Capítulo 2: ¿Hermana?
No podía dormir. Mi cabeza daba vueltas a todo y por ello desperté temprano para ayudar a mi madre.
—¿Se puede saber qué haces despierta a estas horas?
Aunque al parecer se había adelantado, dejándome inmóvil sin saber donde mirar.
—Yo... quería a-ayudar...
—Pero hija mía. —Suspiró con una sonrisa—. No tienes porqué y no has dormido nada esta noche.
—Lo sé, pero no pude, yo n-no...
Con cuidado me agarró de los hombros para mirarme más de cerca.
—¿Qué te pasa por tu pequeña cabecita, hija mía?
Ocultarle mis sentimientos era mala idea. Escuchaba mis notas mal entonadas desde el interior de mi corazón. Suspiré, apretando un poco mis labios.
—Quiero ser una Elina más responsable —admití, mirándola con decisión, apretando mis puños—. Ayudarte en lo que sea y ¡ser útil!
La sonrisa cariñosa de mi madre hizo que me sonrojara. Me acarició la cabeza, despeinándome un poco.
—Comprendo que quieras ser más responsable, pero no tienes que llevar todo el peso encima. Recuerda que dentro de tres años empezarás tus estudios —recordó. Con cuidado, agarró mis mejillas con dulzura—. Tranquila, puedo cuidaros sin problemas.
—¡Pero aun así quiero ayudar! —expliqué, moviendo un poco mis brazos—. Es alguien más en la familia, alguien a quien cuidar y mantener... ¡Es muy importante!
Mi madre se mantenía con una sonrisa calmada, como si nada lograra perturbarla.
—Y podrás ayudarme, hija mía, pero no quiero que te angusties ni te presiones, ¿comprendido? Somos las dos juntas en esto, y sabes que Sensibilidad nos ayuda en todo momento.
Afirmé, aunque por dentro aun le seguía dando vueltas a todo. Era una situación que jamás había planteado hasta ahora. ¿Por qué Sensibilidad había hecho algo así?
Tras vestirnos, nos dirigimos al Gran Árbol de Enlia. En el camino, no pude evitar hacerle unas preguntas a mi madre sobre cómo había recibido la noticia.
—Escuché la voz de Sensibilidad por segunda vez.
—¿¡Y cómo es su voz?! —pregunté, abriendo mis ojos e inclinándome un poco hacia delante.
Mi madre puso la mano en su barbilla.
—Aporta una gran calidez y paz que sería capaz de detener una guerra entera.
Me lo creía por los cuentos y leyendas que hablaban sobre ella. Una mujer cuya altura y presencia lograba enamorar a cualquiera. Su voz los dejaba dormidos en una paz tan grande que ninguno podría experimentar jamás. La madre que todos querrían tener, pero que ninguno podía alcanzar.
—¿Y por qué Sensibilidad quiso que tuviéramos una hermana? Pensé que era imposible —pregunté de nuevo.
—Ni yo lo sé bien, hija mía. —Bajó un poco su mirada, soltando un leve suspiro—. Sensibilidad me dijo que debía cuidar de ti y de tu hermana.
—Pero pensaba que todas las Elinas debían tener una hija, solo una... —De pronto, solté un ruido de asombro y preocupación—. ¿¡Acaso hay Elinas que no puedan tener hijas?!
—Es una opción que pensé...
Las Elinas, entre los veintitrés y treinta años, tenían su primera y única hija para perseverar la raza. Una tradición que siempre se había cumplido. Por ello era tan normal que tuvieran que madurar tan rápido. Ya no solo para sobrevivir, sino también enseñar las Elinas más jóvenes sobre su cultura, historia y, en especial, la música.
Era obvio que había agriculturas, ganaderas como costureras, luthier, cocineras o guerreras. Y este último era el más importante, porque la mayoría de Elinas deseaban serlo, como era mi caso o el de Urai.
Pero ser guerrera era complicado, y no todas podían si iban a ser madres, como le pasó a la mía.
—Capaz hay muchas guerreras —susurré, poniendo la mano en mi barbilla.
—No creo que sea por eso, hija mía. No le quites valor a su trabajo.
—No es eso, mamá. Una parte de las guerreras no son mamás porque su trabajo es muy arriesgado y les toma gran parte de su tiempo. Por ello mismo lo digo —expliqué con educación.
Mi madre mantuvo la boca callada mientras ponía la mano en su barbilla. La conocía, sé que estaba recordando esos días en donde entrenaba y aprendía a ser una de las mejores guerreras. Y habría sido una espléndida Lia Innactia de no ser que nací...
—Está bien, hija. Por ahora no le demos más vueltas —me pidió, a lo que afirmé con mi cabeza.
Al llegar a la plaza central, vimos a unas pocas guerreras que se encontraban esperando. Pude reconocer entre las presentes a Urosia, la misma que le regañó a Urai por haberse escapado de la ciudad. Verla ahí hizo que tragara saliva sin querer, poniéndome firme.
—Por fin llegasteis —habló Urosia, cruzando sus brazos tatuados de color blanco. Su vestimenta la hacía ver imponente, y eso que solo era una Siane, o sea, una experta de la música—. Tendré que acompañaros en esta ocasión. Groina se encuentra en los Bosques de la Frialdad ante un ataque ocurrido esta noche.
Ver su rostro serio con el ceño sutilmente fruncido dejaba en claro que no estaba del todo contenta.
—Entonces movámonos lo más rápido posible para no perder tiempo —habló mi madre.
—En esta ocasión coincido contigo, Melian.
Urosia, con tres guerreras más, nos guió fuera de Sinea para adentrarnos por el sendero del Oeste. Un camino de piedras donde los árboles parecían formar arcos con las hojas que cubrían el Sol. Diversas aves cantaban, corrientes de agua se movían creando el río Seni, donde muchas Elinas pescaban.
De pronto las hojas se apartaron, revelando las grandiosas montañas, adornadas con cascadas cristalinas. Era más que hermoso, como un paraíso oculto. Sin querer solté la mano de mi madre, dejando que pequeñas lágrimas brotaran de mis ojos.
—E-Es...
Parecía sacado de los cuentos que mi madre me solía relatar. Sin aviso previo, el ruido de mi alrededor desapareció, dejándome absorta en ese mundo alejado de la vida que teníamos.
—No te separes de nosotras, Urchevole —exigió Urosia en un tono demandante—. Comprendo tu emoción, pero no es el momento.
Desperté de esa realidad, mirando hacia Urosia en un gesto tímido y afirmar sin mirarla.
—E-Entendido...
Mi madre, con cuidado y cariño, agarró mi mano para guiarme. Su sonrisa se mantenía a pesar de haberme alejado. Continuamos con nuestro camino, siendo acompañadas por los diversos animales de apariencia inofensiva.
—¿Q-Qué es eso? —pregunté, acercándome a un pequeño insecto rosado que se movía entre las flores.
—Ve con cuidado. Son Mierias, las chivatas de la naturaleza —respondió Melian con una sonrisa calmada—. Se comunican con la naturaleza, al igual que muchos de los animales que ves.
Me alejé para no asustarlas y seguí caminando, cerrando mis ojos para escuchar las melodía de varias voces femeninas que cantaban a un ritmo relajado. De fondo, maracas de madera sonaban, calmando esa angustia que teníamos.
—¿Y qué hacen?
—Suelen estar vigilando todos los bosques. Si hay alguna Elina perdida, la ayudan para que vuelvan a casa —explicó mi madre. Puso la mano en su barbilla—. Creo que también había otros llamados Chiuaon, pero estos aparecen en los Bosques de la Frialdad.
La canción seguía, era alegre y mística, parecía cambiar todo nuestro alrededor. Y cuando rompía, los animales salían de sus escondites como si quisieran darnos la bienvenida.
—No quiero irme de aquí jamás —susurré con una emoción que no podía contener.
Mi madre me sonrió con dulzura.
—Estos sitios son sagrados. La madre naturaleza pide que no sea poblada por nosotras, sino por los animales que ves aquí. Un equilibrio y respeto.
Tenía sentido, después de todo esta belleza no se podría disfrutar si vivíamos muchas Elinas aquí.
Pronto llegamos a un elegante y pequeño templo que llevaban hacia los Lagos de la Sensibilidad Nacida. Rodeados por extensos y diversos tipos de vegetación, caminaba emocionada. Observaba la estructura arqueada y cúpulas cubiertas por enredaderas. Era como si este templo fuera visitado por Sensibilidad, un lugar ancestral.
Mi madre me miraba con cariño mientras bajaban por las escalinatas de piedra, iluminadas por las semillas lumínicas que conducían hacia los lagos cristalinos.
