| -El caso- |
Una semana antes, aproximadamente dos días después de que la pelirroja se marchara del piso debido a su actitud, Sherlock se encontraba en la sala de estar, con una mujer de cabello rubio hasta el hombro, gafas de pasta negras, un vestido rojo con mangas largas, y un bastón. A pesar de intentar concentrarse en su trabajo incluso bajo el efecto de las drogas, el joven sociópata no dejaba de ver a su esposa en cualquier sitio, pues se manifestaba como una alucinación más de su mente drogada. El joven la veía vestida como el día en el que se marchó del piso: con un vestido negro, una gabardina roja, guantes y botas altas.
-Hace tres años, mi padre me dijo que quería matar a alguien. Una palabra, Sr. Holmes,y mi vida cambió para siempre. Solo una palabra. -dijo Faith, quien se encontraba de pie, observando la calle a través de la ventana. Sherlock por su parte, se encontraba sentado en su sillón, con una bata azul, observando el trozo de papel que ella le había entregado. Se percató de que sus manos temblaban, por lo que estiró los dedos unos segundos, antes de centrarse en la joven.
-¿Cual? -le preguntó, cogiendo su teléfono móvil.
-Un nombre. -replicó ella.
-¿Qué nombre? -cuestionó Sherlock, observando la pantalla.
-No me acuerdo. -replicó ella, caminando hacia la silla de los clientes, sentándose en ella-. No recuerdo a quién quería matar mi padre... Y no sé si llegó a hacerlo. -continuó, observando Sherlock una foto de ella y su padre, Culverton Smith, sonriendo, antes de volver si vista hacia ella.
-Y ha cambiado: ya no está bronceada y no se tiñe las raíces... ¿Se está abandonando? -preguntó, minimizando la fotografía, antes de pulsar otra foto, agrandándola. Ésta era del día de su boda, en la que aparecían su querida Cora y él, cogidos de las manos. Aquello lo hizo esbozar una sonrisa.
-¿Alguna vez se mira al espejo y quisiera ver a otra persona? -inquirió Faith, observándolo.
-No. -replicó rápidamente.
-Bueno, yo sé que yo sí he querido que eso pasase. Más de una vez, de hecho. Aunque claro, ahora ya no... -escuchó la voz característica de su mujer, percatándose de que su aparición se encontraba ahora apoyada en el marco de la puerta de la sala de estar, sus brazos cruzados, una sonrisa confiada en su rostro.
-¿Tiene un coche americano? -le preguntó Sherlock a Faith, decidiendo ignorar las palabras de su mujer.
-¿Cómo dice?
-No, americano, no. Con el volante a la izquierda, quería decir. -hizo un gesto con la mano para restarle importancia.
-No, ¿por qué lo pregunta? -Sherlock se encogió de hombros al escucharla decir eso.
-No lo sé bien. Será que he notado algo.
-Fíjate en su falda, Sherlock. -escuchó decir a la de ojos carmesí, ante lo cual, negó con la cabeza, tratando de eliminar esa distracción de su mente, gesticulando de forma algo molesta frente a él. Bajó su vista, notando que su mano temblaba, por lo que volvió a cerrar su puño de forma brusca, antes de estirar los dedos de nuevo, comprobando que aún temblaban.
-¿Se encuentra bien? -preguntó Faith, observando sus temblorosas manos.
-¿Cómo va a tener coche? ¡No le hace falta! Vive aislada, sin contacto humano, sin visitas. -apuntó, observando de nuevo el papel que Faith le había entregado.
-¿A ver, eso cómo lo sabe? -preguntó la mujer.
-Todo está aquí, mire. Reducir gastos es su prioridad. Mire el tamaño de su cocina: es minúscula. Será un fastidio, con lo que le gusta cocinar. -comenzó a decir Sherlock, caminando hacia la ventana por la que anteriormente estaba mirando la rubia.
-No comprendo por qué...
-Un momento, iba a mirar por la ventana, ¿a santo de qué? -la interrumpió Holmes.
-¡No lo sé! -exclamó ella, algo nerviosa por su actitud.
-Ni yo. Algún motivo tendría... Ya me acordaré. -admitió él, caminando hacia el sillón, olisqueando el papel en el proceso-. Me figuro que disminuyó su nivel de vida... Al dejar su empleo... -comenzó, mordiendo una esquina del papel que acababa de doblar-. ...y tal vez al terminar su relación.
-¡Eso no lo puede saber!
-Claro que puedo. Ya no tenían relaciones íntimas. Hacía mucho tiempo, de hecho. -sentenció el detective, trazando la doblez del papel con su dedo índice-. ¿Lo ve? Es evidente.
-¡No puede adivinar esas cosas por un trozo de papel! -le espetó ella, claramente ofendida.
-Pues lo he hecho, creo. Para mi que era yo.
-¿Cómo?
-No lo sé. Me pasa sin más... Un acto reflejo. No lo puedo evitar. -comentó, agachando su rostro unos instantes.
Al alzar su rostro observó a Faith, antes de percatarse de que su mujer estaba tras ella, observando los hombros de la rubia con una mirada intensa y una sonrisa confiada.
-Hmm Tiene los hombros empapados. -comentó Cora con un tono simple y suave.
Levantándose del asiento, el joven sociópata caminó hacia Faith, haciendo un gesto con su mano izquierda para indicar a la de ojos escarlata que se marchase, antes de posar su mano en el hombro de la rubia, quien de pronto parecía algo asustada.
-Su abrigo. -sentenció él en un tono algo cansado.
-¡No tengo abrigo! -dijo Faith.
-Sí, me acabo de dar cuenta, ¿por qué? -comentó, caminando hacia la cocina, abriéndose su puerta, apareciendo Wiggins tras ella.
-¿Con quién hablas?
-Piérdete. -le indicó el detective, cerrando la puerta, alejándose.
-¿Y qué opina? -preguntó Faith en un tono esperanzado.
-¿De qué?
-De mi caso.
-Oh, es demasiado raro para mi. -replicó Sherlock-. Vaya a la policía. Se les da de maravilla tratar estas cosas tan enrevesadas. Vaya de mi parte. Así le harán más caso. -le indicó, cogiendo en sus manos un bolso del sillón de John-. Buenas noches. -la despidió, lanzándole el bolso a Faith.
Mientras le lanzaba el bolso, todo se desarrolló a cámara lenta,moviéndose Sherlock hacia el bolso, colocando una de sus manos debajo y levantándolo suavemente, como si midiera cuánto pesaba.
-Vaya, vaya... Seiscientos diecinueve gramos. -comentó la pelirroja con una sonrisa-. Pesa bastante para tratarse de un simple bolso, habiendo venido hasta aquí en un apuro. -apostilló, provocando que Sherlock la mirase por un instante, antes de retirarse a su posición anterior, todo desarrollándose a una velocidad normal de nuevo. Faith cogió su bolso, antes de levantarse de la silla y acercarse al detective, quien acababa de abrir la puerta de la cocina, entrando por ella.
-Por favor, no tengo a quién acudir. -rogó Faith.
-Me pilla muy ocupado. Tengo que tomarme un té. -replicó Sherlock tras mirar al interior de la cocina, en cuya mesa había una jeringuilla con cocaína. Cerró la puerta, y cogió una taza de té en la que había tres jeringuillas.
Sentado a la izquierda de la mesa, frente a un complicado experimento de tubos de ensayo, probetas y químicos, se encontraba Wiggins, quien lo observó con una mirada confusa.
-¿Lo de la taza de té es en clave? -preguntó, mientras que Sherlock vaciaba el contenido de la taza en el fregadero.
-Es una taza de té. -replicó él.
-Porque igual prefieres un... Café. -dijo Wiggins, haciendo comillas con sus manos.
-Es mi última esperanza. -se escuchó decir a Faith, quien estaba observando al detective por la pequeña abertura de la puerta.
-¿En serio? Que mala suerte. Buenas noches. Váyase. -dijo Sherlock de forma brusca, cerrando la puerta de la cocina por completo.
-¿Qué es mala suerte? -inquirió Wiggins, al mismo tiempo que la mujer del detective le espetaba al sociópata.
-¿En serio Sherlock? Un caso tan prometedor como este, ¿y lo vas a dejar escapar así? ¡Podría ser lo que necesitamos para ayudar a John!
-No hables más. Me recuerda que existes. -gruñó Sherlock con el rostro agachado sobre el fregadero, más exasperado con Wiggins que con la alucinación de su esposa.
-Yo siempre he tenido mala suerte. Es congénito... -comentó Wiggins.
-El bolso, cariño. -le recordó ella, provocando que alzase su rostro.
