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T6E20: Marea muerta

Con algo de suerte, hoy le liberarían sus horas de servicio y no tendría que volver a embarrarse con ellos nunca más.

Nessa había pasado algún tiempo a solas y, después de semanas sin hablarse con su círculo de amigos, decidió terminar de cortar vínculos: era evidente que preferían a Kai y no los culpaba: el idiota era sociable y carismático, y cada que ella intentaba convencerlos de lo contrario, quedaba como la loca una y otra vez. Ya estaba harta de que todos la vieran como una obsesiva, y que le apuntaran con el dedo cada que la veían en los pasillos de la facultad.

La encargada de entregarle sus papeles le dijo que en una hora tendrían listo todo para que se fuera con las hojas de servicio firmadas y que podía esperar en las instalaciones. Al inicio, Nessa pensó en ir a la cafetería y comer algo, pero después de ver la larga fila, se rindió.

También había decidido entregar sus credenciales después de recibir sus papeles. No quería seguir viniendo casi a diario al monumento de adoración de Kai que era esta torre.

Paseándose por última vez por sus pasillos, subió unos cuantos pisos para tomarle fotos al paisaje colina abajo: Los Lagos, y algunos barrios Xalapeños. Después, tomó el elevador al último piso disponible y salió a una zona subterránea, iluminada con barras de luz tenue que no dejaban espacio para sombra alguna.

Además de algunos pasillos bloqueados por puertas bajo llave, Nessa caminó hacia lo que parecía ser un invernadero: dentro de esas paredes de cristal blindado, habían plantas, un pequeño arroyo y una mesita con dos sillas. Una cama de ramas de madera podía divisarse al fondo. Aquí dormía alguien.

— A ti no te conozco - Dijo la voz de una mujer, desde alguna parte. Cuando Nessa intentó buscarla, se percató de la presencia de una mujer más o menos de su edad, con un mono gris, sentada en el suelo, frente al pequeño arroyo, viéndola de frente.

— ¿Quién eres?

— Puedes decirme Rose. ¿Sabes por qué estoy aquí?

— No - Admitió Nessa.

— Para ser justas, yo tampoco sé qué haces aquí abajo.

— ¿Te tienen encerrada? ¿Por qué?

Rose sonrió.

— ¿El cristal de treinta centímetros de grosor te hizo adivinar, o fue algo más?

Nessa clavó la mirada en las paredes de cristal de aquél invernadero: era verdad. Esto era una cárcel.

— La puerta está acá atrás - Le informó Rose - Pero dime, ¿qué haces tú aquí?

— Vine por unos papeles, pero iban a tardar, así que...

— Decidiste darte un paseo. Ya veo. No habrías entrado hasta acá sin que te detengan a menos que seas miembro de Alba Dorada, ¿o me equivoco?

Nessa negó con la cabeza.

— Solo soy una practicante. Estaba haciendo mi servicio social aquí, y me dieron algunos permisos y credenciales. Hoy es mi último día.

Rose asintió con la cabeza.

— Ya veo. Eres de los alumnos de la universidad a los que aceptaron acá, ¿verdad?

Nessa asintió esta vez, acercándose un poco más al cristal. Rose hizo lo mismo, poniéndose de pie para verla a los ojos. Eran casi de la misma altura, pero Nessa le sacaba un par de centímetros de altura. La chica se veía demacrada, su cabello maltratado, y parecía que no hubiese dormido bien en días.

— Sí. Vienen a diario a interrogarme, pero ya vinieron hoy. Siempre es a una hora diferente. Nunca me apagan la luz, así que me cuesta dormir.

— ¿Qué hiciste para que te encerraran aquí? - Le preguntó Nessa.

— Vine buscando a alguien llamado Kai.

— Lo conozco. ¿Amigo o enemigo?

— Si fuera mi amigo, no estaría encerrada aquí.

"Tiene sentido", pensó Nessa.

— Entonces deberían encerrarme a mí también.

— ¿Tampoco te cae?

Nessa negó con la cabeza.

— Cuéntame qué te hizo a ti - Quiso saber Nessa, poniendo una palma sobre el cristal.

En la facultad, se terminó haciendo pública la detención de Rose Valdez, presunta líder de los malasangres, pocos días después. Nessa había decidido no renunciar aún, pues cada día, sin falta, se colaba a aquél piso a hablar con Rose. A veces, los guardias la veían ir hacia allá, pero al ser del mismo grupo que Kai, y ser una visitante frecuente, aún no la había detenido nadie. Era casi un milagro, como si el universo quisiera que ella viera eso, como si estuviera destinada a escucharla. A ayudarla.

Todos festejaban. "Por fin le dimos un duro golpe a los malasangres", decían algunos. "Ahora podremos salir de noche más seguras", celebraban otras". "Tendré más tiempo libre", escuchó decir a Franco, del Apex Lupus.

Nadie pensaba en Rose. Nadie la había visto, demacrada y pálida como estaba: según le dijo a Nessa, la habían obligado a confesar en repetidas veces, privándola del sueño y de entretenimiento, inundando de gas su prisión particular cada que se ponía violenta, bañándola con agua a presión y reprimiéndola siempre que se quejaba. A Nessa no le cabía duda de que Alba Dorada estaba haciendo lo imposible porque su prisionera confesara todo lo que hizo, y también muchas cosas que jamás llevó a cabo.

"Pronto ocurrirá un juicio", le garantizó Rose, "pero será pura formalidad. Solo quieren pretender que son unos santos antes de condenarme a que me pudra en prisión de por vida".

También entrevistaron a varios chicos de Alba Dorada para los medios. Franco y Kai fueron algunos de los agentes que dieron declaraciones sobre el caso. El propio Kai había admitido que su captura fue más una serie de oportunidades y casualidades, que un plan serio. Era obvio, pensó Nessa: después de todo, por más operativos que llevaban a cabo en Xalapa y por más redadas exitosas contra malasangres, la situación no había mejorado aún.

Pero Nessa ya había tomado una decisión. Le daría a Rose una oportunidad de probar su inocencia. Según le había contado en una de sus múltiples visitas, el que atacó Xalapa, Arze, la había coaccionado. La obligó a ordenar que establecieran puestos de avanzada y después, a ceder sus fuerzas durante su marcha sobre la ciudad y la posterior guerra civil. Tenía sentido. Rose no parecía el tipo de persona que habría causado una matanza. Ella solo quería preservar a su gente a salvo, pero incluso entonces, hacía años ya, Kai había intervenido.

Justo ahora, venía saliendo de la habitación secreta del Paraselene, donde casualmente Mei se había dejado un pase de seguridad el día de ayer. Con la tarjeta en su bolsillo, y un código numérico anotado con marcador en una de sus caras, Nessa tenía casi todo lo necesario para llevar a cabo su plan.

Esa tarde, a una hora que cerraran la torre, Nessa entró como si nada, colándose por el elevador con un comunicador en cada bolsillo, lista para ayudar a escapar a su amiga.

Una vez dentro, preparó su muñequera, por si acaso. Vestía el uniforme de analista de Alba Dorada, para llamar menos la atención, y cuando se abrieron las puertas del elevador, temió por un segundo que la habitación estuviera ocupada, pero no fue el caso.

— ¿Qué haces aquí? - Le preguntó Rose, al verla vestida como una agente. Tenía miedo.

— Vine a sacarte.

— No podrás. No tienes una...

Nessa sacó la tarjeta de Mei de sus bolsillos y la pasó por la puerta de la celda verde. El mecanismo empezó a funcionar: la puerta tenía efecto retardado. Si alguien la abría con una tarjeta no autorizada, las alarmas saltarían, pero no fue el caso. Esa parte del plan había sido echada a la suerte. Nessa estaba lista para salir corriendo con Rose, pero en su lugar, las puertas se abrieron y una suave neblina abandonó la celda verde. Del otro lado, estaba de pie Rose, viéndola a la cara.

— ¿Por qué?

— Porque te creo.

Rose esbozó una sonrisa.

— Gracias.

Nadie las molestó tras abandonar el elevador. La recepcionista ya había bajado la cortina y las puertas cerraban en quince minutos, pero no había ningún guardia. O se estaban cambiando ambos a la vez, como acostumbraban hacer casi siempre, o habían ido a comer algo. "Otra casualidad", pensó Nessa.

Para cuando tomaron el autobús camino a casa, Nessa tuvo la certeza de que todo había salido bien.

Su madre no hizo preguntas: Nessa dijo que Rose era una chica a la que había dado techo por un par de noches, que había escapado de una pareja violenta. Esa excusa valió.

Nada más despertar, Nessa se dio cuenta de que no la levantó su alarma, sino el sol.

Volteó a la mesita que tenía junto a su cama. El teléfono no estaba. Se incorporó, y ahí sentada, se dio cuenta de que tampoco estaba Rose. La puerta del cuarto estaba entreabierta y Nessa contempló, horrorizada, que faltaban algunas de sus pertenencias, incluyendo ropa y dinero.

— No. No, no, no - Balbuceó Nessa.

Al bajar, concluyó que Rose se habría ido después de que su madre fuera a trabajar. Así no llamaría la atención.

— Carajo, carajo...

Encendió la televisión. En el canal de noticias local, la noticia del momento era un seguimiento a la nota principal del día: la delincuente Rose Valdez, buscada a nivel internacional, había escapado de su celda en la Torre Alba Dorada el día de ayer.

Tras el corte, que ocurrió segundos después de encender la tele, Nessa vio la siguiente noticia: un contingente de Alba Dorada, de más de trescientos soldados, estaba barriendo los barrios bajos. Al momento, llevaban más de setenta malasangres capturados, pero Rose Valdez no estaba entre los detenidos.

Estaba a punto de cambiar de canal cuando escuchó cómo golpeaban a la puerta.

— ¡Nessa! - Gritó la voz de Kai del otro lado de la puerta - ¡Sabemos que estás ahí! ¡Abre la puerta o tendremos que tirarla!

— Mierda - Susurró la chica. La había cagado en grande.

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