Treinta y uno
Sonata de anhelos
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Koica parecía una versión pequeña de Mihria, con la diferencia de que el pequeño pueblo mantenía sus desgracias a la vista de todos. Cada una de las paredes de las casas koiquitas contaban una historia de miseria y sufrimiento, lo que se reflejaba en las almas grises y frías de la mayoría de sus habitantes.
Los niños y Teresa eran los únicos diferentes. Había algo en sus corazones, algo que deseó tener dentro del suyo: amor y cariño propio.
Caminando hacia la reja que dividía el patio de la gran e iluminada casa del alcalde del resto del pueblo lúgubre que dormía a la luz de la luna, fue cuando se dio cuenta de algo que jamás se había cuestionado: tenía deseos, anhelos como cualquier otra persona. Había muchas cosas que quería con todas sus fuerzas como una familia por quien llorar de felicidad, tal y como Hakone había hecho sobre sus hombros.
Aquella imagen le hizo sentir un vacío dentro de sí. Felicidad por un lado y tristeza por el otro. Dichosa por el comandante y su hermana, pero desolada por la falta de un poco de eso para ella.
Y miedo. No sabía por qué.
¿Qué pasaría con Hakone ahora que su hermana estaba despierta?
¿A qué le temía? El sería feliz y debería estar contenta por ello, sin embargo, esa situación le causaba cierta inseguridad.
—¡Vas a explicarme ahora qué fue eso de salir corriendo como si hubieras olvidado algo importante! —le recriminó Yunis apenas hubo entrado a la habitación que compartía con las demás chicas de la caravana.
—Había olvidado algo —fue todo lo que se le ocurrió para defenderse.
—La próxima vez lleva algo en los pies —la voz de Rina era tranquila y armoniosa, bajando el estrés que Yunis le hacía sentir por su sobresalto—. No queremos que tu también te enfermes, Ina.
—¡Y lo que faltaría!, con Asami indispuesta no queremos a nadie más que necesite de nuestros cuidados.
Ina miró a su alrededor. Estibaliz no se encontraba con ellas. Sabía que Asami dormiría en una habitación aparte, ya que se suponía que, al ser un chico, no tenía permitido pernoctar con sus compañeras.
La enfermera que se encontraba ausente debería estar con ella en ese momento.
¿Qué tan desdichada debería sentirse Asami como para fingir durante años ser una persona diferente a lo que su cuerpo mandaba? ¿Cuáles habrán sido sus razones para tomar una decisión de ese calibre?
Entendía por qué no quería que nadie se enterara.
Después de limpiar sus pies y de peinar su cabello para disponerse a dormir, pensando en todo lo que había ocurrido aquel día —el ataque a la caravana, Hakone mostrando un lado que ella nunca pensó que vería, todo lo ocurrido con Teresa—, Estibaliz abrió cuidadosamente la gruesa puerta de la habitación de invitadas.
—Oí que llegaste, Ina. Asami dijo que quiere hablar con nosotras.
Apenas se conocían, ¿qué querría decirles que ameritara que fuesen a buscarlas tan entrada la noche?
Cuando entró a la habitación contigua, entendió por qué Estibaliz mencionó que la había oído. Las paredes de concreto no eran capaces de amortiguar las vibraciones de la voz de Yunis al hablar con sus compañeras, quienes decidieron abrigarse un poco antes de salir de la habitación.
Aquel lugar oscuro solo estaba iluminado por una pequeña lámpara de parafina que relucía una fina y delicada llama, dejando ver tan solo el rostro cansado de la guardia herida. Con un poco de esfuerzo, Ina fue capaz de ver uno de sus brazos inmovilizados envueltos con una enorme gaza sobre su ropa. Dormir sentada era la única solución para que su sueño no le diera más dolores de los que ya había tenido todo el día.
Sus ojeras le decían que quería descansar, por lo que sintió la necesidad de huir discretamente pese a que su mirada se encontraba pegada en su frente.
