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Capítulo 37: El Clamor de los Desgraciados

Moraes no podía creerlo, no podía creer lo que decían esas dos señoras en las noticias. «¿Impresentable? ¿Sucio? ¡Eso serán ellas!, viejas chismosas que viven de la desgracia ajena», injurió en su mente.

Mientras estaba recostado en shorts sobre esa cama incómoda y húmeda del único motel donde lo dejaron quedarse durante la noche, pensaba si todo ese espectáculo de hacerse el detective había servido de algo. Por ahora solo le había traído infamia y un posible despido en las próximas horas.

Llevaba desde la noche anterior intentando contactar a la Ministra Seamann desde el viejo teléfono de la habitación, un aparato de plástico descolorido y de aspecto sucio que era su único aliado en ese momento, pues no le quedaba mucho más. Conservaba su teléfono destrozado en el bolsillo trasero de su pantalón, que ahora se encontraba tirado en el suelo como el resto de su reputación.

También tenía el teléfono del difunto General, mas no quería ni tocarlo. No porque creyera en supersticiones, sino porque era horrible, la pantalla táctil ya se estaba poniendo amarillenta y la batería se agotaba demasiado rápido como para lograr hacer algo.

Muy tarde en la noche había logrado comunicarse con su jefa y nunca pensó que oír su voz de alcohólica lo fuese a calmar, eran esa clase de cosas que solo pasaban una vez en la vida.

Aunque su calma no duró mucho, solo necesitó identificarse para que la señora Ministra lo dejase hablando solo.

Siempre solía insultarla mentalmente, pero esa vez llenó la habitación de las palabras más inmundas que jamás le dijo. Nunca se lo diría personalmente, era solo para liberar presión.

Las ideas se le agotaban, pasó toda la noche en vela y se sentía atrapado en una pesadilla interminable. Tampoco había comido nada en casi un día, la humedad de las paredes y el olor a musgo de la ducha le cortaron el apetito.

La culpa también tenía mucho que ver en cómo se sentía. Quizás por eso a Leryda no le gustaba comer, la culpa y la traición le hacía un nudo en el estómago.

Tomó el teléfono otra vez y marcó la línea privada de Seamann.

Solo pitidos en la línea, igual que sus otros intentos.

Colgó violentamente, queriendo romper cuanto hubiese en aquella horrible habitación.

El altruismo y el positivismo en su personalidad pasaba por tiempos de hambre, solo quería hacer daño a los que lo metieron en ese hoyo y abofetear a quienes le dieron la espalda. Era horrible pensar así, pero, viendo como el camino se estrechaba y difuminaba, poco podía hacer para dejar de maquinar de ese modo.

«Piensa, oficial. Piensa, porque si no pasarás toda tu vida en un lugar así», repetía mentalmente, queriendo echarse porras.

-¡Maldición! -se sobresaltó de forma ridícula, el teléfono del General empezó a sonar.

No le sorprendía, el viejo tenía más de 5 alarmas programadas en esa cosa, tomaba tantas pastillas, ¡casi 10 al día!. Quizás si se empezaba a cuidar no corriera con la misma suerte.

Aunque a lo mejor ya estaba condenado a morir igual que Grass, a fuerza de pistola por andar metiendo las narices donde no debía. Luego, tendría un funeral sin gente, o quizás su esposa asistiera solamente a ver el tumulto de tierra que cubriría su ataúd, para estar segura de que no volvería.

No la había llamado, pero ganas no le faltaban. Solamente la humillación lo frenaba y con justa razón.

-¡Al diablo! -exclamó, viendo que el teléfono destartalado no se callaba. «¡Nadie necesita esas pastillas para la tensión!», pensó, como si el aparato pudiese entender la situación.

Al ver el número desconocido que marcaba no dudo en tomarlo.

-¡Meredith!, digo, ¿Ministra Seamann?.

-...queda poco tiempo...

...

Leryda acababa de despertar, topándose con Catlyn al final de la cama, asumiendo que le habían encargado vigilarla.

Marcano debió estimar que despertaría luego, sino, no se explicaba porque habían dejado a su eslabón más débil a cuidar a un autodenominado "Animal", esperaba encontrarse a Clara o a otro mercenario.

La Ministra no se había percatado que ella se encontraba consciente. La Capitana la observaba mientras ella miraba la pantalla de su teléfono, hacia algo que le llenaba de tristeza el rostro.

Dejó el móvil de lado y cubrió su rostro pálido con ambas manos, Leryda alcanzo a ver la pantalla, en ella aparecía una fotografía, de Catlyn con un hombre mayor, ambos sonrientes. Asumió que era su padre.

-Leryda... -La Capitana ni se inmutó, su mente estaba tan nublada que nada la hubiese podido sobresaltar.

»-Despertaste, ¡vaya!... casi 24 horas -la mujer apagó rápido la pantalla de su móvil, dándose cuenta Leryda que no había disimulado lo suficiente al verla.

-Catlyn... -la niebla en su cabeza hacía que su voz sonara más espectral y un tanto seca por las horas deshidratada.

La ministra volteó la vista hacia la entrada mientras se mordía las uñas, ignorando por completo sus llamados, nerviosa por no saber tratar la situación.

-...Agua, por... favor -sabía que un poco de insistencia sería suficiente, aparte de que no había probado líquido desde el día anterior en el hospital. Extrañaba la vía que le habían puesto, le parecía demasiado práctica, sobre todo para alguien con una dieta como la suya.

Segundos después, Catlyn cedía, saliendo nerviosa de la habitación intentando no mirarla mientras cruzaba hacía pasillo.

Sola de nuevo.

Giró su cuerpo hasta quedar boca arriba. Todo parecía ir a menor velocidad y sentía que estaba sumergida en agua, cada sonido se escuchaba lejano, como a un kilómetro de distancia.

Para su sorpresa, la ministra volvió, cargando un vaso con agua que parecía brillar en los ojos de Leryda.

Catlyn le ayudó, tomando su cabeza y elevándola un poco para que pudiera beber más cómoda.

La Capitana asintió un par de veces, gesto que significaba "gracias".

De su bolsillo, Catlyn sacó lo que a los ojos de Leryda le parecía un rectángulo colorido, como una goma de borrar con letras, terminando por ser una barra de chocolate.

-Cómela tú, no suelo comer estas cosas -le dijo, tratando de combatir su propia timidez. La Capitana se preguntaba por qué siempre provocaba ese comportamiento en las personas, dándose cuenta que ella se autodenomina un "animal".

Leryda estuvo a punto de meterle un bocado al dulce con todo y plástico, producto de la desesperación.

-Tranquila... déjame abrirlo -el chocolate cayó al suelo cuando la Capitana se acercó a Catlyn violentamente.

-Escúchame, podemos cambiar esto... -la desesperación en el rostro de Benett era digna de una película de terror.

Catlyn, después de algo de forcejeo, se liberó entre jadeos fuertes y temblores incontrolables.

Pero Leryda no la dejaría irse tan fácil. Se aferró a los bolsillos del pantalón de la Ministra y continuó con su discurso.

-No eres como ellos, no eres una mercenaria... tú no estás loca... ¿Qué sería lo mejor para ti?, ¿Qué te encerrasen por traicionar a tu país?.

Catlyn terminó en el suelo después de tanto forcejear, llamando la atención de Marcão, que justamente entraba en la cabaña.

El hombre le preguntó a la ministra que era lo que pasaba, a lo que ella respondió.

-Leryda... -volteo la vista hacia la cama.

«Mierda», pensaba la Capitana.

-Ella... me pidió agua y se la di -su forma de hablar parecía exclamar ¡hice lo correcto! ¡Lo hice! ¿y qué?.

-¿Y por qué estás en el piso? -preguntó el mercenario con acento propio de Bahía que a Leryda le recordaba al de Moraes.

Mostró la barra colorida -Se lo ofrecí y la tiró, ¿quieres? -arrojó el dulce y Marcão lo atrapó.

Le agradeció el gesto y luego desapareció de la vista de Leryda.

-¿Qué no estoy loca?, ¿Qué sabes tú de eso? -hizo una pausa reflexiva, dándose cuenta que la mujer en frente suya sabía un buen puñado de cosas sobre la locura -. Si todo lo que ha pasado no me ha dejado desquiciada, el caos que viene lo hará. Solo falta que me suelten a morir con un arma enorme para defenderme, ¡por todos los santos!, ¡aquí vamos de nuevo!.

Leryda solo vio inexpresiva su berrinche.

»-¡No vuelvas a hacer eso!, ya estoy lo suficientemente asustada. Todo esto no se me quitará tan fácil.

-Catlyn... -interrumpió Leryda, esta vez más compuesta.

-¡Que! -exclamó y de inmediato se tapó la boca con ambas manos.

-Podemos hacer algo... juntas, quizás pueda sacarte de aquí...

-¡Todos a la Cocina! -una voz de mando se interpuso entre sus maquinaciones. Bertrand entró gritando a la cabaña, parecía haber noticias.

Después de observarla por unos instantes, Catlyn la dejó sola. Parecía haber sopesado la idea, pero la tristeza en sus ojos le revelaron lo hundida que estaba y de su poca esperanza de salir en una sola pieza de allí. Estaba marcada y tarde o temprano sus malas prácticas le condenaría.

La Capitana se cubrió con las sábanas.

Jersey pasó frente a la habitación. Miro dentro y solo se topó con el capullo de mantas que era Leryda y un leve ruido desde debajo de las telas.

Estaba sollozando.

...

-En media hora nuestros hombres recibirán la guardia del túnel este, esa será nuestra oportunidad para salir por autopista hasta Coventry y de allí, usaremos rutas alternas hasta Encarnación, nuestros camaradas me informaron que las vías se han mantenido en buen estado pese a la lluvia de los últimos días -informaba Bertrand, sentado a la derecha de su líder.

-Perfecto, ¿Qué te han dicho sobre la Junta?, a esta hora deben de estar llegando al partido -cuestionó con tranquilidad, lentes en frente y postura reflexiva, el Marcano del bunker empezaba a brotar.

-Nuestros soldados están en posición, cualquier movimiento que hagan los comandantes se nos informará por radio.

-¿Qué hay de las cosas del Palacio de la Omnipresencia? -Esien rebuscaba entre una pila de documentos, los lentes empezaban a deslizarse por su nariz -. ¿Jersey?, estoy esperando.

La mercenaria hizo lo posible por mantener la compostura, más sabía que debía temerle hasta al más mínimo regaño.

-El depósito de Coventry se vació hoy en la madrugada, el transporte espera al cambio de turno para salir por las rutas clandestinas hasta el cañón. Es probable que llegue a la base una hora antes que nosotros...

-Jersey, tu deber es informar... -interrumpió el líder sacándose los lentes -, ¿por qué recién me entero de algo que ocurrió de madrugada?. Entiendan, ya yo planifique todo, cada detalle fue tomado en consideración, ahora les toca a ustedes tomar las precauciones para que todo salga de acuerdo al plan, ¿Entendido?.

Todos los presentes alrededor de la mesa estuvieron de acuerdo, más les valía estarlo.

Clara, intentando mostrarse por encima de los demás como de costumbre, de brazos cruzados observaba la reunión desde una esquina oscura deseando ponerse manos a la obra, que era quizás lo único que podía silenciar su mente llena de interferencia.

Desde la noche anterior no podía desviar la atención de su líder, la mente maestra que le prometió un futuro y que por los momentos solo le había dado minucias.

Es por eso que de su mirar no manaba admiración, sino una mezcla de nostalgia y dolor que no le dejaba concentrarse. Cosa que en una vida como esa, podía ser la diferencia entre la vida y la muerte.

Le resultaba ridículo. ¡Era ridículo!, todo parecía tan ilógico. Estar a punto de cumplir sus propósitos, en una conspiración tan grande como la nación misma y concentrarse egoístamente en sí misma.

Leryda podría escaparse y ella ni se enteraría sino minutos después, a lo mejor necesitaba un castigo que la ubicase nuevamente, ahora se sentía inútil.

-¿Estás bien? -le preguntó la Ministra, asomándose desde el pasillo sombrío, abrazándose a sí misma.

No quiso responderle, Catlyn le estaba tomando demasiada confianza. Y ella, ignorante del significado de la palabra empatía, sabía que no podía darle la oportunidad de tratarla como una igual.

Tomó rumbo hacia el exterior, necesitaba aire fresco, el mismo que no tendría al llegar al búnker.

En la primera habitación se encontraba la Capitana, sentada en el borde de su cama, apenas consciente de lo que pasaba a su alrededor.

Miraba al suelo de madera con desdén, perdida, con el uniforme a su lado, quizás tomando fuerzas para por fin ponérselo.

-Deberías apresurarte, pronto nos sacarán de aquí y Marcano no estará feliz si no estás lista.

Leryda subió la vista hacia ella, con rostro más animado que de costumbre, incluso parecía intentar sonreír.

-¿Ahora lo llamas Marcano?... que curioso.

Bertrand saliendo de la cabaña le impidió responderle al instante, ambas se quedaron viendo mutuamente esperando que se alejara lo suficiente.

Rebuscó entre todas las ofensas que sabía, todos los insultos que quedaran bien con la Capitana, para luego decir:

-Vístete... solo hazlo -algo no funcionaba bien en ella.

Apenas salió pateó el suelo de grava, cubriendo la entrada entre una nube de polvo que alertó a lo lejos a Bertrand, quien se comunicaba con su radio.

La noche capitalina era bulliciosa, más que de costumbre. Se notaba que algún evento ocurría, en este caso, un ridículo partido que a la gente le importaba más que su propia salud. Era el opio de las masas, de aquellas personas que, en palabras de la pelirroja, no sabían qué era lo importante del mundo. Aunque también reconocía el poder que tenía para concentrar a tanta gente en un balón rodando, quizás debía estudiarlo más a fondo, había un par de detalles que le podrían resultar útiles para los años venideros.

Una gota fría cayó sobre su cabello cobrizo.

Esta se fue replicando una y otra vez hasta convertirse en un torrencial aguacero.

No le importaba terminar empapada, o eso le parecía a Catlyn, quien observaba desde el calor de la cabaña como Clara subía la vista hasta el cielo nocturno, teñido de un color marrón por la lluvia.

-¡Clara, entra!, ¡te puedes poner mal!.

-Déjame en paz, Catlyn -contestó, mientras el agua corría libre por su rostro.

Logró escuchar los quejidos de la ministra, mas no le importaba que le hubiese dicho.

-Déjame ayudarte -una sábana la cubrió, todavía contaba con un poco del calor de la cabaña adherido.

-¡Vete a la mierda, Catlyn! -la empujo con fuerza, pero la Ministra pudo contenerla, tomándola por los hombros y quedando frente a frente. La mirada de la pelirroja era esquiva.

»-Clara... -la luz tenue de la cabaña le dió de lleno en la cara, aquel mar de pecas y los restos de los moretones enmarcaban su tristeza.

»-Por todos los santos, Clara... -

La ministra vio algo que jamás en su vida pensó ver, al menos en el tiempo que llevaba conociendo a Armstrong.

Parte de las gotas que ahora invadían la tés juvenil de la mujer frente a ella no provenían del cielo, la sabana la protegía.

Venían de sus ojos.

Clara escapó de su agarre y tiró la sábana al piso, pisandola mientras se alejaba hacía la cabaña.

Bertrand caminó rápido hacia la entrada, entrometiendose en el camino de la pelirroja.

-¡Ten más cuidado bruto de mierda! -fue su respuesta.

-Hay problemas...-al soldado no le importó su ofensa, algo grande debía estar pasando.

Catlyn se unió a ellos -¿Pasa algo? -consultó, suponiendo que ese era el caso.

El mercenario solo les indicó que entraran.

Mientras ingresaban, Clara se topó frente a frente con la Capitana, más bien, chocó contra ella.

Estaba vestida como una más de ellos, el uniforme de las Brujas le favorecía. La forma como miraba desde arriba, los ojos oscuros que parecían atravesarla, además de su apariencia exánime, podrían infundir terror en cualquier persona, incluso a Armstrong, que parecía enana frente a la magnitud de Leryda, el chaleco y las mangas largas azules la hacían ver enorme.

-¿Te debo algo?, quítate del medio -La Capitana, obediente, le cedió el paso.

Clara se sintió bien por un instante, esa mujer podría ser muchas cosas, pero no por eso debía sentirse menos. No le quitó la vista de encima mientras avanzaba, Leyda la imitó.

Catlyn no soportó el enfrentamiento, dirigiéndose hacia la cocina intentando no mirar lo que dejaba atrás.

-Andando... tu líder te espera -La pelirroja simuló ignorarla.

El olor a gasolina era horrible, las tres lo sufrieron al entrar.

Los mercenarios bañaban cada superficie con litros y litros de combustible, mientras el líder cerraba cada una de las ventanas.

Al notar su presencia, las informó del evento.

-Nos descubrieron, alguien tuvo que filtrar la ubicación. Recojan lo más esencial, lo demás, queda aquí, ¡Marcão! -con un par de señas, ordenó que le facilitaran una botella con combustible a su pupila y ella aceptó la labor.

-Yo recogeré las cosas -informó la Ministra.

-Leryda, ayúdanos. Clara, por favor, trabaja rápido.

Faltaban poco más de 12 horas.

Menos de un día para cambiar de paradigma.

Pero en la mente de Clara Armstrong todo empezaba a girar sin control.

Nadie era igual.

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