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25. Anónimo y oscuridad.

Sus palabras se enroscaron sobre mi garganta, haciendo presión y evitando que entrara aire a mis pulmones. Miré a Gary, esperando que estallara en carcajadas de nuevo o que hiciera algo que me demostrara que no estaba hablando en serio, que aquello era otra de sus bromas.

Él me miraba con el rostro serio, sin rastro de diversión. Ni dudas.

No podía creerme que Gary Harlow hubiera hablado en serio. La advertencia de Carin se repitió en mis oídos, confirmándome las sospechas del hermano de Chase respecto a Gary.

No podía creerme que Gary Harlow estuviera enamorado de mí. Eso lo hacía mucho más difícil y problemático; hubiera preferido mil veces que lo único que sintiera Gary hacia mí fuera unos irresistibles deseos de llevarme a la cama para, luego después, olvidarse de mí. Sin sentimientos tan profundos de por medio.

Me froté las sienes con insistencia. ¿Qué podía decirle? ¿Le confirmaba que sus sospechas sobre su corazón roto eran auténticas?

-No puedes decirme eso. Quieres que me sienta culpable, ¿verdad? -le acusé y lo fulminé con la mirada.

-Quiero que me digas de una puta vez en qué punto estamos –me replicó, poniéndose en pie-. Parecías estar cómoda conmigo y, tras el beso, huiste despavorida, sin querer saber nada más de mí. Pensé que el sentimiento era mutuo…

Me apoyé contra la pared y lo observé en silencio. Le había pedido que me llevara a mi apartamento de nuevo el mismo día que Carin y Sabin se marcharon de Nueva York; es cierto que huí, pero fue por miedo. No estaba preparada para todo aquello. Aún no.

La desaparición de Chase era demasiado reciente y mis sentimientos hacia él aún seguían allí, igual de fuertes que antes. No podía empezar una nueva relación por mucho que me esforzara u obligara a hacerlo.

Y yo creía que Gary lo sabía.

Era evidente que no.

-Creía que ibas a mudarte definitivamente conmigo, Mina –prosiguió Gary, destrozado-. Creí que al fin aceptarías que Chase no va a volver y que, al menos, te atraía un poco, lo suficiente para que yo hiciera el resto. Somos dos personas que aún arrastran su pasado y que están jodidas, ¿qué mejor compañía para ambos?

»Soy el único que te entiende y comprende. Yo también perdí a alguien a quien quería, pero salí adelante y encontré a otra persona. Te encontré a ti.

-Yo… yo… es posible que te diera una impresión errónea –por supuesto que le había dado una impresión que no era y ahora tenía que lidiar con las consecuencias-. N-no estoy preparada p-para esto.

Me sentía como una criminal. ¿Cuál sería mi próximo objetivo a destrozar tras Gary? «Bueno, creo que ya podemos apuntarlo en tu lista negra, querida», dijo mi subconsciente. Y era cierto.

Si antes había estado destrozado, yo había logrado empeorarlo aún más.

Gary cruzó en dos zancadas la distancia que nos separaba y se acuclilló para observarme en silencio. Sus ojos verdes se habían oscurecido y supe que estaba haciendo un gran esfuerzo por mostrarse amable.

Una amabilidad que no me merecía.

Quería echarme a llorar allí mismo y gritarle que me dejara sola, pero no me atreví a hacerlo. Lo que sentía por Gary era… contradictorio: me sentía bien a su lado, pero me aterraba la idea de que todo aquello simplemente fuera un pasatiempo para él y que, tras un período de tiempo, se aburriera de mí. No podía permitirme acabar peor de lo que ya estaba.

Sin embargo, no podía querer a Gary de la misma que a Chase.

Simplemente, no podía.

-Dime qué es lo que quieres –dijo él.

La reptante sensación de asfixia comenzó a enroscarse sobre mi cuello, impidiéndome pensar con claridad. ¿Qué es lo que quería en realidad? ¿Qué era lo que realmente quería?

Algo imposible.

-No lo sé –mentí.

Vi perfectamente la decepción en el rostro de Gary, pero aún no estaba preparada para poder dar por zanjada mi historia con Chase. A pesar de las súplicas de Carin para hacerme entender que debía salir adelante.

Quise pedirle perdón por no hacer lo que él tanto estaba deseando, pero no me salió sonido alguno. No encontré las palabras adecuadas para hacerlo.

Y dolía.

Gary se frotó la frente con fuerza mientras inspiraba hondo.

-Supongo que nunca podré superar a Chase por mucho que me esfuerce –suspiró con derrota.

-Dame tiempo –casi le supliqué.

