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Capítulo 27 ❆

No podía respirar. Por más bocanadas que tratase de dar, era imposible mantener el flujo de oxígeno de forma constante para que llegará a todo su cuerpo. El agotamiento iba haciendo mella en ella. Vanora era consciente de que aquella criatura les pisaba los talones y que antes o después llegaría a ellos. ¿Y que les haría? No lo sabía, y no estaba segura de querer averiguarlo nunca.

Solo el bosque pasando a toda velocidad a su costado, el viento azotándole el cabello y el frío cortando sus mejillas, era la única compañía que había en aquel momento y la única certeza para saber que su vida volvía a correr peligro.

Bugul se tropezó antes de que pudiera siquiera salir del desfiladero. Su delgado y pequeño cuerpo rodó entre el barro, descansaba entre las rocas descansando. Herido en la pierna, que yacía torcida en una extraña posición, sus quejidos resonaron por el lugar. Vanora no tardó en llegar hasta él, y en plena carrera frenó de golpe para agacharse al lado de su pequeño amigo. Con el corazón latiendo en sus oídos. Aún, con la sangre bombeando por su cuerpo como si fuera fuego.

Aún...con la certeza de que todo estaba a punto de cambiar una vez más.

—Bugul no poder correr más...

—¿Qué? Claro que puedes. ¡Vamos!

—Bugul estar muy cansado y dolorido. Estar herido.

La princesa no podía creer que otra vez estuviera en una situación como aquella, en la que quisiera o no, la posibilidad de que alguno de los dos quedará atrás era de nuevo demasiado real. Demasiado aterradora.

Su cabeza iba a mil por hora, tratando de pensar en cien posibilidades para sacar a su amigo de allí, y llevárselo consigo. No quería dejarle atrás. No podía permitir que eso sucediera, y aunque apenas tenía tiempo para pensar, su corazón rugía con fuerza contra sus costillas, rogándole que siguiera corriendo si no quería morir.

No, no pensaba hacerlo. No iba a dejarle atrás, y mucho menos dejaría a Bugul enfrentándose contra aquella criatura. No saldría vivo. No, no lo haría. Y por los Ementals, juraba que no pensaba dejar morir a nadie más que le importase.

—Bugul va hacerme caso a mí, Vanora Cadogan. Quiera él o no. —La voz de Vanora era autoritaria, y es que, a pesar de su corta edad, era una mujer con carácter.

—Vanora no entender quién es él. No entender el riesgo que corre.

La princesa se arrodilló donde se situaba su amigo, aún con las venas latiendo por todo su cuerpo. Con aquella sensación de tener mil posibilidades al alcance, desde salir corriendo sola a quedarse junto a su amigo. De alzar el arco y encararse a aquel asesino, o bajar la cabeza y arrodillarse pidiendo piedad.

Él no querer a Bugul. No querer a criaturas como yo, él busca niños...Secuestran a...

Una flecha cortó el viento y es que el ruido fue captando de forma extraordinaria por los oídos de Vanora, que gracias a su entrenamiento ya podía identificar sonidos concretos. Sin embargo, su rapidez seguía siendo algo a mejorar, pues cuando la flecha cruzó por su lado, la punta bien afilada cortó su mejilla dejando un corte justo en su pómulo izquierdo.

—¡Vanora tener que correr! ¡Ahora! —Su voz era desesperada, y es que las luciérnagas que revoloteaban a su alrededor ahora se movían nerviosas. Sus pálidas mejillas eran testigo de las lágrimas que el pequeño monstruo dejaba fluir por primera vez en mucho tiempo.

—¡Que no! ¡No voy a dejarte solo! —Gritó de vuelta la pequeña, para así ponerse en pie aún con el corte horizontal justo debajo del ojo, sangrando, ardiéndole—. Ya puede ser el mismísimo diablo, o el rey loco que no me marcharé a ningún lado. Otra vez no.

Sus movimientos fueron rápidos, y sus dedos se movieron con una agilidad nunca antes vista. Se deslizó justo enfrente de su amigo, flexionando las rodillas para hacerse con el arco que descansaba en el suelo y arrancar una de las flechas del carcaj de Bugul, para así colocarla en el arco.

Sus brazos adoptaron la posición correcta, se tensaron con la medida justa y necesaria para sostener la flecha y apuntar hacía el objetivo deseado. Uno, al que pensaba agujerear le hasta el alma si se seguía acercando a Bugul.

Y otra vez...Zalnar.

De nuevo la maldita imagen de Zalnar Gallander le nublo la mente con sus recuerdos, en como lo había dejado enfrentarse solo a los Espectrals. En su muerte a manos de aquellas garras tenebrosas, y en cómo ella no hizo nada. En cómo a pesar de creerse una guerrera, una luchadora nata, una superviviente, no había sido capaz de levantar el hacha y correr hacía aquellos monstruos para salvarle la vida al heredero del sur.

¿Y si aquello le sucediera a Bugul? ¿Y si moría a manos de un ser al que no podía vencer? No, no era temor a no poder vencerlo, era a salir corriendo y huir como la cobarde que era.

El cuerpo del chico, del otro niño al que apenas hacía un rato habían visto. Quién había suplicado por su vida, y por ayuda. Que sabía quién era y que tal vez, hubiera podido ayudarla a obtener más información de su antigua vida en las cortes. Otro chico al que no pudo salvar, ahora descansaba sobre el barro al otro lado del desfiladero.

¿Salvar? ¿Cómo iba a salvar a otras personas cuando ella era una inútil? Vanora Cadogan era eso, un fraude. Esos pensamientos eran los que no podía sacarse de la cabeza en aquellos días, como un castigo constante de lo mal ejecutado de todos y cada uno de sus actos. De las malas decisiones llevadas a cabo en momentos importantes.

¿Cómo salvar a otros si nunca ha podido salvarse a sí misma?

Cuando eran otros los que la sacaban de sus apuros. Era pura fachada. Era pura mentira. Era, lo que su padre siempre dijo que iba a ser. Una vergüenza para su linaje.

Vanora trago saliva, todavía sintiendo como no había de ésta en su garganta. En la dureza con la que bajaba por ella hasta perderse en el resto de su cuerpo. Sus músculos agarrotados, sus dedos casi dormidos sosteniendo la cuerda.

La siguiente flecha que voló hacía ellos se clavó justo a los pies de Vanora, quien pegó un pequeño salto atrás, retrocediendo aun con el corazón a mil. Con sus manos temblando en el arco, y en su respiración acelerada que no hacía más que favorecer al temblor de sus rodillas.

—Bugul hablar en serio...Vanora tener que huir ya o...

—O la mataré también. —Anunció la misteriosa figura, aún en las sombras del desfiladero. Su silueta llegó hasta ellos como un gigante, al igual que su voz, grave y profunda que caló hasta lo más profundo de sus huesos. Era calmada, sosegada, como si no le importase lo que sucedía o le aburriera.

Vanora volvió a tragar saliva, y esta vez levantó más el arco para tratar de, en caso de necesitarlo, disparar con la mejor certeza posible algún órgano vital.

La figura salió de las sombras del desfiladero, y de la neblina que lo acompañaba como un manto que parecía llevar consigo de forma constante, salió él. Era un hombre muy alto, casi tanto como su padre. De espaldas anchas y brazos grandes y fuertes, y aunque parecía tosco con alguno de sus movimientos, su agilidad era simplemente fantástica. Había llegado hasta ellos sin agotarse, en silencio, como un ninja.

—Tú...Tú eres ciego. —Murmuró Vanora observando la venda en sus ojos, un trozo de tela azul marino que rodeaba sus ojos y cubría su cabello blanco espectral. Los ojos de la princesa viajaron a su amigo que parecía contener el aliento. Había esperanza—. Bugul, tenemos una oportunidad.

—No, Bugul saber que eso ser imposible...

—Yo de ti, jovencita, haría caso de los consejos de tu amigo.

La joven apretó los dientes y miró con furia al enemigo que tenían delante. Estaba ciego, quizás si disparaba al corazón, o al pecho pudiera darle en algún órgano vital, y así ganar tiempo, pero...

—Yo de ti, jovencita...—Repitió la frase el extraño, dando pasos lentos hacía ellos con su arco a su espalda y una daga en la mano—. Me lo pensaría dos veces antes de hacer una insensatez.

—Podría matarte ahora mismo. —Gruñó la princesa contra la cuerda que rozaba sus labios. Aún con el arco tensado.

Aquello provocó una risa en su enemigo, quien avanzó sin miedo hasta colocarse delante de la niña temblorosa que había frente a él. Su atuendo eran varias capas de tela, que parecían forjar una armadura de cuero negro. Pero lo más llamativo de su atuendo era un pequeño frasco que brillaba en su cinturón con unos ojos que bailaban mirando a su alrededor, curiosos.

¿Quizás fueran sus ojos? ¿Se los había arrancado? ¿O eran de alguien más?

—Tienes sentido del humor, lo admito. —El hombre dio un paso más, dejando que la flecha de Vanora se clavase en el chaleco de cuero que llevaba. Sin miedo a la muerte, porque él era la misma muerte—. Me caes bien.

—¿Qué quieres de nosotros...?

—Mi última cacería ha salido fallida. El joven al que viste morir era un desertor y sigo teniendo que cumplir el cupo de presos para que Hedas no me lo recuerde durante los siguientes meses...—Comenzó a desvariar el hombre, rascándose suavemente la barba que cubría sus pálidas mejillas adornadas por cicatrices. — Así que tú suplirás su lugar.

Quién río esta vez fue Vanora, que debido a los nervios no pudo controlar la carcajada que acababa de salir de lo más profundo de su ser. Esta vez, Bugul pareció más aterrorizado que antes, arrastrándose hasta su amiga.

—No pienso hacerlo. — Contestó con seguridad la princesa. Quizás se estaba volviendo loca, pero, ¿Cómo no hacerlo?

—Oh, y tanto que lo harás...O la siguiente muerte que caerá sobre tus hombros será la de tu amigo Bugul Noz, querida Vanora.

Aquello la desarmó por completo, como un desconocido, un asesino, sabía su nombre y el de su amigo. ¿Acaso les había estado siguiendo? ¿Acaso había viajado por las cortes y sabía de ella? No lo entendía, no comprendía como ese ser monstruoso sabía sus nombres y...

—¿Cómo...? ¿Cómo sabéis quien soy si no podéis verme? — Tartamudeo aterrada la princesa.

—Hay muchas formas de ver, y ninguna implica mis propios ojos. — Hizo una pausa, calmada, como si aquello no le importase. Para él, era una simple charla. Sus largos y delgados dedos agarraron la flecha que aún descansaba en el arco y bajando el arma lentamente, terminó por desarmarla—. ¿Por qué no le decís quién soy?

Bugul aún aterrorizado miro al hombre, y después a Vanora que ya desarmada seguía retrocediendo hasta quedar entre él, y su amigo. Sentía que no podía moverse, que no podía respirar. Ese hombre desprendía un poder sobrenatural, un poder que salía de cada poro de su piel, y él era muy consciente de ello.

—Bugul saber quién es él. Porque él ser Dullahan Somber, un mercenario de la Orden de Malak. Un protector.

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