Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

❈ 62

El rostro sonriente de Ludville apareció tras la última pareja perilustre que había decidido acercarse para darnos la enhorabuena a Octavio y a mí, presionando con sutileza para saber cuándo estaba señalada la fecha de nuestra boda. No la había visto a ella ni tampoco al resto de emisarios durante gran parte de la noche, ni siquiera cuando habíamos entrado al salón.

La mujer destacaba entre la multitud, con aquel vaporoso y revelador vestido negro que se ceñía a su cuerpo, realzando sus curvas y haciendo resplandecer su piel olivácea. Con una cercanía inusual, extendió los brazos para acercarme a su pecho, susurrándome al oído:

—Quédate cerca de los ventanales, yo misma iré a buscarte.

Con un nudo en la garganta, no pude hacer otra cosa que sostener su mirada delineada en kohl antes de que Ludville se mostrara igual de efusiva con mi... prometido. La palabra todavía sonaba extraña en mis oídos, aunque la sensación aceitosa de la marca de mi frente era un buen recordatorio de que todo aquello era real.

—Os agradecemos que nos hayáis permitido ser testigos de tan importante momento —le dijo a Octavio y sonaba sincera, lo que delataba sus dotes de actriz... y espía—. No obstante, no tardaremos en partir de regreso a Assarion. Nuestra misión aquí ha terminado.

Me tensé de manera inconsciente ante sus últimas palabras, creyendo leer entre líneas. ¿Acaso era una forma de insinuarme, dejando al margen el encuentro clandestino que tendríamos, que no aceptaba mis términos? ¿Que no me apoyarían para asesinar al Emperador? No tuve tiempo de reaccionar, ya que Ludville se deslizó de regreso entre la multitud con una última sonrisa cargada de misterio.

Octavio también parecía igual de intrigado que yo por la emisaria, incapaz de apartar la mirada de su insinuante figura. No obstante, nuestras nuevas responsabilidades pronto nos arrastraron de nuevo a ese juego de sonrisas y gestos llenos de gratitud hacia hombres y mujeres que solamente buscaban mantener su favor y poder dentro de la corte imperial, tanteando al futuro emperador... y a su prometida. Me tensé junto a Octavio cuando distinguí a Belona junto a la que, supuse, era su familia; el príncipe heredero, por el contrario, no parecía en absoluto agitado por la presencia de la joven. Y ella... su actitud cambió radicalmente cuando miró en dirección a Octavio: toda la petulancia y altanería que la caracterizaba brillaba por su ausencia, mostrándose cabizbaja y servicial. Junto a mi prometido, aguanté el incómodo instante en el que tanto ella como sus padres soltaron su aprendida verborrea respecto a nuestro compromiso y futura unión. No pude evitar lanzarle una mirada a Octavio cuando Belona y sus padres se confundieron de nuevo con el resto de invitados, preguntándome qué habría sucedido entre ambos para que ella dejara de ser una amenaza para mí; por parte de mi prometido solamente recibí una media sonrisa y una fugaz caricia en el codo con la que pretendía decirme que todo estaba bien. Que Belona no sería un problema.

El aceite de unción que el flamen había arrastrado por mi frente se había secado, haciendo que sintiera cierta tirantez en la zona. Un parte de mí no pudo evitar preguntarse si Ligeia y Perseo habrían tenido que pasar por aquel mismo trámite, provocándome un leve acceso de náuseas al imaginarlo.

La hermana de Octavio no había dudado un segundo en acercarse a nosotros para ser de las primeras personas en felicitarnos por la formalización del compromiso. Dejé que me abrazara y besara mi mejilla con efusividad, como si fuésemos amigas cercanas... incluso hermanas.

Sin embargo, y para mi sorpresa, el nigromante mantuvo la distancia con mi prometido y conmigo. Durante la noche, muy a mi pesar, me había descubierto buscándolo entre la marea de invitados, topándomelo en compañía de su familia; Aella no parecía muy ofuscada por la fatal noticia de que su oportunidad de convertirse en emperatriz se había desvanecido. Su abuelo, por el contrario...

