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Capítulo 31

Desde su llegada al planeta Yogghar, el capitán Rick Deckard no había podido consolidar el sueño ni una sola vez. Durante las primeras noches tuvo que acostumbrarse al abrasador calor del desierto, aquel que convertía las arenas en un manto térmico y áspero que convertía cada intento de reposo en un suplicio, como reposar sobre microscópicas partículas de vidrio a altas temperaturas. La falta de aire y la sofocante sensación de respirar arena a cada instante le imposibilitaban el cerrar sus ojos de manera tranquila y lograr dormirse como otrora lo hacía en cualquier otro sitio a lo largo del universo. Parecía que aquel mundo estaba empecinado en mantenerlo despierto a como diera lugar. Poco después las noches cambiaron apenas y la tribu nómada de los nativos Naha'la los capturó, fue así que un ciclo constante de torturas, humillaciones y traslados a través del desierto llegaron, la inanición y la falta de agua le hicieron flaquear más de una vez, estaba seguro de que en cualquier momento acabaría por ceder ante las arenas, pero se mantuvo firme, recordó su entrenamiento y luchó con todo lo que tenía para seguir adelante. Hasta que de pronto las cosas cambiaron radicalmente, los nativos los vieron como iguales, incluso como salvadores, bajados de las estrellas, siendo parte de una suerte de presagio o de una leyenda antigua que no se creía en lo absoluto, para él no eran más que simples fantasías. Y lo fueran o no, no perdería la oportunidad de aprovechar aquella ventaja a su favor.

Su llegada al reino de Solum y consecuentemente también al palacio de la reina Hassana hizo que todo se volviera más favorable, ya no estaban a merced de las inclemencias del desierto a las cuales tuvieron que enfrentarse y que de milagro habían conseguido superar, ahora estaban viviendo como nobles en un castillo. Pero aun cuando el agua ya no escaseaba más, el calor no era tan abrasador y la cama en la cual descansar se sentía tan cómoda como reposar en una nube de suave algodón, él simplemente no podía dormir. Todas las noches era igual, cerraba sus ojos, deseando con todas sus fuerzas entregarse a la oscuridad y descansar al menos un poco, pero como cada noche despertaba en mitad de la madrugada, bañado en un sudor helado, sosegado y siempre con una agobiante sensación de que algo terrible había sucedido.

Cada noche era igual, no podía dejar de verlo en sus ensoñaciones. No importaba cuando cerrara sus ojos, sabía que el comandante Robert Shepard estaría allí. Se alegraba de verlo, podía tenerlo otra vez entre sus brazos, era lo más bello que sus memorias podían evocarle, tal y como la primera vez que lo había visto en la academia de cadetes de la Federación Estelar, incluso siendo un soldado de primer rango ya era el más distinguido de su clase, era fuerte, sagaz, indomable, ni siquiera lo conocía y ya estaba profundamente enamorado de él. Y cuando el tiempo pasó y Deckard escaló en la jerarquía militar por sus destacadas habilidades como estratega y como soldado hasta convertirse en piloto fue que pudo conocerlo al fin, se unió a su pelotón de reconocimiento y pronto se hicieron amigos, hermanos quizás, inseparables uno del otro, hasta que ninguno de los dos fue capaz de seguir engañándose a sí mismo y se entregaron al profundo amor que sentían el uno por el otro. Desde entonces jamás se apartaron. No importaba la misión ni el riesgo, Deckard jamás dejaría a Shepard y Shepard jamás lo abandonaría a él, aquella era una promesa que Robert le había hecho una noche antes de ser condecorado como capitán de la nave Nexus. Vivieron incontables batallas, lucharon y sufrieron por igual, a veces uno más que el otro, pero sin importar que se presentara en su camino aquel lazo que habían formado parecía inquebrantable, al menos hasta que Khroll atacó.

La invasión a la Tierra marcó el fin de su cruzada, habían sido separados, años luz de distancia delimitaban aquellas dos almas destinadas a estar juntas. Cada noche Deckard soñaba con él y cada noche lo veía morir y perderse entre la oscuridad. No podía estar seguro de ello, quería convencerse a sí mismo que no se trataba más que de oscuras ensoñaciones intrusivas potenciadas por el miedo y la nostalgia lo que lo hacían tener aquellas horribles visiones cada vez que cerraba sus ojos para intentar dormir. Pero aquella noche había sido diferente, al despertar algo era distinto, el pánico era mucho más profundo, la incertidumbre, implacable, pero algo sí sabía, muy dentro de sí. Una amarga sensación pululaba en su cabeza y lo dominaba por completo como un cáncer, algo terrible le había sucedido. Hizo hasta lo imposible para echar a andar el comunicador, quería mandarle un mensaje, una señal, algo, pero sin importar cuanto lo intentaba aquella máquina nunca funcionó. Acabó estallando en ira, lanzando aquel inútil trasto lejos hasta que acabó destrozado en medio de la habitación, mientras que lo único que él pudo hacer con sus desbordantes emociones fue echarse a llorar desconsoladamente, no podía saberlo, no estaba seguro, pero algo terrible le había sucedido, podía sentirlo en lo más profundo de su corazón, el comandante Robert Shepard había muerto.

La tristeza se convirtió en ira y poco después en arrepentimiento. Deseaba regresar en el tiempo, deseaba haber hecho las cosas de manera diferente, anhelaba con toda la fuerza del cosmos aunque fuese solo por un instante el verlo otra vez. Se quedó tumbado un par de horas, lloriqueando y bebiendo desconsoladamente mientras recordaba a aquel hombre a quien había amado tanto y que había perdido sin siquiera saberlo con toda certeza, la tristeza pudo haberlo consumido por completo, llevándolo a cometer actos tan bajos y tan desesperados que poco o nada tenían que ver con un soldado como lo era él, hasta que algo lo arrancó de su catatónica tortura y lo hizo regresar a la turbia realidad.

No tenía la certeza de aquello lo había provocado el alcohol o quizás su imaginación, pero estaba seguro de haber escuchado un grito ahogado, un lejano alarido que se perdió entre la noche. Se levantó, confundido dio tumbos hasta que la puerta se deslizó y pudo salir al pasillo, donde los muros de arena tallada y piedra fina iluminada por cristales de luz le llevaron hasta que se encontró con algo en el suelo. Se trataba de una sirviente, la había visto junto a la reina, su copera real, incluso llevaba aquella jarra con la que otrora le servía su vino a la reina. Ahora estaba tendida contra el suelo, y un corte profundo en su cuello le arrancaba la vida sin que ella pudiera hacer algo al respecto.

—¡Mierda! —llegó con ella en un segundo y la sostuvo entre sus brazos, estaba helada, débil como una flor que poco a poco empezaba a marchitarse, tan solo logró balbucear y lanzar sangre en violentas bocanadas hasta que finalmente partió de la existencia y su alma se perdió en la nada—. No —musitó confundido. Y de pronto sintió como aquella hoja perforaba su pecho con una letal estocada venida desde las sombras. Bajó la mirada solo para contemplar como la sangre le abandonaba y desbordaba sin control, quien lo atacó arrancó su daga y lo dejó tendido contra la copera, el capitán Deckard gimoteó, lanzando débiles gemidos mientras intentaba inútilmente apaciguar con sus manos la sangre que brotaba violentamente desde su pecho como una fuente. El aire le faltó, el lugar se volvió frío y entre la tenue luz de los pasillos pudo ver como varias sombras se movilizaban pasando de largo a través de él.

Sintió un espasmo, abrió su boca y escupió más sangre, no sentía dolor, en realidad no era capaz de sentir nada en aquellos instantes. Después no dijo nada más, las fuerzas abandonaron por completo su cuerpo y entre la oscuridad que se cernía sobre él pudo verlo una vez más, tal y como lo recordaba, sintió algo de felicidad, un ínfimo destello de esta antes de morir y entregarse por completo a las sombras que habían llegado por él.

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Ni siquiera los guardias reaccionaron a tiempo, para cuando supieron que algo andaba mal era demasiado tarde. Jamás los vieron llegar, eran como sombras, vagaban entre los rincones oscuros sin hacer ni un solo ruido, dejando un rastro de muerte y sangre por donde pasaban. Dos de ellos escalaron por la superficie de la pirámide hasta alcanzar la recamara de la reina, las luces estaban encendidas y ella se encontraba dándose un baño en su estanque personal. Aquellas dos figuras se miraron mutuamente hasta que una descendió al balcón y de entre sus ropajes extrajo una curiosa esfera de metal la cual abrió y agitó hasta que lo que contenía pudo salir. Pasó reptando entre los adoquines del balcón hasta adentrarse en la recamara, medía al menos quince centímetros, pero su exoesqueleto de color negro y decorados rojos lo hacían casi imperceptible entre la penumbra y el carmesí que bañaba el cielo del planeta. Avanzaba a paso silencioso, moviendo sus ocho patas y alzando su aguijón en dirección al tobillo de la reina quien apenas había emergido del agua y había empezado a secarse, aquella alimaña siguió su curso hasta que la puerta se abrió inadvertidamente con un gran estruendo.

—¡Mi reina! —clamó el Mando Yábar irrumpiendo en la habitación junto con los demás guerreros encargados de proteger su reino. Ella se alarmó y pronto su Jhorakhen advirtió a la presencia del monstruoso insecto que amenazaba con picarla. Tardó apenas algunos segundos en desenfundar un cuchillo y arrojárselo, dando justo en el blanco, aquella alimaña fue impactada y liberó un chillido espantoso que pronto hizo que los responsables se mostraran al fin. Aquellas figuras envueltas en ropajes negros y con máscaras doradas no tardaron en desenfundar sus armas y cargar contra ellos—. ¡Protejan a la reina!

Marco fue contra el primero y con un jheki interceptó sus ataques, las espadas chocaron varias veces, lanzando finas chispas hasta que en un descuido el Ulkhali pudo mandar un tajo a su estómago y rematarlo con una estocada contra el cuello. Xirack saltó por encima de un mueble cercano, se deslizó contra el suelo y cuando estuvo de pie le arrojó una daga al asesino que se enfilaba contra la reina. Este frenó a causa del dolor y se giró solo para ver como ella saltaba le y le propinaba una patada que logró arrancarle la máscara y dejarlo boca arriba, después desenvainó otro cuchillo y con ambas manos lo impulsó hasta que atravesó su pecho, matándolo al instante. Los guardias irrumpieron en la recamara y buscaron por todas partes buscando más asesinos.

—Su majestad, ¿se encuentra bien? —cuestionó el Mando Yábar con premura, la reina solo asintió desosegada, mirando aquel insecto rojo que otrora le hubiera entregado una muerte agónica a causa de su neurotoxina paralizante y capaz de desintegrar todas las células de su cuerpo en cuestión de minutos—. Una Mantícora de Sal.

—¿Una qué? —alzó la voz Dutch mirando el caos a su alrededor.

—Un insecto empleado por los mercenarios Nagais, su veneno es letal, lo utilizan para ejecuciones silenciosas. De no haberla visto a tiempo habría muerto, mi reina.

—Estos son los mismos tipos que atacaron a Ben en la plaza de la ciudad —mencionó Marco mientras tomaba la máscara de uno de los muertos—. ¿Qué chingados hacen aquí?

