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4 años
— ¡Primrose! — El chillido de Rosalie sonó desde la cocina y Edward oyó a Prim reírse. No sujetó la risa cuando vio a la niña vistiendo solamente su ropa interior de ositos. Saltó en su regazo metiéndose entre su brazo y las almohadas gigantescas del sofá. Ella usaba lazos pequeños en los cabellos pelirrojos y lo miró de forma conspirativa haciendo un gesto de silencio con sus pequeños dedos gorditos. — Ven a ponerte tu ropa! No voy a repetirlo otra vez.
Rosalie ya había dicho la misma frase diez veces. Prim lamentablemente tenía a todos en su mano.
— No quiero mamá— Prim respondió con un grito, bajo el brazo de Edward. — Dile Ed.
—Rosalie, no creo que Prim esté aquí ahora.
Rosalie llegó a la sala con los brazos cruzados. Estaba sosteniendo el tutu rosa en la mano y tenía la expresión irritada que las madres comúnmente tienen.
— ¡Lo digo en serio! —Se defendió oyendo la risa de Prim. La pequeña no sabía que la madre también podía oír, pero Rose entró en el juego lanzando una mirada maliciosa a Edward.
— Bueno, es una pena. Hoy sería un día espectacular. La tía Anya estaría allí y la madre de Adrian nos invitó a tomar helado justo después de clase, pero como Prim no está...
— Ella sí está! - Prim salió bajo el brazo de Edward — suelta Ed! — gruñó cuando Edward no hizo esfuerzo para dejarla salir. Rose sonrió satisfecha y estiró el tutú a Prim que rápidamente levantó los brazos para que se lo pusieran.
— Golpe bajo— Le dijo Edward, ya que no le gustaba la idea de que Prim se animara a jugar con su nuevo amigo. El niño de cinco años que se llamaba Adrian, vivía dos casas al lado de la de Rosalie, que decidió vivir en la ciudad por causa de Prim.
— Ven a ponerte los zapatos, cariño— Rosalie sento a Prim en el sofá y le puso las pequeñas zapatillas rosas en sus pies— Edward, ¿Te quedarás?
— por supuesto hermana. ¿Quieres que prepare la cena para tu marido? — Le cuestionaste con ironía mientras regresabas la mirada al libro en tu regazo. Edward particularmente pensaba que era absurdo que Prim se alejara de su familia.
Rosalie volteó los ojos poniendo en Prim un abrigo que la hizo desaparecer, guantes y el gorro rosa.
De todos los Cullen, Edward fue el único que no aceptó el traslado de Rosalie a una casa en la ciudad y el alejamiento mínimo de Prim. La consecuencia de esto era la presencia constante de Edward en su casa, mucho más que los otros.
Llevaban un año viviendo en una comuna alejada del centro de San Petersburgo, desde que la adopción de Primrose se concretó y se convirtió en una Cullen oficial. No fue exactamente difícil, los Kahil no tenían parientes cercanos, Prim sólo tenía una tía de tercer grado que tenía ochenta años. Fue fácil convencer a la trabajadora social que una pareja exitosa y con familia estructurada sería el mejor hogar para la bebé.
Así que ahora Rosalie era Rosalie Cullen, madre de Prim, dueña de un pequeño taller donde era socia con Alice y la madre más envidiada de la escuela de su hija. Todas las madres se preguntaban cómo Rosalie podía manejar un negocio, una casa, una familia y aún estar siempre exuberante y hermosa, además de tener un marido tan hermoso y exitoso en los negocios.
Rose tenía que admitir que se sentía muy vanidosa con los elogios, pero el mérito no era de ella. Era de su naturaleza como vampira. La única cena que hacía era la de su hija de cuatro años y el desastre que hacía el huracán siempre se organizaba en pocos minutos. Su negocio ya tenía casi un centenar de años, y era fácil evitar imprevistos con una socia vidente.
La vida de Rose era perfecta. Era lo que siempre habia soñado.
Especialmente teniendo a Primrose en su vida, su rayo de sol, la que hacía que todo fuera más hermoso. Rose realmente no se molestaba con la presencia de Edward, sabía que él la amaba tanto o más que los demás y Prim lo amaba de igual manera. Por eso decidieron silenciosamente que Edward podría sentirse cómodo en su casa durante el día y hasta las ocho de la noche, cuando él ponía a Prim a dormir y luego iba a cazar para dar privacidad a la pareja.
— Mamá— Prim puso la cabeza entre los asientos, estirándose en el asiento.
—En inglés, querida— Rose la corrigió y Prim puso los ojos en blanco igual que Edward.
