« false god »
—ok, esto es un lemon que hallo puede ser un poco confuso, no por el hecho de ser un lemon ?) sino por algunos temas que abarco dentro del OS. Este es mi punto de vista del EreMika, que no les voy a andar con rodeos, para mí es una relación tóxica en muchos momentos, especialmente en este periodo de tiempo dado que el Eren después del cap 90 del manga es la cosa más tóxica que puede existir para Mikasa, there, I said it, no me maten porfa :(. Sin embargo, creo que eso para mí es parte del encanto y la esencia del ship, el EreMika es angst en su estado más puro. Sólo quería recordarles, que las relaciones tóxicas y los comportamientos tóxicos no están bien y tampoco deberían ser tolerados. (tremendo juego de palabras, luego verán porqué, gg)
—lo siento, me pasé un poco de la fecha de entrega, aún así espero que les guste porque fui más quisquillosa de lo normal con este OS. ¡Disfruten!
—o—
" but we might just get away with it
religion's in your lips
even if it's a false god
we'd still worship „
—o—
Era la más placentera de las torturas el sentir la adrenalina corriendo por su cuerpo cuando sus ojos colisionaban en la oscuridad de su habitación y él, con su mera llegada vaticinando el inminente escape de su raciocinio, le dedicaba esa sonrisa ladina que ella ya conocía, misma que destilaba una complicidad peligrosa. Y entonces Mikasa sabía que esa noche el deseo de volver a gemir su nombre con la respiración entrecortada y perderse entre las caricias de sus manos firmes la volvería a traicionar.
Nunca supo con exactitud en qué momento todo se le fue de las manos, tampoco cómo fue que algo tan simple como un casto beso bajo la lluvia había desencadenado un hambre dentro suyo que sólo él podía saciar. No midió las consecuencias al entregarle su cuerpo, aunque pudiera haber sido porque él, sin saberlo, ya se había hecho poseedor de su alma.
Recordaba bien el momento en que sus labios encontraron los ajenos bailando bajo una tempestad en medio del parque de Trost, aquel veintinueve de septiembre para siempre grabado a fuego en su memoria. Podía sentir como las estrellas brillaban sólo para ellos. Ya eran cuatro meses de aquello, y todo no había hecho mas que magnificarse día a día. A finales de octubre, el muchacho sostuvo con delicadeza su mano en medio del comedor y cuando hubo atraído miradas suficientes, hizo público su romance. La primera semana fue algo rara, no por el hecho de acostumbrarse a su reciente noviazgo en sí, sino por toda la atención que acapararon. Mas, con el transcurso de los días, todo se fue asentando y ya no habían más miradas sorprendidas cuando los veían tomados de la mano. Había sido un alivio no recibir más preguntas repentinas de "¿en verdad son novios?" a cualquier hora del día y a veces en las más inoportunas situaciones. Tampoco es como si pudieran recriminarles, aún cuando en los dos años que llevaban de paz habían aumentado las parejas en la Legión, seguía siendo algo poco común y más cuando ellos solían ser muy públicos al respecto.
Para mediados de noviembre, ya ella era suya. Lo sentía en su alma y llevaba sus huellas tatuadas con tinta invisible surcando toda su piel. Ese invierno se había convertido en el más cálido que Mikasa Ackerman había sentido hasta la fecha gracias a él. Eran noches en que mientras la temperatura afuera descendía sin parar y el viento aullaba enfurecido contra su ventana, Eren solía rodear su cintura con sus brazos para envolverla en un abrazo donde el dolor del pasado era sólo un mito, y luego de eso besaba su frente con pureza al tiempo que, Mikasa, extasiada y ebria de gozo, se permitía dormirse en su regazo y soñar con una eternidad allí. El calor de la chimenea no podía ni remotamente compararse con la calidez con la que Eren besaba sus labios y sostenía su cintura, o con ese primer te amo que escuchó salir de su boca aquella noche de Acción de Gracias, cuando él le agradeció a Dios o a cualquier fuerza o entidad invisible por haberla puesto en su camino. Y entonces sonreía para sí misma y negaba con la cabeza, mordiéndose el labio inferior con emoción y el alma inflándosele a reventar de orgullo. Y entonces su sonrisa se deshacía al instante, cuando caía en cuenta de que, en el cruel mundo en que vivían, las cosas bonitas no duraban nunca lo suficiente para ser disfrutadas a plenitud.
Y sus temores se empezaron a hacerse realidad en diciembre.
Habían peleado antes, en un margen de respeto como toda pareja lo hacía y siempre por nimiedades, procurando jamás irse a dormir enojados el uno con el otro. Por ende, aquello fue como un balde de agua fría calándole los huesos que la obligó a poner de nuevo los pies en la tierra. Y su mente la atormentaba una y otra vez con algo que ya sabía; en este mundo, nada dura para siempre. Y todo en Eren, por sobre todas las cosas y aunque le costara admitirlo, no era más que un préstamo. Lo supo desde el momento que le escuchó hablar con Armin en aquella oscura celda hace tres años (sólo me quedan ocho años de vida) y lo supo desde aquellas palabras que pronunció esa noche en octubre, la misma noche antes de formalizar su relación (no sé si puedo darte lo que quieres, o lo que sea que esperes de mí).
Fue un trece de diciembre la primera vez que rompió a llorar luego de una discusión, donde no hubieron reconciliaciones antes de la medianoche ni brazos cálidos envolviéndola a la hora de dormir, porque Eren ni siquiera llegó a la habitación (y ella, sinceramente, prefería no indagar en donde pasó la noche). Y desde entonces, la brecha emocional que solía dividirlos se fue convirtiendo poco a poco en un abismo. Aquella había sido con creces la más fuerte que habían tenido hasta el momento y cuando finalmente las palabras que Kiyomi le había dirigido a principios de noviembre resonaron en su cabeza como un eco abrumador.
"Los primeros meses siempre serán de color rosa, Mikasa— señaló con un ademán desinteresado aquella tarde mientras caminaban una al lado de la otra a orillas de la costa, varios días después de que las noticias del romance llegaran a oídos de la Azumabito, quien se encontraba de casualidad en la isla y aprovechó de conversarle sobre el tema—. Ten cuidado de no involucrarte demasiado y terminar siendo arrastrada por una fe ciega a algo que quizás no tenga futuro, son muy jóvenes aún. Además... creo que ese chico de la Coordenada tiene otros intereses en mente."
Estaba bastante consciente de que tarde o temprano llegarían a este punto, mas no estaba preparada para enfrentarlo en absoluto. No cuando recién era que el sentimiento y la dicha de sentirlo tan suyo como siempre hubo anhelado se comenzaba a hacer algo del día a día. Los besos en la mañana al despertar luego de hacer el amor la velada anterior, o aquellas sonrisas sinceras que él solía dedicarle cuando la atrapaba probándose su cárdigan (te queda mejor que a mí, Miky, pero ya te regalé la bufanda así que será que no esta vez) y luego reían, como si nada sucediese y él fuera a quedarse para siempre: era una fantasía a la que deseaba aferrarse todos los días de su vida; pero lamentablemente, los azhares del destino no solían jugar nunca a su favor, y Eren no sería la primera excepción. Y aunque Mikasa sabía como la palma de su mano que desde un comienzo esa relación estaba condenada a la ruina, insistió hasta que dolió demasiado y no hubo más remedio que arraigarse a una esperanza traicionera; a su amor incierto que se había convertido en el único engaño en el que creía con todas sus fuerzas.
Veía a Eren escabulléndose cada día más, huyendo fuera y muy lejos de su alcance y el de todos los demás. Se pasaba los días observándolo, analizando sus formas, todo lo que hacía y dejaba de hacer y las mil maneras en las que podía mejorarse a sí misma para hacer que el castaño rellenara su expresión cada vez más estoica y vacía con alguna emoción, la que fuese. Esperaba su llegada en la puerta, sonriendo con dulzura como si fuese una niña pequeña, con la ilusión de sorprenderlo para bien, que le diera un beso en la frente y le agradeciese; usaba sus mejores vestidos y se esforzaba por ser femenina con tal de captar su atención. Se desvivía por y para su bienestar, para su persona.
Pero no obtenía ninguna reacción contundente a no ser que le preguntara directamente, porque de no ser así, Eren ni siquiera se daba por enterado.
El amor y la devoción que le profesaba era algo merecía ser celebrado por todo lo alto, mas él sólo lo toleraba. Y ella también toleraba su casi total indiferencia.
Lo más que podía hacer en esas circunstancias era esperar.
Esperar y esperar por un cambio que, quizás, jamás llegaría. Porque había algo que la hacía aferrarse: la dichosa fe ciega que se apoderaba de ella cuando recordaba que, después de todo, de las discusiones y las distancias, él regresaba; siempre regresaba a ella: eran dos almas que se atraían como imanes.
Pero la esperanza era siempre lo último que moría, y si diciembre no había sido un buen mes, al menos todo mejoraría el año entrante. En las fechas de Navidad y Año Nuevo las cosas habían estado estables por lo general, algún que otro desacuerdo aislado que decidieron obviar con tal de no pelear en fechas festivas y centrarse en disfrutar de la mutua compañía y rodearse de amistades, pero nada fuerte. Incluso se había mostrado más atento. Quizás enero la sorprendería de buena forma.
Daban las campanadas de la medianoche cuando volvió a mirarse por tercera vez en el espejo. El azul prusia de su vestido resaltando su piel pálida y la falda plisada a la altura de la rodilla del mismo permanecía implecable mientras repasaba el contorno de su figura con la mirada, analizando quisquillosa su reflejo. Los meses al lado del de ojos grisáceos la habían vuelto, casi sin notarlo, una perfeccionista.
—Te ves bien, deja de buscarte un defecto— insistió Sasha, sus ojos ámbar viéndola de soslayo con algo de hastío en su mirar.
—Tengo que estar perfecta.
—Ya lo estás, Mikasa, no me jodas y quédate quieta.