Una furia helada se atisbaba en el rostro de Ptolomeo Horatius. A pesar de la distancia que nos separaba, podía sentir la intensidad de su mirada puesta en nosotros, en mí. Los planes que guardaba de ver a sus dos nietos en posiciones de poder acababa de escurrírsele entre los dedos; jamás pensaría que Aella nunca estuvo interesada en el príncipe heredero, que lo único que buscaba era mantenerse lejos de la hacienda familiar y los oscuros recuerdos que la llenaban. Pero, ahora que Octavio estaba comprometido, la función de la prima de Perseo había quedado obsoleta. ¿La obligaría Ptolomeo a abandonar la corte?

Mi cuerpo dio una sacudida cuando noté a Octavio acercando nuestras manos unidas para besar mis nudillos. El trasiego de perilustres deseosos de rascar un poco de nuestra atención se había calmado, ya que habían encontrado en las bebidas que eran repartidas por solícitos sirvientes el entretenimiento perfecto para continuar con la velada; eso nos había permitido encontrar un rincón en el que pasar desapercibidos.

Dirigí mi mirada hacia sus ojos verdes, que me contemplaban con atención y una sombra de preocupación.

—¿Va todo bien? —quiso saber.

Asentí como única respuesta.

—Necesito ausentarme unos instantes —me confió, sosteniéndome la mirada—. ¿Estarás bien... sola?

Supuse que querría ver cómo se encontraba Irshak. El nigromante no estaba allí, vigilándole las espaldas, puesto que Octavio había decidido mantenerle al margen una vez más, ahorrándole el dolor de ser testigo de aquella pantomima.

—Anda, ve —le animé, esbozando una pequeña sonrisa para él—. Puedo cuidarme sola de una horda de perilustres deseosos de granjearse la simpatía de la futura emperatriz.

Los labios del príncipe heredero se estiraron para formar un gesto similar al mío. Dejó escapar una risa baja antes de inclinarse para depositar un casto beso sobre mi mejilla, un gesto dirigido más a nuestro acechante público que a nosotros dos.

—Vuelvo enseguida —me prometió, antes de soltar mi mano y perderse entre la multitud.

No pude evitar seguirle con la mirada mientras atravesaba el salón, abandonando poco después la estancia. Recordé el críptico mensaje de Ludville y, fingiendo estar contemplando el esplendor que me rodeaba, fui moviéndome con discreción hasta quedar cerca de los ventanales que la mujer había señalado.

Los nervios que había conseguido mantener a raya empezaron a retorcerse en lo más profundo de mi estómago. Mi mirada no paraba de desviarse hacia los invitados; mi paranoia no dejaba de atosigarme, haciéndome sentir la atención indeseada de alguien clavada en mi nuca.

No negaba que temía la respuesta que pudiera tener Ludville. Si la emisaria me transmitía el rechazo por parte de su rey sobre mi propuesta... Lo cierto es que no había valorado esa opción. Después de mi conversación con Calidia, de haber escuchado cómo ella depositaba todas sus esperanzas en su primogénito, sabía que tenía que hacer algo.

Esperar que Zosime viniera a reclamar el alma podrida del Usurpador no era una posibilidad, pues estaba segura que ese monstruo se aferraría con uñas y dientes al trono antes de abandonarlo para siempre.

Sufrí el segundo sobresalto de la noche cuando noté una mano sobre mi cintura. Mi cuerpo se tensó mientras me giraba para descubrir a mi silencioso acechador. Mi pulso se aceleró al descubrir los ojos color caramelo de Ludville observándome con cautela; su rostro, no obstante, era una máscara de travesura y picardía.

—¿Está preparada, Alteza Imperial? —me susurró con tono conspirador.

El vello se me erizó al oír el modo en que se refirió a mí.

Le sostuve la mirada, consciente de que ella podía percibir perfectamente el acelerado latido de mi corazón.

—No hagas que me arrepienta de haber acudido a ti, emisaria —le respondí.

