CAPÍTULO 17
Antoni Mascherano.
Rachel.
—¿Lista?
Simón y Patrick entran a mi habitación vestidos con esmoquin.
Tintineo con cada movimiento, es vergonzoso que me vean así ya que el traje árabe no cubre más de lo necesario.
—Patrick quiere revisar tu equipo —me avisa Simón.
Me resigno a que debe verme las tetas de cerca, por fortuna, es el tipo de hombre despreocupado que no te acojona.
—Debes ir con cautela —me advierte— Afuera no tendrás ningún tipo de arma.
Se asegura que los micrófonos estén en perfecto estado.
—Estaré vigilándote toda la noche, si necesitas apoyo solo avísame.
—Vale.
—Iré a mi posición —se despide— El show empieza en diez minutos.
Simón se alisa el esmoquin frente al espejo.
—¿Crees que me veo como el agente 007 con este traje?.
—Para nada —lo aparto —Te asemejas más a uno de los pingüinos de Madagascar.
Me sacude y las lentejuelas empiezan a tintinear.
—Pareces una pandereta de navidad —me pega los labios en la frente— Promete que tendrás cuidado.
—Ok ¿Esto es uno de esos momentos íntimos donde reconoces lo mucho que me amas?.
Se queda mirando a la nada.
—No —contesta volviendo en sí —Luisa me mataría si te pasa algo y en verdad no quiero que su furia descomunal dañe nuestro compromiso.
Suelto a reír mientras le doy un abrazo
—Tú también, ten cuidado.
—Si, como sea —me aparta—Vas a arrugar mi traje. Te veré arriba.
Me retoco por última vez y salgo a reunirme con Tanya quien me espera cerca del ascensor. Lleva puesto un vestido largo de color negro, demasiado escotado para alguien de su edad.
—Es hora —avisa.
Abordamos el ascensor.
—Si fueras una de mis chicas me harías ganar una fortuna.
No sé si ofenderme o tomarlo como un cumplido.
El casino está lleno de gente. Los hombres visten trajes elegantes mientras que las mujeres lucen largos vestidos: Charlan, beben, fuman y apuestan en los juegos de azar.
Maia y Catrina aparecen con trajes igual al mío.
—Ya llegaron los cabecillas —informa Catrina.
—Perfecto —Tanya se vuelve hacia mí— Karla, es hora de dar tu mejor show.
Sigo a las dos chicas hacia la tarima. Desde arriba se ve todo con mayor claridad, reconozco a mis colegas infiltrados.
Frente al escenario se sitúa la mesa en la que debo enfocarme, está ubicada al fondo, allí se encuentran los Mascherano. Hay varios sujetos en ella, solo logro reconocer a dos: «Alejandro y Bernardo Mascherano» Al tercero no lo alcanzo a ver ya que la sombra me resta visibilidad.
—Todo está listo — Simón me habla a través del auricular— Ve por el líder y no se te ocurra fallar que es nuestra única oportunidad.
Subo a la tarima seguida de mis compañeras preparándome para cuando inicie la música y ajusten las luces.
—Con ustedes la danza de los siete velos —anuncian.
Alzo las manos balanceando las caderas, ofreciendo mi cuerpo al ritmo de las notas musicales dejando que los velos vayan cayendo como lo demanda la coreografía.
Maia y Catrina se hacen a un lado dándome el protagonismo. La tela sigue cayendo siendo en ese momento cuando me pongo más puta jugando con las manos. Desciendo por los escalones sin dejar de moverme mientras coqueteo con los hombres que se atraviesan.
Seduzco e hipnotizo dando mi mejor espectáculo. El ritmo cambia obligándome a moverme más rápido, desciendo y vuelvo a subir haciendo uso de todos mis atributos. Los guardias no me dejan acercarme a la mesa señalada, sin embargo, a pocos metros puedo tentarlos poniendo en práctica toda mi artillería.
No percibo si el hombre que se encuentra en la penumbra me mira o no, solo veo su figura. Tiene un dedo índice en su sien mientras lleva una copa con vino a su boca de vez en cuando. Lanzo mis movimientos más sensuales antes de que el baile finalice dejándome abierta de piernas.
La gente rompe en aplausos cuando las luces se encienden, un hombre del personal me ayuda a levantar, me pongo de pie dándole la espalda al sujeto que permanece en las sombras. No puedo verlo, pero aseguro mi labor mirándolo sobre mi hombro a la vez que le guiño un ojo antes de marcharme.
—Lo hiciste como una profesional.
Me felicita Maia en el camerino.
—Los años dan experiencia —miento colocándome el vestido de cambio.
—Antes de volver a salir quisiera advertirte algo —se preocupa—No sé qué te ordenó Tanya, pero no te involucres con los Mascherano, con ellos nada acaba bien.
—Tendré en cuenta tu consejo.
Me arreglo en tiempo record. Tanya viene a buscarme para acompañarme al sector del casino.
Veo a Simón en una de las mesas con Catrina sobre sus piernas restregándole las tetas en la cara.
Tanya me guía hasta la zona privada del balcón, donde hay una mesa ocupada por tres hombres y dos mujeres. Las conozco, son mis compañeras: La teniente Valeria Monroy y Laila Linpcor, ambas están sentadas en las piernas de Alejandro y Bernardo dando una muy buena actuación de escorts.
Ambos hombres están envueltos en el magnetismo de mis dos compañeras colombianas. Valeria, de estatura media, delgada, posee un largo cabello repleto de ondas y una sonrisa seductora. Está a horcajadas de Alejandro besándolo mientras le acaricia la entrepierna.
En cuanto a Laila, ella es de estatura baja, pero peligrosa (Tengo la teoría de que las mujeres bajitas son las que desatan su furia de la peor manera). Su cabello azabache cae sobre sus hombros desnudos, mientras Bernardo parece estar perdido en sus ojos negros. Se mueve encima de él acariciándole las facciones de la cara.
Ellos no son desagradables a la vista, Alejandro es de estatura media, de cabello negro y ojos oscuros. Si no fuera por la cicatriz que le abarca desde la sien hasta el mentón podría verse como alguien inofensivo.
Bernardo mide alrededor de uno ochenta, su cabello rubio combina a la perfección con su piel bronceada, sus facciones son varoniles y suaves. Tiene el contorno de la cara cubierto con un espeso vello castaño, que lo hace ver un poco más interesante.
Apoyado en las barandas del balcón está Antoni, mirando a la ciudad mientras suelta bocanadas de humo.
—Bella, Karla —acaricia mi nombre con su acento italiano mientras se lleva el puro a la boca.
Tiene la misma estatura de su primo, de hecho, son muy parecidos. Solo que el cabello de Antoni es castaño oscuro.
Tiene ojos negros, lo que intensifica su mirada de depredador al acecho, no es muy fornido, tampoco infunde rudeza. Inspira clase y elegancia, parece de la realeza y, a decir verdad, es atractivo, muy atractivo.
Esboza una sonrisa de medio lado, una sonrisa encantadora y peligrosa. Es el tipo de hombre problemático que aman las mujeres obsesionadas con lo misterioso. Lo veo y no sé si me está contemplando o me quiere matar.
—Muy buen Show —me felicita Bernardo.
—Gracias —le sonrío con coquetería— La intención era encantar a todos.
—Lo hiciste —Habla Alejandro con el mismo acento italiano de su hermano.
—La reservé para ustedes —dice Tanya.
—Antoni la quiere para él —aclara Alejandro— Nosotros ya tenemos mercancía.
Bernardo aparta a mi compañera dándole un azote en el culo, se inclina e inhala las dos líneas de cocaína que hay sobre la mesa.
—Dejémoslos solos —se levanta Alejandro— Tanya, espero que nuestra habitación doble esté lista.
—Por supuesto —se marchan acompañados de mis dos compañeras.
Me dejan sola con el hombre más peligroso de Italia. Intenta intimidarme, sin embargo, no le doy el gusto.
Se sienta en el sofá de cuero sin dejar de mirarme.
—Toma asiento, por favor —señala el espacio vacío frente a él.
Alisto mis armas de seducción ubicándome a su lado.
—Eres atrevida, pequeña ¿Sabes que tu falta de respeto te puede costar la vida?.
—De algo hay que morir —me encojo de hombros.
Sonríe mientras me cruzo de piernas para que aprecie mis muslos desnudos.
—¿Puedo darle una calada a tu puro?.
—No sé —vacila— Es algo fuerte.
—Me gusta lo fuerte —paso la mano por su pecho palpando los músculos de su torso.
Se deja. Le quito el puro llevándolo a mi boca dando una larga calada, boto el humo dejando que me detalle.
—Lancero de Cohíba —cierro los ojos— Uno de los mejores habanos del mundo.
Se lo devuelvo a la vez que pongo la mano cerca de su entrepierna.
—¿A qué juegas? —me sujeta la muñeca.
—Solo hago mi trabajo.
—No eres una prostituta.
Se me hiela la sangre de solo imaginar lo que conlleva el que sepa mi nombre.
—La princesa aunque se vista de plebeya, sigue siendo de la realeza —me toma el mentón para que lo mire— No recuerdo haberte recluido, tampoco mi primo y mírate; No tienes el aspecto ni las actitudes de una mujer de la vida alegre.
—Nadie me reclutó —replico— Estoy aquí porque quiero, no soy una prostituta pero quiero serlo.
Afloja el agarre.
—Necesito dinero y ésta es mi mejor forma de conseguirlo.
Me observa como si quisiera descifrar mis ojos.
—¿Hasta dónde llega la ambición de las mujeres?.
—No tiene limites en mujeres como yo que quieren comerse el mundo.
Lo atraigo a mis labios y deja que lo bese, corresponde dejando la mano en mi nuca. Tiene labios suaves a diferencia de su lengua que se mueve con agresividad mientras acaricia la mía. Pasa la otra mano por mi espalda obligándome a subir a horcajadas sobre su cintura. No es como besar a un ángel, es como besar a un atractivo demonio que inyecta veneno.
Un beso, una caricia o cualquier cosa que apagara mi libido, era lo que quería hace unas horas. Ahora lo tengo, aunque sea actuado, con un hombre atractivo que enciende el deseo de cualquiera, menos el mío ya que mi deseo está dirigido hacia una persona en especial.
Tiro del cuello de su camisa acercándolo más, dejo que recorra mis muslos y se meta bajo mi vestido. Christopher sigue en mi mente e intento concentrarme en el hombre que tengo encima que besa y toca bien, pero no enciende nada. Ni el deseo tierno de Bratt, ni la vehemencia apasionada del coronel.
Siento su miembro erecto sobre mi ombligo cuando sube las manos a mi cuello, baja a la separación de mi busto enterrando la cara en ellos. Respiro mientras tira del borde de mi vestido strapless sacando uno de mis pechos «Mierda, ya se puso caliente»
—Deberíamos buscar algo más privado —propongo.
No contesta, sigue chupando y lamiendo como si destilaran alguna poción adictiva. No sé cómo sentirme, en menos de un mes mis pobres tetas han pasado de ser besadas por un solo hombre a ser lamidas por dos, uno más desconocido que el otro.
Vuelve a subir a mis labios prendiéndose de ellos.
—Compláceme —me susurra— Y no tendrás que vivir esta vida de mierda. En cambio, tendrás dinero, poder y lujos.
Se levanta ofreciéndome la mano para que lo siga, se la tomo en tanto me guía hacia la salida del área privada. Observo que el casino está en su mejor momento, no alcanzo a ver a Simón por ningún lado y ruego a Dios que la emboscada no tarde demasiado.
Dirijo a Antoni a la habitación planeada, no se anda con preámbulos. Se quita el saco obligándome a que lleve las manos al cierre de mi vestido «Tengo que distraerlo»
—No —me detiene — Yo quiero hacerlo.
Me fijo en la Sig-Sauer de largo alcance que tiene en la cintura.
—Sei bellissima.
«Sei bellissima: Eres hermosa».
Baja el cierre de mi vestido dejándome en bragas y en sostén, se me eriza la piel bajo su contacto cuando me baja el sujetador atrapando mis pechos con sus manos, rozando la polla contra mi espalda. Echo la cabeza hacia atrás fingiendo placer, desciende por mi abdomen y de un momento a otro siento un cañón sobre mi garganta.
Me invade el pánico ¿Y si es un necrófilo?.
—¿Te dan miedo las armas?.
Asiento con la cabeza.
—Acostúmbrate, porque me gusta acariciar a las mujeres con ellas —la pasea por mi espalda desnuda— Cuando les pierdas el miedo sabrás todo el placer que pueden provocar.
Me rodea posándose frente a mí con la camisa abierta.
—Voy a acostarme en esa cama —señala con el arma— Quiero verte bailar mientras te tocas sin dejar de mirarme.
—Claro —sonrío—Encenderé la música.
—No —se opone— Tu única melodía serán mis jadeos.
—Rachel — Patrick me habla a través del auricular.
Empiezo a moverme para no levantar sospechas.
—Perdí el contacto en el balcón, hubo un sabotaje tecnológico —agradezco a todos los ángeles. Es vergonzoso que vean cómo te lamen los pechos mientras finges ser una zorra— Sigue actuando, te avisaré cuando debas darle la droga.
Pierdo contacto, por lo tanto, sigo con lo mio. Entre más lo entretenga menos larga se me hará la tarea.
Se saca la polla sin perder contacto con mis ojos mientras continúo con el espectáculo paseando las manos por mis pechos y mi abdomen.
—Eres muy sexy—se acaricia la verga de arriba abajo— ¿Ves esto? Es por ti, mi polla te desea.
—Eso me gusta —sigo moviéndome imitando los movimientos de la danza árabe.
Agita la mano mientras respira con dificultad masturbándose sin ningún tipo de pudor.
—Muévete —jadea— sigue moviéndote hasta que te diga que pares.
Le doy la espalda dándole una buena vista de mi trasero entretanto lo miro por encima de mi hombro, sigue masturbándose mientras me ve. Me palmeo las nalgas y me agacho como una auténtica puta.
—Es hora —me avisa Patrick.
Él se sigue masajeando con premura, perdido en el encanto que emano. Me llevo los dedos a la boca y tal cosa desencadena el derrame que se extiende a lo largo de su mano.
—¿Champagne? —le ofrezco.
Asiente, voy hasta el minibar, sirvo dos copas aprovechando para verter la pequeña pastilla que lo dormirá por una hora.
Espero que se disuelva y vuelvo con él. Por suerte, bebe el líquido de un tirón, tomo un sorbo de la mía dejando la copa en la mesa.
—Ven aquí —me sube a su regazo ahuecando las manos en mi trasero— Eres una hembra en todos los sentidos.
—Gracias —ondulo las caderas sobre su pelvis.
Un estruendo se escucha afuera, intenta apartarme y aferro las piernas a su cintura.
—Tranquilo —le digo— No dañemos el momento.
Se levanta, lo tomo de los hombros para que se vuelva a acostar aprovechando el efecto del psicótico.
—¿Qué droga usaste? —pregunta con un leve susurro.
—Shh...
Niega.
—Solo mantente ahí —le pongo la mano en el pecho. Lo único que logro es que se aferre a mi cuello.
—¡No sabes con quién te metes!.
Ejerzo fuerza hasta que se queda quieto.
Una lluvia de tiros se escucha del otro lado. Me pongo una bata de seda y enseguida comienzo a buscar la Palm que necesito, no hay rastro de ella en los pantalones. Aseguro su arma mientras busco en el saco que traía, tampoco hallo nada, por ende, termino arrojándolo al suelo.
Algo tintinea, busco con más cuidado hallándola en un bolsillo secreto de la manga.
—N94 a central —digo a través del auricular.
—Aquí central —contesta Patrick.
—Tengo el dispositivo.
—Bien, sin omitir nada me vas a explicar cada detalle del mismo.
—Es una halsp top, de alta capacidad con sistema operativo protegido por reconocimiento de retina.
—Ok, con sumo cuidado intenta hacerlo con la de Antoni, tenemos poco tiempo, así que apresúrate.
Me devuelvo a la cama y le abro los ojos a la fuerza. Reconoce la retina al tercer intento.
Cuando creo poder declarar victoria vuelve a pedirme un segundo código de acceso, vuelvo a contactar a Patrick que intenta desbloquearla sin ningún tipo de resultado.
—¡Es un sistema demasiado potente ! —grita frustrado.
—No hay tiempo para eso, debemos descifrar la maldita clave.
Otra lluvia de disparos se escucha afuera como así también el sonido de las hélices de los helicópteros que se acercan. Miro el reloj, llevo cuarenta y cinco minutos intentando desbloquear esta maldita cosa.
—Voy para allá —me avisa Simón.
Abren la puerta de una patada, espero ver a Simón pero me encuentro con el arma de Bernardo apuntándome directamente a la cabeza, saco la Sig-Sauer de su primo apuntándole también.
—¡Baja el arma! —le exijo.
—¿Qué le hiciste maldita zorra? —clava los ojos en la cama.
—Solo está drogado, así que baja la maldita pistola o disparo.
La Palm se calienta en mi mano cuando un espeso ácido sale de ella obligándome a soltarla.
Bernardo descarga su arma contra mí, a la vez que alcanzo a evadirlo tirándome al suelo haciendo acopio de la maniobra de defensa que me impulsa para llegar al baño.
—N94 a central, necesito refuerzos, repito, necesito refuerzos.
No hay respuesta, Bernardo arremete contra la puerta.
—Dos tropas se acercan —dice un hombre en la habitación— Hay que salir.
—Saca a Antoni —exige Bernardo.
Alisto mi arma preparándome para derribar la ventana del baño. Una pelea con Bernardo es tiempo perdido, no puedo matarlo porque es un testigo clave, pero él a mí sí y no voy a correr ese riesgo.
—¡Sal de ahí maldita! —gritan afuera.
Patea la puerta con fuerza «¡¿Dónde mierda estás Simón?!».
—¡N94 a central, respondan!
Sigo sin obtener respuesta.
—El helicóptero se acerca —vuelven a hablar afuera.
Revientan la puerta, me encaramo en la tina intentando huir, pero me toman del cabello devolviéndome al piso.
—¿Querías escapar puta?.
Me arrastra afuera, los disparos no cesan y una explosión pone a temblar el edificio. Me arrojan a los pies de Antoni que está al lado de sus escoltas.
—Disfrutaré volarte los sesos —Bernardo me pone el arma en la cabeza, sin embargo, Antoni aparta el cañón tomándome la cara.
—Lo que hiciste te va a salir caro —me obliga a mirarlo.
Las luces de un helicóptero inundan la habitación a la vez que me pone de pie.
—Camina —me arrastra con él— Tengo una sorpresa para ti.
Una bazuca destruye la pared detrás de nosotros, todos caen al suelo y aprovecho para quitarle el arma a Bernardo.
El intercambio de disparos es ensordecedor. El escolta de Antoni se arroja sobre él protegiéndolo de los proyectiles.
—¡Huye! —le grita su primo en medio del forcejeo.
Aparta el cuerpo de su escolta logrando salir al balcón mientras el helicóptero se ubica para recogerlo. Bernardo me arroja a un lado e intenta hacer lo mismo, sin alternativa, le disparo en la pierna para inmovilizarlo, cae al suelo.
Antoni lo arrastra con él. Hombres bajan del helicóptero dispuestos a dar la vida por el mafioso, entran veinte soldados más y al italiano no le queda más alternativa que arrojarse al aeronave dejando a su primo en el balcón.
Sueltan un misil que atraviesa el vidrio y se lleva las aspas del helicóptero que cae al vacío.
Cesan los disparos, un grupo de hombres corre a arrestar a Bernardo, quien sigue tirado en el piso en un charco de sangre.
Simón me ayuda a levantarme.
—Lo siento —me abraza—Tardé demasiado.
—Es mejor tarde que nunca.
Me da un beso en la coronilla.
—Hiciste un excelente trabajo.
—La pieza clave murió.
—No importa —vuelve a abrazarme.
Afuera todo es un caos, lo que era un lujoso casino ahora es una pila de escombros, vidrios rotos, sangre, mesas y sillas perforadas por las balas.
La FEMF está interrogando a las chicas y al personal.
Al otro lado están todos los prisioneros que serán trasladados a Londres, entre ellos un cabecilla de los Halcones y Tanya. Esposado a lo que era la barra del bar, está Alejandro, una enfermera le está curando la herida de bala que tiene en el brazo.
—No fue difícil actuar esta vez —Valeria y Laila se posan a mi lado, se ven peor que yo con los vestidos rotos y el cabello cubierto de cenizas— Me divertí con el italianito.
—¿Si sabes que cuando salga nos matará? —pregunto.
Se ponen serias cuando Alejandro nos mira, sonríe mientras se coloca el dedo índice en medio de las dos cejas.
—Es imposible que salga —Valeria se tensa.
La enfermera acaba y dos agentes se lo llevan, sin embargo, no aparta la vista de mi compañera.
—Es imposible que salga, ¿Verdad?
—Yo que tú no estaría tan confiada —dice Laila.
Palidece y se encamina a hablar con Simón, Laila la sigue.
Patrick aparece en el vestíbulo.
—Malas noticias —avisa furioso— Antoni escapó.
«Asegúrate de capturarlo o matarlo porque sino te buscará hasta encontrarte, torturarte y asesinarte» Las palabras de Tanya hacen eco en mi cabeza.
Simón maldice furioso.
—¡Todos hagan un perímetro de búsqueda! —ordena— Tenemos que ubicarlo antes de que salga de la ciudad.
—Por órdenes del general, debemos volver a Londres —me avisa Patrick.
— Como ordenes —trato de sonar segura.
En mis años de servicio he trabajado con infinidad de criminales, sin embargo, algo me dice que estoy en la boca del lobo. Antoni Mascherano no es un pelele que se quedará sin hacer nada sabiendo que tenemos a su hermano y a su primo en prisión.
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