Asintió y me acompañó hasta mi dormitorio. Se quedó en el quicio de la puerta, observando toda la habitación con el ceño fruncido, buscando cualquier detalle u objeto que hubiera pertenecido a Chase; sin embargo, poco podría encontrar pues había hecho limpieza de todas las cosas de él y las había puesto a buen recaudo en varias cajas que había terminado por ocultar bajo la cama.

Dudé entre preguntarle si quería dormir allí, conmigo, dándole a entender que estaba cumpliendo con mi promesa, o si debía dejar que volviera de nuevo al salón y cada uno durmiera en una habitación del apartamento.

-¿Quieres…? –empecé, dubitativa.

-Gracias por dejarme pasar la noche aquí –me cortó abruptamente, dándose la vuelta para volver al salón.

Se me formó un nudo en la garganta mientras observaba la espalda de Gary desaparecer en dirección al salón. Después escuché su suspiro y el sonido de los muelles del sofá ceder bajo su peso.

Luego se hizo el silencio.

Me desperté con el sonido del agua al correr. Había sufrido una pesadilla que no lograba recordar en absoluto y tenía la garganta seca; me puse en pie y me asomé al salón, esperando encontrarme a Gary profundamente dormido en el sofá, pero el sofá que debía estar ocupado por su cuerpo estaba vacío.

Solté un respingo cuando escuché la puerta que se dirigía al baño abrirse y fruncí el ceño cuando vi salir de allí a Gary ataviado únicamente con una toalla a la cintura. Una mala costumbre que tenía. Su rostro se puso serio al verme frente a él y me sorteó con maestría, sin decir ni una sola palabra.

-Buenos días –probé a decir yo, intentando romper el bloque de hielo que se había ido formado desde la noche anterior entre ambos.

Su ceño se frunció al escuchar mi saludo.

-Lamento haberte despertado –dijo y su disculpa sonó vacía-. Necesitaba quitarme esa peste a alcohol y necesitaba adecentarme un poco para la cita que tengo.

Cogí aire de golpe al entender a lo que se refería: estaba dolido con mi negativa y, por ello, pensaba castigarme de aquella forma, incumpliendo la promesa que me había hecho y volviendo a ser… quien realmente era.

Me había asegurado que estaba conforme consigo mismo, con lo que hacía y cómo actuaba, y yo había sido una ingenua pensando que realmente se daría cuenta de que no podía continuar con ese comportamiento.

Me crucé de brazos.

-Espero que te diviertas –mascullé.

Me dirigí a la nevera y comencé a husmear en su interior, tratando de contener las lágrimas y buscando algo que desayunar. O, simplemente, quedarme allí el tiempo suficiente hasta que Gary se marchara.

Era posible que, según él, le partiera el corazón, pero él había logrado machacar lo poco que había avanzado en mi recuperación.

Escuché a Gary encerrarse de nuevo en el baño y saqué la cabeza del frigorífico junto a un cartón de leche. Lo vacié de un trago y me quedé observando el apartamento en silencio. ¿Qué hubiera sucedido si nunca hubiéramos venido aquí? Habría continuado con mi aburrida vida en Blackstone, sí, pero, al menos, tendría a mi lado a Chase. Quizá incluso  me hubiera prometido con él. O hubiéramos conseguido independizarnos y tendríamos una casita…

Eran tantas las posibilidades… Unas posibilidades que ya no tendría oportunidad siquiera de cumplir.

-He bajado a por el correo –me interrumpió la voz de Gary.

Mis ojos se clavaron en él automáticamente mientras Gary salía por la puerta del apartamento y cerraba la puerta a sus espaldas. Sin tan siquiera despedirse o, al menos, despedirse de manera correcta.

Me acerqué a la mesa que había cerca de la puerta y cogí el fajo de cartas que había subido Gary; las pasé distraídamente una por una hasta que me quedé con un sobre viejo que tenía mi nombre escrito apresuradamente y cuya caligrafía dejaba bastante que desear.

Me dio un vuelco el estómago mientras abría el sobre y sacaba una simple nota que me arrancó un grito ahogado.

SÉ LO QUE LE SUCEDIÓ A TU NOVIO LICÁNTROPO EN EL ACCIDENTE.

SI QUIERES SABERLO, REÚNETE CONMIGO.

VEN SOLA.

Se me secó la garganta al entender que podría ser una broma. De muy mal gusto, además. Pero, una pequeña parte de mí aún guardaba la esperanza de saber qué le había pasado a Chase. Necesitaba respuestas. Necesitaba cualquier pista o dato que pudieran proporcionarme para ayudarme a entender qué es lo que había sucedido.

Quizá alguien lo había visto.

Quizá pudiera encontrar, al menos, su cuerpo.

Así podría cerrar ese capítulo de mi vida y proseguir con ella. Incluso podría convertirme en lo que Gary tanto anhelaba.

Releí la nota varias veces, memorizando la dirección y la hora acordada para reunirme con su misterioso remitente. Sabía que me estaba emocionando demasiado rápido y que la decepción sería mayor cuando me diera cuenta de que todo aquello había sido una broma de alguien que pretendía divertirse a mi costa.

Comprobé la hora. Aún faltaban varias horas hasta que llegara el momento de la reunión; tiempo suficiente para poder prepararme. Las heridas de la pelea de la noche anterior habían pasado a la historia y me encontraba en perfectas condiciones para lo que se me viniera encima; quería ir armada porque, ahora que pensaba en la nota detenidamente, no me fiaba del todo de su remitente. Si estaba al corriente de la existencia de licántropos en Nueva York y, además, me pedía que nos reuniésemos a solas aquello era una señal inequívoca de que debía andarme con cuidado. Y eso significaba ir armada hasta los dientes por los posibles problemas que pudieran surgirme de esa reunión clandestina.

Llamé a Alice, quien estuvo encantada de escuchar que estaba completamente recuperada, y le pedí si podía traerme algunas armas. Todas serían de plata pero eso era un detalle sin importancia. Menos para Alice.

-¿Armas? –repitió-. ¿Para qué ibas a necesitar tú armas? Te recuerdo que en el Devil’s Cry están prohibidas, Mina.

-Quiero empezar a familiarizarme con ellas –le mentí-. Debo hacerlo.

Alice resopló.

-Sé que debes hacerlo si quieres convertirte en cazadora –me dio la razón- pero aún tenemos tiempo para ello.

-Quiero tener en casa algunas –insistí-. Vamos, Alice, por favor –le supliqué.

Casi fui capaz de ver cómo ponía muecas a pesar de encontrarnos a una distancia considerable.

-Está bien –claudicó al final-. Pero no quiero hacerme responsable de lo que pueda suceder cuando caigan en tus manos.

Me eché a reír de buena gana mientras Alice me aseguraba que se pasara en cuanto pudiera por mi casa para dejarme la mercancía. Nos despedimos y, al colgar, me sentí un poco culpable por no haberle contado la visita sorpresa de Gary y la posterior conversación que habíamos mantenido; por no hablar de su golpe bajo de aquella misma mañana.

Sacudí la cabeza, alejando esos pensamientos, y me puse en marcha. No podía quedarme quieta de la emoción que sentía por aquella maldita nota; me encontraba excitada por algo de aventura en mi vida. Por la idea de conocer lo que había sucedido en el accidente.

Había llamado a mi madre tras la insinuación de Gary sobre la nula intervención de la policía en el asunto. Ella me había contado que, tras traerme al hospital, había hablado con un par de agentes de policía que se habían acercado al hospital, cumpliendo con su deber, y ellos le habían dicho que volverían cuando yo me hubiera despertado. Sin embargo, esa visita nunca llegó a hacerse.

Gary parecía haberse encargado de cerrar el asunto para que nadie metiera las narices y pudiera descubrir algunos detalles sobre cómo había podido salir del coche y empezaran a hacer muchas más preguntas. El licántropo se había ocupado de lograr que el asunto quedara en el olvido y pudieran encargarse sus hombres de la investigación. Una investigación de la que no me había dado ningún tipo de información al respecto, a pesar de ser la primera interesada en ello.

Tras la rápida visita de Alice, comencé a preparar todo el equipo. Mi amiga me había traído lo más «inofensivo» que había podido encontrar en su armería: un par de dagas cortas que podía esconder fácilmente en las cañas de las botas; estacas de plata como las que había tenido en mis pesadillas y un puñal con aspecto de haber rebanado cuellos hacía mucho tiempo.

Coloqué las armas en el cinturón y escondí las dagas en las cañas de las botas. Me quedé mirándome en el espejo: había elegido otro de mis uniformes que Alice me había proporcionado y que se me ajustaba aún más que los otros; la hora acordada para la reunión era mientras anochecía. Mi atuendo no llamaría mucho la atención cuando saliera a la calle: en Nueva York había todo tipo de estilos, algunos demasiado estrafalarios, y mi traje de cazadora era demasiado «normal», dentro de lo que cabía, para llamar la atención de los transeúntes.

Las llaves del coche que me había prestado Gary aún seguían en el aparador, a pesar de que había creído firmemente que se las habría llevado aquella misma mañana para reunirse con su misteriosa cita, así que lo usaría para poder llegar a mi destino. Sería la primera vez que me pondría al volante allí y la idea me excitaba y me atemorizaba a partes iguales.

