xvii. a deathly tournament
xvii.
un torneo mortal
—Nos veremos en verano, espero.
Remus y Mary habían acompañado a los cinco adolescentes al andén nueve y tres cuartos para despedirles antes de que se marcharan a Hogwarts. Todos ellos miraron algo extrañados a Remus cuando escucharon aquello.
—¿Y qué pasa con Navidad? —preguntó Harry.
Remus sonrió, intercambiando una mirada cómplice con Mary.
—Dudo que queráis venir. Ya comprenderéis por qué.
—¡Pero si las gemelas van a nacer para Navidad! —protestó Susan.
—Tendréis tiempo para conocerlas —aseguró Mary, riendo—. Os espera algo importante en Hogwarts. Admito que me hubiera gustado vivirlo en mi época.
—¡No nos tengáis en ascuas! —protestó Jessica—. Tío Jason y tía Amelia ya nos dijeron que iba a haber una sorpresa, pero nada más. ¿Qué va a pasar?
—Paciencia, Nova —dijo Mary, negando con la cabeza—. Será mejor que subáis ya. Si necesitáis cualquier cosa, escribid, ya lo sabéis.
—Lo haremos —aseguró Vega—. Tú nos avisas si pasa cualquier cosa con Maisie y Ellie, ¿no?
—Prometido —dijo Mary.
Fue algo caótico cuando los cinco adolescentes trataron de abrazar a los dos adultos al mismo tiempo, todo ello con cuidado de no golpear a Mary, pero así solían ser las cosas en su familia y a ellos les gustaba. Tras aquello, subieron al tren, que estaba a punto de partir, y agitaron la mano una última vez, a modo de despedida.
—Sue, ¿vamos a buscar sitio? —preguntó Nova, una vez dentro. La pelirroja asintió—. Genial. Vee, si alguien te dice que una chica increíblemente atractiva le ha lanzado una bomba fétida, me temo que seré yo. Disfruta, prefecta perfecta.
Y se marchó antes de que Vega pudiera decir nada. La mayor rio y sacudió la cabeza con pesadez.
Susan se encogió de hombros antes de correr tras ella.
—Yo también voy a buscar sitio —dijo Harry, mirando a su alrededor—. Puede que encuentre a Ron, Prim o Hermione... o a Bree. ¿Nos vemos luego?
—Claro —asintió Jessica—. Intenta que no se repita lo del año pasado.
Harry sonrió, divertido.
—No prometo nada. ¡Nos vemos!
Vega y Jessica intercambiaron una mirada.
—¿Lista para una divertidísima reunión de prefectos? Apuesto a que la disfrutas —se burló Jessica.
—Muy graciosa —ironizó Vega.
—¡Gigi! —Fred y George iban hacia ella—. ¿Tienes la caja?
—Yo también me alegro de veros y sí, estoy bien —dijo Vega, sarcástica—. Gracias por preguntar.
—Sabes que es importante para nosotros, Vee —suplicó George.
—Lo sé. —Vega sacó de su mochila la caja con todas las cosas que Fred y George le habían enviado—. Espero que recordéis el trato.
—Un año de inmunidad —asintió Fred.
—Te lo has ganado —dijo George.
—¿Y yo no? —protestó Jess.
—No —respondió Fred, burlón—. Tú lo tuviste el año pasado.
—Creo que podemos hacer una excepción con Jess —comentó George, sonriendo y pasándole el brazo por encima de los hombros a la rubia—. Disfruta de la reunión de estirados, Vee. Al menos, este año no está Percy.
—Él no es tan malo, George —protestó Vega.
—Lo que tú digas —respondió él, encogiéndose de hombros—. Tú no le has escuchado todo el verano hablando de los culos de los calderos.
—Y feliz cumpleaños atrasado, Gigi —añadió Fred, mientras ambos se alejaban por el pasillo—. ¡Tendremos que tirar dieciséis bombas fétidas en tu honor!
Vega y Jess se echaron a reír.
—Será mejor que huyas en dirección contraria cuanto antes —decidió Jessica—. Aunque me temo que yo tendré que ir con ellos. Vamos, no llegues tarde a tu reunión. Supongo que estarás deseando ver a Diggory, ¿no?
—Sí —admitió Vega.
La reunión fue bastante aburrida, más que el año anterior, ya que Vega conocía bien sus obligaciones. Se entretuvo jugueteando con los dedos de Cedric. Ni siquiera se molestó en mirar a Linette Carrow, que no apartaba los ojos de Vega. No pudo evitar darse cuenta de que Callum no se había sentado a su lado.
