Capítulo II
Asami salió de las oficinas administrativas cargada de enojo, tanto así que lo demostró al azotar la puerta. Las personas que estaba dentro de la oficina fruncieron sus hombros al sentir el ruido de la puerta golpearse. Su sensei sonrió avergonzado. Se disculpó con las administrativas tratando de justificar la reacción de su alumna.
Riku esperaba afuera de la gran casona que tenían como lugar administrativo, donde se llevaban a cabo todos los papeleos administrativos de los Samurái. El joven se encontraba jugando a tratar de encestar las cascaras de su mandarina en el tacho de basura que estaba unos metros alejados de él. Pero su atención se desvió para dirigirse totalmente a su amiga que salió como una fiera de aquel lugar, y comenzó a caminar de un lado al otro mientras mascullaba odio a lo bajo. Rápidamente se acercó a ella.
— Bueno... por tu enojo puedo deducir que no salió nada bien.
— ¡No! ¡¿Que va a salir bien?! ¡Si en este lugar me odian! —expresó levantando la voz, haciendo que las personas que pasaban por allí la miraran.
— Tranquilízate Asami —trató de calmarla apoyando su mano en el hombro de ella, pero esta se alejó bruscamente de él y se acercó al otro lado de la calle, a pegarle patadas al montículo de nieve que habían dejado los barrenderos que se encargaban de limpiar las calles, para que las personas y carruajes puedan circular con seguridad. — ¿Qué te dijeron? ¿Cuáles fueron las excusas para no aceptarte en la academia de arquería y equitación?
En eso que su amiga le iba a responder, salió su mentor enojado y se acercó a los jóvenes dirigiéndose exclusivamente a una Asami que estaba furiosa, tanto así que el cuerpo le temblaba por la ira que recorría todo su sistema nervioso.
— Es la última vez que haces un espectáculo así en mi presencia —la señaló con el dedo, acusadoramente, inclinándose solo un poco. Él estaba muy molesto, tanto que parecía el padre de la chica regañándola.— Yo no me estuve matando estos cinco años, entrenándolos y enseñándoles compostura, para que me vengan con arranques de ira, sin siquiera mediar sus emociones. —Aquellas palabras terminaron por echar más leña al fuego, haciendo que su enojo crezca más. — El deber de un Samurái es guardar el decoro en toda situación. Incluso aquellas que nos llevan a perder los estribos.
Asami no solo quería insultarlo y gritarle, sino que también tenía muchas ganas de escupirlo y pegarle. Estaba totalmente sacada, harta, cansada de lo que le tocaba atravesar. Pero nada de esos horribles pensamientos que se le cruzaban por la cabeza dejó que se cumplieran, simplemente respiró profundo cerrando sus ojos con fuerza, para luego abrirlos mientras exhalaba el aire y lo miraba con rabia.
— ¿De qué deber Samurái me habla? Si usted más que nadie sabe que acá no tienen intensiones que sea uno.
Al decir aquello su sensei se sorprendió y ella simplemente se marchó. Riku quedó en ese momento incómodo y decidió, luego de pensarlo unos segundos, seguir a su amiga. Sabía que no estaba bien.
No era simplemente estar enojada, había muchas cosas que debía llevar sobre sus hombros. Y si bien Asami era una muchachita muy alegre, divertida y amable, eso no quería decir que por detrás habría una historia que arrastraba, que le pesaba y que muchas veces hacía difícil su vivir. Era una niña, sencillamente eso era. Y aun así no se le permitía serlo. No podía llevar una vida como cualquier niño o adolescente. Tenía que seguir los protocolos sociales. "No hagas esto", "No digas aquello", "compórtate como debe ser", "siempre obedece", "siempre está alegre", "siempre se linda". Estaba cansada.
Llegó a su barrio, ya estaba un poco más calmada de su ira. Riku por su parte venía detrás de ella, en silencio sin siquiera llamarle la atención, o pedirle que se detenga para esperarlo. Decidió acompañarla pero al mismo tiempo darle su espacio. Asami lo había notado, pero aun así no le pidió que se acercara, era lo último que se le podía llegar a pasar por la mente.
Cuando llegó a su casa, fue la primera vez que se giró a ver a su amigo y este le sonrió acercándose a ella.
— ¿Quieres un te?
— Sabes que sí.
Ella sonrió y abrió el portón de madera que tenía para ingresar a su propiedad. Su amigo la siguió por detrás. Ingresaron a la casa, no sin antes quitarse sus zapatos y abrigos.
Asami se dirigió a la zona de la cocina y Riku se sentó en la mesa. Puso la tetera con agua y té a calentar y sacó de unas alacenas unas galletas para que merendaran juntos. Se acercó a su amigo con las tazas y la comida.
— Gracias Asami —dijo, recibiendo la taza
— De nada —se sentó.
Se quedaron en silencio. Riku no quería molestarla con preguntas que a lo mejor llegaran a hacer que la chica vuelva a enfurecerse. Tampoco sabía que otra cosa decirle para hacerla sentir mejor. Pero nada de eso lo hacía incomodarse. Sabía que la sola presencia de él allí, ya era un montón para la joven.
Asami por su lado no dejaba de maquinear con su cabeza. Estaba cansada que siempre sea todo un problema para ella, las cosas no se le daban fácil cómo si le podía pasar a otro hijo de Samurái.
Sintió un escalofrió, provocando que volteé hacia la ventana de la sala. Cómo era costumbre, la había dejado abierta para que ventile el hogar. Inmediatamente se levantó a cerrarla. Estaba muy frío adentro.
Al cerrarla se acercó a la cocina, el agua hervía y esta reacción del agua en movimiento hacía que la tapa comenzara a moverse, avisando que el agua ya estaba lista.
Le sirvió un poco a su amigo, y luego se sirvió otro poco ella, dejó la tetra sobre un plato de mimbre que tenía, exclusivamente para su tetera. Y se sentó.
— ¿Azúcar o edulcorante?
— Azúcar. Asami. ¿Me viste cara de estar haciendo dieta?
— No, pero que se yo, podes salir con rarezas.
Él se rio mientras tomaba el azúcar que su amiga le estaba pasando, para luego proceder a servirse unas cucharadas de azúcar. Una vez que él se sirvió ella prosiguió a imitarlo.
Se quedaron en silencio, lo único que hacía ruido era la cuchara tocando los bordes de la taza de cerámica. Él la miraba, ella solo miraba a un punto fijo, sumida en sus pensamientos.
— Asami.... —lo miró— ¿Estás bien?
— No... Estoy cansada Riku
— ¿De?
— De siempre tener un problema... Es como si del simple hecho de mi existencia, irradiara problemas.
— No Asami, no pienses así.
— ¿Qué hago aquí? —lo miró preocupada— Yo no soy de acá y estoy intentando vivir una vida que no es la mía.
— Eres una guerrera, una samurái.
— No lo soy, y lo sabes bien.
Asami no es oriunda de ese País, ella había nacido en el País del Agua. De su madre mucho recuerdo no tenía pues le habían dicho que murió cuando ella nació. Su padre era un simple pescador, manejaba un navío con el cual se adentraba a alta mar y tiraba las redes para pescar, y luego vender la pesca a los comerciantes. Lamentablemente su padre falleció tras una gran tormenta que se produjo en altamar. Donde Asami fue la única sobreviviente de esa catástrofe en el barco de su padre. Luego de ese hecho, cambió la vida para ella. Se encontró sola y trató de salir de toda esa tristeza y pobreza que la invadió de repente. Hasta que los Samurái la acogieron.
— No es que esté siendo desagradecida. Gracias a Mifune-sama estoy aquí y mi vida mejoró al cien por ciento. —se tomó un momento para darle un sorbo a su té— Pero la realidad es que acá no todos me aceptaron. Solo tú y Mifune-sama, son los únicos que no me hicieron a un lado.
— El sensei también. — comentó mientras tomaba una galleta para llevársela a la boca.
— No le quedó de otra. El resto no me acepta por esas estúpidas normas de linaje. ¿Cuántas veces más me lo van a recalcar? Si, está bien, no nací en una familia Samurái, mi padre no lo fue y mi madre menos. ¿Que acaso una persona normal no puede tener habilidades o aptitudes Samurái? Si al fin y al cabo, todo es cuestión de entrenar. — Comentó convencida en sus palabras y le dio un sorbo a su té-
— Si, es verdad. —tomó un sorbo— Lo que sucede, es qué por siglos los Samurái han servido al Daimyō , y servir a un rey de forma directa, no lo hace cualquiera. Hay que tomar medidas de seguridad extremas. Somos como la élite de la rama militar. Es por eso que es tan elitista la cosa. —volvió a tomar otro sorbo del té. Asami por su parte lo escuchaba atenta.
En la academia les enseñaban historia pero había cosas que ya las daban por hecho, pues era la educación propia que debían impartir los progenitores a sus crías. Es por ello, que las cosas que le contaba su amigo llamaban su atención, no las conocía, y no las iba a conocer, a menos que alguien se tome el trabajo de explicárselo. Como lo estaba haciendo en ese momento Riku.
— Los Samurái son considerados guerreros que tienen un alto nivel moral. Y por eso solo aquellos que son descendientes directos de los Samurái pueden tomar ese cargo, ya que sería raro que algún hijo de Samurái se revelara.
— Pero puede suceder ¿o no? —Riku asintió, para luego dar el último sorbo de té.
— Es raro que suceda, porque conllevaría a desheredar al hijo rebelde, y aparte de eso traicionar el honor de la familia. Y creo yo que nadie quiere eso ¿o sí? —Asami pensó unos segundos mientras su cerebro hacía todo el proceso de entendimiento y negó de inmediato— Pero de que puede ser una posibilidad, claro que sí. A lo largo de la historia, ha habido Samurái que se han revelado y han querido seguir su propio camino, del lado de la delincuencia, esos son deshonra y son considerados traidores.
— Los rōnin...
— Exacto. Es por ello que no se trata de si tienes habilidades de guerrero o no. Es por el simple hecho de ver a quien servimos. Y servimos a un rey. Por ejemplo, los ninjas están bajo el cargo de los Kages que es como el jefe de una aldea, pero no son reyes. Tienen como un rango menor que el nuestro.
Asami quedó en silencio mientras veía que su amigo se llevaba una galleta a la boca. Recordó en ese momento su infancia en su aldea natal, en la Aldea Oculta entre la Neblina, la cual servía al Mizukage, es el líder y dirigente absoluto de Kirigakure.
Su infancia en aquella aldea no había sido nada fácil. Los primeros años de vida que vivió con su padre, fueron muy felices, pues su padre era un hombre amoroso y muy protector, pero la realidad era que tenían carencias, aunque Asami no lo notaba. Ser pescador no era sinónimo de ser millonario. Su hogar era el barco prácticamente y la educación académica era impartida por su padre, que muy intelectual no era. Era un simple hombre que se ganaba la vida pescando, sabía leer y escribir y sacar cuentas sencillas, pero más de eso no podía enseñarle a su hija. Y mandarla a la escuela significaba contar con un dinero, bastante dinero, para que ella pueda asistir.
Es por eso que muchos niños en Kirigakure, que no se dedicaban a la vida ninja, terminaban sus vidas de adulto trabajando en oficios. Ya sea pescador, carpintero, herrero, costurera, entre otros.
Al quedar huérfana, Asami fue recogida por Mifune, quien al verla le recordó a una amiga de él del pasado, y la realidad es que sintió lástima de la chica. Al verla tan niña y trabajando de lo que podía para poder vivir, incluso había llegado a robar de niña un bollo de pan para no morir de hambre.
— Si recuerdo a los ninjas. —Riku la miró. Recordó que Asami no era de allí y sabía que venía de una aldea ninja. Era tanto el tiempo que pasaban juntos, y ya llevaban tantos años conociéndose que se le olvidaba que su amiga era de otro lugar. Para él era una Samurái, aunque el linaje diga lo contrario. Asami era muy respetuosa y seguía al pie de la letra las tradiciones Samurái, y si había algo que molestaba a su amigo, era que los demás aspirantes a Samurái no la trataran como una guerrera. — Conocí a una joven ninja cuando vivía en Kiri. Nos hicimos amigas. —Sonrió al recordar a la gennin -en aquel momento- de cabello largo y castaño.— Rochi era su nombre —se quedó pensativa unos segundos frunciendo el ceño.— O era Hoshi, mmm.. —Movió sus ojos— Creo que Mochi... bueno no recuerdo bien. La cosa es que era buena onda, no era mala.
— No, si los ninjas no son malos... —guardó silencio un momento— Bueno, algunos si lo son.
— ¿Los conoces?
— Yo no, nunca he salido de la aldea, y mucho menos del país. Así que nunca he visto a uno —frunció sus hombros para luego relajarlos— Pero mi padre me contaba una historia de mi tatarabuelo. Fue una época conflictiva donde las aldeas ninjas surgieron.
— Esto se puso muy interesante. Vamos a hacer más té —dijo emocionada poniéndose de pie. Riku se rió. Asami se dirigió a la cocina a calentar la tetera. La charla llevaba su hora y media y el agua había perdido su temperatura. — Sabes mucho Riku. —le dijo desde la cocina mientras clocaba las hiervas en la tetera.
— Asami, desde que tengo uso de razón que me taladran la cabeza con el legado Samurái. Si no sabría algo de la historia propia de nuestro pueblo sería castigado con el látigo. Y ni hablar si no conozco la historia familiar. Sería decapitado. Es nuestro deber. —Asami se acercó rápidamente al oír aquello y lo miró sorprendida por las cosas que había dicho.
— ¿En serio les hacen eso? -Riku largó la carcajada. Le estaba mintiendo, no tenían esos métodos tan extremos.
— No, es broma.
Asami golpeó suave y amigablemente el hombro de su amigo mientras se reía y volvió hacia la cocina a recargar los alimentos. Ella era una chica curiosa, es por ello que le encantaba escuchar los chismes de la gente, o las anécdotas que tenían para contar.
Era la primera vez que alguien le contaba esas cosas, es por ello que mucho no llegaba a entender las normas que implementaban los samurái, por desconocimiento.
Se acercó a su amigo con la tetera y más galletas. Miró la hora que marcaba las nueve de la mañana y se alivió. Sabía que antes de la una del mediodía tenía que ir al mercado a comprar sus alimentos para el almuerzo.
Riku al ver el té se alegró, estaba delicioso y Asami hacía el té de vainilla y flor de Liz más ricos que había probado. Él odiaba las clases de ceremonia del té, donde les enseñaban los protocolos y como hacerlos. Pero a su amiga le gustaba cocinar y no se perdía ninguna de esas clases.
— ¿Y cuál era la historia? —preguntó entusiasmada mientras le llenaba la taza.
— En la época que mi tatarabuelo era joven, el mundo era totalmente distinto a como lo conocemos hoy. Hubo conflictos políticos en distintos sectores del mundo. Inclusive aquí.
— Si básicamente la historia misma, donde las personas intentan vivir en sociedad provocando desmadres.
— Exacto. Uno de ellos fue el levantamiento de la primera aldea, la cual se terminó independizando económica y políticamente del del fuego.
— ¿Y porqué querrían algo así? Nosotros vivimos con un Daimyō como líder, dirigente y señor y nos va muy bien. —comentó Asami recordando a Kirigakure. Donde la vida prácticamente era imposible de tanta pobreza.
— Que se yo Asami, esa información no la tengo. Imagino que poder. —curvó sus labios hacia abajo demostrando su inseguridad ante la respuesta. Luego tomó un sorbo de té.
— La vieja confiable. El hombre siendo gobernado y manipulado por la sed de poder. —negó mientras bebía el té— ¿Esa aldea que mencionas es Konohagakure?
— Si. Dicen que es una de las aldeas que tiene la mejor fuerza militar.
— Y no solo eso, su economía también es muy buena. Muchos aldeanos de Kirigakure escapaban y se asentaban en Konoha o en aldeas aledañas al País del Fuego.
— Ya veo... el mundo es muy diferente a lo que vivimos aquí.
— Créeme que sí. —Se quedaron un momento en silencio.— Bueno ya di la maldita historia. —rió haciendo que su amigo también lo haga.
— Bueno, antiguamente había un embrollo político, social, económico entre los países. Cada guerrero se ocupaba por sí mismo de generar ingresos a su hogar, en aquella época, existían los contratos temporales por misión.
— ¿Qué es eso?
— Y se contrataban los servicios de los guerreros dependiendo de la situación, y dependiendo del peligro se les daba un pago mayor o menor. No como ahora, que nosotros, inmediatamente al convertirnos en Samurái, tenemos un sueldo fijo.
— Aaah ya entiendo... eran como mercenarios.
— Exacto. Pero era muy complicado vivir así. Porque te pueden contratar a ti pero no a mí, y eso significaba una cosa. Pasar hambre.... Estos guerreros cansados de no tener una economía justa y equilibrada para todos. Comenzaron a unirse en clanes. De allí surgen los ninjas, personas que comparten la misma carga genética, creando el Kekkei Genkai, que son como poderes únicos dentro de una línea de sangre pura. Y eso les permite como otro tipo de manipulación del chakra. Les perite tener algo así como su armadura o armamento.
— Aaah es por ello que en la clase de armamento nos explicaban de este Kekkei Genkai, y de cómo nuestra armadura puede estar preparada para repeler esos poderes.
— Claro. Bueno, a partir de allí ellos se separan de nosotros y se crean los clanes ninjas.
— Espera, ¡¿qué?! —Se quedó sorprendida por la información que le dio.
— A pesar de sus intentos de querer equilibrar, nada era justo y a eso se le sumaba la alta mortalidad de sus miembros. Se dieron cuenta que juntando fuerzas les iba mejor y allí surge la primera Aldea Ninja, la cual centralizó el poder militar remunerado en transacciones igualitarias para todos. Crean sus academias, hospitales y bueno toda la cosa que necesita un Estado para funcionar.
— No, no, no... ¿Qué dijiste anteriormente? ¿Qué se separan de nosotros? ¿Quiénes?
— Los ninjas Asami. Los primeros shinobi en el mundo ninja fueron samurái. ¿de dónde crees que aprendieron el combate cuerpo a cuerpo? —El chico guardó silencio unos momentos esperando la respuesta de su amiga pero esta no salía de su asombro— ¿Nunca agarraste un libro de historia ninja? Si no lo hiciste te recomiendo que lo hagas, veras que no miento, sus antepasados usaban nuestra vestimenta. Es más en mi casa hay un retrato de mi tatarabuelo con un viejo amigo, Hashirama era su nombre y a través de él conoció a Madara que fue un hombre muy malo y sediento de poder. Por eso es que digo que no todos los ninjas son buenos, era un tipo muy malo. Según la historia de mi padre.
— Me caigo y me levanto.
Asami había quedado sorprendida por la historia de su amigo. Y algo dentro de él le decía que tenía que seguir averiguando aun más de la historia ninja, por una extraña razón sentía que algo la unía a ese mundo desconocido.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro