Visitantes
Escucho a los caballos salvajes relinchar, así que camino entre los árboles para encontrarlos. Me fascina verlos libres, sin cuerdas ni cicatrices causadas por los humanos. Por eso me oculto tras unos arbustos para disfrutar de ellos. Me dan ternura los caballitos jóvenes, con su crin puntiaguda y sus sonidos tan tiernos.
De repente uno de los caballos se levanta en sus patas traseras y relincha fuerte. El caos empieza, corren en contra de la dirección de los gritos escandalosos de hombres. Sus perseguidores están encapuchados, veo como algunos atrapan caballos y se abalanzan a ellos para cortarlos, luego los trozos de carne los colocan en una carreta.
Por encima de mí salta una yegua joven pero al aterrizar cae. Un hombre le lanza flechas para debilitarla y se lanza sobre ella para acuchillarla. Este hombre es más sangriento que los otros, no la mata, parece disfrutar de su sufrimiento. Ante eso me levanto y trato de golpearlo con una piedra, pero no pasa nada, parece que soy un fantasma. Intento e intento pero no ayudo y por la desesperación empiezo a llorar, los sonidos son horribles y el olor a hierro es asqueroso.
El hombre al ver que está por morir se detiene, empieza a caminar hacia atrás y suelta el cuchillo. Se queda en silencio mirando a la yegua por unos minutos, luego vuelve al animal y le cierra los ojos. Sube a su caballo y se va. Yo me acerco y miro la horrible escena. La yegua empieza a brillar y se vuelve polvo brillante que empieza a flotar, el aire hace que hagan un remolino y quedo en el medio. Es extraño, pero siento un calor reconfortante y mis lágrimas se secan. La luz se vuelve más intensa hasta que tengo que cerrar los ojos...
Al abrirlos me encuentro en mi cuarto, la luz que entra por la ventana me avisa que es tarde. Me levanto rápido para preparar el desayuno, cada segundo perdido significa ser golpeada por mi madrastra. Busco mi peluca castaña, la peino y me la pongo para cubrir mi cabello anaranjado, pinto mis cejas y mis pestañas con una mezcla especial para ocultar mi color natural. Salgo del establo, me pongo un poco de ceniza de carbón por el rostro y me lavo las manos. Luego voy al pozo por agua y la pongo a hervir, caliento el pan, corto la fruta y me corto al escuchar que ya vienen bajando. Ato un pedazo de tela y sigo, estoy cerca de salvarme.
La primera en bajar es mi madrastra, tiene unos hermosos ojos azules, piel clara y cabello rubio. Tras ella llegan sus dos hijos: la chica tiene 13 años y es tan bella como su madre con ojos azules claro y su hijo mayor tiene los ojos verdes como yo, los heredamos de mi padre, pero él tiene el cabello rubio y piel clara.
—Buenos días —debo fingir una sonrisa para no poner a nadie de malas.
—Puedo ver un mechón de tu cabello —dice la señora con asco.
Me apresuro a ver el mechón antes de que se enoje y me lo corte.
—Buenos días familia —dice mi padre dándole un beso a su esposa y su hija.
Me voy por la comida, sirvo y me voy a la cocina a comer sola. Siempre ha sido así, nunca me han aceptado en la mesa. Supongo que está bien, soy su hija, pero nunca me ha tratado como si lo fuera. Ni entiendo porque me conserva, pudo abandonarme en algún orfanato. Digo, agradezco tener donde vivir, pero no nos hablamos, ni sé nada de mi madre. Solo sé que aparecí en su puerta en la mañana del día de su boda.
Escucho la campana y quito la tetera del fuego para llevarla a la mesa.
—Otra muerta, la hija de Fowler. Desapareció una semana antes de su boda y la encontraron muerta, cada semana encuentran una parte.
—¿Algún sospechoso? —la esposa se ve preocupada.
—El hombre con quien se casaría no aparece —mi padre hace una señal con la cabeza.
—Hijos, vayan a sus cuartos o salgan —la señora ordena con seriedad—. Amor, ya es la vigésimo primera muerta del año y que sea familiar de los cazadores de esas criaturas pálidas.
—Lo sé —se lleva una mano al rostro—. Eran otros tiempos, el Rey apoyaba a los cazadores de esas cosas y los brujos pagaban bien por trozos frescos —mi padre habla serio.
—Cada vez ocurren más cerca de aquí —la señora se muerde las uñas.
—Lo sé, por eso todos los hombres nos turnaremos vigilias.
Mi padre me mira y reacciono, dejo la tetera y salgo de casa. En realidad tengo cosas más importantes que atender que estar escuchando esas historias: como lavar la ropa en el rio. Tomo la sesta y me alejo del lugar. Pero si soy honesta es algo preocupante, las muertes de los descendientes de los cazadores son horribles y muchos temen por sus hijos.
—Traje mi vestido favorito para lavar —la hija menor me alcanza.
—Si tu madre me ve dejándote lavar me golpeará —lo digo con fastidio.
—Tranquila, irá a comer con sus amigas.
—¿Cómo te dejó sola en casa?
—Dije que estaría estudiando —dice animada.
—¿Cómo puedo deshacerme de ti?
La señora no deja que su hija haga algo, solo estudia. Desde pequeña la cuidaba su abuela materna, una mujer diferente a la señora y ambas me seguían todo el día, me hacían sentir extraño. La anciana le decía que me observara, que esas cosas hacían las mujeres y algún día debía hacerlo ella misma. Ha decir verdad fue una anciana agradable.
—Me acerco a la edad, pronto me podré casar y no quiero ser una buena para nada.
Lo veo innecesario, seguro la casaran con un hombre de dinero, tendrá personas a su mando, no creo que necesite aprender estas cosas. Por ahora no puedo librarme de ella, solo la felicito y le enseño. La ventaja es que así termino más temprano y mientras esperamos a que se seque ella me habla de los libros que lee, en sí ella y su abuela me enseñaron a escribir y leer.
La ropa se seca y me apresuro a recogerla. Por lo menos el día parece despejado.
—¡Dejé mi vestido! —grita.
—Está bien, voy y vuelvo. Quédate aquí —logro sujetarla de la muñeca antes de que partir, no quiero que se caiga en el camino.
Corro y agarro el vestido que dejó sobre un arbusto. Las ramas han hecho que algunas fibras salieran de su lugar... esto me saldrá caro, tendré que llevarlo a componer sin que se de cuenta la señora o me ganaré una buena paliza.
Al acercarme al camino escucho pisadas de caballos. Camino y me rebasan unos hombres que parecen animados. Mi corazón se acelera al ver como se detienen cerca de la niña y empiezo a correr.
—Disculpe señorita, ¿qué tan lejos está el pueblo Flor Azul? —alcanzo a escuchar al hombre con una voz seductora.
—Buen día señor. Nada lejos, siga el camino, si se da cuenta ya puede visualizarse desde aquí el humo —contesta sin temor.
—Gracias hermosa joven, quisiera decirle que tiene una melodiosa voz —dice el hombre tratando de ser coqueto.
Es un sujeto de buen porte y playera de escote profundo que muestra sus músculos y tiene decoraciones brillantes, parecen de oro y algunas piedritas de valor. Sus ojos son de un color similar a la miel pero claros, su cabello es negro lacio, largo. Su caballo viene un poco cargado de cosas.
—Vámonos —llego con la respiración cortada y la tomo de la mano.
—Tranquila solo pidieron indicaciones —trata de soltarse—. Que amable, soy Alicia hija de Beltrán Elford.
—¿Debería saber quien es? —el hombre sonríe de forma extraña al escuchar el nombre de papá—. Lo siento.
—Señorita —me pongo a un lado de ella y le doy un codazo en señal de callarse.
—Y ella es mi hermana mayor, Leonor —vuelvo a codearla—. No seas agresiva —me reprende—. Ya voy, ya voy —dice entre risas—. Mi hermana dice que le gustaría recibir un cumplido —la niña me guiña un ojo y yo solo la miro con seriedad.
—Creí que era su criada —el hombre dice sin remordimiento mientras me mira.
—Vamos, no debemos retrasarnos —tomo a la niña del brazo para alejarla.
—Disculpe, me expresé mal, pero es que ¿cómo podría vestir así la hija de ese gran cazador?
Abro los ojos y me aferro más a la niña ante el cambio de voz. Las noticias de las chicas muertas llegan a mi cabeza, yo sé que papá formó parte de los cazadores de piel blanca en su juventud y es algo que no saben muchos, pero él parece saberlo.
—Ella es sencilla, quiere a un hombre que también lo sea, por eso disimula pobreza —Alicia sonríe todo el tiempo.
—Suficiente, vamos por el otro camino —digo con firmeza y les doy la espalda a los hombres a caballo.
—No quise ofenderte —dice con una voz suave que me da escalofríos y una energía fría me recorre al sentir que me toma del brazo.
—No importa señor, buen día —trato de zafarme de su agarre.
—Las puedo llevar, seguro que viven cerca —quiere parecer amable.
—Su corcel ya lleva mucho peso.
—Mis amigos pueden llevarlas.
—Gracias, pero no, sabemos otro camino —quiero alejarme pero Alicia no se mueve.
—¿Acaso crees que eres demasiado para mi caballo? —se lleva una mano al pecho como si lo hubiera ofendido.
—Lo que pasa es que mamá no sabe que vine con ella, si nos ven la van a regañar —le doy otro codazo, pero sonríe—, no mal interprete a mi hermana, es amable, pero usted no la alagó y la entristeció.
Sus hombres se ríen.
—¿Arturo, como pudiste ignorar a esa belleza? —me mira con desagrado el hombre del caballo gris.
—Que mal educados señores, creí que serían como este caballero —Alicia le habla con desagrado.
El sujeto los miró y ellos se pusieron serios.
—Me disculpo señoritas Elford —ante eso los hombres cambiaron de expresión, esto no me gusta.
—Caballeros —sonrío—. Discúlpenme, ustedes son los viajeros y no los salude como debería, pero entiendan que ante toda la situación de las jóvenes muertas mi estado de alerta me traiciona.
—Es comprensible —se le escapa una rápida sonrisa.
—Bueno, pero antes, lo correcto es que se presenten —Alicia insiste en no moverse.
—Soy Gonzalo y mis hombres, Juan y Emilio —hacen un movimiento con la cabeza en forma de saludo.
—Gracias Arturo Gonzalo, pero no —su agarre es más fuerte.
—Insisto, sería un honor llevarlas.
—No, gracias —nos miramos fijamente.
Creo que puedo golpearlo en la cara, el problema serán sus amigos que pueden atraparnos.
—Sí, por favor llévenos —Alicia se pone del lado del hombre—, pero deben cubrirme con una capa, de forma que no me vea o me matará mi madre, ya es tarde y nos puede descubrir —me mira, en eso tiene razón.
—¿Qué dices, Leonor? —sonríe victorioso.
—Bien, la situación lo amerita.
Uno de sus hombres, el de cabello corto y castaño llevó la canasta de ropa, el rubio se llevó a mi hermanastra y me fui con el tal Gonzalo.
—Te aconsejo que te sujetes de mí —me dice de reojo.
Le obedezco, pero al intentar sujetarme de su cintura toco su piel porque la lleva abierta. Es algo absurdo, no hace calor y es inapropiado al estar ante dos jóvenes.
—Tranquila, apenas nos conocemos —dice coqueto y sujeta mi mano que la quite—. Pero no me molesta, adelante —presiona mi mano contra sus músculos y los demás ríen, Alicia sobresale de entre todos.
—Que inapropiado —le digo con furia y me suelta.
Me sujeté de sus hombros y empezaron a moverse hasta donde les indiqué.
—Gracias caballeros, tenemos una deuda con ustedes —Alicia sigue feliz, esa cara de inocencia debería ser suficiente pago para esos hombres.
—No es nada, fue un placer traerlas —baja del caballo el tal Arturo Gonzalo—. Y Leonor, si quieres tocar más de mí lo podemos hablar —me besa el dorso de la mano y yo me limpio, lo que le causa una carcajada profunda.
