CAPITULO 1 HALLOWEEN
Me levanté sobresaltada, una brisa gélida se coló por la ventana abierta y me puso la piel de gallina. Cuando miré hacia afuera me di cuenta de que la tarde moría con un color de fuego. « ¿Cuanto he dormido? » Exclamé para mis adentros. Había llegado de la escuela muy temprano, era el maldito 31 de octubre y todos convulsionaban con la fiesta de Halloween.
Odiaba esa noche, tanta mentira oculta tras las mascaras que a veces eran menos intimidantes que el monstruo que se escondía detrás. Tal vez mi aversión era un tanto exagerada, no se cansaban de decírmelo mi pequeño grupo de amigos, Tomas, Katleen, Asia y Lennon. Eran mis mejores amigos y sé que ellos también la extrañaban, pero no podía hacer como ellos y simplemente aplastar el recuerdo del Halloween pasado donde un monstro de verdad había matado a mi mejor amiga.
Vero estaba preciosa aquel día con su disfraz de ángel traviesa, tan perfecto para ella. Todos estaban entusiasmados con la fiesta en la casa de Mathew el galanazo adinerado de nuestra pequeña ciudad. Ella aún más, había decidido conquistar al guapo del insti y nada mejor para lograrlo que el escenario de su propia casa, inundada de alcohol y hormonas. Pero esa noche Vero solo logró rompernos el corazón a todos sus amigos que la queríamos tanto, sobre todo a mí.
Le dije mil veces que la fiesta era mala idea, estaba abarrotada de personas y no todos eran del insti. El hermano de Mathew ya iba a la universidad cercana y se había traído una tropa para engalanar. Me daba miedo la multitud llena de mascaras y disfraces estrafalarios, bebiendo y jugando desenfrenadamente. El ambiente me empezaba a sofocar y le exigí a Vero marcharnos de allí. Nuestros cuatro amigos de siempre seguro tendrían algún plan igual de divertido. Pero definitivamente ella no quería cambiar aquella bacanal por un paseo a la feria de los horrores que montaba la alcaldía cada año en los predios del antiguo casino abandonado.
Fue un error insistir en mal tono, estaba eufórica y algo tomada y todo lo entendió mal. Me zarandeó y me grito que la dejara en paz, que no le gustaban las mujeres. Fue un comentario atroz y fuera de lugar en el “peor lugar”. Todos hicieron silencio y se quedaron mirándonos. Sentí el bochorno más horrible y salí disparada con lágrimas en los ojos. Siempre andábamos juntas y a veces se rumoreaba cosas de nosotras, la verdad yo la amaba con locura pero ella era mi amiga ante todo y siempre sería así, porque así era como ella me necesitaba.
Corrí por toda la avenida y cuando el hígado protestó con una punzada tuve que detenerme. Miré hacia el final de la calle donde se divisaban las luces y los sonidos sordos de la música que arrastraba el viento. «No puedo dejarla ahí » gritaba mi interior. No tenía a nadie de confianza y aunque era muy sociable me daba miedo. Pero sentía el corazón latirme llenó de dolor, lleno de humillación. Sabía que debido a su comentario pasaría meses recibiendo humillaciones y burlas sobre mi orientación sexual que escondía a toda costa. Decidí entonces irme a mi casa y llorar toda la maldita noche de Halloween. No podía lograr dar un real sentimiento aquel dolor que sentía, era una mezcla muy confusa, entre odio, dolor y amor, pero de lo que si estaba segura era de que se me pasaría si lloraba lo suficiente.
Sabía que a la mañana siguiente me levantaría con los ojos hinchados pero podría pasar desapercibida atribuyéndoselo a la fiesta. A mis amigos le contaría la verdad no me importaba, siempre lo hacía, y esperaría a que ella apareciera con una resaca horrible y me pidiera perdón de rodillas, haciendo un espaviento como siempre que peleábamos y se arrepentía. Eso me dibujó una sonrisa. Aunque estaba segura de que tendría que aguantar el cuento con detalles del ligue con Mathew, tenerla otra vez cerca como siempre dispensaría todo el peso de escuchar cada momento de su relación y las repercusiones de su comentario.
Pero mi sonrisa se desdibujó esa misma mañana, unas horas después, cuando todo el insti se entero de que Verónica Holmes había desaparecido. Y en todo un año, mi sonrisa nunca más apareció al igual que no lo hizo mi mejor amiga. Ya la gente había olvidado poner su rostro en lugares públicos, ya la gente había olvidado dejar flores en su casilla, ya la gente había olvidado que la maldita noche de Halloween volvía con las mismas estúpidas máscaras disfrazando la verdad, pero ella no volvía.
Mi móvil tenía 17 llamadas perdidas. Mis amigos se preocupaban el doble cuando llegaba esta fecha. Me estire sentada en la cama y miré mi arrugada playera con un paisaje caribeño. Íbamos a irnos después de graduarnos a unas vacaciones al Caribe, por primera vez los seis solos, a disfrutar del sol y del mar en sexys bikinis. Al fin de cuentas ya todos tendríamos 18 y podríamos alocarnos un poco. Tenía la esperanza de que ese viaje cambiara mi vida y la de Vero. Pero el destino la cambió mucho antes. No creo que el viaje suceda ahora, cinco no somos suficientes. Suspiré y me puse de pie al fin. No quería quedarme en cama más tiempo y disparar las alarmas de mi madre y su preocupación sobre protectora. Me desvestí para meterme a la ducha y desperezarme un poco cuando sonó un mensaje. Tome el móvil y leí el contacto de Asia. El mensaje iba adornado con miles de emoticonos de súplica y llanto «Por favor Beth, ven con nosotros está noche, pasear y recibir el aire te hará bien. La honraremos a ella también. » Suspiré, en verdad me lo estaba planteando.
No quería, pero había pasado un horrible año. Era la peor noche de todas, pero mis amigos no merecían más mi rechazo. Además, sabía de antemano que su plan no era otro que la feria en el viejo casino, « ¿Que podría pasar?» Me dispuse a contestarle aunque aún no muy convencida cuando por el rabillo del ojo algo llamó mi atención en la ventana del vecino. Levanté la vista y alcancé a ver como la cortina se movía rápidamente, como si alguien estuviera espiando y de pronto quisiera ocultarse. Me sorprendí y a la vez sentí un ligero temor. Mi vecino era el señor Perking, un anciano veterano que vivía solo en ese caserón desde que murió su esposa la señora Yang.
El señor Perking había servido en Vietnam y a mi parecer hasta en la segunda guerra mundial. Era tan anciano y extraño que me parecía que tenía mil años pero no los aparentaba. Cuando era niña iba mucho a su casa, me fascinaba mirar los raros objetos que atesoraba y escuchar las historias que contaba. Además la señora Yang me hacía dulces tradicionales de su país y me encantaban. El la había conocido en la guerra, ella era originaria del Japón pero sirvió voluntaria en la enfermería de las tropas vietnamitas. A pesar de ser de bandos contrarios, la señora Yang le había salvado la vida y se habían enamorado desde ese momento.
El señor Perking decía que su esposa era una deidad que le protegía. Cuando murió la señora Yang, ya no volví a visitar la casa. Me daban miedo sus objetos. Las máscaras de ídolos sobrenaturales y demonios colgados en las paredes con sus colores estridentes y los dientes blancos parecían observarme. Me quedé un minuto mirando involuntariamente la ventana sin moverme. Pero el cuadro de cristal con la cortina descolorida no mostró nada más que su impavidez. Resoplé por mi propia tontería y me fui a la ducha.
Una hora más tarde terminaba de cenar con mis padres. Se les veía contentos porque había hablado más de lo natural durante la cena cosa que no había hecho mucho en todo el año. Mi madre se acercó a mí y me besó en la frente cuando retiró mi plato. Tenía que admitir que también me sentía más liviana, como si comenzara a zafarme de los oscuros pesos de mi alma. Tal vez el aniversario del peor momento de mi vida servía para que de una vez dijera adiós a mi ángel traviesa, aunque sabía que no la olvidaría por el resto de mi vida y mucho menos la dejaría de amar en silencio. Me dispuse a salir mientras les contaba que daría un paseo con los chicos y que volvería pronto. Mi padre me sostuvo la mano, algo preocupado, siempre se le notaba porque arrugaba la frente y dibujaba en silencio sobre sus labios un « ¿Estás bien?» Sonreí y lo abrace contestándole que si estaba bien en voz alta para que llegara hasta mi madre también. Se relajaron mostrando una media sonrisa.
Salí y de nuevo una brisa demasiado gélida me golpeó la cara. Tomé mi chaqueta por las solapas y me envolví más en ella, hasta el cuello. El cuerpo se me estremeció. No se había pronosticado una noche tan fría pero creo que el comentarista se había equivocado por completo. Mi calle estaba tapizada de las decoraciones de la fecha, era estridente y llamativa como un parque temático. Veía algunos de mis vecinos, todos disfrazados, acompañando a sus hijos alborotados para el Truco o Trato. Podía por un momento sentirme contagiada de toda la celebración pero era imposible con el nudo que tenía en el estómago y la punzada en el corazón. En mi mente imaginaba verla aparecer y abrazarme ligera y empalagosa como siempre lo hacía. Esa terrible nostalgia hizo escapar una lágrima que enseguida limpié. Algunos transeúntes me saludaron, otros me miraban raros porque no iba con disfraz. Mis jeans desgastados, una playera y una chaqueta de cuero era mi diseño de aquella noche. La misma chaqueta que llevé casi todo el año, lo único que conservaba de mi amiga Vero.
Salí andando despacio para de una vez encontrarme con mis amigos en el Café Ross a dos cuadras de mi casa y desde allí partir a la feria pero no había vencido aún el espacio de mi casa cuando siento el grito de mi madre deteniéndome. Me volteé y la vi acercarse a mí por la acera con algo en las manos cubierto con un paño. Me dio el enorme plato de asado y papas.
— Déjale esto al señor Perking cuando pases frente a su casa, hace días que no lo veo regar las plantas y me da algo de tristeza que esté ahí tan solo en esa casa vieja— Hice una mueca pero el rostro y la sonrisa de mi madre irradiaban tanta ternura que no pude hacer más que encogerme de hombros. Mi madre volvió a besarme en la frente y se devolvió a la casa regalándome antes de entrar otra de sus amplias sonrisas.
Suspiré y volví a direccionarme hacia la casa de al lado. Me detuve frente a la entrada de la verja media destruida y sin el color verde original. Volví a estremecerme sin saber porqué cuando cruce el pequeño jardín hasta el porche. Todo estaba tan frío y desvalijado que me daba una sensación de agobio. Estiré el brazo para tocar la puerta y noté como me temblaba la mano. La apreté, me empezaba a molestar esa involuntaria sensación de temor que me hacía agitarme sin siquiera darme cuenta.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro