24. Lenila
Sentados sobre el montón de paja que aún estaba cargado en un carro de madera, Lenila y Mur llevaban toda la mañana observando a los maestros que llegaban a Oniria acompañados por sus aprendices. Restaban no más de veinte días para el importante evento que daba lugar cada tres años, y estaban deseando conocer a los que iban a ser sus rivales. Conocían a los demás aprendices de El Vigía, pero eran más de cincuenta los que acudirían del resto de las regiones fronterizas.
Los primeros en llegar fueron los Cabezas Calvas de la frontera este. Serpiente fue el primero en entrar y saludar efusivamente a cuantos encontraba en el patio central. Tanto Lenila como Mur lo habían visto en anteriores ocasiones, pero su aspecto nunca dejaba de sorprenderles. Esta vez, junto a los más de quince hombres que lo acompañaban, formaba un grupo más que curioso. Todos ellos llevaban alguna parte de la cabeza rapada, algunos presentaban una larga cresta erizada mediante densa grasa de buey, a otro de ellos le colgaban dos largas trenzas desde la coronilla a los hombros, y uno más llevaba solamente media cabeza calva. Se pintaban el contorno de los ojos y los labios de color negro, y los tatuajes que con los años solían cubrir su cuerpo sobresalían desde debajo del traje para dejarse ver en las manos y en el cuello. De las correas que habían cosido sobre su ceñido uniforme colgaban toda clase de armas cortas y arrojadizas, y cada uno de ellos llevaba una espada de distinto corte y una o dos picas, además del arco y las flechas. La larga y extraña alabarda de Serpiente destacaba sobre el resto debido a las tres puntas que poseía, una más larga en el centro y dos de filo curvado que se abrían en noventa grados sobre la central.
─ Pura fachada ─ observó Lenila divertida ─. Espero que me toque luchar contra alguno de ellos.
Los aprendices los miraron con atención, y algunos los saludaron con la cabeza.
─ Supongo que ellos dirán lo mismo de nosotros ─ respondió Mur ─. Yo soy bajito y tú eres chica.
Después llegaron los del centro-este, seguidos por los del centro-oeste, mientras que los aprendices del oeste, a los que Cóllum dio la bienvenida personalmente, fueron los últimos en cruzar las puertas.
─ Me cae mal ─ dijo Lenila ─. Me mira como si fuera un trozo de mierda tirada en una esquina. Ni siquiera me saluda cuando me cruzo con él.
La mirada que dirigió Cóllum hacia donde se encontraban mientras hablaba con sus aprendices confirmó su parecer.
─ Aquel, el más alto, debe ser el tal Rolfe, el aprendiz del Martillo Negro ─ apuntó Mur mientras tomaba notas y realizaba bocetos en un fajo de hojas ─. Ese que según el necio de Cóllum nos va a pasar por la piedra.
Los occidentales, muchos de ellos nacidos en la gran urbe que constituía Puerto Ámbar, desfilaron muy cerca del carro desde donde Lenila y Mur los observaban con seriedad. Cóllum no se dignó a mirarlos, pero sus aprendices parecieron lo suficientemente aleccionados como para cuchichear entre ellos de forma descarada, escupir al suelo o realizar algún gesto obsceno de forma disimulada pero visible. Quien cerraba la comitiva, un muchacho más alto y fuerte que el resto y de expresión seca, simplemente los miró y asintió con la cabeza.
─ Tienen suerte de que ese que viene ahí sea demasiado mayor para participar, ¿no te parece?─ dijo Mur tras apartar la mirada de los occidentales.
En ese momento, Tómmund se asomaba al patio a través de la puerta de entrada al Vigía, y salió para ver desfilar a la comitiva de cada una de las regiones. En cuanto vio a Mur y Lenila, tuvo dudas sobre acercarse a ellos o no. Había entablado una bonita relación con su compañero de habitación, con el que mantenía interesantes conversaciones sobre prácticamente cualquier tema, y no eran pocas las noches en las que se dedicaban a recomendarse mutuamente algunos de los libros que habían caído alguna vez en sus manos. En cuanto a Lenila, esta seguía siendo una incógnita. Por una vez, le sorprendió que le dirigiera una sonrisa y le hiciera gestos para que se acercara. En cuanto llegó, Lenila se hizo a un lado para que Tómmund se pudiera sentar entre Mur y ella, cosa que aún lo sorprendió más.
─ ¿Tienes ya tu uniforme?
─ Esta noche he visto a Árnor, y me lo ha dado, sí ─ respondió Tómmund sin poder ocultar su emoción ─. Es...impresionante. Después Ákhram me ha llevado a la armería.
─ Hiendelobos ─ dijo Mur, siempre parco en palabras excepto si se hablaba de literatura, mostrando un detallado dibujo de la espada que decoraba el lateral de una de las páginas que tenía entre las manos ─. Ákhram me lo ha dicho esta mañana. Estoy convencido de que harás justicia a su nombre.
─ Hoy por la noche partiré al norte junto a Élenthal y Skéyndor.
Lenila lo miró con una sonrisa que trataba de ocultar la melancolía que sentía cada vez que Élenthal partía en una misión de caza o exploración.
─ ¿Cuidarás de él, verdad?
Sus ojos azules, la piel tan clara y uniforme, hicieron a Tómmund recordar una de las delicadas muñecas de porcelana que compró en una ocasión para la pequeña Alda, después de realizar el reparto de pieles en Ciudad de Jade. Esa es la imagen que uno se puede hacer de ti cuando te ve por primera vez, aunque mucho me temo que tus contrincantes en el campeonato se darán cuanta demasiado tarde de que no estás hecha precisamente de frágil porcelana, sino de acero templado en las mismas fraguas de El Vigía.
Tómmund no tuvo tiempo de responder, pues una pica de punta roma cayó muy cerca del carro en el que se encontraban. Uno de los aprendices de Cóllum se acercó a recogerla, y los miró con desdén.
─ Siento haberte asustado, niña. Tranquila, no tiene punta, no puede hacerte sangrar. Me han dicho que te da miedo la sangre.
─ Te han dicho la verdad ─ respondió Lenila sin dilación ─. Cuando sale a borbotones del cuello de los cerdos como tú, me asusta bastante el hecho de pensar que me castigarán si no la recojo toda en el barreño.
Tanto Mur como Tómmund sonrieron, aunque no dijeron una palabra, Lenila no necesitaba que nadie la defendiera.
─ ¿Quieres entrenar con nosotros, o prefieres quedarte sentada al lado del artista? ─ respondió el joven haciendo caso omiso a las palabras de Lenila.
Lenila saltó del carro y se dirigió hacia el lado del patio que ocupaban los occidentales, mientras escuchaba las palabras de Mur, quien cerró su libro de notas y fue tras ella junto a Tómmund.
─ No creo que sea buena idea, Len.
Era inútil intentar convencerla, las ganas de dar una lección a los alumnos de Cóllum eran superiores a la decisión que hubiera tomado alguien con menos temperamento. Mur esperó a Tómmund, quien caminaba unos metros tras él, y le mostró su preocupación.
─ Los maestros han entrado al interior de la torre, pero Réynor debe estar con el resto de aprendices de Oniria. Rápido, búscalo y tráelo cuanto antes, esto puede acabar de una forma bastante fea.
Tómmund aceleró el paso y trató de encontrar al anciano, pero le era difícil distinguir gran cosa entre la gran cantidad de gente que se había acumulado en el patio. Al fin, lo vio justo al otro lado de donde se habían ubicado los aprendices que había traído Cóllum. Lenila y Mur habían llegado ya a la zona donde se encontraban estos, que habían formado un circulo en cuyo centro entrenaban por turnos.
─ ¿Dónde has encontrado al paje y a la sirvienta, Conejo? ─ dijo uno de ellos.
La respuesta de Lenila fue únicamente caminar hacia la colección de armas de madera de la que disponía cada grupo.
─ ¡Ten cuidado, no te vayas a hacer daño con esas armas!
─ ¡Tranquilo, Conejo, esas picas romas son iguales al palo de la escoba que usa cada día para limpiar la alcoba de Élenthal!
─ ¿Te refieres a una de estas? ─ dijo Lenila mientras se hacía con una de las astas de madera de fresno endurecida.
Conejo se armó mediante una espada de madera y un escudo redondo, y caminó hacia donde le esperaba su rival.
Mur intercambiaba su mirada entre el centro del círculo y el resto de la plaza, donde buscaba con avidez a Tómmund o al viejo Réynor, pero no conseguía localizar ni al uno ni al otro. Se fijó en el chico alto y de espaldas anchas, se había apartado del círculo, y se dedicaba a pulir un cuerno de bóvido simulando que no le interesaba lo que ocurría a tan solo unas varas de distancia, pero sin perder detalle de lo que ocurría.
Conejo avanzó hacia Lenila mostrando una más que teatralizada seguridad en sí mismo, se puso cerca de ella para que le fuera más incómodo manejar la pica, y adelantó ligeramente la cara en señal de desafío. No tuvo tiempo de ver la mano abierta que salió veloz hacia su sien hasta que estuvo demasiado cerca como para poder esquivarla. El occidental, al que el golpe había cogido por sorpresa, retrocedió su posición y se preparó para atacar. Frente a él, Lenila adoptaba su pose característica ofreciendo únicamente un costado, y comenzó a girar rápidamente la pica. Conejo dirigió varios golpes hacia Lenila, quien los detuvo sin demasiados problemas.
─ No pasarás de la primera ronda, niña, me daría vergüenza que me tocara enfrentarme a ti ─ dijo el occidental mientras comenzaba a imitar el movimiento de Lenila y la obligaba a retrasar su posición.
De pronto Lenila se detuvo, envió un golpe ascendente en dirección oblicua y dio de lleno en la mano de Conejo, haciendo que su arma cayera. El aprendiz no tuvo más remedio que protegerse tras el escudo para evitar ser alcanzado por el torbellino de golpes que le vino encima, y terminó lanzándolo sobre Lenila para tener tiempo a acercarse a la armería y coger otra espada.
─ ¿No crees que has tenido suficiente? ─ preguntó Lenila, dando tiempo a Conejo a escoger su nueva arma ─ Un buen combatiente debe saber reconocer la superioridad de su adversario en las primeras acometidas.
─ ¡Uuuuuuh! ─ se oyó decir en el círculo de aprendices que la rodeaba.
Conejo corrió enfurecido, embistiendo como lo haría un ariete sobre la puerta del castillo que era sometido a asedio. Lenila lo esperó, y cuando parecía que el choque iba a ser inevitable giró hacia un lado y golpeó a su rival en la espalda, produciéndole un agudo escozor. Conejo se giró y miró a Lenila con el rostro desencajado de ira.
─ Creo que es suficiente ─ dijo Mur avanzando hacia el centro del círculo, pero tres de los occidentales le cerraron el paso ─. No me obliguéis...
Mientras Lenila se disponía a recibir por tercera vez el ataque de Conejo, uno de los aprendices se acercó a ella por la espalda y, cuando se encontraba a menos de dos metros, utilizo una soga a modo de látigo y la golpeó en una nalga.
─ ¿Puedo? ─ dijo mientras oía reír a sus compañeros ─ ¿O solamente dejas a Élenthal hacértelo?
Lenila dio medio giro, de modo que Conejo quedó a su derecha y el otro aprendiz a su izquierda. Mur la vio calcular la distancia que la separaba de los mismos, y dio un par de pasos atrás mientras se cubría el rostro con una mano y lo presionaba con fuerza.
─ Mierda, Len, no lo hagas...
Conejo atacó, y el golpe que recibió en el lateral de la cabeza lo envió al suelo. El aprendiz que la había golpeado con la cuerda corrió hacia ella con una porra de madera, trató de golpearla pero Lenila lo esquivó y palmeó su nariz haciendo que la sangre saltara hacia los lados. Un tercer occidental, ebrio de ira, cogió dos espadas de madera y cargó con la intención de vengar a sus compañeros, pero alguien lo asió de la chaqueta y lo hizo volar hacia un lado.
─ ¡Ya basta! ¡Me avergüenza estar con vosotros! ─ dijo su voz mientras giraba y los miraba uno a uno.
Los occidentales callaron, se miraron entre ellos pero nadie se atrevió a decir nada. Solamente aquel al que Lenila había roto la nariz habló, casi en tono de súplica.
─ Pero Rolfe, no has visto...
─ ¡Precisamente porque lo he visto todo, imbécil!
Tómmund llegó en ese mismo instante acompañado por Réynor, quien observó la escena con preocupación.
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─ Sé perfectamente que los tres sois conscientes de que vuestro comportamiento ha sido totalmente inaceptable.
El Gran Maestre Árnor permanecía sentado tras la mesa mientras tenía en frente, de pie, a los tres aprendices y a sus responsables. La situación tenía para él una alta carga emocional, ya que Lenila había sido tan culpable como los dos muchachos de Cóllum, y no le quedaba más remedio que administrar la justicia con equidad.
─ Élenthal, Cóllum, Conejo, Lenila, Loco, conocéis las reglas. Aquellos que, bien durante el campeonato o los preparativos, se comporten de forma irrespetuosa con sus rivales, y más aún si les producen cualquier tipo de daño de forma consciente, deben ser expulsados de la competición. Además, trabajarán para el correcto funcionamiento de la organización y velarán por el bienestar del resto de sus compañeros hasta la finalización de la misma.
Árnor miró de uno en uno a los aprendices, y su corazón se llenó de dolor cuando se enfrentó a los ojos azules de Lenila. Len, mi pobre Len, ¿Por qué?
─ Por último, vuestros maestros se encargarán de encauzar vuestro comportamiento y serán responsables de que no hagáis uso de ningún tipo de arma hasta que haya terminado vuestro servicio en el campeonato. Mañana, durante el atardecer, cuando vuestros ánimos se hayan calmado, os esperaré en este mismo lugar. Espero recibir vuestras sinceras disculpas.
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Élenthal se puso el uniforme de cuero, comprobó por última vez algunas costuras, e insertó los cuchillos de filo bañado en plata en las fundas adosadas a su costado izquierdo.
Muy cerca de él, Lenila miraba al plato de judías y la hogaza de pan que aún no había tocado. Réynor se encontraba sentado en la misma mesa, dando buena cuenta de su ración.
─ No es el fin del mundo, Len.
Lenila lo miró entristecida, y volvió la mirada a la mesa antes de hablar a Élenthal.
─ Lo siento, padre.
─ ¿Sientes haberlos golpeado de ese modo? ─ respondió Élenthal mientras ajustaba la hebilla del cinturón del que colgarían sus dos espadas.
Lenila no respondió. Volvió a mirar a Réynor, y este se encogió de hombros.
─ No podré participar, todo el esfuerzo que he realizado para llegar hasta aquí, las horas que Úthrich, Mur y tú habéis invertido en trabajar conmigo, lo he echado todo a perder. Y Tómmund, todo lo que me ha ayudado, dando lo mejor de sí...
─ Eso es verdad.
─Pero...─ Lenila cogió la cuchara y la apretó con fuerza.
─ He hablado con Mur.
Lenila lo miró con la esperanza de que al menos la razón de su comportamiento fuera comprendida.
─ Debes aprender a leer el entorno con calma, Len, no era el momento de enfrentarte a ellos. Querían humillarte, y de alguna forma lo han conseguido. Si hubieras esperado, podrías haber luchado con ellos en las sesiones de entrenamiento, con supervisores que regulan tanto los actos como las emociones de los aprendices, a menudo de sangre caliente. Te hubieras enfrentado a algunos de ellos en las primeras rondas, y los hubieras vencido de igual modo. Ahora descansa, deja que el sueño de unas horas ordene tus pensamientos, debes valorar tus actos con lucidez, y asumir con calma tu nueva situación.
─ Bueno ─ apostilló Réynor ─, algún otro se encuentra en esa misma situación, pero con la cara algo más magullada. No diré que has hecho bien, pues has metido la pata hasta...bueno, ya sabes hasta dónde. ¡Pero qué demonios, que me muera ahora mismo, a mis setenta y siete años, si no se lo merecían!
Nadie habló mientras Élenthal se calzaba las botas y ajustaba las correas de los laterales de la caña.
─ Siento haberte avergonzado, padre ─ dijo al fin Lenila, con los ojos llenos de lágrimas.
Élenthal la miró, eran muy pocas las ocasiones en las que Lenila mostraba de ese modo sus emociones, y se contagió de su dolor. Se acercó a ella y se arrodilló a su lado. Después la rodeo con sus brazos y le besó la cabeza.
─ Eso nunca Len, nunca he sentido ningún tipo de vergüenza por nada que hayas hecho, tampoco esta vez, solamente siento una profunda pena por no poder permanecer a tu lado en estos momentos. Esto te hará ser mejor, Len, debes reflexionar y analizar tu comportamiento y los sentimientos que te han llevado a él, aprender de tu error te hará una persona más justa y equilibrada. Esto forma parte del difícil camino de aprendizaje de quien quiere mejorar como persona, no le des más importancia de la que tiene.
─ Úthrich y yo estaremos contigo, Len ─ dijo Réynor ─. Y no creo que tu amigo Mur te vaya a dejar de lado, también está muy afectado por el hecho de que te hayan apartado de la competición.
─ Mur ─ dijo Lenila entre sollozos ─. Mur no debería cargar con el peso de mis errores, tengo que aprender a controlarme pero, estoy tan dolida, tan enfadada, esos occidentales...
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