Una sonrisa curvó sus generosos labios antes de apartar la mano que tenía sobre mi cadera para tomarme con el codo y arrastrarme consigo por los extremos de la enorme sala. Fue como aquella vez en la que me llevó consigo para que pudiera reencontrarme con Cassian.

Mi pecho se estremeció al pensar en él. Había respetado la orden de Ludville de no tratar de forzar un nuevo encuentro, pero no podía evitar preguntarme si mi amigo estaría al corriente de las nuevas... noticias.

Dejé que la mujer me guiara a través de los pasillos, frunciendo el ceño cuando empecé a reconocer el camino que estábamos siguiendo. Era el mismo que seguimos aquella noche.

No dije una sola palabra, observando el enorme edificio donde el Emperador había instalado a la comitiva procedente de Assarion. Supuse que era el lugar más seguro dentro del palacio, dadas las circunstancias, ya que los emisarios habían pasado mucho tiempo allí dentro. El suficiente para deshacerse de las posibles trampas que el Usurpador pudiera haber colocado para ellos.

—Rápido —me instó Ludville, tirando de mí para que acelerara el paso.

Traté de recogerme la falda del vestido con la mano que tenía libre, siguiéndole el ritmo mientras subíamos las escaleras y la nigromante nos conducía hacia aquel enorme salón en el que Cassian había esperado por mí.

En aquella ocasión, no era Cass quien estaba aguardando nuestra llegada.


Sus ojos verdes se abrieron de par en par, alternando entre Ludville y mi persona con un deje de desconcierto. La emisaria de Assarion le dirigió una resplandeciente sonrisa, soltando mi brazo y adelantándose para reencontrarse con el inesperado invitado, que permanecía congelado en su posición.

—¿Qué hace aquí? —la voz me tembló a causa de la incomprensión.

No le encontraba ningún sentido. Octavio se había ausentado para reunirse con Irshak, para comprobar cómo estaba el nigromante; parecía que solamente habían transcurrido unos minutos desde que se había despedido de mí, preguntándome si estaría bien sola... Aún no había sido capaz de asimilar su presencia en aquel salón.

Y, al parecer, él tampoco.

Ludville era la única que parecía encontrar algo de diversión en la situación, ya que sus ojos color caramelo resplandecían de puro regocijo.

—¿Qué está pasando? —exigió saber mi prometido.

La emisaria se dirigió con parsimonia hacia uno de los amplios asientos acolchados, sentándose con un sinuoso movimiento que permitió que la abertura de su atrevido vestido nos mostrara su muslo.

—Vuestra prometida vino a mí con una suculenta propuesta —le respondió a Octavio, cruzando las piernas a la altura de los tobillos—. Pensé que os interesaría puesto que, de algún modo, os involucra.

Una oleada de frío se extendió por mi cuerpo ante las enrevesadas palabras de Ludville. Por la fugaz sonrisa que me dedicó, supe que lo había hecho a propósito; quizá planeándolo desde el mismo instante en el que acudí a ella.

Me la había jugado.

Por algún extraño motivo, aquella maldita nigromante me la había jugado.

—Te dije que lo mantuvieras al margen —le recordé entre dientes, controlando su furioso castañeo.

Ludville me dedicó un inocente y coqueto pestañeo.

—Pero, Jedham, este asunto le incumbe a tu dulce prometido —me replicó con dulzura, lanzándole una aviesa mirada a Octavio—. Y mucho.

Me tensé de pies a cabeza.

—Ludville... —le advertí.

Los ojos verdes del príncipe no paraban de moverse de un rostro a otro. Podía percibir su frustración creciendo a cada instante que pasaba; sin embargo, él no tendría que estar aquí. Ludville no tendría que haberlo arrastrado a esto.

—Quiero saber qué está pasando —ordenó con su voz de príncipe heredero, un tono que no admitía réplica alguna—. Ahora mismo.

El mundo pareció detenerse a mi alrededor cuando la emisaria respondió, sin darme opción a adelantarme:

—Tu futura esposa se ofreció como espía a cambio de nuestra colaboración en el asesinato del Emperador.

Durante unos segundos, nadie hizo nada. Pero mi atención estaba puesta en Octavio y en su reacción; en el miedo que me provocaba que mi secreto hubiera salido a la luz de ese modo, sin haberme podido anticipar gracias a las malas artes de Ludville.

—Octavio, yo...

—¿Es cierto?

Su pregunta atravesó el silencio como un látigo. El rostro del príncipe heredero no transmitía nada en absoluto, al igual que su mirada; no era capaz de leer lo que pudiera estar pasándosele por la mente.

Tragué saliva, temerosa de lo que desataría mi respuesta.

—Lo es —le confirmé, con voz débil.

Apenas pude asimilar lo que estaba sucediendo hasta que sentí los brazos de Octavio rodeándome, presionándome contra su pecho con una fuerza inusitada. La máscara había caído, dejándome ver el horror y el miedo que había en su interior tras haberle confirmado lo lejos estaba dispuesta a llegar.

—Eres nuestra única esperanza —intenté justificarme, trabándome con mis propias palabras—. Creí que ofreciéndome a cambio de obtener su respaldo te ayudaría a ocupar el trono más rápido —me aferré al tejido de su túnica, también de color blanco como mi vestido—. Sabes que tu padre tiene que morir.

Quizá fue muy cruel mi último comentario, pero Octavio había visto mejor que yo el tipo de persona que era el Emperador. Había sido testigo de cómo el Usurpador estaba arrastrando al Imperio. Había visto con sus propios ojos lo bien que le iba a nuestras naciones vecinas.

Y él era el cambio que necesitábamos.

¿Quién nos podía asegurar que quedara algo del Imperio cuando llegara el momento de que Octavio ocupara el lugar de su padre? ¿Qué certeza teníamos...?

Mi prometido tragó saliva, visiblemente conmocionado por la crudeza de mis palabras. Ludville había optado por mantenerse en un segundo plano, observándonos con sus avispados ojos.

—No tenías por qué ponerte en riesgo de ese modo —me susurró, estrechándome contra su pecho, como si temiera que pudiera desvanecerme de un momento a otro—. Podías habérmelo contado...

—¿Estaríais dispuesto a participar, Alteza Imperial?

La pregunta de la emisaria de Assarion resonó con fuerza en el salón, haciendo eco entre mis costillas. Las implicaciones...

Octavio se separó lo suficiente para poder clavar su mirada en la nigromante, pero sin romper nuestro abrazo. Había un brillo en sus iris verdes que me provocó un desagradable vuelco en el estómago.

—Lo haré si accedéis a un par de concesiones.

—Octavio, ¡no...!

Pero mi negativa fue ahogada por un sonido similar casi a un ronroneo de placer tras haber conseguido sumar a la causa a mi prometido. Una expresión casi depredadora había aparecido en el rostro de Ludville cuando se incorporó del asiento y se acercó a nosotros como una víbora a punto de mostrarnos sus colmillos venenosos.

—Soy toda oídos, Alteza Imperial.

Observé a mi prometido erguirse ante la cercanía de la mujer. Me fijé en cómo sus labios se fruncían en una fina línea, mostrando el recelo que guardaba respecto de su nueva aliada.

—Quiero total transparencia en nuestro acuerdo —empezó con sus requisitos, sosteniéndole la mirada a Ludville con un brillo de desafío latiendo en el fondo de ella—. Si os voy a pasar información confidencial, quiero saber para qué se destina; quiero estar involucrado...

—No podemos correr riesgos —le interrumpió Ludville—. Mi señor...

—Tu señor está bastante interesado en deponer a mi padre —le interrumpió Octavio y me fascinó ver su habilidad a la hora de imponer su voluntad, de meterse en la piel de perilustre que pocas veces había podido atestiguar—. Y tanto mi prometida como yo estamos jugándonos mucho para...

—Para que os ayudemos a deshaceros del Emperador —completó Ludville, adelantándose al príncipe heredero como él había hecho un instante antes—. No puedo aseguraros que podáis involucraros por completo, pero sí que os puedo prometer que, en cuestiones importantes, seréis parte de ellas.

La nigromante y Octavio se sostuvieron la mirada durante unos tensos segundos, en los que pude percibir la rigidez en sus brazos, que todavía me rodeaban. Parecía que ambos estuvieran enfrentándose en una silenciosa batalla que no podía comprender del todo debido a mi nula educación en juegos de la corte.

—¿Tenéis algún tipo de concesión más o podemos dar por concluido este encuentro? —le preguntó Ludville con dulzura.

—A la mínima señal de peligro —dijo entonces Octavio con voz mortal, sin romper el contacto visual—, quiero que nos aseguréis un salvoconducto: nos sacaréis del Imperio y nos brindaréis refugio en Assarion.

Mi corazón se detuvo durante un segundo al escuchar las implicaciones de aquella petición. Tragué saliva de manera inconsciente; los riesgos estaban ahí, acechándonos entre las sombras. El hecho de que estuviéramos dispuestos a vender información confidencial del Imperio a Assarion podía ser considerado como el peor acto de traición.

Si alguien llegaba a descubrirnos...

—Siempre tendréis un lugar en Assarion y el rey se asegurará de protegeros, si llegaran a darse las circunstancias —nos prometió, deslizando sus ojos color caramelo de Octavio a mí.

El pecho del príncipe heredero se hinchó y se desinfló en un suspiro silencioso lleno de alivio. Después asintió con severidad antes de romper el abrazo y tender un brazo en dirección de la nigromante.

—Tenemos un acuerdo.

La mirada de Ludville contempló la mano de Octavio unos segundos antes de estrechársela.

—Tenemos un acuerdo, Alteza Imperial —luego me miró a mí con un gesto pensativo—. Me temo que pronto tendremos que marcharnos, Devmani. Y sé que hay alguien de quien te querrías despedir.

Mi corazón palpitó ante el inesperado regalo por parte de Ludville. Sabía que la visita de la comitiva de Assarion estaba llegando a su fin, más ahora que el compromiso se había formalizado con ellos como testigos, por lo que aquella pequeña concesión hizo que sintiera un molesto escozor en los ojos.

—Jem...

La voz de Cassian resonó con cautela en el salón. Me separé de Octavio para descubrir a mi mejor amigo aguardando en la entrada, como si Ludville lo hubiera invocado con su poder, arrastrándolo; los ojos de mi amigo estudiaron en silencio a mi prometido antes de que acudiera a su lado, echándome entre sus brazos.

Cass me aferró con fuerza, pegándome contra su cuerpo y acercando sus labios lo suficiente a mi oído para escucharle susurrar:

—Pensé que no estabas preparada para unir tu vida a la de nadie —una risa llorosa me sacudió de pies a cabeza al recordar mis comentarios incisivos sobre mi futuro; el modo en que ambos habíamos bromeado al respecto—. ¿Estás segura de esto?

—Es lo mejor para el Imperio —le respondí en un susurro—. Es lo que la Resistencia está buscando.

Sus brazos me estrecharon con más fuerza.

—¿Debería empezar a llamarte Majestad y saludarte con reverencias?

—Quizá la próxima vez que nos veamos —contesté, resistiéndome a soltarlo.

Ahora que mi compromiso con Octavio se había formalizado, tenía la excusa perfecta para salir del Imperio. Sabía que el príncipe heredero no tendría ningún reparo en cumplir mi deseo si le pedía que hiciéramos una visita a Assarion; podría enmascararla en una diplomática y yo podría ver a Cassian de nuevo. Incluso a mi padre.

Una punzada de dolor me atravesó el pecho al pensar en mi padre en aquel instante. Al notar su ausencia a mi lado en un momento tan importante como lo era aquella noche. En mi hogar, en las calles de la ciudad que me habían visto crecer, no lo celebrábamos con tanta pompa: la persona que iba a declararse acudía frente al cabeza de familia y pedía formalmente la mano; luego, si obtenía ese consentimiento, se celebraba una íntima fiesta con los miembros más allegados. A mi padre le gustaba bromear sobre el momento de conocer a la persona que habría reunido el valor suficiente para querer dar ese paso, junto a mí; pero, en el fondo, sabía que aguardaba con ganas que, tal vez, algún día, apareciera en nuestro diminuto hogar de la mano de la persona que había elegido.

Los ojos me picaron de culpa.

—Entonces empezaré a practicar para estar a la altura —bromeó Cassian y su abrazo fue perdiendo fuerza a mi alrededor.

Controlé a duras penas el acceso de pánico ante la certeza de que nuestro tiempo había llegado a su fin. Ludville y Octavio se habían mantenido en un segundo plano, brindándonos cierta privacidad mientras nos despedíamos. Me aferré inconscientemente al pecho de Cassian, mirándolo con demasiada intensidad. Grabándomelo en la mente, recordando que estaba bien; que estaba a salvo y protegido.

Los nudillos de mi amigo rozaron mi pómulo en una última caricia mientras se apartaba de mi lado. Cerré los puños con fuerza y me forcé a mantener mis brazos pegados a los costados, sabiendo que debía dejarlo marchar... y que yo debía quedarme allí, en palacio.

—Nos volveremos a ver —le dije, aunque la voz se me rompió y casi sonó a una patética amenaza sin fuerza.

Una media sonrisa triste curvó las comisuras de los labios de Cassian.

—Tenlo por seguro, Jem.


Podía sentir la mirada de Octavio desviándose hacia mí cada pocos segundos mientras nos alejábamos del edificio a través de los casi vacíos jardines del palacio. La fiesta de nuestro compromiso continuaba en pleno apogeo, con algunos de los invitados escabulléndose a los rincones más oscuros, entre risitas ebrias y desinhibidas que me causaron ganas de gritar.

Ninguno de los dos habíamos hablado después de dejar atrás a Ludville... y a Cassian. A pesar del silencio, podía percibir las preguntas que rodeaban a Octavio; casi podía ver los engranajes dentro de su cabeza dando vueltas. Durante aquellos meses que habíamos pasado juntos, mencioné de pasada a Cassian, por lo que intuía que el príncipe heredero debía haber atado cabos.

—Jedham —el sonido de la voz de mi prometido me arrancó un escalofrío—. Tenemos que hablar.

Me había movido de forma mecánica, dirigiéndome, sin ser consciente de ello, hacia el ala donde se encontraban mis nuevos aposentos. La petición de Octavio hizo que me quedara paralizada, sin saber muy bien cómo comportarme; después de que Ludville dinamitara mis planes de ese modo tan rastrero, consiguiendo arrastrar a Octavio a nuestro acuerdo, aún seguía buscando la mejor forma de proceder ahora que el príncipe heredero también se había visto involucrado.

Me costó alzar la mirada hacia los ojos verdes de mi prometido, desviándose unos segundos hacia la marca de su frente. El pasillo parecía haber encogido de tamaño, haciéndose más estrecho a nuestro alrededor.

—Octavio...

La disculpa que tenía preparada se quedó en la punta de mi lengua cuando el príncipe heredero me tomó por los brazos, contemplándome de un modo que se acercaba mucho a la molestia.

—¿En qué estabas pensando cuando te ofreciste para este acuerdo, Jedham?

Los ojos se me llenaron de lágrimas y el dique con el que había conseguido mantener a raya todas mis emociones amenazó con estallar cuando leí en el fondo de su furiosa mirada verde el miedo que le causaba saber lo que estuve maquinando a sus espaldas.

—Mi vida no es tan importante...

—No te atrevas a terminar esa maldita frase —me interrumpió Octavio y sus dedos se clavaron con fuerza en mis brazos desnudos—. No te atrevas.

La mirada se me empañó al contemplar la desesperación real que sentía mi prometido al creer que valoraba tan poco mi vida. Pero Octavio no parecía entenderlo, no parecía ser consciente de lo mucho que valía la suya.

—Eres el futuro del Imperio —traté de explicarle entre balbuceos, notando cómo las primeras lágrimas bajaban por mis mejillas—. Eres nuestra única esperanza en estos momentos. ¿Acaso no lo ves todavía? Eres el cambio que necesitamos, que muchos de nosotros llevamos esperando toda nuestra existencia.

»Y si con mi sacrificio consigo verte sentado en el trono, trayendo una nueva era de luz y prosperidad al Imperio, sabré que sirvió para algo. Que mi vida cumplió un propósito que beneficie a las generaciones venideras, liberándolos de la oscuridad a la que tu padre nos condenó desde que robó el poder, derramando la sangre de su propia familia.

Octavio apretó los labios hasta convertirlos en una fina línea.

—No vas a sacrificarte —me replicó y, a la luz de la luna, su rostro ensombrecido se asemejó dolorosamente al de su padre—. Somos un equipo. Tú y yo. No voy a consentir que corras riesgos por algo que sólo me compete a mí, Jedham. Cuando ese peso tendría que recaer sobre mis propios hombros...

Lo miré a través de mis ojos llorosos.

—¿Qué quieres decir?

—Soy un cobarde, Jedham; siempre lo he sido —se explicó Octavio y una oleada de cansancio pareció abatirse sobre él—. Soy consciente de los horrores que ha traído consigo mi padre, de su crueldad... pero nunca he hecho nada. Desde que empecé a tomar consciencia de mi papel, de mis responsabilidades, me he consolado a mí mismo diciéndome que lo arreglaría todo cuando llegara mi momento. Cuando ocupara el trono del Emperador. Pero ¿y si para ese entonces es demasiado tarde, Jedham? —sus ojos se iluminaron de orgullo—. Tú eres la única que ha decidido dar un paso adelante, a adoptar una postura más activa... Algo que tendría que corresponderme a . Soy el futuro emperador, he sido educado para esto casi desde que di mis primeros pasos... Y he de mirar por el bienestar de mi gente, del Imperio. Y mi padre no lo es; no está cumpliendo con su deber para el pueblo. El poder lo ha cegado y yo soy el único que puede detenerle. Gracias a ti, he encontrado la fuerza suficiente para hacer lo que debo, algo que llevo ignorando demasiado tiempo. Ya no quiero vivir con los ojos cerrados, fingiendo ser ajeno a lo que sucede a mi alrededor.

El aire escapó de mis labios en un agónico silbido al creer leer entre líneas lo que realmente Octavio estaba diciéndome.

—Odio a mi padre —me confesó y las palabras parecieron entorpecerse las unas con las otras—. Odio el modo en que nos ve a Ligeia y a mí como piezas en su tablero, cómo está dispuesto a cualquier cosa con el único propósito de ganar más poder o no ceder un ápice del que ya posee. Odio la manera en la que nos utiliza a mi hermana y a mí, empujándonos en ocasiones el uno contra el otro, buscando su propio beneficio o, a veces, su propia diversión. Odio el no haber sido capaz de proteger a mi madre cuando más lo necesitaba. Odio todo lo que representa... Y más aún odio su legado, ese maldito y sangriento legado que pretende que yo continúe, convirtiéndome en un monstruo como él.

El corazón se me contrajo del dolor y nuevas lágrimas se derramaron al escuchar aquella rabia que Octavio había mantenido guardada para sí mismo durante demasiado tiempo. Quizá siempre.

—No lloraré ni lamentaré la muerte de mi padre, Jedham —concluyó en tono grave, consciente del peso de su afirmación—. Y ha llegado el momento de que dé un paso al frente, tomando las medidas necesarias para asegurar que mi pueblo y mi familia ya no sufren más bajo las órdenes de un tirano. De un usurpador.

* * * 

Procediento a montar un altar con urgencia a las deidades para rezar por las almas de nuestros pobres muchachos al ver que el asunto está volviéndose a cada capítulo que pasa a algo más serio (y que puede terminar: fatal)

Ludville me tiene amándola-odiándola por esas vibes a Darshan de hacer lo que se le canta, en sus propios términos (traducción: ha venido para quedarse)

Cadena de oración para que no pase nada malo

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro