Capítulo X
Algo estaba sucediendo, podía sentirlo. Después de desaparecer por tres días, Miguel apenas había dejado mi lado desde su regreso. Ambos optamos por elegir el silencio como un escape e ignorar lo que sentíamos. La tensión que cargaba el aire era suficiente para sofocarnos, pero éramos tan necios que ninguno estaba dispuesto a ceder.
Aun así, lo podía ver claramente. Las líneas de su frente estaban más marcadas y sus hombros parecían hechos del granito más fuerte. Miguel estaba en un constante estado de alarma, y eso solo podría significar una cosa. Lucifer estaba acechando.
Ya habían pasado un par de horas desde que su presencia había desaparecido. Su aroma estaba aún en el aire, pero la lejanía hacía que se desvaneciera poco a poco. Aunque, a pesar de ello, estaba absolutamente segura de que se encontraba cerca.
Me senté en el sofá con la última edición del New York Times en mis manos. Mis ojos estaban fijos en un artículo sobre moda, pero mi mente se reusaba a procesar lo que decía. Las letras danzaban apresuradas bajo mi mirada perdida mientras divagaba en los recuerdos del pasado. Eran tantas memorias y tan pocas de ellas realmente felices. Elizabeth tenía razón cuando me dijo que nunca, en todos estos miles de años en la tierra, había aprendido a vivir. Nunca había aprendido a caminar por el mundo sin culpar mi pasado y temerle al futuro.
Si había algo que envidiaba de los humanos era su habilidad para elegir. Su tiempo en la tierra era tan corto, pero esos importantes segundos eran los que marcaban su destino eternamente. Muchos tomaban ese trocito de vida y la convertían en algo maravilloso y merecedor, mientras que otros la destruían con elecciones erróneas y pensamientos fútiles.
Vivir miles de años entre la humanidad me había enseñado tantas cosas que muchos pasaban por alto, pero que me habían acompañado hasta el día de hoy. Esta casa, esta ciudad, me habían enseñado a amar las pequeñas cosas de la vida. Como el diminuto apartamento cubierto de paredes blancas y simples muebles rojos que llamaba mi hogar, todo mío, y no lo cambiaría por nada del mundo.
Un escalofrío recorrió mi columna. Yo cerré mis ojos, empapándome en él.
-Se que estás aquí. Puedo sentir tu presencia -le hablé a la silenciosa habitación.
Las manos frías de Miguel se posaron en mis hombros, su pálida piel se amoldaba a la perfección con la mía. Miré hacia arriba y atrapé sus ojos con los míos. Esos fríos y exhaustos ojos que a veces podían ahogarme en emociones.
-¿Estás bien? -pregunté. Tenía el ceño fruncido y tuve que detener el impulso de suavizar las enojadas arrugas con la yema de mis dedos.
Miguel asintió, antes de dar la vuelta y sentarse a mi lado. Bajé el periódico en la mesa de cristal frente al sofá y enfoqué mi atención en él. Su cuerpo seguía tenso y su postura rígida. Sus párpados estaban cansados y tenía las ojeras hinchadas y oscuras. Se me oprimió el corazón en el pecho ante la imagen que presentaba mi guardián. Para que un ángel mostrara señales físicas de cansancio, algo tan humano, debía estar realmente exhausto.
-Miguel...
-Tenemos que dejar Nueva York -me interrumpió, sorprendiéndome grandemente con sus palabras.
-¿Perdón?
-Ya no puedo seguir protegiéndote, Lilly. Mi presencia es apenas suficiente para mantenerte a salvo. No sé por cuanto tiempo puedo seguir engañándoles.
Miguel era un Arcángel. Él era el líder del Ejército Celestial y el ser más poderoso después de Padre. Su presencia debería ser suficiente y, sino lo era, ya no había nada más que hacer.
-Sé que Lucifer es poderoso, pero mientras esté atrapado en el Infierno no puede ser más poderoso que tú.
Una expresión agridulce tomó lugar en la usual pasividad de su rostro.
-No es solo Lucifer quién me preocupa.
Fruncí el ceño, incluso más confundida que antes. Posé mi mano en su antebrazo con un suave apretón.
_¿Entonces quién? ¿Quién más me busca sino él?
El silencio hizo eco en la habitación y el sonido de la madera siendo cuarteada por el fuego llenó el achicado espacio.
Su rostro se volvió hacia el mío, el cielo azul celeste de sus pupilas recorrió cada fracción de mi rostro hasta posarse en mis labios y mantenerse ahí por lo que parecía una eternidad.
-Gabriel -murmuró.
-¿Gabriel? -jadeé, mis ojos se llenaron de lágrimas. Miguel asintió, como si necesitara confirmación de que una de las personas que más había amado me quería hacer daño.
Gabriel. Repetí su nombre una y otra vez en mi cabeza, saboreando el amargo en mi boca. Miguel me debía proteger de Gabriel. El mismo Gabriel que me enseñó a disfrutar de la vida, que me hacía reír y me llamaba hermanita, y que juró siempre mantenerme a salvo.
Cerré mis ojos, intentando contener el dolor dentro de mí. Sabía que había cometido un error imperdonable, pero nunca pensé estar en peligro de aquellos que había amado con devoción en el pasado. Que tendría que huir de una de mis personas favoritas en el mundo era algo que había considerado impensable.
-Gabriel no es estúpido, Lilly. Él ha notado mi ausencia. Nueva York ya no es seguro para ti. Necesitamos irnos.
Alcé mi rostro al cielo con un suspiro pesado. Sabía que Miguel solo intentaba protegerme, pero esa realización no calmo la tormenta en mi interior como otras tantas veces. Miguel me había estado mintiendo, Y sus secretos eran mucho más grandes de lo que hubiese imaginado.
Ya estaba cansada de vivir escondida bajo su sombra. Nueva York me había regalado tantos recuerdos y no estaba lista para abandonarlo aún.
-No me pidas que me marche y deje todo atrás otra vez. No estoy preparada para olvidar la vida que he construido aquí.
Su rostro se volvió enojado hacia mí, oscuro en tormento y casi irreconocible.
_Tú no entiendes, Lilly. -Miguel corrió sus manos por su cabello en un gesto exasperado. Los mechones, usualmente peinados a la perfección, perdieron toda delicadeza con el movimiento, dejando un dulce desastre detrás. -He pasado demasiado tiempo como tú guardián, pero no estaba destinado a serlo. Yo no debería estar aquí y he arriesgado mucho para protegerte. No pienso perderte ahora por tu necedad. Te aseguro que Gabriel no dudará en hacer lo que yo no fui capaz hace miles de años.
-¿Y qué fue lo que no fuiste capaz de hacer, Miguel?
En realidad, no necesitaba escucharlo, porque muy en el fondo ya lo sabía. Tal vez, siempre lo supe y era demasiado necia para aceptarlo. El aferrarme a un pasado que ya no era mío me hacía pasar por alto la verdad que siempre tuve frente a mí.
Miguel tragó en seco.
-Aquella tarde que te encontré en Londres, mi misión era terminar tú existencia. La profecía se estaba cumpliendo, el primer sello se había roto y los ángeles estaban entrando en pánico. Sabíamos que tú eras la llave para abrir las puertas de Infierno y necesitábamos impedir que eso ocurriera. Por eso decidimos ponerte fin.
-¿Decidimos? -la pregunta escapó ahogada de mi garganta. Sentí que me estaba sofocando bajo el peso de tantos sentimientos conflictivos.
Miguel fijó su mirada en las llamas de la chimenea como si las ondas doradas fueran lo más fascinante que hubiera visto, pero conocía que solo lo hacía para evitar mirarme a los ojos.
-El Concejo Divino tomó la decisión, y Gabriel y yo la secundamos.
Una risa seca, cargada de dolor se escapó de mi garganta.
-A estas alturas, no podría decir que me sorprende.
Una lágrima errante recorrió mi mejilla hasta caer sobre mis manos entrelazadas en mi regazo. La traición era un concepto que conocía muy bien. Lo había aprendido desde muy joven y, en una ocasión, había sido la autora de esta. Pero el sentimiento de sentirse traicionada y el dolor que le acompañaba eran completamente nuevos para mí.
-¿Y por qué no lo hiciste entonces? ¿Por qué sigo aquí?
Una sonrisa agridulce torció los labios de Miguel. Sus ojos brillaron en la oscuridad con una devoción que nunca había visto en ellos. Pero no me confiaba, esos iris celestes escondían demasiados secretos.
-Porque eres mi debilidad, Lilith. Siempre lo fuiste, incluso cuando nunca pretendiste serlo.
Y con esas palabras, Miguel se desvaneció de la habitación, dejándome vacía y con los sentimientos hechos un revoltijo de confusiones. Lágrima tras lágrima comenzaron a caer de mis ojos y mi respiración se volvió pesada. Escondí mi rostro en mis manos y sollocé en la fría habitación.
A veces le dábamos demasiado poder para herirnos a las personas que amábamos y Miguel tenía en sus manos la oportunidad de destruirme sin, siquiera, hacer el esfuerzo.
• • •
:'(
¿Qué piensas de las acciones de Miguel?
O, más bien, ¿de su confesión?
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