-¡El bolso! Exclamó, apresurándose en abrir la puerta de la cocina, percatándose de que Faith ya no estaba allí, habiendo descendido las escaleras del piso-. ¡Alto! ¡Espere! -gritó, bajando a toda velocidad por las escaleras, casi dando un traspiés y acabando con la cara estampada contra el suelo. Faith, quien apenas había abierto la puerta principal de Baker Street, se giró para observarlo detenerse al pie de las escaleras-. Su vida no le pertenece, ¿me oye? ¡Suéltelo! ¿Me oye? -exclamó con urgencia, los ojos de Faith expresando una total confusión-. ¡Déjelo! ¡Déjelo! -insistió, señalando el bolso.
-¿Perdón? ¿Qué...? ¿De qué me habla? -cuestionó confusa, cojeando hasta él.
-Su falda.
-¿Mi falda?
-Mírele el bajo, ¡me había fijado! Perdón, voy a la zaga con mi cerebro: es rapidísimo. -comentó, clocando su mano en su rostro-. Esas marcas, ¿las ve? Son de pilarse el bajo de la falda con la puerta del coche, pero están a la izquierda, por tanto no conducía usted. Iba en el asiento del pasajero. -dedujo con rapidez.
-He venido en taxi. -replicó Faith en un tono asustado y nervioso, negando el detective con la cabeza.
-No había ningún taxi en la puerta. Eso iba a mirar cuando me acerqué a la ventana. Y ha llegado hasta la puerta sin tener la intención de llamar a uno, y mírese, ni siquiera ha traído abrigo, con la que está cayendo. Todo eso podría ser irrelevante, de no ser por las cicatrices de su antebrazo izquierdo, bajo la manga, que no para de bajarse. -continuó con un tono rápido, su voz adquiriendo un tono duro al mencionar la última parte.
-¡No las ha visto...! -exclamó ella, sorprendida.
-No ha sido necesario. Conozco de primera mano los síntomas... -se interrumpió, desviando su mirada a la izquierda, donde se encontraba de nuevo Cora, esta vez con las muñecas al descubierto, las cicatrices de autolesiones abiertas, como aquel día en el que regresó tras sus dos años de muerte, al comprobar que se las infligía ella misma-. No me hace falta comprobar que las marcas son compatibles con autolesiones. -continuó, volviendo su mirada a Faith-. Quiero ver su bolso.
-¿Mi bolso? ¿Por qué?
-Pesa mucho. Ha dicho que era su última esperanza, y hora se lanza a la noche sin medio de transporte para volver a casa... Y una pistola. -replicó él, su tono de voz severo. Ella agachó el rostro, evidenciando que de nueva cuenta, él tenía razón en sus deducciones. Sherlock fijó su vista entonces en su bastón que tenía grabados varios símbolos, lo que le hizo ver un flashback de John, cuando lo conoció.
-¿Sentimental? ¿Estás pensando en John, verdad? Lo echas de menos... -escuchó decir a su mujer, desviando de nuevo su mirada, encontrándose que Cora estaba ahora en la pared adyacente a Faith, sus manos en los bolsillos de su gabardina-. Y no es por echarme flores ni por mostrarme celosa, cariño, pero también me echas de menos a mi. -apostilló con una sonrisa suave y cariñosa, la cual él reciprocó.
-Sí que lo hago. -dijo Sherlock, replicando las palabras de su mujer, quien sonrió una vez más, Faith fijando su vista en donde el detective la tenía fijada.
-¿Sí que lo hace, qué? ¿Qué está mirando? -inquirió Faith.
-Eh... No es nada, solamente estoy hablando conmigo mismo... -murmuró-. Patatas.
-¿Patatas? -cuestionó Faith, mientras que el detective cogía una gabardina al azar del perchero, entregándosela.
-Si tienes tendencias suicidas puedes comerlas. Patatas fritas, es una ventaja. Hágame caso. -comentó, quitándose la bata azul y vistiéndose con su gabardina habitual, antes de apoyarse en la pared, agotado por el efecto de las drogas. Por su parte, Faith salió del piso antes que él.
-¿Sherlock, vas a salir? -cuestionó la Sra. Hudson, saliendo de su piso, fijando su vista en el detective-. Pero no estás en condiciones, ¡mira qué pintas!
-Creo que sabré salir... ¿Es por ahí, verdad? -inquirió señalando la puerta principal-. Es que estoy con una amiga, y... -comenzó a caminar a la entrada.
-¿Qué amiga? -lo cuestionó la Sra. Hudson, pues no veía a nadie con él.
