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"Aférrate"

Hola! Bueno, me gustó mucho saber que la gran mayoría se emociono un poco con el cap anterior. Eso es como ufff algo importante para mí, porque no creo que haya cosa más difícil que hacer sentir tristeza a un lector. Pero bueno... nada, gracias por dejarme saberlo. Les dejo un nuevo cap. espero les guste y recuerden lo que dije en el anterior, pongan atención a las fechas. Sin más, me despido :D

Capítulo XXVIII:

Aférrate

De entre todas las cosas que podía pensar en ese momento, solo una hizo eco en su mente. No tenía frío.

Un estridente sonido reverberó prácticamente dentro de su tímpano, Abi abrió los ojos abruptamente y los rayos del sol la cegaron momentáneamente. Tras tallarse con las manos, logró acostumbrarse al cambio repentino de las penumbras del estudio al soleado exterior. No podía ser posible, por un segundo no pudo dar crédito de lo que tenía delante. A tientas se puso de pie, aún con la vista puesta en la carretera que se extendía pulcramente asfaltada frente a su anonadado rostro. Estaba en el futuro, bueno en verdad no, estaba en el presente. Su presente o eso esperaba, porque si había equivocado el destino ella estaría en serios aprietos.

Se puso de pie y comenzó a admirar todo como un niño que acaba de abrir los ojos al mundo por primera vez. El arco de entrada a su pueblo, seguía igual de descascarado en la pintura y aún con las letras faltantes de siempre. Era su lugar, ya no le cabía duda, estaba en el siglo XXI. Definitivamente había puesto distancia entre ella y Will, ya nada podría volver a unirlos. Pues ella sabía que algo como lo ocurrido era una cosa en un millón. Ser consciente de eso, le causó un enorme vacío en el pecho. Estaba segura que sin importar cuánto tiempo hubiese entre los dos, ella nunca se recuperaría de esa pérdida. Sin importar el dolor que le causaba pensar en él, Abi no podía dejar de amarlo. Y el saber que ya no volvería a ver sus ojos negros o sus fugaces sonrisas, fue como la consagración de su miseria. ¿Quién podría ser feliz lejos de su amor? Aun sabiendo la respuesta a esa pregunta, por alguna razón no se arrepentía de su decisión. Le había dejado la posibilidad de escoger su propio camino, no quería pensar al respecto. Quería desembarazarse de cualquier pensamiento doloroso, quería que por un momento nada más importase, solo ella. Abi sonrió, aunque no sentía muchas ganas de hacerlo. Sabía que la esperaba al final de ese camino y ese conocimiento de alguna forma fue como un bálsamo para su herida más profunda, ella no encontraría oro finalizando el sendero, ella hallaría a su familia.

Deambuló por las calles, con los ojos abiertos de par en par. Había pasado un año entero lejos de su hogar y extrañamente, todo lucía perfectamente igual. La gente aún la observaba con una ceja enarcada, pero esas extrañas miradas las terminó asociando a su extravagante atuendo. Pues tal como ocurrió la primera vez, había viajado en el tiempo ella y por supuesto que su ropa también. Ahora era una dama inglesa del siglo XVIII, caminando por las calles de un pueblo americano. ¿Quién lo diría? Repentinamente cualquier idea estúpida, se evaporó en cuanto estuvo de pie frente a su casa.

Allí aún estaba la bicicleta que su padre prometió arreglar hacía unos tres años, tirada sobre el jardín al que su mamá nunca puso atención. Sin poder evitarlo los ojos se les llenaron de lágrimas, era su hogar, donde había crecido. Los árboles en donde se había raspado las rodillas, su lugar secreto donde los monstruos no la alcanzaban y la parte oscura de la valla, en donde su vecino le había robado su primer beso. Todo estaba tal y como lo recordaba, así como lo había dejado, así como lo quería encontrar. ¿Cómo había hecho para vivir un año lejos de esto? La respuesta era simple: Will.

Se limpió las lágrimas con el dorso de la mano y se encaminó a la puerta de entrada, sorteando los enanos de jardín que parecían tener batallas campales en la noche. Al llegar no supo muy bien que hacer; ¿entraba? ¿Llamaba? ¿Habría alguien? ¿La estarían echando de menos? Sacudió la cabeza borrando todas esas dudas y antes de arrepentirse, presionó el timbre. Las manos le traspiraban furtivamente mientras aguardaba, no sabía por qué estaba nerviosa, lo único que quería era tener un rostro familiar enfrente. Necesitaba tanto un abrazo de sus padres, sus palabras de consuelo y sus atenciones que la hacían sentir como si nada malo pudiese ocurrirle nuevamente. ¡Dios! solo quería un hombro en el cual llorar su desdicha. ¿Era tanto pedir?

