El peor recuerdo de Severus
Después de lo ocurrido ese fin de semana, Dumbledore aumentó los hechizos de seguridad, sin que Umbridge se enterara, y le pidió a Severus que protegiera más que nunca a Alex. El oscuro profesor no necesito que se lo dijera dos veces para cumplirlo, todavía se sentía culpable de lo que le pasó a la chica, aun cuando ella le decía que no tenía ninguna culpa. Después de cenar, Alex lo visitaba casi todas las noches tratando de encontrar alguna forma de eliminar aunque fuera la marca de su cuello, pero fue imposible; la marca fue creada casi igual como la tenebrosa por lo que se rindieron, sin embargo eso no provocó que las visitas nocturnas terminaran.
Severus seguía con las clases particulares de Oclumancia y se desesperaba mucho con Harry ya que no progresaba en nada, Alex incluso lo ayudaba pero no era suficiente, al parecer la conexión que tenía el chico era más fuerte por el simple hecho de haber sido creada por la maldición asesina, pero no le quitaba importancia a que el azabache aprendiera la Oclumancia. En cuanto a Alex, a la quinta clase, logró cerrar su mente por completo, incluso logro crear recuerdos falsos en cuanto sentía que invadían su mente. Harry se puso algo celoso de su amiga, pero ella seguía dándole ánimos y lo ayudaba más que nunca.
Nadie se enteró de la desaparición de Alex, pero les dio curiosidad de que estuvo por unos días en la enfermería y llamaba mucho la atención sus guantes, porque nunca se los quitaba a pesar de llevar diferentes diseños, y si lo hacía, pues sería cuando nadie la veía. A sus amigos les llamo más la atención la gargantilla, tampoco se la quitaba y los colores daban mucho en qué pensar; los chicos pensaron que eso solo significaba de que la latina ya tenía novio pero no les había dicho nada y cada noche cuando se escabullía para verlo trataban de sonsacarle algo pero no lo lograban.
— ¡Tiene que ser alguien de las serpientes! —sentenció una noche Ron, cuando los tres amigos y Ginny estaban sentados en la Sala Común indagando quien sería el novio secreto de su amiga latina—. Eso solo explicaría ese collar ¡A leguas se nota que se lo dio uno de ellos!
—No creo que pueda ser, hermanito —dijo Ginny, acomodándose en el sillón—, con las ideas que ellos tienen, dudo mucho que quieran a una hija de muggles como novia
—Recuerda que no todos son Sangre Limpia —intervino Harry—, solamente fingen serlo y de seguro han de fingir también que les importa mucho esos ideales
—Pero aún así —interrumpió Hermione —, ella no conoce a otros Slytherin que no sea de nuestro curso
—Esto sonara una locura —dijo Ginny—, pero... ¿No estará saliendo a escondidas con Malfoy?
— ¡Ni muerta! —exclamo el trío de oro indignado
—Sólo decía
Los cuatro seguían pensando, ajenos de que su amiga estaba en esos momentos en las mazmorras. Alex aprovechaba el pasar tiempo de pareja con Severus, pero también aprovechaba para practicar su magia elemental; en las tardes, cuando se lograba un tiempo libre, iba a la orilla del Lago Negro y/o del Bosque Prohibido con Severus para poder practicar al aire libre.
Ya había dominado la tierra y el fuego, solamente le faltaba el aire y el agua. El aire era preferible practicarlo en los terrenos del castillo, pero como ya era tarde se conformaban con pequeños ejercicios en el despacho de Severus.
—Creo que ya lo dominaste —comentó Severus un noche, después de la práctica. Estaban en el sillón abrazados y mirando el fuego de la chimenea.
—Sí, así parece —contestó Alex, algo apagada
Severus la miro y vio que estaba algo distraída, con la mirada perdida.
— ¿Qué tienes?
— ¿Mm? No, nada
—Alejandra
La chica soltó un suspiro y se acomodó en el sillón.
—A pesar de saber Oclumancia, sigo teniendo ésas visiones acerca de... lo que sea que esté haciendo Voldemort
— ¿Qué? ¿Qué viste?
—Lo de siempre: una puerta negra y extraña. Según dijo Harry, es del Departamento de Misterios
Severus se puso algo serio al escuchar eso. Él ya estaba cada vez más cerca de ese objeto y la Orden no podía ni acercarse a la dichosa puerta, decidió quedarse callado para no asustar a la chica. Continuaron hablando de varias cosas hasta que salió el artículo de El Quisquilloso de esa semana; los profesores aún no sabían cómo Harry logró esa entrevista, pero disimulaban el orgullo que sentían de que encontrara una manera de hacer saber la verdad, pero le costó la prohibición a las excursiones a Hogsmeade y otra semana de castigo... Y a Alex también.
—No puedo creer que por culpa de Potter tengas que volver a sufrir castigos con ella
—Es porque ella cree que yo continuaré con eso, aun teniendo a Harry castigado.
— ¿Cómo está tu mano?
—Ya mejor, gracias a lo que me diste
El profesor le quitó la venda y revisó su mano, ya era muy notoria la frase «No debo decir mentiras» y ni siquiera podía quitarse con un hechizo. Soltó su mano y la atrajo hacía él. La chica sintió su preocupación.
—Tranquilo, sé que se ve muy mal pero ¿qué puedo hacer? —Miro su mano y arregló su guante—, a este paso acabaré pareciendo un afilador de... —no termino la oración porque sintió como Severus se tensaba un poco y entonces entendió que hablo de más —. Severus, yo... Perdón, no era mi intención...
