OO5 : Lealtad Inquebrantable
El reloj marcaba las dos de la madrugada cuando Yeosang, sumido en la soledad de su habitación, fue arrancado de su insomnio por un sonido suave, casi imperceptible, proveniente de la puerta principal. En un principio, pensó que era su imaginación jugándole una mala pasada, una manifestación más de las ansiedades que lo atormentaban día y noche. Sin embargo, cuando el sonido se repitió, esta vez más insistente, un escalofrío recorrió su espina dorsal. Lentamente, se levantó de la cama, su cuerpo tenso como una cuerda de violín a punto de romperse.
La casa estaba en penumbra, sus pasos amortiguados por la alfombra mientras se dirigía hacia la entrada. Una parte de él esperaba que fuera algún ruido accidental, tal vez el viento que se colaba por alguna ventana mal cerrada. Pero en el fondo, sabía que no era así. Sabía que lo que fuera que le esperaba al otro lado de la puerta, no traía consigo nada bueno.
Con la respiración contenida, abrió la puerta apenas lo suficiente para asomarse. Lo que vio hizo que el aire se congelara en sus pulmones.
Ahí estaba Jongho, de pie bajo la tenue luz de la luna que se filtraba por las nubes, su figura imponente recortada contra la oscuridad de la noche. Su ropa estaba empapada, pero no era la lluvia la que la mojaba. Era sangre. La gruesa tela de su chaqueta y su camiseta estaban teñidas de un rojo oscuro, casi negro bajo la luz, y había salpicaduras en su rostro y en sus manos, que parecían aún más pálidas de lo normal bajo la capa carmesí que las cubría.
Por un momento, ninguno de los dos dijo nada. Yeosang sentía su corazón latir con fuerza, un tamborileo descontrolado que resonaba en sus oídos. La expresión en el rostro de Jongho era inescrutable, sus ojos, usualmente tan intensos, parecían apagados, como si una sombra se hubiera instalado en su mirada.
—¿Qué hiciste? —La voz de Yeosang salió débil, rota, como si las palabras le dolieran al salir.
Jongho, con un leve gesto de la cabeza, pareció sacudirse la neblina que lo envolvía. Dio un paso hacia adelante, y Yeosang retrocedió instintivamente, abriendo más la puerta para dejarlo entrar. Jongho cerró la puerta detrás de él con un movimiento firme, como si quisiera asegurarse de que el mundo exterior no pudiera entrar en ese momento, como si el peligro fuera algo que se pudiera mantener a raya solo con cerrar una puerta.
—Lo que tenía que hacer —respondió finalmente, su voz grave y carente de emoción.
Yeosang tragó saliva, sintiendo un nudo formarse en su garganta. Observó a Jongho con una mezcla de horror y fascinación, sus ojos recorriendo cada mancha de sangre, cada gota que parecía cristalizar en su piel. Intentó imaginar lo que había sucedido, pero las imágenes que venían a su mente eran demasiado perturbadoras, demasiado viscerales.
—¿Alguien... murió? —preguntó, aunque en su interior ya conocía la respuesta.
Jongho tardó un momento en responder, sus ojos fijos en los de Yeosang. Cuando finalmente habló, lo hizo con una serenidad que contrastaba profundamente con el caos que debía haber causado minutos antes.
—No importa cuántos hayan muerto, Yeosang. Porque yo mataría a quien sea por ti.
Esa declaración cayó como una losa entre ambos, densa y sofocante. Yeosang sintió cómo el mundo a su alrededor parecía cerrarse, reduciéndose a la presencia de Jongho y la intensidad de sus palabras. Por un instante, la gravedad de la confesión lo dejó paralizado. Era consciente de que Jongho había cometido actos violentos antes, que la furia y la agresión eran parte de lo que él era, pero esto... esto era diferente.
Una mezcla de emociones conflictivas lo invadió. Parte de él estaba aterrorizada por lo que Jongho había hecho y por lo que significaba para el futuro. Pero había otra parte, una parte oscura y reprimida, que se sentía atraída por la ferocidad de la lealtad de Jongho, por la promesa implícita en sus palabras de que él haría cualquier cosa, cualquier cosa, por protegerlo.
