Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

35. Salir a flote

Sing Me To Sleep - Alan Walker

—¡Detente, Krono! —grité con todas mis fuerzas, esperado que el dios del tiempo me escuchara.

No supe cómo, pero una pequeña parte de mí, la única consciente al parecer, tuvo la fuerza suficiente para pronunciar las palabras que confiaba que impidieran el conjuro de Krono. Mi subconsciente me lo susurraba como una tierna canción de cuna, repitiendo lo mismo: «debes despertar, tienes que reaccionar».

Mi corazón saltó de alivio al confirmar que en efecto mi suplica había sido escuchada y Krono no finalizó el hechizo.

La luz que me rodeaba se detuvo y aterricé en el suelo con la agilidad de un felino. Mi mano derecha amortiguó mi peso y con mis rodillas flexionadas me permití pararme con rapidez. El olor a azufre seguía presente, tanto como la pesadez del ambiente, justo como estaba antes de mi visión. El tiempo no pasó en el presente, pero para mí fue como vivir meses enteros en otro lugar.

Levanté la cabeza y observé la expresión expectante de At cuyos ojos seguían fijos en mis movimientos, junto con la sonrisa entretenida del dios del tiempo de porte serio. Ese gesto se me hizo curioso, en sus ojos había una diversión perversa.

—¿Hay algún problema, Lady Atenea? —inquirió Krono.

At enarcó una ceja, esperando que mi respuesta la complaciera, pero no dijo nada ni tampoco se movió.

Esos pocos segundos, o minutos en otra realidad, fueron suficientes para entender lo que debía hacer. Esa visión, que pareció una vida entera viviendo la vida de otra persona totalmente ajena a mí, fue de las peores experiencias que tuve desde que todo empezó. Ahora sabía que lo que tenía era lo que necesitaba y que intentar cambiarlo no era una opción.

Toqué fondo, intenté huir, abandonar a mis compañeros y mi deber con el mundo; ahora era hora de salir a flote, como At lo dijo. Debía apoyarme en lo que vi para querer salir del abismo y sujetarme de las manos de mis amigos para lograr alcanzar el borde de nuevo. Solo necesitaba saber lo que sería de mi vida sin divinidad para aprender a apreciar mi presente; solo tenía que perder lo que me importaba para valorarlo.

—Ya no requiero de tus servicios. —Al decirlo noté cómo los ojos de At se abrieron de par en par, contrariada—. Lamento invocarte y hacer que gastaras tu energía, pero ya no es necesario que regreses el tiempo, no lo necesito.

Él hizo una pequeña reverencia con expresión neutra, así que no sabía decir si se sentía enfadado o satisfecho, o muy divertido para su propio bien. La esfera de luz en sus manos se redujo hasta que se esfumó, y una muy pequeña sonrisa apareció en su rostro justo antes que todo su cuerpo se iluminara de un tenue brillo plateado.

—Le deseo suerte, lady Atenea —dijo—. No olvide que todo puede cambiar, nada es definitivo.

Sin darme tiempo para preguntarle a lo que se refería, desapareció frente a mí justo como lo hizo cuando llegó: de la nada y de un momento a otro, dejando atrás no más que pequeñas partículas de brillo.

«—Ailyn —At llamó mi atención, pero cuando posé mis ojos en ella me di cuenta de que no me observaba a mí sino a lo lejos, donde el humo y las explosiones eran evidentes. Sus ojos permanecían inexpresivos, pero había algo minúsculo en ellos, un débil brillo, que se me hizo extraño—, ¿qué te hizo cambiar de opinión?»

Apreté mis manos en puños y escuché atentamente los gritos de las personas a mi alrededor, los alaridos de los miles de criaturas sobrenaturales acabando con mi mundo, el destructor sonido de las armas de los soldados y policías. Era la música del desastre; la risa de la muerte.

—Mi deseo hecho realidad me mostró el horror de una vida diferente —respondí, con la vista fija en el sendero que At observaba—. Lo siento, At, tenías razón desde el comienzo, debí escucharte en lugar de culparte por algo que estuvo y está fuera de tu control. De ahora en adelante tendré más en cuanta tu opinión y tu experiencia.

La lechuza me observó con una ceja levantada y examinó mi rostro, todo mi cuerpo, como si buscara algo en específico, luego volvió su mirada al caos de unas cuadras más allá.

«—Eso lo veremos —contestó en voz baja, casi para ella misma.»

Alzó vuelo, a la altura de mi cabeza, y con un ademán me indicó que nos diéramos prisa. No sabía cuánto tiempo había perdido, pero sí estaba segura de que durante todo ese rato mis amigos estaban luchando, y probablemente buscándome, preocupados por mí; por lo que debía empezar a caminar para encontrarlos y terminar ese asunto de una vez.

Guardé la daga de Astra entre mi ropa, puesto que quizá en algún momento me sería de utilidad. Ahora me pertenecía, la parte de ella que siempre me acompañaría.

Emprendí marcha tras At, ya que ella era la que podía ver qué camino contaba con menos amenazas, mientras rezaba internamente para no toparnos con ningún monstruo porque no sabría cómo defenderme sin mi Arma Divina.

Fue ahí, durante ese pensamiento, que nos encontramos con un grupo de minotauros que luego de notar mi presencia se volvieron hacia mí con intención de atacarme. A las criaturas mitológicas les atraía la energía divina, por lo que yo debía ser un faro para ellos si incluía el poder del Filtro. No podía ser menos oportuno.

Tragué saliva y contuve la respiración mientras analizaba la situación.

Le indiqué a At que no se acercara por medio de un ademán, pero ella de todas formas no parecía interesada en salvarme, solo seguía con sus ojos analíticos sobre mí. Tenía que salvarme yo misma, después de todo, no siempre estaría rodeada de personas que me quisieran mantener con vida.

Los minotauros rugieron y se dirigieron hacia mí corriendo, apresurados por atacarme. Mi corazón pegó un brinco cuando en verdad supe que sí me atacarían.

Durante esos cortos segundos intenté pensar en algo para salir de esa, en formar un plan para enfrentarlos. Analicé lo poco que sabía de ellos y en mis medios para defenderme. Usar fuerza que no tenía contra ellos era ridículo; poseía agilidad e incluso velocidad, pero la fuerza no me la dieron a mí.

En cuando tuve a tres minotauros a menos de un metro de mí no lo pensé siquiera dos veces; fue de esas ideas espontaneas que no te dan tiempo para verificar su eficacia, solo lo hice y ya. Estiré mis brazos al frente, con las palmas abiertas y los pies separados por medio metro uno del otro, como si quisiera frenar un gran peso; y entonces, solo lo pronuncié.

Aéra.

De mis palmas extendidas salió una corriente de aire tan grande que se convirtió pronto en un torbellino. Mi cabello se elevó hacia atrás producto de la fuerza de la corriente de aire, era tanta que casi me tiró al suelo. Materializar lo que necesite, mi energía divina me daba posibilidades, mi cuerpo les podía limite. Debía darme prisa.

Los tres minotauros recibieron todo el impacto del conjuro, provocando que salieran volando varios metros atrás, los suficientes para mantenerlos muy lejos de mí y con tanta fuerza que dudaba que se pudieran parar por un buen rato.

Cerré las manos para terminar con el conjuro, lo que me permitió recuperar el aire que había perdido por el nerviosismo de que no funcionara. Mi conocimiento respecto a esas cosas era poco, demasiado para enfrentarlos cuerpo a cuerpo o usar su debilidad en su contra, por lo que un conjuro de defensa fue lo único que se me ocurrió.

«—Ailyn, a tu derecha.»

Me giré, con la incertidumbre de lo que había en esa dirección, y cuando lo hice me percaté del par de harpías que se acercaban a mí volando, con una sonrisa siniestra en sus rostros y ansiosas de atraparme.

Retrocedí, asustada, y busqué en mi atrofiada memoria algo que me ayudara.

Sin embargo, el tiempo era poco y el conocimiento escaso. Debía aprender más acerca de esos seres o jamás sobreviviría en ese mundo.

Salí corriendo, fue lo único que se me ocurrió por el momento. Corrí en la dirección que iba en un principio, hacia el centro de los rayos de luces provenientes de las Armas Divinas de mis amigos; pero sabía a la perfección que correr no me las quitaría de encima.

Cerré los ojos con fuerza, consciente de la compañía aérea de mi ángel guardián At, en busca de espacio para pensar.

Entonces, hice la relación de cómo las arañas atrapaban en sus telarañas a las moscas y todo aquello que volara.

Frené tan de repente que mis pies levantaron el polvo del suelo y me volví hacia las dos mujeres voladoras que se encontraban a metros de mí.

Estiré las manos hacia el suelo y una postura firme, lo suficiente para que mi propia energía divina no me tirara al suelo. Me concentré, visualicé lo que quería, supe que mi magia podría hacerlo.

De la tierra, en diagonal hacia las criaturas sobrenaturales, salieron un par de redes blancas semejantes a la que usaban las arañas en sus telarañas, una a cada lado de mi cuerpo, que se elevaron y capturaron a los dos seres envolviéndolos en su misma tela. Las harpías gritaban y batallaban con la red, mientras yo luchaba por mantener la concentración y terminar la tarea. Sudaba a mares, producto de la ansiedad y del terror, hasta que encontré equilibrio en medio del caos mental que me atormentaba.

Cuando por fin las dos mujeres de apariencia de murciélago se cubrieron por completo de la tela blanca, relajé mi cuerpo y la red se cortó justo donde salía de la tierra. Ambas harpías quedaron encerradas en dos capullos blancos, tan gruesos que sus uñas no lo romperían.

Me permití respirar un momento, puesto que a pesar de ser conjuros sencillos requerían energía divina. Sin embargo, no tuve tiempo suficiente para reponerme y seguir adelante...

El sonido de sus alaridos me informó de su presencia mucho antes de verlos. Me quedé pasmada, con los ojos abiertos como platos, por un segundo. Luego levanté la cabeza solo para comprobar que en efecto una gran manada de mayores se dirigía a mí, por una de las calles desiertas y cubiertas por cráteres. Eran demasiados para intentar un conjuro contra tantos, y aunque lo lograra no podría hacer nada más durante un largo rato.

Entré en pánico otra vez. Sentí mis piernas temblar y mi corazón a mil latidos por minuto producto de la adrenalina.

«—Ailyn, por aquí.»

Meré a At, quien volaba sobre la entrada de un callejón. Pasé la mirada de ella al estrecho lugar, y luego a los demonios que se acercaban. Se veía oscuro, solo, y en definitiva un mal lugar para huir, pero era eso o enfrentarlos; sin duda el mejor de dos males.

Tragué saliva con fuerza, mientras obligaba a mis piernas a moverse en dirección al lugar que At me recomendaba. Era un atajo, pero era tan reducido que, si por alguna razón me seguían los demonios, no tendría espacio para huir.

Avancé por el callejón, tan ansiosa que casi me caí en varias ocasiones, hasta que por fin logré salir de ahí. Lo que me topé al abandonar el oscuro lugar no fue mejor a lo que enfrentaba con anterioridad. Se trataba de un estacionamiento, amplio y en el mismo estado que todo en la ciudad, pero eso no fue lo que me preocupó, lo hizo el que en ese lugar se encontraran varios gusanos, un grupo entero de ellos que atemorizaban a un par de humanos indefensos.

