-Te conozco lo suficiente para saber que eres capaz de aceptar lo que te propongo para salvarle la vida al Elegido y también a mi adorado amigo Thor.
Ella no dijo nada. Esperó a que él dijera algo pero tampoco abrió la boca. Siguieron viéndose fijamente por un largo rato.
La cara de Ethan adornó su mente y Leonard le dio un ligero golpecito en la sien, sobresaltándola.
-Mi condición es la siguiente—canturreó divertido—voy a hablar con Thorsten mañana por la tarde y aprovecharás a largarte al pueblo para encontrarte con tu amante. Pero a cambio, tendrás que darme algo que Thorsten tiene.
Mordiéndose los labios, negó con la cabeza.
-Te conviene—le siseó en la oreja—haz lo que te ordeno o despídete de ese cabello dorado que tanto amas en secreto.
-¿Por qué a mí y no a otra Elegida?
-Porque eres importante para muchos—se encogió de hombros—espero tu respuesta esta noche. Piénsalo y ni una sola palabra a Thorsten de mí, ¿okey? Te pondré una barrera lo suficientemente fuerte para que él no pueda leer tu mente.
Y así como apareció, se fue.
Katheryn conoció en persona al famosísimo Leonard Shay (IDIOTA) y no quedó en buenos términos.
Ethan estaba en peligro si no accedía a su condición. Aunque ni si quiera tenía idea de lo que Leonard quería de Thor pero si quería proteger a Ethan, tenía que traicionar a Thorsten aunque sea por una vez.
Regresó a la casa con los pelos de punta. Y todo estaba en total silencio.
Subió a hurtadillas a su habitación y se hizo un ovillo en la cama; deseando que lo ocurrido jamás hubiese sucedido.
No se dio cuenta de a qué horas exactamente se quedó dormida, ya que cuando abrió los ojos, todo estaba oscuro.
Y su estómago le rogaba alimento a gritos pero el hambre se le esfumó al recordar la visita de Leonard.
Salió de su habitación y bajó a la cocina, pensando que Thorsten seguía durmiendo. Pero se equivocó, él estaba preparando hot cakes con alegría.
En alguna parte sonaba música. Y enseguida reconoció la voz de Enrique Iglesias, un cantante español.
La canción BAILANDO que era muy movida.
Y él estaba cantándola a todo pulmón…
Yo te miro, se me corta la respiración
Cuanto tú me miras se me sube el corazón
(Me palpita lento el corazón)
Y en silencio tu mirada dice mil palabras
La noche en la que te suplico que no salga el sol
(Bailando, bailando, bailando, bailando)
Tu cuerpo y el mío llenando el vacío
Subiendo y bajando (subiendo y bajando)
(Bailando, bailando, bailando, bailando)
Ese fuego por dentro me está enloqueciendo
Me va saturando
Con tu física y tu química también tu anatomía
La cerveza y el tequila y tu boca con la mía
Ya no puedo más (ya no puedo más)
Ya no puedo más (ya no puedo más)
Con esta melodía, tu color, tu fantasía
Con tu filosofía mi cabeza está vacía
Y ya no puedo más (ya no puedo mas)
Ya no puedo más (ya no puedo más)
Yo quiero estar contigo, vivir contigo
Bailar contigo, tener contigo
Una noche loca (una noche loca)
Ay besar tu boca (y besar tu boca)
Yo quiero estar contigo, vivir contigo
Bailar contigo, tener contigo una noche loca
Con tremenda loca
(Ooooh, ooooh, ooooh, ooooh)
Tú me miras y me llevas a otra dimensión
(Estoy en otra dimensión)
Tus latidos aceleran a mi corazón
(Tus latidos aceleran a mi corazón)
Qué ironía del destino no poder tocarte
Abrazarte y sentir la magia de tu olor
(Bailando, bailando, bailando, bailando)
Tu cuerpo y el mío llenando el vacío
Subiendo y bajando (subiendo y bajando)
(Bailando, bailando, bailando, bailando)
Ese fuego por dentro me está enloqueciendo
Me va saturando
Con tu física y tu química también tu anatomía
La cerveza y el tequila y tu boca con la mía
Ya no puedo más (ya no puedo más)
Ya no puedo más (ya no puedo más)
Con esta melodía, tu color, tu fantasía
Con tu filosofía mi cabeza está vacía
Y ya no puedo más (ya no puedo mas)
Ya no puedo más (ya no puedo más)
Yo quiero estar contigo, vivir contigo
Bailar contigo, tener contigo
Una noche loca (una noche loca)
Ay besar tu boca (y besar tu boca)
Yo quiero estar contigo, vivir contigo
Bailar contigo, tener contigo una noche loca
Con tremenda loca
(Ooooh, ooooh, ooooh, ooooh
Ooooh, ooooh, ooooh, ooooh
Ooooh bailando amor ooooh
Bailando amor ooooh es que se me va el dolor
Ooooh).
Cuando hubo terminado de cantar, se sobresaltó al verla parada en el umbral de la puerta de la cocina.
Al parecer, Leonard Shay si le cumplió en ponerle una barrera mental ya que Thorsten no le oyó los pensamientos al bajar.
-Esta canción me fascina, Honey.
-Es perfecta.
-La letra es perfecta para ti—sonrió con suavidad.
-Cursi—le gritó divertida.
Soltando un suspiro, corrió a abrazarlo.
Cenaron alegremente y media hora después, se fueron a dormir.
En realidad, Katheryn no fue a dormir, sino a esperar la visita de Leonard.
Quién llegó minutos después.
Desde el balcón, Katheryn le susurró:
-Acepto tu condición. Pero no le hagas daños a nadie.
-Buena elección, Katheryn—dijo él con una sonrisa espeluznante.
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