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Capítulo 9

—¿Tragos esta noche? —Amanda arquea la ceja con diversión.

—No puedo, tengo que trabajar.

—¿Trabajar? Dijiste que descansabas los fines de semana.

—Si, si, lo sé. Es algo de último minuto. El señor Graham necesita que esté ahí.

—Bien —hace un puchero de disgusto—. Solo no trabajes demasiado, necesitas descansar alguna vez.

—Claro.

Mi amiga regresa a su habitación a terminar de vestirse para visitar a sus padres, así que tomo las llaves de Buck y salgo del departamento. John parecía bastante entusiasmado con la idea de mostrarme la casa de los botes, pero dudo mucho que quiera ir a pescar.

Estaciono la camioneta afuera de la casa y bajo rogándole al cielo no encontrar una escena como la de ayer... Y que Kyle no se cruce en mi camino. Toco el timbre y espero a que la rubia odiosa venga a abrir la puerta. Cuando lo hace, su ceño fruncido y su mueca de odio me parecen terriblemente irritantes.

—El señor Graham no está. —gruñe y cierra la puerta en mis narices. ¿Qué le pasa a esta loca? Golpeo la puerta y le grito para que me escuche.

—¡No vine a buscar al señor Graham, Roberta! ¡Déjame entrar!

Golpeo con fuerza y la puerta cede cuando intento empujarla, solo que no es la odiosa Gisselle sino John quien está del otro lado.

—¿Liz?

—Hola —me reacomodo la chaqueta de mezclilla—. Tu sirvienta me odia.

Él solo sonríe y estira su mano para que yo la tome, o por lo menos eso creo que hace. Cuando le doy mi mano tira de ella hacía el pasillo y luego por la cocina.

—¿Vamos al patio?

—Si, te dije que te mostraría la casa de los botes.

—¿Vamos a pescar?

—No —se ríe.

La rubia odiosa me lanza una mirada de odio cuando pasamos por su lado y yo levanto mi puño cerca de su cara como amenaza. Más le vale no meterse conmigo.

John camina guiándonos con seguridad, como si el camino estuviera aún claro en su memoria. Saca una llave grande del bolsillo y hace sonar la cerradura.

—Pasa —señala el interior.

—¿Es aquí donde te deshaces de mí? ¿Piensas arrojar mi cadáver al lago?

—No seas tonta.

Cierra de nuevo la puerta detrás de nosotros mientras yo encuentro el interruptor de la luz. Un bote se encuentra amarrado frente a nosotros y unas escaleras guían al segundo piso.

—¿Vamos a subir? —Él asiente

Subo los escalones de madera con cuidado y la parte de arriba parece una terraza dentro de la casita que el reflejo del agua ilumina.

—Ahora entiendo por qué este lugar era tu favorito —sonrío, aunque no pueda verme—. Es muy tranquilo.

—Lo es. — se acerca y sus manos se aferran a la barandilla metálica, dejándome en medio de ellas.

—¿Qué haces? —balbuceo confundida.

—Voy a besarte.

Y no lo detengo. Observo sus labios acercarse a los míos y luego la suave presión que ejercen. ¿Cómo es que este niño puede provocarme tantas cosas? No solo es ternura, siento que debo protegerlo.

Sus manos se aferran a mi cintura por lo que tengo que deslizar mis brazos por sus hombros, lo que hace que se acerque más a mí. Nuestro pequeño beso no se detiene, sigue aumentando en intensidad hasta que nos deja a ambos sin aire y tenemos qué apartarnos.

—No deberías... —susurro cuando se aleja.

—Quería hacerlo.

—Pero no está bien, soy tu niñera.

Una sonrisa divertida se estira en sus labios. Sus ojos grises se fijan en los míos y me llena de curiosidad saber qué más de mi puede distinguir.

—Soy mayor de edad, no necesito una niñera.

—Bien, pero no se lo digas a tu padre —ahora yo sonrío—. Quiero conservar mi trabajo.

A pesar de ser más chico que yo por algunos años, su estatura lo hace ver mayor. Cuando deja un beso en mi frente me doy cuenta de la ligera barba que comienza a crecerle en el rostro.

—Un momento —me quejo volviendo a la realidad—. Me prometiste galletas y chocolates.

—¿Ah sí?

—Si, por eso es por lo que he venido desde Millard Heights.

—Están en mi habitación, olvidé traerlas.

—¿Y qué esperas? Ve por ellas.

—Yo no voy a ir, ve tú por ellas.

—Es tu habitación.

—Y eres tú la que quiere comer galletas. Es lo justo.

Lo miro con los ojos entrecerrados sin saber qué más decir. Estamos en un lugar apartado de la casa, cruzando la línea entre nosotros y no sé qué más podría pasar su vamos a su habitación.

Un recuerdo viene entonces a mí. Algo que aún me causa curiosidad y enojo.

—Quítate la camisa.

—¿Aquí? —eleva una comisura de su boca.

—Si, quiero ver tu abdomen.

—Rayos —se ríe—. Me encantan las chicas que saben lo que quieren.

Ruedo los ojos, aunque tal vez no puede distinguir mi gesto. Lo que realmente pretendo es ver si el estúpido de Kyle le dejó moretones en el cuerpo. Levanta su camiseta con cuidado y me apresuro a poner mis manos sobre él. De nuevo estoy cruzando esa línea imaginaria en mi cabeza en la que convivir con John solo es parte del trabajo.

Mis dedos se deslizan por las marcas moradas y verduzcas en su piel pálida. Un gran golpe en el costado donde seguramente Kyle lo pateó.

Pero hay otras marcas más, en sus brazos y en sus hombros cuando termina de sacarse la camiseta. ¡Ese maldito! Rastros de moretones grandes permanecen aún en sus antebrazos.

—Es un imbécil —gruño molesta.

—Lo sé.

—No lo mereces —levanto la vista hacia sus ojos—. Esto no fue tu culpa, lo sabes.

—Yo...

—No —lo interrumpo—. No fue tu culpa, sino del conductor del tráiler. Fue un desafortunado accidente y estoy segura de que tu madre jamás permitiría que Kyle te tratara así.

—Perdió a su madre.

—¡Tú también! ¡Y tu vista! Deja de justificarlo.

Quiero preguntar si su padre sabe de lo que ocurre, aunque lo dudo mucho. Y estaré encantada de avisarle de lo que ocurre en su casa, bajo su techo y a causa de su insensible y estúpido hijo mayor.

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