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Único

Cuenta una leyenda de antaño, que con el nacimiento de lo conocido, de lo humano. Ante el pecado y la salvación, de todo lo concebido y palpado en los prados de lo angelical, dónde almas eran perfectamente creadas, los ángeles los  admiraron, como también apreciaron como estaban hechas a medida de la contraria, fundadas ante la disputa del cielo y el infierno sobre la capacidad de que ellas resistieran a las seducciones de lo terrenal.

De por allí de la época de los titanes y los dioses, de los tiempos en que nada más que honrar con muertes era lo más venerable. Los años en que Sócrates y Platón renombraron la era del antes y después de los humanos. Años en los que los dioses del olimpo eran los más sagrados y temidos. Dónde de ciertas adivinas nació una leyenda no tan conocida por ser la causante del constante recordatorio de Zeus de su perdida batalla contra lo que nadie podrá controlar ni mantener cautivo, el amor.

Cuentan las lenguas bajas que un día las Moiras entre sus cánticos y cortadas de hilos de vida concibieron el desafortunado pero bello destino más precioso y fuerte que hayan podido tocar. El hilo unía a dos almas muy diferentes de todas, almas demasiado fuertes, muy entrelazadas, imposibles de separar.

De allí ellas exclamaron ante los dioses que nada ni nadie podría separar a esas almas, las cuáles sólo existían para complementarse, para necesitarse, desearse, pertenecerse. Eran la eterna exclamación del amor verdadero y en estado bruto. Eran la llave ante la devastación de los cielos y el inframundo.

Zeus enfadado y celoso contra la suerte de esas almas, nacidas de los mismos prados del edén, lejos del olimpo, siendo almas puras, sin rastro de pecado en ellas, bajo el manto de un ser aún más poderoso, concibió su odio.

Una noche el mismísimo dios de los rayos secuestró a tales almas y separó, una fue llevada ante las puertas del inframundo y la otra fue arrojada ante los campos de los brujos y magos indeseados. Una de las almas, la que emanaba un brillo verde fue condenado a arrebatar la vida de quién tocará, así si se encontraba con su otra mitad fuera imposible que lo rozara con ese miedo latente.

Mientras que la alma que se pintaba de un leve tono naranja fue condenado a sufrir por su otra mitad, llenándose de dolor por necesitarlo. Sintiéndose miserable y cegándose de miedo ante la posibilidad de hallarlo no lo pudiera reconocer puesto que habría perdido cada rastro de otro sentimiento que no fuera el del dolor.

Pero las Moiras concretaron que esas almas jamás se separarían y que buscarían la manera de encontrarse y amarse. Siendo su necesidad de poseerse la demostración más grande de que nada podría ser más fuerte que su puro amor.

Las almas fueron criadas ante los deseos de los que los arroparon. Nadie tenía idea de su pasado, mucho menos que pertenecían a los cielos, cómo príncipes del mismo. Una de las almas cayó ante el dios de lo bajo, la belleza de su brillo encandilo al mismísimo Hades, y su don de arrebatar almas ante un toque lo hizo aún más importante para sí. 

Por su parte la otra alma terminó ante el final del arcoíris, cayendo ante las garras de los seres más despreciables de los inframundos desiertos. Su poder de llenar de dolor a quiénes lo miraban lo hizo ser desertado hasta que unas hadas de la oscuridad lo cuidaron. Ambos crecieron carentes de algo que ni ellos se explicaban que era, la necesidad de tener un suave toque, o sólo un suave susurro a veces a ambas almas llenaba de algo inexplicable. Los años pasaban, al igual que los milenios. Los dioses fueron desplazados de la vida de los humanos poco a poco. Los tiempos cambiaron y todo se desvanecía, todo se adaptaba al igual que ellos.

Pero algo nunca cambió, la muerte y el dolor calaban tanto a los humanos que inevitablemente sus caminos fueron unidos. La muerte se vestía de negro, su piel era similar a la nieve, fría y bella, suave, aporcelanada. Sus ojos carecían de brillo puesto que sólo concebía el arrebato de lo vital. Sus manos estaban ocultas tras unos aterciopelados guantes, protegiendo así a quienes no debían de ser sus víctimas. Su nombre fue susurrado en una pesadilla, Yoongi.

Así se nombraba el verdugo de los incautos en los caminos sin retorno.

Por otra parte ese sentimiento de incontrolable desesperación, aprisionamiento de la respiración y deseo incontenible por desaparecer se arropaba con suaves tonos grises y blancos llenos de suaves gotas de agua que llovían de sus ojos rojos de tanto desplazar lágrimas ante el mundo. Su piel levemente acanelada y sus ojos similares a los robles más sabios del plano terrenal cubrían a una belleza imperdonable. Lo nombraron entre violentos silencios como; Jimin.

El poseedor de tan devastador sentimiento, que aprisionaba constantemente a los humanos.

Ambos habían pasado milenios sin siquiera rozarse hasta cierta noche en que la luna se vestía con su mejor brillo y unas almas en un remoto país deseaban dedicarse una última mirada.

Jimin los miraba llenándose de su esencia, siendo aprisionados por un tono azul apocalíptico, ante sus últimos susurros de amor eterno. Algo que hacia que el dueño del dolor no comprendía, no sabia que era el amor y porque llevo a esas almas tan jóvenes a desear acabar con sus vidas a tan corto camino.

Te amo, por favor no lo olvides jamás, ante esta vida o la otra siempre seré tuyo.

—Te amo aún más, siempre seré tuyo mi amor.

Un suspiro ahogado por parte Jimin y sus ojitos cerrados lo despego de los últimos momentos de aquellos jóvenes.

Por su parte Yoongi levemente rozó a esos cuerpos ahora ya vacíos y observo como las almas se desprendían de los mismos volando libremente una junta a la otra. Sus ojos viajaron ante los revoloteos fugazes de esos bellos brillos hasta que se topó con una figura, la cuál escondía su rostro ante sus palmas.

Arrugo levemente su ceño como tratando de visualizar mejor al ser que estaba a metros de él. Cuándo las palmas se despegaron de sus pómulos y su carita empapada en llanto fue visible para Yoongi sintió un leve golpeteo en su árido corazón.

Un latido.

Dos latidos.

Tres latidos.

Eso debió de ser suficiente para que se alejara del inminente peligro, pero en cambio se acercó. Sus latidos fueron más presurosos y lentamente el brillo que perdió hacia años fueron adornando sus orbes negros de nuevo.

—¿Quién eres?— habló directamente causando que ese ser que lo estaba alborotando lo mirara.

Cuándo sus ojos se toparon pudo sentir su mundo detenerse. Ensordeció por unos instantes y sólo arremataba contra su sistema, latidos descontrolados con un revoloteo indescriptible en su estómago.

S-soy Jimin— su voz salía fina y dulce, eso fue suficiente para que Yoongi se condenara sin saberlo a él— n-no te acerques puedo contaminarte, soy el dolor.

Yo me llamo Yoongi— su tono era un poco tembloroso — no podrías dañarme, soy la muerte, nada es más mortífero que yo.

»Y así fue cómo el dolor y la muerte se conocieron.«

Así fueron los días, años, milenios concibiendo el paso a sus ya despiertos corazones. Sus leves miradas dulces e inocentes por parte del dueño de tan devastador sentimiento estremecía el rígido y frío cuerpo del mayor, sus ojitos brillantes y grandes.

Con el paso de los tiempos la desesperación calaba demasiado a Yoongi, deseaba infinitamente siquiera compartir un roce con Jimin, acariciarlo sin cuidado. Besarlo y llenarlo de sus marcas, hacerlo suyo. Los leves sonrojos del contrario, unido con una bondad que el nunca vio lo hacían extremadamente inefable para sí. Lo admiraba cada que podía, con sus ojos enmarcaba sus facciones tan finas y filosas.

Su voz suave y dulce condenaba a sus oídos a querer escucharlo con más insistencia y todo el tiempo. Porque Yoongi se había enamorado de Jimin desde el primer día. Pero no aceptaba que no podría siquiera pasar sus dedos sobre su suave piel, devorarlo con lujuria o simplemente besarlo, quería saber a lo que sabían sus labios, que se sentiría tomarlo de sus pequeñas manos sin una tela que los separara.

Porque Yoongi se estaba perdiendo en ese laberinto condenado por los humanos y admirado por los ángeles. El amor.

