2. El llamado de la sangre
En algún lugar de Louisiana
La luna llena estaba en su punto más alto y los licántropos seguramente habían finalizado su transformación.
Aunque así resultaba más peligroso luchar contra ellos, el conflicto por hacer lo que debía, era menor que si hubieran estado en su forma humana.
Y es que ella no tenía absolutamente nada en contra de esas criaturas, pero ese era el acuerdo al que había llegado con Klaus Mikaelson, al convertirse en su sicaria para proteger lo más preciado que le quedaba: El pequeño Gilberto, hijo de Edward y Cordelia.
Lo conoció siendo un niño y le pareció un ser adorable. No sabía si solo por ser hijo de quien era, o por el enorme parecido que le encontraba con Edward. Por lo que fuera, había prometido cuidar de él cuando su padre ya no estuviera. Pero gracias a los compromisos adquiridos con el líder de los Mikaelson, se estaba demorando demasiado y eso le molestaba. A esas alturas, el niño ya debía ser un hombre joven y de acuerdo a su genética, guapísimo también.
El hecho de que Diane —la abuela difunta del niño—, lo mantuviera protegido desde donde estaba, le proveía un poco más de tranquilidad, pero prefería ser ella quien lo hiciera.
Moría de ganas por volver a Mexicali y llevarlo a la Casa Green, como Edward deseaba. Aunque habría sido mejor si estuvieran los cuatro juntos como la familia que eran. Edward, Peter, Gilberto y ella.
Luchar con más de veinte licántropos transformados ella sola, no era una empresa fácil cómo pensó en un principio. Babeaban mucho, gruñían por todo y eran feos cómo una quemadura con aceite hirviendo. No entendían de razones y eran malhumorados porque sí; siempre enseñando los colmillos. Afortunadamente, Edward la había enseñado a transformarse en su versión más feroz y destructiva para hacerlo en caso de necesitarlo y esa era la ocasión perfecta.
Se concentró y pensó en las cosas más irritantes que le sucedieron y no pasó mucho antes de que sucediera.
Una o dos veces más y su periodo de esclavitud terminaría. Así se lo había prometido el híbrido y más le valía que lo cumpliera.
Mexicali
La vida de Gil no había estado exenta de problemas con las demás personas. Muchas veces tuvo que enfrentarse a gente qué, solo por el hecho de existir, parecían despreciarlo. Curiosamente, eran del mismo tipo que tenía mucha cola que pisar.
La gente malvada casi nunca tiene algo que le advierta a los demás de lo que son o han sido capaces, se ven como todos, se confunden entre la gente de bien. Sin embargo, Gil no quería problemas.
De niño, el papel de justiciero le había provocado muchos sinsabores y prefería reservar sus fuerzas para cuando el ataque fuera hacia él o su madre.
Sí, era una actitud bastante egoísta, pero en su opinión, más valía perro vivo qué león muerto. Por ello, acalló el don de clarividencia que poseía y lo guardó en el fondo de sus recuerdos. O esa era la intención.
Su padre era el vampiro, el que tenía el poder y la supuesta inmortalidad, no él. Él era solo otro humano entre tantos, que solo quería vivir una vida feliz, tranquila y normal.
—Aburrida y del montón —pensó.
Sacudió la cabeza para espantar esa idea y trató de poner atención a la clase. No obstante, en el fondo de su alma, no aceptaba del todo esa idea de una vida apacible y sin sobresaltos.
En su fuero interno sabía que había algo más para él. Algo que bullía. Eso que tal vez no podría evitar y que lo animó para arrojar por las escaleras a su jefe, después de saber lo que había hecho con unas inocentes niñas.
Dos años atrás.
Harto de que las quejas de sus amigas vendedoras en el almacén donde trabajaba, no solo no fueran escuchadas sino incluso castigadas por quejarse de los malos tratos y acoso sexual de su jefe, decidió hacer algo.
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