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Capítulo 17

Capítulo 17

Aiden:

La besé con todas las ganas que tenía de hacerlo, perdiendo todo el control que me había costado mantener a raya durante todo el trayecto hasta aquel paraíso privado. Su aroma, el tacto de su piel cremosa, su voz, su risa... me estaban volviendo loco y no había dejado de mirarla con todo el deseo que sentía por ella. Se veía apetecible y sus labios me supieron a gloria bendita.

Apreté mis brazos en torno a su cuerpo y la pegué a mí, temeroso de que intentara huir. Sin separarme, me apoyé en una roca para poder saborearla mejor. La sentí jadear en mi boca cuando le mordisqueé con suavidad el labio inferior, una petición silenciosa, y, cuando me dio permiso, dejé que mi lengua batallara con la suya y bailara en aquella danza frenética y llena de pasión.

Contorneé su cuerpo con mis manos y gruñí de éxtasis. Dios, era perfecta.

Nos separamos unos segundos para recuperar el aliento, con la frente apoyada en el otro. Su pecho, al igual que el mío, subía y bajaba con rapidez, como si el aire no le llegara a los pulmones, como si le hubiese robado el último aliento. Una tímida sonrisa se instaló en sus labios y volví a perder el control.

La besé, la besé como si ahora que había probado su sabor me fuera incapaz de vivir sin él. Ella me estaba volviendo loco, más cuando me enroscó los brazos en el cuello y tiró de mi pelo perdida como estaba en el beso. Me encantaba que estuviera disfrutándolo tanto como yo.

Pronto, los besos pasaron de ser pasionales a delicados y llenos de ternura, inocentes, hasta que nos separamos lentamente, aunque no permití que le alejara mucho, puesto que aún la tenía atrapada entre mis brazos. Tenía las mejillas ruborizadas y los labios hinchados por la intensidad del beso. Sonreí al pensar que era el culpable de su estado y, sin poder evitarlo, le robé otro suave beso de los labios.

—No sabes las ganas que tenía de besarte, lo mucho que me ha costado controlarme cuando estaba a tu lado —confesé con la mirada perdida en esos ojos púrpuras espectaculares.

Wendy estaba muda; parecía que le había comido la lengua el gato. Se veía tan adorable.

—¿No vas a decir nada?

A modo de respuesta, apartó la mirada e intentó ocultar cuán roja estaba con el pelo.

Enarqué una ceja.

—Así que ahora la pequeña Wendy se ha quedado callada, eh. —Sonreí con picardía cuando emitió un resoplido y, pese a que no pude verla, estuve segurísimo que había puesto los ojos en blanco. No pude evitar carcajearme, aunque por ello me gané una buena salpicadura.

—¡No seas malo!

Se revolvió entre mis brazos, pero no iba a dejarla liberarse tan fácilmente, no ahora que había dado un paso tan importante.

—No huyas de mí.

—No huyo de ti.

Esbocé una sonrisa de lado.

—¿Cuántas veces tengo que decirte que tengo un sexto sentido que me dice cuándo mientes?

Masculló algo por lo bajo.

—Odio que me conozcas tan bien.

Le aparté el pelo de la cara para poder contemplarla mejor y no perderme ni un solo gesto. Era preciosa. Su belleza natural me había cautivado desde el principio y su personalidad arrolladora era uno de sus atractivos.

—¿Por qué quieres alejarte de mí? ¿No ves lo mucho que me atraes?

Wendy parecía estar sorprendida de verdad por mis palabras, como si no se lo creyera.

—¿Cómo es posible que de entre todas las chicas te hayas fijado en mí?

Le acaricié la mejilla con delicadeza. Tenía la nariz salpicada de pecas apenas visibles.

—¿Cómo no hacerlo cuando eres la única que se muestra tal cual es cuando estoy con ella? No te escondes y cada vez que hemos charlado me hacías sentirme cómodo, como si de verdad nos conociéramos de siempre y no fuéramos dos extraños hasta el principio del verano.

Estaba aterrorizado. Le había puesto mi corazón en una bandeja de plata y solo ella tenía el poder de romperlo en mil pedazos; estaba a su merced. ¿Qué haría si me rechazaba, si me dijera que no siente todo el torbellino de emociones que siento yo? Porque, sí, Wendy me había confesado que se sentía atraída por mí, pero entre la atracción y el amor había un abismo enorme.

No dijo nada; se quedó callada y estática en el sitio con las mejillas bañadas en un rosa adorable, aunque el brillo de sus ojos púrpuras fue todo lo que necesité para saber cuánto le habían gustado mis palabras.

—¿Cómo sabes que no actúo cuando estoy contigo?

Me encogí de hombros.

—Hay algo dentro de mí que me dice que eres sincera, que tu manera de ser es esa. Me fío de mi instinto. Además, ya te he dicho mil veces que tengo un sexto sentido que me ayuda a detectar las mentiras y mi radar no ha saltado en ninguna ocasión.

Soltó un pequeño resoplido, apenas audible.

—No sé cómo te has podido fijar en mí con la cantidad de mujeres que he visto que te han devorado con la mirada no solo este verano, sino a lo largo del tiempo que llevo trabajando en palacio.

Hice una mueca. No me gustaba que se menospreciara, que no viera lo mismo que veía yo en ella.

—Pues no entiendo por qué te parece tan raro. No eres, ni por asomo, una chica del montón; créeme, yo no me habría sentido atraído por ti de haberlo sido. —Le pasé una mano por la mejilla para después juguetear con varios mechones de su cabello húmedo—. Eres muy especial.

Se le ensombreció la mirada, nublando la luz que irradiaba a todas horas. Apartó los ojos unos segundos y frunció los labios con fuerza. Durante unos instantes creí que se iba a echar a llorar y temí haber dicho algo fuera de lugar, algo que la hubiese hecho sentir mal.

—Eh, ¿qué ocurre? —pregunté incapaz de verla así.

Ella se encogió de hombros, pero no dijo nada más.

—¿Te he ofendido? Mira que a veces puedo ser un patán y meter la pata hasta el fondo cuando hablo y...

—No es eso —me cortó volviendo a conectar nuestras pupilas y enviando esa corriente eléctrica a cada célula de mi cuerpo.

—Entonces, ¿qué es? —supliqué. Deseaba con todo mi ser que compartiera conmigo aquello que tanto mal le estaba haciendo, esa carga que parecía llevar sobre los hombros como si fuera su mochila personal—. Por favor, confía en mí. Sabes que no se lo diré a nadie y, sea lo que sea, te ayudaré a superarlo.

Hinchó mucho el pecho, como intentando armarse de valor. De repente, el ambiente se había tornado tenso, como sus hombros desde que había empezado a rogarle que me contara qué le pasaba.

—Es una tontería.

Puse los ojos en blanco.

—Todo lo que tenga que ver contigo no es ninguna tontería. Venga, desembucha de una vez.

Volvió a tomar una gran bocanada de aire y abrió la boca como si fuera a decir algo, pero volvió a cerrarla al no encontrar las palabras adecuadas. Le pasó lo mismo la segunda vez que lo intentó, y la tercera. A la cuarta, por fin, su voz salió de su garganta tan bajo que tuve que alejarnos de la cascada y sacarnos del lago para poder escucharla mejor. Con los pies a remojo en el agua, me coloqué de tal manera que estuviera en pleno contacto visual para no perderme ni una sola palabra que tuviera que decir. Todo, absolutamente todo lo que le ocurriera me afecta a mí también. Si ella estaba triste, yo también lo estaba.

—Desde que mi padre murió muy pocas veces he recibido elogios. —Sus palabras estaban cargadas de pena y pesadumbre y, al instante, se le empañaron los ojos de lágrimas acumuladas, como si hablar de esa época pasada le doliera una barbaridad—. Te he contado que al morir él me quedé con mi madrastra.

Asentí con la cabeza.

—Sí, se quedó contigo.

—Ella... ella...

—¿Sí? —la presioné.

—...no es buena conmigo, no lo ha sido desde su muerte —acabó confesando entre balbuceos. Sus ojos habían perdido todo el brillo que los caracterizaba y las lágrimas empezaron a empañarlos—. No me quiere, nunca me quiso. Fingió que me quería cuando mi padre vivía, pero tras su muerte, todo cambió y me vi obligada a crecer antes de tiempo. Me sentía tan sola. De la noche a la mañana todo lo que conocía había cambiado radicalmente.

Apreté los puños y un deseo de golpear algo, lo que fuera, me invadió.