Al sentir mi presencia los gusanos me miraron y se dirigieron hacia mí olvidando por completo a los humanos que seguían. Traté de devolverme por el callejón en cuanto noté sus intenciones, no obstante, solo me bastó con echar una mirada al interior para que mi sangre se congelara al enterarme de que en efecto los mayores me habían seguido.

Empecé a temblar, presa del pánico. No sabía qué hacer, ni cómo enfrentarme a tantos demonios al mismo tiempo. Sin embargo, me negaba a aceptar que así terminaría, porque todavía no podía rendirme sin antes disculparme una vez más con mis amigos.

Ahí decidí que por lo menos intentaría abrirme paso entre ellos...

Pero no alcancé a hacerlo, ya que varios rayos fugaces de luces que pasaron frente a mis ojos me tomaron por sorpresa, y en respuesta solo pude quedarme en mi lugar.

Seguí la dirección de las luces azules frente a mí y al hacerlo me di cuenta de que no se trataba de luces normales, sino de flechas. Flechas de Andrew.

La cantidad de flechas aumentó, entre azules y amarillas, que derribaron a los gusanos provocando que se desintegraran al instante.

Sentí una mano fría y grande cerca de mi cuello, tan aterradora como el tacto de la muerte, y sin pensarlo dos veces me giré para darme cuenta de que se trataba de un mayor a pocos centímetros de mí. Retrocedí varios pasos, pero el miedo del momento al verme cara a cara con ellos y desarmada me hizo dar un traspié y a consecuencia caí sentada en el asfalto.

Observé con horror la gran boca del mayor al abrirse para emitir un temible alarido. Estiró sus brazos hacia mí, con la intención de tomarme como lo hicieron las harpías el día que apareció la marca; pero por suerte mis amigos estaban ahí. El lazo de Sara cortó el viento, con la agilidad de una gimnasta rítmica, y se enroscó alrededor del dorso del demonio que con un poco más de presión cortó en dos y así se evaporó dejando el olor a azufre en el aire.

Los mayores que salieron del callejón se vieron sorprendidos por una gran grieta en el suelo, cortesía del poder de Evan sobre los elementos; ésta los absorbió en cuestión de segundos, despejando el estacionamiento de todos los demonios que querían atacarme.

El aire se vio impregnado con olor a azufre y pequeñas partículas parecidas a las cenizas de un volcán nublaron el ambiente por prolongados segundos. Por un momento todo fue silencio, no hubo gritos ni explosiones, ni más criaturas alrededor. Por un instante todo se detuvo, o tal vez solo lo hizo mi cerebro, no estaba segura.

—¡Ailyn! —El grito de Cailye me sacó de mi trance—. Qué bueno que te encuentres bien.

Se acachó a mi altura, apresurada y con algo de torpeza, y sus ojos me recorrieron en busca de alguna posible herida. Al verla así, con el cabello en coletas, el rostro sucio y magullado, y mirada tierna de niña a punto de esconderse, me entraron deseos de llorar.

Los demás permanecieron a algunos pasos de mí, igual de lastimados y sucios. Evan con sus inconfundibles ojos azules, y Logan con su extraño cabello, verificaban que el área estuviera limpia, y los otros dos chicos, el pelirrojo de Daymon y la roca de Andrew con los ojos sobre mí, ambos igual de serios y a la expectativa.

La realidad y la visión me golpearon al mismo tiempo, recordándome lo que estuve a punto de hacer por miedo, lo que avivó mis lagrimales.

Luego se acercó Sara, con su largo y negro cabello ondeando como bandera tras su espalda. Se agachó y me intentó levantar, pero mi cuerpo estaba clavado en el asfalto, reacio a pararse.

—¿Ailyn? —llamó Sara, preocupada.

Dejé salir mis lágrimas, me dejé llorar otra vez como la llorona irremediable que era. Me arrodillé, lo que provocó que las gotas cayeran al suelo formando círculos unidireccionales. Y solo lloré, con las mejillas rojas, el cuerpo temblante y los ojos ardientes.

—Ailyn... —susurró Sara, con la voz débil—. Está bien, puedes llorar, todos sentimos la muerte de Astra. Nadie te culpará si lloras.

Sus palabras, el consuelo en ellas y la suavidad de su voz, fue el detonante a toda la vergüenza que sentía. No me importó que Andrew estuviera ahí, ni que Logan me observara a la espera de que cometiera un error para reñirme, solo me dejé llorar a moco tendido.

—Lo siento... —musité entre lágrimas, sin el valor para verlos a la cara—. Lo siento mucho. Es mi culpa que Astra muriera; es mi culpa todo lo que está pasando, porque a pesar de que no fui yo, Atenea lo hizo, y ella es parte de mí. —Cerré los ojos y apreté los puños, tratando de controlar el temblor de mi cuerpo—. Lamento... Lamento todo lo que les he hecho pasar, lamento que siempre limpien mis desastres, y lamento no ser lo que necesitan. No saben cuánto lamento todo lo que les hice, todos los problemas en los que los metí; sabía que sería una carga para ustedes, pero no me imaginé cuánto.

Lloré con más intensidad, rozando los sollozos, consciente de la atención de todos sobre mí, cada uno mirándome a su manera.

»Lo... siento, Logan. Te quité la única persona que tenías, por favor perdóname. Todos... perdónenme por mis decisiones. Traté de huir, estuve a segundos de tirar la toalla... Pero no fui capaz de irme y dejar las cosas así. Estarían mejor sin mí, y lamento mucho ser un estorbo y un problema para ustedes. Lamento ser tan cobarde, débil, y egoísta. —Me incliné más, en mi máxima penitencia—. No puedo regresar el tiempo, solo puedo disculparme con ustedes y esperar su perdón. ¡Por favor concédanme su perdón! Y si todavía están dispuestos a aceptar que alguien como yo ocupe el lugar de líder, me gustaría intentarlo, esta vez con más compromiso.

