Capítulo 36
La verdadera grandeza consiste en hacer que todos se sientan grandes.
Charles Dickens.
Narra Gideón.
Los últimos días de esta semana, Candy se ha esforzado en demostrarme que quiere esto, que quiere que sigamos juntos, y aunque he intentado mantenerme a raya para que no deje de intentarlo, la verdad es que cada vez me enamoro más de ella.
Esta es la Alejandra que conocí y me volvió loco. La que reía siempre, tenía una respuesta sarcástica para todo. La que no se dejaba intimidar por nada. Y me gusta que esté resurgiendo.
Tengo un regalo para ella, ya que me ha dado muchos últimamente y yo sigo sin darle alguno. Aunque ciertamente, aún no estoy seguro quién disfrutará más el regalo, si ella o yo.
Pago por él, le doy la dirección del apartamento y les dejo dicho la hora en la que pueden ir a instalarlo. Llego al edificio, avisándole al guardia lo que pasará y pidiéndole el favor de que esté al pendiente de todo.
Al entrar al apartamento, encuentro a Candy terminando de pintar lo poco que falta, tiene música puesta y se está moviendo al ritmo de Carlos Vives, mientras canta desafinada. Sonrío.
Me acerco a ella por la espalda, pero mi plan no sale como lo imaginé, y termino asustandola, de paso de bañado de pintura, porque la botó sobre mí. Cierro los ojos.
—Perdóname —suplica, intentando quitar la pintura de mi ropa. Es imposible. Lo único que hace es regarla más. Sostengo sus manos, apartándolas.
—Ya no importa, solo dame un abrazo —pido, abriendo mis brazos. Me mira el cuerpo, luego la cara, repite eso varias veces. Por último, se ve la ropa de pijama que tiene puesta, se desnuda rápidamente, quedando solo con una tanga de algodón. Suspiro. Tenemos tanto tiempo sin hacerlo. La deseo.
Ya estando desnuda, me abraza. Cierro mis brazos en su cintura, pero bajo una de mis manos a sus nalgas y las aprieto. La escucho jadear.
Cuando estoy a punto de mandar mi abstinencia a la mierda y estrellarla contra la pared, para hacerla mía, se aparta. Mira mi torso, en lugar de mi rostro.
—Deberías darte una ducha. Yo terminaré de limpiar esto y luego haré la cena —zanja.
—Iré a bañarme y después, los dos, haremos la cena —replico. Levanta la mirada, sonriente y asiente. Dejo un beso en su frente.
Mientras estoy duchandome, no dejo de recordar sus senos. Son tan perfectos, con el tamaño adecuado para mis manos, la suavidad y firmeza ideal, para tenerme babeando, cada que los veo. Cierro los ojos.
La deseo mucho. Pero sé que tanto ella como yo, estamos intentando que esto funcione sin el sexo de por medio. Quiero que se quede así.
Recuerdo lo del regalo, veo la hora, ya falta poco para que vengan a instalarlo. Me visto rápido y salgo. Ella sigue desnuda. Está inclinada en el suelo, limpiando con un paño, la pintura derramada. Es una vista alucinante, la de su culo al aire. Suspiro.
—Te invito a cenar afuera —hablo firme. Me mira por encima de su hombro, sonriendo.
—Está bien, iré a bañarme. —Se levanta. Deja el paño en la mesa y camina hasta mí—. Cierra la boca, Lobo —se burla. Sonrío, dándole una palmada en su trasero. Gime excitada.
Decido salir de la habitación o terminaré entrando a la ducha con ella y haciéndola gritar mi nombre. De solo imaginarlo, me pongo duro.
Me entretengo jugando con Loba. Al salir Candy de la habitación, está extremadamente sexy. Viste un vestido rojo de cuero. Sabe que amo el cuero. Tiene unos botines de cuero negros, y encima, un abrigo rojo. Luce tal como Caperucita, pero mucho más sexy. Paso saliva.
—¿Listo? —inquiere. Asiento—. ¿Me veo bien? —susurra, seductora. Sabe que me tiene babeando, solo quiere que se lo confirme. Camino hasta ella, siento cuando su firmeza flaquea al tenerme a centímetros de su cuerpo.
—Te ves apetecible, pero preferiría verte sin ropa —confieso. Muerdo el lóbulo de su oreja. Jadea, sujetando con fuerza mis brazos.
—¿Cuánto tiempo más vamos a estar sin sentirnos? —cuestiona entre jadeos por los besos que voy dejando en su cuello. Dejo su cuello, para besar sus labios. Enrolla las manos en mi cintura, presionándome contra ella.
—¿Quieres sentirme? —La provoco. Asiente con descaro—. ¿Qué es lo que quieres sentir en específico? —Abro la boca, cuando sin esperarlo, sujeta mi miembro, por encima de mi ropa. Me mira victoriosa.
Un mensaje en mi celular, nos hace separarnos.
—Vayamos a cenar —propongo.
El mensaje es de la empresa, explican que ya vienen a instalar lo que compré para Candy. Le envío un mensaje a Alice, para que venga por Loba, lo más rápido posible. Como es Alice, no puede hacer nada sin curiosear, pero basta con decirle que es un regalo para Candy y acepta.
En el camino, Candy no suelta mi mano, en realidad no estoy seguro si es ella quien no me suelta o soy yo, quien no quiere soltarla, pero me gusta lo que siento.
—Mañana tenemos una cita a las nueve de la mañana —comenta. Frunzo el ceño.
—¿En dónde? —interrogo. Suspira.
—No voy a decirte, mañana lo sabrás —sentencia. No quiero darle mucha vuelta a eso, así que no insisto.
Durante toda la cena, reímos y seguimos hablando de cosas que nos gustan. En estos días he aprendido más de ella y ella de mí, que en todo el año que tengo de verla, más no de conocerla.
Sonrío cuando la empresa me avisa que ya quedó todo listo en el apartamento. Candy sigue riendo, porque le conté que en la escuela, hice teatro y me tocó representar un árbol.
—No te imagino usando un disfraz de árbol y estando quieto durante la presentación —confiesa, sin dejar de reir.
—No estuve quieto, me tocó bailar en una escena —aclaro. Su risa se duplica. Es contagiosa, así que me le uno.
—!Ay! —se queja, llevándose una mano a su estómago—. Me he reído tanto, que me duele el estómago —explica. Sonrío.
—Me da gusto ser tu payaso —admito. Sonríe—. Vayamos a casa, tengo una sorpresa para ti. —Sus ojos brillan de emoción. Pago la cuenta y salimos del restaurante tomados de la mano.
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