💋🔥CAPÍTULO 17 - POR LA ALTIVEZ DE SU ROSTRO💋🔥
Cuando escuché la voz de Amanda confirmando que mi hermano seguía vivo, la tensión acumulada se relajó. Pude dejarme caer sobre el sofá del piso franco, tranquila. Me había pasado todo el atraco observando las cámaras de videovigilancia que hackeó Hugo. Él seguía sentado en su silla frente al escritorio, con tres monitores encendidos mostrando lo que ocurría en todo momento. Cuando pasaron al plan B, los perdimos de vista. En las alcantarillas no teníamos ojos ni oídos.
Los agentes del SSI que trabajaban para nosotros permanecían atentos al movimiento en las ventanas. Nos protegían como si fuésemos testigos. Eran guardaespaldas leales a Hugo, pero no llegaba a comprender hasta qué punto estarían dispuestos a ceder ante sus órdenes. Era un estratega, y una mente peligrosa. Por eso lo admiraba. Sus pensamientos tenían el potencial de cien comandantes de guerra.
El walkie-talkie sonó y el perezoso lo agarró con los dedos en una pose extraña. Se había sentado en la silla con las piernas sobre el reposabrazos. Debía ser incómodo, pero en su caso no parecía generarle malestar alguno.
—Hugo, estamos de camino. Haz que tus hombres nos abran —pidió Lucifer. Su voz me removió las mariposas del estómago.
—Chicos, tenemos visita —anunció.
Cuatro de los agentes trajeados dejaron de lado sus puestos y se marcharon por la puerta del apartamento.
En esa pausa intermedia, Hugo descargó unas imágenes del ordenador en un disco duro y borró los datos que había usado. Devolvió el control de las cámaras del banco a sus dueños y desconectó los dispositivos. Al apagarlos, los rompió a patadas. No quedaría ningún rastro que los relacionara. No era necesario.
—¿Qué hay en ese disco duro? —pregunté con intriga.
—Pruebas —contestó él. Se colocó a mi lado en el sofá—. Las necesitaremos para más adelante.
Sus párpados estaban a medio camino de cerrarse. Llevaba más tiempo despierto que nunca y se le notaba disperso. Conservaba la capacidad mental, pero su físico empezaba a fallar. Era torpe.
—¿Necesitas dormir? Yo los recibiré. —Me incorporé para observarlo. Él se acomodó.
—No. Es vital para la misión que yo siga despierto. Pronto entenderás por qué. —Sus ojos mostraban una seguridad que me excitaba. Lo tenía todo controlado—. Aunque me preocupa un sueño que tuve, antes del atraco.
—Sorpréndeme. —Abrí los ojos, doblando las piernas y apoyando la mejilla sobre una mano.
—Estaba en un lugar abandonado. Era como una fábrica rara, o igual no. Puede que fuese un edificio, así como en construcción —hacía aspavientos, confuso—, no sé.
—Sí, Calatrava, ¿y? —Arqueé las cejas, expectante.
Se quedó pensativo. Imaginé que sería porque no lo recordaba, pero cuando vi que se estaba quedando dormido, tuve que chasquearle los dedos en la oreja.
—Ay, perdón. —Dio un brinco en el sitio. Sacudió la cabeza—. Pues resulta que en el edificio este había un poema escrito en sangre ahí, en la pared. O igual no era un poema. No rimaba, eso es verdad.
Por la altivez de su rostro,
El fuego todo lo consume.
Como el agua se corrompe si no se mueve,
Y la tierra se traga chicas rotas.
—Luego hay un inciso que no llegué a leer porque lo tapaba una mancha. Eliminaron la frase antes del final —añadió Hugo, impasible—. El último verso era "la princesa y el ángel caído".
—¿Qué crees que significa?
—Nada bueno —asintió. Me miró de refilón—. No hace falta que seamos genios de la literatura para entender a quién se refiere en ese final.
No entendía qué quería decir. Parecía que su sueño se refería a Lucifer y a mí, eso era evidente, pero no comprendía su objetivo. Faltando un verso o quién sabe cuántos más, no podíamos dar por hecho que fuese negativo. Deseaba que no lo fuera para mis adentros.
—¿Alguna vez se han cumplido tus sueños? Nunca me habías contado nada de eso. —Jugueteaba con un mechón pálido.
—Pues no lo sé, porque nunca me había fijado hasta ahora. Me llamó tanto la atención que empieza a darme miedo no tener el control sobre ellos.
La puerta del piso se abrió y un Pol lleno de arena entró. Tenía una cuchilla clavada en el chaleco antibalas. Un agente ayudó a quitársela.
Me puse en pie al ver a Lucifer. Él llegó segundos más tarde. Al verme, ambos sonreímos.
—Hola, Cass.
—Hola, Luci. —El corazón me latía con pasión.
Hugo se incorporó, protector conmigo. Saludó al rey con el mentón y él respondió con el mismo gesto.
—Tú, hijo de puta. —Señaló Pol al perezoso—. ¿De qué cojones vas? Sé que fuiste tú el cabrón de las cámaras.
—No sé de qué me hablas. —Se encogió de hombros Hugo.
El empresario quiso abalanzarse sobre él, pero dos agentes del SSI lo frenaron justo a tiempo. Lo empujaron a un lado.
—¿Tenéis la daga? —pregunté con ilusión.
Lucifer la extrajo de su pantalón, limpiando el filo con la camisa. Era preciosa, con diamantes incrustados de tonalidades rosas y negras. Su esencia etérea tenía el brillo de las estrellas, poderosa y ancestral.
—Ahora falta ver cómo negociamos con el resto de Ángeles de la Muerte para que se dejen de gilipolleces y nos devuelvan el trono. —Lucifer agarró su móvil.
—¿Me la dejas un momento para matar al puto imbécil que casi se carga a mi hermano? —grité con ira sin dejar de mirar a Pol.
Él dejó una distancia prudente con los demás. Sacudía la cabeza, negando cualquier afirmación que soltáramos por la boca.
—Esa daga debería ser mía. Es mi gente la que ha muerto por ella. Soy yo quien ha perdido cientos de miles de euros. —Dio un puñetazo contra la mesa—. Dámela. ¡Me pertenece!
Me quité el zapato y se lo arrojé a la cabeza. Lucifer tuvo que sostenerme con un brazo para que no siguiera. Me tiró al sofá de un empujón.
—Cálmate. —Al señalarme, vi en sus ojos preocupación—. Voy a ver si puedo contactar con Augusto. Zanjaremos esto hoy.
Los agentes del SSI cubrieron las salidas. La distracción que les ofrecía que Pol no parase de lanzar maldiciones los ayudó a pasar desapercibidos. Me fijé en su seriedad y sospeché. ¿Qué tramaba Hugo? Lo miré y vi que estaba ido. Se cruzó de brazos, dubitativo, ignorando los estímulos externos.
—Lucifer, Lucifer... —Sonó la voz de Augusto al otro lado del teléfono—. Has matado a dos de mis ángeles y has robado la daga. ¿Qué más quieres?
—Lo que me pertenece. Reúnete con tus ángeles y acepta a los Pecados Capitales como únicos reyes. —Lucifer tenía puesto el manos libres—. Si no lo haces, os borraré uno a uno.
—Es una lástima que para conseguir tu corona necesites estar vivo —rio con tranquilidad Augusto mientras Hugo abría los ojos. El chico hizo un gesto con los dedos—. Adelante, Pol. Procede.
El empresario sacó su pistola y me apuntó. La llamada colgó. Levanté los brazos, tensa. Me puse en pie. Lucifer me protegió con su cuerpo.
—Lo siento, jefe, pero era el único modo de sobrevivir.
Los agentes del SSI lo placaron. El disparo rozó el brazo del rey. Lo tumbaron y lo colocaron boca abajo sobre el suelo. Usaron unas esposas para inmovilizarlo.
—Pol Gamón —anunció Hugo, preparado para la ocasión— quedas detenido por atraco a mano armada, conspiración contra la autoridad real y abuso sexual.
Los agentes lo levantaron del suelo, pero él se resistió. Negaba cada uno de los crímenes por los que se le acusaba, pero estaba contra las cuerdas.
—¿Qué pruebas tienes? —gimió en su camino por la puerta.
—Lo comprobarás durante el juicio.
Aquello colocó una mueca de satisfacción en mi rostro. Me enorgullecía la astucia de mi amigo dormilón. Entendía por qué Bela había aparecido un par de horas atrás con un puñado de documentos firmados por empleados de Cherkirov.
El perezoso suspiró, dirigiendo su mirada hacia el monarca.
—Lucifer Morningstar —anunció con tristeza, impasible. Los agentes del SSI le arrebataron la daga y lo esposaron. Me separaron de él—. Quedas detenido por el asesinato de Ángeles de la Muerte, por atraco a mano armada y por el homicidio de Johanna.
Se me heló la cabeza. Me quedé petrificada viendo cómo Luci fruncía el ceño. Vi en sus ojos que se sentía traicionado. En parte habría deseado impedirlo, pero por otra no podía moverme. El bloqueo me ancló al suelo.
Hugo recibió la daga con desgana. Se la guardó en el pantalón, indiferente.
Los guardaespaldas trajeados se retiraron del piso.
Esa era la razón por la que ningún equipo de investigación privada intervino durante el atraco. Ningún servicio de inteligencia se atrevió a meterse porque ya había uno sobre el caso.
—¿Qué has hecho...? —susurré con el corazón en la garganta.
—Justicia —bufó Hugo mientras se desplazaba hasta donde me encontraba—. Apenas tengo pruebas contra Luci, tranquila. Quería asegurarme de que no se viniera arriba con la soberbia. Tengo un mal presentimiento sobre él.
Y lo creía. Confiaba más en él que en mí misma, pero aun así me sentía frustrada. No quería que tomara decisiones por los demás.
—¿Lo has hecho para protegerme? ¿Por un sueño que has tenido?
Le di un empujón suave, inocente. No sabía cómo sentirme. No entendía por qué me sentía sucia.
—Lo he hecho porque no conozco sus intenciones. Y como podrás entender, para alguien que trabaja investigando las motivaciones de otros, es alarmante. —Me agarró de las mejillas con suavidad—. El instinto me pide que sea precavido con Lucifer.
Yo tampoco conocía los enigmas que su alma acallaba. Fue la razón principal por la que no volví a llamarlo desde la noche en el hotel. Una parte de mí seguía desconfiando, despreciándolo por sus mentiras. La otra, en cambio, veía su amor y los detalles que demostraban lo que las palabras no podían. A veces me ponía en medio de esas dos partes y me preguntaba cuál me diría la verdad más honesta.
—Creo que me impliqué demasiado aquel día en el parque. Ya no sé quién se obsesionó de quién. —La intensidad emocional me superaba—. ¿Qué crees que debo hacer?
—Aclarar los sentimientos y mantener tus valores. El camino te llevará a la respuesta.
Observaba el armario del ático sin dejar de pensar en lo ocurrido. Mi hermano se quejaba por sus heridas, tendido en la cama.
Habían pasado dos días desde el golpe y a ojos de la opinión pública, Pol era el único culpable.
Soltaron a Lucifer por influencia de Hugo tras varias conversaciones profundas de las que no me contaron nada. Supuse que ya habría identificado la motivación del rey.
No esperaba que llamara para contármelo.
Mis ojos se depositaron sobre el vestido negro de mi madre. Lo sostuve entre mis manos. Acaricié el tejido con suma atención. El fragmento roto que me hice en la boda seguía ahí, sin arreglar. No lo veía con tanta inseguridad. Me lo llevé al cuarto, donde yacía mi mellizo con la vista fija en el móvil.
Disimuló que no lo estaba usando y lo dejó sobre la mesilla de noche. Fingió dormir, pero no me engañaba.
—¿Recuerdas la historia que nos contaba el tío Edvin sobre su amante secreta? —pregunté sabiendo que me oía—. Cada Navidad decía lo mismo y nos reíamos de él por lo absurdo que sonaba.
Me desnudé y me puse el vestido de nuevo. Posé frente al espejo de pie en el cuarto, percibiendo el contraste entre sus tonos y mi piel, mi pelo, mis ojos. Adoraba cómo me quedaba y sentía que podía volver a danzar como una niña cada vez que lo llevaba puesto. Me daba seguridad.
—Estoy durmiendo —respondió Thiago, todavía con los ojos cerrados—. Desconectando Alexa Cassandra.
—Le he estado dando vueltas a la anécdota. He tenido tiempo para reflexionar. —Abrí un cajón, rebuscando entre ropa interior y juguetes sexuales hasta que me topé con un álbum familiar antiguo. Me senté al borde de la cama y lo abrí para ver las fotografías—. Él siempre comentaba que consiguió enamorar a una reencarnación de la soberbia en sus años mozos. Papá y mamá se reían mucho cuando hablaba de lo grandes y esponjosas que tenía las tetas.
Solté una carcajada, revisando las imágenes. Me veía en un columpio, de pequeña, balanceada por mi madre. Había heredado el color de ojos de ella, igual que los cabellos. Una de las siguientes mostraba a mi hermano con un bate de béisbol tras un partido en el que su equipo ganó. Mi padre no sonreía. Estaba a su lado como una sombra silenciosa. No encajaba en la felicidad del momento.
—Tu memoria ha retrocedido en el tiempo, eh.
Lo ignoré.
—Lo tomábamos a coña. Cómo iba el tío Edvin, un hombre fracasado y desgraciado, sin atractivo alguno, a conquistar a una reencarnación de la realeza de los demonios —fingí la voz de mi padre y aquello hizo reír a mi hermano—. Y aquí estamos, diez años más tarde, solos a consecuencia de un incendio ordenado por la soberbia.
—El tío era mejor persona que papá y mamá. Puede que la sedujera usando otro tipo de encantos. Se le daba genial el humor y era protector y leal. —Thiago abrió los ojos, pensativo.
—Eso mismo pienso yo —bufé, viendo la foto familiar que más recuerdos me traía—. Creo que nunca mintió... Fueron papá y mamá quienes nos engañaron.
En la imagen, mi hermano me apretaba de la mano. Mi padre me agarraba del hombro. Me dolía de tan solo rememorar la firmeza con la que lo hacía. Mi madre agarraba de la cintura a mi hermano, ambos fingiendo una sonrisa irreal. Bello era el mejor adjetivo que podía usar para describirnos. Pero vacío era más acertado.
—¿Por qué lo piensas? —El chico hizo un esfuerzo por incorporarse, arrugando el rostro de dolor. Estaba cubierto de vendas.
—¿Te suena que se mencione en la historia la presencia de un amorío entre la esposa del padre de Lucifer y otra persona? —Cerré el álbum y lo volví a colocar en su sitio.
—Por encima de sus cadáveres hubiesen permitido que se descubriera un secreto así, mucho menos ponerlo de eslogan de la familia.
—Puede que el tío dijera la verdad. Se acostó con la madre de Lucifer, sin ser reencarnación de lujuria ni nada, y su esposo lo vio como una ofensa tan profunda que los liquidó. —Me acerqué al espejo de nuevo, rememorando las llamas—. Ya te acuerdas de lo que pasó. El Ángel de la Muerte torturó a papá y a mamá. Les hizo cosas horribles antes de matarlos. Y al pobre Edvin se lo llevaron por delante con una puñalada rápida, como con pena.
—Aún tengo pesadillas con lo que ese ángel le hizo a mamá en la lengua.
Veía los recuerdos de esa noche como si hubiesen sucedido escasos días atrás. Le pedí a mi madre que me prestara su vestido. Atardecía en la mansión de los Asmodeus y la brisa otoñal nos acariciaba en el jardín. Durante la cena, mi padre comía serio y mi madre nos reñía si no actuábamos como príncipes. Por la noche, me puse a bailar en mi cuarto, sola por costumbre. No me dejaban salir de casa los fines de semana. Los viernes los pasaba imaginando cómo sería vivir en la piel de una chica normal.
Cuando llegaron las llamas, Thiago me sacó. El Ángel de la Muerte amputaba la pierna de mi padre. Se preparaba para hacerle crímenes peores en el resto de las extremidades. No pudimos ayudarlos. El tío Edvin fue quien actuó por nosotros. Priorizó nuestras vidas, pese a saber que si la entidad divina lo veía lo mataría sin dudar.
—Si nuestros padres se burlaban así de un familiar, no quiero pensar lo que decían del padre de Lucifer en las reuniones de la Camarilla. —Sacudí la cabeza, sintiendo náuseas.
—¿Por qué has pensado en esto? —Se preocupó mi mellizo, acariciando mi espalda.
—Siento que cuando alguien de nuestra familia se enamora de la soberbia, termina sufriendo. O muriendo.
En el espejo, nos veía a mi hermano y a mí en la misma pose que en la foto familiar. La única diferencia se limitaba a la edad y a que estábamos más rotos por dentro.
—Si te consuela, creo que él es distinto a su padre. La situación no tiene nada que ver.
—¿Quién habla? ¿Mi hermano o la mano derecha del rey? —Lo miré con crudeza.
—Alguien que entiende el conflicto por el que estás pasando. —Volvió a tumbarse. Parecía haberse mareado—. Eres una contradicción andante. Y así no puedes vivir. No debes pasarte la vida esperándole. Tienes que decidir.
Tenía claros mis valores. Los sentimientos comenzaban a reorganizarse en el batiburrillo emocional que me cohibía.
—Sin intimidad, comunicación y confianza, no quiero amar a nadie. Y, aun así, no puedo parar de pensar en él. —Me mordía las uñas. Me avergonzaba decirlo de ese modo—. Aun sabiendo desde esa conversación en el parque cómo me sentía, tengo la sensación de que puede cambiar por mí.
—¿Quién habla? ¿Cassandra Asmodeus o la mujer que bailaba sola en su habitación cuando era una adolescente?
Su respuesta, conjuntada con la visión de aquel viejo vestido roto frente al espejo, me hizo llorar. Me enamoré de un sueño que jamás llegaría a cumplirse. Amaba lo que Lucifer significaba para mí. Para esa chica que nunca recibió cariño, la chica que deseaba estar en la piel de Luna, era lo que necesitaba. Empezar de cero con padres que la quisieran, sin presiones para ser la mejor. Quería ser yo misma, y no podía hacerlo delante de las personas a las que amaba.
Solo me quedaba Thiago. El último resquicio de un trauma que nunca sanaría. Tendría que convivir con ello.
Mi mellizo me llamó para que me sentara en la cama con él. Obedecí tratando de secarme las lágrimas con el dorso de la mano, pero la calidez de su abrazo terminó de romperme.
Las palabras se me ahogaban entre sollozos. Entre llantos, me dolía el costado. Fue él quien habló:
—Sé que te encantaría tener el poder para cambiar el pasado, pero no hay nada que podamos hacer. —Me acariciaba los brazos mientras hablaba—. Ojalá pudiese ayudarte. De verdad. No quiero que guardes esos sentimientos para ti.
—No quiero seguir escuchando críticas sobre lo que hago —sollozaba—. Estoy harta de eso.
Mamá y las institutrices ya se encargaron de que temiera los juicios ajenos.
—Hagas lo que hagas, yo estoy aquí. Sobrevivimos al incendio y sobreviviremos al amor si es necesario. —Me apretó contra su pecho. De no ser por mi mellizo, jamás me habría recuperado del pasado—. Nunca te lo he dicho, pero llevo años viniendo a dormir a tu casa porque no quiero estar solo por las noches. Tengo pesadillas del incendio cada día y contigo estoy más tranquilo.
—Yo también —confesé.
Apreté los brazos con tanta fuerza que Thiago soltó un gemido de dolor. Me aparté al instante, viendo que le había hecho daño en los puntos.
Fui al aseo, saqué el botiquín y yo misma me aseguré de no haberle abierto ninguna herida.
Él me calmó. Sostuvo mis muñecas temblorosas antes de que me precipitara. No sabía desde cuándo estaba tiritando.
—Gracias por cuidar de mí, hermanita.
Me sonrió. Le devolví la sonrisa antes de plantarle un beso en la mejilla.
—Gracias a ti por no abandonarme.
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