—Ina —comenzó Asami, adivinando sus intenciones—, por favor, hay algo que me gustaría conversar.
Desvió su mirada un segundo para luego regresar al rostro de la guardia. Estaba nerviosa, de la misma manera en que lo estaba la primera vez que habló con Minerva, cuando rechazó su admisión como herborista por no conocer los nombres de las hierbas que utilizaban.
Entrelazó los dedos de sus manos frente a su vientre y caminó cerca de donde Asami se encontraba sentada, sintiendo el ligero calor que la pequeña llama de la lámpara emanaba.
—Por favor, siéntate —Ina obedeció, tomando un pequeño rincón de la cama frente a ella. Antes de proseguir, Asami suspiró—. Creo que puedes imaginar por qué necesito hablar con ustedes.
Realmente no se lo imaginaba.
—¿Tiene que ver con lo de este mañana? Asami, te prometo que no se lo diré a nadie.
—Nosotras tampoco —escuchó decir a Rina, quien entraba a la habitación con otra lámpara en sus manos, acompañada de Estibaliz y Yunis.
Podía sentir las vibraciones nerviosas de las almas de todas.
—Yo... —comenzó Asami— quiero agradecerles por todo. Por cuidarme. Por no juzgarme. Pero creo que, una vez que regresemos al palacio no volverán a verme.
—¡No, no!, ¿de qué estás hablando? —La voz de Yunis reverberó dentro de las paredes, produciendo un sonoro eco— Asami, si nadie se entera de que eres una chica, no tienes nada de qué temer. Seguirá siendo tu secreto, tal y como lo era antes.
—Es cierto —convino Rina—. Guardaremos el secreto, ¡lo juro por Flora!
Asami permaneció en silencio. Ina pudo adivinar que eso no era lo que le preocupaba.
—Hakone te aprecia —murmuró, casi para sí misma—. No te delataría por algo tan simple.
—Es su deber, Ina —alegó la guardia herida—. Si no reporta algo así quien se meterá en problemas es él y podría incluso perder su puesto.
No pudo evitar recordar aquella tarde en que descubrió que no era humana y la noche en que se mostró a sí misma sin que ningún arma fuese capaz de herirla. Pensó que él haría algo, que la expulsaría sin dudarlo, que obtendría un castigo por comportarse como lo hizo, rompiendo todas las reglas.
Pero no lo hizo, al contrario, parecía apoyarla. Y lo haría con Asami también.
O eso quiso pensar.
—Estoy segura de que es capaz de entenderlo. Es una buena persona.
Confiaba en Asami, pero no estaba dispuesta a decirle lo que él había dejado pasar sobre ella.
—Honestamente, creo que le temo —confesó ella—. Me ha dicho muchas veces que confía en mí, pero siento que ahora lo he roto todo eso.
—Solo el tiempo lo dirá, querida —sentenció Estibaliz—... ¿o querido? Realmente no entiendo bien cómo es la situación aquí.
Yunis no pudo evitar echarse a reír. Asami se contagió ligeramente, mostrando una leve y sincera sonrisa.
—Bueno, creo que puedo hablar libremente con ustedes ahora, ya que no tengo nada más que perder.
—De estas cuatro paredes, no saldrá nada —prometió la compañera herborista de Ina, haciendo un gesto con sus manos en sus labios que se asimilaba a la acción de cerrar una puerta y tirar la llave.
—Pues, es complicado —prosiguió Asami—. Soy una chica, me siento cómoda siéndolo y me gusta, pero también amo ser guardia y desde pequeña siempre quise estar al servicio de los demás de esta manera —suspiró—. Sin embargo, sentí que el mundo se me vino abajo cuando me enteré que jamás podría llegar a ser una.
—Así que, sacrificaste tu feminidad por tu sueño —comentó Rina.
La guardia asintió.
—Es un precio pequeño para mi felicidad, además yo... —se detuvo repentinamente— yo... soy una escoria —pronunció finalmente luego de soltar un largo y sonoro suspiro.
Había escuchado esa palabra antes.
La cinco veces escoria. Se preguntó qué pecados escondería Asami, pues no se trataría de nada que pudiese mostrarse en su alma.
—No digas eso —intervino Rina—. ¿Qué pudiste haber hecho para llamarte a ti misma así?
—Amar —susurró para sí misma, pero Ina logró escucharla.
Al parecer, amar era algo que solo unos pocos tenían permitido.
—Ophelia también era una escoria —pensó en voz alta.
—¿Ophelia dices? —Yunis parecía sorprendida por la mención en la máscara del oso— Ella siempre me pareció una buena persona, no creo que realmente haya sido una escoria.
Aquel comentario hizo sentir extrañamente bien a Ina.
—Ella misma se llamaba así. La cinco veces escoria.
—... madre sin un hombre, que quemó a su propia hija. Triple escoria por ser una rebelde y cuatro y cinco veces por amar a una mujer humana.
Lo sabía, Asami lo sabía bien.
Sintió como las demás mujeres que la acompañaban se tensaban. Aquella declaración parecía ser algo que no esperaban bajo ninguna circunstancia, al igual que ella misma.
Nunca se había preguntado sobre la identidad de la chica que Ophelia afirmaba que se había enamorado de ella. Asami era una buena persona, podía verlo en su alma colorida con aroma a hierbas y texturas que reflejaban la luz del sol de otoño. Fría y cálida a la vez, anhelante de un amor que le correspondiera, pero que era en extremo difícil de encontrar.
Asami y Ophelia se habían hallado la una a la otra.
—Asami...—comenzó a decir Yunis, levantándose de su espacio autodesignado sobre la cama para estrecharla contra su cuerpo en un sólido abrazo—, lo siento mucho.
En ese instante, las lágrimas comenzaron a brotar de los ojos de la guardia.
—Ha sido difícil —sollozó—. Muy difícil. Pensé que por fin ella podría ser feliz conmigo, pero todo esto sucedió y... y...
—Todas hemos tenido amores difíciles —puntualizó Estibaliz, intentando desviar el tema—. Yo, por ejemplo, con alguien menor que yo.
—¿Un niño? —cuestionó Ina con curiosidad.
—¡No!, ¿qué dices? Solo era un año menor que yo.
No entendía cual era el problema, pero, debido a la respuesta de la enfermera, puso entender que su rostro mostraba la incógnita.
—No es normal que una mujer salga con alguien menor —continuó Rina—. Yo salí con alguien a quien no quería, solo porque todos a mi alrededor lo hacían.
—Lo peor que puedes hacer es engañarte a ti misma —sentenció Asami.
Ina levantó su mirada hacia Yunis, quien cerraba sus ojos mientras inhalaba una gran bocanada de aire, anunciando sus intenciones de hablar, pero sin lograr emitir ni un solo ruido.
Rina tomó su mano.
—Puedes decirnos cualquier cosa, Yunis.
Ella asintió con la cabeza.
—La persona con la que estoy no me ama... o al menos eso creo.
El corazón de Ina dio un salto. Nunca había hablado de Kairos de aquel modo, siempre lo defendía, ignorando todo lo que le sucedía, aunque la hiriese.
—Lo siento mucho, Yunis —pronunció Estibaliz—. Si te sientes así, es mejor que aclares las cosas o lo dejes.
—No, no puedo hacerlo. El... es algo irritable a veces.
—¿Irritable? —Rina entrecerró sus ojos, intentando analizar las palabras de la herborista— Yunis, el no te trata nada bien, ¿me equivoco?
Ina quería intervenir, pero algo en su cabeza le decía que lo mejor era que Yunis fuese capaz de decir las cosas por si mismas, verbalizándolas, haciéndolas real.
—Sí lo hace, a veces. Se preocupa de que me vea bien y que no deje de alimentarme como se debe. Es alguien muy divertido y con quien disfruto estar, pero hace poco parece estar molestándose por cualquier cosa. Como cuando le dije que quería cortar mi cabello.
En la habitación de Asami reinó el silencio. Aquella herida sobre su ceja se había convertido poco a poco en una visible cicatriz y en el centro de las miradas todas las presentes.
—Yunis, no es buena idea que estés con ese tipo —Estibaliz parecía realmente furiosa con la situación, como si lo que le contara le estuviese sucediendo a ella misma.
¿Cómo se llamaba ese sentimiento? Había logrado percibirlo muchas veces entre ese grupo, pero no era capaz de ponerle nombre.
Lo consideró como algo hermoso.
—Estoy con él porque lo quiero. A pesar de todo.
—¡Pero no es bueno que estés con él si lo único que hace es hacerte daño!
—¡Al diablo con eso!
—¡No te hace feliz!, ¿cómo puedes estar bien?
—¡No es algo que puedas entender!, ¡nunca has estado en mi lugar!
—¡No! Y espero jamás estarlo, al igual que ninguna debería. ¿Qué ha sido lo peor que te ha pasado?
Ina pudo ver cómo la frente de Estibaliz se arrugaba y su alma se teñía de colores cálidos, de cólera y ardía más que el fuego de las linternas que las iluminaban mientras hablaban.
El silencio volvió a reinar. Uno que las atravesaba a todas como espinas de hielo seco.
—Fue cuando... —susurró Yunis, para que solo ella misma escuchara sus palabras— cuando decidió que no necesitaba mi permiso para acostarse conmigo.
Lejos de lo que ella misma pudo creer, entendió a la perfección a lo que se refería. Yunis contó entre susurros y lágrimas los escabrosos detalles de sus noches de desesperación y miedo, pero, mientras sus compañeras de viaje empatizaban con ella, entendiendo su dolor y temor por las represalias de la ruptura, Ina solo recordaba.
Las palabras de Yunis evocaban en su cabeza las memorias que había jurado disolver entre el aire y su respiración. El tacto de las manos sucias y tibias, el dolor de las ataduras, el refugio de mirar al cielo y cantar la melodía de los chucaos, las miradas perdidas de sus compañeras los primeros días que vivió en Líter.
Todo parecía tan lejano, tan irreal frente a la calidez de las personas que había llegado a conocer en Mihria y el cariño que le mostraban sin siquiera conocerla.
Si bien, había llegado a concluir que la maldad existía en todos lados, eso no significaba que todos lo fueran.
El abrazo de Hakone tan solo unos minutos atrás era prueba de eso.
—¿Ina?
La voz de Rina sacudió su mente.
—¿Estás bien? —susurró Estibaliz, poniendo una mano sobre su hombro.
Ella solo asintió.
—Si tu necesitas decirnos algo, también puedes hacerlo —continuó la enfermera—. Nada de lo que hablemos se irá de aquí y te hará bien soltarlo.
¿Debía hacerlo? Había escondido aquellos recuerdos por tanto tiempo que incluso había olvidado que eran reales y suyos. Regresar a ellos y verbalizarlos significaría volverlos reales. No quería eso.
Pero, ¿podría seguir caminando hacia el frente si no lo hacía?
—Yo también... —comenzó a gimotear.
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La noticia del despertar de Teresa no dejó indiferente a ninguna alma en toda Koica al día siguiente. Todos, hombres, mujeres, ancianos, niños, residentes y visitantes hablaban de ello.
Aquel hecho fue atribuido a la acción de la misma muchacha. A su propio milagro, algo que dejó feliz a Ina. De saberse la verdad, llamaría la atención, y aquello era lo que menos quería.
Deseaba regresar a Mihria para continuar averiguando detalles sobre ella misma, seguir leyendo el libro de Ione y, quizás, visitar a los enmascarados nuevamente.
Solo pudo ver a Hakone cuando estuvieron a punto de irse a su siguiente destino, solo para decirle lo mucho que le agradecía por lo que había hecho por Teresa y que ella se quedaría en el pueblo hasta su recuperación.