Por su parte Jimin comenzaba a desarrollar sentimientos ajenos al dolor, también deseaba más y más a Yoongi, necesitarlo ya no era lo que pudiera describir lo que él sentía. Claro, él era dolor y eso sentía, pero no podía abarcar lo que ahora experimentaba. Temía amarlo puesto que ambos estaban prisioneros de sus propios destinos. Pero ante cada muerte de soles y desvanecer de almas, con la lentitud con la que llegaban al alba ante charlas inacabables y silencios más que cómodos hacían que cada que deseaba salvar cada momento en su memoria lo quemaba con astucia. Porque dolía el latido de su corazón, pues lo hacia con tanto esmero que sabia que ya no eran silenciosos.

Pero aún así no dejaba de llorar ni de sufrir, no cabía dentro de sí más espacio para otros pensamientos, aunque por su parte Yoongi no podía siquiera rozarlo pues podría extinguirlo y eso lo llevaba a desesperarse por desearlo aún más.

¿Cómo podrían siquiera amarse ante tantos obstáculos?.

Pues lo hicieron, lenta y mortíferamente Jimin y Yoongi comenzaron a caer bajo los encantos y desperfectos del otro, siendo cautivos de los ojos del contrario, los dos se recriminaban en silencio el hecho de haberse enamorado ante tales situaciones, pero en cuánto se veían todo desaparecía.

Estaban tan jodidamente hechos el uno para el otro que ni el destino ni las maldiciones podrían detenerlos de amarse.

Yoongi buscaba ante las bibliotecas sumergidas en el inframundo ya olvidado algo que lo ayudara a desprenderse de su destino. Él sólo necesitaba amar a Jimin, sólo eso necesitaba, sólo eso anhelaba.Buscaba cada que podía pero no hallaba nada, ni viejas leyendas, nada.

Sus frustraciones lo cegaban y lo ponían de nervios, arremetía con todo, destruía y mataba a quiénes siquiera lo miraban o molestaban en su búsqueda. Necesitaba respuestas, y las conseguiría con quién no deseaba. Pues entre los pasillos del inframundo oyó una leyenda que nadie exclamó, pues enfurecía a los dioses de antaño e incluso podría despertar la ira inmensurable de Zeus, el ya dormido rey de los rayos.

Pero eso poco y nada importó, emprendió su camino hasta llegar a uno de los lugares más despreciados por sí, buscando a quién sabía que le daría respuestas. El lugar olía a su esencia, a muerte y desesperación, también se oían gemidos y botellas siendo lanzadas ante la intemperie. Suspiro al llegar a un rincón siendo iluminado por luces violetas, dos siluetas se contrastaban sudorosas ante el lugar.

Taehyung necesito que me ayudes con algo— habló apenas ingresó, una sonrisa ladina se incrustó en el nombrado el cuál traía poca ropa y unos labios devorándolo.

—¿Los modales Yoongi, dónde quedaron? — habló el acompañante del dueño de unos ojos miel inmersos en obscuridad incalculable.

Cállate Jeon, vine a hablar con Taehyung no contigo— soltó el azabache emanando un aire de cansancio.

Bueno, veo que es urgente si la muerte misma vino a buscarme a mí, uno de los pecados capitales ¿no crees bebé? — se dirigió el castaño ante su acompañante, posicionándolo a su lado, rodeándolo con su brazo —¿que desea usted Yoongi?

Necesito que me ayudes con una vieja leyenda, siendo que eres uno de los pecados más antiguos creí que podrías Taehyung.

—Ambos somos pecados capitales, no lo olvides Yoongi—habló el castaño más oscuro mirándolo con desaire.

Losé Jeongguk pero necesito que él me diga la leyenda de las Moiras y se que tú no podrás.

Ambos se quedaron estáticos, nadie nombraba a esas mujeres hacían centenares de años.

—¿Que quieres saber? —habló Taehyung mirándolo fijamente.

Yoongi miró detenidamente al dueño de esa voz profunda, sus facciones filosas y perfectas encajaban perfectamente con él. Pues Taehyung era la vanidad, uno de los 7 pecados capitales más antiguos de los tiempos muertos.

—¿Que es lo que te traes Yoongi?—sonrió sancarronamente el castaño, el mismo que poseía una sonrisa embelesante, unos ojos llenos de pecado, de ganas de hacerlo cometer el acto de perderse entre los placeres del cuerpo. Pues Jeongguk era la lujuria misma. Y Yoongi claro que quería caer en esas sensaciones sí así obtenía a Jimin.

Si así lograba siquiera rozarlo, besarlo, hacerlo tan suyo que olvidaran dónde comenzaba y acababa su piel.

¿Quieres dejar esto no?

Sabes lo que quiero Taehyung, dímelo todo.

El castaño suspiró pesadamente mirando a su acompañante, peinó suavemente de sus cabellos sonriéndole dulcemente — Bien, hace años las Moiras exclamaron que todos los dioses, semi-dioses , ángeles, demonios, cualquier criatura infernal u celestial que deseara desprenderse de su esencia tendría sólo una oportunidad, cada muerte de luna. En la misma el cielo se bañara de sangre, el sol se pintará de negro y el sol de blanco. En la boda de los astros una oportunidad tendrás, de escapar, sólo demostrando que tú razón por dejar esa vida es lo suficientemente fuerte para dejarte ir al mundo de los mortales.

—¿Cuándo es la muerte de la luna?

Nadie lo sabe, se dice que pasa sin aviso, sólo sucede. Pero es peligroso, dicen también que Zeus despierta ante esa muerte esperando atrapar a esas almas que lo llenaron de vergüenza.

—¿Aún crees en las aureum animarum?

Quién sabe Yoongi, quizá tú seas una de ellas. Sabes que su amor es la definición de la unión de lo imposible, el puente entre el cielo y el infierno, la convivencia en lo terrenal. Las aureum animarum de antaño son la esperanza de muchos ángeles y demonios. Aún siguen perdidas, pero cuándo se encuentren la vida y el destino harán una fiesta. Puesto que los príncipes de la existencia volverán a su puesto y harán renacer todo lo conocido.

—Ya déjate de tontos libros de historias de los desertados Taehyung, aún así te agradezco que me hayas contado todo. Gracias.

—Sea lo que sea que hagas Yoongi cuídate, se sabe que Zeus es capaz de lo que fuere con tal de hacer polvo a esas almas.

—Si Jeongguk, losé. Debo irme Jimin me espera.

Sin dar cabida a más palabras Yoongi desapareció entre las sombras.

—¿Ellos son no?— habló levemente Jeongguk.

Sí, debemos advertirle al arcángel Gabriel, si algo llega a pasar es mejor que los cielos estén preparados.

—¿Taehyung cómo acabaron así? Sólo desean amarse.

—Su amor es la prueba y juego de ambos reinos. Ellos están maldecidos a amarse como nadie y a sufrir por ello ante cada realidad.

Yoongi de nuevo estaba perdido en sí mismo. La verdad ¿cabía una posibilidad, siquiera mínima de ser el imposible a posible de los antiguos titanes en realidad?

Tenía a Jimin dormido a su lado, en el mismo césped dónde merodeaban sus miedos, frustraciones, deseos. Las líneas que enmarcaban a aquel ser lo deslumbraban, su brillo ante la lluvia de tenue nostalgia dada por la luna chocaban contra esa suave piel que él moría por tocar. Su corazón latía aún con más rapidez que la primera vez que lo vio, aún más descontrolado estaba su pulso que juraba que se oía a kilómetros, sus temblores se debían a esa estresante proximidad.

Por que ni él entendía cómo antes no oyó los gritos del destino ante su maldición, perdió cualquier vestigio de soledad con oír la risa de Jimin llenar su negro espacio. Sus leves susurros algo apenados, esa voz melódica, su ser en sí hacia que Yoongi perdiera su norte, la estabilidad. Porqué él ya estaba harto de tantos milenios calados en su cuerpo con tatuajes de incomprensión y temores invisibles pero tan palpables.

Yoongi...— Jimin había despertado, se tallaba tan tiernamente esos ojitos avellana que enternecía el ya derretido corazón del nombrado —¿acaso no tienes sueño?

Yoongi negó.

Prefiero contemplarte Jimin, eres mejor incluso que dormir, y eso no lo creí posible.

Jimin permaneció sin emitir siquiera un sonido por unos instantes.

Decidió estudiar cada curva de esos labios tan apetecibles que lo traían suspirando. Esos ojos gatunos tan obscuros y llenos de ilusiones muertas al igual que los suyos, una tez tan sencilla de confundir con la nieve.

Creo que me enamoré de ti Jiminie.

Soltó imprudentemente Yoongi dejando a la intemperie a Jimin, el cuál sólo comenzó a soltar leves lágrimas contaminado su anterior aura color amarillo con un azul.

N- no, no, no me digas eso Yoongi, no— ya esas gotitas transparentes caían curiosas sobre sus mofletes rosas — no puedes amarme, no podemos amarnos, esto es imposible. Tú no puedes ni tocarme por que tú...

Escúchame, podré, podemos escapar de esto Jimin, dejar de ser la muerte y el dolor y ser simples almas mortales, pero no puedo hacerlo solo, debes hacerlo conmigo.

—¿Estás demente Yoongi? Es imposible, ni el mismísimo Eros podría bendecir nuestro amor ¿Cómo planeas hacerlo? Estás loco.

¿Acaso no te gusto también?

—Claro q-que sí, pero estás diciendo incoherencias.

—Jimin sólo necesitamos demostrarle a los mundos bajos y altos que merecemos ser del mundo terrenal para poder vivir nuestro amor, para amarnos — Yoongi trató de rozar la mejilla del triste chico que estaba en su frente, pero el mismo se levantó de golpe.

—¡Estás loco!— exclamó tapándose sus oídos como si deseara callar a alguien a algo.

—¿Porqué dices eso?— Yoongi a su vez también se incorporó —¿eres tan cobarde como para no luchar por lo que realmente quieres?

—No podremos Yoongi, no podemos.

—¿Según quién?. ¿Tus miedos, el mundo?. Te amo Jimin, sólo se eso, sólo se que arrebataría una infinidad de vidas por hacerte sentir mejor, sólo se que no puedo definirte a ti, sólo comprendo que me estoy desorbitado al estar alrededor tuyo, sólo se que estoy muriendo por tocarte, besarte, hacerte mío tan mío que nos perdamos en la piel del otro. Ser uno, ser amor. ¡Mierda!.— unas lágrimas cayeron del rey de la muerte.

Jimin se sorprendió.

Yoongi...— el acompañante se había aproximado peligrosamente a él —N-no sabía que te sentías así, no sabia que me amabas tanto.

Yoongi estaba a milímetros de esos labios tan rosas que pedían a gritos por ser devorados por los suyos, la respiración de Jimin chocaba contra su espacio personal, su aroma a suaves flores y frutos rojos lo hacían perder los estribos.

Unas gotas los hicieron desviar su mirada, el cielo comenzaba a bañarlos con la lluvia fría y el cielo se apagaba, escondía a las estrellas del mismo.

Yoongi ámame, no importa si dura un segundo, n-necesito... te necesito Yoongi.

Los ojos negros de él se dirigieron a la delgada complexión del dueño de esa voz tan llena de deseo y extrema necesidad. Todo en el latía con fuerza, no podía vivir si él, no podría. No lo tocaría aunque su cuerpo entero se lo estuviera rogando.

N-no puedo tocarte Jimin, estoy muriendo por ti, pero aún no puedo hacerlo por que podría...— su oración fue callada por esos tan anhelados labios aprisionados contra los suyos.

Lo separó con brusquedad cayendo al mojado pasto, mirada recorrió a su amado, no veía siquiera un rastro de que su alma fuera a separarse de su cuerpo, se incorporó con más rapidez. Jimin tenia sus manos sobre sus labios con la misma sorpresa, sus óbitos estaban muy cerrados y su frágil anatomía estaba siendo atrapado por la lluvia, nada más.

—¿E-estás bien?— Yoongi se posicionó hasta quedar a centímetros del menor —bebé...

Jimin abrió los ojos topándose con que seguia allí y aún más, sus deseos, crecían, no paso nada, lo besó y no paso nada.

Yoonie— pronunció sosteniéndose de la tan transparente y mojada prenda del contrario — Yoonie — soltó en un gemido haciendo que cada punto de razón se lanzara fuera de ese momento, sus ojitos brillaban expectantes.

Jiminie.

Sin miedo, sin nada Yoongi al fin decidió -aunque lentamente- apoderarse de esos labios que estaban rogando por sentir los suyos. La leve unión fue simplemente mágica, fue lenta pero a los minutos era más demandante, Yoongi delineaba los labios inferiores de Jimin con su lengua, buscando su aprobación por dejarlo ir más allá y así fue.

Una guerra entre ambos había comenzado, una que mezclaba el temor y la desesperación. Jimin soltaba jadeos y gemidos tan dulces ante Yoongi que juraba que sólo con eso bastaba para dejarlo en los cielos, se apresuró en bajar hasta llegar a sus delicadas clavículas, llevo su cuerpo hasta dar contra un roble viejo. Aprisionó ambas manos del menor contra el mismo haciéndolo perder la cordura beso a beso, dejando su marca en esa acanelada piel tan adictiva y deliciosa para él.

