016.
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Si había algo que Rex odiaba, eran las misiones como aquella, sobre todo en la Región de Expansión. Habían llegado a Umbara hacía horas, y aún no se acostumbraba al oscuro panorama, a su vegetación salvaje, y a su atmósfera mortífera. Aun así, seguían adelante. Mientras el general Krell y el general Tiin se ocupaban del sur con Obi-Wan Kenobi y el 212 Batallón de Ataque, Anakin Skywalker lideraba a la 501 en el norte, con el objetivo de destruir los refuerzos enemigos. El objetivo de la campaña era hacerse con la capital, y conservarla.
Sin embargo, los umbaranos se habían aliado con los Separatistas, y como Rex había podido comprobar, sabían luchar, siempre ayudados por sus avanzadas tecnologías que volaban a sus hombres por los aires.
Acababan de salir de una emboscada gracias a la ayuda de unos bombarderos, pero ahora algo diferente requería la atención de Skywalker.
—Rex, Riane —llamó el general hacia los dos amigos—. Venid conmigo.
Los tres avanzaron por el terreno que habían capturado hacia una cañonera republicana que descendía sobre su posición. Riane y Rex intercambiaron una mirada de confusión al ver a un Jedi bajarse del transporte. Era el general Krell, un besalisko con muy mala cara. Se aproximó hacia Skywalker con dos de sus cuatro brazos cruzados, y Riane decidió quedarse detrás de Rex, por si las moscas.
Ambos sujetaron los cascos contra sus caderas izquierdas y escucharon con atención la conversación entre los dos Jedi.
—Maestro Krell —saludó Skywalker—. Agradezco el apoyo aéreo.
El otro general respondió con voz grave.
—Obviamente, general Skywalker. Los nativos tienen más recursos de los que esperábamos.
—Pero ese no es el motivo de su visita —adivinó el otro.
—No. El Consejo ordena que regrese a Coruscant, con efecto inmediato.
Rex pasó saliva, alternando la mirada entre los dos mientras Riane se quedaba atrás. Aquello no pintaba nada bien.
—¿Qué? —dijo Anakin, sorprendido—. ¿Por qué?
Krell no pareció impresionado por la pregunta.
—Me temo que el Canciller Supremo lo solicitó y el Consejo aceptó. No me dijeron nada más.
Skywalker se giró hacia Rex.
—¡Pero no puedo dejar a mis hombres! —dijo con tono ansioso.
—Yo tomaré el mando —declaró el otro Jedi.
Rex inclinó la cabeza hacia delante.
—No se preocupe, señor —dijo con su habitual tono serio—. La ciudad estará en manos de la República cuando vuelva.
Anakin suspiró, señalando al clon con la mano.
—Maestro Krell, este es Rex, mi primer oficial. —El clon se cuadró—. No encontrará un soldado mejor, ni más leal.
—Lo tendré en cuenta.
Pero Krell no miraba hacia Rex. Tenía la vista clavada en la mujer a sus espaldas. Riane se cuadró al instante al darse cuenta de que la miraba, mucho más firmemente que Rex, y Anakin la señaló a ella también.
—Esta es la teniente Riane Unmel —dijo—. Es una de las mejores estrategas de la 501, y la segunda al mando después del capitán Rex.
La chica seguía firme, pero a Rex le parecía que Krell ponía en su rostro una mueca parecida a una sonrisa que indicaba más diversión que felicidad.
—Sí —acabó diciendo el Jedi—. Ya he oído sobre el poco... convencionalismo de esta legión —declaró—. Buen viaje, Skywalker.
Unmel movió los ojos para que se cruzaran con la mirada de Rex. Él se tragó un suspiro.
Con eso, el general de la 501 se subió en el transporte, que despegó de inmediato. Aprovechando que Krell les daba la espalda, Riane se colocó junto a Rex, algo más relajada, pero el capitán dio un par de pasos al frente para hablarle al Jedi.
—Su reputación le precede, general —dijo el capitán—. Es un honor servir con usted.
El Jedi se giró para mirarle con desgana.
—Es muy interesante —murmuró—, capitán, que pueda reconocer el valor del honor, siendo un clon.
Rex abrió la boca, sorprendido por la manera en la que Krell había dicho aquello como un insulto, y a Riane le cruzó la cara una mueca de mortificación y, después, de enfado contenido.
—Cuádrese cuando le hable —añadió el general, haciendo que él reaccionara, sorprendido de nuevo, y se pusiera firme—. Le advierto que su adulación no tendrá recompensa.
Riane alternó la vista entre los dos hombres, dándose cuenta de lo antinatural que le parecía aquella situación. Allí estaba, su capitán, un hombre leal e inteligente, mostrándole respeto a un Jedi que Riane dudaba que mereciera mención alguna.
Krell se acercó a Riane, inclinando su fea cabeza hacia la suya, y ella estiró la espalda para cuadrarse, mientras Rex lo miraba todo con ojos nerviosos, pero sin moverse.
—Las unidades a mi mando son eficaces, y eso es porque hago que se cumplan las órdenes a rajatabla; incluido el protocolo —escupió en la cara de la mujer, antes de añadir una última cosa con amabilidad fingida—. Señorita Unmel, prepare a los pelotones para salir.
A ese punto, varios soldados se habían reunido alrededor, todos firmes y escuchando al general. Cincos y Rex se miraron con nerviosismo al ver que la mujer no respondía. Seguía agarrando el casco con seriedad, cuadrándose, pero sin abrir la boca.
El general se echó hacia atrás, ofendido.
—¿Acaso no me ha escuchado?
Riane estiró más la espalda, hablando por fin.
—Es teniente, general —fue todo lo que respondió ella.
Rex no le podía ver la cara a Krell, pero él mismo se tragó una sonrisa de orgullo. Pero tan pronto como llegó, desechó esa sensación: Riane siempre había sido famosa por decir lo que pensaba, desde el primer día, pero esperaba que aquel hábito tan noble no la fuera a meter en problemas ahora. Ni a ella, ni al resto de los hombres.
El Jedi carraspeó, quizás sorprendido, pero el gesto se le había vuelto incluso más hostil.
—Teniente Unmel —repitió con tono mordaz—. Que los pelotones se preparen para partir. Inmediatamente.
—¡Señor, sí, señor!
La chica subió el brazo y dio un saludo militar antes de ponerse el casco y darse la vuelta.
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Siguieron caminando durante doce horas entre la nebulosa y oscura niebla, y aunque los hombres estaban cansados, el general Krell seguía avanzando al ritmo de siempre. Les hablaba duramente a los soldados, pero Riane no había abierto la boca de nuevo. Cincos insistía en que aquello no era normal, pero Rex le había recordado que Krell era su general y que ellos tenían un trabajo que hacer.
Riane ya había dado el cante una vez, y se disponía a no hacerlo de nuevo a no ser que fuera necesario. Aquel hombre parecía perder los papeles con facilidad, y supuso que sus usuales bromas y comentarios no serían bien recibidos. Además, Rex tenía razón.
Riane sentía los músculos agarrotados después de tantas horas de caminata. Al fin y al cabo, aunque había entrenado toda su vida, ella no era un clon mejorado, e incluso sus compañeros parecían agotados por la marcha y el ritmo que llevaban.
Cuando Rex se adelantó para pedirle un respiro a su superior, el general le llamó por su número y le dijo que los hombres no necesitaban descanso de ningún tipo.
—Nunca había oído a nadie llamar a Rex "CT-7567" —le dijo Riane a Cincos por las comunicaciones internas del casco.
A ella no se le escapó el tono amargo en la respuesta de su amigo.
—Eso es porque este hombre nos ve a todos como droides, y no como a hombres.
Riane bajó la cabeza, no queriendo saber qué consideraba Krell a Riane entonces. Una tonta, supuso, siendo voluntaria en aquella guerra. No esperaba que el general entendiera sus razones para estar allí, pero tampoco le importaba demasiado.
El general alzó un dedo hacia el capitán, y todos los hombres detuvieron la marcha cuando comenzó el nuevo enfrentamiento. Riane detuvo las ganas de sacar una de las DL-44, aunque no iban a valer para nada: no contra un Jedi.
—CT-7567, ¿debo recordarle la importancia de esta misión para conquistar el planeta? Eche un vistazo —señaló hacia los hombres, y Riane miró directamente al casco de Rex cuando él se giró—. ¿Ve a esos pelotones? Su misión es tomar esta ciudad y hacerlo deprisa. El tiempo y el descanso son dos lujos que no nos podemos permitir. ¡La invasión depende de nosotros! Los demás batallones cuentan con nuestro apoyo. ¡Si fracasamos, fracasan todos! ¡¿Eso lo comprende?! ¡¿Les ha quedado claro a todos?! —Pausó antes de gritar con más fuerza—. ¡Andando!