—Entraré a casa. Adiós a todos —Alicia se despide agitando la mano y entra a casa.
—Gracias a los tres y disculpen mi actitud anterior —trato de no mostrar mi disgusto por los comentarios del sujeto.
Sus acompañantes se alejan tras una señal y a mi me pone nerviosa.
—No es nada —no deja de mirarme y sonreír.
—¿Leonor? —mi hermanastro llega y se para a mi lado—. ¿Quién es? —su mirada dice que quiere meterme en problemas.
—Buenas tardes, joven Froilán, uno s visitantes que preguntan por un lugar donde quedarse.
—Estás mintiendo, tu rostro está rojo, ¿acaso estás ocultando algo? —acerca su rostro para analizarme.
—Es verdad, soy un visitante, la encontré en el camino y la traje —el sujeto se interpone entre mi medio hermano.
Noto que una sonrisa retorcida y breve aparece en el rostro de Froilán.
—Bien, entonces en agradecimiento y como bienvenida los esperamos para cenar —Froilán extiende su mano y el sujeto igual, parece que están haciendo un trato silencioso.
—Cuente conmigo —sube al caballo y se va.
—Bien hecho joven, es bueno que papá los examine —le digo y me alejo.
No me caen bien, el trato tampoco me agrada, pero papá sabe ver intenciones, es bueno que vengan.
—¿De qué hablas?, a papá no le importa tu futuro, pero si podré conseguir un caballo a cambio de ti me caerás menos mal.
Su broma me hace enojar, lo mejor es ignorarlo. Veo que entra en la casa sin causar alboroto y me siento aliviada de que por lo menos no vio a su hermana llegar conmigo. Lo malo es que su invitación significa que debo trabajar más.
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Me apuré a cocinar, Froilán le dijo de la visita a mi padre y a su madre, por lo que me citaron ante ellos.
—Seguro es un perro hambriento que quiere a tu hija harapienta para colgarse de tu riqueza —la señora lo dice con seguridad—. O tal vez tu hija se le insinuó y se hace la inocente.
—Es mejor que tenga la vista en mí y no en su hija —les digo y me ven con odio.
—Ni se te ocurra pensar que mi hija caerá en las manos de un desconocido —la señora empieza a alterarse, peina su cabello con los dedos y entre ellos quedan algunos.
—Bien, lo analizaré en cuanto llegue. Si es necesario actúa como una enamorada, no quiero que vean a mi niña —mi padre me mira con aprobación—. Deben prepararla.
La idea de que se fije en la niña es aterradora. Así que la señora me busca uno de sus vestidos, ordena que me peinen y me hagan ver elegante. Escuché que quemará lo que estoy usando cuando todo acabe. Lo entiendo, en esta casa conocen mi verdadera apariencia y todos tratan de no hablarme como precaución, para que no les de mala suerte.
El sonido de os caballos afuera hace que se apresuren y me lleven hasta la entrada.
—Bienvenidos —dice mi padre con una gran sonrisa y un apretón de manos a cada uno.
Me quedo sorprendida al ver que sus ropas son muy elegante, se ven de un buen nivel social. Tienen joyas y los detalles de las costuras brillan, colores muy llamativos, la ropa de la mañana parece un simple trapo viejo a comparación con lo de ahora.
—Traje unas flores para cada dama de esta casa —ese Gonzalo Arturo o como sea mantiene la voz seductora.
Entrega un ramo sencillo a la señora y a mí, se queda con uno más elaborado. Mira por todo el lugar y al final se fija en mí y libera una mueca de molestia. Miro a mi padre y veo que él también se dio cuenta ... vienen por la niña. Mi padre pestañea indicándome que debo actuar, hacerles creer que soy la hija favorita para ver que tanto conocen a la familia y si podemos engañarlos.
—Adelante —dice mi padre sin perderlos de vista.
La señora se queda embobada con tanto brillo, ni se da cuenta de la situación.
Me siento extraña, por un lado estoy siendo útil y reconocida por mi padre pero por el otro sé que puedo convertirme en un chivo expiatorio por el bien de la niña. Y por alguna razón ... no me molesta.
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¿Será cierta la sospecha o solo exageran?
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