Yo-Yoongi— gimió Jimin al sentir las ágiles manos del mayor aprisionar su punto más sensible. Sus ojitos brillaban, su cuerpo estaba empapado y eso nada y poco importaba.

Yoongi amaba oír el desastre de tonos que era ese pedazo de ángel que él estaba marcando cómo suyo y que mentira más grande era, pues la verdad era que a cada marca y gemido él era más de Jimin, era de suyo, eran en una promesa escondida tras la lujuria eran uno.

Uno más suyo que el otro.

La ropa fue arrebatada con rapidez, pronto solo sus pieles estaban siendo apreciadas por la iluminación natural y vientos que mecían las ramas de esos árboles que eran testigos de ese acto más puro e impuro del amor.

Yoongi había besado cada centímetro de Jimin, desde su cuello, abdomen, muslos, cada parte. Quería marcarlo, morderlo, el deseo que sentía en ese instante era implacable, debía de demostrarle en actos silenciosos cuanto lo amaba, cuanto le pertenecía.

Lo preparó lenta y cuidadosamente, cada quejido de dolor de parte de Jimin eran cómo estacas en el cuerpo de Yoongi, no deseaba que sintiera eso, quería hacerlo sentir placer, pero sabía que para eso debía de cuidar de su cuerpo, acostumbrarlo a él.

Cuándo estés listo mi amor— habló mordiéndole el lóbulo, haciéndolo soltar más gemidos.

Hazme tuyo Yoonie— susurró Jimin.

Yoongi dejo su piel para adentrarse en esos orbes avellana tan magníficos.

Cuidadosamente se unió al menor, un quejido se oyó, sus uñas se incrustaban sobre esa fina y blanca piel, pero se sentía bien. Unos minutos y los vaivenes entre ambos cuerpos resonaban entre el desierto bosque.

La lluvia había cesado pero aún seguían rastros de su pasaje. Jimin soltaba más y más jadeos. Y Yoongi juró que jamás su nombre había sonado tan bien en los labios de nadie.

Sus cuerpos hablaban solos, arremetían contra los dioses, contra las maldiciones, contra el miedo, contra todo.

Porque ante todo estaban siendo uno, renombraban al amor de verdad.

Eran Jimin y Yoongi la esencia pues de las almas doradas.

Eran el amor destinado.

Ambos llegaron al clímax estremeciéndose, los temblores eran presentes y los espasmos.

No habían notado que el cielo se había pintado de un rojo escondido tras un negro.

La luna se escondió bajo el manto del sol, el cuál se vistió de naranja rojizo.

Ambos tanto Jimin como Yoongi habían desafiado a todo al hacer el acto de entregarse al otro.

A Yoongi nada le importaba más que guardar para siempre esa mirada reluciente que lo miraba con adoración.

Se recostó sobre el mojado pasto el cuál poseía la esencia de ambos, atrajo a Jimin hasta dejarlo a la altura de su pecho.

—¿Oyes eso?. Eso es mi corazón, que es tuyo, cómo lo soy yo. Sin importar lo que suceda. Tú y yo estamos destinados Jimin. Tú y yo somos el amor destinado. Te amo.

—Sin importar las vidas y los castigos soy tuyo y tú eres mío Yoongi. Te amo.

Esa fue la promesa que los planos presenciaron, ante lo cuál los ángeles se compadecieron y los demonios envidiaron.

Pues hace tiempo las moiras exclamaron, que un amor imposible de separar nacerá y podrán castigar, maldecir, tratar de separar pero jamás podrán arrebatar.

Las almas fueron abrazadas por un manto invisible, leve y dulce.

Un ángel en lo alto sólo sentía la desesperación y amor que sentian esas almas doradas nacidas ante la guerra del cielo y el infierno.

—Espero que en sus próximas vidas ustedes areum animarum puedan ser más libres.

Pues desde el arkhé, y según las lenguas bajas. Dos almas doradas nacieron para amarse, para complementarse, para poseerse, hasta el fin de los tiempos.

"Nuestra felicidad estaba escrita, por qué te amo y tú me amas"
—Serendipity; Park JiMin

Gracias por leer, por existir, por ser tú. Por si no te lo dijeron, vales demasiado y yo te amo aún sin conocerte.

|130917

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