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Capítulo 22: En la piel de una Dohrn

Capítulo 22: En la piel de una Dohrn

Me desperté en una habitación que olía a hospital. Por un momento, me preparé mentalmente para pedirle perdón a mamá por semejante estupidez, pero apenas podía abrir los ojos. Me sentía muy cansada y me dolía todo.

Moví la cabeza hacia un costado y distinguí a una mujer vestida de blanco. Una enfermera. A su lado, había otra mujer con un abrigo blanco y el pelo rubio bien atado. Hablaban en voz baja, dándome la espalda. La puerta de la habitación, de madera y vidrio, estaba entre abierta.

—¿Eliza...? —dije, casi sin poder creer en lo que estaba viendo.

Las dos mujeres dieron un brinco y se dieron la vuelta. La enfermera dejó caer la planilla y Elizabeth casi se lanzó sobre mí.

—¿Daria? ¿Dulzura? ¿Me escuchás? —Me agarró la cara y me pasó los dedos por los parpados. Abrí la boca para decir algo, pero solamente salió un gemido ahogado.

Estaba totalmente incrédula de haberlo logrado y, aunque también estaba feliz, no podía expresarlo. Algo no estaba bien conmigo y me sentía terrible, descompuesta. Estaba más desconcertada que otra cosa. No sé qué mierda me estaban administrando, pero me hacía sentir terrible. Parecía drogada.

Solo pude pensar en una cosa:

—¿Dan...?

—Daniel no está acá, cariño. Voy por tu padre. ¡Gracias a Dios! —dijo, dándome un beso en la frente.

—No, no... Klaus no —lloriqueé, entrando en la histeria. No me interesaba el imbécil padre de Daria. Yo solo quería ver a Daniel otra vez, tocarlo y sentirlo. Necesitaba asegurarme de que estaba vivo, sano y salvo. Era lo único que me importaba; Klaus podía morirse de depresión por mí—. Daniel, quie... ro a Daniel.

La enfermera vino hacia mí, controlando mi presión, las cosas que me inyectaban, los vendajes, mientras se ponía nerviosa con mis propios nervios en aumento.

—Señorita, calma.

—¡Quiero a Daniel! —logré chillar, con todas mis fuerzas.

Elizabeth puso una expresión de pena. Se acercó a la cama y ayudó a la enfermera a sujetarme las manos. A ninguna le estaba suponiendo esfuerzo alguno y me di cuenta de que mi grito tampoco había sido digno de admirar.

—Daria, querida. Daniel no está acá ahora. Tu papá si y no va a poder creer...

—Quiero a Daniel —dije, ahogadamente, negando con la cabeza—. Klaus no... me importa. No me interesa. ¡Lo... odio! Quiero a Daniel, lo quiero. Trae... traélo.

No le solté la mano hasta que ella asintió, pero me pareció que igual tendría que ver a Klaus antes que a Daniel y eso no me gustó nada.

—Lo haré, tranquila. Vos solo calmáte —me prometió Elizabeth y yo hice una mueca de disgusto. No, no me podía calmar. Me estaban inyectando cosas raras, me sentía como el orto y encima Daniel no estaba cerca.

Elizabeth me miró una última vez y salió corriendo del cuarto, mientras la enfermera se apuraba a llamar a los médicos entre susurros de sorpresa. Apenas si me dio tiempo de inspeccionar la habitación tan precaria de ese sanatorio, antes de que los médicos ingresaran al cuarto, y me asusté por el tamaño grotesco de esas máquinas. Si yo no hubiera vuelto a ese cuerpo, ninguno de esos artefactos habría salvado a Daria.

Cuando empezaron a revisarme como si yo no estuviera ahí, oyéndolos, solo pude arrugar la nariz. Hablaban de cosas que no pude entender, pero no les tenía fe. No los creía incapaces, sino ochenta años menos experimentados que aquellos que me habían mantenido viva y en coma por cuatro meses. Las cosas eran muy, muy diferentes.

Me quedé quieta, esperando en silencio, pero cuando quisieron inyectarme otras cosas desconocidas, me negué.

—¿Qué... es eso? —dije, con pausa—. ¿Por qué me siento así?

—Son los medicamentos, no se preocupe —dijo el médico, ordenándole a la enfermera que me sujetara el brazo.

—¿Qué tipo de medicina es? —insistí.

—Son vitaminas, cosas que necesita. Estuvo días sin comer.

—¿Cuánto tiempo estuve así?

—Dos días —resumió el médico, sin paciencia ya.

Me inyectaron a pesar de mis quejas y me di cuenta de que nadie iba a escucharme ni a tener en cuenta mis opiniones porque obviamente yo era una paciente débil que acababa de despertar de un posible sueño eterno. Ah, y era mujer.

Sin embargo, yo era Brisa todavía y no me tragaba esas cosas. Cuando me sacaron la jeringa del brazo, haciendo acopio de toda mi voluntad, saqué una pierna de la cama y le di una patada al médico para mantenerlo alejado de mí.

—Voy a ser muy clara —le advertí, agradeciendo que mi voz se trabara—. No me trate como una estúpida ignorante, ni como un estorbo —Sin embargo, hubiera sonado mejor si mi voz estuviera bien compuesta. Parecía que tenía la boca llena de papas—. Más le vale que me explique bien qué me pone, qué me pasa y qué es lo que va a hacerme. Quiero saber todo y clarito. ¿Cómo está mi bebé?

El hombre, ese médico tan digno, puso mala cara. Se molestó con mi tono, pero simplemente retrocedió para evitar mi pierna

—Si no se calma, le inyectaré más cosas para que duerma un rato —me amenazó.

—Y cuando me despierte, su carrera se habrá acabado —repliqué—. ¿Tiene idea de quien soy? El escándalo que le voy a hacer se va a escuchar hasta en la china.

El médico no me contestó y con brusquedad me bajó la manga del camisón que tenía puesto. Indicó cosas a las enfermeras sin hablarme otra vez y se marchó, haciéndome chistar, indignada. Lo fulminé con la mirada todo lo que pude y cuando quedé sola con las dos enfermeras, una se apiadó de mí.

—Lo que estuvimos dándole es un compuesto especial para mantenerla hidratada. Puede que tenga ganas de orinar pronto. La inyección estaba preparada para darle un poco más de energía. Le daremos otras con antibióticos.

A pesar de mi enojo con el soberbio cara de culo ese, que ya me las iba a pagar, me giré hacia la enfermera y me relajé en la cama solo un momento.

—Gracias. No era tan difícil ser amable conmigo. ¿Y mi bebé? —le dije, mientras una se iba y otra se quedaba a controlar mis signos vitales. Ella no sí que no me dijo nada más que luego vendría un obstetra a revisarme y que me quedara tranquila.

No pude replicar nada y realmente no me tranquilicé, pero el médico principal no tardó en volver y me trató con la misma frialdad de antes. Empezó a hacerme preguntas y se las devolví con el mismo tono, echándole miraditas que él captó de reojo y que mantenían mi promesa.

Respondí escuetamente, mientras él anotaba cosas y hacía que la enfermera me revisara una pierna, la que no había usado para intentar patearlo. Aparentemente me había fisurado. El problema radicaba en que había caído primero de costado, según los profesionales, y después con la cabeza; no como yo había creído.

Cuando esa revisión terminó, ordenó una radiografía.

—No —dije, más recuperada y totalmente decidida.

—¿No? —dijo el doctor, molesto conmigo cada vez más.

—Las radiografías son peligrosas para los bebés —resumí—. Estoy embarazada y me niego absolutamente a hacerlo.

—Usted no tiene decisión sobre eso.

—¿Usted sí? —contraataqué, con cinismo—. ¿Quién se cree que es? Ni mi papá tiene decisión sobre mi propio cuerpo, así que no. Dije que no y es no. ¡No voy a poner en riesgo a mi hijo!

El médico casi que me mostró los dientes.

—Señorita, si no deja de contradecirme voy a dormirla. La voy a llevar a la sala de rayos quiera o no.

—Si me lleva a la sala de rayos en contra de mi voluntad, voy a hacer de su vida una miseria —dije, cruzándome de brazos sobre mi abdomen—. Los rayos son peligrosos para los bebés y no puede obligarme a hacer algo que no quiero. Yo soy la única dueña de mi cuerpo y ahora estoy en todas las facultades para decir que no. Si lo hace, si me duerme y lo hace, usted y esta clínica se van a ir bien a la mierda cuando la destruya. Mi familia puede comprarse este sanatorio y a cualquiera en el que busque trabajo. ¡Así que no me pruebe!

El doctor rechinó los dientes y salió de la sala, azotando la puerta. Escuché como le pedía a alguien que me haga entrar en razón y un segundo después entró Klaus.

Enseguida, lo miré con asco y dirigí mi vista hacia la ventana de la habitación.

—Daria...