Una vez terminada la charla, Vega y Cedric hicieron su guardia y luego se sentaron junto a Jessica, que habían huido de los gemelos, Lee y sus bombas fétidas, en un compartimento. A la rubia no parecía hacerle mucha gracia estar de sujetavelas, pero al mismo tiempo se divertía lanzándoles miradas pícaras y haciendo comentarios que hacían sonroja a ambos.
El viaje fue más rápido de lo que Vega recordaba. Tal vez, porque había disfrutado de él más que de los anteriores. Los tres se cambiaron antes de llegar al andén y descubrieron al bajar del tren la intensa lluvia que caía y que los dejó empapados rápidamente.
—¡Por Merlín, está cayendo el diluvio universal! —exclamó Vega, mientras corría junto a Cedric y Jess hacia un carruaje.
Fue aún peor cuando, al atravesar la puerta principal de Hogwarts, un globo de agua se estrelló a sus pies, empapándole los calcetines y los zapatos. Levantó la cabeza y vio a Peeves flotando sobre ellos a unos siete metros de altura.
—¡PEEVES! —gritó una voz irritada—. ¡Peeves, baja aquí AHORA MISMO!
Acababa de entrar apresuradamente desde el Gran Comedor la profesora McGonagall.
—¡Peeves, baja aquí AHORA! —bramó la profesora McGonagall, enderezando su sombrero puntiagudo y mirando hacia arriba a través de sus gafas de montura cuadrada.
—¡No estoy haciendo nada! —contestó Peeves entre risas, arrojando un nuevo globo lleno de agua a varias chicas de quinto, que gritaron y corrieron hacia el Gran Comedor—. ¿No estaban ya mojadas? ¡Esto son unos chorritos! ¡Ja, ja, ja! —Y dirigió otro globo hacia un grupo de segundo curso que acababa de llegar.
—¡Llamaré al director! —gritó la profesora McGonagall—. Te lo advierto, Peeves...
Peeves le sacó la lengua, tiró al aire los últimos globos y salió zumbando escaleras arriba, riéndose como loco.
—¡Bueno, vamos! —ordenó bruscamente la profesora McGonagall a la empapada multitud—. ¡Vamos, al Gran Comedor!
Vega resbaló con el suelo mojado, con tan mala suerte que chocó directamente con una chica que pasaba por su lado en ese momento.
—¡Lo siento! —se apresuró a decir Vega, recuperando el equilibrio—. Yo...
Se quedó callada al ver que era Linette. La rubia apretó los labios y asintió, sin decir palabra. Se marchó a su mesa sin volver a mirarla.
Vega se quedó parada unos segundos, evaluando a Linette. Parecía estar más pálida que el año anterior, también más delgada. Y Callum estaba sentado en el otro extremo de la mesa de Slytherin, lo que Vega no llegaba a entender.
—¿Estás bien? —le preguntó Cedric, viendo que se había detenido.
Vega asintió lentamente, apartando la mirada de Linette y sonriendo hacia su novio.
—Estoy bien —aseguró.
Cedric y ella se sentaron en la mesa de Hufflepuff, donde ya estaba Jessica. Las dos chicas intercambiaron una mirada. Jessica debía haberle visto lo ocurrido con Linette, pero no dijo nada al respecto.
Tras varios minutos de espera, se abrieron las puertas del Gran Comedor y se hizo el silencio. La profesora McGonagall marchaba a la cabeza de una larga fila de alumnos de primero, a los que condujo hasta la parte superior del Gran Comedor, donde se encontraba la mesa de los profesores. Más que haber navegado por el lago, los de primero parecían haberlo pasado a nado.
La profesora McGonagall colocó al Sombrero Seleccionador sobre un taburete de cuatro patas y éste comenzó con su canción de bienvenida.
En el Gran Comedor resonaron los aplausos cuando terminó de cantar el Sombrero Seleccionador. La Selección dio comienzo. Vega se dedicó a aplaudir cada vez que un nuevo alumno era seleccionado en Hufflepuff, sin escuchar apenas el nombre.
Una vez la ceremonia concluyó, el profesor Dumbledore se puso en pie. Sonreía a los alumnos, con los brazos abiertos en señal de bienvenida.
—Tengo solo dos palabras que deciros —dijo, y su profunda voz resonó en el Gran Comedor—: ¡A comer!
No necesitó repetirlo dos veces: todos obedecieron al instante.
—Bueno, esto está mejor —rio Vega, poniéndose una buena ración de patatas asadas—. Por Merlín, estaba muerta de hambre.
—El hecho de que te hayas comido todas las ranas de chocolate en el tren me lo ha demostrado —se burló Cedric.
—Los elfos se han lucido especialmente este año —dijo el Fraile Gordo, sobresaltándolos a ambos—. Incluso a pesar del pequeño incidente con Peeves en las cocinas.
—¿Peeves? Nos ha recibido con globos de agua. Cómo si no estuviéramos bastante mojados con la lluvia —gruñó Vega.
—Quería asistir al banquete —explicó el Fraile—. Yo pensé que podríamos darle una oportunidad, pero el Barón Sanguinario insistió en no permitirlo.
—Y decidió estropeárselo a todos y arruinar la cena —concluyó Cedric—. Y luego lanzarnos globos de agua como bienvenida.
—Qué amable por su parte —ironizó Jessica.
—Si fuéramos más pacientes con Peeves, estoy convencido de que su comportamiento mejoraría —respondió el Fraile Gordo con seguridad—. Si tan solo el resto de mis compañeros pensara como yo...
—Sinceramente, dudo que eso cambiara nada —dijo Vega.
Nunca había sentido demasiado aprecio por Peeves, aún menos cuando Harry le dijo que le escuchó riendo a carcajadas al saber que Sirius Black iba a recibir el Beso del Dementor. Y estar empapada no aunmentaba su cariño por el poltergeist.
Una vez terminados los postres y cuando los últimos restos desaparecieron de los platos, dejándolos completamente limpios, Albus Dumbledore volvió a levantarse. El rumor de charla que llenaba el Gran Comedor se apagó al instante, y solo se oyó el silbido del viento y la lluvia golpeando contra los ventanales.
—¡Bien! —dijo Dumbledore, sonriéndoles a todos—. Ahora que todos estamos bien comidos, debo una vez más rogar vuestra atención mientras os comunico algunas noticias:
»El señor Filch, el conserje, me ha pedido que os comunique que la lista de objetos prohibidos en el castillo se ha visto incrementada este año con la inclusión de los yoyós gritadores, los discos voladores con colmillos y los bumeranes-porrazo. La lista completa comprende ya cuatrocientos treinta y siete artículos, según creo, y puede consultarse en la conserjería del señor Filch.
La boca de Dumbledore se crispó un poco en las comisuras. Luego prosiguió:
—Como cada año, quiero recordaros que el bosque que está dentro de los terrenos del castillo es una zona prohibida a los estudiantes. Otro tanto ocurre con el pueblo de Hogsmeade para todos los alumnos de primero y de segundo.
»Es también mi doloroso deber informaros de que la Copa de quidditch no se celebrará este curso.
Vega intercambió una mirada con Cedric, que parecía consternado. Su novio sacudía la cabeza, incrédulo. Dumbledore continuó:
—Esto se debe a un acontecimiento que dará comienzo en octubre y continuará a lo largo de todo el curso, acaparando una gran parte del tiempo y la energía de los profesores... pero estoy seguro de que lo disfrutaréis enormemente. Tengo el gran placer de anunciar que este año en Hogwarts...
Pero en aquel momento se escuchó un trueno ensordecedor, y las puertas del Gran Comedor se abrieron de golpe.
En la puerta apareció un hombre que se apoyaba en un largo bastón y se cubría con una capa negra de viaje. Todas las cabezas en el Gran Comedor se volvieron para observar al extraño, repentinamente iluminado por el resplandor de un rayo que apareció en el techo. Se bajó la capucha, sacudió una larga melena en parte cana y en parte negra, y caminó hacia la mesa de los profesores.
Un sordo golpe repitió cada uno de sus pasos por el Gran Comedor. Llegó a un extremo de la mesa de los profesores, se volvió a la derecha y fue cojeando pesadamente hacia Dumbledore. El resplandor de otro rayo cruzó el techo.
Cada centímetro de la piel del rostro del hombre parecía una cicatriz. La boca era como un tajo en diagonal, y le faltaba un buen trozo de la nariz. Pero lo que lo hacía verdaderamente terrorífico eran los ojos.