La puerta se abrió.

—¿Sí?

—¡Papá! —Abi brincó casi sin darle aviso al pobre hombre y se colgó de su cuello, como un pequeño koala asustadizo. Hundió el rostro en su hombro y se encargó de llorar. ¡Oh, era su padre! Por fin estaba en casa, por fin estaba con las personas que la amaban sin importar qué. Seguían estando allí para abrazarla y consolarla. Él con su peculiar cuerpo robusto y su aroma a desinfectantes, propios de su oficio—. Papá te eché tanto de menos... —sollozó contra su pecho, casi de manera ininteligible.

—Ya, ya... —Él intentó apartarla, pero Abi aún no podía dejarlo ir. Sabía que tenían que hablar, tenía cientos de cosas que explicarle, pero quería tener ese momento. Grabarlo en su memoria, para ratificar una y mil veces que no era un sueño.

—Papá, ¿quién es?

Abi sintió que la obligaban a poner distancia y entonces se apartó dando traspiés hacia atrás, su padre la miraba de una manera que no supo descifrar y la persona recién llegada, fruncía el ceño en gesto altivo.

—Yo no sé... —contestó su padre luciendo confundido.

Ella profirió un graznido que bien pudo ser una burla para esas palabras, o una queja. El joven que estaba en su casa, pasó la mirada de uno a otro sin comprender la situación. Abi se puso las manos en las caderas. ¿Quién era ese? Pues estaba segura de no haberlo visto antes. ¿Y por qué estaba en su casa?

—¿Quién eres tú? —instó el muchacho de cabello rubio casi rojizo, ella no tuvo reparos en mostrarse indignada acaba de robarle su línea.

—Pues te pregunto lo mismo —replicó con el mentón alzado de manera retadora.

—Mira, muchacha... —interrumpió su padre y ella se obligó a apartar la vista del extraño para mirarle. ¿Le había dicho muchacha? —. No sé a quién estás buscando, pero...

—¡¿Papá, pero que dices?! —Lo increpó antes de que acabara la frase—. ¡Soy yo, Abi! Déjate de juegos. —Sonrió forzadamente, para mostrarle que no estaba para sus bromas.

—En realidad no sé... —comenzó a decir él, pero en esa ocasión el chico de atrás sintió necesidad de dar su opinión.

—¡Por Dios del cielo, cierra la puerta de una vez! —Empujó a su padre para ejecutar él mismo la acción, Abi se interpuso y así también lo hizo el hombre mayor—. Escúchame loca, no queremos comprar nada. ¡Adiós!

¡Pum! La puerta se cerró.

Abi se quedó de piedra. ¿Qué había sido eso? ¿Y por qué su padre no hizo nada al respecto? No le importó, asió el picaporte con resolución y de un bandazo volvió a abrir la puerta.

—¡¡Mira, idiota, ni te creas que puedes dejarme afuera!! — exclamó a espalda de los dos hombres, que se volvieron aún más sorprendidos que antes—. Papá, por favor... ¿acaso no ves que te necesito?

El hombre abrió los ojos como platos y el muchacho se volvió para observarlo con desconfianza.

—¿A qué viene todo esto? ¿Quién es esta chica? — preguntó el joven en tono acusador.

—¡Por dios Jony, no sé quién es! —bramó su padre dirigiéndose al chico, quien aparentemente respondía al nombre de Jony.

—¡Soy Abi! —exclamó ella a su vez, posando la atención de ambos en su persona—. ¿Qué demonios pasa contigo?

Por alguna razón, esta broma parecía haber perdido su matiz divertido. Pues ella estaba a un segundo de explotar en rabia, su padre simplemente no podía estar haciéndole eso. No después de un año de ausencia, no estaba en condiciones de soportar más suplicio.

—Escúchame niña, jamás te he visto en mi vida... ¿Quieres meterme en problemas con mi esposa? Retírate de mi casa.

En ese instante Abi notó que no estaba respirando, sí definitivamente se había quedado sin su recurso más elemental. Pues al segundo que vio los ojos de ese hombre, no le cupieron dudas. Él decía la verdad, no la conocía, la observaba como si fuese una loca o quizás peor. ¿Quién sabe? De lo único que fue consciente en ese momento, fue de cómo el gran vacío en su interior tomaba finalmente la última parte de su corazón latiente. Miró a ese tal Jony y una vez más a su padre, vio la similitud entre ambos, vio confianza, admiración, vio... familiaridad. Ellos eran familia, ¿y ella? Ella era la que sobraba.

—Lo... lo lamento —farfulló tratando de pasar el nudo por su garganta. ¡Dios santísimo! ¿Qué había ocurrido? No había pedido eso, había pedido regresar.

Pero algo había salido claramente mal y no tenía fuerzas para enfrentar esa desazón. Se recogió las faldas y salió corriendo por la puerta que aún continuaba abierta. Las piernas le fallaron al momento de descender los tres escalones de la entrada y cayó de rodillas en el jardín. La cabeza comenzó a darle vueltas, el corazón le latía como si estuviese dando alaridos dentro de su pecho y el aire parecía escaparse de sus pulmones. Abi bajó la cabeza, junto a sus manos se encontraba un pobre enano que había sido una víctima de su caída. Los ojos sin vida del muñeco de yeso, parecían más vivos que ella en ese instante. Entonces no lo soportó más y sin poder evitarlo, descargó el contenido de su estómago frente a la silenciosa audiencia. Sintió que le tocaban tímidamente el hombro, Abi alzó la cabeza limpiándose la boca, aun sintiendo el sabor amargo de su propio vómito.

—¿Quieres que llame una ambulancia? —La azulada mirada, limpia y fresca del hombre que una vez supo cargarla en sus hombros como un súper poni, la escrutaba con lástima.

Ella se puso de pie, sacudiendo la cabeza a tiempo que retrocedía con pasos indecisos por el pequeño sendero. Él no se movió del lugar hasta que la vio salir de su propiedad, en ese instante Jony lo tomaba por el hombro y lo instaba a regresar al interior. Abi observó la espalda de su padre, alejándose de ella sin siquiera saber de quién rayos se trataba. Solo pudo preguntarse una cosa... ¿Por qué?

Anduvo sin sentido ni destino, por lo que pudieron ser horas. Ya no sabía qué hacer o a quién acudir, las únicas personas en la que esperaba encontrar algo de apoyo no tenían idea de su existencia. No lo entendía y tras convencerse de que no podía hacer nada al respecto, decidió finalmente que no podía darse por vencida. Sí, su padre no la recordaba, aún no había visto a su madre pero estaba segura que sería lo mismo y la idea de soportar su rechazo, le revolvía el estómago. No se atrevía a buscarla, no podría mirarla a la cara y encontrarse con la misma distante expresión que le obsequió su progenitor. Su corazón no soportaría otro castigo, últimamente había sido arrastrado de un lado a otro sin consideración alguna. Estaba herida, sola y con un atuendo pasado de moda hacía más de tres siglos. ¡Qué situación! No sabía si reír o llorar por su desgracia.

Abandonó el banco de la plaza que hasta ese momento, le había jugado de refugio. Debía salir de esta, no tenía un plan, pero no sería la primera vez que hacía algo sin pensarlo. Necesitaba ayuda, alguien que sin importar cuán extraña fuese, la aceptase sin reparos. Pero, ¿quién? Un solo nombre hizo eco en su obnubilada mente... Jules.

Por lo que había observado, todo parecía exactamente igual a cuando ella formaba parte de este mundo. La única diferencia era que alguien más, aparentemente había tomado su lugar. No se iba a detener a analizar, por qué razón ese Jony era la persona que la había despachado, pero para ella estaba más que claro que él se había hecho de su mundo. Si su teoría era acertada, su mejor amiga debía seguir estando allí. Suspiró profundamente, entrar en un asilo para dementes vistiendo un vestido de época, daría mucho pie a especulaciones. Pero no podía cambiarse, no traía nada más que lo que llevaba encima y por el momento eso iba a tener que ser suficiente.

La primera en mirarla de forma escéptica fue la recepcionista, Abi soltó un tonto discurso de ser una actriz, que estaba en su descanso y que necesitaba urgentemente hablar con la auxiliar Jules Levis.

Afortunadamente le creyeron algo extraño, porque lo de mentir, sin importar en que siglo, seguía dándosele terriblemente. El cabello rubio de su amiga desprendía pequeños destellos bajo el brillante sol, estaba sentada en una banca de las inmediaciones comiendo un emparedado con desinterés. Jules tenía como sueño convertirse en enfermera, por lo que trabajaba desde los diecisiete años como auxiliar en el loquero del pueblo. Era un poco chocante encontrarse con una joven que muy posiblemente podría ser modelo, maniobrando o luchando con personas un tanto desequilibradas. Pero era lo que a ella le gustaba y Abi la apoyaba, siempre y cuando no le pidiera ayuda.

—Hola —saludó tímidamente, pues muy en su interior ya se había hecho a la idea de que Jules tampoco la reconocería. Su amiga se cubrió los ojos verde esmeralda con una mano y alzó la cabeza para escrutarla.

—Hola... —replicó algo vacilante.

Abi inspiró profundamente, necesitaba de ella y esperaba que la promesa que se habían hecho a los siete años, aún continuara vigente. Lo que le iba a decir carecía de lógica y se estaba arriesgando a mucho dando esa clase de confesiones en un loquero. Pero no estaba para evasivas, si quería algo de Jules iba a tener que entrarle con la artillería pesada.

—Verás... sé que debes oír esto a menudo, pero lo que tengo que decirte muy posiblemente te suene como una locura. —Jules enarcó una ceja, pero no osó interrumpirla—. Cuando teníamos siete años, nos prometimos mutuamente eterno compañerismo. Yo te ayudaría siempre que tú necesitaras de mí y tú estarías en el momento en que más pérdida me sintiese. —Ella abrió la boca, pero Abi la silenció con un movimiento de su mano—. La cuestión es que tú no me recuerdas pero yo sí a ti, sé todo sobre ti. Sé que en el último año de preparatoria, sedujiste a uno de nuestros profesores para que te dejara pasar la materia sin acudir a clases de verano. —Los ojos de Jules se abrieron desmesuradamente—. Sé que dices a todos que perdiste la virginidad a los diecisiete, pero que en verdad ocurrió a los quince luego de tu fiesta de cumpleaños en la playa.

—¿Cómo...? —Su amiga se puso de pie, su rostro era la viva imagen de la incredulidad.

—También sé que piensas que tu gato se comió a tu pez dorado, pero la verdad es que yo lo metí en la bañera porque pensé que sufría de claustrofobia en su pecera. Luego alguien dejó salir el tapón, eso no había sido parte del plan... —reflexionó en voz baja, recordando aquel incidente en particular—. Culpé a tu gato, porque me desagrada... el desgraciado me rasguña las piernas siempre que puede.

—¿El señor Pingüi? —Abi asintió pesarosamente, aún no se perdonaba a ella misma por la muerte del pez. Aunque prefería pensar que el señor Pingüi, ahora sorteaba las olas de un océano eternamente perfecto—. Mataste a mi pez... —musitó una muy aturdida Jules.

—Yo lamento eso.

La otra la miró, sin un ápice de compasión. Quizás soltarle lo del maldito pez no había sido una buena idea.

—¿Quién eres? —pidió saber finalmente, como si por primera vez reparara en que aún no se habían presentado.

—Soy Abi... tu mejor amiga desde el jardín de infancia. — Algo comenzó a incomodarle en los ojos, malditas lágrimas. ¿Es que no la dejarían acabar una frase sin que pareciera una niña abandonada? —. Dios, Jules... tienes que recordarme.

Su amiga negó lentamente.

—No sé quién eres, o cómo sabes esas cosas de mí pero... —Abi sostuvo el aliento, ya ni se molestó en esconder su llanto—. Pero si te hice una promesa, supongo que debo mantenerla. —Le sonrió ligeramente y ella no lo soportó más, se abrazó con fuerza a esa chica que tantas veces había presenciado sus locuras. La misma que a pesar de no saber quién era, la aceptaba con los brazos abiertos. Su Jules, finalmente algo de paz llegó a su alma.

—Tengo muchas cosas que decirte.

—Yo diría que alrededor de diecinueve años de cosas — bromeó la otra y Abi sonrió muy a su pesar. No tardaría en ponerse al día con su amiga, solo esperaba que esto fuese el inicio de algo bueno para ella.

***

Por más que intentase convencerse de que las cosas podían mejorar poniéndole un poco de empeño, luego de pasar casi dos meses en su nuevo hogar, aún se sentía vacía. Jules era su apoyo, sabía que sin ella simplemente enloquecería. Pero por alguna razón, Abi era consciente de que ya nada sería igual. Se había hecho a la idea de que sus padres no la recordaban, todas las tardes iba hasta su antigua casa y esperaba hasta verlos salir al trabajo, de pie en la acera contraria Abi los despedía con lágrimas en los ojos. Sabía que no podía pedir más que eso, los veía, los tenía cerca, pero ya nunca serían parte de su vida.

Lo había aceptado, extrañamente renunciar a sus padres parecía menos doloroso que renunciar a Will. Intentaba no pensar en él, pero fracasaba prácticamente cada minuto de su tiempo consciente. No podía olvidarlo, no podía simplemente negar que sin importar cuánto tiempo los separaban, él seguía siendo una parte vital de su alma. Jules no la presionaba al respecto, luego de que compartió con ella su historia, en un principio su amiga no le creyó como obviamente Abi esperaba que ocurriese. Pero los días pasaron y el rostro de desolación que decoraba su semblante, era algo que Abi no podía inventarse, su dolor era hasta casi palpable. Por más que deseaba sonreír, los recuerdos la atormentaban incluso en sus sueños. Jules comprendió entonces que había sido honesta y le prestó su apoyo en todo momento.

Vivía con su amiga en un apartamento en el centro del pueblo, Jules se había independizado rápidamente gracias a su trabajo y Abi estaba feliz por ello, pues no se imaginaba fingiendo para los padres de la chica. Era suficiente que a diario tuviera que desaparecerse para que su amiga pudiese relacionarse sanamente con su novio. En primera le pareció completamente surrealista, pero supuso que siendo él el que ocupaba su lugar, tenía sentido. Jules y Jony eran pareja. ¿Por qué él y no otro? Era una excelente pregunta. Luego de interrogar a su amiga, tuvo que convencerse de que Jony era real y no alguien sacado de una mítica época y puesto allí para llenar un vacío. Era el hijo de sus padres, era el novio de su mejor amiga y curiosamente era muy parecido a ella.

—Estaba pensando que podríamos ir al cine.

Abi observó cómo la chica se dejaba caer a un lado de ella, en el sofá.

—No tengo ganas.

—¡Oh vamos, Abi! Hace siglos que estás encerrada en esta casa, solo sales hasta el parque... —Ella abrió los ojos como platos, ¿cómo lo sabía Jules? —. No puedes engañarme —repuso seguramente leyendo su expresión—. Sé que estás deprimida, pero han pasado casi dos meses... no crees que es hora...

—¿Hora de qué? —murmuró escrutando a su amiga de arriba abajo, la aludida hizo una pausa para tomarle las manos.

—De dejarlo ir.

Tan solo oír esas palabras, los ojos se le anegaron en lágrimas.

Era cuestión de pensar en Will, para que su máscara de calma y superación, se fuera a pique como la peor mentira. No podía desentenderse de ese sentimiento de derrota, quizás Jules tenía razón, quizás era momento de olvidarse de él. No iba a regresar, sin importar cuantos deseos pidiera —pues ya había agotado todas sus posibilidades, pidiendo deseos a diestra y siniestra sin éxito— había tenido su oportunidad, había conocido el amor y este le había escupido en la cara.

¿Era demasiado masoquista querer regresar? Quizá sí, pero no le importaba. Su esposo estaba en el pasado y ella en un lugar al que no pertenecía. Entonces, ¿dónde rayos debía ir? En el pasado tenía que enfrentarse a una cruda realidad y en el presente, sufría a distancia por algo que nadie más que ella conocía. Ninguna de las opciones era suficiente, Abi había renunciado a Will para que fuese feliz, quizás el hecho de no saber si había logrado su cometido era lo que le impedía seguir adelante.

—Si hubiese una forma de saberlo... —susurró en voz baja, Jules la miró contrariada.

—¿Saber qué?

Abi suspiró, no tenía sentido expresar su frustración. Ya había investigado a Will en internet y no había encontrado nada. Al parecer no era un aristócrata por el que valiera la pena escribir.

—Qué fue de él —musitó encogiéndose de hombros.

—Quizás podamos averiguarlo. —Jules se puso de pie y la instó a seguirla.

—¿Dónde? Ya busqué en internet, no hay nada de él.

Su amiga sonrió con sorna.

—Internet... por favor, no puedes confiar una búsqueda tan fina a Wikipedia, Abi. Es claro que para encontrar información de tu marqués, hay que ir a fuentes primarias.

Ella frunció el ceño pensativa, que Jules hablara con tanta propiedad la asustaba.

—¿Qué propones?

—Ya verás.

Las fuentes primarias, resultaron ser la biblioteca de la universidad de Hudson. Revisaron cada tramo de historia previa a la revolución industrial. ¡La revolución industrial! ¿Por qué no había pensado en eso cuando quería darle pruebas a Will? Abi sacudió la cabeza, estaba aturdida de tanta lectura y aún seguían sin hallar nada. La biblioteca era de lo más surtida, tenía información para tirar hasta el techo, pero sus ojos y su intelecto no daban abasto. Sin importar la razón, Abi nunca estaría en paz con la historia. Ellos dos eran némesis.

—¡Lo tengo!

—Shhh...

Jules hizo una muequita observando a la bibliotecaria que la instaba a bajar la voz y con paso apresurado se acercó a su mesa.

—Aquí, ¿ves? —Le apuntó un párrafo de un pequeño libro negro, Abi tuvo que aguzar la vista para leer, pero en ese momento Jules lo apartó para hacer de portavoz—. Menciona al último marqués de Adler, por la línea familiar de los Warenne. ¿Es tu marqués verdad? —La chica la miró entre esperanzada y temerosa, Abi sonrió, todavía no se acostumbraba a que Jules lo llamara «su marqués» por alguna estúpida razón, la expresión le causaba un tibio calor en el pecho.

—¿Qué dice?

—Mmm... pues dice que tras la muerte del último heredero Warenne, el título saltó a otra rama de la familia.

—¿Dice cómo murió o su nombre?

Jules hizo silencio mientras leía, a Abi le dio un vuelco al corazón. Hasta ese momento había evitado pensar en Will como alguien ya muerto. Pero era la verdad, él había muerto hacía siglos. A pesar de que ella lo hubiese visto lleno de vida hacía no más de dos meses, la realidad era otra.

—Pues... —No le agradó esa única palabra, la miró—. Al parecer el marqués y la marquesa murieron en un accidente de carruaje.

Abi enarcó una ceja.

—¿En qué año?

—Mmm... 1766. —Frente a esa respuesta se paralizó, Jules había dicho «marqués y marquesa» lo que significaba que... ¡Oh, Dios! Will se había casado otra vez. Se cubrió el rostro con una mano, no debía doler tanto, no debía sufrir por un hombre así—. Dice que luego de la muerte de Iker Warenne sexto marqués de Adler, el título abandonó finalmente esa rama de la familia.

Abi alzó la cabeza perpleja.

—¿Dijiste Iker? —Su amiga asintió y para darle mayor credibilidad a sus palabras, giró el libro para mostrarle dicho reglón. Allí claramente remarcaban a Iker como el último marqués de apellido Warenne. Imposible, Iker no era un marqués, él era un conde—. Debe haber un error...

Jules frunció los labios, dubitativa.

—Es un libro de historia Abi...

—¡Lo sé!

—Shhh... —Ambas se volvieron para fulminar con la mirada a la molesta mujer.

—Pero Iker era conde, la única forma de que ganara el título es con la... —repentinamente cayó en la cuenta de lo que iba a decir, para que Iker heredara el título Will tendría que morir antes—. Oh no... —susurró sintiéndose mareada—. No puede ser.

—¿Abi? Ven, salgamos a tomar aire.

Ella se removió del amarre de su amiga y la observó por un eterno segundo.

—¿No lo ves? —Jules no respondió—. Will murió, es la única forma en que Iker heredará el título.

El rostro de la chica no se inmutó, pero Abi pudo notar que lucía desesperanzada.

—Abi, por supuesto que murió... ¿Qué esperabas?

Pero eso no era a lo que ella se refería, si Iker había muerto el mismo año en que ella se había ido eso significaba que Will también. ¿Cómo era posible que dos hombres fuertes y sanos como ellos murieran de un momento a otro?

—Yo me fui en febrero de 1766... —comenzó a explicar—. En el libro dice que Iker murió en noviembre del mismo año.

Entonces Jules lo comprendió, observó el libro y luego a ella incapaz de decir algo.

—Oh... yo... lo siento muchísimo.

De eso había servido su penoso regreso, Abi había dejado todo atrás para que Will fuese feliz. Para que tuviera lo que deseaba, pero por alguna razón desconocida para ella, él había encontrado la muerte poco tiempo después de su partida. ¿Cómo? ¿Por qué? ¿Qué había salido mal?

***

Lancaster; Inglaterra

2 de abril 1766.

La búsqueda en Lancaster seguía sin dar resultados, luego de rastrillar casi toda Inglaterra Will decidió cambiar de destino. No pensaba que Abi pudiese ir a Francia, por lo que pensó en el sitio que ella llamaba hogar.

—Regresaré a Bath. —Ese día cabalgaban bajo la lluvia en una línea recta, para protegerse de los bandidos. Tanto Iker como Nigel, se volvieron para observarlo.

—Tal vez deberíamos ir a Londres, estar cerca del puerto... quizás hablar con los encargados en la aduana.

Will sacudió la cabeza en una negación.

—Ustedes vayan a Londres, yo iré a Bath... tengo que recoger algunas cosas.

—¿Para qué? —preguntó Nigel arrebujándose aún más en su húmeda capa.

—Voy a viajar a las colonias.

Ellos compartieron una mirada extrañada, Will sabía que esa noticia despertaría recelos en sus compañeros. Pero simplemente no podía quedarse de brazos cruzados, estaba decidido a encontrarla y si debía gastarse su fortuna en ello, pues bien. No es como si fuese a utilizarla en algo mejor, tan solo podía concebir una sola persona con quien compartirla. Y si Abi no estaba a su lado, pues lo otro carecía de importancia.

—¿Qué hay de tus negocios? Sabes que allí están en guerra, es muy probable que no se encuentre en ese lugar.

Lo había pensado bastante, sabía que Iker estaba en lo cierto. ¿Pero qué otra opción le quedaba? Abi no conocía a nadie o quizás él no la conocía lo suficiente, no se había tomado el tiempo de descubrir sus secretos. Y ahora que necesitaba fervientemente saber todo sobre ella, notaba que Abi era casi un sueño en vez de una realidad.

—Ya no me importa, voy a ir al mismísimo infierno si eso hace falta.

Espoleó su caballo haciendo que relinchará en desacuerdo, el resto de su comitiva lo siguió a unos metros de distancia. Nadie se atrevió a cuestionar su decisión, muchos de sus hombres ya lo creían loco después de la muerte de Marian. Seguramente a esa altura comenzaban a temerle, y por alguna mórbida razón eso lo alentaba a seguir. Sabía que para un desquiciado como él, solo existía una persona que calmara el tormento en su interior. Aún no lograba convencer a su hermano, que sin Abi la vida para él ya no tenía derecho a ser vivida.

***

Tres días después de la infructuosa búsqueda en Lancaster, llegaron a su finca en Bath. Estaban sucios, mal trechos, golpeados, sudorosos, hambrientos, cansados y muy, pero muy desilusionados. Pero al arribar a su casa, para Will era como una mera formalidad. Necesitaba arreglar los detalles para su viaje a las Américas y necesitaba dar las correspondientes órdenes a su hermano, dejaría que él manejara las disposiciones de las tierras. Con la ayuda de Nigel estaba seguro que Iker no tendría dificultades, se sentía un poco culpable por haber alejado a su hermano de Ailim, por lo que se prometió compensarlo de alguna forma.

—Muero por comer un pastel de carne de Cristi — comentaba uno de los lacayos que lo había acompañado en la búsqueda—. Algunas tartaletas y riñoncitos en estofado... —La mayoría de los hombres emitieron gemidos pensando en las delicias del hogar.

—Una cama seca —añadió otro, logrando que el resto asintiera en concordancia.

—Un asiento firme. —El tono afrancesado le dio a entender que eso lo había dicho Nigel. El sir a pesar de ser amante de los caballos, hacía días que deseaba sentarse en algo que no le desgarrara las ancas.

—Entre las piernas de una dulce mujer...

Will se tensó, no había nada malicioso en la reflexión de ese hombre. Aun así, no pudo evitar pensar en el calor del cuerpo de Abi. En la suavidad de su piel, en la picardía de sus ojos y en la manera en que se entregaba por completo para él. No quería pensar en eso, se negaba a creer que Abi podría ofrecerle un trato igual a otro hombre. Él la había amado tantas veces, recordaba su cuerpo con tan solo cerrar los ojos, nadie podría jamás despertar tal pasión en él como la hacía su esposa.

Descendieron de los caballos casi en silencio, la puerta de su casa se veía tan abandonada. Era como si el sol no brillase más por esos páramos, hizo caso omiso a lo que murmuraba su hermano por detrás y subiendo los peldaños de mármol, abrió la pesada puerta. Del otro lado Catrina y Darton, lo observaban derrotados, seguramente sorprendidos de verlo llegar solo. Pero no fue eso lo que captó su atención, sino los siete hombres que se encontraban en su vestíbulo casi llenándolo por completo. No los conocía y sus rostros no le trasmitían nada positivo.

—¿William Warenne? —preguntó uno de ellos de barriga prominente y peluca torcida. No era común que en el campo un hombre utilizara peluca, a no ser que el asunto a tratar fuese estrictamente formal.

—¿Sí? —inquirió curioso. Dos de ellos se miraron como sopesando sus siguientes palabras y luego caminaron hacia él con paso decidido. Will no se movió de su lugar, Catrina profirió un sollozo y él la observó sin comprender nada.

—Milord... en nombre de su majestad el rey Jorge queda usted arrestado, por el asesinato de la marquesa de Adler.

—¿¿Qué?? —interrumpieron tanto Iker como Nigel, Will no daba crédito de lo que oía, aun así no atinó a decir nada—. ¿De qué demonios está hablando? —Su hermano desenvainó su espada y así mismo lo hicieron dos de ellos, Will alzó una mano para detenerlo de avanzar.

—¡Guarde su espada, milord! —gritó el gordo, pasándose un pañuelo por la traspirada frente—. Esto no le compete.

—¡Y una mierda! Esto es una acusación sin fundamentos —exclamó Iker a su vez, sin ningún intento por guardar su arma.

—Hay evidencias que señalan al marqués, como el asesino de su esposa.

—Ella no está muerta. —Eso fue lo único que logró discernir, en el caos que era su mente.

—Si se declara inocente, tendrá usted un juicio donde podrá defenderse...

—¡Por supuesto que es inocente! —resolló su hermano interrumpiendo al hombre, este resopló claramente impaciente—. ¿Quién lo está acusando?