Silencio. Fue todo lo que obtuve. Por varios segundos todo fue silencio, y ya que no me atrevía a levantar la cabeza para conocer la expresión de mis amigos, no sabía cómo se sentían con lo que dije.

Lo siguiente que vi fue los zapatos de Sara frente a mí y luego los de Cailye; levanté unos centímetros la cabeza y vi sus manos extendidas hacia mí, ofreciéndome ayudar para ponerme de pie. Las vi sonreír, una sutil sonrisa, y dudando acepté sus manos.

—No fue tu culpa —dijo Evan tratando de sonreír, cuando yo ya estaba de pie—. Lo que pasó fue culpa de Hades, no tuya.

Lo miré, incapaz de hablar.

—Ailyn, eres muchas cosas —Sara me miró con ternura, mientras Cailye asentía de acuerdo—, y todos lo sabemos. No te tienes que disculpar por ser como eres, porque siempre hemos sabido de lo que eres y no capaz. Somos tus amigos, te conocemos, y te aceptamos así porque te queremos.

—Y estaremos contigo sin importar lo que pase, porque somos una familia, y la familia se apoya —complementó Cailye, sonriente—. Te daremos la mano para que te levantes, igual que tú lo harías por nosotros.

Las observé a las dos atónita, pero al mismo tiempo alegre de su elección de palabras.

—Ellas tienen razón —apoyó Daymon que se acercó, y a pesar de su aspecto nos ofreció una gran sonrisa de esas que te hacen creer que todo va a estar bien y que no hay de qué preocuparse. Estiró su brazo y depositó en mis manos ahora libres el cetro de Zeus en su forma de collar que antes le pertenecía a Astra—. Ya lo que pasó, pasó, no te puedes quedar en el pasado. Levanta la cara, líder, y demuestra que no son solo palabras tus ideales.

Detallé con mis dedos el objeto en mis manos, tan minúsculo y delicado que parecía que con un apretón se rompería; debía entregárselo a su dueño, al igual que la túnica, y para ello debíamos continuar.

Si me quedaba pensando en todo lo que hice mal, jamás sería capaz de hacer algo bien.

Me animé a ver a la cara a mis amigos, esperando que su respuesta a mi petición fuera positiva. Las chicas asintieron de inmediato, luego lo hicieron Evan y Daymon. Andrew, por otro lado, no apartaba sus ojos de mí, tan perdido en sus pensamientos que no estaba segura si escuchó mi discurso, y aun así asintió después de un segundo. Logan fue el único que no respondió, se quedó ahí, parado y con su atención fija en mis acciones, pero sin decir una palabra.

Correspondí su acción asintiendo al tiempo que colgaba le collar-arma de Zeus en mi cuello, como si con eso aceptara el cargo que Astra ocupaba. No tenía nada especial, pero tomar las cosas de Astra era simbólico para mí, porque de esa forma sentía que podía aspirar a poseer parte de su talento para el liderazgo, ya que yo no tenía ni idea de lo que debía hacer.

—Daymon, ¿tienes algún plan en mente? —pregunté cuando llegué a la conclusión de que no era nada buena con las estrategias anticipadas—. Eres nuestro estratega, algo se te puede ocurrir.

Él se mostró pensativo y barrió nuestro alrededor en busca de ideas; hasta que de pronto clavó sus ojos en Evan.

—¿Recuerdas cuando Astra mencionó lo de la altura? —inquirió.

El nombrado buscó entre su memoria, hasta que pareció recordarlo.

—Sí, pero no veo algo tan alto.

—¿De qué hablan? —quise saber.

—El teletransporte funciona mejor en las alturas, requiere de menos energía y es más rápido —explicó Evan—. Es ideal para ir a un lugar muy lejos sin fatigarse.

Yo no recordaba haber oído nada semejante.

—¡Exacto! —La sonrisa de Daymon era enorme—. Si encontramos un edificio alto, quizá con helipuerto, gastaremos menos energía divina.

—¿Como ese? —Cailye señaló un edifico de por lo menos treinta pisos, donde en el último de ellos se alcanzaba a ver el helipuerto. Se encontraba a varias calles, y no quería imaginar lo que encontraríamos en el camino, pero era nuestra mejor opción.

—Es perfecto —comprobó Daymon, con los ojos fijos en el edificio en cuestión.

Tomé aire y posé mis ojos en todos mis amigos en general, luego de limpiarme las mejillas hasta que se pusieron rojas. Aspiré, absorbiendo mis mocos, hasta que conseguí una imagen más visible.

—Lo haremos, pero no debemos usar nuestras Armas Divinas, las vamos a necesitar después —informé—. Manténganse juntos y no ataquen si no los atacan. Debemos caminar en silencio y entre las sombras, evitando llamar la atención.

Todos asintieron, incluso Logan. Sin embargo, en cuanto noté la oscuridad que nublaba sus ojos, no pude evitar sentirme responsable de su dolor, porque por mi culpa él perdió a Astra. Desvié la mirada, incapaz de afrontar el daño que le causé.

Los demás comenzaron a caminar, pero antes de que se adelantaran capté de nuevo su atención.

—Y, chicos, perdón de antemano. Haré lo que pueda, lo prometo, pero no sé lo que pueda pasar de aquí en adelante sin Astra.

Intercambiaron entre ellos una rápida mirada, y luego de asentir sin añadir nada más siguieron su camino, con la cabeza gacha. No sabía la razón de su silencio; quizá no querían tocar el tema, o no encontraron las palabras para responder, o incluso no querían que escuchara su opinión al respecto.