-¡Adiós! -exclamó Sherlock, saliendo de allí.
A los pocos minutos de coger unas patatas fritas, Sherlock y Faith se sentaron en el banco de una parada de autobús, cerca de una iglesia. Sherlock sujetó entre sus manos el trozo de papel que Faith le dio, mientras que ella comía las patatas.
-¿Ve el doblez? -cuestionó-, los primeros meses la ocultó doblada, dentro de un libro. La estantería debía de estar abarrotada, por lo marcado del pliegue, es evidente que la ocultaba de alguien, que vivía en su casa con un nivel de confina que excluye la intimidad. Conclusión, una pareja. Pero ya no lo es. El papel tiene un picotazo en la esquina superior. Lleva varios meses a la vista, pinchado en una pared. Conclusión: la relación llegó a su fin. El papel ha estado expuesto a diversos olores de comida, luego ha tenido que estar a la vista en la cocina. -explicó sus deducciones antes de oler el papel-. Muchas especias. Tiene tendencias suicidas, está sola y anda corta de dinero, pero aún cocina para impresionar. Es una entusiasta. La cocina es la estancia más pública de cualquier casa, y dado que cualquier visitante podría preguntar por una nota de este tipo, deduzco que no las tiene: usted se ha aislado. -concluyó, ante lo cual, Faith no tardó en comentar.
-Muy bueno.
-Lo sé. -sentenció él con un tono egocéntrico.
-El tentempié. -aclaró ella, lo que provocó que Sherlock se carcajease al escuchar su réplica. Su sonrisa se borró de su rostro al desviar la mirada.
-Sherlock, cariño, mira. -escuchó decir a su mujer, por lo que fijo su vista en ella, encontrando que estaba en medio de la calle, con su brazo apuntando al cielo. Allí, logró ver un helicóptero sobrevolando sus cabezas. El detective se levantó, caminando a la calle-. Mycroft, cómo no.
-Demos un paseo. -le dijo a Faith, comenzando a caminar con ella, habiéndose detenido la lluvia hacía rato.
-¿Cómo ha sabido que mi cocina es pequeña? -inquirió Faith mientras caminaban, Sherlock mostrándole el papel.
-Fíjese en la decoloración del papel, no es mucho, pero basta para saber que la ventana de su cocina da al este. Tablones de notas. -indicó, dibujando en su mente un tablón de corcho-. Se colocan a la altura de los ojos, donde hay luz natural. -comentó, colocando la nota en el corcho con un pincho-. Mire, el sol solo ha tocado los dos tercios inferiores, pero la línea es recta, luego el papel está frente a la ventana. -según iba explicándose, Sherlock caminó unos pasos, alejándose del imaginario tablón de corcho, donde dibujó una ventana simple-. Pero como la sección superior está intacta, sabemos que el sol solo puede entrar en la estancia en un ángulo muy pronunciado. -continuó-. Si la luz natural pudiera entrar cuando el sol estuviera más bajo, el papel estaría igual de descolorido por arriba que por abajo, pero no. Solo le da el sol cenital, de lo que deduzco que vive en una calle estrecha, en un bajo. Si la luz solar en ángulo pronunciado llega a la altura de los ojos en la pared frente a la ventana, ¿qué podemos saber de la estancia? -inquirió, moviendo la ventana imaginaria hacia el tablón de corcho-. Que es pequeña. -concluyó, ante lo cual Faith sonrió complacida, antes de que un foco de luz se posase sobre ellos, alzando ella la vista.
-Oh, ¡el hermano mayor le vigila!
-Literalmente. -murmuró Sherlock para si con una sonrisa, escuchando la risa añorante de su pelirroja, por lo que al girarse, la observó a su lado.
-¿Y si nos divertimos a su costa? -inquirió Cora sonriendo de forma maliciosa, ante lo cual, Sherlock asintió, indicándole a Faith que lo siguiera.
-Sexo. -sentenció Faith mientras caminaba junto al detective por Regent Street, hacia Piccadilly Circus, la intersección de calles más conocida de Londres, ambos llevando una lata de bebida isotónica en sus manos.
-¿Perdón? -inquirió Sherlock, de pronto confuso, la mirada de Cora, quien iba caminando a su lado tornándose algo celosa y molesta.
-Sexo... ¿Cómo supo que no lo practicaba? -inquirió de nuevo, aclarando su pregunta.
