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Las noticias de Octavio sobre las intenciones del Emperador respecto de nuestro compromiso hicieron que mi humor se enturbiara. No había estado bromeando cuando mencioné el acuerdo a mi prometido, dejando entrever que acudiría a esa carta en concreto para intentar salvarnos a ambos de esa incómoda situación.
Porque el tema de los posibles herederos sería algo que trataría con el príncipe heredero cuando llegara el momento adecuado.
No cuando su padre creyera que era conveniente.
Octavio no me contradijo, se limitó a bajar la mirada al suelo con expresión indescifrable. Supuse que la relación con el Emperador se había puesto aún más tensa después de enfrentarse a él por mi causa, por salir en mi defensa; la culpa me embargó al descubrir que le había puesto en una posición todavía más comprometida debido al poco cuidado que debíamos haber tenido Perseo y yo.
Su pulgar acarició distraídamente mis nudillos.
—Hay algo más —dijo a media voz.
Me tensé de forma inconsciente, preguntándome qué sorpresa igual de desagradable aún estaba pendiente de anunciarme. ¿Que el Emperador había elegido ya las habitaciones para nuestra inevitable descendencia? ¿Que las visitas del sanador se volverían una rutina mientras el Usurpador esperaba a tener en primicia la noticia?
—En realidad, hay dos cosas más —precisó Octavio un segundo después.
Contuve el aliento mientras esperaba que mi prometido reuniera las fuerzas necesarias para continuar hablando.
—Quiere que me acompañes esta noche a una cena... privada —anunció el príncipe heredero, alzando la vista en mi dirección casi con un brillo de súplica. Como si creyera que pudiera negarme a participar en ello—. En realidad, quiere que te unas a las que solemos hacer en ocasiones, para intentar mantener cierta normalidad dentro de la... familia.
No pude evitar sentir un ramalazo de tristeza por Octavio, por lo indiferente que le resultaban aquellas cenas familiares, puesto que no sentía ningún vínculo a excepción de su madre y su hermana.
—Además, tenemos que hablar de tu... seguridad.
Aquel asunto hizo que apartara a un lado mis pensamientos sobre Octavio y su familia, pestañeando con incredulidad, creyendo que no había escuchado bien.
—¿Seguridad? —repetí para cerciorarme.
Mi prometido asintió con seriedad.
—Pero si no puedo salir del palacio —esgrimí, barriendo con un aspaviento el trozo de jardines que nos rodeaba—. Y siempre estoy acompañada, bien por mis nuevas damas de compañía... o por mi doncella.
Octavio acarició por segunda vez mis nudillos con aire comprensivo.
—Ahora que eres mi futura esposa, te has convertido en un objetivo —intentó explicarme, paciente. Intuía hacia dónde estaba dirigiéndose la conversación, lo que el príncipe estaba haciéndome ver—. Al igual que yo estoy al cargo de Irshak... a ti también se te asignará un nigromante para que pueda protegerte de cualquier amenaza.
Apreté los labios con frustración, consciente de lo irracional que estaba resultado mi reacción, pero si me ponían un nigromante... Eso significaría perder un poco más de la precaria libertad que poseía en aquel lugar. Al principio había estado retenida en mis viejos aposentos, siendo conducida de un lado a otro como una muñeca, encontrando un leve respiro en los momentos que pasaba junto a Octavio e Irshak; ahora que estaba prometida, el Emperador había escogido mis damas de compañía, quienes —aunque no lo hicieran con mala intención— me constreñían mientras intentaban ganarse mi favor. El nuevo guardián no sería más que otra correa con la que mantenerme controlada dentro de la corte.
—La principal amenaza se sienta en el trono —se me escapó sin pensarlo, dirigiendo mi rabia a la persona equivocada—. ¿El nigromante que sea elegido para velar por mi seguridad va a encargar de ella?
La expresión de Octavio se endureció a causa de mi ataque directo. Las cosas estaban yéndoseme de las manos muy rápido y no quería que aquel reencuentro con mi prometido, tanto tiempo separados, pudiera estropearse por mi maldita impulsividad a la hora de afrontar cualquier situación que me hiciera sentir fuera de mi burbuja de seguridad.
—Sabes lo que me estoy jugando con todo este asunto, Jedham —me espetó Octavio con frialdad—. Es posible que aún permanezcas aquí, tras los muros de palacio, pero tu papel como futura emperatriz pronto va a requerir que me acompañes a ciertos lugares, a ciertos eventos. Ahí fuera hay gente que quiere vernos muertos, a todos nosotros, por pecados que no hemos cometido.
Una oleada de vergüenza y arrepentimiento me sacudió. Mi prometido estaba en lo cierto al señalar que había gente —demasiada, quizá— que buscaba derramar la sangre del Emperador... y eso se extendía al resto de su familia. El resquemor por el modo con el que se hizo con el poder no se había diluido, a pesar del tiempo que había pasado; eso, sumado a los años que llevaba gobernando, hundiendo poco a poco a los sectores más humildes del Imperio, no había hecho más que alimentar el descontento de la población que sufría.
—Lo siento —me disculpé, con el rostro ardiéndome a causa del apuro que me causaba el rapapolvo que Octavio me había dado.
La expresión del príncipe se suavizó al ver que estaba siendo sincera y que no estaba en absoluto orgullosa por cómo me había comportado con él. Sus dedos recorrieron mis nudillos y ascendieron por la cara interna de mi muñeca, pasando al antebrazo.
Sus ojos verdes me contemplaban con silenciosa comprensión.
—Sé que puede resultarte duro al principio —me advirtió en un tono mucho más dulce—, pero terminarás acostumbrándote. Casi ni te darás cuenta de que está ahí, será como una sombra.
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—Ah, la pareja más popular en los círculos de la corte imperial —nos saludó el Emperador cuando atravesamos las puertas que conducían al comedor privado donde cenaríamos toda la familia al completo.
Mis pasos trastabillaron mientras intentaba mantenerle el ritmo a Octavio. Mi prometido esbozó una tensa sonrisa en respuesta a su padre y me puso una mano en la parte baja de la espalda, acompañándome hasta mi asiento. Cuando vio a su madre, la expresión del príncipe se relajó al saludarla con un tono mucho más cercano, una marcada diferencia a cómo se había dirigido a su padre, en la que ni siquiera había mediado palabra.
La emperatriz se encontraba al otro lado de la mesa, ocupando la cabecera contraria. El tamaño de aquel comedor no era nada desdeñable, pese a que Octavio me había explicado que cenaríamos en un ambiente mucho más familiar e íntimo. Me fijé en los servicios ya colocados en la superficie de mármol, contando los comensales que seríamos aquella noche.
El estómago se me retorció al ver que eran seis.
Con aquel número en mente, me deslicé en la silla de respaldo alto que Octavio sostenía para mí y le di las gracias en voz baja, sintiendo que todo a mi alrededor empezaba a dar vueltas. El hecho de sentir la atención del Emperador clavada en nosotros, en cada una de nuestras interacciones, tampoco ayudaba lo más mínimo a relajar la situación.
—Veo que Ligeia se retrasa, como es habitual —comentó el Emperador a nadie en particular.
Me resultaba extraño ver a ese monstruo en un ambiente tan... mundano. Las pocas ocasiones en las que había estado en su presencia, siempre habían sido en público... o rodeado de sus nigromantes y Sables de Hierro de confianza. Nunca le había visto en otra circunstancia como aquélla.
La emperatriz dejó escapar una risa que sonó algo nerviosa.
—Sabes que siempre quiere estar perfecta —intentó excusarla su madre.
Pero el Emperador no parecía en absoluto convencido, sus ojos verdes no dejaban de recorrer el comedor, desviándose cada pocos instantes hacia las puertas cerradas.
Octavio permaneció en su asiento, que quedaba en perpendicular a mí, tenso de pies a cabeza.
Los segundos empezaron a transcurrir sin que nadie dijera nada más, haciendo que el ambiente que nos rodeaba se nublara hasta volverse casi incómodo. Retorcí mis manos contra la falda de mi vestido, pendiente de cualquier sonido que viniera del exterior del comedor.
El crujido del picaporte hizo que diera un vergonzoso brinco en mi asiento. En mis oídos se instaló un molesto pitido y sentí que el pulso se me aceleraba cuando una de las puertas se abrió con lentitud, dejando entrever la inconfundible figura de Ligeia en primer lugar. Observé su resplandeciente vestido, su cabello castaño elegantemente recogido... y la brillante sonrisa que lucía su rostro, a conjunto con su chispeante mirada de ojos verdes.
Todo pareció congelarse a mi alrededor cuando atravesó el umbral, seguida por su acompañante. El eco de su despedida hizo que un molesto escozor se instalara en mis ojos; había transcurrido casi una semana desde la última vez que había visto al nigromante, pero mi pecho se estremeció y mi corazón maltrecho pareció latir con fuerza cuando le estudié de pies a cabeza, deteniéndome en su rostro.
Un rostro que no transmitía nada, al igual que su mirada.
Observé a Perseo acompañar a su prometida, cuyas mejillas tenían un adorable tono rosado que me provocó náuseas, hasta su silla, que era la que se encontraba frente a la que se encontraba sentado Octavio. Cuando comprendí qué asiento pertenecía al nigromante, la bilis inundó mi boca.
Las uñas se me clavaron con fuerza en las palmas al ser testigo de cómo Perseo se deslizaba en la última silla sin ocupar tras haberse asegurado que Ligeia estuviera acomodada, a su lado.
Sus ojos azules se clavaron en los míos con una frialdad inusitada. El contacto visual apenas duró unos segundos, ya que desvió la vista hacia el Emperador quien parecía repentinamente interesado en lo que sucedía en la mesa.
Vi a Ligeia retorcerse sobre su lugar.
—Lamento la tardanza, padre —se disculpó con su habitual tono dulce—. Estaba ayudando a Perseo a acomodarse a sus nuevas estancias.
Un brillo de interés iluminó los ojos verdes del Emperador al escuchar la justificación de la demora.
—Ah, cierto —comentó el Usurpador con tono casual—. Escuché que habías decidido trasladarte... ¿Tus antiguos aposentos no estaban a la altura, joven Perseo?
Si el nigromante se sintió amenazado por el hecho de que el padre de Ligeia se hubiera dirigido directamente a él, no lo demostró. Mantuvo una actitud controlada cuando desvió su atención hacia el Emperador.
—En absoluto, Majestad Imperial —respondió con tranquilidad, sin dejarse amedrentar por la presencia del monstruo que ocupaba la cabecera de la mesa y que le había elegido como objetivo—. Sin embargo, dado que he vuelto a mis responsabilidades como nigromante a vuestro servicio, quería estar más cerca de mi prometida en el poco tiempo libre con el que ahora cuento.
Me mordí el interior de la mejilla, conteniendo las ganas de gritarle que era un auténtico mentiroso. Como si el Emperador hubiera oído mis pensamientos, estudió a Perseo con atención, buscando cualquier resquicio que pudiera delatarlo.
—Las malas lenguas dicen que es por la compañía... —señaló con una media sonrisa—. ¿No es en esa zona donde se encuentra instalada tu prometida, Octavio?
El príncipe heredero se tensó al verse arrastrado a la conversación, pero Perseo no apartó la mirada del hombre.
—Fueron en pocas ocasiones en las que nuestros caminos se cruzaron, por lo que apenas fui consciente de su presencia —respondió de nuevo con un aplomo envidiable, sin que le temblara ni un ápice la voz—. Simplemente quería compensar a Ligeia por el poco tiempo del que ahora dispongo, sé que tendría que haber estado más a su lado.
Quizá no lo dijo con ninguna segunda intención, sino para arrancar de raíz cualquier posible insinuación sobre los verdaderos motivos que le habían obligado a mudarse al otro lado de la zona del palacio, pero sus palabras me dolieron. Me dolieron porque parecían un ataque directo, un reproche a los pocos momentos que habíamos conseguido arañar para encontrarnos a espaldas de todo el mundo.
Los ojos verdes del Emperador perdieron el interés en el nigromante, por los que buscaron a una nueva víctima.
—Tú apenas abandonas tu cuarto —procuré no sobresaltarme cuando yo fui la elegida en aquella ocasión—. La corte imperial habla de lo retraída que pareces, siempre colgada del brazo de Octavio...
—Padre —protestó el aludido, indignado—. Jedham no se ha criado en este ambiente, es normal que se sienta extraña.
—Han pasado meses desde que la saqué de esa maldita prisión a la que fue enviada para templar sus poderes de nigromante —señaló el Emperador con irritación, sin apartar la atención de mí—. Ha tenido tiempo más de sobra para hacerlo. ¿Acaso tu hermana no le tendió una mano amiga...?
El bochorno empezó a trepar por mi rostro, haciéndome desear que me tragara la tierra en aquel mismo momento.
—Es la futura emperatriz, por todos los dioses —continuó el padre de Octavio—. Tiene un papel que representar y no estar escondiéndose en sus aposentos, haciendo quién sabe qué... Así se alimentan todavía más los rumores, hijo.
Octavio colocó las manos sobre la mesa, presionando las palmas contra la superficie con fuerza. Perseo parecía indiferente a las insinuaciones que empezaban a flotar en el ambiente, sembradas por el propio Emperador.
—Jedham ha estado últimamente paseando por el palacio con sus damas de compañía, dejándose ver ante la corte imperial —le recordó el príncipe, en tensión—. Como tú querías. Dale tiempo para que se habitúe a sus nuevas responsabilidades.
El Usurpador entrecerró los ojos, escrutando a su primogénito con un brillo calculador en la mirada.
—Deberías emplear ese afán lleno de intensidad que suele salirte siempre que te ves en la obligación de defender a tu prometida en otros aspectos de tu vida... como aprender a dirigir este imperio, hijo mío —le espetó con desdén—. De todos modos, insisto: debería habituarse lo antes posible a la corte. Muy pronto va a necesitar esas habilidades para demostrar de qué pasta está hecha... y si es digna de ser tu futura esposa.
El rostro de Octavio perdió color al escuchar a su padre.
—¿Qué quieres decir con eso?
Una lenta sonrisa empezó a formarse en los labios del hombre, haciendo que sus ojos verdes relucieran con maldad.
—He decidido que no podemos esperar tanto tiempo a veros unidos; es absurdo si tan enamorados estáis el uno del otro —desveló, paseando la mirada por todos los comensales, entreteniéndose especialmente en Perseo y en mí—. Os casaréis a finales del próximo mes.
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QUÉ PRETENDES HDTPMMMMMMM
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