Mírame, mientras te acuerdas
― ¿Tanto...? ¿Tanto asco te doy? ―preguntó Ray con un hilo de voz.
A Michelle no le hizo falta responder, el aire lo hizo por ella. Como si alguien hubiera susurrado el nombre del viento, la brisa, un soplo nocturno, golpeó la espalda de la joven, jugueteó con su cabello y luego voló hacia la nariz de Ray. Tuvo que girarse a un lado tapándose la boca para contener la arcada.
Era dulzón. Ese del que tanto odiaba. El de esa casa, el de la sombra, el de Darlene, el de...
―Antes te gustaba la vainilla ―murmuró la joven en dirección al frasco.
Es curioso lo que el olor lo hace con los recuerdos: los arrastra como una ola salvaje y los aplasta contra el muro del olvido hasta resquebrajarlo y volverlo pedazos. Así ocurrió con Ray, pero lo suyo no fue una ola. Fue un gigantesco tsunami del sistema límbico que reventó el muro como lo haría una granada con la carne de un soldado. La amígdala fue implacable y el hipocampo feroz. Crueles fragmentos de recuerdos se esparcieron libres, le reventaron la compostura y lo peor de todo, la débil malla de lo que él creía que era el raciocinio.
Las imágenes, fragmentos simples de una vida olvidada, salpicaban por todos lados como lo haría una explosión de sangre en una habitación cerrada.
Una mujer de vestido blanco pedía dos de sacarina con acento francés.
Ella pasaba su cabello tras la oreja con una sonrisa tímida.
Ojos verdes tan esmeraldas como los suyos, infantiles, le observaban curiosos por encima de una libreta.
Una muñequita molestándole para regalarle un dibujo.
Él quitándola de enmedio mientras veía el partido de su equipo favorito.
Darlene le preparaba una chuleta de cordero.
Él pedía vino.
Su ex-mujer recién llegada de trabajar leyendo "Pinocho" a la pequeña.
Ambas reían imitando el"Cri cri" de Pepito Grillo
Geles y champús de vainilla derramados sobre el baño cuando ella le pidió el divorcio.
Él iba borracho, los nudillos le dolían. Una niña lloraba. Estaba lejos, a su oídos solo llegaba un goteo constante. Tenía un olor dulzón: Ploc Ploc Ploc
Un escalofrío espeluznante, esa respuesta infame que dormida siempre le había acompañado, despertó.
¿Que hiciste Ray?
Olvidarla.
¿Qué no hiciste, Ray?
Estar con ella.
Solo podía pensar en Darlene. La ex mujer que por su culpa lo perdió todo. Todo excepto una sola cosa: la más importante, la única que importaba. Una que él olvidó, con la que nunca estuvo y nunca quiso recordar por vergüenza. Y por miedo, y por asco.
La voz del espectro le gritaba desde la silla.
¡Va a por ti Ray! ―gritaba con su boca de carne deshilachada― ¡Lo hice!¡Lo hice todo!¡Todo lo que pude!¡Lo mejor que pude! Y tú... ¡No hiciste nada! Y eso... ¡ESO ES LO QUE TE MATA!
Sabía que Michelle no era ella. Era imposible, pero no podía mirarla. No podía pensar.
Será peor Ray, será peor.
Sacudía la cabeza. La mano fue automática al corazón. Se ahogaba. Le faltaba la respiración. El cuerpo le quedó rígido. Ray se tapo la cara sollozando, incapaz de mirar a la joven que seguía absorta en el bote de pastillas.
Mírame Ray. Mírame. El brillo de mi pelo, el suave tono de mi piel, la fina línea de mis labios
La brisa de invierno le acariciaba el pelo, elevándoselo como si fuera humo en el éter nocturno. La luna resplandecía plata sobre su piel canela, dejaba su sello de luz sobre sus labios gruesos, rojos como cerezas, rojos como la furia de sus refregones.
Michelle. Tan hermosa, dulce, inteligente, gentil y...pequeña, como una muñequita. A una sola de sus miradas, Ray aulló como un perro herido, arrastrándose hacia atrás.
―¡No! ¡No! ¡Por favor! ¡No me mires! ¡No me mires!―suplicaba tapándose la cara con los brazos.
La bella Michelle alzaba levemente las comisuras en una sonrisita que para tí, para mí sería normal incluso denotaría cierta lástima; pero no para Ray. Él veía un monstruo, ese del que siempre había huido. Ese del que se protegía gracias a un casi indestructible muro de negación, un velo de ignorancia que durante años le había proporcionado las fuerzas necesarias para seguir adelante con su vida.
Pero ya no puedes. Es tarde.
El corazón quería salirle por la boca, abrirle los labios temblorosos que balbuceaban por sí solos. A pesar de su respiración agitada los pulmones no recibían el suficiente oxígeno, quizás fuera por eso que se le enrojecieron tanto los ojos o puede que también fuera por el llanto, o por el sudor que le empapaba la piel; tan pálida como si hubiera visto un espectro. Porque para él lo era, Michelle representaba el peor de todos. La joven dio un largo suspiro y sus ojos verdes, tan esmeralda como los suyos, le agarrotaron las articulaciones robándole el aliento de una pregunta que no podía pronunciar.
"¿Cómo se llamaba? ¿Cómo...?"
¡Plaf! El último recuerdo fue como un guantazo.
"¡Ni te atrevas a tocarme hijo de puta! ¡¿Me oyes?!―De repente se encontraba tirado en el cuarto de un baño, tan borracho que no podía levantarse. A su lado había un charco de vómito oscuro y espeso, el suelo estaba encharcado por champú, geles y cremas con olor a vainilla que goteaban constantemente "Ploc" "Ploc" "Ploc". Tenía la vista desenfocada pero distinguía a Darlene. Ella se tapaba la cara con una mano y con la otra sostenía a una pequeña que lloraba contra su pecho. De la boca de Darlene salían gritos y saliva. De sus ojos lágrimas―.¡Esto es lo que has conseguido!¡Mira como llora tu hija, maldito borracho!¡Esto se ha acabado!
― ¿Qué he hecho? ¿Qué he hecho? ¿Có-cómo pude? De-debí, debí estar contigo, de-debí... años... ¡Años! ―Alzó la vista―. Sé, sé que no eres tú. No eres tú, pe-pero te pareces tanto a ella. Ojalá sea como tú. Ojalá...ella supiera...
La ciudad rebosaba vacío mientras se miraban. Apenas funcionaban un par de farolas. Las fachadas de los edificios estaban desprendidas por el olvido y el abandono, pero reconoció aquel portal. Esa calle de su antiguo barrio, donde vivió hace tantos años atrás. Donde por primera vez vio a la sombra.
A unos metros de distancia Michelle, se agachaba lentamente para que Ray fuera conciente de cada uno de sus movimientos. Lo observaba con esos ojos tan verdes, tan esmeraldas, tan perversos como los de la sombra. Como los suyos.
"¿Cómo se llamaba? ¿Cómo...?"
Ella soy yo Ray. Por sus labios soy yo la que habla.
Con su abrigo largo derramándose sobre la acera, y el pelo danzándole suavemente al compás de una brisa inexistente, la sonrisa de Michelle crecía, las comisuras se estiraban...
― Mírate. Cómo no ibas a darme asco, papá.
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