Problemas de convivencia. Como nació y vivió en Rusia, Prim sólo hablaba ruso hasta hace algún tiempo, cuando Rose comenzó a enseñarle el inglés. Su niña era un prodigio, en poco tiempo aprendió la lengua como si fuera suya y aunque le diera unos arañazos, pronto estaría fluido.
—Mamá —comenzó lentamente —¿La tía Anya volverá?
Rose sacudió la cabeza. — No amor, ella vino sólo para una visita. Lo siento cariño pero la tía Anya va a tener un bebé.
Prim hizo un puchero molesto.
—¿Pero que pasa conmigo?
Rose sonrió tocando la barriga de su hija debajo del enorme abrigo.
—Tú eres mi bebé.
Olvidandose de su enojo, Prim solto una risita traviesa.
— Y tu eres la mama mas linda del mundo! — le sacaste una sonrisa a Rose— pareces una Barbie... No! una princesa! Oh no, una reina! El tío Ed dice que soy una princesa, así que eres una reina, mamá! — Canturreó muy contenta con su conversación.
Rose encendió la radio del coche, poniendo la canción infantil que Prim más amaba y escuchó a su hija tararear todo el camino, fue una sorpresa para Rose cuando ella descubrió que era muy buena en la habilidad de ser madre. Ella era considerada, cariñosa y Prim siempre corría hacia ella cuando algo sucedía. Quería que su hija siempre tuviera esa confianza con ella.
En los primeros meses, durante la adaptación de Primrose, Rose pensó que se volvería loca, si eso era posible para los vampiros. Prim no hablaba o señalaba sus deseos, todo lo que hacía era llorar y lamentarse de nostalgia por su madre. Rose tuvo que ser muy paciente, pero con la ayuda de la familia, ellos consiguieron consolar a la niña, hasta que un día Prim miró tan profundamente en los ojos de Rose que no parecía tener sólo dos años y medio.
— ¿Se ha ido mamá? —Me lo ha preguntado señalando al cielo. Rose y Emmett contaron durante semanas que sus verdaderos papá y mamá se habían convertido en grandes y hermosas estrellas que siempre la cuidarían y que ambos estaban allí para cuidarla también. Después de ese día, Prim nunca volvió a preguntarle sobre sus padres, le llevó exactamente cinco meses, dos semanas y tres días a Prim volver a hablar de su madre otra vez. Pero ahora, con tanta dulzura, Prim llamaba mamá a Rose
— Usted bromea— Ella levantó un dedo mirando pensativamente a los juguetes y luego a Emm que también se encontraba arrodillado al lado de la pequeña. — Da baño— Ella levantó otro dedo torpemente. —Y cuenta libros— Los miró a los dos confundida— ¿Eres mamá y papá?
Rose lloraría si pudiera, porque una vez que le confirmó a Prim, la niña los abrazó declarando todo su amor. Eran una familia extraña y disfuncional, pero una familia.
Y ahora Rose estaba aquí, dejando a su pequeño tesoro para el segundo día de clase. Ella casi no podía soportar la preocupación. Si el ambiente no fuera tan concurrido, probablemente Rose montaría guardia fuera de la escuela.
— Adiós mamá— Prim se desentendió de Rose cuando las dos bajaron del auto. Ella corrió directamente hacia el niño llamado Adrian y Rose se sintió perdida al ver a su hija entrar en la escuela sin querer mirar atrás.
Más tarde, mientras estaba sentada sobre la encimera de Esme hojeando una revista y lamentándose sobre el asunto, Esme se rió, dándole una palmadita en la mano.
— Siempre es más aterrador para nosotros que para ellos— Ella dijo maternalmente— Por cierto, cariño, ¿qué piensas de volver a casa? Extrañamos ver a Prim todos los días, lo sabes.
Rose sabía muy bien que la familia queria ver a Prim todos los días, el programa favorito de la pequeña niña era quedarse en la casa de la familia Cullen. Y Rose tenía que admitir que también extrañaba las charlas ocasionales con Alice durante la madrugada. Era realmente extraño estar lejos, más allá del hecho de que Edward jamás saliera de su casa, mejor sería estar en un lugar donde hubiera más espacio.
— Hablaré con Emm y volveremos! —Comentó alegre y Esme celebró con una sonrisa abierta.
—Excelente, voy a preparar un pastel de chocolate para mi nieta!
—Ah, mamá! ¿otra vez?
Esme le echó una mirada enojada. — No me prives de mimar a mi nieta, Rosalie Cullen. Ella es la única que come en esta casa.
Rose se rió asintiendo, si dependiera de Esme, Prim tendría diabetes y sería un corcho de pozo. Esme cocinaba tanto con la esperanza de que Prim se lo comiera todo.
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