-Por la sangre. -replicó Sherlock, señalando el rastro en el papel-. Esta es de la primera noche. Se ven las marcas de bolígrafo. Creo que descubrió que el dolor le estimulaba la memoria, así que volvió a probar. Asumo que si su amante no se fijó en el creciente número de cicatrices a lo largo de los meses, es que la relación ya no era carnal.
-¿Cómo sabe que no se fijó? -inquirió Faith.
-Pues porque habría hecho algo. -replicó Sherlock con un tono simple-. Yo lo habría notado, y de hecho lo noté cuando se trató de mi esposa. -apostilló, recordando a su adorada Cora.
-Ah, ¿está usted casado? -preguntó Faith, de pronto sorprendida, a la par que interesada, sus ojos brillando de una forma extraña que el detective no notó.
-Sí. -replicó él, llegando a Piccadilly Circus.
-¿Y dónde está ella?
-Necesitaba alejarse unos días de Londres. -replicó Sherlock sin muchas ganas de darle detalles-. Por aquí. -indicó dando media vuelta.
-Pero si venimos de ahí.
-Lo sé, es un plan. -repicó Sherlock con un tono burlón.
-¿Qué plan? -inquirió Faith, siguiéndolo.
Sherlock pasó cerca de una cámara de seguridad, sonrió y alzó su bebida a señal de saludo, antes de tomar un sorbo.
-Madre mía. -comentó Cora con una sonrisa-. Me encantaría ver la cara de mi querido cuñadito cuando vea el mensaje: vete a la mierda. -apostilló, carcajeándose.
-A mi me gustaría que estuvieras aquí, conmigo... -murmuró Sherlock en una voz apenada, observándola reír, antes de que desapareciera.
El amanecer había comenzado a acercarse para cuando Sherlock y Faith decidieron sentarse en un banco de South Bank, no muy lejos del Puente Hungerford. Ambos se encontraban sujetando una barra de pan rellena en sus manos, la cual estaba envuelta en una servilleta.
-¿Sabe por qué voy a aceptar su caso? Por el único dato imposible que me ha dado. -le informó a Faith con una sonrisa.
-¿Qué dato imposible?
-Dijo que su vida cambió con una palabra.
-Sí. El nombre de la persona a la que quería matar mi padre.
-Ese es el dato imposible. -sentenció el sociópata-. Ni más ni menos.
-¿Por qué es imposible?
-Los nombres una palabra, siempre son al menos dos: Sherlock Holmes, Faith Smith, Papá Noel, Winston Churchill, Napoleón Bonaparte... La verdad es que bastaría con Napoleón. -comentó con un tono suave, antes de murmurar para sí, aunque Faith lo escuchó claramente-. Cora...
-O Elvis. -apostilló ella tras desviar la mirada, recordando aquel nombre.
-Creo que podemos descartarlos como víctimas.
-De acuerdo, me equivoqué: no fue con una palabra. Es imposible. -admitió la rubia.
-Y recuerda perfectamente que su vida cambió al escuchar una palabra, y eso no lo dudo, pero ¿cómo pudo ser un nombre? ¿Qué reconoció al instante, y qué la dejó desquiciada? -reflexionó el sociópata de ojos azules-verdosos.
-Muy bien, ¿cómo?
-Lo ignoro. Aún. -contestó, antes de mirarla de reojo-. Pero no trabajo gratis. -indicó, extendiendo su mano izquierda hacia Faith, esperando que le entregase algo en concreto.
-¿Acepta efectivo?
-Dinero, no. No. -replicó él, mirándola a los ojos.
A los pocos segundos, Faith no tardó en comprender qué era a lo que el detective se refería, sacando la pistola de su bolso con delicadeza, entregándosela. Él se levantó del banco, caminando hasta el borde del paseo de la ribera, lanzando el arma al agua. Su mujer de cabello carmesí y orbes escarlata apareció a su lado.
-Para que luego la gente diga que no tienes corazón... Idiotas.
-Sabes que lo tengo, querida. -dijo él en un susurro, una sonrisa cruzando su rostro-. Pero es solo tuyo. Siempre lo ha sido. -le indicó, antes de alzar la voz, dirigiéndose a Faith-. Quitarse la vida. Interesante expresión... ¿Quitársela a quién? Tras el disparo usted no la echará en falta. -en ese momento, vino a él una imagen del acuario de Londres, con el disparo que efectuó Norbury resonando en sus oídos-. Su muerte, es algo que les ocurre a los demás. Su vida no le pertenece. No la toque. -sentenció, apoyando sus manos en la barandilla.