—Con cuidado, Urchevole —me pidió mi madre en un tono calmado. Frené mis pasos para mirarla—. Quiero que ahora te quedes a mi lado y no hagas nada a no ser que te lo diga, ¿entendido?
—¿Vas a dejar que entre también a los lagos? —preguntó Urosia, frunciendo el ceño.
Melian la miró en un gesto tranquilo.
—No creo que ocurra nada ¿no?
Urosia no parecía estar muy de acuerdo, pero al final aceptó.
Me dejé guiar por mi madre, adentrándonos con cuidado por las aguas. Cubrieron hasta mi estómago, la sensación era muy cálida. Girando mi rostro, vi como mi madre movía sus manos hacia las aguas, como si agarrara un poco de esta. No la imité, solamente observé con atención todo lo que me rodeaba.
El viento movía con delicadeza las hojas de los árboles y las enredaderas. Algunas tocaban los lagos, los cuales estaban acompañados por los anfibios. Pronto el frío aumentó, poniendo mis manos en mis brazos.
—Por Sensibilidad, que todo vaya bien... —susurré, tragando saliva con dificultad.
Por un instante una repentina luz rodeó a mi madre. Tan pura y mágica que sin querer soltaba lágrimas. Sin aviso, los animales salieron de sus escondites, como si quisieran huir de algo. Esto puso en alerta a las guerreras, activando la música gracias al brillo blanco de sus tatuajes.
Temerosa, me agarré el brazo de mi madre, y al mirarle, me encontré con sus ojos consumidos por esa luz blanquecina.
—¿M-Mamá?
Llamarla no sirvió, tampoco mover su brazo. Solo veía cómo las lágrimas resbalaban por sus mejillas. Sin saber bien qué hacer, dirigí mi mirada hacia las guerreras. Se habían acercado hacia los árboles para asegurarse de que no hubiera nada. Las pulsaciones de mi corazón fueron cada vez a más hasta que tuve la idea de mirar hacia la luz blanquecina.
Una que me dejó sin consciencia cuando escuché... ¿una voz?
—¡Hija!
Rápidamente fui abrazada por mi madre, cubriendo mis ojos y oídos en un gesto de protección. Me quedé inmóvil, reaccionando ante el dolor en mi cabeza y ojos. Lloré y grité mientras mi madre intentaba tranquilizarme, pero no servía de nada.
¿Qué eran esas sombras? No eran como nosotras y brillaban en un color distinto. Unos radiaban agresividad, otra valentía, otro dolor. ¿Por qué los veía? ¿Quiénes eran? ¿Qué deseaban?
Azotada por la duda, pude ver como mi madre me miraba entre lágrimas, tratando de sonreír. Intenté decir algo, pero no pude cuando la luz la envolvió de nuevo. Miró al cielo y alzó sus brazos para que el milagro apareciera y calmara todo nuestro alrededor.
—E-Es... Es cierto.
Pude verla. Tan inocente se presentaba mi hermana y se acurrucaba en los brazos de mi madre para luego abrir los ojos.
Mejor dicho, el ojo izquierdo.
—¿P-Porqué el i-izquierdo? ¿P-Porqu-
—Parece que todo ha podido ir con normalidad —murmuró Urosia, observando a mi madre con seriedad—. ¿No, Melian?
No pudo responder al estar mirando a mi hermana. ¿Cómo debía reaccionar? Ojo izquierdo. Lado izquierdo. Mal augurio. Era lo que mi cabeza repetía cuando recordaba las palabras de mi madre leyéndome esas historias.
¿Mi hermana... estaba condenada?
Vi como mi madre apretaba sus labios con fuerza, afirmando con pesar.
—Sí... y siento todo este desastre, no deseaba que ocurriera esto.
—Sabes que no es tu culpa, Melian —contestó Urosia, cruzando sus brazos—. Ahora sería ideal volver a Sinea antes de que ocurra algo peor.
Afirmó y me miró con una sonrisa delicada, al menos eso intentaba con las lágrimas que intentó secarse.
—¿Qué nombre crees que deberíamos darle?
Me quedé en silencio agachando la cabeza. Era extraño mirar a mi hermana y ver su ojo azul. Iba a ser temporal, ¿no? Esa ceguera que tenía, se solucionaría con el tiempo, ¿verdad?
Miré a mi madre, intentando mostrar mi mejor sonrisa.
—Aspaura —dije, intentando sonar convencida—. Ese será su nombre.
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