—Solo espero que no nos mates en el intento —mencionó Logan, aunque no estaba segura hasta dónde llegaba su comentario.

—Trataré de no hacerlo —respondí, a lo que él frunció el ceño mientras me observaba de reojo.

Tragué saliva, nerviosa, y me dispuse a seguir a mis amigos.

—Will. —La voz Andrew desde atrás me obligó a detenerme, a la espera de sus palabras. Se acercó a mí con la mano extendida, mostrando mi collar-arma que había olvidado en la bodega—. Es peligroso estar sin ella, lo sabes. La próxima vez no salgas corriendo como una loca, es agotador perseguirte todo el tiempo.

—Lo recordaré para la próxima vez —le dije sin mucho énfasis.

Lo último que necesitaba en ese momento era agobiarme con problemas amorosos; pensaría en ello si salía con vida, no antes. Y la mirada de Andrew sobre mí, aquella que me permitía reflejarme en sus oscuros ojos, no ayudaba en nada.

Él medio sonrió, más con lástima que con satisfacción, escrutando mi rostro con cuidado. Y recordé fugazmente su hermosa sonrisa en mi visión, saliendo de la casa embrujada sin ninguna preocupación, por completo feliz. ¿Alguna vez lo vería sonreír así? ¿Me sonreiría a mí de esa forma?

Rodeó mi cuello, despacio, y abrochó mi collar sobre la marca, donde se abrochaba el cetro de Zeus. Tardó un par de segundos extra en retirar sus brazos, torturándome con su cercanía.

Era difícil permanecer a su lado, tan pero tan cerca, sin poder abrazarlo, sin poder acariciarlo, sin poder besarlo. Quería hacerlo de nuevo, acurrucarme en sus brazos y besarlo aunque después me volviera a rechazar o incluso me insultara. Me sentía tan pequeña e insignificante a su lado, pero a la vez tan capaz e imparable, que era sorprendente que una sola persona pudiera sacar lo mejor y lo peor de mí. Era increíble cómo algo podía ser una debilidad tanto como una fortaleza.

Sus brazos no se movieron, por el contrario, me atrajeron a él, contra su pecho, en un tierno abrazo protector. Mi corazón se detuvo por un par de segundos, igual que mi respiración, incapaz de oponerme a su gesto. Aspiré su aroma, sentí su inusual calidez emanar por su pecho, y escuché el ritmo de su corazón. Fue tan perfecto, tan único ese abrazo que me era imposible pensar en un después lejos de su tacto.

—No sabes cuánto me alivia que regresaras a nosotros —susurró, arrancándome un mini infarto. Alivio. Yo también estaba aliviada de regresar a ese mundo, con ese Andrew.

Esa fue la primera vez que realmente me estaba abrazando por iniciativa propia, sin que mi vida o la suya corriera peligro de lo contrario. En ese gesto tan típico para la mayoría, tan común e irrelevante, pude identificar el cambio de Andrew desde que lo conocí. Estaba empezando a ver facetas de él que me sorprendían y me enamoraban más de su persona, tanto que resultaba agobiante.

—¿Estás bien? —murmuró en mi oído, con tanta suavidad que casi me puse a llorar de nuevo.

Sus tensos músculos me resultaban tan reconfortantes que por un instante sentí que eso no era justo considerando la situación. No me podía sentir de esa forma en ese escenario de muerte y desolación. Él me transmitía paz, me hacía sentir bien y segura, incluso demasiado.

—¿Sabes? Creo que «bien» no se ajusta en nuestro mundo, Andrew, en ningún sentido. —Puse la mano sobre su pecho, y aun en contra de mis anhelos internos lo alejé varios centímetros. Permaneció observándome, inmutable a mi gesto, con una mirada tan cercana e íntima que me dolió seguir hablando—. No estoy bien, ninguno lo está, y no tenemos tiempo para estar bien.

Un reflejo de tristeza cruzó por sus ojos, hiriéndome de paso, así que opté por dar media vuelta y alcanzar a los demás.

Pensar en él, hablar con él, estar cerca de él, el tan solo estar consciente de su presencia a pasos de mí me desconcentraba. Todavía no me reponía de su rechazo, y con las otras tantas cosas en mi cabeza no tenía espacio ni fuerza para agregarla a la lista. Me desestabilizaba, pero al mismo tiempo me daba coraje, por lo que aunque me doliera nuestro estado, no sería capaz de seguir sin saber que él estaba ahí.

Tomé aire, una y otra vez, hasta que pude llevar mis problemas amorosos a segundo plano y enfocarme en lo que en realidad importaba: llegar a Grecia, terminar la misión, y sobrevivir en el proceso.

Íbamos a buen ritmo, rápido, pero no tanto como para que algún monstruo nos notara. Entre las sombras y escombros, como si en serio hubiéramos planeado una estrategia de movimiento, corríamos con sigilo para pasar desapercibidos.

Sin embargo, nuestra dicha duró poco en cuanto notamos que para llegar a la puerta del edificio debíamos pasar una calle despejada, sin nada que nos cubriera, y la peor parte era que había cinco ciclopes que nos complicaban más la situación.

Sentí el aliento de mis amigos en la nuca, detrás de un auto volcado que se convirtió en mi escondite provisional, lo que indicó que ahora todos estábamos en el mismo lugar.

Bajé la cabeza en cuanto uno de los ciclopes miró en nuestra dirección, y me acuclillé más a los demás.

—¿Qué vamos a hacer? —preguntó Sara a mi derecha, observando con discreción a nuestro obstáculo.

No respondí, en lugar de eso miré el suelo y medité nuestras acciones.

