Lo que siento por ti
"Me has gustado desde el primer día que te vi".
En algún momento Angela había detenido la conversación para empezar a comer y Link no trató de apurarla, sin importar que su taquicardia se lo suplicara. Estaba siendo un tormento verla tan tranquila, cortando los huevos fritos y dando largos sorbos a su café (que incluso pidió que rellenaran dos veces).
Pero no se dejó engañar del todo. Podía ver el imperceptible temblor en las manos de Angela cuando usaba los cubiertos, o como se sonrojaba cuando sus miradas se cruzaban por accidente.
Se dio cuenta que ella quería que él asimilara sus palabras con cuidado y eso hizo. Comprendió un poco mejor el extraño giro de actitud que a veces tenía la pelirroja; la forma en la que evitaba la intimidad con él pero no despreciaba su amistad. Como algún tipo de castigo autoimpuesto... Una restricción que él jamás contempló en el pasado, porque estaba ciego y encaprichado.
Había hecho pasar un mal rato a Sam por no saber definir sus sentimientos a tiempo, por creer que podían conducirse en una relación seria y dar por sentado que ninguna mujer le gustaría como le gustaba ella.
Sí, Samara Young era una mujer maravillosa. Y él la amaba, a su manera, pero ahora entendía la diferencia entre una hermana y...
Dios. Era como recibir una bofetada sobre una herida abierta.
Había pasado un año entero ilusionado con Sam, pero en todo ese tiempo había obligado a Angela a desviar su atención hacia otro lado.
— Come. —Le dijo la pelirroja cuando bajó su taza de café.— Voy a seguir hablando así que puedes comer mientras escuchar. Será mejor si no me interrumpes.
Link obedeció sin poner objeción, descubriendo que era insoportablemente placentero recibir órdenes de Angela.
Ella por su parte tomó una servilleta de papel y se limpió la boca, manejándose con una solemnidad propia de un político.
— No quiero que me malentiendas —Dijo—, no dejé de tener citas ni te estuve "esperando". Por el contrario, di por hecho que jamás tendría una oportunidad contigo y decidí que sería mejor pasar página. —Le apareció una sonrisa que a Link le resultó peligrosa, sufriendo para tragar aquel pedazo de hamburguesa.— Tú sabes, yo soy muy buena para pasar página. Pero más allá de algunas citas regulares... No he intentado tener nada serio con nadie. He preferido concentrarme en mis otras relaciones; mi amistad con Sam es un buen ejemplo.
Angela bajó la mirada un instante y Link no pudo seguir comiendo. No podía desviar su atención a nada que no fuera ella.
— Desde que nos hicimos amigas en la escuela primaria, no he hecho más que quererla y protegerla... Y sí, de acuerdo, tal vez he exagerado un poco. Ella ya es una adulta y puede afrontar sus propios problemas. —Suspiró. Parecía un poco alicaída.— ¿Pero sabes? Estaba... Mmm... Me sentía bien al pensar que ella podía estar contigo, en un sentido romántico. Eso la haría feliz. Y si ella estaba feliz, yo también.
El silencio que siguió fue un poco dudoso. Link comprendió que en realidad, Angela ya no estaba tan segura de esa última afirmación.
Le sugirió una extraña necesidad de alcanzar su mano y sujetarla con fuerza. Una urgencia por decirle que ella también merecía ser feliz.
Pero era tan diferente a hablar con Sam. No era como reconfortar a un niño y decirle que todo iría bien incluso si no era cierto.
No quería consolar a Angela. Quería...
— Deja de mirarme así. —Exigió ella, habiéndose irritado un poco al notar su expresión.— No te estoy contando todo esto para que me tengas lástima.
— Angela, lo último que siento por ti... Es lástima.
No supo de dónde salió esa convicción, pero él lo sintió y ella también. Esa cercanía que habían tenido en las duchas... Como un imán industrial.
Sofocada, Angela trató de imponer algo de distancia, echándose contra el respaldo de la silla.
— Como sea... El hecho de que hayas cambiado de opinión sobre Sam, no quiere decir que yo me vaya a lanzar sobre ti como una hiena hambrienta. —Sacudió la idea con un gesto se la mano.— Tal vez sea hora de bajar un poco la guardia contigo. Lo de anoche fue un accidente que no puede tomarse como regla general.
Por alguna razón, esto inquietó al rubio.
— ¿A qué te refieres con eso? —Le preguntó, frunciendo el ceño.
No le gustó la risa que le siguió.
— Pues que hice una tormenta en un vaso con agua. Las fotos eran muy buenas y no habría sido el fin del mundo que las vieras. Y sobre lo que pasó después... Bueno, creo que te hubiera ocurrido lo mismo con cualquier otra mujer.
Puede que hubiera querido que Angela se tomara las cosas con calma, pero esto era... era absurdo. Ella estaba insinuando que él se había puesto como un toro por simple cercanía femenina. Como si no tuviera control de sí mismo.
Y vale que no había sido su intención darle ese espectáculo, pero... ¡Qué lo aspen si se hubiera puesto así con cualquiera!
— Puede que no debas bajar la guardia. —Replicó finalmente, sorprendiendo a la pelirroja al sonar tan determinado. Casi molesto.— Puede que si lo haces corras el riesgo de enamorarte de mi en serio.
Angela se quedó sin palabras, tan sólo observando al hombre que minutos atrás era un corderito asustado y tímido.
Lo miró y vio en sus ojos un fuego extraño, una resolución que la estremeció y le produjo un calor peligroso que bajaba por su vientre. No supo qué decir.
— P-Por qué tú...
— Lo de ayer no fue a propósito, es verdad. —Le aseguró él.— Pero jamás me hubiera ocurrido con una extraña. Tal vez no sea virgen, pero te aseguro que no me excito con cada mujer sexy que veo.
Angela ya no tenía control sobre sus emociones, sobre su ritmo cardíaco. Se le habían subido los colores al rostro y el recuerdo del incidene de las duchas adquirió un tono mucho más íntimo.
De pronto la mesa entre ambos era incapaz de protegerla.
— Q-Quizá deberíamos...
— Anoche te deseaba. —Declaró el rubio, nada dispuesto a dejar que siguieran dando vueltas alrededor del tema. Vio como Angela se petrificaba con la mirada sobre la mesa.— Eres muy especial para mí y lamento si mi indecisión te mantuviera en vilo. Lamento haber ilusionado a Sam y también lamento haber sido un idiota con mis propias necesidades.
Suspiró. Estaban llegando a las conclusiones más aterradoras. Ninguno de los dos podía adivinar hasta qué punto ese asunto tenía arreglo... O si se atreverían a tomar el riesgo que en el fondo estaban anhelando.
Link pidió la cuenta a la mesera y comenzó a sacar el dinero de su billetera.
— No sé cómo te sientas tú... Aunque me gustaría pensar que la atracción fue recíproca. —Finalmente Link logró que sus miradas se cruzaran, así que se suavizó un poco. Alcanzó la mano de Angela y le dio una caricia significativa en el dorso.— Pero no me interesa fingir que no lo siento, Angela. Te miro y pienso en toda la parte emocional... En cuánto te admiro y cuan orgulloso me siento de ti. Pero también pienso en lo demás... En la parte física. Yo quisiera...
Sus palabras fueron cortadas de raíz cuando la mesera los separó con el tiquet del desayuno sobre la mesa. Parecía incapaz de ver el contexto de su conversación.
Pero Angela estaba demasiado sofocada para poder enojarse. No estaba segura de si quería espacio o, por el contrario, necesitaba lanzarse a los brazos del rubio.
Se dio cuenta que no sólo se había subido a la estúpida montaña rusa, sino que estaba en lo más alto, a punto de caer por los rieles.
— Necesito un poco de aire. —Alcanzó a exclamar mientras se levantaba y salía de la cafetería.
Link titubeó un momento, sorprendido, preguntándose si lo mejor sería darle su espacio.
Pero entonces pensó en el último año, en su pasividad y las consecuencias de ello.
Dejó el dinero de la cuenta sobre la mesa, más un poco más de la propina, y salió tras los pasos de la pelirroja, a la cual pilló a un lado de la entrada, sosteniéndose como si temiera sufrir un episodio de ansiedad. Los transeúntes pasaban de largo sin mirarla, pero justo cuando ella parecía recobrar la compostura y el orgullo, Link la tomó de la cintura y le dio la vuelta.
Angela lo observó con sorpresa, pero antes de sucumbir al pánico, sintió la mano del rubio en la parte posterior de la cabeza. Él la tomó con cuidado, aunque con firmeza, y la acercó a él. Todo el aire que había podido recuperar fue a parar a un beso lento y exigente, uno que estaba tan bien controlado como el de la noche anterior.
Link intentaba hacerle entender, ya no con palabras, que no era un hombre excitado enloquecido que tomaba a la primera mujer que encontraba disponible. Él la estaba besando a ella; le estaba explorando por dentro y por fuera, ignorando las miradas curiosas y escandalizadas de la gente al pasar.
Y cuando sintió que su lengua se colaba en algún punto extremadamente sensible de su boca, no pudo seguir resistiéndose. Se rindió a él y levantó las manos hacia su cuello, tomando una bocanada de aire para profundizar el contacto. Lo sintió estremecerse cuando ella se inclinó hacia arriba, presionando su cuerpo contra su pecho.
La ternura dio paso a la pasión, pero ambos estuvieron de acuerdo en no ir más lejos. Estaban en un espacio demasiado público y no era necesario ser un genio para saber a dónde querían llegar.
Link sostuvo el rostro de Angela cuando ella se apartó, mirándola con un brillo en los ojos azul violáceo que la hizo temblar. Él no hacía las cosas a medias... Él no jugaba. Él estaba ahí para quitarle los arneses de seguridad y llevarla volando al espacio sideral.
— ¿Te gustaría salir a cenar? —Le preguntó ella en voz baja, arrancándole una sonrisa.
— ¿Afuera?
— En mi casa.
Link asintió, relajando poco a poco su tensión, permitiéndose abrazarla suavemente. Y ella también lo dejó.
Al cabo de unos instantes, sabiendo que tenían que separarse, Angela añadió:
— Esta vez sí será una cita.
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