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17

La adolescencia fue, sin duda, la peor etapa de su vida. Curiosamente, esperó doce largos años, contando con sus diminutos dedos, el momento en el que entraría a esa época que todos definían como la mejor de su vida. Nunca ha sabido con exactitud si sus expectativas  lo arruinaron, si fueron las películas de Disney, sus primos mayores, sus padres, las historias de chicas increíbles: todas guapas, bonitas, inteligentes y graciosas. Ella no era nada de eso pero pronto cambiaría porque patito feo se convierte en cisne.

Por eso no entendió porqué, cuando su cuerpo empezó a cambiar, lo odió, nadie le dijo que el coste de un pecho esbelto eran estrías, dolor, miradas que la repudiaban, cremas, trajes de baño con los que no se sentía cómoda y que atraían una atencion que ella no deseaba. Insultos porque a algunos les parecía muy poco y a otros demasiado. No supo que el coste de cambiar, fuera dejar de jugar para pasar tardes enteras llorando, estudiando, sintiéndose insuficiente  comparando su vida con las redes sociales, viendo cómo nada encajaba porque ella no encajaba entre esos chicos de su edad. Nadie leyó la letra pequeña en donde decía que la regla no era tan emocionante como lo pintan: su opinión no hubiera sido tan entusiasta si alguien le hubiera advertido de los dolores, retorcijones, calambres, inestabilidad emocional, un síndrome prementrual que no la dejaba ni dormir. No pensó en las pastillas para aliviar un dolor ardiente en la parte baja de su estómago, en tener que ir atada a una compresa, de sentirse sucia y mareada, cansada y horrorizada. No tardaría en maldecir cuando el papel se manchase de sangre.

En el instituto la gente nunca fue amable con ella, al contrario, ahí descubrió la crueldad del mundo, presenció, horrorizada, la envidia, los celos, las ganas de gente que no conocía de nada por verla caer, de reírse porque había llevado una camiseta que no encajaba con la moda de esos tiempos. Empezó a conocer los prejuicios, el dolor desgarrador de una sociedad que rechaza a demasiadas personas. Ella no hacía daño a nadie, solo iba a clase a estudiar, no entendía que, no siempre, hay una explicación para el mal.

Ahí vio la necesidad de luchar para conseguir sus sueños, que la vida adulta no es tan emocionante como la idelizamos, que muchas cosas no son justas y que la mala suerte la acompañaría mucho tiempo.

No pensó que sus fines de semana se resumirían en estudios, trabajos y un poco de familia. Ella pensaba que la adolescencia consistía en salir de fiesta, quedar con amigos, enamorarse, encontrarse...Pero nada de eso ocurrió,  de hecho, cuando esa etapa se cerró se sintió más perdida que nunca, inestable en un mundo donde todo parece ir rápido y donde solo se acepta la excelencia.

No entendía por qué no conseguia a esas amigas que se suponía que debía encontrar, a su alrededor todos los hacían, formaban grupos, salían por ahí, todo parecía emoción y éxtasis, pero para ella no. No recuerda la cantidad de recreos que pasó encerrada en el cubículo del baño porque no quería estar sola, no quería que se rieran  de ella, que le insultasen porque igual, había preguntado alguna duda a algún profesor y por eso la habían felicitado.

Ella se esforzó mucho para sacar adelante sus estudios; por supuesto que hubiera preferido seguir esa vida alocada pero pensó que ,aunque en ese momento los libros se le manchasen de lágrimas porque se odiaba, a la larga sería lo mejor. Tenía que serlo. Ya encontraría amigos...O no. Y le dolió cuando vio que su esfuerzo era objeto de insulto y de menosprecio por parte de sus compañeros. A las chicas guapas no le pasaba eso pero ella se calló durante años y después no supo qué hacer con tantas palabras por decir.

Estuvo en la sombra, siendo el personaje fracasado que nadie quería, ni ella tampoco. Seis años de dolor, de llanto cuando llegaba el momento de volver, de vómitos porque siempre estuvo sola, en las clases se acostumbró a que nadie se sentara junto a ella.

Nadie la elegía más que la última para formar equipos, de lo que fuera: matemáticas, biología, deporte...Daba igual, ella siempre era invisible, insignificante, poca cosa, despreciable e ignorable.

Le daba pena esa niña que siempre soñó con crecer, qué ingenua...Cuando abandonó para siempre la época del instituto, se sintió libre, como si hubiera llevado el peso de demasiadas miradas, de demasiadas incertidumbres, disgustos y desilusiones. Se sintió libre por primera vez y eso que su sueño siempre fue ser adolescente. Se sintió libre y ahora sólo quiere ser feliz.

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