—Alguien los dejó entrar. —Imperó el Jhorakhen en tono sombrío. De pronto un séquito de campanas empezaron a sonar por todo el palacio, alimentando así el miedo de todos con su ominosa sinfonía de discordantes golpes—. Las alarmas, entraron al palacio. ¡Guardias!

—Tenemos algo más de que preocuparnos ahora —dijo Xirack al llegar al balcón. Todos la siguieron solo para ver como un intenso resplandor amarillento iluminaba las cercanías al reino, antorchas. Un retumbar se hizo presente, así como el coro monstruoso de miles de voces apelotonándose frente a las murallas de la ciudad—. Todo esto fue una distracción solamente, Scorn ya está aquí.

—No puede ser —exclamó Marco.

—No tenemos tiempo que perder —dijo el Mando Yábar—. ¡Yorin! —clamó y pronto un guardia real se inclinó—. Llévate a los hombres que puedas y oculten a la reina en un sitio seguro, ahora —el soldado exclamó en su lengua natal lo que pudieron interpretar como un acatamiento a aquella orden—. ¡Suenen las alarmas, desplieguen las tropas, debemos resistir! Ustedes —miró a los guerreros venidos de más allá de las estrellas—. Tomen todas las armas que puedan y vengan conmigo, debemos mantenernos en la vanguardia y resistir la primera ofensiva.

—Un segundo, ¿dónde carajos está el niño? —cuestionó Marco, pero ni Xirack ni Dutch sabían de su paradero. Pronto varios estallidos y el caos creciente de la ciudad se hicieron presentes. Xirack llegó frente a él y lo tomó del rostro cuidadosamente.

—Oye, escúchame bien, ¿sí? —asintió nerviosamente—. Él está bien, Sallah estaba con él, donde sea que estén seguro está a salvo, ya lo encontraremos, lo prometo.

Marco no supo qué decir, simplemente se limitó a asentir. Temía por el chico, quien sabe dónde se había metido incluso antes del primer ataque de los mercenarios. Ya no había más por hacer, siguió a sus compañeros rumbo a la armería, ahora lo único en lo que podía pensar era en sobrevivir a la noche.

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Desde mucho antes de que las puertas de Solum se mostraran frente a él ya había empezado a percibir el aroma del humo colándose entre la brisa. Las sinuosas dunas le habían complicado el trayecto, pero luego de surcar una gran colina fue que pudo verlo al fin. El ejército de Scorn finalmente había logrado llegar a las puertas de la ciudad. Miles de luces provocadas por el fuego de las antorchas refulgían entre la noche con un fervor infernal, voces cavernosas resonaban con el poder de los cañones rudimentarios con los cuales atacaban los muros principales. Eran miles de ellos, toscos nativos Nagori de todos los tamaños y formas plagaban las fuerzas de aquel ejército, llevaban encima armaduras ligeras de cuero oscuro y revestido con protecciones de metal, nada comparado a las armaduras de los Solemi dentro de la ciudad, los Nagori eran diferentes, bárbaros y sanguinarios. Montaban bestias que ante los ojos de cualquier terrestre hubiesen recordado quizás a una especie de mamífero de enormes proporciones, con prominentes crestas en sus cabezas adornadas con cuernos que les ayudaban a embestir todo lo que se les cruzara por su camino. Portaban afiladas armas que centellaban contra las luces de sus antorchas, sables medianos, jhekis de hoja semi curveada y dagas tan grandes y afiladas como una espada promedio. Algunas de sus monturas llevaban cañones, tecnología simple para su propósito más violento, lanzaban proyectiles a las almenas y los muros de Solum, bólidos de fuego, metal y roca que destrozaban todo y reducían las defensas considerablemente hasta no dejar más que escombros a su paso.

Se mantuvo agazapado, sintiendo sobre su pecho un gran temor que acrecentaba a cada segundo mientras más miraba el asedio, tal y como aquella visión le había dicho en la Ajjak Thai. Instintivamente sostuvo la empuñadura de su nueva espada y suspiró entrecortadamente, implorándole al universo para que le diera el suficiente valor para lo que estaba por comenzar.

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La ciudad estaba envuelta en caos. Fuego caía desde el cielo con la forma de inmensos bólidos infernales, los proyectiles asestaban contra las calles, reduciendo las casas y los edificios a su alrededor a nada más que escombros llameantes que lanzaban humo y ascuas por doquier. La gente huía despavorida, pasando entre el fuego y los cadáveres de sus seres amados quienes no habían logrado sobrevivir al primer ataque. Madres lloraban la muerte de sus hijos, padres veían sus familias enteras ser consumidas por el fuego salvaje, era un infierno. Un pequeño chillaba desconsoladamente clamando por su madre, las llamas a su alrededor crecían y se elevaban al cielo así como los gritos. Aquel montón de escombros alguna vez había sido su hogar, y el brazo que veía desde su interior siendo carbonizado por las brasas le había pertenecido alguna vez a su padre. Siguió llorando con fuerza y desesperación, ignorado por completo la devastación, pronto la forma de un gran orbe de fuego se vislumbró en el cielo nocturno como una estrella asesina, este descendía en su dirección. Alzó la mirada y contra sus pupilas doradas se pudo reflejar el brillo de las llamas aproximándose a él. Marco Ramírez intercedió a tiempo, corriendo a toda velocidad y llevándose al niño de ahí antes de que aquel proyectil chocara y deshiciera todo por completo en un estallido que levantó polvo y restos llameantes como metralla. Lo sostuvo firmemente, estaba a salvo. Lloraba sin parar, así que lo abrazó y acarició paternalmente su cabeza mientras miraba las puertas principales resquebrajándose.

—¡Toma! —vio pasar a un guardia real y le entregó al pequeño—. Llévatelo con los demás y mantenlo a salvo a toda costa.

Vio al guardia correr con el niño en brazos huyendo entre el fuego y la destrucción de la ciudad. Pero aquella imagen se quedó con él aun después de verlo partir. Dio media vuelta y se plantó junto a la guardia real ante la entrada principal del reino. Las paredes temblaban, el grueso metal se abollaba y empezaba a perder cada vez más su integridad. Las voces sedientas de sangre del ejército invasor sonaban con fuerza desde el otro lado. Pronto vio como las filas se sumaban los guerreros Naha'la, listos para luchar. Acomodó su pechera dorada y sujetó fuertemente la empuñadura de su sable y la de su escudo, preparándose para lo que estaba por suceder. Pronto atinó a ver a una figura a su lado, Xirack. Fue en los primeros días de haber llegado al reino y haberse ganado por completo el favor de la reina que se encargó de visitar a los armeros y herreros más competentes de la ciudad, todo con la intención de que le crearan una armadura especial, un conjunto mucho más ligero y práctico para el combate salvaje el cual había dominado en sus días de esclava en Dorma Prime. Los revestimientos de metal dorado protegerían su pecho, piernas y antebrazos, mientras que el resto únicamente sería hecho de cuero flexible y oscuro como la noche, formado de una tela resistente para poder maniobrar apropiadamente en medio del combate. Su piel negra centellaba contra el rojo de las llamas, y sobre sus mejillas y su frente había marcas de pintura blanca, runas de combate, las mismas que llevaban las guerreras Nalakih.

—¿Estás lista?

—Siempre. —Relajó sus músculos y mantuvo sus armas en alto sin despegar ni un solo segundo su mirada de la entrada principal—. No moriré esta noche —musitó, cerrando brevemente sus ojos, permitiendo así que sus sentidos se agudizaran por completo. Podía escuchar el incesante golpeteo de las armas contra la entrada, la cual estaba a nada de ceder por completo, sobre su nariz podía percibir el aroma del humo, así como el de la sangre sobre la arena, apretó con fuerza sus sables y volvió a abrir los ojos, encontrando a Marco justo a su lado, como siempre lo había hecho—. Ninguno de nosotros morirá esta noche.

De pronto hubo un estallido y una bruma oscura se levantó precedida de un ventarrón salvaje de viento caluroso, como si hubiese arrancado un descomunal destructor de la Federación Estelar. El humo y las ascuas lo cubrieron todo por algunos instantes, y mientras ella luchaba para discernir lo que ocurría a su alrededor, solo atinaba a escuchar los lamentos de quienes eran alcanzados por las afiladas hojas de los enemigos. Escuchaba el traqueteo de las armaduras, el eco resonante de los pasos a través del suelo como una estampida, el inconfundible silbido de las dagas y las espadas, así como su posterior encuentro sobre la carne. Respiró agitada, buscando salir de aquella humareda, hasta que de pronto vio una sombra correr hacia ella, rugiendo y enfilando un arma hacia ella. Rauda giró sus sables y evitó la estocada. Su atacante rugió como una bestia y regresó con mucha más ira, lanzando veloces cortes que ella contestaba con agilidad, echándose hacia atrás paso a paso. Mantuvo el paso contra su enemigo hasta que este le dio una patada y ella acabó rodando contra la arena, el Nagori corrió con ambos sables en alto y atacó. Pero Xirack se lanzó y con un giro a través del suelo percibió el tiempo suficiente para enterrar uno de sus sables contra su costado y rematar con un corte certero que destrozó su nuca. No tuvo tiempo de reincorporarse del todo cuando otros dos llegaron para atacarla, el primero meneaba un sable enorme con una maestría monstruosa. Rehuyó de sus ataques y contrarrestó los del otro Nagori en simultáneo hasta que pudo deshacerse de uno cortando su cuello con una estocada. El gigante del sable se enfureció y cargó contra ella, Xirack se alistó y corrió en su dirección de igual forma, atacó, pero la fuerza de su oponente la rebasó y acabó impactándola, salió volando, soltando en el proceso sus armas, rauda se mantuvo agazapada contra la arena viendo a aquella criatura, un humanoide pálido y sin cabello, su cuerpo estaba marcado con símbolos rúnicos con tinta negra, merodeaba a su alrededor saboreando su sangre mientras reía y le mostraba sus colmillos afilados en una mueca siniestra.

El gigante rugió y alzó su sable, ella desenvainó dos dagas desde su espada y se deslizó como una ágil serpiente entre la arena, cortando simultáneamente sus tobillos. El gigante se giró y mandó un golpe, ella se apartó y la hoja aterrizó a escasos centímetros de sus pies, le arrojó una de sus dagas al hombro pero esto no lo detuvo, el enorme Nagori llegó hasta ella y atrapó su cuello con ambas manos y la levantó, Xirack alzó su otra daga y la enterró sobre su ojo, pero nada parecía menguar las fuerzas de aquella bestia. Sintió la fuerza abandonando su cuerpo, el gigante se hincó y siguió apretando su cuello, ella estaba a nada de sucumbir. Así que en un último intento por zafarse volvió a tomar aquella daga rasgó la carne del Nagori desde su cuenca, partiendo su cara y dejando atrás un mórbido espectáculo de colgajos que lanzaban sangre a borbotones, cortó lo más profundo que pudo hasta que arrancó la navaja y acabó por enterrarla ahora contra su cuello, el gigante se detuvo en seco y ella cortó de nueva cuenta con tal fuerza hasta casi decapitarlo. Una vez fulminado aquel gigante pudo incorporarse lentamente y tomarse unos cuantos segundos para respirar, pero la batalla seguía.

