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33


Tres días antes de nuestro primer
partido, el equipo finalmente parece
encajar. Es como si alguien le hubiera
dado al interruptor que va de «ay, Dios,
somos un puto desastre» a «igual hasta
tenemos alguna posibilidad». No creo
que estemos aun al cien por cien, pero
esta semana hemos avanzado bastante y
el entrenador ya no nos grita tantas
veces, así que… estamos progresando.
Dado que estamos a tope con los
exámenes, Jungkook y yo no nos hemos
visto en unos días, pero hoy vamos a
tomarnos un descanso de estudiar para
cenar con su padre. Como yo tenía
entrenamiento, ha cogido un taxi a
Andong con Yungyeom, quién también ha decidido visitar a sus padres. No sé si
me sienta del todo bien que estén
retomando su amistad, pero Jungkook
insiste que no va a permitir que la
amistad con Yungyeom sea demasiado
estrecha, y supongo que tengo que
aceptar lo que dice. Además, después de
la casi violación del viernes, siento más
simpatía hacia Yungyeom. Por no hablar de que siento muchísima más rabia hacialos tíos de Incheon.

¿He mencionado que nos enfrentaremos a ellos en el primer partido de temporada? Al entrenador no le va gustar un pelo, pero estoy prácticamente convencido de que esa
noche pasaré un buen rato en el
banquillo de los expulsados.

Miro mi teléfono mientras abandono
el estadio. Hay un mensaje de Jungkook
diciendo que ha llegado bien a casa de
su padre.

Y un mensaje de Jae diciéndome que le llame CUANTO ANTES.

Mierda.

Jae normalmente no pone «cuanto antes» y menos en mayúsculas, a no ser
que sea algo serio, así que le devuelvo la llamada de inmediato. Tarda cinco
tonos en contestar, y cuando lo hace
parece nervioso.

—¿Dónde coño has estado la última
hora? —pregunta.

—Entrenando. El entrenador no nos
deja llevar los teléfonos al hielo. ¿Qué
pasa?

—Necesito que vayas a ver cómo está
papá.

—¿Por qué? —pregunto con inquietud.

—Porque estoy en el hospital con Kia y no puedo hacerlo yo, hostias.

—¿En el hospital? ¿Qué ha pasado?
¿Está bien?

—Se ha cortado la mano haciendo la cena. —Jae parece aterrado—. La médico de urgencias ha dicho que no es
tan malo como parece… Solo va
necesita unos puntos, pero Dios, nunca
había visto tanta sangre antes, Jinnie.
La acaban de meter dentro, así que estoy aquí en la sala de espera, yendo de un lado para otro volviéndome loco.

—Se va a poner bien —le aseguro—.
Confía en lo que te dicen los médicos,
¿vale? —Pero yo sé que Jar no se
quedará tranquilo hasta que él y Kia no hayan salido de la sala de urgencias.

Ellos dos han estado locamente
enamorados desde que tenían quince
años.

—¿Qué tiene esto que ver con papá?
—preguntó.—Estaba en casa de Kia y le he llamado para decirle que nos íbamos a urgencias. Arrastraba las palabras y
farfullaba y no sé, ha podido caerse. No
he podido entender ni una puta palabra
de lo que estaba diciendo, y Jin, ¡yo soy solo una persona, hostias! No puedo
encargarme de dos emergencias a la vez, ¿vale? Así que, por favor, vete a casa y asegúrate de que papá está bien.

La reticencia se apelotona en mi
garganta como si fuese un chicle. Dios
santo. No quiero ir a casa. Para nada.

Pero ni de casualidad voy a empezar a
pelear con Jae, no ahora, con el estado
de pánico en el que está por lo de su
novia en el hospital.

—Yo me encargo —digo con voz firme.

—Gracias. —Jae cuelga sin decir nada más.

Respirando de forma entrecortada, le
escribo un mensaje a Jungkook para que
sepa que es posible que llegue tarde a la
cena; después voy hacia el aparcamiento.

Repiqueteo mis dedos en el volante
durante todo el trayecto hacia Munsen.

El terror se agolpa dentro de mí, crece y
se enreda en mi estómago hasta que se
convierte en un nudo apretado que
provoca una oleada de náuseas en mi
garganta. No recuerdo la última vez que
tuve que hacerme cargo de uno de los marrones de mi padre.

Imagino que sería en el instituto. En
cuanto me fui a la uni, Jae se convirtió
en el único limpia marrones. Apago el
motor fuera del bungaló y me acerco al
porche de la misma forma que los
expertos de lo paranormal de la peli de
terror se acercaban a la casa encantada.

Cauteloso, lento, con temor.

Por favor, que esté vivo y bien.

Sí, a pesar de todas mis oraciones egoístas en las que deseaba que mi
padre muriese, no puedo soportar la
idea de entrar en la casa y encontrar su
cuerpo.

Utilizo mi llave para abrir la puerta y
entro en el oscuro recibidor.

—¿Papá? —exclamo. No hay respuesta.

Por favor, que esté vivo y bien.

Me acerco al salón con el corazón
galopando a mil por hora.

Por favor, que esté…

Oh, gracias a Dios. Está vivo.

Pero no está bien. Ni por asomo.

Mi pecho me aprieta tanto que me
sorprende que no me rompa una costilla o dos. Mi padre está tumbado en la moqueta boca bajo y sin camisa; su
mejilla descansa en un charco de vómito. Un brazo está estirado hacia un
lado, el otro está plegado junto a él: sus
dedos se aferran a una puta botella de
bourbon como si fuese un bebé recién
nacido. Dios, ¿estaría intentando
proteger su preciado alcohol mientras
caía borracho al suelo?

No siento nada mientras asimilo la
lamentable escena que hay frente a mí.

Un olor agrio flota en mi dirección.

Arrugo la nariz, y casi me da una arcada
cuando me doy cuenta de que es orina.

Orina y alcohol, los aromas de mi
infancia.

Una parte de mí quiere darse la vuelta
y marcharse. Marcharse y no mirar atrás.

Pero en vez de eso, me quito la cazadora, la tiro en el sillón, y con
cuidado me acerco a mi padre
desmayado.

—Papá.

No contesta.

—¡Papá!

Un gemido agónico sale de su garganta. Dios, los pantalones están empapados de pis. Y restos de bourbon de la botella manchan la moqueta beis.

—Papá, necesito comprobar que no
tienes nada roto. —Le analizo con mis
manos todo el cuerpo, empiezo por los
pies y voy subiendo, asegurándome de
que no se ha roto ningún hueso al caer.

Mi reconocimiento le despierta de
golpe de su confusión. Sus ojos se abren
de repente, mostrando unos pupilas
dilatadas y una mirada triste, que
arranca de cuajo un trozo de mi dolorido corazón: la parte que me recuerda idealizándolo cuando era un niño.

Gime con pánico.

—¿Dónde está tu madre? No quiero
que me vea así.

¡Crack! Ahí va otro trozo de mi
corazón. A este ritmo, mi pecho será una caverna hueca cuando salga por la
puerta.

—Mamá no está en casa —le aseguro.

A continuación, meto como puedo mis
manos bajo sus axilas para poder
sentarle. Parece aturdido. Honestamente, no creo que sepa dónde está, ni quién soy.

—¿Se ha ido a hacer la compra? —
balbucea.

—Sí —miento—. No llegará a casa
hasta dentro de varias horas. Tenemos
tiempo de sobra para limpiarte, ¿vale?

Se balancea a lo bestia y eso que ni
siquiera está de pie. El hedor
combinado de vómito, alcohol y pis
hace que me escuezan los ojos. O quizá
no es por eso por lo que escuecen. Quizá
estoy a punto de llorar, porque estoy a
punto de arrastrar a mi propio padre
hasta el baño para ayudarle a que se
pegue una ducha. Y después voy a
vestirle como si fuera un puto niño de
tres años y a meterlo en la cama. Quizá
por ESO me pican los ojos.

—No le cuentes esto a tu madre, Jae. Se enfadaría muchísimo conmigo. No quiero que se enfade conmigo. Y no
quiero despertar a Jinnie… —Empieza
a farfullar de forma incoherente.

Me cuesta respirar cuando levanto el
bulto apestoso y quejumbroso en el que
se ha convertido mi padre y lo llevo al
baño al final del pasillo. Solo hay un
pensamiento que atraviesa mi cabeza.

Mi hermano es un santo.

Es un puto santo.

Ha estado haciendo esto un día sí y
otro también desde que me fui.

Ha estado limpiando el vómito de mi
padre del suelo, y llevando el taller, y
ocupándose de todo sin quejarse ni una
sola vez.

Dios, ¿qué coño me pasa? Que le den
por culo a la NHL. Jae se merece la
oportunidad de salir de esto durante un
tiempo. De viajar con su novia y vivir una vida normal que no implique
desnudar a su propio padre y subirlo a
la ducha.

De pronto mis pulmones me arden,
porque la fría realidad acaba de calar en mí. Dios mío. Este es mi futuro. En
menos de un año, este será mi trabajo a
tiempo completo.

Nunca antes he tenido un ataque de
pánico y no estoy seguro de qué implica.
Palpitaciones incontroladas… ¿Eso es
un síntoma? ¿Manos frías y húmedas que no paran de temblar? ¿Que la tráquea no deje pasar ni un solo hilo de aire?

Porque todo eso me está sucediendo en
este momento, y me estoy asustando que te cagas.

—¿Jinnie? —Mi padre parpadea cuando el agua caliente cae sobre su cabeza, aplastando su pelo oscuro en la
frente—. ¿Cuándo has llegado? —Se
tambalea en el suelo de baldosas,
lanzando su mirada en todas las
direcciones—. Voy a traerte una
cerveza. Tómate una cervecita con tu
padre.

Estoy a punto de vomitar.

OK, sí. Creo que estoy teniendo un
ataque de pánico.

Llego tres horas tarde a recoger a Kook.

Mi teléfono se quedó sin batería en
Munsen y no me sé su número de
memoria porque lo tengo guardado en el teléfono, así que ni siquiera la he podido llamar desde el fijo para avisar que llegaba tarde.

Mi ataque de pánico ha disminuido.
Un poco. O quizá es que estoy
entumecido. Solo sé que necesito ver a
mi novio. Necesito abrazarlo para
extraer el calor de su cuerpo, porque en
este momento me siento como un puto
bloque de hielo.

La luz del porche está encendida
cuando aparco en el camino de entrada
de la casa de su padre; el brillo amarillo
ilumina una chispa de culpabilidad. Son
más de las diez. Llego megatarde y lo he
tenido esperándome durante horas.

Que se acostumbre. Se burla una voz
cínica. Por todas las veces que va tener
que esperar el año que viene.

Mis pulmones se encogen. Dios. Es
verdad. ¿Cuántas veces pasará lo de hoy
cuando esté trabajando en Munsen a
tiempo completo? ¿Cuántas veces
llegaré tarde o tendré que cancelar
nuestros planes? ¿Cuánto tiempo pasará
antes de que me mande a la mierda por
todo eso?

Aparto a un lado la terrible idea
mientras le doy al timbre. El padre de
Jungkook abre la puerta y frunce la boca cuando me ve.

—Hola. —Mi voz es ronca, cargada
de arrepentimiento—. Lo siento. No he
podido llegar a la cena, señor. Habría
llamado, pero me quedé sin batería y
cuando… —No. Ni de coña le voy acontar a lo que tenido que enfrentarme esta noche—. Bueno, he venido para llevar a Kook al campus.

—Ya se ha ido —contesta el señor Jeon—. La madre de Yungyeom los ha
llevado a los dos.

La decepción me da una bofetada.

—Oh.

—Jungkook ha estado esperándote todo
lo que ha podido… —Vuelve a fruncir
el ceño en un claro reproche—. Pero
tenía que irse a casa a estudiar.

La vergüenza baja por mi garganta.

Claro que me ha estado esperando. Y
claro que se ha ido.

—Ah…, OK. —Trago saliva—. En ese caso, supongo que me iré a mi casa.

Antes de que me vaya, el señor Jeon
me pregunta:

—¿Qué te pasa, Seokjin?

El dolor en mi pecho aumenta.

—Nada. No es nada, señor. Yo he… he tenido una urgencia familiar.

Parece preocupado.

—¿Va todo bien?

Asiento.

Después niego con la cabeza.

Después asiento de nuevo.

Dios, aclárate de una puta vez.

—Todo va bien —miento.

—No, no es cierto. Estás pálido como
la leche. Y pareces agotado. —Suaviza
su tono—. Cuéntame qué te pasa, hijo.
Quizá pueda ayudarte.

Mi cara se desencaja. Oh, mierda. Oh, joder, ¿por qué me ha llamado HIJO? El
picor de mis ojos es insoportable. Mi
garganta se cierra de golpe.

Necesito largarme de aquí.

—¿Por qué no pasas? —insiste—. Nos sentamos y te hago un café. —Una
sonrisa irónica levanta sus labios—. Me
gustaría ofrecerte algo más fuerte, pero
aún eres menor de edad y tengo una
norma estricta sobre el alcohol a…

Pierdo el control.

Pierdo el puto control.

Sí. Lloro y berreo como un bebé, ahí
mismo, delante del padre de Jungkook.

Él se queda congelado.

Pero solo un segundo. Después da un
paso rápido hacia delante y me rodea
con sus brazos. Me atrapa en un abrazo del que no me puedo escapar, un sólido
muro de consuelo sobre el que empiezo
a sollozar. Estoy tan avergonzado…
Pero no puedo reprimir más las
lágrimas. Pude reprimirlas en Munsen,
pero el pánico ha vuelto, igual que el
miedo. Y el padre de Jungkook me ha
llamado «hijo», y, Dios santo, soy un
desastre.

Soy un puto desastre.

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