13. Rhaenyra
Se decía que la inocencia de la infancia era ajena a los miembros de la nobleza, a los príncipes de cada reinado. Ellos tenían que madurar con rapidez, entender el manejo de la política e interesarse en las necesidades que cada pueblo demanda, sus obligaciones como descendientes de la casa gobernante no podían esperarlos -como el de comprometerse o empezar el liderazgo de provincias. La exigencia de abandonar su niñez podía convertir a los futuros regentes en seres adictos al licor o al placer desenfrenado que podría hallarse en las calles de la seda. Porque las uniones a temprana edad se volvieron usual para niños, se les ordenaba el nacimiento de más príncipes y el comportamiento de adultos en infantes que apenas conocían al mundo. Era cruel, lo apremiante de pertenecer a la realeza contaba con otra triste cara: la miseria de la soledad y la enorme sombra de deberes que terminaban aplastando a incontables sucesores.
La princesa Rhaenyra conocía los sacrificios de formar parte de la casa reinante, a ella se le obligó a buscar marido con tan solo diecinueve años -a la mujer que alguna vez fue su mejor amiga y con la que compartí la misma edad la esposaron con su padre, un hombre que le duplicaba en experiencia. Su inocencia jamás fue de interés de la Corte, lo supo cuando en una de sus propias travesías de niña por los pasajes secretos del palacio, escuchó las ofertas de matrimonio de lores que rodeaban los cincuenta años. Aún podía recordar su repulsión, el miedo de ser tomada por esos lores que añoraban marcarla y embarazarla. Llegó a detestar el ser una omega Targaryen, las miradas lascivas de esos lores no se detuvieron a pesar de la negativa de los reyes. Tuvo que aprender a ignorarlos, a caminar por el palacio con su muñeca de trapo y encima las depredadoras miradas de esos lores junto con las obscenidades que le harían y que se contaban de oreja a oreja de esos lores. Muchas veces se tentó en escapar, en tomar un barco y partir a Essos por el miedo de ser forzada a un enlace tan abrupto. Y quizás su presente hubiera sido distinto, de no ser por la protección de su tío Daemon -ese joven príncipe insolente al que se obligó a madurar con rapidez, para desconocer rangos y así procurar su paz dentro del castillo.
Siempre fue protegida y amada.
De ahí que, la princesa Rhaenyra resaltara la protección de sus padres y reyes, como el de su tío. Pues apostaba que de tener a un progenitor como Otto Hightower, ella hubiera sido vendida a sus trece años al lord más adinerado. Y justamente su fortuna era lo que le impedía odiar a la reina Alicent, porque ciertamente la compadecía. La reina Alicent fue vendida al postor más rico, nadie la protegió o luchó por ella. La mujer que alguna vez fue su mejor amiga desconocía ese valor de una familia, ese deber que había que extenderse a todos los que se amaba. Porque efectivamente era un deber proteger a los suyos, que la princesa Rhaenyra rogaba a los dioses para que la reina Alicent lo comprendiera y finalmente se rindiera con las absurdas reuniones que mantenía con los lores de otras casas que venían por las manos de sus hijos -en razón de no desatar una verdadera guerra.
El corazón de madre y de hermana de la princesa Rhaenyra se había convertido en el fuego de su dragón Syrax, destruiría a los incautos que traten de lastimar a sus cachorros -a esos que no necesariamente había parido, sino a los que acogió en su manto.
Su último embarazó la volvió más celosa, protectora y cariñosa con los suyos. Que ordenaba a las doncellas de sus hijos y hermanos mantenerse en su torre, procuraba que no estuvieran expuestos al veneno de los verdes. Fue suficiente con las ofensas de Ser Cole y sus seguidores, que no le temía a los ataques de la reina Alicent en la Corte por "acaparar a los príncipes" -no cuando podía tener estos momentos para reconfortar a su corazón.
Porque tenía a su esposo Laenor dictando una rápida lección a sus hijos como a sus hermanos sobre el tallado en madera, les había entregado distintas figuras de caballos a los que debían pulir. Aegon y Aemond fueron los primeros, indirectamente se habían decretado una competencia para terminar de pulir sus caballos y coronarse como el mejor, Jacaerys y Lucerys los imitaban con una mayor paciencia y delicadez. Mientras que, la princesa Rhaenyra cepillaba los cabellos platinados de la dulce Helaena con dulzura, la escuchaba narrar esos sueños dragón que le asustaba, ella procuraba calmar el corazoncito de su hermana al prometerle que solo eran sueños, la distraía al preguntarle sobre el nuevo animalito que tenía en sus manos y en cómo su suave cabello era adornado no solo por las trenzas que amaba hacerle, sino por hermosas margaritas que dejaba en medio de cada punto de unión como adorno.
La enorme sala que la princesa Rhaenyra tenía conectada a su habitación fue invadida por su aroma, se podía sentir la dulzura y esos tonos tiernos y firme de su maternidad que le permitía acoger con tanto amor a sus niños; era su nido. Que tanto su esposo Laenor como sus dos hermanos, no tenían la necesidad de ser territoriales o estar en alerta. Los alfas de la habitación se portaban serenos, entretenidos por pulir con perfección y no quedarse callado ante las bromas que se hacían, sus hijos mantenían esa sonrisa y esa complicidad que invitaba al reciente invitado a seguirlos. El pequeño Daeron dejó la desconfianza al notar la auténtica felicidad en sus hermanos, tomó uno de los caballos de madera de Laenor y se lanzó a mancharlos con sus deditos, hacía trazos desinformes con la pintura fresca -pero lucía igual de feliz. Lo que no solo hizo sonreír a la princesa Rhaenyra, sino a su bebé Joffrey -ese mismo que moría por involucrarse en la misma tarea que el pequeño Daeron.
Eran estos momentos de los que podía aferrarse para soportar nuevamente las miradas de los lores, ellos se divertían como los niños que eran, no había licor de por medio o betas para un entretenimiento indebido.
Su hermano Aegon había desistido de sus inicios con el vino y de esos intereses, ahora disfrutaba de visitarla y contarle sus días como pedirle ayuda para evitar las clases de los maestres; sin mencionar las veces que se escapaba con Jacaerys para devorar los postres que en la cocina se preparaba con la orden exclusiva de ser enviados a las reuniones de la reina Alicent. Mientras que, Aemond mantenía el equilibrio de sus obligaciones como príncipe y sus deseos de niño, se permitía reír hasta lagrimear cada que Lucerys era revolcado por Arrax o contagiarse de las travesuras de su hermano Aegon para hacer que Ser Cole sufra caídas o termine cambiando su capa blanca por el vino que se llovía accidentalmente de los cielos del castillo, o las veces que se escapaba para venir a leerle otra fábula de dragones a Lucerys.
La princesa Rhaenyra sonrió de oreja a oreja, su corazón iba a soportaría la decisión que su padre tomaría en unas horas. Le terminó de trenzar a su hermana, depositó un beso en su cabeza -un acto que llenó de calor el corazón de su incomprendida Helaena. —Eres tan hermosa, mi niña. Tu sonrisa ilumina los siete reinos.
—Entonces sonreiré más seguido, Nyra. —La princesa Helaena había tomado las manos de su hermana, las llevó a su rostro. El tacto de Rhaenyra era un alivio para su aturdido corazón. —. No quiero que ellos ganen.
—No lo harán, eres más fuerte que los sueños de dragón. Porque tú eres el mismo dragón, no lo olvides. —Rhaenyra volvió a besarla, solo que esta vez en su frentecita.
—Somos tus dragones, no permitas que nos esclavicen. —La pequeña Helaena susurró, su mirada lucía perdida.
La princesa Rhaenyra pudo percibir el miedo en su voz, simplemente la envolvió en un fuerte abrazo. Dejó que sus feromonas la envolvieran por completo, su dulce y fuerte aroma llenó de seguridad a su hermana.
—Un dragón no es un esclavo, ustedes nunca lo serán. Han nacido libres de ir y venir, de amar a quienes deseen, de conocer el mundo. —Le susurró despacio. A pesar de que su corazón le gritaba que le dijera que ella lucharía por mantenerles a su lado, sonaba egoísta en este momento. No podía forzarlos a quedarse a su lado, debían volar como los dragones que eran. —. Yo aguadaré por ustedes, deseando que no me olviden ni el amor que les tengo.
—Un dragón sabe apreciar un tesoro cuando lo tiene al frente, y tu amor es uno, Nyra. —Su hermana volvía en sí, alzó su rostro y tomó aire. Había tenido tantos sueños que le perturbaban. —. Jamás lo soltaremos.
—Lo sé, mi niña.
Ambas princesas fueron interrumpidas por sus hermanos, Aegon y Aemond se empujaban y daban codazos. Lucían como los traviesos que eran, la broma del cerdo había quedado atrás -después de que Aegon hubiera comprendido lo cruel que fue, prometió valorar más a su hermano y cuidar; quería que Jacaerys se sintiera orgulloso de él, tratar de ser el buen hermano mayor como el primogénito de Rhaenyra lo era. Que no le sorprendió cuando ambos se dieron miradas cómplices, Rhaenyra invitó a Helaena a que fuera por unas tartas de limón que había en una esquina de la sala -esto para que no fuera acusa de ser cómplice de alguna travesura que ellos hayan hecho.
—Nyra, hoy la luna se rehusará a salir porque acaba de perder su lugar como la estrella más hermosa en este mundo. —Su hermano Aegon fue el primero en hablar, mostró esa confianza que Jacaerys adoraba. Que la propia Rhaenyra no evitó sonrojarse tenuemente por las palabras del príncipe, se sentía tan especial.
—Vuestra belleza es culpable, hermana. Ha eclipsado a todo aquel que pise las mismas tierras que tú. —Aemond secundó a su hermano, Rhaenyra negó divertida y finalmente con las mejillas bañadas de carmesí, su corazón saltaba de alegría y de consentido. —. Que deseamos brindarte estos hermosos caballos de madera a tu honor como ofrenda.
Aegon y Aemond ofrecieron sus respectivas figuras, lucían resplandecientes. Las habían pintado en una mezcla de relevantes colores: rojo, negro, azul y verde. La princesa Rhaenyra suponía las razones de esa paleta de colores, lo que animó más a recibirla. Porque los corazones de sus hermanos entendían que el amor que ella les ofrecía no era egoísta, sino uno capaz de acoger a cuanto sea sincero.
—Será un placer aceptarlos. —La princesa Rhaenyra tomó los dos caballos de madero, los acercó a su pecho y los abrazó con cariño. Esa aprobación llenó de orgulloso a los hermanos Targaryen-Hightower, su hermana no hizo distinción alguna sobre sus figuras. Los aceptó con el mismo amor por los dos, no necesitaban competir. —. Son dos piezas magnificas, propias de dos habilidosos príncipes.
— ¿Entonces los pondrás en la ciudadela que estás construyendo con padre? —Los tres hermanos se giraron hacia la ciudadela de la esquina. Era una pequeña, su padre Viserys I había apostado por construir otra y en la torre de su primera hija, bajo la intención de integrar más a los suyas. El rey buscaba que sus príncipes compartieran no solo con Rhaenyra, sino con él mismo.
Lo que aumentaba la ilusión de los príncipes Aegon y Aemond, porque en las tardes que se reunían a construir partes de la ciudadela, podían disfrutar más de su padre. Ellos podían jurar que eran queridos y apreciados por el mayor de Los Targaryen -lo que precisamente Rhaenyra había demandado para ellos, como parte de la promesa de sus matrimonios.
El rey Viserys I estaba cumpliendo, usaba sus fuerzas para dirigir la Corte y procurar a sus hijos, que el pequeño Daeron era sacado de los brazos de su madre Alicent por el mismo rey Viserys -solo para dejarlo con Rhaenyra.
—Irán en la cabelleriza real, merecen esos lugares. —Aegon y Aemond contuvieron su felicidad con un asentimiento, ambos no podían retener ese brillo en sus miradas. Rhaenyra se levantó, pidió a sus hermanos que la siguieran -esto para que observasen cómo dejaba los dos caballos de madera en la diminuta caballeriza que construyeron hace poco. —. Quedan perfectos.
—Totalmente, Nyra. —La mencionada removió los cabellos sueltos de su hermano Aegon, al primogénito de la reina Alicent le había costado confiar en el amor de su hermana. Las palabras de su hermana fueron crueles respecto a ella, no debía quererla porque supuestamente ella iba a pedir sus cabezas para la tranquilidad de su reinado. Lo que ciertamente consideraba una estupidez, Rhaenyra no los lastimaría. Su hermana parecía sincera con su cariño, tanto que se aprovechaba de este para librarse de varios castigos.
El príncipe Aegon jugueteó con otras piezas de la ciudadela, buscó la mirada de su hermano Aemond. Él seguía admirando los caballos de madera y cómo perfectamente encajaban en la ciudadela de su hermana, percibiendo otro significado. Por lo que, entendió que debía ser el primero en poner en descubierto su última travesura -una que no consideraba como tal, sino como un castigo para cierto beta que empezaba a fastidiarlo más de lo que podía tolerar.
—En nombre del amor que nos tienes, sé que no nos reñirás por lo que hemos hecho. —Tanto Aemond y Rhaenyra centraron su atención en él, tomó valentía. —. Porque tampoco pensamos en disculparnos, se lo merece.
Aemond entendió el preámbulo de su hermano y coincidió en silencio, incluso creía que su jugada era tan inofensiva y hasta patética para la mortalidad de ambos.
—Solo díganme que Ser Cole sigue vivo.
—Tristemente. —Aemond, Aegon e incluso el mismo esposo de Rhaenyra respondieron al unísono.
—Primer intento fallido. —Aemond repitió las palabras de Lucerys cuando se escaparon a las cuevas del dragón, captando la atención del menor -quien no tardó en achinar su mirada como desaprobación. Esa mirada solo significaba un "¡Aemond, no!".
—No es el primero, Aemond. Llevan cinco veces que le juegan bromas a Ser Cole, su madre no tendrá tantas consideraciones con ustedes. —Aegon y Aemond se miraron, no temían a su madre porque sabían que Rhaenyra no los dejaría a merced de su furia.
—Pero, esta vez fue distinta. Al negarnos la capa blanca de Ser Cole, pagamos a un criado que condimentara su comida con palillo. Porque supuestamente era alérgico, pero el Maestre Marel nos mintió. —Aegon narró despreocupado, la princesa Rhaenyra se esforzaba por mantenerse seria y dispuesta a corregir sus acciones. —. Solo conseguimos enrojecerlo e hinchar su boca al borde de ser comparado con la trompa del "Terror Rosado".
La mera sugerencia hizo que todos estallaran de risa, no fue difícil de imaginar a Ser Cole en esa situación. No cuando Aegon y Aemond se prestaron para imitar su desesperación y frustración porque se convirtió en la burla de sus compañeros, poco o nada interesó lo decidido que estaba por encontrar a los culpables. El criado fue despedido de inmediato por ellos, lejos de ser la víctima su crueldad. Que la princesa Rhaenyra también cedió, estalló en carcajadas al ver a Aemond pintar los labios de su hermano con la pintura roja y cómo Aegon hacía una trompa y movía sus manos de un lado a otro, Lucerys y Jacaerys lagrimeaban de la risa, los pequeños Daeron y Joffrey se les unieron -ajenos a lo que realmente pasaba, Helaena se sentía tan feliz y libre de sus sueños por sus hermanos, y Ser Laenor se aseguraba de no perder ningún detalle -esto era digno de que se cantara de ser Cole.
—Si lo repiten, procuren que esté cerca. —La princesa Rhaenyra pidió, contagiada por lo divertido que se escuchaba su broma. Ignoraba que era incorrecto, pero no podía simplemente culparlos. Ser Cole se merecía esas bromas, se portaba como un niño al igual que ellos al tratar de herirlos -a sabiendas de que eran ajenos. —. Para evitarlo, claro está.
Todos la miraron, no le creyeron y se rieron.
La puerta se abrió, uno de sus guardias anunció la llegada de Ser Harwin. Tanto la princesa Rhaenyra como Laenor detuvieron sus risas para tensarse, Ser Harwin vestía su traje de viaje. La decisión de ser Lyonel había sido respetada, ambos esposos se sentían culpables de no haber intercedido más por el Lord Comandante. Porque Ser Harwin no merecía ser despedido, su único error fue caer en las mordaces palabras de un caballero que jura tener honor y pelear con él -cuando en los últimos años se dedicó a desconocer a la única heredera al trono y cuyo ciervo blanca respaldaba, y a lastimar a los príncipes con su amargura.
La angustia y tristeza se reflejó en el aroma de Rhaenyra al chocar miradas con Ser Harwin, no necesitaban de más palabras para saber lo que significaba esta visita. Él partiría definitivamente del palacio, se volvería el gran señor de Harrenhal y no volvería a su lado. Su corazón podía jurar cómo se rompía, cómo Ser Harwin estaba a punto de llevarse una parte de él. Pues el Lord Comandante no solo se trataba del caballero que le advirtió sobre el riesgo de su caminata por las calles de seda o el que la rescató de la batalla mortal que se dio en el banquete de su bodas, sino era el hombre con el que experimentó un amor tan leal y entregado -que no necesitó que los frutos de ese amor portaran su nombre, se conformaba con hacerlos feliz, con protegerlos y procurarlos. Y lo más puro de ese amor era que no se quedaba en ellos, sino que fue capaz de acoger a sus hermanos.
Ser Harwin era un admirable hombre, iba a ser un gran señor de su casa.
La mirada de la princesa se cristalizó en el momento de que Ser Harwin informó sobre su partida del palacio, sus hermanos Aegon y Aemond se rehusaron a aceptarlo. Ninguno de ellos quería dejarlo ir, para ellos se trataba del caballero más fuerte y honorable que conocían. No querían quedarse a merced de Ser Cole, lo iban a extrañar. Ambos hermanos Targaryen fueron abrazarlo, mientras Jacaerys y Lucerys contenían su propia tristeza en el intento de terminar con sus caballos de madera -estos tenían un largo viaje que recorrer.
—No olviden, juraron ser unos valerosos príncipes. —Ser Harwin acarició a los hermanos Targaryen, manteniendo esa fortaleza digna de su casa. —. No permitan que las personas que aman sean lastimadas, recuerden que este mundo es cruel. Deben protegerse, tenerse el uno al otro.
—Así será, Ser Harwin. —Aegon apenas susurró, se sentía tan frustrado. A él se le quitó tantos años de esta paz, que no le parecía justo. Ser Harwin no debiese partir, formaba parte de esta extraña familia.
—No nos soltaremos. —Aemond continuó, Ser Harwin se los agradeció con un beso en la frente a cada uno. Tuvo que alejarse de ellos para acercarse al pequeño Joffrey, ese bebé que apenas contaba con unos años. El Lord Comandante entendía que a su regreso por algún torneo iba a ser un extraño, y aquello lo hería profundamente. Porque el amor que tenía por los hijos de la princesa Rhaenyra se resignaba a ser callado por mantenerse en sus vidas, por contar con la oportunidad de ser amado por ellos. Esto no tendría con Joffrey ni con el pequeño Daeron o tal vez con Helaena, Ser Harwin se despidió de ellos con un par de lágrimas resbalando por sus mejillas.
Laenor las limpió, envolvió a Ser Harwin con un fuerte abrazo y nuevamente le prometió que protegería de su familia -que los verdes mantendrían sus garras fuera de ellos. Lo que Ser Harwin valoró, su corazón de padre y protector podía irse con la seguridad de que no estaban desamparados ni por Ser Laenor ni por él mismo. El Lord Comandante jamás los olvidaría, ellos eran su primer y más sincero amor -que las dolorosas consecuencias de sus acciones no le generaban remordimiento, hizo lo correcto en defenderlos.
—Voy a regresar, lo prometo. —Ser Harwin dio su palabra al notar las lágrimas de Jacaerys, su corazón se estrujó con fuerza. Lo abrazó, despeinó sus cabellos y dejó un beso en ellos, el dulce Lucerys se les unió. Los tres estaban aferrados del otro, no se querían soltar. Había un llamado que los menores no entendían, pero que seguían. La partida de Ser Harwin dolía más de lo que querían reconocer, sus corazones también se rompían.
—Tenga, son suyos. —El dulce Lucerys le entregó a Ser Harwin los cabellos de madera que pulió y pintó con su hermano. El alfa mayor los recibió, conteniendo su propio llanto. —. Para que no nos olvide ni lo mucho que lo queremos.
—Jamás, mi príncipe. —Ser Harwin atinó a decir, acarició la mejilla del dulce Lucerys y se rompió nuevamente cuando notó a sus ojitos cristalizado. Quería envolver a todos, llevarse con él y no soltarlos. El Lord Comandante terminó por ahogarse en el dolor al vislumbrar a la princesa, ella que no se había movida de su sitio y que secaba rápidamente sus propias lágrimas. Su mirada violeta igual de cristalizada como la del pequeño Lucerys la delataba, el alfa moría por decirle: "Mi corazón es de ustedes, son mi familia. Un simple llamado y volveré a su lado".
Mas, Ser Harwin se limitó a repetir el título de la princesa Rhaenyra como despedida. Ambos se vieron el uno al otro, tomaron sus manos fugazmente, Rhaenyra terminó por soltarlo.
Ser Harwin partió, la tristeza de Rhaenyra explotó en su aroma; resultando tan abrumador y chocante. Que ni sus hijos Jacaerys y Lucerys, o sus hermanos Aegon, Aemond y Helaena, o su esposo Laenor cargado de los pequeños Joffrey Y Daeron corrieron a abrazarla.
—Regresan dos hombres: un insolente y un ambicioso. Solo uno reclamará la manada del dragón por amor, el otro esparcirá su veneno por envidia; la fractura se acerca. —Helaena soltó en trance.
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[•] He decidido que Harwin vivirá, habrá cambios que ya narraré después. No se preocupen por ello, siento que la balanza debe equilibrarse en cuanto a aliados se trata de nuestra Nyra -frente a los verdes. c:
[•] Pd: No esperaba actualizar hoy, me he enfermado pero acá vamos. Espero les guste, estaré contestando los comentarios conforme avancen los días. <3
[•] Pd2: No se asusten; cuando el drama llegue, les avisaré. Igual no será un tan profundo o como para ver que todos se lastimen, porque aquí tienen una historia detrás. Eso me permitirá darle otro rubro a los hechos en el libro y serie. c:
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