La marea de soldados se había concentrado en la entrada principal, donde los ciudadanos de Solum buscaban resistir, pero el avance de sus enemigos era feroz. Entre el polvo y las llamas solo se podían ver sombras danzando ante la luz del sangriento eclipse, Marco y Dutch se internaron en la refriega, lanzando feroces estocadas que impactaban contra la carne de sus enemigos, regando sangre y vísceras por doquier. Fue a mitad de un duelo parejo entre Marco y un guerrero con un sable que pudo escuchar el rugido de una bestia aproximándose a él. Apurado se giró solo para ver la forma de aquella monstruosidad enfilando sus cuernos justo para troncharle. La desesperación le ganó, pero mantuvo a raya al Nagori hasta que la mirada de aquel animal se vio tan clara como el cristal. Sintió pánico, un terror que subió apresuradamente por su espalda y envenenaba su mente con un solo escenario: iba a morir y jamás volvería a ver a Xirack. El tiempo pareció congelarse, pero antes de que llegase a embestirlo la criatura cayó, lanzando un agónico grito e impactando violentamente contra el suelo. Quienes montaban aquella bestia cayeron también, pero ninguno desistió, vio acercarse a sus enemigos y los esperó con su arma bien en alto hasta que entre la oscuridad y el humo vio una centella esmeralda danzando como un espectro asesino, una flama que merodeaba ágil entre la bruma y que cortaba a los Nagori, lanzando gritos y aullidos de terror a medida que pasaba. Ante los ojos de los Nagori un demonio del desierto había llegado a la batalla, una figura que se escurría entre los enemigos y que se llevaba sus almas al inframundo.

Marco no entendía lo que sucedía, pero en un segundo de descuido un Nagori saltó frente a él y lo embistió hasta llevarlo contra el suelo, juntos forcejearon en el suelo y cuando su adversario quedó encima suyo intentó atravesarlo con una daga. La hoja bajaba hasta llegar contra su cuello. Marco batalló para zafarse, pero su enemigo llevaba la ventaja. Escuchó el cantar del fuego y una intensa luz verde se reflejó tras el Nagori, quien acabó siendo atravesado por una hoja negra cubierta de aquellas llamas sombrías que centellaban como una estrella naciente. Atónito observó al portador de aquella llama oscura y encontró al joven Ben Wrax.

—No me chingues, ¿niño? ¿De verdad eres tú?

—Vamos, almirante. —Le dijo aquel muchacho tendiéndole su mano y ayudándolo a ponerse de pie.

—Estás vivo... creí... creí que ellos...

—Estoy bien, Marco.

—Eso lo veo —lo miró de pies a la cabeza sin creerse del todo que aquel había sido el niño escuálido y temeroso que había conocido allá en la Tierra—. ¿De dónde sacaste eso?

—Es una larga historia —aseguró mientras apagaba las llamas y dejaba únicamente aquella afilada hoja oscura al aire. No parecía menguar en lo absoluto su filo—. Te la contaré cuando esto termine.

El rugido de una horda cercana les hizo terminar con el reencuentro. Marco alzó sus armas, al igual que Ben, quien sostuvo firmemente la empuñadura de aquella espada, esta sintió sus intenciones y se iluminó, el fulgor de aquellas llamas era intenso, al verlas, los enemigos parecieron dudar en atacar. Ben fue el primero en lanzarse contra el enemigo, se deslizó ágilmente sobre la arena y cortó a un soldado, la carne se quemó y la sangre que salía disparada a borbotones era vaporizada en el viento de la noche. Continuó menando aquella espada, parecía una extensión de su propio ser, esta le daba una visión atinada de sus enemigos, así como la suficiente perspicacia para anteponerse a sus ataques y contrarrestarlos con fiereza. Los cuerpos no tardaron en acumularse.

Cortó a un soldado justo en el abdomen, sus entrañas salieron desperdigadas en una violenta y sangrienta explosión, un grito cercano le hizo reaccionar llevando su espada en dirección a otro más, quien atacó firmemente lanzando fuertes estocadas que le hicieron retroceder y acabar sitiado contra los restos de una caravana destrozada. Gruñó con fuerza, parecía un animal, justo como su enemigo, quien reía maquiavélicamente mientras sacaba su lengua, saboreándose la sangre del terrestre. De entre la bruma salió volando una lanza y esta impactó contra el hombro de su adversario, este se echó para atrás, mirando atónito como de entre las llamas una figura salía y con una espada acababa por decapitarlo de un certero golpe.

—¡Sallah! —exclamó Ben luego de que la guerrera se retirara los paños de cuero que ocultaban su rostro.

—Lo lograste —avanzó hacia él pero se detuvo al ver el arma en sus manos. Le apuntó con su espada—. ¿Qué es eso?

—Yo —observó el arma en su mano—, la gané, en aquella cueva luché contra algo, algo oscuro y monstruoso. Y en recompensa se me fue entregado esto.

—No puedes quedártela, es un objeto maldito.

—¡Cuidado! —Sallah se giró y bloqueó una estocada cercana de un Nagori, Ben la ayudó y juntos acabaron con su enemigo.

Aquello tenía que seguir después, la batalla estaba lejos de terminar, pero mientras luchaban lado a lado, Sallah Nu, no pudo despegar su mirada de aquella arma, podía sentir la oscuridad creciendo en ella.

-

La batalla se extendió hasta que el tiempo y el espacio se tornaron obsoletos. Parecía un infierno, un ciclo de muerte y devastación sin fin que sumía a toda la ciudad en las llamas. Y desde aquella torre donde la habían recluido la reina Hassana Zandir podía ver todo su reino muriendo lentamente. El humo se levantaba, así como los gritos de terror, una sinfonía que la hacía temblar y llorar en silencio, pues ningún otro sonido hubiese sido capaz de percibirse en aquel instante.

—¿Por qué pasa esto? —lanzó aquella pregunta hacia la única persona que la acompañaba en aquella torre. Sanu, quien desde las sombras miraba la reina rota.

—Esto no fue su culpa, mi reina, sino de su casa —dijo el anciano acercándose lentamente—. Fueron sus ancestros quienes provocaron esto. —Se posó junto a ella en el balcón—. Su familia ha traído la devastación a nuestro mundo, lo han condenado, y es por ello que ahora ha llegado la hora de pagar por los incontables horrores que causaron.

La reina lo miró, sus ojos estaban llenos de lágrimas, pero otrora cuando el temor y la tristeza asolaban su corazón podía mirar hacia su consejero, encontrando en el consuelo de alguien quien la amaba incondicionalmente como si fuese su propia hija. Pero algo había cambiado, la mirada de Sanu era fría, lejana, perdida entre las sombras.

—¿Por qué dices esto, Sanu?

—Era tan solo un niño cuando su abuelo asesinó a mi familia, ni siquiera parpadeó, vi mi hogar siendo arrasado por las llamas, sentí cada impacto y cada corte con el que le arrebataban la vida a mi madre sin una pizca de piedad. Los Zandir son una maldición, una que llevará a esta ciudad y a nuestro mundo entero a perecer entre las arenas y la sangre de los inocentes. Debía terminar, debía terminar con esta masacre de una vez por todas, ahora el destino ha llagado por todos nosotros.

Un estallido cercano y una profunda sacudida le hicieron saber a la reina que el palacio finalmente había sido invadido. Retrocedió aterrada y encontró a su androide apagado en un rincón, cables salían desde su pecho y su batería había sido arrancada sin piedad. Ella se cubrió la boca, escuchó los gritos desde los pasillos.

—Los guardias no vendrán, su alteza —el anciano se encaminó en su dirección—. Ya nadie vendrá. —Hurgó entre su túnica y extrajo una daga.

—Sanu, ¿qué haces?

—Llevo esperando este momento mucho, mucho tiempo. Finalmente le pondré fin a la dinastía Zandir, liberaré este mundo y lo llevaré a la gloria.

—No —gimoteó, el corazón se le había partido en cientos de pedazos.

—¿De verdad pensaste que podrías gobernar este mundo tal y como lo hicieron tus predecesores y yo lo permitiría? Jamás, será gracias a mí que este mundo verá un nuevo día, uno lleno de gloria y paz.

—Estás demente, Scorn jamás te permitirá reinar, convertirá este reino en cenizas.

—Bien —asintió fríamente—. Pues de entre las cenizas levantaré el más poderoso imperio que este planeta jamás haya visto. —Levantó el cuchillo y la reina tropezó junto a una mesa cercana—. No haga más difícil esto, su alteza. Le prometo que será rápido.

La reina tomó una bandeja llena de copas de la mesa y se la arrojó a Sanu con fuerza, este se cubrió y rugió como un animal rabioso, ella huyó despavorida y su anciano consejero fue en su persecución. Al cruzar la puerta sintió sobre sus pies descalzos una humedad impropia de aquel pasillos, pronto atinó a ver la marea de sangre que cubría el suelo y se desperdiga por todos lados hasta incluso llegar al techo. Sobre el pasillo principal estaban los cadáveres de sus guardias, algunos aun luchaban por mantenerse con vida entre violentos espasmos y toses sanguinolentas. El grito de Sanu le alertó, pero no lo suficientemente rápido. Mandó una puñalada y aunque la reina se movió, la daga alcanzó a cortar su espalda, dejando un profundo corte del cual la sangre comenzó a brotar. Lloriqueó agitada y siguió con su huida de aquel hombre, tropezó entre los cadáveres y la sangre, manteniendo su ritmo hasta que en unas escaleras cercanas Sanu se le abalanzó y ambos cayeron decenas de escalones hasta un amplio salón.

Los golpes y la herida en su espalda la hicieron retorcerse, se arrastró, viendo como Sanu igualmente sufría ante las caídas, sus huesos eran frágiles, pero aun a pesar del sufrimiento seguía determinado en cumplir su tarea. El anciano consejero gruñó y se arrastró en dirección a su daga. Hassana hizo lo mismo, los dos llegaron casi a la par y mientras que Hassana luchaba desesperadamente por apoderarse de la daga, Sanu hacía todo por arrebatársela y lograr apuñalar su corazón. Los dos forcejearon como fieras, entre arañazos y golpes secos que desperdigaban sangre y sudor por el suelo, una escena desgarradora que quedaría imperdurable en las memorias del palacio y del planeta también.

Las fuerzas de la reina menguaron luego de que Sanu le asestara un contundente puñetazo al rostro, ella se estampó contra el suelo, a lo que el anciano consejero aprovechó para arrancarle la daga de la mano y enfilarla contra su pecho. Hassana le arañó el rostro en un último intento por detenerlo, el anciano sufrió aquel arañazo y la trayectoria de la daga acabó algunos centímetros más arriba de donde estaba su corazón. la reina largó un alarido ensordecedor, pronto sintió el cálido manto de la sangre. Aquella imagen pareció hacer eco en la memoria de Sanu, pues al ver sus manos manchadas con la sangre de la niña a quien otrora había jurado proteger no pudo evitar detenerse súbitamente.

—Es lo correcto —se dijo mientras temblaba—. ¡Esto es lo correcto! ¡Por mí, por mi familia, por los cientos de inocentes que murieron por tu estirpe, esto es por Yogghar! ¡Esto es justicia!

—Sanu —una voz tétrica imperó desde la oscuridad de aquel salón, logrando petrificar al consejero. Sanu se giró lentamente y encontró entre las sombras una imponente silueta de ojos brillantes.

—Scorn —sentenció dejando salir un suspiro cargado de terror y soltó la daga al instante—. Mi señor.