Sin saber por qué, aquello la aliviaba de sobremanera.
Con aquella idea del último milagro de Sallow Teresa, la caravana continuó su camino hacia las siguientes ciudades durante los próximos dos días. Aquella jornada nocturna de confianza entre las mujeres de la caravana las había agotado, por lo que posterior a eso, solo compartieron miradas de apoyo y palabras concernientes al trabajo.
Hablarle a Hakone era similar a entablar una conversación con el agua.
Así, sin ningún otro contratiempo distinto a una rotura en la lona de la carreta de suministros que empapó parte de ellos, pero sin comprometer su integridad, al finalizar el tercer día, la caravana regresó a Mihria.
Ina solo deseaba volver a ver a Laurel y Monoi, quienes habían quedado al cuidado de Tamara.
Todo parecía haber regresado a la normalidad durante los días siguientes, todo, excepto Yunis, quien evitaba a toda costa mirarla a los ojos.
¿Había sido un error la conversación de aquella noche? Pensó que quizás se sentiría mejor, pero no lo hacía en absoluto. Al contrario, sus pesadillas saliendo de los recuerdos se habían hecho más frecuentes.
Mientras comía sola frente a los árboles de colores, lugar que había compartido por primera vez con su compañera de cuarto, sus pensamientos fueron interrumpidos por la presencia de un alma conocida.
—Es un bonito lugar para disfrutar —pronunció Asami con suavidad. No llevaba su uniforme, pero había vuelto a fingir ser un hombre frente a todos los habitantes del palacio. Por su rostro sereno, pudo adivinar que su comandante no había mencionado en absoluto el tema que a ella tanto le preocupaba.
—Sí, me gusta oír cómo cantan las aves, aunque no pueda verlas.
—Es un bello pasatiempo —luego de una larga pausa y un suspiro por parte de la guardia, decidió continuar: — Ina, eras amiga de Ophelia, ¿no es así?
Allí estaba. Quería hablar de ella con Asami, pero al mismo tiempo planeaba evitarlo. Dolía infinitamente pensar en su nombre.
—Sí, éramos amigas.
—¿Sabías lo que era ella? Me refiero, antes de...
—Sí, lo sabía —la interrumpió. Entendía a qué se refería sin que lo dijera—. Me dijo que tu lo habías descubierto por accidente, ella no quería que sucediera así.
Asami miró la tierra frente a sus pies, sonriendo ligeramente.
—Así fue. Una sorpresa. Pero no me importó, siempre estuve segura de que ella era la persona indicada, sin importar que fuera una mujer, sin importar que fuera una felaia.
¿Realmente así funcionaba? ¿Era posible amar a alguien ignorando todas las reglas y convicciones a las que debían adherirse?
Claro que sí, ella también amaba a Ophelia.
—Ella te quería mucho.
Pudo notar como el rostro de la guardia se sonrojaba.
—Lo sé, yo también la quería mucho. Incluso me es imposible creer que ella ya no esté, aunque haya visto ya su tumba.
¿Tumba? Ina no había visto nada como eso.
—¿Dónde está? —preguntó, enérgica.
Asami dudó un segundo.
—No lo sé. "Ellos" me llevaron.
—¿" Ellos" ?, ¿los enmascarados?
La guardia asintió.
Por supuesto. Ophelia era un miembro muy importante de aquel grupo. Imaginó que Hakone les entregaría su cuerpo a ellos luego de haber ordenado que la bajasen de la cima del ágora. Parecía una idea loca, pero posible.
Aunque no lo buscó, cuando sintió el alma de San a lo lejos, no pudo evitar correr hacia él, solo para pedirle que la llevara.
Esa misma tarde, volvió a verse envuelta por el calor de las llamas de la cabaña Kemono, bajo el retumbante sonido de las gotas de agua que chocaban contra el techo sobre ella.
Los ojos brillantes de Shi-Vy fueron lo primero que vio.
—¡Extrañé hablar contigo, Ina!
«Yo también», pensó, sin saber si realmente era verdad.
Buscó las almas a su alrededor, solo eran San, Shi-Vy y ella misma.
¿Qué había del resto? Al parecer, todos tenían otra vida, muy distinta a la de rebeldes fuera de las paredes.
Cuando se puso de pie, un objeto cuidadosamente dispuesto sobre una mesa llamó su atención. Aquello hizo que su corazón comenzara a latir fuertemente, emocionado y curioso al mismo tiempo.
Las espadas dobles que habían arrebatado la vida del antiguo obispo del templo, las que fueron empuñadas por aquel hombre que, saltando a través de los cristales de aquella edificación como si hubiese descendido del cielo.
Aquella era la única persona cuya alma no era capaz de reconocer en ningún lado, aunque lo tuviese frente suyo, porque no podía recordarla.
—Te interesa el zorro —afirmó Shi-Vy.
—¿Sabes quién es?
—Sí, pero no puedo decírtelo, porque tú no lo sabes.
Entendía que su identidad debía mantenerse como un misterio, pero odiaba que aquello funcionara así. Ya conocía los rostros de algunos de los enmascarados y no parecían tener ningún problema con ello.
—Eso es porque los que conoces no viven ni trabajan para Mihria, pero el zorro sí tiene un nombre que figura en sus registros. Realmente no importa si gritas el secreto de Ti-Kaya dentro de los muros, pero es distinto si lo haces con el zorro.
—¿Tu vives aquí, Shi-Vy?
—Sí, me molestan las multitudes. Puedo oír todo lo que sus cabezas dicen, todo el tiempo.
Lo imaginaba. Sentir las almas no era tan disruptivo como escuchar pensamientos, Ina podía elegir ignorarlo, pero Shi-Vy, no.
—¿Viniste a ver a Ophelia o a hablar con la enana? —La voz de San demostraba que perdía la paciencia con cada segundo que pasaba.
Ina esperaba encontrarse con algo más que árboles al salir de la cabaña, error del que fue consciente al segundo siguiente de haber abierto la puerta. Solo podía ver el color verde de las pocas hojas que quedaban en los árboles, el café de los troncos y el gris del cielo que lloraba sobre ellos.
—Quiero mostrarte algo antes —pronunció San llevando sus manos a sus bolsillos, escondiéndolas del agua.
Ina entendió a qué se refería cuando, frente a ellos, unos árboles calcinados, seguidos de otros hechos cenizas formaban un círculo perfecto de varios metros de radio. Algo había sucedido en aquel lugar, algo que no estaba segura de querer saber.
—Aquí fue —aseveró él— el lugar donde ella se dio por vencida.
No. No era posible que aquello fuese verdad. Ophelia nunca se habría rendido, jamás se habría entregado a la muerte.
Aquella cicatriz que mostraba una quemadura en la tierra no podía ser su último desahogo.
—Si llegó hasta aquí, ¿por qué no la ayudaron?
San suspiró.
—Porque ella sabía perfectamente lo que hacía.
Aquellas palabras volvieron a abrir una herida que creía que había comenzado a cicatrizar.
—De haber tenido un poco de apoyo, habría sobrevivido, ella era así.
—Habría puesto en peligro a toda la comunidad. Ella lo sabía.
—Sí, ¡pero deseaba que la ayudaran!, ¿por qué otra razón habría corrido hacia esta dirección, tan cerca de la cabaña?
—Ina, tenemos reglas por una razón. Ophelia sabía que tenía q...
—¡Al diablo con esas reglas! —gritó, vaciando el aire de sus pulmones.
Las lágrimas que habían comenzado a brotar de sus ojos se mezclaban con la lluvia.
Luego de un largo silencio cubierto por las gotas de agua azorando la tierra y las hojas de los árboles, volvió a escuchar la voz de San, esta vez calmada y serena.
—Yo también he gritado eso mismo alguna vez.
Entonces, se dio la vuelta para volver a internarse en el bosque.
Siguió en silencio los pasos de San, sin saber realmente hacia donde la llevaban. Caminaron durante minutos, decenas de ellos en completo silencio hasta que sus piernas comenzaron a doler por acción del frío.
Había dejado de llover cuando pudo divisar una pequeña planicie sin árboles a su alrededor, cuyo suelo era la base donde se alzaban distintas figuras de madera con inscripciones que, en ocasiones, no lograba comprender. Parecía un idioma completamente diferente al suyo.
En ese lugar, el silencio era absoluto. No había ningún alma alrededor, solo ella y San.
—Aquí es donde descansan los cuerpos de nuestros compañeros caídos.
Contó las figuras de madera. Veintiocho en total.
¿Tanta gente había muerto por la causa de los enmascarados?
Sobre aquellas figuras fue capaz de ver pequeños tallados que no habían llamado su atención en primera instancia. Eran las representaciones de animales, los que debían estar representados en sus máscaras.
Intentó identificar algunos de ellos: el perro, la pantera, el pato, la iguana, el delfín, la anguila, el oso.
El oso. Ahí estaba Ophelia.
Su lápida era especial, no solo por tratarse de ella, sino porque se encontraba acompañada del tallado de una figura más pequeña que la que lucía su máscara. Dos osos: Oliv y su madre.
No se había dado cuenta de lo rota que se sentía allí sino hasta que sus rodillas golpearon fuertemente el piso.
—Ophelia...no, Oh-Filia —comenzó, sin saber realmente por qué lo hacía.
No había un alma frente ella con quien comunicarse, no podía escucharla. Pero deseaba que así fuera. Tenía tantas cosas que decirle. Quería despedirse adecuadamente.
—Ese era tu verdadero nombre y, sin embargo, decidiste no decírmelo. Realmente no importa, tu tampoco conoces el mío —con cada palabra, Ina sentía que su garganta se apretaba más y más—. Sé que ha pasado tiempo, pero tu corazón sigue brillando, aunque no soy capaz de ver desde qué dirección.
» Tengo tantas cosas que decirte y no sé como comenzar. Algunas cosas han cambiado desde que te fuiste, como que ya no soy aprendiz, sino una herborista profesional, también salí del palacio por primera vez, conocí muchos pueblos y a la gente que vive en ellos también. Logré salvar una vida y también regresé un alma a su cuerpo... todo, gracias a ti.
» Dondequiera que estés, mi corazón siente como si estuvieras junto a él en todo momento. Alguna vez pensé que te habías ido, porque no había un alma que pudiese sentir, pero sigues ahí, infundiendo el fuego en mis venas como siempre lo hiciste. Dije que me rendiría, pero sigo caminando hacia adelante y eso es por ti, aunque me vi forzada a aceptar tu adiós.
» Lloré, lloré por el pasado al que no regresaré, hundiéndome en lágrimas hasta ahogarme con ellas. Pero después, me di cuenta de que no era yo quien debía ahogarse, sino que debía hacerlo mi desesperación. Entonces, la abracé, porque no tenía más remedio que vivir, que mover mis pies hacia adelante porque el pasado no volverá.
» Mi melancolía se está mezclando con el viento para convertirse en la sombra del pasado que solía perseguir.
» Realmente, no sabía que podía ser más fuerte, aunque pude serlo. Así aprendí que debía llorar y caerme para levantarme comenzar a correr nuevamente y ser capaz de reírme del dolor.
» Quiero agradecerte, Oh-Filia, por enseñarme que no debo conformarme con ser derribada por la luz del destino y que debo seguir el camino que mis propios sueños han dibujado. Hoy, sé que soy capaz de abrazar esa fuerza que me entregaste.
» Sé que mis "gracias" intentan dar algo de color la tristeza. Te prometo que nunca más ahogaré el grito que no me dejaron reproducir para no volver a ver el mundo coloreado con sangre.
» Algún día, Ophelia, podremos contarnos nuestras historias.
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La verdad es que estoy muy feliz porque me gustan y siento que ahora sí combinan.
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