|o2| Bailarina
—Bien, señoritas, hemos llegado.
—Debes estar bromeando, Hidan. ¿Qué putas piñas hacemos en el bosque?
No es que le interesara, pero estaba de acuerdo con Deidara. Y supuso que el resto del grupo también lo estaba. Todos intercambiaron una mirada expectante, pero nadie se animó a decir ni una sola palabra. En cambio, fue Hidan quien motivó al grupo y salió primero de la camioneta, cargando las llaves consigo por si a más de alguno se le ocurriese echar a andar el motor.
—Sí, ¿por qué demonios nos trajiste aquí?
Hidan sonrió, levantando el brazo para estrechar a Yahiko por los hombros, obligándolo a salir del vehículo.
—¡Es Halloween! Noche de brujas, ya sabes.
—Creí que tu religión no te permitía celebrar ese tipo de cosas.
Itachi Uchiha fue el segundo en bajar, sorprendiéndolos a todos, incluso a él. Jamás pensó que el codiciado heredero Uchiha se prestaría algún día para participar en esa clase de eventos sin sentido. Y como si se tratara de un criadero de moscas en búsqueda de alimento, cada uno comenzó a seguirlo, imitando sus movimientos.
Él bufó, hastiado.
Probablemente era, y siempre había sido, el único con un cerebro lógico.
—No hablemos de religión en este momento. ¡Es noche de brujas!
—Y eso qué. Estaríamos mejor en aquella fiesta del novio del hermano menor de Itachi.
—Naruto no es el novio de Sasuke.
—Sí, sí. Y la luna es de queso.
Deidara comenzó a reír, y aunque fuese un comentario que seguramente podría herir el temible orgullo Uchiha, ninguno pudo evitar carcajearse.
—Ya basta de tonterías. Cada quien tome una linterna de la cajuela.
—Ah, sí. ¿Por qué? —habló irónico Kisame. Otro más a quien había considerado interesante y que ahora se reducía a un nivel de mediocridad.
—¿Qué parte de, es noche de brujas, no entiendes, cabrón? —Hidan sacó una caja de herramientas de metal oxidado y la aventó al piso, haciendo un ruido sorprendentemente hueco. Abrió la caja y comenzó a repartir las linternas—. Vamos a cazar brujas.
Y por estúpido que sonara, nadie se rió esta vez. Él los escuchaba desde el interior de la camioneta, negándose rotundamente a unírseles. Honestamente no tenía ganas de estar allí, metido en un sitio rodeado de árboles, sumergido en las terribles corrientes de aire frío que azotaban en su rostro cada dos por tres segundos.
—Pues ya qué.
Ahora Yahiko estaba de acuerdo con esa locura. ¡Vaya idiotas los seis!
¿Por qué nadie se atrevía a decir lo absurdo y ridículo que era? Las brujas no existían. Ni siquiera los niños eran capaces de creer en esos cuentos viejos de terror.
—Sasori, ¿hasta cuándo piensas mover el trasero?
Sasori frunció el entrecejo, y en vista de que se convirtió en el centro de atención, decidió reunirse con los demás. Yahiko le entregó una linterna, como si se hubiese convertido en un cómplice de Hidan.
Él la tomó como acto reflejo, aunque de inmediato quiso devolverla al interior de la caja de herramientas, pero desistió de inmediato.
—¿Quién pensó que sería buena idea llevar capas negras con nubes rojas?
—Estaban de oferta en el mercado. Y lo siento, pero pensé que íbamos a ir a una increíble fiesta con miles de mujeres con diminutos trajes de Gatúbela, y no a... ¡Ni siquiera sé en dónde estamos!
—Pues yo sí estoy interesado —intervino Uchiha, y como siempre, todos guardaron silencio para escucharlo—. ¿No es aquí donde un grupo de excursionistas desapareció el año pasado?
—Bueno, eso sólo es un rumor —habló él, con desinterés.
—Y no nos olvidemos del caso de los desollados. Aquella pareja que pasaba su luna de miel en una cabaña abandonada. Dicen que encontraron sus cuerpos cerca del cementerio de brujas y se les había arrebatado cada centímetro de su piel.
—Tks. Nada de eso es cierto.
—Cierto o no, puedo sentir una energía demasiado tenebrosa —Hidan bromeó, haciendo ruidos extraños para asustarlos. Nadie se asustó, por supuesto—. Aguafiestas.
—El cementerio de brujas no existe.
Susurró Sasori, comenzando a caminar hacia el interior del bosque.
Iba a demostrarles que eran unos idiotas. Todos lo eran.
...
El cementerio de brujas no existe.
Estaba convencido de ello, pero sinceramente ya no estaba tan seguro.
La bata negra con nubes rojas se le había atorado en algún tronco, o en algún lugar durante su caminata, porque se rasgó alrededor de cinco centímetros, lo cual lo hizo enfurecer. Claro que no era un accesorio que pretendía usar después, pero al menos pensaba revenderla.
Y de pronto se detuvo en seco.
No supo en qué momento sus compañeros se quedaron atrás, ni mucho menos llevaba un reloj para saber por cuánto tiempo había estado avanzando, ni hacía dónde lo dirigían sus pasos. Era como si sus piernas supieran exactamente por donde ir, aunque tenía la impresión de haber caminado en círculos por horas enteras.
Maldito bosque, pensó. Alguien debería poner un mapa. Ahora comprendía porqué se contaban tantas historias de desaparición acerca de ese bosque. Y como siguiera así, él sería una cifra más.
Movió la cabeza para despejarse. El frío, cada vez con mayor intensidad, provocaba que no fuera capaz de pensar con coherencia.
De pronto, una lechuza blanca voló por su cabeza, tan cerca que Sasori se quedó inmóvil. Por pura inercia, sus ojos la siguieron hasta que la vio aterrizar sobre un bloque que parecía de cemento y sobresalía de la tierra.
Una lápida.
El cementerio de brujas no existe.
Sasori tragó saliva, mientras que su cabello rojizo se revolvía con rigurosa calma. Y retrocedió unos pasos, como si un instinto dentro de él le indicara que aún se encontraba a tiempo para echarse a correr.
El cementerio de brujas no existe.
No existe.
A esas alturas del bosque, el paisaje de árboles fue remplazado por un llano inundado de hojas secas y troncos sin ramas.
Tal parecía que su psique estaba divirtiéndose con él. No muy lejos de él, fue capaz de contemplar a una persona bailando, danzando en formas inusuales que él jamás había visto, envuelta de cientos de tumbas. A esa distancia no percibía sus facciones, pero sabía que se trataba de una mujer. Usaba un vestido blanco, que se meneaba a través de pliegues tan majestuosos como cada uno de sus movimientos.
A Sasori le dolió un poco la cabeza. Tal vez otro especie de aviso para escapar. Pero no lo hizo.
La piel se le puso de gallina cuando notó que aquella bailarina se acercaba más y más a él. Sasori carraspeó.
—No... no creo que debas hacer eso —le gritó, sacando valentía de quién sabe dónde.
Sin embargo, no obtuvo ninguna respuesta. Y conforme ella bailaba, se quedó perdido en la extensión de sus platinadas piernas desplazándose de un lado a otro, abriéndose y cerrándose en ángulos perfectos. Los dedos de sus pies se ponían de puntitas con tanta facilidad que no parecían ser humanos. Sólo le hacía falta una pieza musical como acompañante, pero ni eso era necesario, porque Sasori podía imaginarse una pista completamente instrumental que encajaba magnifica con su secuencia de baile. Internamente se preguntó de dónde conocía ese tipo de melodías, pero se tranquilizó cuando recordó las tardes con su abuela cuando era más niño. A la abuela Chiyo le fascinaba.
Sasori, ensimismado, pudo descubrir que su cabello era tan dorado como cualquier día de verano, y era tan largo como cualquier cascada. Pudo ver su rostro, un poco indefinido debido a la distancia, pero lo suficientemente cerca para provocar sensaciones muy inexplicables.
—¡Oye, tú, la bailarina!
Y ella abrió los ojos como respuesta y lo observó de frente, sin detenerse. Sasori se sobresaltó.
—¿Yo?
Su voz era tan suave y delicada que pensó que no podía ser de verdad. ¿Una bruja? Posiblemente sí lo era. Pudiera ser, después de todo, que el cementerio de brujas resultara ser tan cierto como respirar y ella era una bruja en carne y hueso.
Cuando quiso irse de allí, ya era demasiado tarde. Ella estaba frente a él, a pocos centímetros, observándolo con curiosidad. Sasori la vio directo a sus ojos azules, sintiendo que el corazón iba a dejar de latirle en cualquier segundo.
—¿Me hablas a mí? —inquirió, con dulzura.
Una gota de sudor resbaló por la frente de Sasori y la garganta se le secó.
—S-sí —la voz también se le quebró. Luego, hizo un intento por mirar hacia cualquier otro lado, repitiéndose que las brujas no existían—. No creo que debas estar bailando por aquí.
—Ah. ¿Por qué no?
—Porque, porque es un cementerio. Es una falta de respeto...
—No. A ellas les gusta verme bailar —le sonrió pacíficamente.
—¿A quiénes? —a pesar de que tenía cierto temor por escuchar su respuesta, se atrevió a preguntarle. Si iba a morir ese día, al menos intentaría determinar si ella era una bruja o no—. ¿A quiénes les gusta verte bailar?
Ella aumentó la sonrisa de su rostro, y hasta entonces Sasori se dio cuenta de que era muy hermosa. Una hermosa bailarina, y que sus labios parecían hechos a mano por un verdadero artista. La rubia estiró las piernas para después comenzar a bailar una vez más.
—¿No tienes miedo?
Ella interrumpió sus pasos de ballet para examinarlo con un semblante indiscutiblemente serio.
—Tenía miedo, cuando estaba viva...
A Sasori casi le da un infarto ahí mismo.
Cosa que no pasó desapercibida para ella, porque enseguida se echó a reír descontroladamente.
—¿Q-qué? —interrogó.
Y todo el miedo que sintió fue remplazado por furia. ¿Por qué diablos se estaba burlando de él?
—No puedo... No puedo creer que te lo hayas creído.
Y las carcajadas estallaron.
Sasori frunció el entrecejo.
—¿No estás muerta o eres una bruja?
—¿Qué? ¡Por supuesto que no! —tuvo que sostenerse el estómago, pero aun así seguía riendo tan fuerte como al principio—. Lo dije sin pensar que iba a funcionar. ¡De verdad creíste que era un fantasma!
Él chasqueó la lengua, a punto de irse para dejarla sola. No obstante, mientras ella se desbarataba de la risa, fue capaz reconocerla. Y eso lo asustó todavía más, mucho más que el hecho de haber llegado a creer que se trataba de un personaje endemoniado.
—Yamanaka.
Sí, era esa ruidosa mujer que iba en su instituto. Era de dos grados inferiores, pero la había visto varias veces, y también la conocía porque era amiga del hermano menor de Itachi.
—Sasori-senpai, eres tan ingenuo.
Ya no dijo nada, se dio la media vuelta dispuesto a escapar. Porque si de algo estaba seguro, es que esa noche se volvió más tenebrosa de lo que imaginó, sobre todo cuando se dio cuenta que había llamado hermosa bailarina a Yamanaka.
—¡No te vayas, senpai! Hay una fiesta de disfraces en casa de Naruto. Invita a tus amigos y vamos.
La vio directo, y de nuevo se perdió en ese par de ojos moteados con brillos azules.
Como presa de un hechizo, asintió.
Ino Yamanaka sonrió con alegría y comenzó a bailar una vez más. Alejándose y acercándose a él.
No tenía idea de porqué razón ella estaba en ese lugar, bailando entre tumbas para personas que jamás podrían verla. No sabía quiénes eran ellas. Desconocía cómo había llegado a ese lugar. Así como tampoco podía explicar por qué no era capaz de apartar su mirada de ella, y cómo fue posible que terminó arrastrándolo a esa fiesta de disfraces, junto con el resto de sus compañeros.
Quizás las brujas que bailaban si existían e Ino Yamanaka era una de ellas.
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