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Capitulo 8

No podía mentir, estaba asustado hasta el punto que su mano temblaba y no lograba apuntar su varita correctamente. Era después de todo su primer día como auror en campo y su primer duelo real con un grupo de mortifagos. En circunstancias normales los reclutas no salen a luchar tan rápido pero esa noche se habían registrado tres ataques a escasos segundos de diferencia.

El primero había sido en callejón Diagon donde la batalla aún era encarnizada, el segundo en san Mungo y el tercero, donde él mismo estaba presente, resultaba ser en el ministerio de magia. Aun no lograban entender como los mortifagos habían entrado con tal facilidad y además parecían conocer a detalle cada pasillo, corredor y escondite posible en el lugar.

La batalla estaba resultando de lo más encarnizada, no importaba cuantos mortifagos dejaran inconscientes siempre parecían estar en ventaja sobre los aurores y los demás empleados del ministerio que se encontraban apoyando en la lucha de la mejor manera posible.

Estaba asustado, aterrado de morir el primer día de servicio sin ser realmente útil. Cerro los ojos y respiro profundo, segundos después al abrirlos se encontró de frente con una máscara de plata salpicada de sangre a escasos metros del cadáver de un mortifago.

A simple vista se dio cuenta que era un chiquillo, probablemente sería un par de años más joven que el mismo. Sintió nauseas al ver las heridas en el cuerpo del joven mortifago, obviamente los ataques habían sido más que defensivos, lo habían atacado incluso cuando ya estaba en el suelo.

No pudo evitar pensar que toda esa guerra era absurda. No había un bando correcto. No había buenos y malos solo magos y brujas luchando entre ellos al intentar defender sus ideales. Comenzó a alejarse del cadáver y se preparó para luchar. Porque ya no importaba lo que pensara sobre ese asunto, si era o no una mierda total no importaba en esos momentos.

Debía luchar y sobrevivir porque sin importar nada él era un Auror.

Su trabajo era obedecer las órdenes de sus superiores sin preguntar las razones y sin dudar si era correcto de hacer o no. Solo debía luchar y sobrevivir un día más. El final de todo esa guerra absurda se reducía a eso. Sobrevivir. Nadie iba a ganar. Ni el que no debe ser nombrado, ni Harry Potter. Por que como siempre sucede en las guerras habría miles de víctimas en ambos bandos.

Ese joven mortifago había sido hijo de alguien o quizá incluso era padre de alguien y ahora estaba muerto. Muerto luchando por algo que quizá ni siquiera comprendía del todo. Respiro profundo el viciado aire lleno del aroma de la sangre y el miedo antes de dirigirse directamente contra un mortifago que estaba acorralando a una chica del departamento de leyes mágicas.

Olvidando sus dudas, su miedo y el dolor que sentía en su propio cuerpo disparo un hechizo paralizante justo antes de que el mortifago lograra atacar a la joven que muchas ocasiones le sonreía en los pasillos y jamás reunió el coraje de preguntar su nombre.

La vio salir corriendo dispuesta a ayudar a unos heridos a unos cuantos metros de ellos y ridículamente la misma frase de siempre cruzo su mente…

Mañana, mañana le preguntare su nombre y le invitare un café…

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Molly siempre se había mostrado fuerte, una simple ama de casa quizá, pero era más que sabido que era valiente. Estaba dispuesta a dar su vida por su familia y por sus ideales pero a pesar de su férrea voluntad estaba preocupada, su marido y sus hijos se habían marchado ante el llamado de auxilio de la orden del fénix hacía ya demasiado tiempo y las manecillas del viejo reloj continuaban apuntando peligro de muerte.

Sabía que los mortifagos eran despiadados, que les importaba más bien poco la vida de otros e incluso la suya pero en su mente no eran más que fanáticos extremistas, dispuestos a matar y morir por su causa pero nunca había pensado en ellos como grandes estrategas. Jamás había ocurrido algo así, habían atacado tres lugares clave para el mundo mágico y todo era un infierno. Apretó con fuerza la tela de su viejo delantal hasta el punto que sus nudillos palidecieron aún más, no sabía qué hacer con sus manos y con los nervios que le atenazaban la garganta.

