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Honrarás a tu padre y a tu madre

—Es curioso, ¿no? Es la primera vez que nos vemos y, aun así, ya nos conocemos — sentenció la anciana de cabellos blancos que sonreía frente a mí.

«Tú eres...». Esas palabras golpearon mi mente, incapaces de liberarse a través de mis labios.

—Así es —respondió, como si me hubiese leído la mente—. Soy Vedoira, tu creadora.

«Pero, ¿cómo?».

Había comprobado la temperatura de su cuerpo inmóvil en aquella solitaria cabaña. Ella no debería estar ahí, justo delante de mi moldeada silueta, hablándome.

—Dahlia, escúchame bien —me pidió con su quebradiza voz, la misma que me había suplantado desde el momento en el que abrí los ojos—. Quiero explicártelo todo.

«¿Por qué?».

Aquella era la única pregunta que me venía a la mente cada vez que percibía mi piel, comprobando que yo era tan real como cualquier ser humano.

¿Por qué me había creado a mí?

Su arrugado rostro dibujó una diminuta sonrisa antes de continuar.

—En el preciso momento en el que decidí crearte, fruto de mi odio y rencor, no pensé en los humanos bondadosos. No se me había ocurrido que pudiese existir alguien como Marlo en un mundo lleno de mentiras —declaró.

Marlo. Ese nombre era suficiente para provocar que se me erizara la piel. Hacía que recordara un abrazo que jamás volvería a sentir.

—Lamento que tu existencia sea tan dolorosa, hija mía. Sin embargo, has de saber que eres una criatura con suerte.

«¿Suerte? No puedo ni expresar mi propio dolor».

—En eso te equivocas, Dahlia —soltó—. Esa es tu verdadera voz. Esa que está sonando en tu mente y la cual únicamente yo logro escuchar. Yo te he creado de manera que, cuando llegue el momento en el que te sientas preparada, puedas expresarte tú.

«¿A qué te refieres?», pregunté. No comprendía ni una sola palabra de lo que aseveraba aquella mujer.

—Lo entenderás muy pronto. Por ahora solo te puedo hablar de tu propósito y de tus poderes. Si estoy aquí es por tu llamada de auxilio. Para curar a ese chico. —Entonces, señaló con su dedo índice al muchacho inconsciente.

Asentí. Esa era mi única oportunidad para conocerme a mí misma.

«Escucho».

—La historia que te ha contado Marlo es cierta. El jefe de policía me prometió protección y no cumplió con lo acordado. Él es la persona más deshonesta sobre la faz del mundo y es por ese motivo que debes hacerle pagar por todo el daño que ha hecho.

«¿Solo por incumplir su promesa contigo?».

—No se trata de una simple promesa, Dahlia. Él abusa de su poder para utilizar a la gente. ¿Recuerdas al agente Lithe?

Sentí un escalofrío recorrer cada poro de mi piel. Y tanto que lo recordaba. Su rostro sin ojos no quería abandonar mi mente.

—Eso me temía —prosiguió—. Él es mucho peor. No tiene escrúpulos. Se escuda en su puesto para realizar las atrocidades más inmundas que se te puedan imaginar y nadie puede dudar de su palabra. Eso es lo que lo salva. Pero no podrá hacer nada contra la dama de los cuervos.

«No puedo articular las palabras de aquella vez sin ti», le recordé.

—Yo estaré ahí cuando lo necesites. Mi voz regresará a ti para pronunciar las palabras mágicas —aseguró—. Pero no es mi intención controlarte, mi tesoro. Por eso quiero que seas capaz de defenderte con tu propia voz y de luchar con tu cuerpo si es necesario, como acabas de hacer.

«¿Eso quiere decir que seré capaz de sentir?», quise saber, en parte ilusionada y en parte temerosa.

—Eso solo depende de ti. Aunque, lo más probable sea que sí, ya que si puedo mostrarme ante ti es precisamente porque no quería dejarte sola. Hay brujas que optan por concederle su alma a su creación, negándole cualquier derecho a hablar con voz propia.

«¡Eso es horrible!».

Era incapaz de pensar cómo un ser humano podría arrebatarle algo tan preciado a una de sus obras.

—Quizá, pero es más práctico. La criatura nunca le llevará la contraria a su creadora si ambos piensan del mismo modo o, mejor aún, si esta no piensa en absoluto. Tú, en cambio, has sido moldeada con mi último hálito, lo que me permite guiarte en tu camino, pero no controlar tu mente. El único problema de tu naturaleza es que eres una Pandora de la justicia que persigue a los injustos, así que no posees la habilidad de mentir. Siempre dirás la verdad, aunque esta sea cruel —finalizó.

Su confesión me había resuelto muchas preguntas, a la par que había introducido un extraño temor dentro de mi cuerpo.

Yo en verdad era libre. Podía pensar y sentir por mí misma, e incluso podía llegar a desobedecer las órdenes de la bruja si así lo deseaba.

—Veamos qué puedo hacer por este joven —añadió, sacándome de mis cavilaciones.

Se acercó a nosotros y se agachó a mi lado.

Colocó su mano en la cabeza de Alder, justo en la zona de la herida y observé absorta un aura de color verde que emanaba de ella.

—El sana, sana siempre funciona en estos casos.

Dejó soltar una frágil carcajada y yo no supe entender el motivo.

El muchacho de cabello castaño trataba de abrir sus ojos como si intentase despertar de un sueño profundo.

—Nos veremos pronto, Dahlia —se despidió mi creadora, antes de volverse parte del aire que me cosquilleaba la piel.

A continuación, Alder despertó y sus ojos marrones como la tierra me descubrieron. De nuevo, me habían encontrado de rodillas en el suelo. En esta ocasión, no estaba llorando, sino feliz de haberme encontrado y de ver que estaba bien.

¿Me sentía feliz?

Quizá la bruja tuviese razón.

Era cuestión de tiempo averiguar de lo que era capaz de hacer, de sentir, de vivir.

—¿Tooh?

Eso fue lo primero que dijo nada más recuperar la consciencia. Debió de haber recordado lo que había sucedido, ya que se incorporó rápidamente y se puso un tanto nervioso.

—Oh, perdón... Yo...

No pude evitar dejar escapar una breve carcajada debido a sus múltiples movimientos. Le temblaba la boca al hablar y por un momento pensé que se le iba a caer la mandíbula.

Cuando dejé de reír y volví a prestarle atención, me fijé en que me estaba mirando con los ojos bien abiertos.

—Oh, perdona. Es que me ha sorprendido tu risa, quiero decir que...que... ¿qué hago aquí? ¿Dónde están esos dos?

Lamentablemente, seguía sin poder hablar, así que traté de expresar con gestos que se habían escapado.

—¿Se han ido? ¡¿Te han hecho algo?! —me interrogó.

Moví la cabeza hacia ambos lados a modo de negación. Él suspiró aliviado.

—Menos mal —. Se quedó quieto, mirándome fijamente—. Perdona por la escena. Esos dos siempre están dando la nota.

Fruncí el ceño. No sabía a qué se refería exactamente con eso, y no estaba muy segura de si realmente quería saberlo.

—¿Sabes qué? Olvídalo. Lo importante es que estamos bien y que ellos han...

Sus ojos casi se le salen de las órbitas al tratar de formular aquellas palabras.

—¿Dices que han huido? —inquirió.

Semejaba incrédulo, así que asentí con total certeza.

—Sin hacerte nada...

De nuevo, asentí.

—¡¿Acaso tienes poderes?! —preguntó, eufórico.

No deseaba responder a aquella inocente pregunta, ya que sabía que diría la verdad y eso estropearía las cosas. Me limité a hacer una mueca con los labios.

—¡Era broma! Disculpa si te he molestado...

Quise indicar que no me había molestado en absoluto, pero él continuó hablando con ese tono tan particular que me provocaba la risa.

—En fin, el caso es que esos idiotas se han ido y que no ha sucedido nada grave. Ahora, dime, ¿cómo es que no me duele nada?

No supe contestar a esa pregunta. No conocía un gesto específico para confesar que mi difunta creadora había regresado de entre los muertos para sanar su herida, por lo que simplemente me encogí de hombros.

Alder sonrió.

—¿Cómo puedo agradecerte? Pídeme algo, por favor. —Unió sus manos en señal de súplica.

Fue en esa ocasión cuando de verdad sentí mi propia voz dentro de mi cabeza gritando por un lugar cálido en el que dormir. Habían pasado muchas cosas desde que había nacido y solo me apetecía descansar y olvidarlo todo.

Todo menos a Marlo. Algún día la volvería a encontrar, sin duda.

Junté ambas palmas de mis manos y las coloqué por debajo de mi cabeza. El muchacho era bastante ágil a la hora de comprender las señales.

—¿Quieres dormir? Claro, puedo acompañarte a tu casa, si así lo deseas.

Negué rotundamente con la cabeza.

—¿Qué quieres decir...? ¿No tienes casa?

Repetí el mismo gesto.

Alder frunció los labios y yo me puse algo nerviosa ante esa reacción.

—Ya veo. Bueno, no creo que a él le importe...

¿A quién le debía importar?

Tras un minuto de silencio que a mí se me antojó eterno, el joven retomó la conversación.

—De acuerdo. ¡Sígueme!

Hice caso a aquella palabra y acompañé a Alder en el camino sin tener conocimiento de hacia dónde nos dirigíamos con precisión.

Por suerte, no hizo falta ir muy lejos. Apenas unos cincuenta pasos nos distanciaban de nuestro destino.

Me detuve en seco y observé cómo el chico se acercaba a un muro y daba un toque. Tras esperar dos segundos dio otros dos con más intensidad.

En cuestión de tiempo, una parte rectangular sobresalió del muro y se abrió un poco. Se parecía en cierto modo a la entrada del dispensario. Sin embargo, detrás de él no se veía la figura de Marlo, sino unos ojos azules que brillaban en la oscuridad.

—Alder, ¿quién es ella? —habló.

No tardé en discernir por completo su figura en la penumbra. Era un chico que debía de rondar la edad de mi acompañante. Su cabello, corto como el de Marlo, era rubio. Sin embargo, yo era incapaz de quitar mi vista de esos ojos azules que me habían hechizado por completo.

Y su voz me sonaba peculiar. Era un poco aguda, lo suficiente para evocar en mí la imagen de los únicos pájaros que había oído canturrear en mi paseo por la ciudad.

Aun así, había algo más que me atraía de él. No estaba segura de qué se trataba exactamente, pero no me cabía duda de que sentía algo extraño que emanaba de su silueta.

—Me la he encontrado en la calle—admitió—. No tiene a dónde ir y he pensado...

—¿Qué podría quedarse aquí? —le cortó el otro, de forma tajante— Sabes muy bien que es peligroso.

—Lo sé, Pan, ¡pero ella no es peligrosa, créeme! Si estoy aquí hablando contigo ahora es gracias a ella.

Entonces, ese chico me lanzó una mirada extraña. Me mostró su ceño fruncido para luego dirigirse de nuevo a Alder.

—¿A qué te refieres? —inquirió.

—Kast y Beder. Han vuelto a hacer de las suyas —respondió.

El desconocido al que Alder había llamado Pan se llevó la mano a la cara, permitiendo que esta se deslizara desde su frente hasta sus labios.

—¡Ella me ha salvado, Pan! —exclamó mi acompañante con notable determinación— Me parece justo ofrecerle un sitio cálido donde dormir.

—¿Qué sitio, Alder? Esto no es una casa, ¡es un escondite! Apenas nos abriga una manta a cada uno.

—Lo sé, Pan —admitió el muchacho de pelo castaño—. Sabes muy bien que lo sé, pero también sabes que no puedo ignorar a alguien que necesita ayuda.

El joven rubio se mantuvo pensativo durante unos segundos en los que se dedicó a mirarme a mí y a Alder.

—Está bien. Puede quedarse —dijo al fin.

Entonces, dio media vuelta para meterse dentro. Mi acompañante me hizo un gesto a modo de invitación.

Una vez dentro noté que estaba todo muy oscuro. Solo ciertas partes del interior eran iluminadas con la ayuda de unas velas.

—Bienvenida..., ¿cómo te llamabas? —me preguntó Pan.

—No puede hablar —comentó Alder.

—Vaya, eso complica un poco las cosas... —opinó él.

Me limité a bajar la mirada con pesar. Algún día sería capaz de recuperar mi voz. Mejor, de poseer mi propia voz.

—Bueno, es igual —agregó el muchacho—. Ahora mismo lo único que importa es dónde vas a dormir.

—Podría quedarse en la habitación de Tooh temporalmente —propuso Alder—. Mientras tanto, ella dormirá contigo como cuando tiene alguna pesadilla.

—No es mala idea —consideró Pan—. Buscaré por si hay alguna manta de sobra.

Lo último que deseaba en aquel momento era ser una molestia y también quería hacérselo saber.

Sin embargo, hasta conseguir mi voz no podría expresarme.

Pan me obsequió una mirada furtiva y me pidió que lo siguiese.

La estancia no era muy grande y a tan solo unos pasos se erguía una tela que colgaba del techo.

—Esta cortina —me explicó aquel chico de ojos radiantes— separa la habitación de Tooh de las otras estancias del escondite, las cuales no están divididas entre sí.

Asentí. Seguía sin saber quién era Tooh, pero no era lo que más me atañía en aquellas circunstancias.

—Tooh. Soy Pan. Tenemos visita —soltó.

—¡Pasa!

Al otro lado de aquel trozo de tela se dejó oír una voz aguda y risueña muy distinta a todas las demás que había oído desde el día de mi creación.

El joven muchacho deslizó la cortina y logré ver la silueta de una criatura muy pequeña al otro lado.

Aquel ser humano me observó detenidamente con un brillo sin igual en sus ojos verdes.

—Tooh, ella es una amiga de Alder. ¿Podría quedarse a descansar en tu cuarto esta noche?

La pequeña se acercó a mí a paso lento, quizá dubitativa. Tenía la boca abierta de par en par.

—¡Eres preciosa! —exclamó en cuanto se hubo acercado lo suficiente.

Dejé escapar una leve sonrisa sin saber muy bien por qué.

—¡Tooh, no molestes a nuestra invitada! —habló el muchacho rubio.

Negué con la cabeza. No me había molestado en absoluto.

—¡No le molesto, Pan! Oye, ¿cómo te llamas? —inquirió con esa tierna vocecita.

—No puede hablar, Tooh —interrumpió él.

—¡¿Qué?! Vaya, ¡qué pena! Con lo guapa que eres seguro que tu voz también sería igual de bonita.

Aquel comentario provocó un extraño sentimiento en mi interior similar al del abrazo de Marlo.

Le dediqué a Tooh una cálida sonrisa y ella me devolvió una mucho más cálida todavía.

—¿Vas a dormir conmigo? —quiso saber.

Estaba a punto de indicar que no de nuevo, pero Pan fue más rápido.

—No, Tooh. Tú duermes conmigo. Ella va a dormir sola.

—Pero sola va a tener mucho miedo. ¿Y si tiene una pesadilla, Pan?

—Tooh...

—¡Yo propongo que ella duerma conmigo y así yo la protegeré de cualquier mal que la atormente! —clamó con energía.

—¡Tooh! —la reprendió el chico— ¡Basta de tonterías! Ni siquiera eres capaz de protegerte a ti misma y sabes muy bien que no puedes acercarte a los extraños.

—No es una extraña, es una amiga de Alder, ¿no? —remarcó la pequeña.

Le temblaba la voz, parecía estar a punto de echarse a...

Comenzó a llorar y acompañó su llanto de alaridos de descontento.

—Vale, vale, vale. ¡No llores, por favor! —le rogó Pan.

A continuación, me dedicó una mirada inquisitiva. Era consciente de lo que me estaba preguntando. Asentí con seguridad.

—Está bien. Dormirá contigo, pero solo por esta noche —sentenció.

Tooh había pasado de las lágrimas de profunda tristeza a dar saltos y mostrar la mejor de las sonrisas en menos de un segundo.

—¡Bien! ¡Eres el mejor, Pan! —gritó.

—Lo siento —me susurró al oído—. Voy a buscarte una manta.

Tendría que dormir en el suelo, ya que en aquel lugar no había muebles de ningún tipo. Se trataba de un espacio libre únicamente decorado por una manta tirada y unos cuantos objetos.

—¡Nos lo vamos a pasar muy bien! —exclamó Tooh.

Lo cierto era que estaba demasiado cansada para realizar un solo movimiento. Sin embargo, la sonrisa de aquel ser diminuto aligeró el gran cansancio que sentía.

Me senté en el suelo a su lado cuando ella me mandó y me perdí en sus monólogos.

—Me gusta mucho tu pelo. El mío también es muy bonito —dijo mientras sus manos resbalaban sobre su cabello rojizo.

En un momento en el que me sentí totalmente cautivada por el brillo de su melena, acaricié su cabeza con cariño.

—Por cierto, tengo nueve años. ¿Cuántos tienes tú?

Para responder hice uso de los dedos de mis manos. Mostré dos de ellos y luego seis.

—La misma edad que Pan. ¡Qué casualidad!

En realidad, apenas tenía horas de vida, pero en apariencia esos eran los que me correspondían.

Entonces, Pan nos avisó de que había llegado con la manta y entró para dármela.

—Por suerte había una —comentó antes de irse.

Una vez volvimos a quedarnos solas, Tooh retomó la conversación.

—Al menos vas a ser capaz de hablar con Alder. Él aprendió lengua de signos gracias a su madre.

Fruncí el ceño.

—Su madre era una mujer muy buena y no quería que nadie se sintiera apartado. Por eso le enseñó a su hijo a ayudar a todos los que lo necesitaran y a ser generoso —me contó—. Era tan buena que decidió irse al Cielo para pedirle a Dios que protegiera a los humanos y Pandoras.

La última palabra que salió de los labios de la pequeña me sobresaltó.

—Alder nos encontró un día en la calle y nos trajo aquí, a su escondite, donde nadie nos hará ningún daño.

Tooh continuó hablando con completa normalidad. ¿Cómo podía haber soltado aquello como si nada?

Se suponía que todos mis males venían de mi procedencia, del hecho de haber nacido Pandora, de haber sido engendrada por una bruja.

¿Eso significaba que Pan y ella eran...?

—¿Pasa algo, chica? —se preocupó— ¿He dicho algo malo?

Me llevé la mano al pecho y asentí.

—¿Tú? Tú no eres peligrosa, eres amiga de Alder. —Sonrió.

Moví la cabeza hacia ambos lados a modo de negación. ¿Cómo podía decirle que yo era una de ellos?

Me llevé el dedo índice a dónde se suponía que debía estar mi corazón e hice una cruz.

—¿Tu corazón...? ¡¿Eres una Pandora?! —gritó con sorpresa.

La mandé callar con un gesto. No tenía ni idea de por qué se lo había dicho a una niña pequeña, pero ya estaba hecho. Necesitaba compartir esa carga.

—¿Y por qué no puedes hablar? ¿No te dirige tu dueña? —quiso saber.

Volví a negar.

—¿Eso quiere decir que no es obligatorio que te dirijan?

No comprendía por qué alguien como ella hacía esas preguntas. Aunque lo cierto era que no sabía muy bien qué clase de preguntas debía esperar.

Le señalé.

—¿A mí? No, yo no soy una Pandora, pero Pan sí. A él sí que lo dirige Xinta —aseguró.

¿Pan era un Pandora dirigido? ¿Eso significaba que él no era dueño de su propia voz?

—A veces me pregunto si Pan de verdad me quiere o es culpa de la maldición —agregó Tooh con mirada triste—. Xinta le ordenó quererme y él le obedece. Yo me hago la tonta y evito hablarle del tema para que no se sienta mal, pero duele cargar con esto sola.

En ese momento, sentí unas enormes ganas de volver a acariciarla. Y así lo hice. Al igual que había hecho antes, en menos de un segundo había cambiado por completo su expresión.

—Bueno, ¿quieres que te cuente una historia antes de dormir?

Sonreí y asentí al mismo tiempo para alegría de Tooh.

Después de narrarme el cuento de una sirena que se enamora de un príncipe y se convierte en espuma de mar por él, me acurruqué en mi manta y caí en un profundo sueño.

A la mañana siguiente me despertó la aguda voz de Tooh.

—¡Hay que desayunar!

Me incorporé y me desperecé todo lo que pude. Seguí a la animada Tooh por el pasillo que conducía al comedor.

Una pequeña mesa que sostenía cuatro viejos platos me esperaba al final del camino.

Allí estaban sentados Pan y Alder manteniendo una conversación.

—¿Le dejaste tu manta? —preguntaba la voz de Alder.

—Es que no encontré ninguna y me daba no sé qué que durmiera destapada en el frío suelo...

—Hoy saldré a comprar mantas y ropa —comentó el otro.

Sentí una vergüenza enorme al saber que Pan había dormido sin ningún tipo de abrigo por mi culpa, pero la vergüenza mayor vino cuando Tooh se echó a los brazos de Pan diciendo:

—¡Pan! ¡Pan! ¡Ella también es una Pandora!

Pude sentir el peso de las miradas echándose sobre mí y me quedé totalmente petrificada.

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