La susodicha le dirigió una mirada tajante y frunció sus labios con molestia. Sus tacones resonaron en el piso de madera a medida que se encaminó a la cama, sentándose al lado de la castaña. Se llevó la mano a los labios, mordiéndose una uña en un acto involuntario producto de su ansiedad.
—Sácate las manos de la boca.
—¡Maldición, Sasha, deja de darme órdenes; me pones más nerviosa todavía!
—Deberías tomarte un té o algo, te noto tensa— ironizó ella, los ojos grises de Mikasa la observaron irritados cuando no pudo retener más una carcajada. La azabache sólo se limitó a negar divertida a la par que una sonrisa cómplice se asomó también por sus labios rojos—. ¿Hace cuánto que tienen problemas?
Mikasa la miró a los ojos, perpleja. Sasha sabía, Sasha siempre sabía; aún por mucho que intentase ocultarle algo, la chica terminaba descubriéndolo sin mucho esfuerzo. Si bien podía ser algo despistada y medio tonta para algunas cosas, los años de convivencia las habían hecho aprender los gestos y manías de la otra y Sasha ciertamente la conocía más de lo que ella conocía a la castaña e inclusive a sí misma. Bajó la mirada titubeante, indecisa.
—Es inútil que trates de decirme otra cosa, te escuché la otra madrugada tratando de no despertarme con los sollozos. ¿Quieres que golpee a Eren?
Con la mirada gacha, Mikasa relamió sus labios y mordió el inferior con suavidad, insegura. Tenía la mínima esperanza de que Sasha no se hubiera percatado de aquello, porque significaría admitir en voz alta que las cosas no estaban yendo bien.
—No... no es necesario— cerró sus ojos en un intento por recuperar su compostura, logrando su cometido a medias. Sintió la mirada intensa e inquisitiva de Sasha sobre ella, pero sólo se encogió de hombros y se levantó rumbo al tocador frente a la litera que ambas compartían, fingiendo interés en retocarse el cabello—. Fue un ataque de pánico, ya sabes que los tengo después de tener una pesadilla.
Mentir. Siempre mentir y evadir el tema, hacerlo de menos, hacerlo lucir como si no fuese nada más que sólo un contratiempo que no tardarían en superar, cuando en realidad ya iban casi dos meses que estaban en un punto muerto. Porque Mikasa era fuerte, Mikasa era más fuerte que nadie y ella podía lidiar con todo y vencer si tan sólo se lo proponía ¿cierto?
Al menos eso se obligó recitar frente a su reflejo esta, y cada una de las noches anteriores antes de irse a dormir.
Avistó la expresión no muy convencida de Sasha por medio del espejo y bajó la vista con culpabilidad. Al final de todo, ella sólo quería su bienestar, pero no podía preocuparla con sus propios problemas cuando ella ya tenía los suyos. La escuchó resoplar con pesadez luego de unos segundos de incómodo silencio.
—Así que... cuatro meses que cumplen juntos ya, ¿no?— inquirió la castaña mientras se dejaba caer de espaldas a la cama.
—Tres— corrigió tajante sin voltearla a ver, alisándose la falda de su vestido otra vez. Quizás si continuaba ignorándola ésta perdería interés en su interrogatorio.
—¿Y van a salir?— Mikasa asintió—. ¿Y ya por eso andas tan estresada y tienes pesadillas de nuevo?
—Es complicado— gruñó por lo bajo.
—¡Mikasa no me apliques la vieja confiable! En vez de golpear a Eren por ser un imbécil a veces, debería decirle que te dé tu dosis, a ver si dejas de andar tan estresada.
Mikasa rodó los ojos sin disimulo alguno y se giró para verla de frente, sus orbes grises repletos con hastío. Sasha definitivamente la estaba haciendo perder la poca calma con la que se había hecho durante todo el día—. No es por eso, y baja la voz. Eres insoportable cuando te lo propones. ¿Por qué no vas a dar un paseo nocturno con Connie para que te den tu dosis?
—No es necesario, pero gracias por preocuparte— la vio encogerse de hombros con socarronería para luego sacarle la lengua, disfrutando abiertamente el hecho de provocarla.
—¿Por qué mierda están discutiendo sobre si Sasha ya tuvo sexo o no? Que raras que son ustedes dos.
Ambas chicas dirigieron su mirada hacia el propietario de dicha voz, recostado al marco de la puerta, e intercambiaron miradas, confundidas sobre cómo no lo escucharon llegar. Sasha reprimió una risilla y enarcó ambas cejas con picardía, sintiendo la mirada acusadora de Mikasa en su espalda mientras volvía a la cama.—Corre, ya te vinieron a recoger.
Mikasa creyó sentir su paciencia esfumarse por completo al escuchar aquello de no haber caído en cuenta que tenía asuntos pendientes más importantes en vez de discutir con Sasha esa noche, y que dicho asunto se encontraba frente a ella con los brazos cruzados a la altura del pecho y con cara de ser un niño pequeño que había encontrado a sus padres en pleno acto sexual.
Eren paseó su mirada entre ambas muchachas con el ceño fruncido, confundido (o quizás algo perturbado) por lo poco de la conversación que había alcanzado a escuchar.
—No ha pasado nada —declaró Mikasa, adelantándose a su pregunta—. Sasha me estaba ayudando porque no encontraba mi labial, ya sabes cuál, tu favorito— la vio sonreír con timidez y jugar con sus manos risueña. Le devolvió tenuemente la sonrisa y, con un ademán sencillo con su cabeza, le indicó salir de la habitación. Mikasa volteó a ver Sasha, quizás buscando aprobación, quizás buscando apoyo, pero como hubiera sido, la mirada alentadora de la castaña fue suficiente para proveerle impulso y comenzar a caminar hacia la puerta con sigilo.
Los ojos grises de su acompañante la recibieron abrasadores al momento de la puerta cerrarse mientras sentía sus manos aferrarse de inmediato a su cintura y su cabeza enterrarse en la curva entre su cuello y sus hombros. Las manos de la fémina le acariciaron el cabello con delicadeza, respirando su aroma.
—Te he extrañado— murmuró el muchacho, besándole el hombro derecho con dulzura para luego atrapar sus labios por un breve instante.
Las manos de Mikasa se envolvieron en el cuello masculino y le sonrió serena.—Yo también— masculló, los labios de Eren posándose en su frente y su corazón latiendo a mil por hora, extasiado.
—Felices tres meses, Miky, que sean mil más— el castaño besó los nudillos de su amante, antes de tomarla de la mano y guiarla a paso lento por el pasillo—. Te tengo una sorpresa.
—¿En serio?— Mikasa se sintió desfallecer en ese instante. Esperaba que se acordara de la fecha, claro, pero de eso a tomarse el tiempo de buscarle un detalle había cierta diferencia. Sus ojos grises se iluminaron con anhelo, siguiéndole el ritmo al castaño y perdiéndose entre las penumbras del pasillo.
—o—
Reconocía el lugar donde se encontraban, quizás más de lo que ambos deberían. Eren le dedicó una fugaz mirada y devolvió la vista a la puerta frente a ellos, Mikasa podía admirar gracias a los tenues destellos de luz la sonrisa ladina plasmada en el rostro del muchacho.
—¿Estás lista?— le escuchó preguntar, sacándola de sus cavilaciones. Mikasa rió, cómplice.
—Como nunca antes— musitó sonriente.
Eren sacó una llave de su bolsillo y la introdujo en la cerradura de la puerta. Hubo un pequeño silencio antes de que se escuchara el característico sonido de la cerradura siendo abierta. El chico la volteó a mirar una vez más, ambas cejas enarcadas y sus labios curvándose en una pequeña sonrisa. Mikasa bajó la vista para encontrarse con la mano masculina tendida hacia ella, invitando la suya a tomarla y entrar, juntos. El tacto de su manos firmes era reconfortante, por decirlo menos.
La de cabellos azabaches paseó sus ojos por la habitación, curiosa. Se detuvo de repente en un objeto extraño que recordaba no estaba antes, y, cautelosa, giró sobre sus pies para encarar a su amante al reconocer aquel artefacto. Rió como una niña pequeña, entusiasmada a más no poder.
—Es lo menos que pude hacer, y hay más sólo déjame buscar-— los brazos de la chica lo envolvieron de repente, interrumpiéndolo, pero no le importó en lo absoluto—. Supongo que te gustó, ¿no?
Sus ojos se encontraron y Eren pudo ver su belleza exótica en todo su esplendor. Sus ojos achinados volviéndose más pequeños aún, las discretas pecas que habían esparcidas por sus mejillas y el puente de su nariz, los hoyuelos que se formaban en sus mejillas al sonreír y la manera en sus cabellos negros caían en su frente y sus pómulos, enmarcando su rostro. La asiática asintió dichosa y volvió la vista al frente, soltándose del abrazo para ir a examinar el objeto.
Sí, era un bastardo suicida con mucha suerte. Suerte que sabía había estado tentando con sus actitudes, pero era imposible evitarlo. Tenía demasiadas cosas en mente, y mezclar todo eso con Mikasa no le era sano. Era consciente del daño que le ocasionaba al a veces apartarla de repente sin darle explicaciones, pero se refugiaba en la patética excusa de que era por su bien con tal de que la culpa no le carcomiera la mente al apoyar la cabeza sobre la almohada en la noche. Verla ahora, sonriente y contenta como no la veía hacían posiblemente semanas, era en verdad una caricia suave a su alma cansada que le permitía al fin descansar un poco. Ella hacía maravillas en su ser y ni siquiera sabía cuánto bien le hacía tenerla a su lado siempre.
—¿Cómo era que se llamaba esto?— cuestionó inocente, como una niña pequeña frente a algo desconocido.
—Es un gramófono.
Mikasa soltó un ah casi inaudible, enarcando las cejas y asintiendo levemente.
—¿Quieres ver como toca música?— la suave pregunta llamó la atención inmediata de la de ojos grises, quién asintió de nuevo y centró su visión en el castaño, haciéndose a un lado del gramófono para darle espacio.
Lo vio moverse de su lugar y rebuscar de prisa entre una caja algo grande, soltando una maldición al no encontrar lo deseado. No había cambiado tanto, después de todo seguía siendo el mismo Eren impaciente y dedicado que siempre había conocido. Dispuesta a ofrecerle ayuda, se acercó a él a pasos sigilosos, posicionándose a su lado. Era una oferta silenciosa, sabía él. Habían desarrollado esa forma de interactuar entre ellos a medida que progresaba su relación, lo encontraba raro, eso de entenderse con sólo gestos o miradas, aún cuando todos insistían que era romántico. Quizás era él que nunca había servido para esas cosas. Sin embargo ahí estaba, con un gramófono importado personalmente para él desde Marley sólo para el deleite de Mikasa.
Desvió la mirada de la caja hacia su costado, hallándose a Mikasa observándolo expectante.—Descuida, ya lo tengo— declaró, avistando el disco y sacándolo con sumo cuidado. Lo agitó con suavidad, sonriendo junto con ella. Se levantó despacio, haciendo su rápido recorrido hasta el gramófono y procurando colocar el disco como Kiyomi le había dicho, con paciencia y delicadeza, virtudes de las cual él carecía totalmente. Le costó un poco, pero logró posicionarlo sin romperlo, todo un milagro considerando su torpeza.
Mikasa suspiró deslumbrada cuando la dulce melodía que desprendía el gramófono llegó a sus oídos, cerrando sus ojos para disfrutarla a plenitud. Los pasos de Eren resonaron en el piso de madera, advirtiéndole de su inminente cercanía. No estuvo sorprendida cuando sintió unas manos aprisionar su cintura y sus labios colisionando con los ajenos, bailando por sí mismos una coreografía improvisada. Sonrió con júbilo sobre los labios de su amante, acariciando las mejillas del mismo con dulzura. Rió bajito, contemplando el rostro de su contrario, repasando sus facciones.
Había estado enamorada la mayor parte de su vida, pero, ¿Podía estarlo aún más? Pasaba el tiempo y el sentimiento se le arraigaba más al pecho e intuía que sus ojos se iluminaban cada día más siempre que lo veía. Lo besó ella esta vez, despacio, queriendo grabar en su memoria el sabor de sus labios para cuando, algún día, cuando él ya no estuviera, recordarlo y no sentirse tan sola.
Sus pensamientos cobraron vida en tan sólo dos palabras que escaparon de su labios sin permiso:
—Te quiero.
Te quiero tanto que me duele, tanto que a veces me desgarra por dentro y aún así, te sigo queriendo más y más cada día si eso es posible.
Lo miró a los ojos: grises ahora, con tenues destellos del verde intenso que un día fueron y quizás un poco de ámbar alrededor del iris. Eren podía ser un enigma la mayor parte del tiempo, sus actos impulsivos y a veces erráticos, pero sus ojos... sus ojos eran la llave a la cerradura hermética que era su persona. Sus ojos no mentían, nunca, incluso cuando su boca sí lo hacía.
Él sólo bajó la mirada al piso, y creyó haber visto una chispa fugaz de culpabilidad en ellos antes de verlos como siempre los veía: distantes, lejanos, fuera de su alcance. Mikasa frunció el ceño, extrañada. No, él no podía alejarse de nuevo aquí, no ahora. Sin previo aviso, sus manos dejaron de sujetar su cintura y lo siguiente que la de cabellos negros vio fue su espalda y sus manos apoyadas en el marco de la ventana.
Sus ojos no mentían, sus ojos eran honestos; pero también eran crueles, y le eran indiferentes sin darle antes ninguna señal de nada. Eren era indefinible, tan impredecible que la lastimaba en el proceso.
Lo miró, sus manos enredadas en su cabello y su respiración pesada, aún rechazando el mirarla a los ojos. Su ceño se frunció aún más, ahora por la insoportable sensación de enojo palpitándole en la garganta. Su respiración se volvió también tensa y dejó escapar un suspiro cargado de hastío. La tenue melodía continuaba reproduciéndose, para añadirle leña al fuego de su molestia. Se acercó silenciosa al gramófono y levantó la aguja con algo de desdén, dejando la habitación sumirse en un silencio ensordecedor. Relamió sus labios, buscando la forma más sutil de derrumbar la barrera que se había interpuesto entre ellos ahora.
Una de las tantas.
Suspiró de nueva cuenta, hallándose en un punto muerto, derrotada como si nada. Ella, la soldado que valía por cien, había caído en plena batalla a pesar de todos sus esfuerzos, todos en vano.
¿Iba a ser siempre así? El vivir con el miedo constante de que a cualquier palabra que dijera podía hacer que Eren se cerrara herméticamente y la hiciera de lado sin mucho preocuparse. Mordió su labio inferior, desgarrándose un poco la piel con tal de desviar sus pensamientos a otro lado y frenar el llanto que sentía llegar.
Eren la escuchó reprimir un sollozo que de no haber estado él pendiente habría pasado totalmente desapercibido. Exhaló ante la densa atmósfera que se había formado de un momento a otro y hundió aún más sus dedos entre sus cabellos, buscando recobrar en vano una calma perdida hacía mucho tiempo ya.
No podía. No podía verla tan enamorada y saber que luego no lo estaría, que luego ya nada serían regalos ni besos lentos al compás de melodías melifluas. Pero tampoco podía dejarla allí, a sus espaldas y aguantando el llanto. No sabía si era peor darle una felicidad falsa e instantánea para luego arrebatársela sin miramientos o arrebatársela ahora y ni siquiera darle y (darse) la oportunidad de querer y vivir como adolescentes normales por momentos. Estaba en una encrucijada en donde cualquier palabra que formulase, cualquier rumbo que tomase no importaba, iba a salir igualmente perjudicado, y ella con él en el proceso.
¿La quería? Demasiado, más de lo que nunca llegaría a decirle, simplemente era todo. Tenía todo a sus espaldas, y ellos tenían todas las de perder frente al lúgubre porvenir que les esperaba a la vuelta de la esquina.
Tomó aire, intentó aclarar un poco su mente y reunir un mínimo de valor para encararla nuevamente luego de alejarse como un cobarde.—Mikasa— llamó en un suave susurro. No hubo respuesta.
Se giró sobre sus pies por completo, temiendo que hubiera abandonado la habitación sin él notarlo. Sin embargo, allí estaba, recostada a la superficie donde se hallaba el gramófono. Su rostro estoico era una mala señal.
—Hey...— se acercó despacio, como quien se acerca a una bestia con la intención de acariciarla y salir ileso, con la única excepción que sabía que esto no iba a resultar así de fácil—.Miky, sabes que no fue mi intención.
—¿Ah no?— exclamó sarcástica, elevando su tono de voz—. Yo te vi muy normal, como siempre. Ya sabes, un poco distante pero nada serio, no es como si me hubieras hecho sentir como la mierda ni nada por el estilo— ironizó, su expresión endureciéndose a medida que se acercaba a pasos lentos hacia él hasta casi sentir su respiración mezclarse con la propia—. Yo sólo quiero saber hasta cuando, Eren. O mejor aún, ¡dame un maldito calendario con los días en los que puedo hablar contigo sin que sentir que no soy suficiente señalados, porque estoy cansada de lo mismo con lo mismo!— suspiró con pesadez y fue su turno de dar la espalda, llevándose una mano al puente de la nariz y acariciándoselo en un por recobrar la compostura—. A veces pienso que...— se dio media vuelta, viéndolo se soslayo—, nada, olvídalo— y echó la cabeza para atrás, restregándose los párpados.
¿Qué si estaba sorprendido de lo que escuchó? Ni un poco. Sabía que estaba en ese estado. Sabía lo que había estado haciendo, como se había estado comportando, lo mucho que la lastimaba con sus actitudes de mierda como la de hacía unos instantes. Armin se lo recriminaba día y noche, Sasha se había acercado el otro día a preguntarle qué porque había oído a Mikasa llorando la otra noche y él negó tener cualquier relación con aquello. ¿Qué si sabía cuánto la lastimaba? De sobra. Ahora, ¿lo hacía por gusto? No, tampoco es como si pudiera evitarlo. Mikasa no sabía por lo que él había estado pasando, ni ella ni nadie sabía. Se lo guardaba para sí y quizás eso era lo que hacía que su alma sangrara tanto. Pero si lo contaba, no es como si fuera a entenderlo.
Un punto muerto, una encrucijada: en eso se encontraban. Retrocediendo en vez de avanzar.
—Mikasa—llamó una vez más. La chica se giró lentamente, encarándolo con los ojos rojos—. Mikasa no me gusta verte llorar— inquirió en un hilo de voz. No tenía derecho a decir aquello, pero la amaba, amaba a esa chica y eso lo jodía de todas las maneras habidas y por haber y verla tan rota lo sacaba del paso: Eren nunca fue bueno con las palabras ni enmendando cosas. Él no reparaba, él rompía. Pero... ahora que ella estaba destrozada, lo único que su voluntad dictaba era arreglarla. Contradictorio e irónico, pues sabía que una vez algo estaba roto, jamás volvería a como estaba antes. Y lo mismo pasaba con las personas.
—Entonces no me hagas llorar— cierto, una verdad tan afilada como el más mortal de los puñales que le perforó el alma de una sola estocada. Una presión se instaló en su pecho y sus labios se abrieron, pero nada salió de ellos. No había excusa para aquello, mucho menos una justificación o un perdón. Sentía vergüenza, de sus actos y de sí mismo, y aún así seguía repitiéndolo como un círculo vicioso.
¿En que se había convertido esto? ¿Como pasaron de cuidarse las espaldas el uno al otro a estar reclamándose cosas frente a frente? Juraban que sería la última vez que se harían daño y recaían de nuevo.
Sus brazos la envolvieron con una delicadeza impropia de su ser. Besó la parte superior de su cabeza y apoyó un poco su mandíbula allí para descansar la suya que comenzaba a dolerle. Sintió como su pecho se humedecía y las brazos delgados de la chica se envolvían a su cintura con firmeza, privándole de toda clase de escape y sollozó por unos cuantos minutos y Eren la dejó estar hasta que de repente todo volvió a estar en silencio, era lo mínimo que podía hacer.
—Miky— la susodicha le acarició la espalda en respuesta—. Arreglaremos esto, ¿no te gusta como suena eso? Intentarlo e intentarlo hasta que salga bien y no terminemos así de nuevo, ¿a que suena bien?— la chica levantó la mirada, insegura. Lo miró esta vez a los ojos, esta vez sin huidas ni cortes repentinos, y sólo vio remordimiento. Había algo en su alma que le decía de creerle, una fe ciega que la convencía de confiar. Dudosa pero aún decidida, asintió débilmente.
—No quiero que te alejes así de nuevo— murmuró con la voz rota, aferrándose más a la espalda masculina y desviando la mirada, pegando su oído a su pecho, escuchando su corazón latir más tranquilo.
—No lo haré— prometió, su mano tomó la mejilla de la muchacha, elevándola para mirarla a los ojos—. Prometo no hacerlo de nuevo, pero no me llores más, por favor— la acercó más a sí, dejando caer sus manos en la curva de su espalda cuando unos labios tímidos besaron la curva de su cuello. Sintió su piel erizarse al contacto de una mordida suave en el mismo lugar.
—¿No?— el aliento cálido de la chica en su cuello lo hizo suspirar.
—No, y creo que no te dije lo bien que te quedaba ese vestido, y claro, el labial.
—Tu favorito.
Se volvió a mirarlo, una diminuta sonrisa danzando en sus labios rojos. Ah, lo estaba haciendo a propósito. Eren la tomó de las manos, besando sus nudillos sin dejar de mirarla a los ojos. La chica se soltó del agarre y sus manos recorrieron su cuello hasta llegar a sus hombros y finalmente sus mejillas. Eren juraría que hubo algo de maldad en la forma en que sus labios rozaron los suyos para luego alejarse sin preámbulo alguno y conducirlo de la mano hacia el sofá. Por un momento se quedó estático en su lugar; viéndola caminar hacia el mueble con calma, sentarse y desabrocharse los tacones. Metió las manos en sus bolsillos, permitiéndose admirarla un poco. Si le pedían ser honesto, ella en ese vestido era en verdad una obra de arte, y si le pedían su opinión, diría que era capaz de hacerle el amor con él puesto.
Saliendo de su ensimismamiento, se encontró con ella viéndolo de frente, con la cabeza recargada en sus manos, expectante. Conocía esa mirada de sobra, justo como lo acontecido en esa habitación. Sí, definitivamente ese vestido era magnífico, y le haría el amor en él en esa habitación como aquella vez en ese mismo sofá. Se acercó a ella y se sentó a su lado, la cabeza de la fémina se apoyó en su hombro un instante y suspiró breve antes de sentarse a horcajadas sobre él y perderse en el verde grisáceo de sus orbes. Sus manos acariciaron el cuello masculino y antes de percatarse, sus labios habían sido apresados por los de su amante.
Primero despacio, sin apuro alguno y deleitándose con el sabor de sus labios con cada movimiento, luego demandante, necesitado, como si fuera el último que fueran a darse alguna vez. Las manos masculinas recorrieron su espalda menuda y sujetaron su cintura por unos instantes antes de colarse por debajo de la falda de su vestido y repasar el contorno de sus muslos de arriba a abajo, terminando por acariciar sus glúteos con firmeza, arrancándole un gemido ahogado en medio del beso.
La fémina echó la cabeza para atrás, dándole rienda suelta al castaño para iniciar un recorrido de breves besos y mordidas suaves desde su garganta hasta el valle de sus pechos, dónde levantó la mirada para encontrarse con los ojos tormenta de Mikasa. La chica lo sintió detenerse y bajó la vista, hallándose los ojos de su amante observándola con deleite, como lo más fascinante que hubieran observado ojos humanos. El muchacho relamió sus labios, dando un rápido y último beso en la parte superior de su pecho izquierdo. Lo sintió palpar su espalda en busca del cierre del vestido hasta encontrarlo y bajarlo lento. Los brazos de Mikasa se deshicieron de los tirantes al momento, bajando la parte superior del vestido con calma y dejando sus pechos por fin expuestos. Eren tragó en seco y ladeó la cabeza, contemplando la vista satisfecho con una leve sonrisa en su labios, e intercambió una breve mirada furtiva con la de cabellos oscuros antes de disponerse a devorar ávido su seno izquierdo y amasar el derecho con parsimonia.
La muchacha encima suyo se removía inquieta, víctima de las sensaciones proporcionadas. Sus caderas bailaban al compás de una música inexistente, restregándose contra su hombría hacia detrás y hacia adelante, despertándola y variando el movimiento en círculos para disfrute de él. De un momento los brazos de Mikasa se dirigieron a su propia cintura, confundiéndolo. La vio intentando remover por completo la tela que cubría sus piernas y la detuvo suavemente.—Eso se queda— musitó en su oído, mordiendo su lóbulo con delicadeza. La chica frunció el ceño y rió divertida.
—Como tú digas— su voz, tenue pero impregnada con deseo, lo arrulló. Los labios femeninos besaron su mejilla con cariño y lo obligaron sin mediar una palabra a mirarla a la cara.
Sonrojada, medio despeinada y con la respiración agitada. Según él, una vista exquisita, etérea. Sus hombros tensos se relajaron un poco y sonrió ampliamente.—Te quiero— declaró sin tapujos, besándole el cuello con parsimonia una vez más.
—Lo sé— y Eren rió, constatando algo que sabía hace mucho: Él, era un bastardo suicida con mucha, mucha suerte.
Volvió besarla exigente, repasando el rumbo del camino de sus muslos y colando sus manos por debajo de la falda hasta llegar a su ropa interior. Mikasa levantó las caderas y y se paró un momento, deshaciéndose ella misma de la prenda para volver a su posición anterior. El muchacho la tomó de la cintura y le indicó acostarse en el sofá, adoptando una postura más cómoda. Fue a por su cuello, trazando un camino de besos desde el valle de sus pechos hasta su ombligo, su mano rebuscando impaciente entre la tela dónde se encontraba su entrada, hallándola e introduciendo un dedo con maestría, complacido con su humedad. La besó demandante acallando su gemido, acariciando sus pechos. Se deshizo de su suéter con una maniobra y se desabrochó su pantalón a medias, exasperado.
Su amante lo recibía abierta de piernas para su total deleite. Las manos de la fémina estaban extendidas, invitándolo a venir a ella y tomarlas. Se ubicó entre sus piernas con más calma y con ella de guía, y una vez ubicó su femineidad, se posicionó en ella, expectante de la aprobación de la de ojos grises. La chica le ofreció sus manos y las tomó, entrelazando sus dedos y besando su frente. Se introdujo en la cavidad femenina despacio, despojándole a su propietaria un suspiro de placer. Las manos de la fémina jugaban con su cabello risueña, sintiendo el suave vaivén de sus caderas que se incrementaba a cada minuto transcurrido y sus sexos encontrándose nuevamente. Se removió debajo de él, tomándolo por los hombros para coger impulso y posicionarse encima.
Con más libertad de movimiento y sujetándose del cuello de Eren, sus caderas se impulsaban hacia detrás y adelante, derivando aquello en una fricción que hacía que ambas de sus corduras comenzasen a desvanecerse. Sintiéndose cerca de su cúspide, sus movimientos se fueron volviendo frenéticos y su respiración errática, lo que antes había sido un meneo la había llevado poco a poco a dar saltitos para obtener su porción de placer. Sus gemidos se volvieron más audibles a medida que sentía el hormigueo en su vientre expandirse por su abdomen. Las manos de Eren se posicionaron en sus caderas y seguían su compás mientras repartía besos en su cuello y luego atrapaba sus labios, acallando sus gemidos. Sintió sus paredes contraerse cuando su amante la embistió más profundamente, su cuerpo sudado se retorció por unos segundos y el placer se intensificó al máximo. Suspiró extasiada, enterrando su cabeza en el cuello del muchacho algo cansada pero sin cesar su meneo ahora más rítmico. Eren mordió la curva de cuello, acompañándola ahora en su éxtasis.
Continuó abrazándola por un rato hasta calmar sus respiraciones, para luego darle un beso en la frente y otro en la mejilla, terminando por uno corto en sus labios. Buscó la parte superior de su vestido y le subió los tirantes, Mikasa le sonrió afable mientras le subía el cierre y acomodaba el escote del vestido. La chica se levantó del sofá para dándole espacio al muchacho a vestirse y de paso buscar su propia ropa interior. Habiéndola hallado camino hasta la ventana y respiró aire fresco, cerrando sus ojos al cansancio casi vencerla. Creyó haber estado soñando ya al haber escuchado una tenue melodía reproducirse tras de sí.
Se giró de espaldas a la ventana, encontrándose a Eren junto al gramófono con una sonrisa dibujada en sus labios.—Al final no pudimos bailar— le escuchó decir, viendo como le ofrecía su mano y la agitaba en el aire.
Rió divertida, enamorada y dejándose llevar por una fe ciega que le decía que todo iba a estar bien.
—Nunca es tarde para eso— exclamó con voz suave, dirigiéndose a él a paso lento.
—o—
Hacía ya tiempo que no escribía un lemon y pues tenía este planeado desde el año pasado, me tomé mi tiempo porque quería que todo quedara al menos decente puesto que no sirvo para escribir lemon, pero bueno, ¿qué opina el público? ¿Sirvió o no sirvió?
Por cierto, este OS es lo más largo que he escrito nunca, casi 7000 palabras :/. En fin, demasiado perfeccionismo.
Extrañaba actualizar mucho, ya saben que siempre pueden votar para motivarme y comentar que les pareció, lo que me ayudaría mucho uwur.
Les quiere,
isa🌸.
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