Él simplemente se puso de pie en medio de la habitación y dándole la espalda. Alex se levantó y se le acercó, dudo un momento si abrazarlo o que hacer, optó simplemente por rozar su mano, pero en cuanto él sintió el tacto se alejó más de ella. Alex se sintió muy mal y no sabía qué hacer.
—Creo... que lo mejor será que regrese a mi Sala Común —dijo Alex. Silencio. Ella soltó un suspiro—. Nos vemos mañana —caminó hacia la puerta y antes de abrirla le dijo—. Te amo, que descanses.
Ya iba a abrir la puerta cuando sintió que Severus la abrazaba con delicadeza por detrás.
—Severus...
—Lamento haber reaccionado así. Es sólo que...
— ¿Qué? —sin apartarlo de ella, se dio media vuelta para mirarlo, se veía algo decaído
—Ya has visto mi cuerpo, estoy lleno de cicatrices —se alejó de ella un poco y comenzó a quitarse la capa, la levita y la camisa. Alex se sonrojo un poco al verlo así, a pesar de haberlo visto en otras ocasiones, y vio todas las cicatrices del mayor—. Simplemente no quiero que acabes igual que yo
Alex bajo la mirada hacia su cuerpo. Algunas eran blancas, ya de alguien tiempo; pero otras estaban algo rojas, eran recientes. No pudo evitar bajar la mirada hacia su marca del antebrazo y vio que incluso ahí tenía varias heridas. Levantó la mirada y vio que Severus estaba cabizbajo, al parecer por vergüenza, ella se le acercó y lo abrazo haciendo que él reaccionara.
—Severus, nunca he visto esas cicatrices como algo malo de ti; para mí, son prueba de tu valentía. A pesar de haber sufrido mucho, tú siempre has hecho todo lo posible por seguir adelante y ser feliz.
El profesor se sorprendió con las palabras de Alex, a él siempre le parecieron sus cicatrices como recordatorio de sus errores del pasado; al parecer era bueno escuchar de vez en cuando una segunda opinión. Le correspondió y así estuvieron por un rato.
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Al paso de los días las cosas iban cambiando más en Hogwarts, un día de la nada Umbridge despidió a Trelawney, pero Dumbledore logró encontrar otro profesor: Firenze, el centauro. Eso al sapo no le gustó pero tampoco tenía opción. Hagrid se comportaba de una manera extraña y cada vez aparecía con más heridas.
Las clases iban con total normalidad pero Alex sentía que algo no andaba bien en Transformaciones. Desde que salió de la enfermería sentía la mirada de McGonagall sobre ella y no sabia como interpretarla; al menos esa duda se resolvió unos días después cuando salían de clase.
—Señorita Macías, espere un momento por favor. Quiero hablar con usted.
Los cuatro amigos se sorprendieron con eso, pero Alex sintió una horrible opresión en el estomago ¿Estaría en problemas? Y si así fuera ¿Qué hizo?
Sus amigos salieron no sin antes mirarla igual de perplejos que ella. La profesora se le acercó y salió del aula, pasmada junto a ella.
—Vamos a mi despacho
En el camino Alex no podía evitar dejar volar su imaginación.
«¿Por qué quiere hablar conmigo? Si ya no me he enojado en las clases del sapo. A lo mejor me querrá preguntar que paso ese fin de semana... ¡Ah! ¿Pero que le dijo para no meter en problemas a Severus? Tranquila, respira, respira...»
Llegaron al despacho y las dos se acomodaron en el escritorio. La chica vio que su profesora estaba algo seria.
«Ta tara... Ya valí...»
—Supongo que te preguntarás porque te llame cierto —Alex simplemente pudo asentir por los nervios—. ¿Quieres algo de beber? —Alex solo asintió.
McGonagall con un movimiento de varita hizo aparecer una tetera y dos tazas de porcelana. Le sirvió un poco de té y se lo dio.
—Gracias —le dio un sorbo solamente para hacer algo
McGonagall hizo lo mismo antes de seguir hablando.
—No he podido evitar notar que últimamente... te has mostrado un poco más unida... al profesor Snape
Alex se atraganto con el té y se dio unas palmadas en el pecho. Miro a su profesora y sintió un vacío en el estomago.
«¿Acaso ella sabe...?» y en seguida su pregunta se contestó.
— ¿Acaso siente algo por él o... ya existe algo entre ustedes?
—Yo... Yo... —la chica no sabia que hacer. Si contestaba tanto ella como Severus se verían en grandes problemas, así que decidió mentir—. ¡Ay, claro que no profesora! ¿Cómo cree? Sí, desde primero me he llevado muy bien con él ¿pero algo más que una amistad? Eso seria una locura
—Es cierto. Loco y prohibido también —Alex sintió que se ponía pálida de golpe. La profesora bajo su taza y la miro—. Yo sé lo que se siente enamorarse de un profesor
— ¿Eh? ¿Usted...?
—Si, fue cuando estaba igual que tu, en quinto año —Alex se sorprendía con cada palabra—. Yo me enamore del que en ese entonces era el profesor de Transformaciones y creí que mis sentimientos eran correspondidos porque también llegue a ser gran amiga de él. Un día después de clases le confesé todo...
— ¿EH?... Lo siento profesora, continúe
—Le dije todo y creí que él sentía lo mismo... pero no fue así. Dijo que si me apreciaba, pero como amiga, pero también me dijo que estaba feliz de ser mi profesor. Yo ya no insistí porque me quedo claro ese día; sin embargo nos volvimos muy buenos amigos.
—Vaya... —se hizo silencio hasta que Alex se atrevió a preguntarle algo—. Disculpe, profesora
— ¿Sí?
—De casualidad... ¿Ese profesor no era...?
—Si estas pensando en Dumbledore... Sí, era él
Alex abrió tanto la boca que pensó que se le caería la mandíbula.
«OK... Esa no me la esperaba» entonces recordó algo
—Profesora, usted me lo esta diciendo porque...
—Porque estas igual que yo en esa ocasión. Pero la diferencia es, que él te corresponde y de la mejor manera
«¡Ahora si estoy en problemas!»
—Lo normal sería que sí. Pero, no lo estas. Ni tampoco él
— ¿Cómo...?
—Más de una vez los vi lanzándose miradas cómplices que, alguien muy observador, se daría cuenta de que significan. El profesor Dumbledore también está enterado, y le parece muy romántico, y más con el simple hecho de que nunca habíamos visto a Severus tan feliz —Alex no podía creer lo que escuchaba ¿estaría soñando?—. Solo traten de ser más discretos y que esto no tenga nada que ver con tus calificaciones ¿entendidos?
—S... Sí ¡entendido, profesora!
—Bien, ya puedes irte
Alex ya se estaba por ir, pero se regreso hacia su profesora y le dio un abrazo.
—Muchas gracias, profesora
McGonagall tardó un momento en reaccionar, pero le respondió el abrazo. Se separaron y la castaña salió del despacho de la Animaga a la mar de bien y de felicidad.
— ¡Que bueno, no paso nada malo! —exclamó Alex con felicidad y se fue hacia su Sala Común
Por desgracia, su felicidad no duro mucho, sino hasta inicios de marzo. En el ED ya comenzaban a aprender el Encantamiento Patronus, pero de pronto llegó Dobby muy agitado y temblando de miedo a la Sala de Menesteres.
— ¡Hola, Dobby! —Exclamó Harry—. ¿Qué haces? ¿Qué pasa?
—Harry Potter, señor... —chilló el elfo, que temblaba de pies a cabeza—. Harry Potter, señor... Dobby ha venido a avisarlo..., pero a los elfos domésticos les han advertido que no digan...
Se lanzó de cabeza contra la pared. Harry, que conocía bien la costumbre de Dobby de autocastigarse, intentó sujetarlo, pero el elfo rebotó en la piedra, protegido por sus ocho gorros. Hermione y algunas chicas soltaron gritos de miedo y pena.
— ¿Qué ha pasado, Dobby? —le preguntó Harry mientras lo agarraba por el delgado brazo y lo apartaba de cualquier cosa con la que pudiera intentar hacerse daño.
—Harry Potter, ella..., ella...
Dobby se golpeó fuertemente la nariz con el puño que tenía libre y Harry se lo sujetó también.
— ¿Quién es «ella», Dobby?
Aunque Harry creía que sabía de quién se trataba; sólo había una persona que pudiera inspirarle tanto temor a Dobby. El elfo levantó la cabeza, lo miró poniéndose un poco bizco y movió los labios, pero sin articular ningún sonido.
— ¿La profesora Umbridge? —preguntó Harry, horrorizado. Dobby asintió, y a continuación intentó golpearse la cabeza contra las rodillas de Harry, pero él estiró los brazos y lo mantuvo alejado de su cuerpo—. ¿Qué pasa con ella, Dobby? ¿Estás insinuando que ha descubierto esta..., que nosotros..., el ED? — Leyó la respuesta en el afligido rostro del elfo. Como Harry seguía sujetándole las manos, Dobby intentó darse una patada y cayó al suelo de rodillas—. ¿Viene hacia aquí? —inquirió Harry rápidamente.
Dobby soltó un alarido y exclamó:
— ¡Sí, Harry Potter, sí!
Harry se enderezó y echó un vistazo a los inmóviles y aterrados alumnos que miraban al elfo, que no paraba de retorcerse.
— ¿QUÉ ESTÁN ESPERANDO? —gritó—. ¡CORRAN!
Entonces todos salieron disparados hacia la puerta, formando un tumulto, y empezaron a marcharse precipitadamente de la sala. Harry los oyó correr por los pasillos y confió en que tuvieran la prudencia de no intentar llegar hasta sus dormitorios. Sólo eran las diez para las nueve; ojalá se refugiaran en la biblioteca o en la lechucería, que quedaban más cerca...
— ¡Vamos, Harry! —gritó Hermione desde el centro del grupo de alumnos que peleaban por salir.
Harry levantó en brazos a Dobby, que todavía intentaba lastimarse, y corrió con él para unirse a sus compañeros.
—Dobby, esto es una orden: baja a la cocina con los otros elfos, y si ella te pregunta si me has avisado, miente y di que no —dijo Harry—. ¡Y te prohíbo que te hagas daño! —añadió, y cuando por fin cruzó el umbral, soltó al elfo y cerró la puerta tras él.
— ¡Gracias, Harry Potter! —chilló Dobby, y echó a correr.
Los cuatro amigos tuvieron que irse por caminos separados para que no sospecharan de qué estaban haciendo algo prohibido. En el camino, Alex pensó en ir a los baños pero tal vez ahí la encontrarían. Opto por ir a la biblioteca pero de pronto algo la ato de los tobillos y cayó de bruces.
— ¿Pero qué...? —se acomodó bocarriba y pudo ver que estaba enredada con una cadena
Se escucho una risa femenina algo ególatra y enseguida supo quien era. Y no necesito ni decirlo porque justamente salió de detrás de una columna.
—Vaya, atrape a la fenómeno
—Parkinson
— ¿Qué estabas haciendo? ¿Tratando de escapar?
—Por desgracia, no hay lugar en el mundo donde alguien pueda huir de tu persona
— ¿Qué dijiste? —La serpiente se le acercó y le dio una patada en el costado—. Solo espera hasta que la profesora Umbridge se encuentre... ¡Ah! Ahí viene, y con Potter.
— ¿Qué? —quedo en postura boca abajo y con horror vio a su amigo siendo llevado por el sapo rosado
— ¡Bien hecho Señorita Parkinson! Cincuenta puntos para Slytherin. Ahora, siga buscando y vaya a los sanitarios de mujeres a ver si se encuentra con otra estudiante.
—Sí profesora —soltó a Alex y se alejó de ahí
Umbridge sujetó con fuerza a los chicos y se los llevó hasta el despacho de Dumbledore, cuando entraron vieron que el viejo director no era el único presente sino también McGonagall, Fudge, Percy Weasley, Kingsley y otro auror. Umbridge los metió con brusquedad y comenzó a hablar con el ministro sobre la reunión secreta ilegal de estudiantes; Fudge se puso contento al saberlo, para estar más seguros —porque ni Harry ni Alex dijeron una sola palabra— llamaron a la persona que les dijo todo. Los dos se sorprendieron de ver que se trataba de la amiga de Cho Chang, Marietta.
Umbridge trató de hacer que la chica hablara, ya que se cubría el rostro con las manos, cuando se las bajo todo el mundo se sorprendió al verla; tenía la cara completamente desfigurada por una apretada franja de pústulas moradas que le cubrían la nariz y las mejillas formando la palabra «SOPLONA».
Volvieron a intentar hacerla hablar pero nada, entonces se conformaron con que contestara con la cabeza. Se sorprendieron cuando ella negó varias preguntas, el asunto iba de mal en peor hasta que Umbridge mostró el rollo de pergamino donde rezaban los nombre del ED y hasta el nombre de éste hasta arriba.
—«Ejército de Dumbledore» —leyó Fudge con una sonrisa triunfante
Los chicos se horrorizaron a, escuchar al director "confesar todo". Fudge ordenó a Kingsley y al otro auror, Dawlish, que lo apresaran pero de pronto algo extraño pasó: Un rayo de luz plateada recorrió la sala; se oyó una explosión, parecida a un disparo, y el suelo tembló; una mano cogió a Harry por el pescuezo y el chico por instinto tomó a Alex del brazo haciendo que se tumbaran en el suelo al mismo tiempo que estallaba un segundo destello de luz plateada; varios retratos gritaron, Fawkes chilló y una nube de polvo llenó el lugar, ellos dos vieron una oscura figura que caía al suelo con un fuerte estrépito ante ellos; se oyó un chillido y un topetazo, y alguien gritó «¡No!»; entonces se oyeron también otros sonidos: ruido de cristales rotos, un frenético correteo, un gruñido... y silencio.
Los chicos giraron la cabeza con dificultad para saber quién era el que los tumbó, y vieron a la profesora McGonagall agachada a su lado; los había tirado al suelo a ellos y a Marietta para que no se hicieran daño. Todavía había polvo flotando en el aire, y les caía suavemente sobre la cabeza. Alex, que jadeaba un poco, distinguió una figura muy alta que avanzaba hacia ellos.
— ¿Están todos bien? —preguntó Dumbledore.
— ¡Sí! —contestó la profesora McGonagall, que se puso en pie y levantó a Harry y a las chicas.
El polvo se estaba dispersando y entonces empezaron a observar el caos que se había producido en el despacho: la mesa de Dumbledore estaba volcada, así como las mesitas de patas delgadas, y los instrumentos plateados habían quedado hechos añicos. Fudge, Umbridge, Kingsley y Dawlish estaban tumbados, inmóviles, en el suelo. Fawkes, el fénix, volaba describiendo círculos sobre ellos y cantaba débilmente.
—Por desgracia, he tenido que alcanzar a Kingsley con el maleficio, porque de otro modo habría resultado sospechoso —dijo Dumbledore en voz baja—. Ha sido muy hábil al modificar la memoria de la señorita Edgecombe cuando todos miraban hacia otro lado. ¿Querrá darle las gracias de mi parte, Minerva? Bueno, no tardarán en despertar, y será mejor que no sepan que hemos podido comunicarnos. Deben comportarse como si no hubiera pasado el tiempo, como si sólo hubieran caído al suelo un momento; ellos no recordarán...
— ¿Adónde va a ir, Dumbledore? —Le preguntó en un susurro la profesora McGonagall—. ¿A Grimmauld Place?
—No, no —respondió Dumbledore con una amarga sonrisa en los labios—. No me marcho para esconderme. Fudge pronto lamentará haberme echado de Hogwarts, se lo prometo.
—Profesor Dumbledore... —dijo Harry.
No sabía por dónde empezar: si por decirle cuánto sentía haber organizado el ED y haber causado tantos problemas, o por cómo lamentaba que tuviera que marcharse para evitar que lo expulsaran a él. Pero Dumbledore se le adelantó antes de que pudiera decirle nada.
—Escúchame bien, Harry. Y tú también, Alex —dijo con urgencia—. Deben estudiar Oclumancia con todo su empeño, ¿entendido? Hagan lo que les diga el profesor Snape, y practiquen todas las noches antes de dormir para que puedan cerrar sus mentes a esos malos sueños. Pronto entenderán por qué, pero deben prometerme... —Dawlish empezaba a moverse. Entonces Dumbledore agarró a Harry por una muñeca y Alex se acercó más—. Recuerden, cierren sus mentes... —se volvió hacia la chica—, y sigue practicando tu magia elemental —Pero cuando los dedos del director sujetaron la muñeca de Harry, éste notó una punzada de dolor en la cicatriz de la frente y volvió a sentir aquel terrible deseo de atacarlo, de morderlo, de herirlo, pero también Alex sintió esas punzadas de dolor en el rostro y en el antebrazo y tuvo la misma sensación—. Pronto lo entenderán —susurró Dumbledore.
En ese momento Fawkes trazó un último círculo por el despacho y descendió sobre el director. Dumbledore soltó a Harry, levantó una mano y asió la larga y dorada cola del fénix. Se produjo un fogonazo y ambos desaparecieron.
— ¿Dónde está? —bramó Fudge incorporándose—. ¡¿Dónde está?!
— ¡No lo sé! —gritó Kingsley, y se levantó del suelo.
— ¡No puede haberse desaparecido! —Gritó la profesora Umbridge—. ¡Nadie puede aparecerse ni desaparecerse dentro del colegio!
— ¡La escalera! —gritó Dawlish, y se precipitó hacia la puerta; la abrió y salió por ella, seguido de cerca por Kingsley y la profesora Umbridge.
Fudge titubeó, aunque luego se puso lentamente en pie y se quitó el polvo de la ropa. Hubo un largo y tenso silencio.
—Bueno, Minerva —dijo el ministro con crueldad, alisándose la manga de la camisa que se le había roto—, me temo que éste es el fin de su amigo Dumbledore.
— ¿Eso cree? —replicó con desprecio la profesora McGonagall. Fudge fingió no haberla oído y echó un vistazo al destrozado despacho. Unos cuantos retratos lo abuchearon; uno o dos hasta le hicieron gestos groseros.
—Será mejor que lleve a esos tres a la cama —aconsejó Fudge dirigiéndose de nuevo a la profesora McGonagall, y señaló con la cabeza a Harry y las chicas.
La profesora no respondió nada, pero los guió hacia la puerta. Cuando ésta se cerró tras ellos, oyeron la voz de Phineas Nigellus, que decía:
— ¿Sabe qué le digo, señor ministro? Discrepo de Dumbledore en muchos aspectos, pero no podrá negar que tiene clase...
A la mañana siguiente apareció en los tablones de anuncio el nombramiento de Umbridge como nueva directora; esto causó varios murmullos entre los alumnos pero no perdían la esperanza de que el viejo director regresara. Todos los alumnos (menos los Slytherin) y los profesores odiaban a la profesora; pero más los gemelos, quienes le jugaron una broma con unos fuegos artificiales mágicos que tomaban diferentes formas, eran coloridos y dependiendo del hechizo que les lanzará uno tendría una reacción desastrosa.
Las clases de Oclumancia seguían siendo una tortura para Harry, ya que como no tenía un buen control sobre sus emociones, lo hacían muy vulnerable. Alex ya lo dominaba sin problemas pero seguían yendo al despacho de Severus para seguir practicando. Estas clases seguían con normalidad hasta que Harry metió la pata; mientras Severus salió a resolver unas cosas de sus alumnos, Harry aprovechó para ver los recuerdos que Severus dejó en el Pensadero. Severus lo descubrió al regresar y lo echó de su despacho.
El chico regresó a la Sala Común asustado. Ron y las chicas le preguntaron que paso y Harry les contó casi todo.
—Pero ¿por qué ya no tienes clases particulares de Oclumancia? —preguntó Hermione con expresión ceñuda.
—Ya te lo he dicho —murmuró Harry—. Snape cree que ahora que he aprendido los conceptos básicos puedo seguir estudiando por mi cuenta.
— ¿Quiere eso decir que no tienes sueños raros? —inquirió Hermione con escepticismo.
—Bueno, casi nunca —respondió Harry sin mirar a su amiga.
— ¡Pues no creo que Snape deba interrumpir las clases hasta estar completamente seguro de que puedes controlarlos! —exclamó la chica, indignada—. Harry, creo que deberías volver a su despacho y preguntarle...
—No —repuso Harry, tajante—. Déjalo, Hermione, ¿quieres?
Alex no creía en lo que Harry dijo, cuando se trata de Harry y Severus sabía que nada bueno se podía esperar; se puso de pie y salió de la Sala Común ante la atenta mirada de sus amigos.
— ¿Ahora a dónde va? —preguntó Ron
—Creo que fue a hablar con Snape —opino Hermione
— ¿Qué? ¡No puede ser! —exclamó Harry—, se meterá en problemas por mi culpa. Será mejor que vaya por ella
— ¡Harry, espera!
— ¿Qué, Hermione?
—Lo mejor será que la dejes hacer esto sola. Ya bastantes problemas tienes con Snape como para que empeores las cosas
—Gracias por eso, si que motiva. Pero tienes razón
Alex llegó a las mazmorras y cuando estaba por llegar a la puerta del despacho de Severus, escucho ruidos viniendo de su interior. La chica corrió y trato de abrir la puerta pero estaba cerrada con llave, así que comenzó a tocar la puerta.
—Severus... ¡Severus soy yo, Alex! ¡Sev, ábreme por favor!
Alex se desesperó al no escuchar alguna respuesta de Severus, con su poder de tierra separo un poco la pared de la puerta para poder abrirla sin problema, al hacerlo el ruido se hizo mas fuerte.
— ¿Ahora que le pasa? —abrió la puerta de un tirón
Mal la abrió, paso junto a ella un frasco que se estrelló contra la pared y estalló en pedazos.
— ¡Severus Snape Prince! ¿Qué rayos te pasa? ¡Casi me das!
Pero al parecer él no la escucho. Se adentró al despacho y otro frasco salió disparado hacia su cara, con su poder de aire logró evitar que le diera y lo arrogó a otro lado. Vio a Severus detrás de su escritorio completamente molesto y lanzaba todo lo que tenía a su paso.
— ¡Severus!
El profesor no se volteo, estaba realmente fuera de sí. Alex comenzó a acercársele con cuidado, cuando le puso una mano en el hombro, él reaccionó de manera violenta tomándola de la muñeca y acercándola a su cuerpo.
— ¡Severus!
El profesor al ver que era ella comenzó a calmarse, pero se dio cuenta de como la estaba sujetando y la soltó con horror.
—Alex, yo... lo siento
—Tranquilo, no es nada —dijo Alex, frotándose un poco la muñeca
— ¿Qué haces aquí?
—Harry nos "contó" que ya no vas a darle las clases de Oclumancia
Severus dejó escapar un gruñido de odio y se alejó de ella para no reaccionar de manera violenta otra vez contra ella.
— ¿Qué pasó?
Antes de contestar, dio un puñetazo a la pared y trato de calmar su respiración. Cuando lo hizo la miro y le indicó que se acercara. La chica lo hizo y vio que se trataba del Pensadero.
—Lo que hay aquí adentro... Es la razón por la que cancelé las clases de Oclumancia con Potter.
— ¿Qué recuerdo tienes aquí como para que te enojaras de ese modo?
—Míralo y lo sabrás
—Está bien. Vamos
—No, ve tú
— ¿Por?
Severus le dio la espalda y dio unos pasos lejos de ella.
—No quiero volver a recordarlo... Es muy doloroso
—Severus...
—Solo míralo ¿quieres? —y se fue a sentar a su escritorio recargando los brazos en él y ocultó su rostro entre las manos.
Alex miro el Pensadero; los recuerdos se remolinaban en su interior de manera uniforme. La chica suspiro antes de hundir su cabeza en la vasija de piedra. Inmediatamente, el suelo del despacho dio una sacudida y cayó de cabeza dentro del Pensadero. Se precipitaba en una fría oscuridad, girando con furia sobre sí misma, y entonces...
Estaba de pie en medio del Gran Comedor, pero las cuatro mesas de las casas habían desaparecido, y en su lugar había más de un centenar de mesitas, orientadas hacia el mismo sitio, y en cada una de ellas, sentado con la cabeza gacha, había un estudiante que escribía en un rollo de pergamino. Sólo se oía el rasgueo de las plumas y, de vez en cuando, un susurro cuando alguien colocaba bien el trozo de pergamino. Era evidente que se trataba de un examen. El sol entraba a raudales por las altas ventanas y caía sobre las cabezas de los alumnos, arrancándoles destellos dorados, cobrizos y castaños. Alex miró atentamente a su alrededor. Severus estaba sentado a una mesa colocada detrás de Alex y se quedó mirándolo. El adolescente Severus tenía un aire pálido y greñudo, como una planta que no ha visto mucho la luz. Su cabello, lacio y grasiento, caía sobre la mesa; y mientras escribía, tenía la ganchuda nariz pegada al trozo de pergamino. Alex se colocó detrás de Severus y leyó el título de la hoja del examen: «DEFENSA CONTRA LAS ARTES OSCURAS. TIMO.» Así pues, Severus debía de tener quince o dieciséis años, más o menos la edad que tenía Alex. Su mano iba rápidamente de un borde al otro del pergamino; había escrito como mínimo treinta centímetros más que sus vecinos, y eso que su letra era minúscula y muy apretada.
—Al menos tu letra se entiende mejor que la mía —comentó Alex con una sonrisa. Se colocó enfrente él y se puso en cuclillas recargando sus brazos en la mesa y recargando su cabeza en estas—. No has cambiado en nada —y dejó escapar una risita.
— ¡Cinco minutos más!
Alex se sobresaltó al oír aquella voz. Giró la cabeza, se levantó y vio la parte superior de la cabeza del profesor Flitwick, que se movía entre las mesas, a escasa distancia. Entonces vio a James Potter a unas mesas de ahí; pudo comprobar que, efectivamente, Harry era igualito a su padre.
—Harry, si que no niegas la cruz de tu parroquia
Siguio mirando todo el lugar y encontró a Sirius y a Remus, hasta a la rata traicionera.
— ¡Dejen las plumas, por favor! —Chilló el profesor Flitwick—. ¡Tú también, Stebbins! ¡Por favor, quedense sentados en sus sitios mientras yo recojo las hojas! ¡Accio!
Más de un centenar de rollos de pergamino salieron volando por los aires, se lanzaron hacia los extendidos brazos del profesor Flitwick y lo hicieron caer hacia atrás. Varios estudiantes rieron. Un par de alumnos de las primeras mesas se levantaron, sujetaron al profesor por los codos y lo ayudaron a levantarse.
—Gracias, gracias —dijo jadeando—. ¡Muy bien, ya pueden irse todos!
Alex escuchó a Severus levantarse y recoger sus cosas. El chico se puso la mochila en el hombro y tomó la hoja de pergamino del examen, repasando las preguntas mientras caminaba hacia la salida. Alex comenzó a seguirlo hasta los jardines y vio que se sentó en la hierba bajo la sombra de unos matorrales.
Estuvieron ahí sentados por un largo rato hasta que Severus se pudo de pie con la intención de regresar al castillo hasta que se escucho una voz con tono arrogante.
— ¿Todo bien, Quejicus? —preguntó James en voz alta.
Severus reaccionó tan deprisa que dio la impresión de que estaba esperando un ataque: soltó su mochila, metió la mano dentro de su túnica y cuando empezó a levantar la varita, James gritó:
— ¡Expelliarmus!
La varita de Severus saltó por los aires y cayó con un ruido sordo en la hierba, detrás de él. Sirius soltó una carcajada.
— ¡Impedimenta! —exclamó éste señalando con su varita a Severus, que tropezó y cayó al suelo cuando se lanzaba a recoger su varita.
Muchos estudiantes se habían vuelto para mirar. Algunos se habían levantado y se acercaban poco a poco. Unos parecían preocupados; otros, divertidos. Severus estaba tirado en el suelo, jadeante. James y Sirius avanzaron hacia él con las varitas levantadas; James giraba de vez en cuando la cabeza para mirar a unas chicas que había sentadas al borde del lago. Colagusano también se había puesto en pie y había pasado junto a Remus para ver mejor.
— ¿Cómo te ha ido el examen, Quejicus? —preguntó James.
—Me he fijado en él, tenía la nariz pegada al pergamino —aseguró Sirius con maldad—. Su hoja debe de estar llena de manchas de grasa; no van a poder leer ni una palabra.
Varios estudiantes que estaban mirando rieron; era evidente que Severus no tenía muchos amigos. Colagusano rió con estridencia. Severus, por su parte, intentaba levantarse, pero el embrujo todavía duraba, de modo que forcejeaba como si estuviera atado con cuerdas invisibles. —Esperen... y verán... —dijo entrecortadamente contemplando con profundo odio a James—. ¡Esperen... y verán!
— ¿Qué veremos? —preguntó Sirius impávido—. ¿Qué vas a hacer, Quejicus, limpiarte los mocos en nuestra ropa?
Severus soltó un torrente de palabrotas mezcladas con maleficios, pero como su varita había ido a parar a tres metros de él, no pasó nada.
—Vete a lavar esa boca —le espetó James—. ¡Fregotego!
Inmediatamente empezaron a salir rosadas burbujas de la boca de Severus; la espuma le cubría los labios, le provocaba arcadas y hacía que se atragantara...
— ¡DEJENLO EN PAZ!
James y Sirius giraron la cabeza. Inmediatamente, James se llevó la mano que tenía libre a la cabeza y se revolvió el cabello. Era una de las chicas de la orilla del lago. Tenía una poblada mata de cabello rojo oscuro que le llegaba hasta los hombros, y unos ojos almendrados de un verde asombroso, iguales que los de Harry. Era la madre de su amigo.
— ¿Qué? —dijo Alex, sorprendida
— ¿Qué tal, Evans? —la saludó James con un tono de voz mucho más agradable, grave y maduro.
—Dejenlo en paz —repitió Lily. Miraba a James sin disimular una profunda antipatía—. ¿Qué les ha hecho?
—Bueno —respondió James, e hizo como si reflexionara acerca de la pregunta—, es simplemente que existe, no sé si me explico...
— ¿Cómo té atreves a hablarle de esa manera?
Otra chica se acercó al alboroto y Alex sintió que casi se le salía el corazón; la chica que se acercó era exactamente idéntica a ella, parecía su gemela o que era ella misma la que estaba ahí.
— ¿Qué rayos...? ¿Qué estoy haciendo ahí?
Sirius se acercó con aire arrogante hacia la otra castaña.
—Jones ¿cómo has estado?
—Mejor cállate, Sirius. Si Severus no les estaba haciendo nada, entonces DEJENLO en paz.
—Esta bien, lo dejaremos en paz —dijo Sirius
—Pero si salen con nosotros —dijo James—. Vamos, salgan con nosotros y no volveremos a apuntar a Quejicus con mi varita.
A sus espaldas, el efecto del embrujo paralizante estaba remitiendo y Severus se arrastraba con lentitud hacia su varita, escupiendo espuma de jabón.
—No saldríamos con ustedes ni aunque tuviéramos que elegir entre ustedes y el calamar gigante —le aseguró Lily.
—Lily, mejor no te involucres en esto. Yo puedo sola.
—Pero, Alex...
— ¿PERDÓN? —Exclamó incrédula la castaña—. ¡Esto tiene que ser una broma!
—Lástima —dijo Sirius y entonces miró a Severus—. ¡Hey!
Demasiado tarde: Severus apuntaba con su varita a James; se produjo un destello de luz, un tajo apareció en la cara de James y la túnica se le manchó de sangre. James giró rápidamente sobre sí mismo: hubo otro destello, y Severus quedó colgado por los pies en el aire; la túnica le tapó la cabeza y dejó al descubierto unas delgadas y pálidas piernas y unos calzoncillos grisáceos.
Muchos de los curiosos vitorearon a James; Sirius, James y Colagusano rieron a carcajadas.
Jones se acercó a Severus con la intención de bajarlo, pero no pudo. Entonces se encaró a los merodeadores.
— ¡Bájenlo!
—Como quieras —convino James, y apuntó hacia arriba con su varita.
Severus cayó al suelo como un montón de ropa arrugada. Se desenredó de la túnica y se puso rápidamente en pie, con la varita en la mano, pero Sirius exclamó « ¡Petrificas totalus!» y Severus volvió a caer de bruces, rígido como una tabla.
La chica Jones se acercó a Severus y trato de levantarlo, pero el chico pesaba más que ella por lo que le fue imposible. Lo único que se le ocurrió hacer fue ponerse de pie enfrente de él, a modo de protegerlo.
— ¡DÉJENLO EN PAZ! —gritó Jones, que ahora también enarbolaba su varita. James y Sirius la miraron con cautela.
—Jones, no nos obligues a echarte un maleficio —protestó James con seriedad
— ¡Pues retírale la maldición! —exigió Jones
—Mejor hazlo ya, amigo —dijo Sirius a James
El aludido exhaló un hondo suspiro, se volvió hacia Severus y pronunció la contramaldición.
—Ya está —dijo mientras Severus se ponía trabajosamente en pie—. Has tenido suerte de que tu novia estuviera aquí, Quejicus...
— ¡No necesito la ayuda de una asquerosa sangre sucia como ella!
Todos los presentes se sorprendieron ante estas palabras, pero más Severus. Tanto Alex como su tocaya del pasado se quedaron heladas por lo que pasó. Jones bajó los brazos y se volteó a mirar a Severus. El azabache vio que unas lágrimas comenzabas a escapar del rostro de su novia.
—Alex, lo siento... De verdad, yo no quise... —el chico trató de acercársele pero ella dio un pisotón y la tierra se levantó cortándole el paso.
—Bien, entonces la próxima vez no me meteré donde no me llaman. Y por cierto — añadió—, yo que tú me lavaría los calzoncillos, Quejicus.
— ¡Pídele disculpas a Jones! —le gritó Sirius a Severus, apuntándolo amenazadoramente con la varita.
—No quiero que lo obligues a pedirme disculpas —le gritó Jones a Sirius—. Tú eres tan detestable como él.
— ¿Qué? —Gritó Sirius—. ¡Yo jamás te llamaría... eso que tú sabes!
—Siempre estás luciéndote y presumiendo por todo el colegio. ¡Solamente eres un tonto mujeriego, que juega con los sentimientos de las chicas! ¡Tú y tu amigo me dan asco! Y en cuanto a ti —miro a Severus de manera amenazante y con las lágrimas cayendo por sus mejillas—. ¡No te me vuelvas a acercar! ¡NUNCA!
—Alex...
— ¡TE ODIO! —y salió corriendo hacia el castillo
— ¡Jones! —Le gritó Sirius—. ¡Eh, JONES!
Pero la chica no miró hacia atrás.
—Alex —Sirius se veía muy mal por la reacción de la chica y entendía que le doliera, ya que fue su novio (o mejor dicho ex-novio) quien le grito eso. Entonces se produjo otro destello y Severus volvió a colgar por los pies en el aire, Sirius volteo y vio que fue James
— ¿Quién quiere ver cómo le quito los calzoncillos a Snape?
Pero Alex no llegó a saber si James le quitó los calzoncillos a Severus o no, porque sintió una mano fuerte sobre su hombro. Miro sobre este vio que se trataba del Severus adulto.
—Creo que ya has visto suficiente
Alex notó que se elevaba por el aire; los soleados jardines se evaporaban a su alrededor; subía flotando por una gélida oscuridad, y la mano de Severus seguía sujetándola con firmeza del hombro. Entonces, con la sensación de que caía en picado, como si hubiera dado una voltereta en el aire, sus pies dieron contra el suelo de piedra de la mazmorra de Severus, y se encontró de nuevo plantada ante el Pensadero que había encima de la mesa del oscuro despacho de su novio.
El hombre la soltó y se alejó de ella; Alex todavía no podía creer lo que acaba de ver y no sabía que le sorprendía más: de que esa chica, Jones, fuera "su clon" o de que Severus se atrevía a decirle de esa manera a quien fue su novia.
—Severus —estaba todo en silencio—, yo... no puedo creer que le gritaras eso. Ella solamente quería ayudarte ¿Cómo fuiste capaz de...? —pero la frase se quedo al aire.
El profesor estaba parado detrás de ella con la cabeza baja haciendo que su cabello le cubriera un poco el rostro, y eso no impidió que Alex viera que algunas lagrimas corrían por sus mejillas. La chica intento decir algo, pero Severus se le adelanto abrazándola con fuerza y dejando escapar un sollozo.
—Sé que no tengo perdón por lo que hice. Aunque debería de alegrarme porque si me perdonó (aunque tardo un tiempo en hacerlo), sigo sintiéndome como el peor bastardo del mundo por haberle dicho eso cuando ella solamente trataba de ayudarme
—Severus...
El profesor rompió el abrazo pero no se alejo de ella. Alex acercó una mano a su rostro y le limpio las lagrimas; el tomo su rostro entre sus manos.
—Por eso me esfuerzo para evitar que nada malo te pase ni hacerte llorar, no quiero pasar por el mismo dolor que antes
Alex le acaricio las manos sin quitarlas de su rostro; se acercó a él y le dio un beso. Severus bajo las manos hasta la cintura de la chica mientras que ella rodeo su cuello con las suyas. Estuvieron besándose por un largo rato hasta que Alex lo rompió.
—Todos cometemos errores, Severus. De esa manera la gente aprende; sé que eres una persona fuerte que se preocupa por sus seres queridos. Además, ya es hora de que alguien te cuide y te proteja, no solamente tienes que hacerlo tú.
Severus la abrazó con fuerza, sabía que ella era la indicada. Ya se empezaba a hacer tarde y los dos tenían que descansar; Alex regresó a su Sala Común con una sonrisa, no logro convencerlo de que le volviera a dar clases de Oclumancia a Harry, pero aprendió un poco más sobre el pasado de su novio y se prometió a si misma que haría todo lo posible porque Severus ya no sufriera y fuera feliz.
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