Recogí todo lo que iba a necesitar y me puse en marcha. Bajé a toda prisa por las escaleras, ignorando por completo el ascensor, y me detuve en la acerca, con las llaves en la mano y sin saber cuál de todos aquellos vehículos sería el mío. Gary no me había dado ninguna pista al respecto y con lo único con lo que contaba era con la marca que había sobre la llave: BMW.

Pulsé el botón y me quedé perpleja al ver la elección de Gary: era un modelo X4 de un discreto color negro. Me acerqué a toda prisa al vehículo, sintiendo mis mejillas arder, mientras esperaba no llamar mucho la atención; eso era lo último que necesitaba en aquellos momentos.

Metí la llave en el contacto y una pantalla incrustada en el salpicadero se iluminó, dándome la bienvenida de nuevo; la toquiteé hasta lograr encontrar la aplicación de mapas. Introduje la dirección que me había aprendido de memoria y la voz automática de una mujer inundó todo el interior del vehículo mientras yo metía primera y rezaba para poder salir de allí sin acabar con el coche destrozado.

Gracias a Dios el coche venía equipado, además, con un sofisticado sistema que me avisaba con un pitido infernal cada vez que el morro o el culo del vehículo a un obstáculo. Logré sacarlo del aparcamiento en el que estaba sin darle a ninguno de los vehículos y me incorporé al tráfico mientras la voz del GPS comenzaba a darme las primeras instrucciones.

Mientras conducía por las calles de Manhattan, atenta a las indicaciones del GPS, sentí la presión de todas las armas que llevaba sobre mi cuerpo; era un recordatorio de lo que era. De lo que podría suceder.

Había muchas posibilidades sobre quién podría ser el remitente anónimo que me había mandado la nota. Pero una de ellas me parecía… imposible.

Las indicaciones me llevaron hasta la zona industrial de Nueva York. Aquello nada tenía que ver con las naves que estaban dispersas por la zona circundante del pueblo: en Nueva York estaban todas apiñadas, como si no hubiera espacio suficiente para todos ellos. Muchas de esas naves parecían haber sido restauradas, convirtiéndolas en lujosos y exclusivos lofts; otras, en cambio, tenían el mismo aspecto viejo y ruinoso que pedía a gritos que nadie se acercara a ellas.

Aparqué el coche a duras penas a una distancia considerable de la nave que era la que figuraba en la dirección que habían escrito en la nota que habían dejado en mi correo aquella misma mañana. Agradecí que el traje me protegiera de las bajas temperaturas del invierno de Nueva York y me froté inconscientemente los brazos mientras echaba a andar hacia la nave.

Tuve que colarme por una de las ventanas rotas que había en uno de los laterales. Procuré no hacer ruido alguno mientras avanzaba por los ruinosos pasillos de la nave y buscaba a mi misterioso remitente.

-¿Hola? –grité, saltándome así la regla número uno del sigilo: no ir dando voces y descubriendo así mi posición-. ¡Hola, he venido tal y como me pediste!

Escuché unos pasos al final del pasillo, corriendo. Me quedé paralizada, sin saber qué hacer. ¿Debía seguirlo? ¿Debía quedarme allí plantada como una estúpida? Mis pies tomaron la decisión por mí antes de que pudiera llegar a una solución. El sonido de mis pasos retumbaba al mismo ritmo que mi acelerado corazón por la intriga de saber quién me había citado en un lugar tan espeluznante como aquél.

Le di más celeridad a mis pasos cuando creí que estaba cerca de encontrarme con la persona misteriosa. Tuve que frenarme al ver en la esquina que doblaba el pasillo a una silueta de la que no era capaz de distinguir nada a excepción de su imponente altura; me quedé quieta de nuevo, sin saber cómo actuar. Podía ponerme a gritar de nuevo, pero aquello posiblemente lo asustaría otra vez.

Y eso no me convenía.

-¿Mina? Mina, ¿eres tú?

Se me detuvo el corazón al escuchar esa voz.

Una voz que había estado deseando volver a escuchar desde hacía casi dos meses, tras el accidente.

Eché a correr de nuevo hacia él mientras las lágrimas empañaban mi vista y deseaba lanzarme a sus brazos otra vez. Aquello significaba que las cosas volverían a ser como antes. Como si nada hubiera cambiado.

Como si nunca se hubiera ido.

En el fondo, siempre había sabido que él había estado vivo y que había estado buscándome.

-¡¡Chase!! –vociferé mientras intentaba llegar hasta la silueta de Chase.

Antes de llegar a él noté que algo se movía a mi lado y un dolor cegador me recorrió todo el cuerpo. Ni siquiera fue consciente de que mi cuerpo se desplomaba en el suelo.

Solamente fui consciente de la oscuridad.

De la oscuridad y de esa desgarradora sensación de haber vuelto a perder a Chase. Quizá esta vez para siempre.

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