Yeosang se encontró incapaz de mirar a otro lado. Sus ojos seguían fijos en Jongho, buscando en su expresión alguna pista, alguna señal que pudiera indicarle que todo era un malentendido, una pesadilla de la que pronto despertaría. Pero no había nada de eso en el rostro de Jongho. No había arrepentimiento, no había duda. Solo una resolución fría, casi mecánica.
—Jongho... —susurró Yeosang, sin saber qué más decir, qué hacer con la vorágine de sentimientos que se arremolinaban en su interior.
Jongho dio otro paso hacia él, cerrando la distancia que los separaba. Lentamente, levantó una mano cubierta de sangre, y sin romper el contacto visual, la llevó al rostro de Yeosang, trazando con su pulgar una línea invisible en su mejilla. La sensación del líquido tibio sobre su piel hizo que Yeosang se estremeciera, pero no se apartó. No podía apartarse. Estaba atrapado por la intensidad de lo que Jongho le ofrecía: una devoción absoluta, incluso si estaba teñida de violencia y oscuridad.
—No tienes que decir nada, Yeosang —murmuró Jongho, su voz ahora más suave, más íntima—. No tienes que entenderlo. Solo debes saber que siempre estaré aquí para ti. Para protegerte. Para hacer lo que sea necesario.
Yeosang cerró los ojos un momento, dejando que esas palabras se filtraran en su ser, sintiendo el peso de la promesa que contenían. Cuando volvió a abrirlos, encontró a Jongho observándolo con una intensidad que le robó el aliento. En ese momento, comprendió algo que nunca había querido admitir, algo que siempre había temido: estaba atado a Jongho, y esa atadura no era algo que pudiera deshacerse fácilmente. Era una conexión profunda, oscura y peligrosa, y ahora, más que nunca, sabía que no podía escapar de ella.
Sin decir más, Jongho bajó la mano y dio un paso atrás, permitiendo que Yeosang respirara con un poco más de libertad. Pero el impacto de lo que acababa de suceder, de lo que Jongho le había confesado, permanecería con él mucho después de que la sangre se hubiera secado y las cicatrices se hubieran formado.
Yeosang sabía que su vida nunca volvería a ser la misma, y aunque el miedo era palpable en su interior, también lo era una extraña y perturbadora fascinación por el abismo al que Jongho lo estaba arrastrando. Un abismo que, de alguna manera, ambos habían estado destinados a compartir.
El ambiente en el colegio Daehan esa mañana estaba más tenso que nunca. Los rumores se propagaban como un incendio, alimentados por las miradas furtivas y los susurros que parecían seguir a Yeosang y Jongho a donde quiera que fueran. No era un secreto que ambos chicos habían comenzado a pasar más tiempo juntos, y aunque sus encuentros no siempre eran públicos, la conexión que compartían era evidente para aquellos que se atrevían a observar.
En los pasillos, los estudiantes hablaban en voz baja sobre la naturaleza perturbadora de su relación. Algunos decían que Jongho había encontrado a alguien con quien compartir su oscuridad, mientras que otros aseguraban que Yeosang estaba siendo arrastrado por la peligrosa influencia de Jongho. La dirección del colegio, siempre alerta a las dinámicas entre los estudiantes, comenzó a sospechar que algo más profundo estaba ocurriendo entre ellos. Los ojos vigilantes de los profesores y el personal seguían cada uno de sus movimientos. Pero como siempre, los estudiantes como Jongho o Seonghwa, en su defecto, eran más rápidos que ellos.
Un par de semanas después, una fiesta clandestina se organizó en una casa abandonada cerca del colegio. Como era costumbre, muchos de los estudiantes de Daehan asistieron, ansiosos por una noche de alcohol, música, y excesos. Yeosang, tras muchas dudas, decidió asistir, presionado por su "amigo" Wooyoung, quien insistía en que necesitaba relajarse un poco y disfrutar de la vida adolescente.
Yeosang ingresó a dicha locación detrás de su amigo, quien con la misma alma extrovertida saludaba a todo estudiante que se le cruzara en el camino.
—Que bueno que vinieron chicos, ya era hora que se divirtieran —mencionó Yein, un estudiante un tanto extraño que había visto varias veces, mientras les ofrecía dos vasos con bebida que ambos desconocían que podían tener—, vamos únanse a la fiesta, que bueno que lograste traer a Yeosang, Wooyoung.
Wooyoung chocó las manos con Yein mientras le aceptaba ambos vasos y bebía una mientras le extendía el otro a Yeosang, el rubio negó el vaso.
—Vamos Yeosang, viniste aquí para divertirte, no solo para observar —mencionó el pelinegro mientras negaba poniendo los ojos en blanco para adentrarse más al lugar, dejando al otro joven solo, aunque no del todo.
Yeosang caminó a través de dicha casa a oscuras, siendo iluminada por algunas velas o las lámparas de los teléfonos de los jóvenes, llegó cerca de la mesa donde tenían todo tipo de bebidas e hizo un gesto de desagrado. De pronto otro vaso rojo se posicionó frente a su rostro y al ver a la persona que lo extendía le dio una mirada extraña.
—Estas aquí por algo Kang, no te quedarás solo viendo —dijo Jinwook, otro estudiante extraño del colegio y si Yeosang no se equivocaba era amigo de Yein.
Yeosang presentía algo, pero quizás era paranoia suya, así que a últimas termino aceptando el vaso y bebiendo su interior de un golpe. Jinwook río.
—¡Ese es el espíritu, amigo! —dijo golpeando su espalda mientras se iba dejándolo solo.
Yeosang por otro lado, intento explorar el lugar. La fiesta estaba en pleno apogeo cuando Yeosang comenzó a sentir que algo andaba mal. Su cabeza daba vueltas y su visión se volvía borrosa. Intentó buscar a Wooyoung o a alguien conocido, pero las figuras a su alrededor parecían distantes y confusas. Sin darse cuenta, había sido drogado.
Horas después, en medio de la oscuridad, Yeosang se despertó en una habitación vacía, su cuerpo adolorido y su mente nublada. No recordaba cómo había llegado ahí ni qué había pasado, pero la sensación de vulnerabilidad y el dolor físico le hicieron entender que algo terrible le había ocurrido. Su corazón se llenó de pánico y vergüenza, y en su estado de confusión, decidió mantener el silencio.
Aún con la mirada nublada salió de aquel lugar, sin importarle las miradas extrañas y algunas risas de por medio y corrió directo a casa, a refugiarse.
A partir de ese momento, Yeosang comenzó a aislarse aún más. Su comportamiento se volvió errático, y evitaba el contacto con los demás, incluido Jongho. Pero el pasado siempre tiene una manera cruel de resurgir, y para Yeosang, sucedió de la forma más inesperada.
Jongho no entendía porque de un momento a otro Yeosang se rehusaba a interactuar con él o peor, lo evitaba a toda costa y conociendo lo persuasivo que era Jongho, no iba a descansar hasta saber la razón detrás de dicha decisión, pero sin presionar al rubio.
Cierto día, mientras Jongho caminaba por los jardines del colegio, se encontró con una escena que lo dejó perplejo. Ahí, en medio del césped, Yeosang sostenía a un pequeño conejo blanco entre sus manos. Lo que al principio parecía una escena inocente pronto se convirtió en algo macabro cuando, sin advertencia, Yeosang comenzó a presionar sus manos alrededor del cuerpo del animal con una fuerza que claramente no era necesaria.
—¿Qué estás haciendo? —preguntó Jongho, su voz dura y autoritaria, pero en el fondo preocupado.
Yeosang, con los ojos enrojecidos y una expresión que mezclaba dolor y satisfacción, no detuvo sus acciones hasta que el conejo dejó de moverse. Al soltar el pequeño cuerpo, levantó la mirada hacia Jongho, como si solo en ese momento se hubiera dado cuenta de su presencia.
—No pude detenerme... No pude... —murmuró Yeosang, con las lágrimas comenzando a rodar por sus mejillas.
Jongho se acercó lentamente, su expresión severa suavizándose al ver la vulnerabilidad en el rostro de Yeosang. Sabía que algo había estado molestando al chico desde hacía días, había logrado enterarse de ello por medio de Wooyoung, pero no esperaba que fuera algo tan grave.
—Dime lo que pasó, Yeosang —dijo Jongho, con una voz más suave de lo habitual—. No puedo ayudarte si no me dices qué te está consumiendo.
Las lágrimas comenzaron a caer más rápido por el rostro de Yeosang, quien finalmente se derrumbó y confesó lo que había sucedido en la fiesta. Contó cómo había sido drogado, agredido, violado, y cómo desde entonces se sentía sucio e indigno. La ira se encendió en el corazón de Jongho al escuchar el relato, pero hizo un esfuerzo por no dejar que esa ira lo dominara en ese momento. Sabía que lo que Yeosang necesitaba ahora no era más violencia, sino alguien que lo protegiera y lo apoyara.
—Voy a encontrar a quien te hizo esto —prometió Jongho, con una determinación que no admitía dudas—. Y cuando lo haga, me aseguraré de que pague.
Yeosang, entre sollozos, agarró la camisa de Jongho y le suplicó
—No me dejes solo, Jongho. Por favor, no me abandones.
Jongho, sin pensarlo dos veces, envolvió a Yeosang en un abrazo protector, dejando que el chico llorara en su hombro.
—Nunca te dejaré solo, Yeosang. Lo juro.
Pasaron un par de meses desde aquella noche fatídica, y aunque Yeosang había intentado seguir adelante, las cicatrices emocionales y físicas seguían presentes. Había comenzado a notar cambios en su cuerpo, pero los atribuyó al estrés y la ansiedad. Sin embargo, un día, al notar que su ropa comenzaba a quedarle más ajustada y sentir ciertos síntomas que no podía ignorar, decidió acudir a un médico en secreto.
El diagnóstico fue un golpe devastador. Estaba embarazado. Yeosang sintió que el suelo se desmoronaba bajo sus pies al recibir la noticia. Era como si el cruel destino hubiera decidido añadir una carga más a su ya abrumadora situación. Desesperado y sin saber qué hacer, recurrió a la única persona en la que sentía que podía confiar.
Esa noche, llamó a Jongho y lo citó en su lugar de encuentro habitual, un rincón oscuro y apartado del colegio donde nadie los molestaba. Cuando Jongho llegó, lo encontró a Yeosang sentado en el suelo, abrazándose las rodillas, con una expresión de desesperación que rompió el corazón de Jongho.
—¿Qué sucede, Yeosang? —preguntó, arrodillándose junto a él.
Yeosang levantó la mirada, sus ojos hinchados de tanto llorar.
—Estoy... estoy embarazado, Jongho —confesó en un susurro, como si al decirlo en voz alta la realidad se volviera aún más dolorosa.
Jongho sintió una mezcla de sorpresa, ira y protección. Pero lo que más lo afectó fue ver a Yeosang tan vulnerable, tan quebrado.
—No sé qué hacer... no puedo seguir adelante con esto solo —continuó Yeosang—. Por favor, no me abandones. Necesito que estés a mi lado.
Jongho lo miró fijamente, su mente procesando la situación. No sabía cómo manejar algo así, pero una cosa estaba clara: no iba a dejar a Yeosang solo en esto.
—No te preocupes, Yeosang —dijo finalmente, con una voz firme y llena de determinación—. No importa lo que pase, estaré a tu lado. Vamos a superar esto juntos, te lo prometo.
Yeosang, al escuchar esas palabras, sintió un alivio que no había experimentado en mucho tiempo. Aunque el camino que tenían por delante era incierto y peligroso, saber que no lo recorrería solo le dio la fuerza necesaria para seguir adelante.
Pero Jongho tenía algo claro con eso, el responsable de haber destruido a Yeosang en una sola noche, terminaría de la peor manera posible, hará lo que sea para encontrarlo y destruirlo con sus propias manos.
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