—¿Qué se supone que haces? —la pobre iluminación de las farolas atinó a dibujar un gigante de casi dos metros de altura y monumental complexión, un ser de piel pálida y llena de marcas de guerra hasta donde alcanzaba la vista aun incluso por encima de la armadura negra en la cual yacía ungido. Sus ojos centellaban como un par de soles amarillos, tan puros como siniestros, capaces de helarle la sangre al más fiero guerrero nomas al verlos. Mientras que sus dientes disformes y afilados mostraban una monstruosa sonrisa cargada de malicia y deseos de sangre.

—Mi señor Scorn, solamente cumplo la promesa que le hice a mi familia.

—Ah sí —se rascó la sien con una daga llena de sangre—. Recuerdo bien esa promesa de la que me hablaste, aquella que honraría el legado de tus ancestros —a medida que hablaba empezaba a acercarse a él, meneando aquella daga—. Pero también recuerdo la promesa que me hiciste a mí, ¿recuerdas cual era?

—Yo... —al acercarse, su silueta se dibujó ominosamente contra la luz de las farolas en aquella habitación. El imponente Scorn se plantó frente a él y acarició cuidadosamente el rostro de Sanu mientras sonreía. El anciano no pudo evitar temblar.

—Me prometiste a la reina. Dijiste que me la entregarías viva.

—El reino es suyo, mi señor. Todo lo que ve le pertenece.

—Lo será hasta que la reina sea mía. —Bajó cuidadosamente su mano cubierta de cayos y sangre de soldados e inocentes hasta que apresó la base de su cuello con firmeza—. Ella es la llave del reino, una vez que muestre su cabeza decapitada ante los patéticos insectos que pueblan este lugar será que se convierta en mi nuevo reino. —Volteó de reojo hacia la malherida reina que se arrastraba como un gusano malherido lejos de ellos—. Gracias, anciano, sin ti jamás hubiéramos logrado llegar tan lejos. Desafortunadamente —levantó al anciano con solo una mano y este pronto sintió como el aire le abandonaba—. No hay cabida para un viejo como tú en mi nueva corte.

—Por favor, señor yo... —Scorn le rompió el cuello antes de que pudiese terminar su oración. La reina largó un grito de terror el cual el guerrero disfrutó cual si se tratase de una dulce melodía. Dejó caer el cadáver de Sanu en el suelo y se encaminó hacia Hassana mientras sujetaba firmemente su daga.

—Mientras más luches, peor será para ti —la alcanzó y con un pisotón sobre su herida la hizo detenerse y sollozar—. No mentían, ciertamente las leyendas sobre la última descendiente de la gran dinastía de los Zandir eran verdad, eres muy bella —se agachó un poco y la olió—. Demasiado hermosa como para desperdiciarte simplemente cortando tu cuello —guardó su arma y comenzó a romper su vestido.

—¡Basta, detente por favor! —imploró la impotente reina mientras era despojada a tirones de sus prendas.

—Sigue gritando, me gusta oírlas suplicar.

—Quítale tus malditas manos de encima, ahora —sentenció Xirack Kattani desde la entrada del salón.

Scorn abandonó su tarea ni bien vislumbró aquella figura envuelta en la sangre de sus aliados, se apartó por completo para mirarla. La imagen le resultó inusualmente cautivadora, una guerrera envuelta en sangre y llamas, tal y como las leyendas describía a la Gran Diosa Azarah en los mitos que se hablaban más allá del océano de arena. Dio unos cuantos pasos, vigilando cada uno de sus movimientos. Entre la oscuridad podía ver las dagas de Xirack y como estas cargaban con el fulgor de las llamas del salón. Se centró en sus ojos, aquellos con un ligero fulgor dorado como un par de estrellas de fuego. Sonrió y desenfundó su daga, apuntándole directamente.

Neghecheni. No eres de este mundo. Y sin embargo cargas con el fuego de la muerte dentro de tu alma, lo veo claramente. Eres una guerrera, una asesina, igual a mí.

—No soy como tú. Tú matas por poder, porque te gusta hacerlo, eres despiadado, eres un monstruo. Y yo estoy harta de luchar contra monstruos.

—Tienes coraje, eso también lo veo en tus ojos. Una lástima tener que arrancártelos.

—Eso ya lo veremos —descendió cuidadosamente a través de los escalones hasta terminar frente a él. Tan solo algunos metros los separaban. Una distancia que ante el gran cálculo universal se veía tan lejana y tan efímera a la vez.

—Creo que cambié de parecer, no te arrancaré los ojos, quiero conservarte lo mejor posible, así podré regocijarme mientras me adueñe por completo de ti.

—Lo único que tendrás de mí será mi daga atravesando tu corazón. —Adoptó una pose de pelea y se preparó—. Y estos ojos serán lo último que verás antes de morir.

Aquella última frase logró arrancarle una sonrisa genuina al despiadado Scorn. Se deshizo de la parte superior de su armadura, dejando al descubierto una imponente figura musculosa de pálida piel, marcada con incontables huellas de batalla. Dejó salir un resoplo fugaz a través de su nariz, después rugió y se lanzó contra ella. Blandió su daga y lanzó un golpe descendente, Xirack lo bloqueó, pero el guerrero no se detuvo, volvió a golpear, varias veces y cada una con más fuerza que la anterior, buscando doblegarla hasta más no poder. De pronto asestó una patada contra su pecho y Xirack salió catapultada hasta rodar contra el suelo del salón. Scorn no se detuvo, se lanzó contra ella en un frenesí de violencia y deseos de sangre, bramando como un animal salvaje. Donde fuera que llevara su arma; la hoja acababa impactando contra las superficies, lanzando chispas y escombros por doquier ante la potencia de sus ataques, era una bestia en toda forma. Xirack rehuyó de él, ocasionalmente contraatacando con fuerza y velocidad, Scorn bloqueaba o respondía sus ataques con la fuerza de un gigante, y con cada golpe las fuerzas de Xirack solo parecían menguar más y más mientras que la ira del gigante solo acrecentaba.

Lanzó una estocada hacia su estómago, Scorn se anticipó y no solo logró detener la hoja antes de que esta atravesara su carne, sino que respondió dando un manotazo hacia Xirack, el impacto le reventó la nariz e hizo que una marea de sangre brotase sin control. Cayó violentamente con la cara contra el suelo, Scorn mandó un pisotón que buscaba aplastar su cabeza, pero ella se apartó rodando ágilmente, se levantó y acertó un corte directo contra su pierna. El gigante rugió y se acuclilló por el dolor, Xirack tomó la ventaja y se le abalanzó apuñalando su pecho. Scorn volvió a gritar. Pero volvió a incorporarse y levantó a la mujer y la apresó con sus inmensos brazos, con tal fuerza que pudo sentir como sus huesos empezaban a doblegarse y poco a poco a romperse en decenas de fracturas que suponían una tortura para la guerrera de Dorma Prime. Xirack sollozó ante la impotencia y el dolor, pero aquello despertó en ella una furia que la llevó a hundir sus dedos contra los ojos del tirano. Este gritó, ella apretó más y un par de hilos de sangre brotaron de sus cuencas, no se detuvo, sino que hincó sus dientes sobre el cuello de Scorn, atravesando su carne en una mordida con la cual arrancó un buen pedazo que dejó sus músculos expuestos en una marea de sangre que la pintó por completo.

Scorn la arrojó hasta que chocó contra una hoguera de hierro. Las llamas y las ascuas se alzaron a su alrededor como una bruma infernal, y entre el humo de las cenizas al rojo vivo vio a aquel monstruo poniéndose de pie una vez más. Había perdido uno de sus ojos ante su furia feral. De la herida de su cuello brotaba sangre sin parar, si llegaba a sobrevivir al encuentro, contaba con que aquello lo mataría al cabo de un rato, pero la furia en el gigante Nagori solo le hacía temer que aquella sería su última noche en el mundo de los vivos. Las ondas de calor hacían ver al gigante Scorn como un demonio que no descansaría hasta matarla. Y mientras el fuego se levantaba por todo el salón, consumiendo los pilares y transformando en cenizas aquel ancestral recinto supo que todo se resumía a aquel enfrentamiento final.

El fuego alcanzó el techo, devorando la piedra y el acero sin piedad, dejando caer restos envueltos en fuego salvaje que pronto empezaron a caer a su alrededor como si de un castigo divino se tratara. Una furia asesina invadió a los dos guerreros, Scorn Soranem rugió como una bestia y le apuntó con su daga. Xirack tembló, buscó sus armas por el suelo pero no podía llegar a ellas, así que se conformó con un incensario que había caído junto a la hoguera. Tomó las cadenas, estas ardían y quemaban sus palmas, aun así no las soltó y comenzó a girarla mientras encaraba a su enemigo, dejando un rastro etéreo de luz de fuego que se fundió en el viento. Scorn cargó al fin, Xirack respondió lanzándose contra él. Pero antes de que pudiera llegar a alcanzarla; la guerrera de Dorma Prime tomó impulso a través de los restos llameantes de la hoguera y pegó un salto. Maniobró su arma improvisada en el aire y cuando vislumbró el temible rostro del tirano entre las llamas azotó la cabeza de hierro ardiente contra el cráneo de su adversario.

El sonido de los huesos siendo destrozados pudo percibirse incluso en medio de la furia del fuego. Scorn cayó, ella también, pero ninguno se detuvo, rauda fue hasta él, Scorn se tambaleó para alcanzarla, pero Xirack escaló ágilmente hasta que pudo apresar su cuello con las cadenas de su incensario y apretó, apretó con todas sus fuerzas. Sus palmas le dolían al sentir el metal caliente haciendo presión contra su piel, rugió, dejando salir un bramido feral. Scorn se retorcía salvamente, lanzando golpes y arañazos a diestra y siniestra. En un arrebato alcanzó a tomar su daga y con esta atravesó la pierna de Xirack. Abrió su boca y dejó salir un alarido, pero no hizo más que apretar con mucha más fuerza. Tiró de aquella cadena con tal fuerza que incluso sus manos comenzaron a sangrar. El llanto pudo con ella y lágrimas brotaron desde sus ojos, gimió y pataleó con tanta fuerza hasta que al fin escuchó como su garganta era resquebrajada, Scorn luchó un poco más, pero su cuerpo no pudo más. Acabó muriendo ante Xirack en aquel salón.

Sintió su cuerpo desvanecerse casi a la par que el techo de la sala empezó a colapsar entre violentas llamaradas. Alejó el cuerpo del difunto tirano y trató de ponerse de pie, pero las heridas eran demasiadas, su pierna estaba inutilizada por el corte final que el Nagori le había dejado, se arrastró con fuerza entre las llamas, pero no llegó a avanzar demasiado hasta que colapsó entre el fuego. El humo penetraba en sus pulmones, ahogándola y cegando sus ojos, la oscuridad empezaba a ser cada vez más profunda. Hasta que una silueta de ojos amarillos apareció. La reina Hassana hizo un esfuerzo abismal por levantarla y llevarla arrastrando hasta la salida del salón. El fuego ya se había dispersado por todas partes, en cuestión de horas aquel palacio acabaría por ser nada más que cenizas, pero mientras la fiera de Dorma Prime era alejada del fuego pudo ver una salida al final del túnel, luz y un aire tan fresco como el del mar llegaron a ella y le acariciaron suavemente el rostro, una última caricia poco antes de que sucumbir.

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