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El escape

No recuerdo hace cuanto fue que empecé a soñar con una cálida sonrisa, en un rostro que estaba segura no conocía. Una suave melodía envolvía el ambiente de aquella sala que contenía instrumentos musicales, un mar de emociones me inundó enseguida: quería llorar, me sentía triste, estaba molesta, pero también me sentía feliz, ¿qué me estaba pasando? pues jamás habría imaginado sentir muchas cosas por algo así de extraño. ¿Dónde me encontraba? ¿A caso esto era parte de mi vida? No lo sabía.

Desperté de aquello en cuanto sentí que mi cuerpo tiritaba de frío, podía oler la fría brisa de la mañana. Estaba casi segura que hoy también sería el mismo infierno de todos los días.

Me levanté del suelo donde solía dormir con Meliodas. No era para nada cómodo estar allí en el frío suelo lleno de polvo y suciedad. Me sentí feliz de no verlo por ningún lado y enseguida me dispuse a buscar cómo escapar de allí.

Todo se encontraba sellado con madera excepto algo: un pequeño agujero en el techo. ¿Cómo fue que no lo vi antes?

En menos de un instante comencé a apilar cosas para subirme a ellas y poder alcanzar el agujero. Sentí una inmensa felicidad en cuanto mis manos tocaron los bordes del techo y la luz chocó contra mis ojos. La libertad era tan hermosa y no pude evitar llorar de emoción.

En cuanto salí completamente me di cuenta de que el lugar donde estaba era una cabaña en medio de un bosque, donde no había nada más que árboles y más árboles.

Me aventé del techo sin temor de lastimarme algo, pues no tenía tiempo para pensar en cómo bajar cuidadosamente. Pronto me adentré a la inmensa vegetación, mis pies descalzos estaban muy lastimados, pero detenerme no era una opción para mí. Estaba feliz de haber escapado al fin de Meliodas, pero a la vez triste. ¿Cómo volvería al purgatorio nuevamente? Me lamenté enseguida. Caminé por mucho rato en línea recta, marcando los árboles por donde había pasado para no perderme. En mi mente llevaba la voz de Estarossa y su tranquilo rostro. ¿Estaría buscándome?

Pronto me detuve a descansar un poco, mis pies comenzaban a sangrar pues no había tenido cuidado de por donde iba. Me senté en el suelo cerca de un riachuelo y metí mis pies al agua. Estaba muy helada y ardía terrible en mis heridas. Mi ropa al menos no estaba tan mal. Meliodas se encargaba de llevarme mudas de vez en cuando, era lo único de lo que estaba agradecida con él.

Me quedé allí sentada largo rato, tenía mucha hambre y las piernas me dolían terrible. Era evidente que no podía avanzar ni un tramo más. Mis sentimientos de inferioridad llegaron enseguida, me sentía tan inútil. Las lágrimas comenzaron a salir a borbotones de mis ojos. ¿Estaba decidida a rendirme en ese punto? No.

Después de tanto lamentarme, seguí avanzando a paso lento. Tuve que armarme de valor ya que de mí dependía si era libre o me dejaba atrapar nuevamente.

Una fuerza interior me invadió completamente el alma y el cuerpo, era como si alguien en algún lugar estuviera orando por mí, enviándome la mejor de las vibras para mi andar.

Pronto llegó el mediodía y yo seguía sin descansar. Mis pies estaban sangrando y aun no había encontrado algo de comida. La quietud del lugar comenzó a aterrorizarme. Todo era silencio total y eso era muy extraño. Al principio había escuchado el ruido de la naturaleza a mi alrededor y ahora parecía estar muerto.

Además, ¿por qué Meliodas tardaba tanto en encontrarme? No esperaba que lo hiciera, pero joder, el podía volar con sus alas de materia oscura y percibir la energía de cualquier ser, era más que fácil encontrarme, pero por alguna razón no era así.

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