Uno de ellos era pequeño, oscuro y brillante. El otro era grande, redondo como una moneda y de un azul vívido, eléctrico. El ojo azul se movía sin cesar, sin parpadear, girando para arriba y para abajo, a un lado y a otro, completamente independiente del ojo normal... y luego se quedaba en blanco, como si mirara al interior de la cabeza.
Vega sabía bien quién era ese hombre y, sin duda alguna, no esperaba encontrárselo en Hogwarts.
Ojoloco Moody llegó hasta Dumbledore. Le tendió una mano tan toscamente formada como su cara, y Dumbledore la estrechó, murmurando palabras que Vega no consiguió oír. Parecía estar haciéndole preguntas al hombre, que negaba con la cabeza, sin sonreír, y contestaba en voz muy baja. Dumbledore asintió también con la cabeza, y le mostró al hombre el asiento vacío que había a su derecha.
Moody se sentó y sacudió su melena para apartarse el pelo entrecano de la cara; se acercó un plato de salchichas, lo levantó hacia lo que le quedaba de nariz y lo olfateó. A continuación se sacó del bolsillo una pequeña navaja, pinchó una de las salchichas por un extremo y empezó a comérsela. Su ojo normal estaba fijo en la salchicha, pero el azul seguía yendo de un lado para otro sin descanso, moviéndose en su cuenca, fijándose tanto en el Gran Comedor como en los estudiantes.
—Os presento a nuestro nuevo profesor de Defensa Contra las Artes Oscuras —dijo animadamente Dumbledore, ante el silencio de la sala—: el profesor Moody.
Lo normal era que los nuevos profesores fueran recibidos con saludos y aplausos, pero nadie aplaudió aquella vez, ni entre los profesores ni entre los alumnos, a excepción de Hagrid y Dumbledore. El sonido de las palmadas de ambos resonó tan tristemente en medio del silencio que enseguida dejaron de aplaudir. Todos los demás parecían demasiado impresionados por la extraña apariencia de Moody para hacer algo más que mirarlo.
El hombre parecía totalmente indiferente a aquella fría acogida. Haciendo caso omiso de la jarra de zumo de calabaza que tenía delante, volvió a buscar en su capa de viaje, sacó una petaca y echó un largo trago de su contenido.
Dumbledore volvió a aclararse la garganta.
—Como iba diciendo —siguió, sonriendo a la multitud de estudiantes que tenía delante, todos los cuales seguían con la mirada fija en Ojoloco Moody—, tenemos el honor de ser la sede de un emocionante evento que tendrá lugar durante los próximos meses, un evento que no se celebraba desde hacía más de un siglo. Es un gran placer para mí informaros de que este curso tendrá lugar en Hogwarts el Torneo de los tres magos.
—¡Se está quedando con nosotros! —dijo Fred en voz alta.
Repentinamente se quebró la tensión que se había apoderado del Gran Comedor desde la entrada de Moody. Vega soltó una fuerte carcajada, haciendo que Fred se girara para mirarla y le guiñara un ojo, divertido. Casi todo el mundo se rió, y Dumbledore también, como apreciando la intervención de Fred.
—No me estoy quedando con nadie, señor Weasley —repuso—, aunque, hablando de quedarse con la gente, este verano me han contado un chiste buenísimo sobre un trol, una bruja y un leprechaun que entran en un bar...
La profesora McGonagall se aclaró ruidosamente la garganta.
—Eh... bueno, quizá no sea este el momento más apropiado... No, es verdad —dijo Dumbledore—. ¿Dónde estaba? ¡Ah, sí, el Torneo de los tres magos! Bien, algunos de vosotros seguramente no sabéis qué es el Torneo de los tres magos, así que espero que los que lo saben me perdonen por dar una breve explicación mientras piensan en otra cosa.
»EI Torneo de los tres magos tuvo su origen hace unos setecientos años, y fue creado como una competición amistosa entre las tres escuelas de magia más importantes de Europa: Hogwarts, Beauxbatons y Durmstrang. Para representar a cada una de estas escuelas se elegía un campeón, y los tres campeones participaban en tres pruebas mágicas. Las escuelas se turnaban para ser la sede del Torneo, que tenía lugar cada cinco años, y se consideraba un medio excelente de establecer lazos entre jóvenes magos y brujas de diferentes nacionalidades... hasta que el número de muertes creció tanto que decidieron interrumpir la celebración del Torneo.
»En todo este tiempo ha habido varios intentos de volver a celebrar el Torneo —prosiguió Dumbledore—, ninguno de los cuales tuvo mucho éxito. Sin embargo, nuestros departamentos de Cooperación Mágica Internacional y de Deportes y Juegos Mágicos han decidido que este es un buen momento para volver a intentarlo. Hemos trabajado a fondo este verano para asegurarnos de que esta vez ningún campeón se encuentre en peligro mortal.
»En octubre llegarán los directores de Beauxbatons y de Durmstrang con su lista de candidatos, y la selección de los tres campeones tendrá lugar en Halloween. Un juez imparcial decidirá qué estudiantes reúnen más méritos para competir por la Copa de los tres magos, la gloria de su colegio y el premio en metálico de mil galeones.
En cada una de las mesas, Vega veía a estudiantes que miraban a Dumbledore con expresión de arrebato, o que cuchicheaban con los vecinos completamente emocionados. Cedric, emocionado, se giró hacia a Vega para decirle algo. Pero Dumbledore volvió a hablar, y en el Gran Comedor se hizo otra vez el silencio.
—Aunque me imagino que todos estaréis deseando llevaros la Copa del Torneo de los tres magos —dijo—, los directores de los tres colegios participantes, de común acuerdo con el Ministerio de Magia, hemos decidido establecer una restricción de edad para los contendientes de este año. Solo los estudiantes que tengan la edad requerida (es decir, diecisiete años o más) podrán proponerse a consideración. Esta —Dumbledore levantó ligeramente la voz debido a que algunos hacían ruidos de protesta en respuesta a sus últimas palabras, especialmente los gemelos Weasley, que parecían de repente furiosos— es una medida que estimamos necesaria dado que las tareas del Torneo serán difíciles y peligrosas, por muchas precauciones que tomemos, y resulta muy improbable que los alumnos de cursos inferiores a sexto y séptimo sean capaces de enfrentarse a ellas. Me aseguraré personalmente de que ningún estudiante menor de esa edad engañe a nuestro juez imparcial para convertirse en campeón de Hogwarts. —Sus ojos de color azul claro brillaron especialmente cuando los guiñó hacia los rostros de Fred y George, que mostraban una expresión de desafío—. Así pues, os ruego que no perdáis el tiempo presentándoos si no habéis cumplido los diecisiete años.
»Las delegaciones de Beauxbatons y Durmstrang llegarán en octubre y permanecerán con nosotros la mayor parte del curso. Sé que todos trataréis a nuestros huéspedes extranjeros con extremada cortesía mientras están con nosotros, y que daréis vuestro apoyo al campeón de Hogwarts cuando sea elegido o elegida. Y ya se va haciendo tarde y sé lo importante que es para todos vosotros estar despiertos y descansados para empezar las clases mañana por la mañana. ¡Hora de dormir! ¡Andando!
Dumbledore volvió a sentarse y siguió hablando con Ojoloco Moody. Los estudiantes hicieron mucho ruido al ponerse en pie y dirigirse hacia la doble puerta del vestíbulo.
Vega y Cedric fueron de los primeros en ponerse en pie. Ella le lanzó una mirada desconfiada a su novio.
—Quieres participar, ¿verdad?
Había visto aparecer en su rostro la misma expresión que aparecía cuando entrenaba quidditch poco antes de un partido.
—Sí —admitió él—. ¿No crees que será genial? Si fuera elegido... Si fuera elegido, tal vez empezarían a tomar un poco más en serio a nuestra casa. Y mis padres estarían tan orgullosos.
—¿Has olvidado lo de las muertes? —preguntó Vega, no muy convencida.
Parecía ser que nadie en el Gran Comedor le había dado importancia a aquel pequeño detalle.
—Dicen que no pasará nada —recordó Cedric—. Habrá mucha más seguridad y no permitirán que ningún campeón muera.
—Te recuerdo que nos dijeron que Hogwarts era un lugar muy seguro y en los últimos tres años... —Dejó la frase en el aire.
Cedric la rodeó con el brazo y sonrió, tranquilizador.
—Nada malo va a pasar —dijo, dejando un beso en su frente.
Vega apretó los labios.
—Entonces, ¿estás seguro de participar?
—Tendré que pensarlo aún —admitió Cedric—. Enterarme un poco más de cómo funciona el Torneo, pero así de primeras... Sí.
La chica asintió.
—Esperemos que todo vaya bien —susurró.
Tal vez estuviera preocupándose por nada. Esperaba que tan solo fuera eso.
maratón 7/7
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