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CAPÍTULO 46


Las manos de Elisa arrugaron el papel en un intento por drenar la rabia e impotencia que le causó lo que acababa de leer, sentía ganas de llorar, pero no lo haría, no debía dejarse doblegar, se mantendría firme. Sí, eso haría. Se mantendría firme se repetía una y otra vez cuando las lágrimas rodaron silenciosas por sus mejillas al recordar la convicción de las palabras expuestas en el papel.

Chicago, noviembre. 1926

Elisa, ha venido Sean a intentar persuadirme para que cambie de parecer en cuanto a la decisión que he tomado según él, pero bien sabes que no es solo mía. Son las reglas de la familia y se deben cumplir, no seré yo quien las quebrante.

Sean hasta cierto punto se ha revelado en mi contra, debo informarte que no ganarás nada y mucho menos mi condolencia al poner a tu primo en contra de su propia familia, no quiero parecer una mujer desalmada, pero debes asumir las consecuencias de tus actos. Sean no podrá hacer nada, no tiene potestad para tomar decisiones que no le conciernen, las únicas que tenemos las providencias en las manos somos las matriarcas de la familia, no creo que hayas olvidado la historia y reglas de los Anderson, no quiero verme obligada a escribirle a los demás miembros del clan porque bien sabes que serán menos condescendientes.

Tu actitud altanera solo empeorará la situación, te aconsejo contestes mis llamados y recuerda la educación que te brindamos. Una dama nunca se exime de darle explicaciones a las matriarcas, tu padre también se ha negado a aceptar la decisión, al parecer lo descortés lo has heredado de él porque hasta ahora no ha querido concretar una entrevista, le he dejado claro que no es decisión de los Lerman, aunque estoy segura que la familia de él por el buen nombre del apellido estará de acuerdo con las estipulaciones de los Anderson.

Margot Anderson.

Elisa sabía que en cuanto a las reglas su abuela tenía razón, eso ella lo tenía completamente claro desde que tenía uso de razón y la obligaron a aprenderse todos los malditos estándares del clan.

Se odió un poco más al recordar que ella estuvo perfectamente de acuerdo con esas estipulaciones, jamás pensó que detrás de eso se escondía el que las casaran sin amor, imaginó que las comprometerían con hombres de los cuales pudieran enamorarse, por lo que en ella no había cabida para tal falta dentro de la mujeres de la familia, jamás pensó que ella rompería ese estatuto, que se enamoraría perdidamente de otro hombre que no fuera su esposo y lo más grave aún, salir embarazada, eso bajo ninguna circunstancia los Anderson lo aceptaban.

Dejó caer la carta que Margot Anderson le había enviado para limpiarse las lágrimas.

—No voy a permitir que te alejen de mí bebé... no lo voy a permitir —susurró llevándose las manos a su pequeño vientre y acunando ese que apenas parecía ser una luna menguante—. Margot Anderson tendrá que matarme... Jules, las cosas cada vez son más difíciles para mí —su voz era un murmullo, desvió la conversación hacia el amor de su vida—. Quisiera que estuvieses conmigo Jules, que me llevaras lejos, pero sé que no podrás entrar a la casa, esos desgraciados no duermen y yo solo necesito tiempo... Sé que encontraré la manera de salir de este lugar, lo haré y no tengo porqué arriesgarte... no quiero hacerlo. Daniel no lo entiende, sé que él tiene razón y no tengo el derecho de ocultarte mi estado, que tienes todo el derecho de saber que vas a ser padre, pero eres demasiado impulsivo y sé que al saberlo vas a subir al primer barco sin siquiera razonar... y las cosas podrían ser peores para todos, no soportaría ver que Frank te hiciera algún daño y estoy segura de que es capaz de hacerlo... No puedo depender absolutamente de ti, necesito también dar mi propia pelea; por la misma razón no le he dicho a Daniel lo que pretende hacer la abuela con nuestro hijo, sé que al igual que tú él iría a reclamarle y estoy segura de que no será tan cuidadoso como Sean... Sean, ¿por qué demonios tuviste que ir hablar con la abuela? Sé que quieres ayudarme, pero no es mucho lo que puedes hacer, solo lograrás que la vieja testaruda se aferre más a esa idea para demostrar que aún tiene poder sobre nosotros —dejó libre un suspiro y se llevó las manos a la cara para cubrirse el rostro, intentado alejar la angustia, la culpa y el dolor.

Elisa no se perdonaba haberle escrito esa carta a Jules, la que estaba segura le habrían causado un gran sufrimiento y decepción. Solo esperaba que el amor que él sentía por ella fuera tan intenso como para perdonarle esa estupidez, porque ella solo intentaba protegerlo.

El auto se estacionó frente a la gran mansión, a la que no había regresado desde aquella amarga discusión con su abuela, pero ahora volvía con esperanzas renovadas después de recibir la excelente noticia de que su tío había hecho un alto en su viaje y se encontraba en la ciudad; sin embargo, no podía alejar de él los nervios y la ansiedad que el encuentro con él le producían.

No sabía cómo su tío Brandon tomaría la noticia de lo ocurrido con Elisa, era cierto que era mucho menos conservador que Margot Anderson, que siempre lo había apoyado en todo y se había mostrado más como un amigo que como la cabeza de la familia, pero no menos cierto era que nunca habían pasado por una situación semejante en la familia.

—Buenas tardes Arthur, ¿cómo estás? —saludó al mayordomo en cuanto le abrió la puerta.

—Buenas tardes joven Sean, me encuentro muy bien gracias. Pase adelante por favor, ¿usted cómo ha estado? —inquirió mirándolo con preocupación, aún recordaba cómo había salido hecho una furia de esa casa la última vez que estuvo allí.

—Bien gracias... Me enteré que el tío ha regresado y vine a saludarlo, ¿crees que pueda recibirme? —preguntó en tono amable mientras rogaba no encontrarse con su abuela.

—El señor llegó esta mañana y subió para descansar. No ha bajado aún, pero supongo que no debe tardar —le informaba Arthur cuando la voz de Brandon lo detuvo.

—De hecho, ya estoy aquí Arthur —esbozó mostrándole una sonrisa a su sobrino.

—Bienvenido tío, no se imagina cuánto me alegra verlo.

—A mí también me alegra verte Sean —mencionó con una modesta sonrisa; sin embargo, al instante se percató de la tensión que embargaba a su sobrino—. ¿Sucede algo?

—Tío... realmente no sé cómo decirle esto, odio tener que agobiarlo con problemas en estos momentos cuando se encuentra tan ocupado y créame, si no me viese en la necesidad de hacerlo ni siquiera se lo mencionaría, pero... debemos hablar, necesito... necesitamos de su ayuda —respondió mirándolo a los ojos.

—Lo que sea que ocurra sabes que puedes contar conmigo; ven, pasemos al despacho —señaló Brandon haciéndole un ademán.

Llegaron al despacho donde se encontraba George revisando unos documentos y al ver a Sean supo de inmediato que la hora de hablar con Brandon había llegado, no podían seguir dándole largas al asunto, sobre todo porque el heredero y cabeza de la familia Anderson saldría hacia Europa dentro de diez días.

—George, sé que debí esperar al menos a que se instalara, pero te juro que no soportaba más esta angustia —mencionó Sean cuando su mirada se cruzó con la del administrador.

—Lo entiendo joven, yo también había pensado en mencionarle el asunto en cuanto bajara —pronunció en tono calmando para aliviar la tensión en Sean.

—¿Qué es lo que está sucediendo? —preguntó Brandon mirándolos, sintiendo un escalofrío recorrer su espalda y su respiración se tornó pesada, no le gustaba el semblante de los hombres.

—Tío, primero deseo pedirle que me escuche atentamente y no se lance hacer juicios de valores hasta que haya terminado, por favor... esto es bastante complicado y realmente no sé cómo pueda usted tomarlo, solo le pido que intente comprender —hablaba Sean cuando su tío lo detuvo.

—Sean por favor habla de una vez, me tienes angustiado —exigió mirándolo a los ojos. Su voz se había tornado más grave y esa sensación en su pecho no le gustaba para nada.

—Es sobre Elisa... Tío, ella está pasando por una situación muy grave, su vida es literalmente un infierno y usted debe ayudarnos a sacarla antes de que las cosas empeoren. Ella no puede seguir junto al miserable de Frank Wells —exponía y una vez más era interrumpido.

—Sean no entiendo, ¿de qué hablas? Hasta donde sé Elisa se encontraba bien, al menos aparentemente su matrimonio era estable y armonioso... ¿Qué ha ocurrido para que desee alejarse de su esposo? —preguntó sin entender nada, aunque realmente intrigado.

—Tío... Elisa fue... —buscaba las palabras que le quitaran el mayor impacto al delito de su prima, dejó libre un pesado suspiro y consciente de que no podía disfrazar lo evidente, se decidió por lanzar todo de una vez—. Frank Wells descubrió la relación que Elisa mantenía con Jules Le Blanc... Ellos eran amantes desde hacía algunos meses... —por tercera vez Sean fue interrumpido.

—¡¿Qué dices?! ¡Sean eso es imposible! ¡Elisa!... ¡Elisa!... ella no... —él no podía creer lo que escuchaba, su voz desapareció mientras un torbellino de ideas y sentimientos daba vueltas dentro de él, sus ojos buscaron a George esperando encontrar una señal que le indicara que lo dicho por Sean no era cierto, pero solo encontró una confirmación a las palabras de su sobrino—. ¿Cómo está ella? —preguntó temiendo lo peor.

—Mejor ahora... Pero lo pasó realmente mal, el maldito de Wells enloqueció de ira... la humilló como le dio la gana, no hizo público el asunto, pero a ella todos los días le recuerda su traición, no pierde oportunidad para ofenderla y reprocharle todo, se niega a darle el divorcio en plan de venganza... y amenaza con quitarle a Frederick si ella intenta separarse de él. He intentado por todos los medios liberarla de esa prisión pero el muy desgraciado tiene todo a su favor, posee pruebas de la infidelidad de Elisa y si entablamos una demanda puede que consiga el divorcio pero ella perdería todos los derechos sobre su hijo... Realmente no sé qué más hacer, por eso mi desespero por verlo tío... debemos sacar a Elisa de allí, no confío en Frank Wells, ese hombre es un desquiciado, un animal —contestó y se detuvo intentando controlar sus palabras, no quería angustiarlo más.

—¿Por qué tienes tanto miedo? ¿Qué le hizo a Elisa? —inquirió mirándolo a los ojos. Sean le esquivó la mirada y tensó la mandíbula, pero no respondió, así que Brandon buscó con los ojos al administrador de la familia—. ¿George? ¡¿Qué le hizo Frank Wells a Elisa?! —preguntó en un grito al ver que ninguno de los dos deseaba contestarle, no era una persona volátil pero ya comenzaba a molestarse.

—Cuando Wells se enteró de la relación que mantenía la señora Elisa con el señor Le Blanc... arremetió contra ella, se cegó ante los celos y la ira al descubrir la traición y la agredió físicamente... —decía George y se detuvo súbitamente ante la reacción de Brandon.

—¡Miserable, poco hombre! —Exclamó estrellando un jarrón que tenía cerca al golpearlo con la mano, caminó para drenar la rabia llevándose las manos al cabello—. ¡¿Por qué tenía que golpearla?! Elisa es una dama, es frágil... ¿Por qué se ensañó contra ella y por qué Jules Le Blanc lo permitió? —preguntó respirando pesadamente.

—El francés no pudo hacer nada... ya Frank Wells lo había enfrentado antes y lo forzó a marcharse, tuvo que regresar a Francia... —mencionaba George y Brandon explotaba nuevamente.

—¿Y él se fue dejándola sola, a su suerte? ¿Aún consciente de lo que le esperaba a Elisa?

—El señor Le Blanc se vio en la obligación de abandonar el país... Suponemos que Frank Wells lo amenazó con su familia o con la señora Elisa... —explicaba George.

—¿Y así nada más? ¿Wells lo presiona un poco y corre abandonando a Elisa sin importarle lo que el marido pudiera hacerle?... Sin pensar que ella sería la más afectada en todo esto. La dejó totalmente indefensa ante un Frank Wells convertido en un monstruo... No lo puedo creer, sencillamente no lo puedo creer —se decía más para sí mismo, sintiendo la rabia llenando cada espacio dentro de él como un río crecido que amenazaba con arrastrarlo todo—. ¡Que me jodan! ¡No es más que un maldito cobarde! —gritó destilando rabia por cada poro, caminando de un lado a otro como un león enjaulado—. Se fue dejando a mi sobrina sola con todo esto después de haberse aprovechado de ella... después de haberla engatusado y haberla seducido para hacer con ella lo que se le diese la gana, Elisa jamás hubiese actuado así por su cuenta, ella fue criada con principios y valores muy altos; Deborah jamás ha hecho nada que se le pueda reprochar... Es íntegra en su comportamiento y Elisa también lo era hasta que llegó ese miserable, ahora le destroza la vida y se va como si nada... ¡Pues se equivoca, va a tener que responder por esto! ¡Me importa un carajo si se fue al fin de mundo! Él va a responder por haber destruido la reputación y la vida de mi sobrina... así tenga que sacarlo de detrás de los pantalones del padre a donde se fue a esconder... —decía cuando Sean se arriesgó a interrumpirlo.

—Tío las cosas no son... —intentó, pero fue en vano.

—¡No, las cosas sí son! ¡Y ese miserable va a tener que dar la cara por lo que le hizo a Elisa, él y el otro cobarde de Frank Wells!... Entre los dos le arruinaron la vida. Sí, ella tiene culpa, pero no merecía el abandono de uno, ni los golpes del otro... Ahora mismo vamos a hablar con Frank Wells y dejarle las cosas en claro, él puede ser el esposo de Elisa, pero ella no está sola, tiene quién la defienda. Le dejaré en claro que, si se atreve a tocarle un solo cabello de nuevo, más le vale que también salga huyendo a Francia o de lo contrario terminará en una silla de ruedas por muchos años —aseguró mirando a los hombres a los ojos con total convicción de sus palabras.

Ellos se quedaron de piedra mirándolo sin decir nada, jamás lo habían visto tan molesto, desbordando tanta ira e ímpetu, como si estuviese conteniéndose para no romperle la cara a alguien. Brandon los miró dejándoles saber que hablaba muy en serio, respiró profundamente para calmarse, el rostro de su sobrino le indicaba que seguramente parecía un energúmeno, cerró los ojos y movió su cabeza para alejar de su mente los deseos que tenía de salir de allí y partirle la cara a Frank Wells, para que supiera lo que era una pelea pareja y no lo que hizo con Elisa.

—Brandon, debes intentar calmarte y escuchar con atención lo que ha sucedido... Entiendo que te sientas molesto e impotente por lo que le está pasando a tu sobrina, pero créeme, con la violencia no ganaremos nada —indicó George con tono pausado.

—Siento tanta rabia que no puedo calmarme George... ¿Qué edad tiene Elisa? ¡Es apenas una chica! Por más hijo que tenga, por más que lleve años casada... ¡Es una chica por Dios! Y ese hombre podría ser su abuelo... Él debió ser más controlado, un caballero jamás le pondría una mano encima a una dama por muy dolido o furioso que se sienta ¡Jamás! —expresó más tranquilo que minutos atrás, pero sintiendo aún esa ira dentro de su pecho.

—Todos nos sentimos igual tío... yo también quise matar a ese miserable por lo que le hizo a Elisa, si le consuela de algo debe saber que Daniel sí lo hizo, se las cobró... lo dejó prácticamente irreconocible; sin embargo, nada de eso logró que Elisa se liberara de ese desquiciado; además, que agredirlo solo empeorará las cosas, Frank puede sentirse acorralado y exponerla, hacer pública su traición, llevarla a juicio y quitarle cualquier derecho sobre Frederick... Todo esto es muy complicado tío, yo estoy a punto de volverme loco, estos meses han sido una verdadera tortura...

—¿Meses? ¿Desde cuándo ocurrió? ¿Cuándo se enteró Frank Wells de la relación de Elisa con ese hombre? —preguntó mirando a ambos completamente desconcertado.

—Un par de meses tío —respondió Sean.

—¡¿Y hasta ahora me informan de ello?! —inquirió en un grito sin poder creerlo—. ¿Por qué esperaron tanto para avisarme? —interrogó una vez más.

—Fui el responsable de ello... no queríamos angustiarte y hacer que interrumpieras tu viaje; el joven Sean me pidió informarte de lo sucedido cuando nos pediste que te escribiéramos estando en Buenos Aires, pero yo me negué a ello —explicó George.

—¿Por qué hiciste algo así George? Esto era importante... Sabes que no hubiera dudado en regresar, la familia siempre debe estar primero, el viaje podía esperar —expuso mirándolo a los ojos.

—Porque era muy poco lo que podías hacer aquí, solo sentirte impotente y frustrado al ver que hicieras lo que hicieras no obtendrías los resultados que deseabas.

—No fue sensato George, se me necesitaba aquí... este era el lugar y el momento donde debía estar, ya tendría tiempo para lo demás.

—Tío... George tiene razón, hacerlo venir hubiese sido inútil, yo estoy a cargo de todo esto y tengo a los mejores abogados del país asesorándome, pero estamos atados de manos, ningún juez cederá la custodia de Frederick a Elisa si Frank alega que ella le fue infiel con Jules Le Blanc. El hombre tiene pruebas, no son inventos de él, ella lo ha confirmado y ha sido quien ha pedido que no hagamos nada por solicitar el divorcio. Daniel intentó sacarla de la casa, pero Wells los amenazó con hacer todo esto público, la reputación de Elisa quedaría por el suelo y perdería a su hijo de igual forma —mencionó intentando calmar a Brandon, quien se mantenía en silencio—. Y no es solamente a ese problema al que nos enfrentamos, existe otro mucho más grave —agregó en voz baja.

—¿Qué puede ser más grave que todo esto? —inquirió Brandon apretándose ligeramente las sienes.

—Elisa está embarazada de Jules Le Blanc —contestó apenas en un murmullo.

—¡Dios mío! —exclamó Brandon abriendo desmesuradamente sus ojos y llevándose ambas manos hasta el pelo.

—Ella no logró darle la noticia a Le Blanc —se apresuró a decir al ver el semblante de su tío endurecerse una vez más—. De haberlo hecho estoy seguro que el francés jamás la hubiese dejado tío, yo la verdad... bueno, no sé mucho de la relación que ambos llevaban, pero según Daniel, él estaba enamorado de ella, esto no fue solo una aventura... Ellos se enamoraron y lo confirmé al ver a Elisa y apreciar el sufrimiento en ella cuando lo creía muerto. Eso le había dicho Wells, es tanto su amor que nos ha rogado que no lo contactemos, no desea que Jules regrese a América y se exponga a un enfrentamiento con su... con el padre de Fred.

—Pero eso es absurdo, ella no puede sacrificarse sola... no puede cargar sola con ese peso y pretender que Jules Le Blanc no se entere que espera un hijo ¿Acaso Elisa se ha vuelto loca?

—Créame, ni yo logro comprenderla y tampoco lo hace Daniel... Ella dice que no quiere que a Jules le pase nada, que no podría vivir con esa culpa, por lo tanto no le dirá nada y que por Frank no debemos preocuparnos, él ha prometido no tocarla después de que el tío John hablara con él; además, que ella nos aseguró que sabe cómo defenderse... y varios empleados en la casa están de su lado —expuso en tono calmado, ni él se sentía satisfecho con esa posición de Elisa, dudaba mucho de que su tío pudiese hacerlo pero debía explicarle lo que su prima había decidido.

—Tenemos que hacer que cambie de parecer... si Le Blanc le ama de verdad no va a quedarse de brazos cruzados sabiendo que ella espera un hijo de ambos y que además corre peligro al lado de Frank, no podemos confiar en la palabra de alguien que ya se atrevió a agredirla una primera vez... Voy a ir a ver a Elisa —sentenció encaminándose hasta la puerta.

—Tío espere... las cosas no acaban allí, existe algo que debe saber antes y es en lo que verdaderamente nos puede ayudar —lo detuvo Sean. Brandon se volvió para mirarlo manteniéndose en silencio, ya no sabía qué más esperar—. Es la abuela... Ella se enteró de todo esto por la tía Deborah y como era de esperarse se han puesto a favor del marido de Elisa, ellas acusaron a Elisa de haber mancillado la imagen de su esposo, de haber roto sus votos matrimoniales y de haber lanzado a un barranco el bienestar de su familia solo por sucumbir al pecado con ese ingrato, no solo ha tenido que soportar las humillaciones de Wells, sino también las de ellas y como si eso no fuese suficiente... la abuela amenazó con quitarte al bebé en cuanto ella diera a luz y darlo en adopción —agregó tratando de ser lo más conciso posible.

—¡Eso es una locura! ¿Por qué mi madre diría algo así? Un Anderson jamás ha sido separado de la familia sin importar su origen o cómo haya sido concebido, si lleva nuestra sangre debe permanecer a nuestro lado —indicó con determinación.

—Este caso es distinto Brandon... todo depende de lo que decida Frank Wells, si él no acepta a la creatura, si no la reconoce como suya y la admite dentro del matrimonio, la señora Elisa deberá separarse del pequeño, se dará en adopción a una familia que escoja la matrona y se velará porque reciba todo lo que como un Anderson merece, pero no se hará pública su relación con la familia —explicó George más conocedor de las tradiciones de la familia.

—Eso es monstruoso... No pueden quitarle al bebé porque no es culpable de nada ¿Por qué tendría que pagar él los errores de los adultos? Esto no tiene ni pies ni cabeza, ahora mismo voy a hablar con mi madre y alejaré esa absurda idea de su cabeza... Ya Elisa ha pasado por mucho como para que ella también la atormente con esto —mencionó y sin darles tiempo a decir nada más salió del despacho en dirección al salón de té.

La mujer se encontraba mirando a través de la ventana el paisaje, el que se vestía de dorado y marrón, no había hojas verdes que pudieran apreciarse entre el espeso follaje que aún conservaban los árboles. Escuchó un golpe en la puerta que la sacó de su letargo, dejó a un lado el punto de bordado que hacía y dio la orden para que entraran mientras se acomodaba el chal sobre los hombros.

—Madre necesitamos hablar —mencionó Brandon sin preámbulos entrenando al lugar.

—Hijo... te noto... ¿Estás bien? —Preguntó observando el semblante de Brandon con preocupación mientras le hacía un ademán para que se sentara junto a ella—. Siéntate por favor —indicó mirándolo.

—No madre... no estoy bien. Estoy sorprendido, furioso, confundido... Siento que el mundo se ha puesto al revés en el tiempo que he estado ausente y deseo que usted me explique ¿Cómo es eso de que ha decidido separar a Elisa del hijo que espera en cuanto éste nazca? —preguntó mirándola a los ojos, atrapándola con la mirada para no dejarla escapar.

Margot respiró profundamente, cerró los ojos un instante para concentrarse, se irguió aún más mostrando que también tenía autoridad y se dispuso a enfrentar a su propio hijo.

—Brandon, primero que nada, te voy a pedir que no involucres sentimentalismos en esto... —decía cuando él la interrumpió.

—Perdone madre, ¿está usted diciendo que no mezcle mis sentimientos en este asunto? Le recuerdo que estamos hablando de un niño... Uno que además lleva la sangre de los Anderson, que debe permanecer en el seno de la familia como ha sido tradición. ¿De dónde ha sacado eso de que debemos entregarlo a unos desconocidos para que lo críen cuando su madre puede perfectamente hacerlo? —inquirió mirándola a los ojos.

—De nuestras normas y costumbres, las que nos han regido por siglos y deben mantenerse... Si no has escuchado de las reglas que nos rigen es porque hasta ahora ninguna mujer había cometido la atrocidad que hizo Elisa, todas las mujeres de esta familia han mostrado un carácter intachable, todas las mujeres de esta familia hemos sido conscientes de nuestros papeles como Anderson, de la responsabilidad que tenemos, de lo que la sociedad espera de nosotras. Elisa fue criada escuchando día a día sus deberes como una dama, pero lo olvidó todo, lanzó todo al fango por unos momentos de lujuria junto a ese desgraciado... Ese hombre que fue un miserable cobarde, mentiroso, seductor, inmoral y traidor —expresó la mujer en tono calmado pero cada una de sus palabras estaba cargada de desprecio y rabia.

—Madre, ella se enamoró —intentó decir, pero no lo dejó.

—¡¿Amor?! ¿Amor dices Brandon? ¡Por favor, no seas iluso! Es evidente que eso fue todo menos amor, si hubiese sido amor como dices jamás hubiesen llegado a estos extremos, él la hubiera respetado sabiéndola una mujer casada, con un hijo y una familia a la que se debía, si en realidad la hubiese amado no la habría dañado como lo hizo... Le resultaba más fácil alejarse de ella, regresar a Francia... Eso es amor, haberla dejado sabiéndola bien y segura junto a su familia, junto a un hombre que se desvivía por ella, que le daba todo y más —expuso mirándolo a los ojos.

—¿Y si no estaba bien? ¿Y si la vida de Elisa era un infierno? Usted mejor que nadie sabe que el matrimonio de Elisa fue arreglado, que ella no escogió a Frank Wells para compartir su vida, que siendo apenas una chica le fue entregada a un hombre que bien podría ser su abuelo... —mencionó colocándose de pie y caminando hasta el ventanal—. Yo mismo lo supe, pero preferí engañarme... Me dije que seguramente ella estaba de acuerdo, después de todo siempre había demostrado ser ambiciosa y caprichosa, pero jamás se me pasó por la cabeza pensar que estaba siendo obligada... y así fue madre, todo esto no fue más que una transacción, Elisa a cambio del dinero que salvaría a su familia de la ruina, ahora lo entiendo todo... Por eso John dejó de pedirme préstamos, por eso después de la boda de su hija sus negocios salieron a flote... ¡Fui tan ciego! —se recriminó.

—Nada de esto es tu culpa o de la familia, no ha sido la primera mujer Anderson que ha tenido un matrimonio arreglado, yo misma fui casada con un hombre que me llevaba quince años, uno al que apenas había visto en mi vida y solo tenía dieciocho años cuando nos comprometieron, tres meses después tuve que abandonar mi hogar para asumir las riendas de uno propio, ese que me ofreció tu padre... No era un hombre apuesto, no mostraba sus sentimientos, la verdad muy pocas veces se mostró cariñoso, siempre ocupado con sus deberes, me ofreció todo tal como hizo Wells con Elisa —mencionó con serenidad.

—No todos somos iguales madre, no puede juzgarnos a todos de la misma manera, ni medirnos con la misma cinta; además, lo que Elisa hizo hecho está. No podemos cambiar las cosas, pero sí podemos evitar que empeoren ¿Qué gana atormentándola con esa idea absurda de quitarle a su hijo? ¿Acaso no cree que haya sufrido bastante con todo esto como para agregarle más sal a su herida? —preguntó volviéndose para mirarla a los ojos.

—No es ninguna idea absurda Brandon, es lo que sucederá y más le conviene a Elisa que se vaya haciendo a la idea, ella no podrá quedarse con la creatura —contestó determinante.

—¡Pero usted no puede hacer algo así! —exclamó parándose delante de ella.

—Puedo y lo haré. No permitiré que el desliz de Elisa manche la imagen de la familia que nos ha llevado tantos años mantener.

—No puedo creer lo que estoy escuchando... ¡Madre, está hablando de un bebé! —dijo furioso alejándose de ella, dándole la espalda—. Va hacer que un niño tenga una vida miserable solo por cuidar el buen nombre de la familia... —decía cuando la mujer lo detuvo.

—¡Sí, estoy dispuesta a eso y más Brandon! Si a ti no te importa el nombre de esta familia, déjame decirte que eso me duele demasiado, pero yo no pienso igual, no dejaré que nadie me señale con el dedo o hable a mis espaldas por culpa de la calentura y la irresponsabilidad de Elisa. Fue ella quien falló y no dejaré que nos arrastre a todos... Corrimos con suerte de que su esposo no hiciera público el asunto y solicitara el divorcio, no voy arruinar esa oportunidad obligándolo a tener que aceptar al hijo de ese hombre... Sería pedirle demasiado a Frank Wells —indicó alzando la voz para hacerle ver a su hijo que no la intimidaría.

—¡Bien! Entonces si Wells no desea al niño, que la deje libre... Que le conceda el divorcio.

—No lo hará y nosotros debemos estar agradecidos por ello, realmente no comprendo cómo puedes negar lo que hizo Elisa y pretender que todos los demás hagamos lo mismo, ¡Brandon ella cometió adulterio! Y no contenta con eso quedó embarazada de su amante... ¿Cómo puedes pedirle al esposo que acepte al hijo del miserable que destruyó a su familia? ¿Cómo puedes aspirar a que viva bajo el mismo techo que el fruto de la traición de su mujer y aquel que consideraba como un hijo? —Preguntó mirándolo con rabia y desconcierto—. No quiero ni llegar hacer comparaciones, pero ya que no entiendes... Ponte un momento en el lugar de Frank Wells... Estás casado, tienes todas tus esperanzas puestas en una vida junto a tu esposa, en ese hijo de ambos... imagina que dentro de algunos años el panorama del francés sea el tuyo ¡¿Cómo te sentirías?! —inquirió en un grito impotente al ver cómo Brandon apoyaba la desfachatez de Elisa.

—Las cosas son abismalmente distintas madre, mi esposa y yo nos casamos enamorados, nadie nos coaccionó para que lo hiciéramos pero si el caso se llegara a dar, yo dejaría libre a Fransheska porque si de verdad la amo jamás haría algo que le hiciese daño... Incluso si ella decidiese quedarse conmigo aceptaría a su hijo como mío sin hacer ningún tipo de restricciones, el amor es incondicional y absoluto; de lo contrario, no es amor... Frank Wells se llena la boca diciendo que ama a Elisa ¡La ama y estuvo a punto de matarla a golpes! Él solo está obsesionado con ella mamá... Si de verdad la hubiese amado nada de esto hubiese sucedido, así como lo hizo mi padre con usted, él también la hubiese conquistado a ella... pero dígame una cosa ¿Acaso no notó todas las veces que dejaba a Elisa sentada junto a una mesa mientras él se ponía a pescar a posibles empresarios con los cuales hacer negocios? ¿Cuántas veces vio que le celebrara un cumpleaños en el tiempo de casados? ¿Cuándo vio que en su casa se hicieran fiestas como a esas que estaba acostumbrada ella? ¡No madre, no lo hizo! Elisa prácticamente se confinó en esas paredes y se resignó a ser la señora Wells, fue ejemplo y usted estaba tan orgullosa de ella, era su consentida, su pupila... Ahora viene y la juzga sin siquiera permitirle una palabra, la condena consciente de cuánto la hará sufrir con todo eso, que terminará destrozándola... Ese niño es suyo... fruto de su amor, aun cuando usted desee mostrarlo de otra manera —mencionó mirándola a los ojos.

—¿Por qué defiendes a Elisa con tanta convicción? ¿Acaso tú estabas al tanto de lo que sucedía entre ellos? ¿Tú sabías que Elisa y ese hombre eran amantes? —preguntó con horror pensando que algo así pudiera haber ocurrido.

—No madre... no lo estaba, de haber sido así le aseguro que no hubiese dejado que las cosas terminaran de esta manera, hubiese buscando una solución sin tener que causar tanto daño a las partes involucradas, recuerde que no solo hablamos de Elisa, de Frank Wells y de Jules Le Blanc... también hablamos de Frederick y de ese bebé que viene en camino, quienes a todas luces serán los más afectados, solo deseo pedirle una cosa... Deje de atormentar a Elisa con esa idea de separarla de su hijo, si le causa tanta rabia lo que hizo limítese a dejar que nosotros nos encarguemos de todo lo demás y no interfiera en esto, ya bastante tiene ella con lidiar todos los días con el hombre que la tiene prisionera —esbozó sintiéndose cansado ante esa batalla que no llevaba a ningún lado.

—Sabes que no puedo hacer lo que me pides... Es mi deber velar por la buena reputación de esta familia, tú eres el responsable de los negocios y los bienes de la familia Brandon, tu potestad sobre los hombres del Clan Anderson es indiscutible... pero en cuanto a las mujeres es mi obligación, una que me fue asignada desde el mismo día en que nací siendo la mayor de las mujeres, ni siquiera Beatriz podría hacer algo para rebatir mi decisión... Solo yo tengo la autoridad para decidir qué hacer en el caso de Elisa y su hijo, tú no tienes nada que ver en esto y si tengo que convocar a un consejo de familia lo haré —sentenció.

—¡Entonces solo deme tiempo! —Pidió sintiéndose desesperado—. Solo deme un poco de tiempo para intentar solucionar todo esto de la mejor manera, no atormente a Elisa con sus amenazas, piense en lo que esto puede causarle al bebé... en lo desastroso que sería si algo llega a sucederles, confíe en mí, deme unos meses y le aseguro que encontraré una salida, por favor... por favor, solo le pido un poco de tiempo, manténgase alejada de ella —pronunció casi como un ruego mirándola a los ojos. Cada palabra de su madre le indicó que estaba en lo cierto, ella no era de hacer amenazas si no contaba con las armas para ganar.

—Hijo, lo que menos deseo es angustiarte, Brandon ¿por qué no ves esto como una ayuda?, sé lo pesado que resulta para ti ser la cabeza de esta familia, yo misma llevé ese peso sobre mis espaldas durante muchos años, solo deseo ayudarte a mantener lo que nuestros antepasados nos han dejado, tal y como debe estar... solo eso hijo, no me veas como la villana en esta historia, la decisión está tomada y con tu consentimiento o no, ya no hay marcha atrás... ¿Quieres tiempo?, bueno lo tendrás, no convocaré a un consejo de familia pero hasta que nazca la creatura, después de eso si Elisa no la entrega por voluntad propia me veré en la obligación de separarla de ella por la fuerza, no quedan más alternativas... lo siento —esbozó sintiéndose mal por la situación de su hijo.

—Si es esa su última palabra no me queda nada más que hacer. Hasta tanto no nazca el niño le pido nuevamente no se acerque a Elisa, no se ponga en contacto con ella y no se convierta en una pesadilla para mi sobrina, no lo haga porque me puedo olvidar de muchas cosas y ser yo quien saque todo esto a la luz, desenmascarar las verdaderas intenciones del enfermo de Frank Wells; así deba invertir todo lo que tengo para sacar a Elisa de ese infierno lo haré, si existe algo que mi padre me enseñó en el poco tiempo que lo conocí es que uno jamás debe abandonar a un miembro de la familia a su suerte y yo le juro que no lo haré.

La particular voz y risa de Edith caló en sus oídos, aún en la somnolencia en la que estaba sumergido giró sobre su lado derecho al tiempo que agarraba una almohada y se la colocaba encima de la cabeza para seguir durmiendo, imposible sacudirse esa pereza crónica que se había apoderado de él. Aunque la habitación se encontrara en penumbras, sabía que ya serían más de las diez de la mañana, pero debía aprovechar que había logrado conciliar el sueño completamente, intentaba hacerlo, pero escuchar a sus hermanas también reír y a la perra ladrar no le dejaron otra opción que levantarse.

Jules dejó libre un suspiro tratando de espantarse por completo el sueño, lanzó a un lado la almohada al igual que las dos sábanas y el cobertor que le daban comodidad y calor, salió del lecho dejando un remolino en colores blanco, negro y beige que era conformado por telas, quedando expuesto solo con la ropa interior, la noche anterior ni siquiera quiso colocarse pijama. Estaba por entrar al baño cuando escuchó que alguien llamaba a su puerta, por lo que se colocó un albornoz de baño y se encaminó encontrándose a una Ivette sonriente con bandeja en mano.

—Buenos días gato —saludó con esa sonrisa maternal, llamándolo de la manera cariñosa en que solía hacerlo por el color de los ojos verde gris, sobre todo en las mañanas que parecían ser los ojos del animal cuando sus pupilas apenas se apreciaban—. Supuse que ya habías despertado —acotó colocando la bandeja sobre la mesa del recibidor y pasó de largo a la habitación mientras Jules la seguía observando cómo se acercaba para correr las cortinas.

—Buenos días Ivette... Voy a bañarme, puedes enviar a alguien a que limpie la habitación mientras estoy en el baño —le pidió con voz cariñosa.

—Sí joven, enseguida le envío a alguien.

—¿Y qué pasó con el gato? —preguntó sonriente al escuchar que lo llamaba nuevamente joven.

—Quise parecer profesional.

—Pero si ya sé que tus intenciones no eran profesionales, que en realidad pensabas hacerlo tú, pero no tienes que ordenarme la habitación, ya no soy un niño —acotó con una sonrisa desde el umbral del pasillo que lo llevaba al baño.

—Bueno, si solo aprendiera a ordenar usted mismo su cama...

—Para eso hay más personas que pueden hacerlo. Sin embargo, sé arreglar mi cama... también sé limpiar, recuerda que viví solo un tiempo, aunque iba una señora tres veces por semana, no pensarás que esperaba a que ella visitara para tender la cama.

—Podría creerlo —masculló consciente de lo perezosos que eran los hijos de Jean Paul Le Blanc—. ¿Quiere a alguien específico el joven?

—Quien sea me da igual menos tú, ya no estás para organizar —contestó entrando al baño y cerrando la puerta.

Después de varios minutos Jules salía envuelto en un esponjoso albornoz, mientras que con una toalla se frotaba los cabellos.

Observó la habitación organizada, lanzó la toalla sobre uno de los sillones y agarró la manzana que estaba en la bandeja, nada de lo demás se le antojaba excepto el jugo de tomate que bebería después; aferró la manzana a su boca mientras buscaba en los armarios algo que ponerse, al encontrar las prendas las lanzó sobre la cama y continuó comiendo la fruta.

Sabía que debía bajar y saludar a Edith, pero estaba seguro que Jean Pierre le había contado lo sucedido porque sencillamente no se le podía guardar secretos a la mujer que se ama; a él no le daba la cara porque Edith sabía quién era Elisa y haría conjeturas juzgándolos como todo el mundo, por lo que prefirió cambiarse y quedarse en su habitación.

Se acercó a la ventana y pudo ver la pequeña reunión familiar en el jardín, Johanna jugaba con la perra, Johanne sentada al lado de su padre mientras que Edith y Jean Pierre estaban sentados en otra banca tomados de la mano.

La mirada verde gris se ancló en el agarre de la pareja y observó el movimiento del pulgar de Jean Pierre en esa tierna e íntima caricia que le prodigaba a la joven y las miradas que se dedicaban, siendo consciente del cambio drástico que mostraba Jean Pierre mientras estaba con Edith.

En el momento menos esperado se sintió inspirado, por lo que se encaminó al armario y buscó sus cuadernos de dibujos, necesitaba alguno que estuviese vacío, por lo que los revisaba; todos estaban llenos de la imagen de Elisa, los revisaba rápidamente y los lanzaba sobre la cama, ya se había memorizado cada imagen plasmada en los cuadernos, al igual que cada palabra porque siempre escribía lo que Elisa le incitaba, todas y cada una de las notas expuestas en los cuadernos eran sus deseos, algunos de cuando no eran nada y otros de cuando lo eran todo, algunas de cuando intentaron separase, de las veces que se disgustaron y de las reconciliaciones y sus últimas notas expresaban el dolor de la ausencia del tiempo transcurrido. Cuando por fin encontró uno con hojas disponibles, agarró medio carboncillo y se dirigió a la ventana, arrastrando un sillón se sentó creando el marco perfecto para empezar ese dibujo que le regalaría a su hermano.

El tiempo pasaba mientras él lo olvidaba dibujando, sonriendo sin darse cuenta al ver cómo Edith gobernaba a su hermano, parecía ser un adolescente enamorado, algo de lo que tal vez él no se daba cuenta. La jovencita tenía gran poder para dominar de esa manera a un hombre de treinta y tres años. El bosquejo empezaba a tener forma, descubriendo que su técnica había mejorado muchísimo con la práctica, además de agilizarla. Su concentración fue interrumpida ante un llamado a la puerta.

—¡Adelante! —respondió pensando que sería Ivette o alguna de las mujeres del servicio que vendría a buscar la bandeja. Cuando reconoció quién era se sorprendió y le dijo:

—¡María Antonietta!, ¿qué haces aquí? Largo de mi habitación... fuera... fuera—. Exigía a la perra que se acercaba moviendo la cola enérgicamente y buscaba los pies descalzos de Jules para lamerlos, él los elevó y los puso al borde de la ventana.

—Hola Jules —lo saludó Johanna entrando.

—Saca a la perra de aquí, me va a dejar la habitación llena de pelos —le dijo mirando a su hermana y detrás venía Johanne, percatándose en ese instante de que estaba tan sumido en su labor que no se había dado cuenta de en qué momento sus hermanas habían abandonado la reunión familiar.

—No seas así, hieres sus sentimientos Jules —la joven hizo un puchero poniéndose de rodillas ante el animal, rodeando con sus brazos el cuello de la Collie marrón con blanco—. ¿Por qué la discriminas? —preguntó mirando a su hermano a los ojos.

—No la discrimino... sácala o te quitaré la mesada que papá te da por tres meses como me destroce otro par de zapatos —le advirtió sin levantarse de la silla.

—No lo hará, yo la estaré vigilando —prometió con media sonrisa.

—Como si te hiciera caso —intervino Johanne tomando asiento en uno de los sillones.

—Claro que lo hace, la estoy entrenando —informó y tanto Jules como Johanne elevaron las cejas ante el asombro—. Jules, ordénale que se siente —pidió convencida de hacer una muestra.

—La acabo de echar y solo me babeó los pies —acotó el joven—. Está bien... está bien —prosiguió al ver la mirada de su hermana—. María Antonietta, siéntate —ordenó al animal dedicándole una mirada penetrante, la perra obedeció y le regaló dos ladridos a Jules, quien no pudo evitar sonreír ante la sorpresa.

—¿Qué haces? —curioseó Johanne al ver el cuaderno en las manos de Jules.

—Hago un dibujo de Jean y Edith —contestó tendiéndole el cuaderno y desviando la mirada a Johanna quien aún acariciaba a la perra.

—Está muy bien hecho, pero creo que debes difuminar un poco más el paisaje y oscurecer los pliegues del vestido de Edith —le aconsejó la gemela.

—Sí, eso haré. ¿Me traes por favor un carboncillo? Están en el armario, la segunda puerta a la derecha —le pidió de manera cariñosa.

Johanne se puso de pie y se encaminó a la división de la habitación de Jules.

La atención de Johanne fue captada por los cuadernos de dibujos sobre la cama, uno de ellos se encontraba abierto y su curiosidad era mucho más fuerte que su educación, por lo que se acercó y lo agarró descubriendo a Elisa Wells en todas las páginas, todas estaban llenas de ella y de algunos pensamientos de Jules, sin poder evitarlo sus ojos se posaron sobre las letras. La mirada ámbar de Johanne recorría las letras y sentía una extraña sensación, una especie de vacío al comprobar de golpe el amor y el deseo que plasmaba Jules con sus letras, la manera en que esa mujer delgada lo inspiraba a escribir algo tan hermoso y erótico, jamás pensó que un hombre pudiese sentir de esa manera, con tanta intensidad, por lo menos no al que ella aún quería, ése seguramente no tenía sentimientos.

Pasó la página y en una había otro dibujo de Elisa, sentada de espaldas desnuda y al lado otra poesía, sí debía llamarlo de esa manera. Sin perder tiempo y antes de que Jules se diera cuenta, pasó rápidamente la página encontrándose fascinada con cada palabra, con cada pensamiento de su hermano. Si no fuese porque reconocía las letras de Jules jamás pensaría que eso le pertenecía. Esta vez Elisa Wells se encontraba en una cama boca abajo y dormida, igualmente desnuda y pensó que su hermano estaba obsesionado con la desnudez de esa mujer. Pasó rápidamente a otra imagen, pero esta no era más que los labios de la joven, solo los labios a medio abrir, como si estuviese emitiendo un jadeo o soltando un suspiro, dirigió la mirada a las palabras que acompañaban al dibujo. Johanne no pudo evitar llevarse una mano y cubrir su boca ante la impresión que le causaron las palabras de su hermano; él le tenía rabia al tío Frank, le tenía odio por el amor de ella, ese que sin duda era más grande que el odio, mientras ella se preguntaba ¿Cómo su hermano se había visto envuelto en esa situación? ¿Cómo se dejó llevar por los sentimientos y el deseo?

—¡Johanne ¿Qué haces?! —la voz de Jules la interrumpió, por lo que lanzó el cuaderno en la cama—. ¿Quién te dio permiso de agarrar ese cuaderno? —Le preguntó agarrándolos todos con rapidez y colocándolos dentro del armario—. Te envié por un carboncillo, no para que espiaras mis cosas —hablaba mientras ella no decía nada, se encontraba muy nerviosa para hacerlo—. Se van las dos de mi habitación, inmediatamente —exigió sin poder evitar sentirse molesto.

—Vamos María Antonietta —pidió Johanna, saliendo con la perra y le dedicaba una mirada de desaprobación a su hermana, quien se encontraba anclada en el mismo lugar con los ojos vidriosos.

—Ju... Jules... lo siento, lo siento, no quise... —hablaba buscando la mirada de su hermano, sintiéndose turbada.

—Johanne por favor, sal de mi habitación —pidió y su voz era dura ante la rabia, apretando los dientes con fuerza para drenar la molestia.

—Sé que estás molesto... yo lo sé.

—Entonces lárgate antes de que te saque... —dijo alejándose lo más posible de su hermana—. En esos cuadernos hay cosas que no puedes ver, que no puedes leer... ¡Maldita sea Johanne! —gritó logrando que ella se sobresaltara, aunque en ningún momento se movió del lugar donde estaba cuando él empezó a patear uno de los sillones, el que cayó al suelo mientras se sentía avergonzado con su hermana; eso era lo que sentía, rabia y vergüenza de que su hermana descubriera sus pensamientos y sus pasiones.

—¡Ya te dije que lo siento! —le gritó ella de igual manera, pero con la garganta inundada—. ¿Cuál es el problema con los dibujos? No le veo ningún problema, una mujer desnuda... soy mujer Jules —le explicó.

—El problema no es la mujer desnuda —respondió liberando un pesado suspiro mientras se pasaba los dedos por los cabellos y los peinaba haciendo presión en su cabeza con la palma de las manos hasta entrelazar sus dedos en la nuca—. El problema es quién es la mujer y... y... —iba a decir algo más pero no pudo.

—¿Y qué? Es la mujer por la que te viniste de América... No le veo nada más.

—Bien sabes que no es cualquier mujer, no te hagas la estúpida y sal de mi habitación Johanne —pidió una vez más.

—Sé que no es cualquier mujer, ¿qué hay de malo en eso?...

—¡Que ahí están mis sentimientos! —gritó una vez más sintiendo impotencia y dolor.

—Sí, los leí... Amor, deseo, odio... Que odias al tío Frank ¿Y qué? Yo también lo odiaría si estuviese en tu situación, uno odia a quien le roba el amor, porque tú estás seguro del amor que esa mujer siente por ti.

—Johanne, no puedes comprender y mucho menos hablar de esa manera... Ya sal de mi habitación, no quiero pedírtelo una vez más —habló con voz pausada sintiéndose derrotado—. No es fácil, no es tan fácil como lo ves.

—¿Qué es lo que no es fácil? Explícamelo por favor —le pidió renuente a salir.

—Amar de esa manera, no es fácil... —hablaba cuando ella intervino una vez más.

—¿Por qué no? —preguntó—. Enamorarse es fácil, pasa así sin más, no se planea.

—Para mí no lo es, para un hombre no lo es, para un hombre admitir que está enamorado es porque ya no encuentra salidas, cuando ya ha agotado todos los recursos por escapar de ese sentimiento... Para ti es fácil Johanne porque eres mujer, a ustedes las crían para enamorarse; a las mujeres les enseñan a esperar a un príncipe azul, sueñan con casarse, tener hijos y una familia feliz, están más que preparadas para el amor; lo esperan, lo anhelan... mientras que a los hombres nos preparan para trabajar, para ser fuertes, para competir e ir a la guerra, nunca nos inculcan el amor, es algo que uno mismo descubre y para lo que no se está preparado.

—Pues, los príncipes azules no existen, solo hombres con defectos y virtudes como tú, hombres a los cuales no se les ha preparado para amar, pero las mujeres les enseñamos eso que sabemos, le enseñamos a amar —se dio media vuelta y salió.

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