En ese momento, mientras observaba hacia abajo, Sherlock se percató de que ya no había suelo alguno sujetándolo. Asimismo, se percató de cuánto temblaba su mano derecha, de un momento a otro apareciendo en su mente las palabras CUALQUIERA y MATAR. El joven sociópata de cabello castaño cerró sus ojos azules-verdosos en un gesto dolorido.
-No es como esperaba. -dijo Faith.
-¿Y... Cómo soy? -inquirió él en un gruñido de dolor.
-Más amable. -replicó Faith mientras Sherlock se agarraba desesperadamente a la barandilla, para no caer.
-¿Que quién? -inquirió, observando que estaba suspendido en la nada.
-Que cualquiera. -sentenció ella mientras negaba con la cabeza.
Sherlock cerró de nuevo sus ojos, dejando escapar un grito angustiado de dolor, flashbacks de su niñez regresando a su mente, flashbacks de cuando jugaba con Barbarroja, su perro, así como el tono de una canción, claramente cantada por un niño. El detective cayó al suelo, gimiendo de dolor. Alzó el rostro repentinamente, su mirada fija en el banco.
-Lo siento, yo,... -se interrumpió, percatándose de que la mujer rubia ya no se encontraba ahí-. ¿Faith? ¡Faith! -la llamó, sin obtener respuesta. Tras fruncir el ceño, el joven logró incorporarse del suelo, caminando por las calles. Mientras caminaba hacia Baker Street, comenzó a escuchar las voces de Mary, Molly y Faith que repetían esa palabra... Cualquiera.
-¡Sherlock, concéntrate! -exclamó de pronto la voz de su mujer, a quien vio apenas unos pasos más lejos de él.
Su brazo estaba estirado, señalando una mesa en la que había diversos asientos con sus ocupantes, así como varios goteros allí dispuestos, dispensando el medicamento de las bolsas por vía intravenosa. Culverton Smith se acercaba a él con una sonrisa, mientras que la pelirroja se acercó al detective, quien caminó a su vez hacia el hombre.
-Hay un conflicto que debo solventar. -dijo Culverton-. Tengo un problema, y solo hay una forma de resolverlo.
-¿Y cual es? -inquirió Faith.
-Tengo que matar a alguien. -sentenció él.
-¿A quién? -preguntó Faith.
-¿A quién? -inquirió Sherlock, provocando que Culverton comenzase a carcajearse.
-¡A cualquiera!
-¡Pues claro! No quiere matar a una persona, ¡quiere matar a cualquiera! -exclamó Sherlock con una sonrisa, mientras Smith continuaba carcajeándose.
-¡Es un asesino en serie! -exclamó Cora con una sonrisa.
-¿Podría serlo? -le preguntó el sociópata a su mujer.
-¿Por qué no, cariño? ¿Por qué no iba a serlo? -rebatió ella, lo que provocó que sonriese de nuevo, aunque ésta pronto se borró, al encontrarse frente a un escenario desconocido, pues varios coches se habían detenido frente a él, tocando sus bocinas para indicar su enfado.
-¡Muévete! ¿De qué vas? ¿Sabes dónde estás? ¿Estás borracho? -escuchó preguntar a un conductor. En ese momento, Sherlock parpadeó, observando que el conductor era Wiggins-. Shezza.
-¿Qué haces tú aquí? -le preguntó Sherlock.
-¿Qué hacías en medio de la calle, coño? -le preguntó Wiggins.
-Deberías estar en Baker Street. -sentenció el detective.
-Aquí estoy, como tú. -le espetó el hombre, percatándose Sherlock de que efectivamente no se encontraba en la calle, sino en Baker Street-. Encontraron tu dirección y te trajeron aquí. Te has pasado mazo. Lo digo hasta yo. -apostilló mientras Sherlock observaba su entorno con una mirada confusa, antes de sentarse en el sofá, recordando todo lo sucedido.
-Siempre son pobres, y bastante solitarios, ¡pero esos son solo los que cogemos! -exclamó.
-¿A quién cogemos? -inquirió Wiggins, confuso.
-A los Asesinos en Serie. -replicó el detective-. ¿Y si fueras rico, poderoso y necesario? ¿Y si fueras adicto a matar, y al dinero? ¿Qué pasaría? -inquirió, antes de caer de espaldas al sofá, completamente exhausto.
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