Paul is dead
Nadie sabe cómo lo hace, cómo logra seguir rockeando de esa forma por casi tres horas ininterrumpidas, cuando cualquier otro tomaría miles de descansos para hidratarse o pasarse una toalla encima. Hay algunos que afirman que es un vampiro que se alimenta de los escenarios, que los vitoreos, muestras de amor y las notas del piano van poco a poco llenando sus estanques de vida, retrasando lo inevitable. Otros aún aseguran que murió hace décadas y ahora son un grupo de clones intercambiables. Para gustos, canciones.
Con la expectación a niveles inimaginables Julián entró a aquel estadio, llegando temprano a su puesto en segunda fila sin creer que sus padres no estaban ahí con él. Habían sacrificado todos sus ahorros para darle ese regalo que aceptó entre lágrimas, mientras veía en sus rostros alegría y tristeza en partes iguales, mezclados con un orgullo grande por la oportunidad que tenía. Ahí estaba, nervioso y con la ansiedad a flor de piel, contando los minutos constantemente hasta que finalmente se apagaron las luces y supo que no olvidaría jamás ese día.
Lo vio tan cerca que parecía irreal, una figura erguida y sonriente, con sus suspensores, nariz delgada y finalmente asumiendo sus canas. «Buenas noches», saludó el viejo zorro y los gritos resonaron por todo el estadio, y sin tiempo que perder la música comenzó a correr desde las venas de uno a las almas del resto. Los clásicos se mezclaron con esos experimentos más nuevos que no paraba de hacer a pesar de superar los ochenta, pero Julián estaba preparado pues con su padre y una copa de Merlot los habían estudiado, siempre encontrando algo que valiera la pena.
Sintió las llamas en la cara con Live and Let Die, sorprendido como niño con la pirotecnia aunque se la sabía de memoria. Lloró con Here Today y Something cantando a todo pulmón, sintiendo la falta de aquellos amigos que nunca conoció. Saltó y se dejó llevar con Helter Skelter y amó a la vida con My Love, que se la dedicó a su primera polola creyendo que estarían juntos toda la vida. Afloró cada momento vivido acompañado de esas melodías, sintiendo la dicha que lo embargaba y lo hacía sentir invencible.
Y entonces Paul se sentó en el piano y comenzó aquel himno por enésima vez, con la cara llena de arrugas y bolsas bajo los ojos. «Hey Jude, don't make it bad» comenzó, y el mundo entero enmudeció mientras aquel viaje de emociones creado hace décadas revivía momentos y despertaba sentimientos enterrados tan profundo que dolía. Cada nota los hacía libres, dichosos de unir miles de almas en una sola canción, y cuando se acercaba el coro todos se pusieron de pie en alabanza, listos para hacer volar el amor.
El mantra fue iniciado por su vieja voz y el público lo continuó con toda la energía existente. Aquella comunión les aseguraba que un día esas mismas voces se unirían y encontrarían la paz, que todos juntos construirían una hermosa realidad y las almas purificadas cantarían esa canción como símbolo de la perpetuidad. Eran hijos, padres y hermanos que se unían para una misma causa, y la emoción afloraba desde todas partes como pocas veces ocurre en la vida real. Y esas mismas almas, en la cúspide de su liberación, fueron las que lo vieron tambalearse en el escenario, aunque con los ojos cerrados y una sonrisa en el rostro.
Cayó y aquel estruendo silenció todas las voces al instante, congelando el tiempo mientras la realidad les golpeaba con demasiada fuerza.
Miles de rostros palidecieron con un gemido inaudible, que ni músicos, tramoyas, ingenieros o guardias se atrevieron a interrumpir, y terribles segundos de estupefacción transcurrieron esperando un milagro que nunca llegó. El frío que recorrió la espalda de cada uno era prueba de ello.
Julían sabía que todo en la vida tenía un límite y el final siempre terminaba llegando, incluso para aquella leyenda que parecía esquivar el paso del tiempo con energía infinita. Sintió su barbilla temblar y no tuvo fuerzas para detenerla, pero algo adentro le decía que la vida y el alma podían vivir para siempre, aunque en otro plano de la existencia.
Recordó todos los momentos vividos con aquel cuarteto de fondo o cada uno por separado, las enseñanzas que fue adquiriendo con el paso de los años y la importancia que podía tener algo cuando se le entregaba el corazón. Vio pasar amigos, familia, hermanos y amantes, y le bastó con mirar alrededor para darse cuenta que ese momento único no sería en vano, que si estaba ahí en ese preciso instante era por algo, y tenía que ser fiel a sus convicciones, al llamado que su corazón le entregaba, a la expresión de amor incondicional que acababa de experimentar.
Entonces, con la garganta seca, sacando las pocas energías que le quedaban comenzó a cortar aquel silencio sepulcral, confiando en su corazón más que en su cabeza. «Na, na na nanananá», comenzó en aquel ritmo sagrado, «, nanananá, Hey Jude». Lo repitió una vez más con la vista clavada al frente y la mandíbula apretada, sudando frío pero con una sensación de serenidad creciente que lo invadía. Estuvo a punto de tirar la toalla en la tercera ocasión cuando una voz a lo lejos se unió a la suya, poniéndole la piel de gallina mientras la primera lágrima caía.
Y una a una más voces se unieron en aquella melodía, resurgiendo una única voz de esperanza que fue llenando cada espacio del enorme estadio. Se unieron los músicos y técnicos, mientras tres enfermeros llegaban pálidos con una camilla, sacándolo de la vista del público con extremo cuidado mientras el coro seguía. El escenario quedó desierto, y pronto las luces se fueron apagando, pero aquellas voces no perdieron intensidad y siguieron cantando.
Las almas unidas mantuvieron aquel himno por largo rato, sin parar, y así continuó ese coro sin fin que ayudó a Paul a llegar a los cielos, en un carruaje hecho de canciones y ovaciones, de armonías y corazones, hasta que después de largos años finalmente llegó a los brazos de su querida Linda, allá arriba en la eternidad.
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