—¿Usamos las Armas Divinas? —propuso Cailye, sin el valor para asomarse fuera del auto.

—No, con tantos nos agotaríamos antes de llegar a la puerta. —Andrew me miró mientras hablaba—. Podríamos intentar detenerlos sin usar las Armas Divinas, pero para eso algunos de nosotros tendrían que cubrir a los que hagan. Algo en el suelo funcionaría.

Su comentario me recordó de una manera fugaz uno de los obstáculos que tuvimos que pasar durante la prueba final de Astra, en donde Cailye por poco cayó. Al menos sirvió de algo aquella pista de obstáculos de muerte.

—¿Recuerdan la prueba de Astra el último día de entrenamiento? —dije en voz baja.

Intercambiaron una mirada de confusión, excepto Andrew, que de una u otra manera me dio la respuesta a ese problema. Lo miré a los ojos, agradeciéndole su ayuda en silencio.

—¿Eso qué tiene que ver? —cuestionó mi amiga de negro cabello.

—Los hoyos en el suelo, donde Cailye pisó, eso funcionaría en este caso. Son torpes y no sabrán qué hacer, —Moví mi mirada a Evan—. ¿Sabes cómo hacerlo? El hechizo que ella usó.

—Sí —asintió con seguridad—, pero necesito a otra persona que me ayude.

—Yo lo haré —se ofreció Daymon mientras lo observaba. Los dos asintieron, decididos, mientras el resto seguía con los ojos fijos en mí.

Un gran estruendo predominó en el lugar, y con una leve miradita hacia la calle que nos esperaba comprobé que aquel sonido pertenecía a un pequeño derrumbe de escombros a un lado de la calle. Los ciclopes se hicieron a un lado, pero no se fueron; no obstante, uno de ellos volvió su mirada hacia nosotros, y por un segundo antes de retirar la cabeza creí ver que su ojo se cruzó con los míos.

Tragué saliva, nerviosa, y tomé aire para tranquilizarme. Debíamos darnos prisa, o llegar al helipuerto sería el menor de nuestros problemas.

—Will y yo los cubriremos —decretó Andrew antes que pudiera decir otra cosa.

Tanto Evan como Daymon asintieron, y nos preparamos para seguir nuestro mini plan. Las chicas y Logan seguirían adelante cuando el camino estuviera despejado, y una vez los ciclopes estuvieran bajo control los demás entraríamos.

Andrew se ubicó al otro lado del inicio de la calle, con las manos apuntando hacia la calle llena de ciclopes, a la espera de la señal. Hice lo mismo que él, y esperé a que Evan y Daymon iniciaran el conjuro.

Los dos cerraron los ojos, y segundos después pequeñas manchas negras empezaron a aparecer en el asfalto de la calle, muy cerca de los ciclopes. Contuve la respiración por un tiempo, hasta que ellos abrieron una buena cantidad de agujeros y era nuestro turno de actuar.

—¡Ahora! —grité, sin molestarme en controlar el volumen de mi voz.

Andrew y yo iniciamos nuestro acto, los dos nos concentramos en el conjuro que intentábamos hacer al tiempo que los demás emprendieron marcha a toda velocidad hacia la puerta del edificio.

Los ciclopes apenas pudieron notar la presencia de nuestros amigos cuando corrieron hacia ellos, porque el conjuro que Andrew y yo estábamos empleando surtió efecto en el momento justo. Tallos de plantas salieron del suelo, y en forma de lianas se enredaron alrededor de los pies de los ciclopes para arrojarlos a los hoyos.

Mis lianas atraparon a dos de ellos, y las de Andrew a otro par; las cuatro se apoderaron de sus pies lo suficiente para que con un empujón cayeran sin más hacia el vacío de los hoyos negros del suelo.

No obstante, aún nos faltaba uno de ellos. Andrew y yo finalizamos el conjuro en vista de que la calle se veía limpia, y nos dispusimos a seguir a los demás. Miré a mi alrededor mientras avanzaba, segura de que había contado cinco ciclopes cuando llegamos a la calle, pero que ahora no veía al quinto por ningún lugar.

Los demás ya habían llegado a la puerta del edificio, solo faltábamos Andrew y yo, que gracias a los hoyos en el suelo se nos hacía más difícil avanzar.

Entonces, tan rápido como una estrella fugaz, supe en dónde estaba el quinto ciclope, que casualmente era el que antes me había observado a través del cristal del auto. Sentí el golpe antes de verlo, pero supe que se trataba de él por la grande y gruesa mano que me tiró varios metros por el aire.

—¡Ailyn! —escuché el grito de Cailye y Sara al unísono, justo antes que el hoyo negro se hiciera presente en mi ruta de caída.

Aturdida, y con tan poco tiempo para trazar una salvación, fui incapaz de moverme más allá de aferrarme al borde del agujero en el suelo. Bajo mis pies todo era negro, sin fondo, y aterrador; pero por más que quisiera salir de ese lugar debido al golpe me era imposible intentar salir. No tenía fuerza para impulsar mi cuerpo, ni claridad suficiente para sostenerme al borde, apenas sí podía sostenerme...

Una explosión de diferentes tonos de dorado en la superficie iluminó mi rostro los segundos previos a mi límite de resistencia. Vi los diferentes tamaños y formas de las luces antes de que mis manos se alejaran del borde y la oscuridad empezara a tragarme.

Pero luego, de la nada, una mano familiar me tomó de la muñeca antes de que me alejara mucho de la superficie. Con los ojos medio cerrados y la mente confundida, vi la silueta de Andrew cuando me sacó del agujero.

En la superficie pude observarlo mejor, percatándome en el acto de que aquellos rayos dorados provenían del Arma Divina de Andrew, de su magia de sol.

Me sentó en el suelo, mientras mi cuerpo parecía un muñeco de poco movimiento, y llevó su mano a mi frente con el ceño fruncido. Tocó mi piel, y ante su tacto pegué un pequeño brinco debido al dolor en esa área.

Sus ojos se posaron en los míos, serios y analíticos, y luego me mostró sus dedos manchados de sangre; ahí me di cuenta de que mi aturdimiento y desorientación se debía a que estaba sangrando.

Mi cabeza me dolía, e incluso me ardía la herida abierta que derramaba una fina línea de sangre por mi rostro.

—¿Puedes levantarte? —indagó él, observándome en busca de alguna otra contusión.

Negué con la cabeza, incapaz de hablar.

Se inclinó, y en cuestión de segundos me pasó el brazo por su hombro para darme apoyo y empezar a caminar. Avanzamos por lo que quedaba de la calle, despacio y con cuidado, mientras poco a poco fui recuperando la lucidez de lo que rodeaba.

—Te... Te dije que no usaras tu Arma Divina —logré articular cuando ya estábamos llegando a la puerta del edificio.

Me miró de reojo, con el ceño más fruncido. Se veía enojado, pero más preocupado que molesto.

—¿Y tú crees que me iba a quedar de brazos cruzados viendo cómo te perdías en la oscuridad? —respondió con sarcasmo, en voz baja y controlada, nada que delatara su verdadero estado de ánimo. Usó su magia en mí, cálida y reconfortante, sanándome. Después, en tono apenas audible, añadió—: Ya has tenido suficiente, ahora sí has tenido suficiente.

No supe qué más decir. Me agradaba que se preocupara por mí, pero pensar tanto en él me desconcentraba. Solo podía tener mente y corazón para lo que hacíamos, para mi nueva responsabilidad, y con Andrew haciendo ese tipo de cosas por mí solo me distraía.

—Puedo caminar sola —comuniqué al tiempo que me alejaba de su cuerpo.

La falta de su apoyo me hizo balancearme de un lado a otro, hasta que conseguí la estabilidad suficiente para permanecer de pie sin su ayuda. Pero él seguía cerca de mí, como medida de precaución por si me llegaba a caer.

—¿Estás bien? —Los ojos de Sara me inspeccionaron la herida en mi cabeza, preocupada, mientras recorría mi rostro con sus manos en busca de alguna otra contusión.

—Lo estoy, no te preocupes. —Me alejé de su tacto, justo cuando todos ingresamos a la recepción del edificio, y me adentré más en el lugar.

Todo estaba a oscuras y el lugar parecía abandonado tanto de humanos como de demonios. Seguramente cuando empezó todo ahí había alguien, tal vez empleados o gente que se escondía, pero ahora estaba desierto, producto de los monstruos que aterrorizaban a todos.

—¿Y cómo subimos? —indagó Cailye.

Miré el elevador, tan magullado que dudaba su correcto funcionamiento; agradecí para mis adentros que el elevador estuviera descompuesto, de lo contrario no estaba segura de lo que me mataría primero.

—Por las escaleras, es la única forma. —Emprendí mi caminata hacia las escaleras a un lado del piso, al tanto de que los demás me pisaban los tobillos.

Avanzamos en fila por las escaleras, cuidadosos de no hacer ruido y atentos al entorno. El lugar se veía vacío, desierto, pero eso no quería decir que no hubiera algún monstruo por ahí escondido que en cualquier segundo nos sorprendería.

—¿Estás segura de que está vacío? —inquirió Daymon alcanzándome el paso al frente, pero mirando de reojo hacia atrás—. Esto no se ve bien.

—No, Daymon, no estoy segura —mascullé—, solo sigo mi instinto, y espero que con eso sea suficiente.

—Por supuesto, como eso siempre te funciona —musitó Logan con ironía desde la parte de atrás.

Me detuve y lo miré, todavía sin saber cómo reaccionar frente a él. Sentía que le debía algo, puesto que me culpaba por la muerte de Astra, pero tampoco estaba dispuesta a recibir sus insultos sin más.

—Mira, Logan, no sé qué es lo que crees saber de mí, pero ahora estamos juntos en esto y debemos confiar en el otro si queremos conseguir algo; es lo que Astra quería.

—Hebe. Su nombre era Hebe —me cortó.

Cuando lo dijo noté una oscura sombra pasar por sus ojos. Se sentía mal por la pérdida de Astra, y todo eso se reflejaba en sus ojos aunque el resto de su cuerpo permaneciera bajo control, igual que Andrew.

—Lo sé, pero la conocí como Astra y es incómodo llamarla por otro nombre.

—Claro, te es incómodo —ironizó—. La conociste desde hace tres meses y crees que la conoces tanto como para saber lo que quería. Niña, no la conociste en absoluto, créeme que no sabes nada de ella. Y para desgracia de ella, Hebe sí te conoció a ti.

Me observó con fijeza, cuyos ojos parecían letales hojas de filo a punto de desgarrar mi carne, y el brillo verde en ellos solo acentuaba su amenaza. No le caía bien, eso lo tenía claro, pero yo seguía sin saber por qué.

—¿Por qué me odias tanto, Logan? —interrogué, a sabiendas de la atención de los demás sobre la conversación—. ¿Qué te hice?

Entrecerró los ojos, ofendido.

—¿Que qué me hiciste? Por tu culpa Hebe murió y por ti terminaremos igual: protegiendo tu estúpido trasero. No soy como los demás, yo no estoy dispuesto a morir por ti, no eres tan importante como para sacrificar mi vida.

Fue, en parte, un respiro escuchar lo que siempre había pensado en boca de un completo extraño. Pero, por otra parte, no pude pasar por alto sus palabras cargadas de rencor. Seguía inmutable, tranquilo y confiado, a pesar del peso de su comentario. Era verdad lo que dijo, cada frase, todos ahí lo sabíamos, aunque los demás no quisieran reconocerlo.

Los demás lo observaron, cada uno a su manera, pero ninguno dijo nada. A Sara por supuesto no le caía bien, y tampoco a Evan y a Andrew, puesto que los tres le dedicaban un ceño fruncido que él no le dio importancia. Por el contrario, Cailye y Daymon parecían contemplarlo con compasión; sabían algo debido a sus dones, estaba segura, pero no me imaginaba qué.

Hubo un largo silencio, donde todos permanecimos con los ojos sobre Logan, hasta que el sonido externo de más explosiones nos devolvió a todos a la realidad.

—Sigamos subiendo —apuré, dejando la conversación anterior en el aire—. No tenemos tiempo que perder.

Y sin más, apartando la vista de Logan y sus ojos encendidos, avanzamos escalera arriba. No podía negar que me preocupaba un poco la actitud de Logan, no porque me odiara, sino porque tampoco confiaba en el equipo. Si no le agradaba yo estaba bien, pero al menos podía considerar a alguien más del grupo como familia aparte de Astra.

Subí yo también, con la mirada filosa de Logan en mi nuca, como una sombra armada a punto de apuñalarme. No confiaba en él, pero si quería que confiara en nosotros también debíamos darle confianza, algo que ninguno estaba haciendo.

~°~

Treinta pisos más arriba y con mis pies latiendo de dolor, abrimos la puerta del helipuerto. Un aire gélido nos golpeó y el olor a azufre entró a mi nariz sin poderlo evitarlo.

Los demás se dispersaron, pero todos observamos lo mismo: el escalofriante y devastador estado de la ciudad. Aparté la mirada del horizonte, sin deseos de seguir mirando lo que los monstruos y demonios habían hecho con la ciudad.

Di un paso atrás conteniendo los deseos de vomitar, y me choqué con Daymon, quien me miró a mí y luego a Sara unos pasos delante de mí.

Ella no lo demostraba, no se permitiría mostrar lo que ella consideraba debilidad en ese momento, pero Daymon y yo sabíamos perfectamente que estaba tratando de reprimir las lágrimas. Aquellas escenas eran demasiado para cualquiera, incluso para alguien de roca como mi mejor amiga.

—Sara —empezó Daymon, con dulzura, llamando su atención—, si quieres... si quieres llorar...

—Debemos irnos —lo interrumpió mientras se daba la vuelta hacia nosotros—, no tenemos tiempo para esas cosas.

Como siempre, su disfraz de perfección le impedía demostrar parte de su natural sentimentalismo. Ella en el fondo era muy emocional, vulnerable a la situación, pero desde pequeña construyó una apariencia de fortaleza inquebrantable que terminó por borrar la línea donde terminaba su fachada y empezaba su verdadero ser.

—Ailyn —La voz de Evan me sacó de mis pensamientos—, ya estamos listos.

Asentí luego de mirarlo y él me devolvió el gesto; sin embargo, una nueva punzada de culpa al observar los ojos azules de mi amigo me invadió. No había hablado con él respecto a sus sentimientos y aquella conversación la veía bastante lejana en ese momento.

Sara pasó por mi lado antes que lo notara, con la cabeza gacha, dirigiéndose hacia los demás ya reunidos para el conjuro.

—Ella estará bien —le aseguré a Daymon, quien la observaba fijamente, más serio de lo normal—. Siempre lo está.

—Todo tiene su límite, si continua con su máscara de fortaleza luego no podrá sentir nada —Me miró—. Me preocupa que sus objetivos se distorsionen. Ahora que ya no te cuida creo que no sabe cuál es su propósito, y un dios sin propósito es peligroso.

—¿Qué insinúas?

Él no respondió, en su lugar caminó hacia el circulo que los demás habían formado y que solo faltábamos los dos por unirnos.

Una vez todos nos ubicamos, extendimos nuestras Armas Divinas Al centro, y nos concentramos en el conjuro. Sentí mi marca brillar, y un cosquilleo en las manos lo acompañó. Un remolino de viento creció entre nosotros, expandiéndose a nuestro alrededor, hasta que diferentes hilos de luces nos rodearon por completo.

—¡Teleport! —gritamos al unísono.

El brillo ocultó todo rastro del exterior, encerrándonos en una esfera de luces, y en cuestión de segundos nuestros cuerpos se desvanecieron como un suspiro en medio de tanta luz.

La ligereza aun me sorprendía y la tranquilidad de la luz era increíble. Esa sensación era casi adictiva, tan relajante que no querías volver a la realidad teniendo la oportunidad de permanecer ahí.

Caímos de pie en la parte baja de una colida con pequeñas casas blancas a su alrededor, un lindo pueblo, tan acogedor como lo sería cualquiera. El ambiente era igual que en Italia, con la única diferencia de que en aquel lugar no había rastro de criaturas sobrenaturales, pero tampoco de humanos

Todo estaba desierto, abandonado, como un escenario postapocalíptico. ¿Dónde estaba todo el mundo? Si no hubiera sobrevivientes, de igual forma veríamos los cuerpos; pero en aquella ciudad no había ninguna señal de forma de vida.

Sin embargo, a pesar de lo extraño, lo reconocí, era allí, era Grecia. Habíamos llegado, después de tantas semanas de extensas búsquedas e increíbles aventuras, después de tanta alegría y tanto dolor, después de dejar atrás a muchas personas... Se acercaba el final de nuestra épica aventura, de nuestra misión, y no me podía sentir más asustada que en ese instante.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro