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3 | Mínimo contacto positivo


Pese a que tanto Seok Jin como Nam Joon le repitieron mil veces que cejara en la idea de tratar de impresionar a Jimin, a Yoon Gi la rabia de no haberlo logrado ni un poco le pesaba como un saco de piedras sobre la autoestima.

Entendía la parte en la que un camarero no debía tener capacidad para alterarle el ánimo pero no lo podía evitar. Era, sencillamente, superior a sus fuerzas.

Aún así estuvo varios días, sin hacer nada a parte de tomar su desayuno en silencio y observar con disgusto como el empleado mantenía la misma actitud. Continuaba tirándole la taza y la comida con destemplanza sin ni siquiera mirarle y, por supuesto, si un "buenos días" ni un "hola" ni un "adiós". Y Yoon Gi se sentía tan ofuscado que no sabía qué hacer a parte de dedicarle una mueca de molestia que Jimin le devolvía sin pestañear.

Qué desesperación. La situación se le hacía asqueante.

—Con esos aires que te gastas, un día de estos vas a derramar el líquido sobre la mesa —se le ocurrió decirle en una ocasión.

—No se deje afectar por tales miedos, señor Min. —Jimin le mostró el paño blanco que llevaba en el bolsillo del delantal—. Si se derrama, lo limpiaré y le traeré otra bebida.

Yoon Gi se revolvió, molesto. Lo que faltaba. Ahora le llamaba de usted con tono de sorna.

—Se trata de que tengas cuidado, que no te enteras —refunfuñó.

—Por supuesto que me entero.

Los ojos de Yoon Gi relampaguearon pero los de Jimin solo mostraron indiferencia. Era como si aquel chico le hubiera declarado la guerra de forma sutil pero al mismo tiempo muy evidente. Y no entendía por qué.

—¿Podrías hacerme el favor de dejar el plato en la mesa un poco más despacio, si no te importa? —le indicó al día siguiente.

—Claro, señor Min.

El camarero cogió el recipiente por los bordes y lo acomodó ante el rapero a cámara muy lenta, con una serie de aspavientos exagerados más propios del sirviente de un rey que de un empleado contratado.

—No es necesario que añadas tanto melodrama. —Yoon Gi cogió la servilleta, la agitó con disgusto y la colocó en su regazo—. No soy el emperador de Joseon, ¿sabes?

—Creí que sería necesario insuflar un poco de rimbombancia. —La respuesta sonó mordaz—. Después de todo, usted mismo presumió la otra vez de ser reconocido en Asia, en América, en Europa y casi en cada pueblo del mundo y que tenía muchísima gente, malpagada y explotada seguramente, trabajando en sus álbumes.

Yoon Gi parpadeó, fuera de jaque. ¿Conocido en cada pueblo? ¿Trabajadores explotados? Qué atrevimiento. ¡Pero ese tipo quién se creía que era!

—Mis empleados tienen unos sueldos muy altos y disfrutan de una envidiable flexibilidad horaria.

—A mí me pareció un grupo de personas estresadas, avergonzadas por tener que exhibirse en una cafetería para satisfacer la excentricidad de su jefe.

—Te equivocas.

La respuesta de Jimin fue dejar caer el último vaso, que contenía agua, y retirarse. Pero Yoon Gi, que ya estaba echando humo por las orejas, no tenía ninguna intención de dejar el tema. No, esta vez no. Así que se levantó, cogió su desayuno y se colocó en la banqueta de la barra, frente a la zona en donde se apilaban las tazas.

—¡Oh, no, por Dios, no haga eso! —Al encargado le faltó tiempo para salir a su encuentro—. ¡Díganos dónde desea sentarse! ¡Nosotros le llevaremos todo con suma diligencia!

—No, gracias.

Yoon Gi volvió a la mesa a por la taza y el agua y regresó a la balda metálica, con los ojos clavados en Jimin, que había levantado la cabeza de la cafetera que estaba limpiando. Por fin parecía prestarle atención.

—Soy un poco conocido pero tampoco es para tanto así que no me hagan ceremonias, que no me gustan y además las estoy empezando a llevar muy mal.

Los empleados dejaron sus labores y enmudecieron. No sabían cómo interpretar aquello.

—Pensé que la adulación te encantaba. —Jimin fue el único que se atrevió a hablar.

—Pensaste mal.

—¿Y qué hay sobre tu magnificencia excelencia musical?

—Que me guste mi trabajo no significa que sea un presumido. —Yoon Gi no dudó en señalarle con los palillos—. Mis padres se endeudaron lo indecible para que estudiara así que les debo ser el mejor. Y eso es justo lo que intento.

Aquella respuesta logró sonsacarle una sonrisa a Jimin. Era la primera que lo hacía y Yoon Gi sintió que el pecho se le hinchaba como una especie de globo. Estaba sentado en esa incómoda banqueta y le dolía el trasero, comer en la barra era bastante más molesto de lo que había imaginado, el olor a frito de la cocina se le metía por las fosas nasales y, al dejar la mesa, había perdido sus preciosas vistas al jardín del parque. Sin embargo, así había logrado establecer un mínimo contacto positivo con el camarero indiferente que, por cierto, ya no parecía tan indiferente y eso, extrañamente, más que satisfacción lo que le produjo fue mariposas en el estómago. Mariposas y alegría. Mucha alegría.

—Lo que has dicho es hermoso —dijo Jimin—. Querer destacar para que tu familia se sienta orgullosa del esfuerzo que emplearon dice mucho de ti.

—¿A que sí? —Por desgracia, Yoon Gi estaba demasiado acostumbrado a que le felicitaran de modo que no supo mantener la modestia—. Todo lo que pienso está bien hecho.

—Oh. —Al joven le faltó tiempo para cambiar la sonrisa por un mohín—. Por supuesto, señor Min.

El aludido dio un bote en la silla. ¡Ay, no! ¿Pero qué acababa de decir?

—No pretendía sonar tan...

Jimin se dio la vuelta, se metió en el cubículo tras él, que debía ser la cocina, y le dejó con la palabra en la boca y la frustración más grande de su vida.

Dentro del juego de guerra, creía haber avanzado pero acababa de caer en la casilla del narcisismo del artista y había retrocedido al inicio.

Ahora sería aún más difícil hablar con él.

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