Deseaba gritar, llorar e incluso maldecir por tener que sentarse a esperar noticias mientras su familia arriesgaba su vida en el campo de batalla. Sentía los ojos arder de lágrimas que tercamente se negaba a dejar en libertad. No, ella no era una simple ama de casa, no lloraría. Ella era el principal pilar de su familia y debía resistir. Ser fuerte y no dejarse vencer jamás.

Estaba en casa con Ginny a quien había tenido que hechizar para evitar que siguiera a Ron y Harry al centro de la confrontación y esperaban la llegada de Charlie de un momento a otro por la red flu, miro sus manos pálidas aun aferrando la tela impoluta de su delantal e imploraba a Merlín que su familia volviera a casa a salvo, solo eso. Que su familia volviera con vida, camino a la cocina al escuchar el sonido característico de la chimenea seguido de la toz de su hijo al verse cubierto de hollín. Ese pequeño Ronald había prometido limpiarla pero como siempre no lo hizo.

Escucho el grito de Ginny incluso antes de llegar a su sala de estar. Su pequeña Ginny, era aún una niña pero ya estaba inmersa en una absurda guerra, una guerra de la que esos malditos mortifagos tenían la culpa. Esas injustas ideas de que solo por ser sangre pura son mejores que los demás, nadie es mejor que nadie, pensó en un arrebato de furia.

Salió apresurada de la cocina dejando el reloj sobre la vieja mesa y resistiendo el impulso de verlo de nuevo, apenas unos segundos después de que ella dejara de ver asustada el reloj para reunirse con sus hijos en el salón las manecillas con los nombres de Charlie, Ginny y la suya propia se arrastraron rápidamente hasta alcanzar a las del resto de su familia.

Charlie estaba a punto de aparecerse cuando una gran explosión se escuchó muy cerca de la casa, el suelo tembló los objetos vibraron ligeramente sobre las mesillas o repisas, Molly tomo con fuerza su varita y abrazo a su hija, estaba por enviarla a su cuarto cuando noto las sombras moviéndose fuera de las ventanas.

Comprendió demasiado tarde que los estaban atacando cuando los cristales se volvieron astillas afiladas volando hacia ellos, Charlie logro reaccionar a tiempo arrasándolas con él al suelo antes de que las astillas chocaran con sus cuerpos. Se levantó tan rápido como pudo y salió hasta el jardín donde seis mortifagos se encontraban de pie.

Apretó con fuerza su varita cuando vio a su hijo de pie frente a esos mortifagos, se levantó ignorando el dolor de su rodilla al haber caído de una mala manera, no podía permitir que su hijo enfrentara solo a esos Mortifagos, miro hacia atrás esperando ver a su hija asustada pero solo encontró a su pequeña hija de rodillas en el suelo conjurando su patronus, vio con orgullo la brillante figura de un caballo plateado alejarse en busca de ayuda.

Un grito de dolor la obligo a ver de nuevo a su hijo, de rodillas en el suelo mientras uno de los mortifagos apuntaba su varita hacia él, vio a tres de los mortifagos comenzar a lanzar hechizos hacia su casa mientras Charlie no dejaba de gritar y en medio de un rugido de rabia ataco…

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Draco había estado esperando más resistencia de esos pelirrojos pero fue realmente decepcionante. El único que intento atacar en cuanto los vio fue la comadreja de los dragones. Un patético intento a decir verdad pero un intento al menos.

Un hechizo de desarme contra seis mortifagos, había escuchado la risa de un par de mortifagos de bajo rango que los acompañaban mientras que Theodore había lanzado un certero cruciatus contra el pelirrojo. Los gritos eran fuertes y desgarraban el aire con intensidad. Theo siempre había sido especialmente bueno con el Crusiatus, Blaise por otro lado prefería destruir cosas. Con una indicación Blaise y el otro par comenzaron a destrozar la amada madriguera.

Bloqueo con pereza un hechizo de la matriarca comadreja y comenzó a reír al verla sonrojarse de rabia mientras veía sus ataques ser repelidos con facilidad. Pobre mujer, pensó en un lapsus de caridad, no tenía belleza, elegancia, gracia o dinero como su propia madre y lo único que siempre había presumido con orgullo, su casa y familia ya no lo tendría más.

Hermione continuaba tranquilamente de pie a su lado atacando a la menor de las comadrejas. El plan era simple y ella actuaba a consecuencia, tomo apenas unos minutos para que la casa ardiera por completo y comenzara a colapsar mientras un agotado pelirrojo se desmayaba del dolor. Lanzo a la robusta mujer contra el suelo aburrido del inútil duelo que sostenían hasta ese momento y miro a la castaña.

Con un exagerado suspiro Hermione lanzo un potente crusiatus a la pequeña pelirroja que cayó al suelo gritando de dolor unos segundos antes de desmayarse. Blaise de acerco al inerte cuerpo de la chica y la levanto sin cuidado alguno del suelo ante la aterrada mirada de Molly quien se arrastraba intentando alcanzar su varita en medio de gritos y suplicas de piedad, no para ella si no por su adorada hija. Eso fue lo último que vieron antes de desparecer del lugar llevando consigo al tesoro más preciado de la familia de pelirrojos. Su hija, su pequeña Ginny.

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Harry y Ron se encontraban en el callejón diagon luchando contra los mortifagos que llenaban el lugar de caos, sangre y gritos de dolor pues no importaba quien opusiera resistencia eran atacados sin piedad. Las maldiciones multicolores volaban por doquier, la sangre los salpicaba y los cuerpos tendidos en el suelo les dificultaban caminar.

Ronald estaba asustado, el horror en ese lugar era inimaginable. Tanto caos, tanto dolor y rabia en un solo lugar. Vio a sus hermanos luchar espalda contra espalda no muy lejos de ellos, Fred y George se defendían como bien podían a pesar de sus evidentes heridas.

Harry recorrió el callejón con la mirada y ataco a varios mortifagos dejándolos tendidos en el suelo inconscientes. Le parecía imposible matarlos. Él no era y no deseaba ser un asesino. Continuo avanzando rápidamente intentando ayudar a tanta gente como fuera posible, vio de reojo a Fred y George, a Tonks y ojo loco a Lupin e incluso reconoció a un par de aurores de quienes no recordaba sus nombres pero que los vigilaban a él y Ginny cuando dejaban la madriguera.

Estaba por atacar por la espalda a un licántropo que acorralaba a una bruja contra un muro cuando la batalla pareció congelarse, los mortifagos se sujetaban el brazo marcado y lentamente comenzaban a desaparecer del lugar dejando tras de sí un reguero de sangre y cadáveres.

En cuestión de segundos el único sonido que inundaba el lugar era el llanto y los aullidos de dolor de los heridos, impotente y sin saber que hacer estaba por correr hacia Lupin cuando el patronus de Ginny se detuvo frente a él.

Un escalofrío lo recorrió al escuchar la dulce voz de su novia pronunciar con rapidez un mensaje que lo dejo helado… "Mortifagos atacaron la madriguera… ayúdenos por favor" Ron completamente pálido a su lado se desapareció del lugar sin decir nada, Fred y George habían seguido su hermano completamente serios. Harry aterrado ante lo que le esperaba en la madriguera cerro los ojos y se apareció.

Cuando sus pies tocaron el suelo y sus ojos se abrieron solo pudo contemplar con horror la casa en llamas completamente destruida, busco a su amada Ginny aterrado por no encontrarla y vio a Fred y George intentando hacer reaccionar a Charlie mientras Ron abrazaba a su madre.

Corrió hasta la matriarca Weasley al mismo tiempo que el sonido del resto de la orden y los Weasley llegando al lugar. Su corazón se estremeció al ver a la mujer llorar desconsolada y bañada en sangre gritar por su hija, llorar amargamente por que no logro evitar que se llevaran a la menor de sus hijos.

Su mundo se desmorono y no pudo evitar que sus rodillas se doblaran y lloro amargamente. Ginny, su Ginny en manos de los mortifagos, la madriguera destruida y cientos de personas muertas por su culpa. Todo por no ser un mejor mago, por no poder vencer a Voldemort, por arrastrar a muchas buenas personas a una cruel guerra que en esos momentos dudaba seriamente poder ganar.

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