Capitulo 20
Pasados cinco meses, el espejo seguía jugando con la sensibilidad del doncel y le hacía ver lo gordo que estaba, lo feo que se veía, le bajaba por completo los pocos ánimos que tenía el levantarse de la cama. Sin embargo, ante su depresión, Felipe siempre llegaba a sus espaldas para llenarle de besos, y el espejo ya no importaba.
Una mañana de Julio, mientras Maximiliano dormía, Felipe se levantó mucho más temprano de lo usual. Había elegido ese día en especial para hacerle un regalo al doncel, había hecho todos sus deberes y había corrido sus reuniones para otros días, solo para tener toda la atención de Maximiliano en él y su juego, juego con el que subiría los ánimos del menor.
El príncipe se alejó de la cama con cuidado, arropó al doncel y cerró las cortinas de la alcoba. Tras una ducha, el azabache se preparó con un elegante traje negro, algo que hacía brillar el azul de su mirada, y luego miró a su querida pareja, viendo lo profundamente que dormía. Felipe estaba preparado para hacer el día de Maximiliano, algo mágico y lleno de aventuras, sin tristezas que pudiesen agobiar al doncel.
Entonces, Felipe sacó una pequeña carta de su saco y la dejó sobre la mesa de noche junto a una rosa. Sonriendo al aire, el príncipe se acercó a Maximiliano para besarle la frente y tras ello, salió de la alcoba, dando inicio al juego en el que todos los del castillo le ayudarían. Tras aquel beso, Felipe sabía que Maximiliano empezaría a abrir sus ojos.
Y sí, Felipe se movió rápido, porque Maximiliano no tardó en despertar con pereza de su relajante sueño. Su mirada recorrió la habitación y al verse solo, un golpe de tristeza azotó su corazón sensible. Miles de vagos y negativos pensamientos y posibilidades llegaron a su mente, y en todas, Felipe le terminaba olvidando.
El doncel pues frunció su ceño, molesto tanto con Felipe como consigo mismo. Sintió los ojos llorosos, irritados, y tras intentar limpiarlos de cualquier lágrima, finalmente notó la carta al lado de la rosa que estaba a su lado. Con una ceja alzada tomó la nota y la rosa, y limpió sus ojos antes de empezar a leer.
"Maximiliano Bellamont.
A través de esta nota se le comunica que usted va a participar de una actividad durante el día de hoy, la cual consiste en que salga de la habitación y busque diversos tesoros escondidos en el castillo, los cuales tendrá que ir acumulando consigo. Mi persona, Felipe Berwern, príncipe de Erini, seré el encargado de que su día sea maravilloso y digno de usted, por lo que pido su colaboración y paciencia a lo largo del recorrido.
El premio será algo secreto.
Le ama, Felipe Berwern."
Maximiliano se vio ligeramente impresionado por aquella formal y elegante carta. Hizo un mohín por un momento, casi aburrido y aún molesto, pero no pudo evitar reír ante la seriedad de la nota que Felipe le había dejado, no pudo evitar sonrojarse al leer que Felipe le amaba, porque ese pequeño gesto se le hacía muy tierno.
Entonces Max se puso en pie y abrió las cortinas, viendo el fresco clima de las afueras, algo que le hacía sonreír. Luego fue al baño a tomar una ducha, y tras verse vestido con un traje que Felipe había dejado preparado para él, se vio al espejo, notando que aquel traje le hacía ver elegante, aún con el vientre abultado. La tela blanca que caía sutilmente desde sus hombros era suave, tenía pequeñas flores bordadas en las mangas y traía una nota.
"Lleva las rosas contigo."
El doncel bufó ligero y se volvió a la flor que reposaba sobre la cama, y notó pues la bandeja de plata al lado de la rosa, la cual poseía un desayuno perfectamente elaborado a su gusto, puesto en una vajilla blanca con adornos dorados. Maximiliano se vio más emocionado y no tardó en iniciar su comida.
Sin embargo, tras terminar de comer, lo único que el doncel quería como premio era el abrazar a Felipe durante un rato, besarle, tener un día donde el azabache y él pudiesen darse cariño. Evitó mirar el espejo a sus espaldas, pues no era un momento indicado para sentirse mal, así que se preparó mentalmente para el juego que su pareja había ingeniado.
"Joven Bellamont.
Tras un nutritivo desayuno, sus energías deben haber aumentado. Ahora, por favor, tome rumbo a la biblioteca del castillo. Allí encontrara uno de los muchos tesoros escondidos, algo que caracteriza nuestro amor.
Le ama, Felipe Berwern."
Y sí, Maximiliano, con la rosa sin espinas en su mano derecha, se encaminó a la biblioteca. Sus pasos eran sigilosos, pensaba que podría molestar a alguien, pero al parecer, el castillo estaba abandonado. Ni las bucamas, ni los mayordomos, ni Zacarías, ni Margaret, nadie estaba en el pasillo, no se oía ni un pequeño ruido. Aquello llenaba de curiosidad al doncel.
Al verse en la biblioteca, Maximiliano se acercó a la gran mesa principal. Allí había una rosa y bajo ella, otra nota.
"Joven Bellamont de Berwern, en este paraíso de historias, usted y yo hemos compartido algunos de los momentos más románticos dentro del castillo; un lugar con gran significado emocional, con grandes recuerdos encerrados entre sus paredes. Sin embargo, entre tantas palabras olvidadas, se esconde un objeto que le confie con todo mi corazón, ¿Podrá descubrir de qué se trata?
Le ama, Felipe Berwern de Bellamont."
Nuevamente las mejillas del doncel se pintaron de rojo y tras agarrar la rosa, y guardar la carta, caminó por toda la biblioteca, pensando en todos los objetos que Felipe le había confiado a lo largo de su estadía allí. Le había dedicado canciones, le había enseñado a tocar piano, le había confiado secretos de su juventud.
Maximiliano, pensando en ello, se dio cuenta en que Felipe, el joven misterioso, era un libro abierto solo para él. Max era su confidente, podía decirle casi cualquier cosa, podía confiarle sus palabras.
¡Eso es! Pensó finalmente. El doncel caminó entonces hacia uno de los estantes más lejanos. Revisó con cuidado cada libro de cubierta de cuero, hasta que se topó con el libro sin título que tanto amaba. Ese libro escrito por Felipe, un posible diario del príncipe siendo adolescente, el lugar donde todas sus letras le describían y llenaban de emoción al lector, al único lector del libro: Maximiliano.
Sin embargo, aquel libro tan añorado estaba lejos de sus manos, estaba entre los libros más altos y Maximiliano se vio entristecido, quizá molesto, por la mala jugada que le estaba haciendo Felipe. Lo único que el muchacho de lisos cabellos pudo pensar fue en tomar un banquillo, porque saltar sería peligroso, pero el montarse en el banquillo también le ponía nervioso.
—Pequeño primo— la conocida voz de Esteban apareció de repente entre los estantes.
Maximiliano tembló entonces con un pie sobre el banquillo, gracias al susto, y Esteban se apresuró a tomarle de los brazos antes de que terminara en el suelo, a lo que el menor le agradeció. Esteban bufó pues, su tarea era estar cerca en ese momento, y Maximiliano al parecer, se mostró aliviado de verle.
—¿Qué haces aquí?— Disimuló Esteban, porque ya sabía sobre el plan de Felipe. Como todo buen Bellamont, sabía mentir.
—Eso te pregunto a ti— rio ligero el menor—. No he visto a nadie en el castillo, realmente me alegra verte— sonrió hacia el mayor, y Esteban no dudó en despeinarle el cabello.
—Zacarías me mandó a buscar un libro de lucha, quiere explicarme los tipos de combate en otras naciones— explicó brevemente el castaño, mintiendo a la perfección y a lo que Maximiliano se vio convencido—. ¿Necesitas algo?— Max asintió y miró el libro pequeño que estaba entre los libros más altos. Esteban no tardó en tomarlo y entregárselo al doncel—. Tranquilo, algún día crecerás— se burló con cariño.
Entonces Max frunció ligero su ceño en lo que abrazaba el libro y Esteban soltó una carcajada por la actitud infantil de su primo, quien no tenía ganas de replicar. Así que tras agarrar un libro cualquiera del estante, el castaño se despidió y Max, viéndose curioso, le siguió un momento después. Sin embargo, al llegar a la puerta de la biblioteca, Esteban había desaparecido y Maximiliano, un poco confundido, decidió seguir con el juego de Felipe.
La siguiente nota llevó a Maximiliano a la cocina, y allí se encontró con gran parte del personal de castillo pendiente de su llegada, porque también estaban incluidos en el plan de Felipe. Ante la timidez del menor, todos se presentaron y Max se sintió en confianza, pues nadie le miraba mal, o por lo menos no se había dado cuenta de ello mientras reía con los mayordomos y era halagado por la muchachas.
La siguiente nota, la cual fue entregada por la señora Paula, llevó al doncel a las caballerizas del castillo, donde Zacarías estaba peinando a su caballo con suma tranquilidad, sabiendo que en cualquier momento el tímido Max llegaría a saludarle. El mayor, tras una charla ligera, le entregó a Maximiliano una nota que le llevó al ático, a la torre más alta, donde el atardecer se veía maravilloso al darle paso a la noche.
Así Maximiliano caminó por gran parte del castillo, recogiendo rosas y haciendo amigos inesperados, simplemente conociendo personas que en algún momento había visto en el castillo. Hasta que se vio nuevamente en el alargado pasillo principal del segundo piso, el cual estaba a oscuras y frío. Miraba los alrededores en busca de alguna pista quizá, sus pies dolían y estaba cansado de cargar un ramo con casi una docena de flores.
Sin embargo, llegó un momento en que el pasillo se iluminó tenuemente con pequeños faroles en el piso y el doncel pudo ver en ese instante que, lo que crujía bajo sus pies a cada paso, eran pétalos de rosas blancas que le guiaban, que le guiaban hacia su alcoba, donde varias notas de amor adornaban la puerta.
Maximiliano se mordió el labio, se sintió nervioso y se abrazó a las flores, las cuales se aplastaron contra su traje blanco. Tomando un profundo respiro, Max supo que era hora por fin de entrar a la alcoba. Agarró el picaporte y abrió la puerta con lentitud, su miraba estaba escondida tras la flores y no fue hasta que se vio a unos pasos dentro de la habitación, que asomó la mirada.
Y allí, frente a él, Felipe se encontraba arrodillado con una pequeña caja en su mano, la cual le ofrecía con una brillosa mirada llena de ilusión. Max se vio sin aliento, paralizado, y su corazón latió descontrolado, aumentando cada vez el ritmo cardiaco que le quitaba la respiración al muchacho.
—He aquí su última parada: la alcoba real— comenzó Felipe, sin perder detalle de los gestos tímidos y emocionado del menor—. Aquí, el maravilloso lugar donde se selló nuestro amor, nuestro encuentro, nuestra primera vez, el lugar donde quiero seguir haciendo cosas por primera vez, contigo— pausó, y bajó ligeramente la mirada para tomar valor. El corazón del frío príncipe latía a gran velocidad—. Por ello, Maximiliano Alexander Bellamont Bane, hoy y aquí, ante los ojos de la luna, quiero hacerte la propuesta más importante que he hecho en mi vida.
Maximiliano solo podía ver a Felipe, a su querido Felipe, allí, viéndose tan seguro de sí mismo, tan seguro de sus palabras, tan guapo vestido de negro, tan perfecto como el día que le conoció. Y pensó, reflexionó si todo aquello era un sueño, una realidad que no le pertenecía. Pero dejó eso de lado de inmediato, porque ese podría ser quizá uno de los mejores momentos de su vida, un momento que era solo suyo.
—Maximiliano...— Felipe habló firme y abrió la cajita en su mano, mostrando un par de anillos brillantes, anillos plateados y con tres pequeñas piedras preciosas incrustadas en cada uno—. ¿Te quieres casar conmigo?
Todo quedó en silencio. Felipe tragó saliva, demostrando por un segundo que estaba nervioso, y esperó a que Maximiliano contestara su pregunta. Sin embargo, Maximiliano se mantuvo en silencio, sosteniendo las flores y mirándole con brillantes ojos llorosos. Felipe mordió su labio inferior, pensando por un momento que tal vez el doncel no estaba preparado para el compromiso.
Pero pronto el muchacho dejó salir el aire de sus pulmones, asustando al ansioso príncipe, y asintió. Una mano se deslizó por su rostro, limpiando las lágrimas que habían salido junto a su exhalación. Felipe se puso en pie entonces, Maximiliano bajó más su mirada para ocultar su llanto y el príncipe, tomando su mano, le miró aún esperando.
—Yo pensé que me dejarías— sollozó como un niño, pensando en voz alta ante la emoción— Acepto. Sí, quiero ser tu esposo— repitió, mostrando por fin su rostro con una gran sonrisa en sus labios templados por el llanto—. Acepto, acepto.
Y la voz de Max se hizo más inaudible mientras repetía su afirmación, su mirada bajó un poco y se centró pues en como Felipe le ponía el anillo en el dedo, notando por un breve momento como el pulso del príncipe temblaba. Maximiliano rio ligero, queriendo evitar el llanto de alegría, y Felipe, igual o más animado, le tomó con cuidado la quijada para robarle un beso, un anhelado y dulce beso.
—Te amo— Felipe murmuró contra los labios ajenos, sonriendo, seductor—. Te amo, no tengo más palabras para describir cuán feliz estoy de haberte conocido— comentó, limpiando luego las lágrimas traviesas del menor.
—Quisiera poder explicar todo lo que provocas— rio con entusiasmo el doncel—. Pero decirte que te amo es la mejor explicación que puedo darte, mi querido Felipe— Maximiliano le acunó el rostro al susodicho—. Te amo, te amo mucho. Te amamos— incluyó a su bebé, y Felipe dejó escapar una ligera risilla.
Maximiliano tomó el anillo que estaba en la cajita. Con cariño, tomó la mano de Felipe y con tiernas palabras, acomodó el anillo en su dedo. Y tras profesarle nuevamente amor eterno, Felipe rodeó la cintura del menor para robar sus labios en un nuevo y apasionado beso, cosa a la que Maximiliano correspondió sin pensarlo.
Felipe abrió entonces sus ojos mientras saboreaba los labios ajenos y en ese momento, en ese mágico instante, el príncipe supo lo afortunado que era. Mientras veía el rostro empapado de lágrimas de Maximiliano, supo que ese chico sería el que le haría feliz por el resto de su existencia, y si la vida quería, hasta después de la muerte.
—De ahora en adelante, serás de Berwern y yo seré de Bellamont— murmuró el príncipe con sensualidad, rozando los labios del menor el cuál suspiró, enternecido—. Y tu serás mío, y yo seré completamente tuyo, porque nos complementamos, porque eres lo que necesito para sobrevivir en este mundo lleno de tormentas. Porque eres el lucero que da luz a mi vida.
—Te dije que estaría contigo para atravesar juntos cualquier tormenta— recordó Maximiliano, acariciando el rostro del azabache—. Sin importar nada, daría lo que fuera por verte feliz.
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¡Hola, Galletitas!
Como se habran dando cuenta, nuestro cuento de hadas está llegando al final. Sin embargo, aún falta drama, emoción y adrenalina que añadir.
¿Qué esperan?
Como saben, pueden unirse al Grupo Oficial de Facebook para participar de debates, teorías, preguntas y demás. Las puertas están abiertas.
Prepárense. Les amo :3
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