—Disculpe, milord, pero no podemos dar a conocer esos datos hasta el día del juicio. —Iker maldijo entre dientes, Nigel lo hizo en francés—. Debe acompañarnos.

Los de las espadas se acercaron a él amenazadoramente y en ese momento, Iker no se contuvo saliendo desde su espalda para enfrentar a los dos hombres. Will intentó detenerlo, pero sin que pudiera preverlo alguien le asestó un golpe en la nuca que lo tumbó en la alfombra. De un segundo a otro se encontraba con la nariz en el piso, tratando de enfocar la vista. A no más de unos pasos de distancia, Iker y Nigel presentaban batalla a los hombres del rey.

—¡Deténganse o también serán arrestados! —bramó uno de ellos con poco éxito.

—¡No se lo van a llevar!

Will quiso incorporarse, pero la rodilla de un macizo guardia lo mantuvo pecho a tierra.

—¡¡Basta, basta!! —exclamó llamando la atención de los dos que defendían su honor, por un segundo se sintió como la damisela en apuros—. Iré...

—¡¡No!! —espetó su hermano, observándolo como si acabara de perder su último retazo de cordura.

—Iker no hagas esto, tienes una casa a la cual regresar... simplemente...

Los ojos verdes del conde centellaron tenuemente, pero apartó la mirada con rabia. Will dirigió su atención a los hombres y al más gordo, con un asentimiento le indicó que lo llevaran. Fue flanqueado por los guardias hasta la salida, allí se acercó un carruaje negro sin ninguna insignia o distinción. William se volvió para captar la mirada de su hermano, de Nigel y la de sus empleados. Desolación, eso fue lo que vio.

La puerta del carruaje se cerró abruptamente, en ningún momento perdió de vista los ojos de Iker. Pero cuando comenzaron a avanzar por el camino de piedras, la mirada jade de su hermano se perdió en las penumbras, Will sintió que ese era el final de todo. ¿Qué otra cosa podía perder?

Iker no acostumbraba a llorar, no acostumbraba a sentir pena por alguien. Aun así, le fue imposible no solidarizarse con su hermano, esto simplemente no era justo. Asesinato, solo había un castigo para ese crimen: la horca. No lo permitiría, no permitiría que William pereciera de esa forma. Pero sin Abi para confirmar su inocencia, debía hacer lo posible por encontrar a la persona que lo acusaba y hacerlo retractarse. Aun si tuviera que retar a duelo a medio país, él hallaría al responsable y lo haría pagar. solo esperaba que el tiempo no le jugara en contra.

—¿Qué vamos hacer? —instó Nigel detrás de él, admirando la misma escena con rostro pétreo.

—Traerlo, eso haremos.

—¿Cómo?

—Aún no lo sé, pero no podemos dejar que lo apresen... —Frunció el ceño, tal vez debía dirigirse a Londres y hablar con Jorge en persona. Aunque un asunto de pueblo, se solucionaba con los jueces locales, Iker no veía con mala cara una pequeña intromisión real.

—Pues vamos... —Nigel tomó las riendas de un caballo que traía un lacayo y luego mando a buscar el suyo—. Conozco al corregidor, Conner Mckinley y yo tenemos historia.

Iker enarcó una ceja, no muy seguro de que ese pasado turbio de Nigel fuese a serles útil.

—¿Crees que nos pondrá atención?

—Seguro, es hombre regio y respeta a la aristocracia, solo míralo fijamente con tus ojos de víbora y no se negará a soltar a William.

Asintió a tiempo que se subía al lomo de un nuevo caballo, limpio y descansado. Le habría gustado decir lo mismo de sí mismo, entonces las palabras de Nigel llegaron a su cerebro lentamente.

—¿Cómo que ojos de víbora?

El caballero rio poniéndose en movimiento, para escapar de la reprimenda.

Iker lo siguió haciendo trotar al animal, esperaba que Mckinley fuese algo indulgente y les permitiera tener a Will custodiado en su casa. Si no encontraba al responsable de esas falsas acusaciones, al menos podría ayudarlo a escapar. Todo el mundo sabía que cuando se daba un permiso especial a un prisionero, era porque se esperaba que el mismo encontrara una salida fácil a su problema. A nadie le hacía gracia colgar a un aristócrata y menos si este era cabeza de familia. Iker alzó la vista al cielo encapotado, desde que Abi se había marchado la lluvia parecía no dar tregua. Era como si el mismísimo rey de los cielos, llorara su partida, llorara aquel amor fallido.  

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Opiniones, insultos o comentarios al final de estas palabras xDD Espero les haya gustado, ya falta menos! xD

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