Me negué a devolverle el saludo. La última vez que lo había visto me había amenazado, me había golpeado y me había violentado de tal manera hasta bajarme la ropa para probar algo sobre una estúpida marca de nacimiento.

En cuanto lo recordé, me di cuenta de un detalle que no había podido asociar en 2017, en el jardín de Daniel, relacionado a eso. Quién le había ido con el cuento a Klaus usó la marca de nacimiento en la espalda de Daria para probar que me había desnudado con Daniel. Y había sido ese hombrecito, que seguramente sabía las marcas en el cuerpo de la pobre chica por haberla violado.

Sentí asco y me tapé la boca con las manos, porque me dieron ganas de vomitar. Convulsioné hacia delante y el malestar que me había aquejado apenas me desperté regresó.

—¡Hija!

Klaus se puso frente a mí, dispuesto a sostenerme, pero yo le aparté las manos apenas pude, recuperándome de la arcada lo suficiente. No quería sentir su tacto después de que me había obligado a develar esa maldita mancha de nacimiento que no conocía, no quería recordarlo otra vez.

—No me toques —le espeté—. Ni se te ocurra tocarme.

—Daria —dijo él, irguiéndose y poniendo ese tono duro de siempre—. Soy tu padre... A pesar de todo lo que hici...

—¡Cerrá la boca! —grité, sacando de nuevo mi pierna sana y alejando a Klaus de un golpe—. Vos me llevaste a esto, ¡vos me obligaste a todo esto! Así que ni se te ocurra venir a decirme "soy tu padre". No sos mi papá, sos un monstruo. Estuve rodeada toda mi vida por puras mierdas.

Guardé la pierna y me retiré lo más posible. El desprecio de mi voz hizo que Klaus, por primera vez desde que lo conocía, retrocediera. Solo ahí levanté la mirada y pude ver bien su cara.

Él me miraba como si fuese la primera vez en su vida que me veía. Estaba pálido, ojeroso y parecía quince años más viejo. Sin embargo, el rastro de dolor por mi dicho desapareció de su rostro muy rápido.

—En vez de agradecer que estás viva, que gracias a tu padre tenés esta atención médica.

—¡No me hagas reír! —lo interrumpí, con firmeza e ironía—. ¿O te olvidas que me pegaste? ¿Solo porque ahora se me notan más los golpes de la caída que me pegué te das el lujo de ignorar que me fajaste? —grité. No me importaba que las enfermeras y los médicos nos escucharan—. Teniéndote a vos acá, preferiría estar muerta.

—No seas impertinente —intentó cortarme, en voz baja, mirando de reojo la puerta de la habitación.

—Me tenés los ovarios por el piso —le espeté, sin miedo y sin vergüenza—. Sos el menor de mis problemas. Y acordáte de mí: si le pasa algo a Daniel o a mi hijo, te juro que yo misma te mato. Así que andá a decirle a ese médico de mierda que más le vale que no me lleve a hacer ninguna radiografía, porque te hundo con él.

A Klaus se le agitó el bigote. Pero estaba más preocupado por lo que la gente pensara de él ante mis dichos que por lo que realmente pudiese estar diciéndole. Las apariencias eran lo más importante para ese hombre mediocre.

—Daria, ¡no podés hablarme así! ¡Me debes respeto!

—El respeto se gana —le contesté, arqueando las cejas y desafiándolo con la mirada—. Y si querés que te respete, de ahora en más lo único que vas a hacer es lo que yo quiero. Si no querés que todo este hospital se entere de que me amenazaste con sacarme a mi hijo después de que VOS me dejaras sin chaperón y obligándome a enamorarme de mi prometido en menos de tres meses... ¡Uf! Va a ser bastante irónico, ¿o no?

Miró levemente hacia el suelo y se mojó los labios antes de que dijera algo más.

—No me amenaces —Su tono fue débil y entonces fruncí el ceño, sabiendo que ahí, en él, había algo más que solo vergüenza por lo que la gente pudiese pensar en esa clínica. A Klaus le pasaba algo más.

—No me digas que te sentís culpable —susurré, dejando caer la mandíbula.

Por un momento, él no respondió, pero luego, cuando levantó la cara avejentada y cansada y trató de disimularlo, comprendí que era realmente así.

—Si me hubieses encerrado, si no hubieses intentado escaparte con Daniel, no estarías en esta cama —me espetó, entre dientes, acentuando todas las palabras. La única forma en la que ese tipo tenía para lidiar con la culpa era echándomela a mí, claro.

Me recliné sobre la almohada y negué lentamente con la cabeza. Él, que esperaba que yo gritara de nuevo, se quedó pasmado esperando.

—Si eso te da paz... —dije, un minuto después—. Pero no, yo estaría en esta cama o muerta independientemente de vos.

Mi repentina actitud relajada y superada lo descolocó, así que levantó su dedo índice para seguir sermoneándome, porque no sabía qué más hacer.

—¡Si me hubieras hecho caso...!

—Nunca te interesó, ni nunca pudiste protegerme. Así como no evitaste que me viera con Daniel, tampoco evitaste que él me alcanzara —dije, seria y con voz de ultratumba.

El dedo débil que Klaus levantó en el aire comenzó a bajar lentamente. El desconcierto se adueñó de todas sus expresiones.

—¿De qué estás hablando...? —dijo, agudizando la voz. Pude ver, por un instante, el entendimiento cruzar por sus ojos, sin embargo, el médico entró en la habitación y cortó todas sus cavilaciones.

—¿Habló con su hija, señor Dohrn? —dijo el doctor, sin ganas y sin paciencia. Acentuó la palabra hija como si yo fuese una loca insoportable.

Klaus se giró, todavía bajando el dedo, y ocupó toda la maraña de sentimientos que estaba desarrollando en él.

—¿Disculpe? —bramó—. ¿Cómo se atreve a referirse así a mi única hija?

Cuando Klaus se enojaba, el acento alemán se le notaba muchísimo más y parecía mil veces más violento de lo que podía ser. Así que eso fue suficiente para que el médico empezara a retroceder hasta la pared. Antes de que llegara a la misma, tenía al padre de Daria clavándole el dedo en el pecho y amenazándolo con destruir su carrera si no me trataba como correspondía.

—Pero... ¡señor Dohrn!

—¡Ella dijo que no! ¿Quién se cree que es para pasar por encima de los Dohrn?

Se abstuvo por un segundo de darle un golpe a la pared y fue suficiente para que el médico entendiera que tenía que correr hacia la puerta.

—Llamaré al obstetra —sentenció, antes de marcharse.

El padre de Daria respiró, agitado y enfadado, por un momento más. Me lo quedé viendo, de brazos cruzados, juzgando su violencia interna y sacando más razones para alejarme de ese tipo apenas viera a Daniel. Había muchas cosas que resolver en 1944, pero Klaus no estaba en mis planes más inmediatos, de igual modo.

—¿Dónde está Daniel? ¿Elizabeth lo fue a buscar? ¿Por qué él no está acá como ustedes? —dije, apenas él se giró hacia la cama.

Klaus no me contestó de inmediato. Sus ojos negros se clavaron en mi rostro, serios e implacables y se acercó tan rápido a mi que creía que intentaría golpearme. Me encogí y él se detuvo y retrocedió al ver mi reacción.

—Explicáte, Daria —dijo, cuando estuvo a un metro de mi y yo relajé los hombros—. ¿Qué quisiste decir? ¿Estabas hablando de Daniel?

Sacudí la cabeza, pasmada por semejante sugerencia. Entendía que él no la dejara pasar, pero el orden de sus pensamientos era ridículo. Si así fuera, no tendría sentido que pidiese tanto por él.

—¿Qué? ¿Sos tonto o te haces? —le contesté—. ¡Obviamente no! Vos sabes muy bien de quién te hablo. Porque desde que perdí la memoria, en vez de explicarme las cosas, lo único que hiciste fue manipular todo. En vez de advertirme que había algo raro en ese tipo, le dijiste a Daniel y a Bonnie que me alejaran de él. ¡Y yo fui tan tonta e ignorante!

Me tapé la cara con las manos cuando pasé de la bronca al asco, otra vez. Pensar en ese hombre y en todas las veces que se me había acercado, testeándome, seguro sabiendo que no lo recordaba, me daba escalofríos. Era una sensación agobiante que me paralizaba todo el cuerpo.

—¿Estás hablando de...?

—¡Si! ¡De él! —grité, dejando caer las manos—. ¡No me acuerdo como se llama! ¡Del que te dijo que había estado con Daniel, el que te dijo de mi mancha de nacimiento!

Klaus parpadeó.

—¿Gunter?

Escuchar su nombre, al fin, me dio arcadas de nuevo. Cerré los ojos y me tapé la boca mientras reprimía el terror que había experimentado a través de los recuerdos de Daria. Si yo los sentía tan vivos y ni siquiera era ella, no quería ni imaginarme lo que había sido ser ella.

—¿Estás enojada conmigo porque Gunter te espió y te delató? —bramó Klaus entonces y yo fruncí el ceño, levantando la mirada para verlo incrédula.

O Klaus estaba sin dormir, o realmente se había vuelto estúpido desde que lo dejé encerrado en su despacho.

—¡No! ¡Estoy enojada con vos porque me pegaste, porque me vulneraste todos mis derechos! ¡Estoy enojada porque me engañaste y me mentiste para manipularme y jamás, jamás, me advertiste que este Gunter era... peligroso para mí! Si sabías que era raro conmigo, que me perseguía, ¿porqué no hiciste más nada?

¡Acusarte de ser una cualquiera no era más peligroso que el que yo te encontrara! —me espetó él, continuando con su lado misógino y esta vez sin preocuparle sin las enfermeras se enteraban que yo era un "puta". Aunque suponía que ya lo pensaban porque ya sabían que estaba embarazada y no casada.

Me indignó tanto que parecía hacerse el ciego a propósito que terminé intentando salir de la cama para enfrentarlo como correspondía. Pero no pude. La pierna que tenía fisurada me dolía muchísimo y terminé rendida, entre las almohadas, con el grito raspándome la garganta:

—¡ÉL ME VIOLÓ!

Klaus retrocedió como si le hubiese dado un cachetazo y yo sentí que todas las fuerzas se me iban de golpe. No pude ni llorar y me di cuenta de que en realidad no me había recuperado nada desde que me había despertado, solo había estado usando toda mi reserva y de tanto que había gritado ya estaba seca.

—¿Qué...decís...?

Negué con la cabeza y me quedé tumbada, mirando el techo, llorando sin llorar y con el corazón roto por Daria. Ella nunca había tenido la oportunidad de decirlo y en el fondo eso me hacía sentir culpable. Lo justo hubiese sido otra cosa, no que yo cantara sus verdades.

—Nunca tuve un padre que se preocupara... realmente por mí —dije, en un hilo de voz—. Un padre que me viera lo suficiente para... entender que algo no estaba bien conmigo. Porque la única razón por la cuál alejabas a... ese de mi... era porque no era suficiente... para mí. —Ni me molesté en ver su reacción—. Lo sé, me lo imagino. ¿Pero dónde estabas, eh? ¿Dónde estabas cuando me agarró y me obligó? ¿Dónde estabas cuando supliqué que alguien me ayudara? No, no estabas ahí. Creíste que estabas, pero no.

Se me quebró la voz. No sabía mucho más. Creía entender que aquello había ocurrido, al menos, más de una vez. Pero no podía asegurarlo. Una sola podía bastar para que Daria se considerara muerta en vida y decidiese acabar con la agonía.

Pasó un minuto más antes de que Klaus comenzara a gritar.

—¿Y porqué no me lo dijiste? ¿Ese bebé es de él? ¡¿De esa escoria?!

Sentí ganas de vomitar otra vez y tuve que colgarme de la cama cuando no pude detenerlo. De solo imaginar estar embarazada de ese monstruo solté todo lo que tenía sobre el suelo de la habitación, aunque resultó ser pura bilis y saliva.

Antes de que pudiera procesar que pasaba, había una enfermera sujetándome y ayudándome a volver a la cama, mientras el padre de Daria gritaba solo, enfurecido, y le exigía al obstetra, que acaba de entrar al cuarto, que me diera la oportunidad de deshacerme del bastardo porque era producto de una violación. Y que pagaría todo lo que fuese necesario por el silencio.

—¿Qué...? ¡No! Es de Daniel —logré decir, abrazándome el abdomen. La enfermera me miró con pena y se apresuró a secarme las lágrimas que tenía en las mejillas, que seguro se me escaparon al vomitar.

—¡Dijiste que te violó!

—¡Fue antes! —exclamé, con la garganta ya destrozada. Pedí agua, pero me la negaron y me forzaron a tenderme y a controlar mi respiración. El obstetra pidió ayuda de otros doctores y, de alguna forma, consiguieron que Klaus se retirara de la habitación—. Mi bebé no es de ese hombre, por favor... no —le dije al doctor, cuando esté se acercó a la camilla con un especulo colgado del cuello.

—Señorita Dohrn, no voy a hacer nada que usted no quiera —me dijo el hombre, que tenía casi la edad de Klaus, aunque su pelo ya estaba canoso—. Ahora, tiene que relajarse. No es bueno que vomite porque puede deshidratarse. Tenemos que parar esas arcadas y lo primero es que se relaje, ¿sí?

Esperó mi respuesta y agradecí que al menos él fuese amable. Asentí y él me señaló la barriga con una mano, también pidiéndome permiso.

Traté de relajarme y dejé que me ocultara tanto el pecho como el abdomen. Estuvo un buen rato y se tomó todo su tiempo. Luego, me tomó el pulso a mi y me hizo varias preguntas de rutina, como la última vez que había tenido mi menstruación o cuándo había sido la última vez que tuve relaciones sexuales.

No me hizo ningún tipo de pregunta referente a la violación. Yo le dije que con Daniel había estado hacia más de dos meses, pero que no me acordaba bien. Lo cierto era que, después de todo lo que había pasado en 1944 desde nuestra primera vez juntos y después de que yo pasara más meses en 2017, no tenía todo tan claro. Para el obstetra eso no pareció fuera de lo normal y cuando terminó de revisarme, me miró son tranquilidad.

—¿Mi bebé va a estar bien, entonces? —le pregunté, con muchísima ansiedad ante su pasividad.

—No puedo confirmar o descartar que esté embarazada —me dijo, lentamente.

Eso fue desconcertante para mí.

—¿Có... cómo? —dije, sin entender ni un pepino. Yo estaba embarazada, ¡lo sabía porque en la leyenda de La cumbrecita lo decía! Pero, casi como terminé de pensarlo, me di cuenta de que podría haber usado el rumor de mi embarazo para armar mejor el cuento. Quizás no estaba embarazada.

Se me cayó el alma a los pies. Si bien no había sido la única, volver para salvar a mi hijo había sido una de mis grandes motivaciones y de la nada sentía que lo estaba perdiendo, sin siquiera luchar por él.

—Señorita, calma —me dijo el doctor—. Desde la fecha de su última menstruación, solo podemos contar seis semanas, sin embargo, podría tener un embarazo de cuatro. Es imposible confirmarlo en este momento. Debemos controlarla para seguir el curso de la posible gestación. Si no hay sangrado, está embarazada. Cuando esté más avanzado podremos determinar la salud de su bebé.

Me dio una leve palmadita en las manos y se alejó de la cama para anotar algo más en las planillas que llevaba. Me quedé callada todo ese rato, inmersa en mis pensamientos y cavilaciones, hasta que el hombre me preguntó si deseaba explicarle todo eso yo a mi padre o prefería que lo hiciese él.

—No pienso abortar —le dije, levantando la mirada—. El que me... —tragué saliva— lo hizo antes, mucho antes.

—Está bien. Yo se lo voy a explicar —El doctor trató de sonreírme—. Le voy a recomendar mucho reposo y vitaminas. Sin embargo, no puedo darle el alta hasta que los demás doctores determinen que está bien.

—Dígales que no me hagan radiografías —le pedí, en voz baja, abrazándome la panza. Por eso ninguno me había escuchado cuando insistí en que era peligroso para el bebé. En primer lugar, el otro médico ni siquiera me había creído estar embarazada.

—Por descontado —me respondió—. De igual modo, parece que huesos rotos no tienen y solamente se pudo detectar una fisura en la pierna —añadió, leyendo las notas de los demás doctores—. No va a ser estrictamente necesario hacer otra.

Me hizo una inclinación con la cabeza y me dejó sola, mientras yo me daba golpes en la mano con la cabeza, al entender al fin que era obvio que ya me habían hecho una. No podía hacer nada con eso porque ni siquiera estaban seguros de nada, solo hacerme la cabeza. 

Escuché la voz gruesa de Klaus en el pasillo poco después, pero no pudo ponerse a discutir con el obstetra y luego todo quedó en absoluto silencio.

Pasaron los minutos y me di cuenta de que el padre de Daria no era capaz de encararme. Después de semejante confesión, donde dejaba en claro su falta de empatía y protección y su exceso de desprecio por su propia hija, casi que lo entendía.

También lo agradecía, porque necesitaba llorar en silencio y en soledad, aunque sea por unos minutos, lo que significaba estar ahí de vuelta, haberlo confesado todo y tener todas las incertidumbres encima.

El corazón me dolía más que cualquier otra parte del cuerpo y la seguridad con la que me había apoderado del cuerpo de Daria esta vez se había esfumado lentamente. Mientras más tiempo tardaba en ver a Daniel, más me preguntaba si realmente sería capaz de resolver todo ahora. 

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