—Me obligó a dejar las extraescolares y daba igual lo mucho que me esforzara y las buenas notas que sacara; nunca sería suficiente, siempre podría dar más —continuó explicando ella pese a las lágrimas que descendían sin parar por sus mejillas. Me dejaba devastado verla así y habría dado lo que fuera por poder haber hecho algo, lo que fuera—. Dejó de comprar ropa bonita para mí y me vestía con aquella que no me sentaba nada bien, comprada en tiendas de segunda mano.

—Eso es horrible.

—Cuando tuve la edad suficiente para empezar a trabajar me obligó a compaginar los estudios con el trabajo y, desde entonces, se ha quedado con parte del sueldo que gano. A su parecer, se lo debo después de que se hiciera cargo de mí todos estos años. No tengo ropa buena, compro todo en tiendas de segunda mano y vivo en un cuchitril en el sótano; así que no comprendo por qué me has elegido a mí de todas las chicas que hay en el reino, cuando está claro que estoy rota por dentro y que no tengo arreglo.

Sus palabras me dejaron totalmente asolado y ni me lo pensé dos veces: la abracé con fuerza y dejé que llorara entre mis brazos y que buscara la seguridad en ellos. La noté aferrarse a mí y hundir la cara en mi cuello mientras se convulsionaba por el llanto. Mientras tanto, le recorrí la espalda con lentitud en un claro gesto de que no me importaba cuánto tiempo estuviera así, no la iba a dejar sola.

—Todo lo que te ha pasado debe ser horrible y no me imagino viviéndolo en carne propia —hablé en apenas un susurro, como si temiera que alguien pudiera escucharnos en aquel remanso desértico—. Pero todo esto solo te convierte en una mujer fuerte. Dices que estás rota, pero para mí eres la chica más valiente que he visto en mi vida, con el mejor de los corazones. Defiendes a los que de verdad lo merecen, odias las injusticias y siempre sabes qué decir. No dejes que esa mala mujer se interponga en tu vida. No te queda nada para desprenderte de ella, ¿verdad?

Wendy salió de su escondite, elevó la mirada y sus ojos volvieron a conectarse con los míos.

—Solo me quedan unos meses y por fin podré ser libre.

Le di un beso cariñoso en la frente.

—No dejes que ella te menosprecie y se salga con la suya. No merece la pena.

Si bien al principio mis palabras parecieron calmarla, pronto abrió los ojos de par en par, como si hubiera recordado algo, y se llevó las manos al rostro. Soltó una retahíla de tacos por lo bajo.

—¡Dios, va a matarme! ¡Estoy muerta! ¿Por qué no he podido quedarme quieta, joder?

Verla perder los papeles no fue un plato de buen gusto pese a que me causó cierta gracia que saliera a la luz su vena malhablada. Os confieso que estaba más perdido que un borracho en el espacio.

—¿Quién?

—Mi madrastra. Katrina solo quiere juntarte con la odiosa de su hija mayor, Agatha. ¡Dios mío! Como se entere de lo que ha sucedido entre nosotros, de lo que siento por ti, va a encerrarme en el sótano y torturarme hasta la muerte.

¿Por qué sentí que se me erizaba la piel? La voz de aquella muchacha estaba teñida de puro pavor, como si de verdad la mujer de sus pesadillas fuera a hacérselo.

¡Un momento! ¿Acaso había dicho Katrina y Agatha?

—¿De qué conoces a Katrina Barrie y a su hija?

Ella me miró de hito en hito, sin pestañear, antes de escupir la respuesta.

—Son mi madrastra y mi hermanastra.

Abrí los ojos tanto que por un momento pensé que se me saldrían de las cuencas. ¡No podía ser cierto! La analicé de nuevo con la mirada, recorriéndola de arriba abajo como si hubiera visto un fantasma. El pelo, los ojos grandes, incluso la forma de la cara. ¡Y esos ojos, por el amor de Dios! ¿Cómo había podido ser tan ciego?

—Es... imposible —balbuceé. Había perdido todo el color de la cara y estaba seguro de que mi rostro debía de estar cubierto por una máscara de sorpresa—. Si moriste en aquel accidente.

Como si de repente se diera cuenta de lo que acababa de suceder, abrió muchísimo los ojos y se llevó las manos a la boca.

—No, no lo hice —confesó unos minutos después.

—¿Eres la hija biológica de Blake Barrie? ¿Eres Gwenny, mi Gwenny?

Meneó la cabeza arriba y abajo en señal de asentimiento. Una gran sonrisa se apoderó de mí.

—¡Estás viva! Ya verás cuando se lo cuente a mi padre. Estoy seguro que te hará miles de preguntas y....

Pero ella me retuvo y me acalló con un solo gesto.

—No puedes decírselo a nadie, por favor. Si Katrina se entera de que te lo he dicho, me matará. Me hizo jurarle que nadie jamás sabría de quién era hija.

—¿Por qué?

—Porque me odia y no quiere que sea feliz.

No podía hacerlo, no podía callarme ante una injusticia semejante. Ella no se merecía eso; no debería temerla.

—No puedo hacerlo. Mis padres se merecen saberlo; tú te mereces una vida mejor. ¿Por qué no luchas por lo que es tuyo.

Una risa cargada de amargura brotó de su garganta y ante mi mirada de ingenuidad se explicó:

—¿Acaso no crees que no lo he intentado ya? ¿No crees que ya he intentado rebelarme y librarme de ella? Katrina es experta en el arte del engaño y siempre se las ha ingeniado para quedar como la víctima de todo, aludiendo que mi comportamiento se debía a lo traumatizada que había quedado tras vivir en carne propia la muerte de mi padre. No sabes lo víbora que es. Si incluso me cambió de colegio con tal de que nadie supiera quién era realmente. Aiden, no sabes contra quién estás luchando.

Os juro que de verdad parecía atemorizada. Temía a su madrastra.

—¿Por qué no huyes lejos o hablas con un asistente social al respecto?

Resopló con impaciencia. Incluso la persona más paciente del universo llegaba a perder algún día toda la paciencia.

—Ya lo he intentado. Katrina siempre me encuentra, vaya a donde vaya. Cuando tenía diez años, cogí las pocas pertenencias que me quedaban y me escapé por la noche. Cogí el primer tren que llevaba hasta donde se encontraba la sede de la asistencia social, pero cuando pisé el interior del edificio me la encontré y al regresar a casa me dio tal paliza que se me quitaron las ganas de volver a hacerlo. A los quince, volví a intentar escaparme tras una discusión colosal solo porque no había hecho una tarea y tras sufrir las consecuencias, salí a hurtadillas de casa. Estuve un par de días viviendo en la calle, pero al tercero, no sé cómo, me acabó encontrando.

Estaba estupefacto por todo lo que me estaba contando Wendy, con los ojos llenos de una tristeza aplastante. ¿Cómo una persona tan pequeña había sufrido tanto? Ojalá pudiera haberle evitado toda esa agonía, ojalá sus pupilas no estuvieran al borde del derrumbe.

—Me obliga a hacer las tareas de la casa como si fuera su sirvienta —continuó explicando con la voz temblorosa. Tragó saliva y respiró profundamente antes de proseguir—. Desde que era una cría me he visto obligada a atender todas sus necesidades, las de ella y su querida hijita mayor. Me levanto mucho antes de la hora a la que entro a trabajar y debo cumplir con todo lo que me pide y cuando llego reventada tras haberme pasado horas cumpliendo mis deberes en palacio... me espera una gran lista de quehaceres.

—Eso es injusto —objeté—. Deberías descansar, no seguir trabajando hasta el agotamiento.

—No es la primera vez que me deja sin dormir porque piensa que soy una holgazana, tampoco que me mantiene en ayunas porque cree que como demasiado. Soy la que se come las sobras, como un perro. Por eso estoy tan delgada. Si no fuera por Margory, la agradable jefa de cocinas de palacio, que es una de las pocas personas que conoce un poco acerca de la situación que vivo en palacio y que, debido a eso, me prepara un tupper de comida extra para mí, ahora mismo estaría en los huesos.

Observé su cuerpo con detenimiento. Si bien tenía las curvas donde debía tenerlas y había ganado algo de peso en aquel mes, todavía se le notaban un poco las costillas cuando se ponía recta. Pensé en la vez en la que volé con ella entre mis brazos y lo poco que me pareció que pesaba. Todo tenía sentido ahora. Y pensar que todo se debía a su malvada madrastra.

Sorbió por la nariz.

—Tampoco me ha dejado ir a la universidad o estudiar un grado medio. Según ella, no debo malgastar mi tiempo con los estudios ya que estos son una vía para tener un trabajo y yo ya lo tengo. No ha querido gastarse más dinero en mi educación, aunque sus hijas sí han podido ir a la universidad —escupió con asco.

Jugueteé con una brizna de hierba, incapaz de mantener las manos quietas.

—Debe de ser duro tener que aguantarlas. Agatha es insoportable y una falsa. Papá las invitaba a los bailes porque creía que Katrina era buena y pensaba que se lo debía a su mejor amigo. Dana parece ser igual. Le ha echado el ojo al hijo mediano de Cathrine y Nicholas, los mejores amigos de mis padres. Si es que esa familia solo quiere poder y dinero.

Wendy hizo una mueca.

—Agatha es una malcriada y si no consigue lo que quiere monta un berrinche que no veas. Cuando conseguí una beca de verano y ella no me puso una rata muerta en la almohada. Es una desquiciada.

Ahogué una exclamación. Qué ser más ruin y envidioso.

—Pero Dana es la persona más buena que conozco. No es como su madre ni como su hermana y se ha convertido en mi hermana. Me ayuda siempre que puede y hace que mis días en esa casa de locos no sean tan duros. Te aseguro que está muy enamorada de Kai, lo ama con todo su ser. Lo que le pasa es que es muy tímida y le cuesta dar el primer paso.

Lo que me contaba de su hermanastra pequeña me sorprendió. Y yo que pensaba que no era más que otra chica estirada y rica con ansias de poder.

—No tenía ni idea. Sinceramente, pensaba que era igualita que su hermana mayor, y no sabes lo que me alegra saber que puedes contar con ella dentro de esa casa de locos.

Le acaricié de nuevo la mejilla con los dedos. Tenía los ojos hinchados y enrojecidos por el llanto y los pómulos completamente ruborizados. Sin embargo, había algo nuevo en ella. ¿Alivio quizás? Ya no estaba tan tensa como antes y me alegraba mucho por ello. Que hubiera confiado en mí había sido un gran paso para nosotros... si es que había un nosotros.

Vi cómo cerró los ojos y disfrutó de la suave caricia antes de volver a abrirlos y a hablar con un brillo nuevo en ellos.

—He vivido toda la vida en las sombras. No me puedes pedir que de la noche a la mañana cambie mi manera de ser, que no me subestime cuando desde que era pequeña el ambiente en el que me he movido no ha sido bueno.

—No quiero que cambies. Me gustas tal y como eres, Gwenny.

Me acerqué más a ella, hasta que nos separaba tan poca distancia que nuestros alientos se entremezclaban y su aroma femenino impregnó cada célula de mi ser.

Se llevó de nuevo las manos a la cabeza y soltó un gran gruñido.

—Katrina va a matarme como se entere de lo ocurrido —repitió en un lamento.

—No va a hacerlo —intenté tranquilizarla. Me dolía verla así, tanto que ni me lo pensé dos veces: la abracé con fuerza y dejé que se refugiara entre mis brazos.

—¿Por qué tienes que gustarme tanto? ¿Por qué no puedo alejarme de ti? —susurró desde su escondite. Sentía su aliento en el cuello, como una cálida caricia.

Le di un beso en la coronilla antes de separarla un poco y clavar los ojos en los suyos. Un par de lágrimas descendían por su rostro con lentitud y las borré con mis dedos. No me gustaba verla llorar.

—El amor es caprichoso. —Sonreí de manera pícara antes de continuar—. Piensa en el lado positivo: tienes a un príncipe encantador a tus pies.

Puso los ojos en blanco y, acto seguido, miró a ambos lados como si lo buscara de verdad.

—¡Qué me cuentas! ¿Dónde está? No lo veo —se burló y aquello me sacó una gran sonrisa. Ahí estaba mi Gwenny de nuevo, tan valiente y luchadora.

—Me alegra que estés de vuelta.

En sus labios se pintó una gran sonrisa que iluminó todo mi mundo.

—Gracias por estar aquí, por escucharme. Nadie conoce la verdadera historia de mi familia. Es agradable compartirlo con alguien.

—Ya sabes que puedes hablar conmigo de lo que sea. Solo tienes que buscarme e invitarme a algo. —Le guiñé un ojo con coquetería.

Se le escapó una risita. Me dio un puñetazo cariñoso en el hombro.

—Ni hablar. Su alteza real debería invitar a la dama. Son las normas del protocolo —pronuncio con acento pijo.

Dios mío, empecé a desternillarme sin importar que mi risa fuera demasiado estruendosa. A la mierda las normas de etiqueta.

Nos quedamos un rato en silencio, en los brazos del otro. Escuchar el latido relajado de su corazón envió oleadas de calma a cada átomo de mi cuerpo. Nos envolví con las alas; ni muerto iba a dejar que se escapara. Una chispa relampagueó en sus pupilas y, sin apartarlas de mis alas, preguntó:

—¿Te importa si...? ¿Puedo...?

Una gran sonrisa se instaló en mis labios y guié mis manos a esa parte de mi anatomía que sabía que se estaba muriendo por explorar. Con una ternura que me hizo estremecer, me acarició cada pluma como si fueran lo más delicada que haya palpado. Sus dedos sobre ellas provocaron que el famoso ejército de hormigas me recorriera por entero y que allá donde los sentía me dejara un hormigueo delicioso.

—Siempre me he preguntado si serían tan suaves como parecían.

La miré lleno de curiosidad.

—¿Lo son?

Una carcajada alegre salió de sus labios como la mejor música celestial.

—Digamos que podría pasarme horas así, sin apartar las manos de ti.

La apreté aún más contra mí.

—Ya sé que soy irresistible. —Sonreí de forma pícara.

Puf, y vanidoso. Alteza, creo de verdad que tiene un serio problema con su ego. Como siga así, acabará estrellándose contra él mientras da sus paseos nocturnos.

Me quedé de piedra.

—¿Cómo sabes lo de mis vuelos?

Se encogió de hombros.

—Soy muy observadora. Dibujo en mis ratos libres, más tras la cena. Suelo verte salir por la venta mientras le doy rienda suelta a mi creatividad.

—Acosadora —la piqué.

—Y con orgullo.

Reí como nunca antes lo había hecho, sin tener que preocuparme por el qué dirán y sin tener que estar en modo Don perfecto. Qué bien me sentaba ser yo mismo.

De repente, se tensó y no supe por qué. Me miró entre una mezcla de cohibida y preocupada.

—Escúpelo —le pedí—. Estamos en confianza, ¿verdad?

—No sé... —balbució. Se aclaró la garganta—. No sé qué es lo que buscas, pero quiero dejarte claro que no me van los rollos pasajeros. Soy más de una relación estable y, bueno...

Le tomé la barbilla entre mis manos y la obligué a mirarme para que le quedaran bien claro mis palabras.

—Tampoco soy de rollos pasajeros. Ya sabes que ser el príncipe heredero implica casarme y preservar el linaje y eso es lo que estoy haciendo. Estoy seguro que tú eres lo que busco y me gustaría que lo nuestro fuera oficial.

—¿Quieres que seamos...

—...¿pareja? —concluí por ella—. Sí, ardo en deseos por que lo seas.

Una sonrisa cargada de tristeza inundó sus rasgos.

—¿Qué hay de Katrina? Me despedazará viva si se entera.

Le di un beso en la punta de la nariz.

—Que le den. Ya es hora de que seas feliz y vivas tu vida.

—No puedo serlo mientras viva bajo su techo y todavía me quedan unos meses.

Solté todo el aire de mis pulmones en un suspiro agotador.

—Pues mantendremos una relación secreta, pero te advierto que pienso contársela a mis amigos.

—Y yo a los míos.

—Entonces, ¿es oficial? —pregunté con un poco de temor, pero su sonrisa radiante enseguida me quitó todos los miedos.

—Es oficial.

Y nos besamos hasta desgastar nuestros labios.

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Nota de autora:

¡Feliz lunes, Moni Lovers!

¿Qué tal se ha portado con vosotros el inicio de la semana? Yo he tenido una mañana muy productiva. He decido que voy a llamaros Moni Lovers. ¿Qué os parece? Otra cosa, estad atentos esta semana a mis redes, puesto que durante estos días haré siete años en Wattpad. ¡Es mi séptimo aniversario y voy a hacer algo muy chulo para celebrarlo!

¿Qué os ha parecido el capítulo? Han pasado muchas cosas y sé que varias de ellas ya queríais leerlas. Repasemos:

1. El beso.

2. ¡Ha habido beso! ¿Acaso creíais que iba a ser tan perra con vosotros?

3. La conversación.

4. Confesiones muy fuertes.

5. ¡Por fin Aiden se ha dado cuenta de que Wendy es su amiga de la infancia!

6. ¡Ya es oficial! #Aidy existe.

Espero que el capítulo os haya gustado. ¡Nos vemos el lunes! Os quiero. Un besito.

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