Tras los bramidos, siguió caminando. Riane apretó la mandíbula y les hizo un gesto a los hombres que había detrás cuando Rex asintió en su dirección, en un corto movimiento.
Maldito fuera Krell y su manía de llamar a aquellos hombres por sus números.
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Por fin habían llegado a su próximo destino, en donde lucharían de nuevo para acercarse a la capital y a sus exteriores. Rex acabó de monitorizar las posiciones de sus hombros entre la neblina y se acercó al general Krell para darle una actualización de la situación.
—Señor —comenzó—. La vanguardia está lista para un ataque quirúrgico contra las defensas de la ciudad.
El general seguía cruzado de brazos, mirándole con escepticismo.
—No será necesario, capitán.
Rex intentó no abrir mucho los ojos, pero estaba seguro de que el Jedi podía ver la sorpresa en su rostro.
—¿Señor? —consiguió decir.
—Todos los pelotones ejecutarán un asalto frontal por la ruta principal a la ciudad.
Rex tragó saliva antes de hablar. Se le había subido a la bilis a la garganta y tenía la sensación de que hubiera vomitado si no hubiese sido por la genética que los kaminoanos habían implantado en él y en sus hermanos.
—Pero, señor —dijo con todo el respeto que pudo—, el general Skywalker aprobó el plan de la teniente Unmel: habían planeado sorprenderlos con varios ataques. —El Jedi le daba la espalda, así que él siguió, intentando convencerlo—. Si vamos por la ruta principal, ellos responderán con un ataque frontal masivo.
El Jedi se giró hacia él, y la calma en su voz sorprendió a Rex.
—Llame a la teniente, ¿quiere?
A Rex se le secó la boca, pero asintió. Contactó a Riane por el intercomunicador, y no tardó en verla aproximándose por la ladera. Se había quitado el casco, y aún tenía el pelo recogido en un moño perfecto y tirante. Estaba seria, pero miró a Rex con tranquilidad, y eso consiguió calmarle un poco.
Ella caminó hasta Krell y se puso firme.
—¿Quería verme, general? —preguntó con educación.
El Jedi se cruzó de brazos frente a los dos soldados.
—Sí —dijo secamente—. Hay un cambio de planes: ahora, yo estoy al mando. Por eso, vamos a efectuar un ataque frontal.
Rex miró a Riane de reojo, pero ella no reaccionó físicamente a la decisión del general.
—Con el debido respeto, señor —dijo ella con tanta seriedad como su superior—. No sabemos a qué nos enfrentamos: creo que debería pensarlo antes.
Krell se inclinó hacia delante, como si esperara aquel comentario, y les miró con enfado.
—¡¿Acaso están cuestionando mi orden?! —Inmediatamente, pulsó el intercomunicador en su muñeca, que transmitió la imagen de la ciudad y la ruta principal que iban a atravesar para llegar a ella. Los miró con dureza antes de hablar—. El batallón tomará la ruta directa a la capital. No retrocederán o se retirarán, no importa la resistencia que encuentren. Atacaremos con todas las tropas, nada de jueguecitos y ataques secretos. ¡Esa es mi orden! ¡Y la cumplirán al pie de la letra! —Riane no reaccionó ante sus gritos, así que se giró hacia Rex, que parecía más preocupado—. ¡¿Ha quedado claro, CT-7567?!
Riane dio un paso adelante, pero Rex le agarró la muñeca antes de que pudiera hacer o decir alguna estupidez.
—Sí, general —respondió el capitán.
—¡Pues ataque! —gritó el Jedi.
Y, con eso, Rex tiró de Riane para que ambos se alejaran del general y prepararan a los hombres para aquella misión suicida.
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Riane y Rex lideraron a los hombres por el oscuro camino, sólo iluminado por algún tipo de líneas luminosas azules que había sobre el suelo. El resto era todo niebla morada y árboles rojos. Siempre era de noche en aquel lugar, y aquello no pintaba nada bien.
—Oye —dijo Tup a sus espaldas—. ¿Por qué no seguimos el plan original de Ri y descubrimos qué defensas tienen primero?
—¡Podemos hacerlo! —exclamó Hardcase con su típica ilusión—. ¡A por ellos!
Riane negó con la cabeza, pero no se giró hacia sus amigos. Continuó tras Rex, entre la oscuridad.
—Sí... —dijo Jesse con tono cómico—. Dejad que Hardcase vaya delante.
Cincos y Dogma comenzaron a discutir en ese mismo momento.
—Este plan es imprudente —dijo el ARC.
—¿No se te ha ocurrido que quizá el general sabe lo que hace? —recriminó el otro.
Riane pensaba que Krell sabía lo que hacía, pero que no le importaba perder a hombres en el proceso; aun así, no lo dijo en voz alta. Cincos dio un par de pasos adelante para colocarse junto a Riane. Rex giró la cabeza hacia él también.
—Sé que vosotros pensáis que esto es una mala idea —les dijo.
Riane siguió callada, algo poco habitual en ella, pero que se hacía más normal a cada hora que pasaban en aquel planeta. Aquella situación les estaba pasando factura a todos, y Cincos comenzaba a preocuparse por su amiga. Los dos habían cambiado desde la muerte de Echo, y mientras él se había vuelto más independiente, ella había comenzado a tragarse lo que pensaba para cumplir las órdenes.
Aun así, Cincos sabía que su amiga no aprobaba lo que estaba ocurriendo.
—Bueno —suspiró Rex—. Le expusimos nuestras objeciones a su plan, pero discrepó. Así que, asunto zanjado.
A Cincos aquello no le valía. Se giró hacia su mejor amiga, levantando las manos con molestia.
—¿Y si se equivoca? ¿Entonces qué? —Al no obtener respuesta, volvió a mirar a Rex—. ¡Dice que su plan suicida es mejor que el que ha trazado nuestra mejor estratega! ¡Los planes de Riane siempre dan en el blanco! —exclamó con molestia—. ¡Y lo sabes, Rex!
El capitán alzó una mano, y Riane agradeció que dejaran de hablar de ella como si no estuviera presente. Apreciaba la confianza que Cincos depositaba en ella, pero si el Jedi había decidido cambiar el plan, no había nada que ellos pudieran hacer. Riane había dejado sus insubordinaciones atrás para ser parte de la 501, se dijo, y no podía recuperar esa metodología ahora. Ahora era teniente, y tenía como responsabilidad proteger a sus hombres y ser un ejemplo a seguir para ellos.
—No es el momento de debatirlo, Cincos —le dijo Rex con tono duro—. Ahora tenemos que permanecer alerta.
Cincos negó con la cabeza, pero continuó caminando con ellos, en silencio. El camino se les hizo eterno, pero justo cuando Riane iba a quejarse de la calma del lugar, una bomba estalló entre los hombres.
El pánico cundió deprisa, y Riane, al darse la vuelta, se dio cuenta de que uno de los soldados había pisado una mina. Al retroceder, otro hombre activó otra.
Sintió unas manos en sus hombros, y Rex la empujó al suelo, poniendo un brazo sobre su espalda para que no se moviera. Riane cogió aire de pronto, con el corazón a cien y entrando en modo de batalla.
—¡Minas! —gritó el capitán—. ¡Que nadie se mueva!
Cuando el polvo derivado de las explosiones se esfumó, Rex se puso en pie. Ahora que no la sujetaba contra el suelo, Riane hizo lo mismo. La teniente señaló a los cuerpos de los soldados caídos, y dos hombres se acercaron a comprobar sus estados.
—Oz ha caído —dijo Memo.
Bonus, a su lado, asintió.
—Ringo también.
Riane quería maldecir, pero se giró hacia Rex, esperando sus órdenes. El capitán se giró hacia Cincos.
—Rastréalas.
Siguieron avanzando ahora que sabían dónde estaban las bombas, pero, entonces, explotó algo más y todos se giraron hacia atrás de golpe. Les atacaban de entre los árboles, y les tenían completamente rodeados.
Riane comenzó a disparar automáticamente, y sintió a Rex colocar su espalda contra la suya para que se cubrieran mutuamente.
—¡Estamos al descubierto! —gritó la única mujer sobre el sonido de los disparos.
—¡Mantened la posición! —ordenó Rex.
Riane se separó de él, disparando hacia las cabezas de los umbaranos, que luchaban entre gritos. Vio por el rabillo del ojo cómo Hook, un novato de su pelotón, caía al suelo. No se movió más, y Riane supo que estaba muerto. Pero no podía detenerse, así que continuó disparando sin descanso junto a Cincos mientras Rex cubría el otro lado del camino.
El enemigo lanzó otro de sus disparos-bomba, que hizo explotar porción del suelo y lo que había a su alrededor. No tenían dónde resguardarse, pero Riane intentaba mantener la calma. Perder los nervios no iba a ayudar a nadie.
Entonces, dos brazos la agarraron desde atrás, por el cuello.
Sorprendida, Riane soltó una de las pistolas y forcejeó.
—¡Novata! —llamó alguien.
Era Rex, de eso no cabía duda.
Ignorándole, Riane lanzó al umbarano que la tenía agarrada sobre su cabeza, haciéndole una llave parecida a la que Rex había usado en su entrenamiento juntos hacía tantos meses, y, con la otra pistola, le dio un disparo mortal en la cabeza, matándole al instante.
—¡Lo tengo controlado! —le gritó al capitán.
Agarró la otra pistola del suelo y comenzó a disparar de nuevo: los tenían encima.
—¡Nos superan! —gritó Jesse sobre el sonido de otra explosión.
—¡Los umbaranos están avanzando! —repitió Cincos.
Riane siguió disparando, pero vio cómo un umbarano se le lanzaba encima a Rex. El capitán le dio un puñetazo al perder las pistolas por el impacto, y Riane apuntó hacia el enemigo. Quiso disparar, pero le temblaba la mano al ver que Rex y el hombre forcejeaban. Si le daba al capitán, no se lo perdonaría nunca, y los segundos que pasaron a continuación, mientras los veía luchar, se le hicieron eternos. Al final, Rex le hizo una llave al hombre, y, con el puño desnudo, perforó de un puñetazo el cristal de la máscara que llevaban los umbaranos, haciendo que muriera al respirar el aire exterior, tóxico para su especie.
Riane suspiró y se giró hacia el enemigo. Se dio cuenta de que Cincos la estaba mirando, pero negó con la cabeza. No podía quedarse así parada, lo sabía, pero no había podido evitarlo. Se sintió una tonta. Al fin y al cabo, Rex era completamente capaz de lidiar con un enemigo como ese y más. ¿Qué demonios le pasaba?
Sus pistolas siguieron asestando certeros disparos, pero el enemigo también disparaba y los hombres de la 501 caían como moscas.
—¡Rex! —exclamó la chica—. ¡Están por todas partes! ¡No podemos protegernos!
Le disparó a dos hombres que se acercaban a ella por detrás, y un disparó le rozó la protección del hombro, haciendo que jadeara.
—¡Hay que retroceder! —decidió el capitán—. ¡Haced que nos sigan!
Los dos intercambiaron una mirada que duró un instante. Ambos sabían que aquello significaba romper las órdenes directas de Krell, pero Riane miró a su alrededor, a los cadáveres de los suyos, y supo que no había manera de que fueran a sobrevivir a aquella emboscada a no ser que volvieran hacia atrás.
—¡A todos los escuadrones! —aulló Riane—. ¡Retirada, vamos!
Con eso, corrieron hacia atrás, esperando que, si los umbaranos salían y se dejaban ver, entonces los soldados de la República podrían alcanzarles.
Siguieron corriendo, disparando hacia atrás en medio de la conmoción hasta que Krell envió a los soldados que se habían quedado atrás para que les dieran apoyo muy necesario. Atacaron con todo, y, al final, los umbaranos retrocedieron a la ciudad.
Riane suspiró, aliviada e intentando descubrir cuántos hombres del Pelotón Rayo habían caído, pero la calma después de la tormenta duró poco.
Krell llegó, con mala cara, como siempre, pero muy muy enfadado.
—¡CT-7567! —aulló—. ¿Acaso tiene un fallo de diseño? ¡Ha retirado a sus tropas de la toma de la capital: ahora el enemigo controla esta ruta! ¡Toda la operación ha fracasado! ¡Por su negligencia!
Entonces, le apuntó con su gran dedo, golpeándole con él tan fuertemente en el pecho que Rex tropezó hacia atrás varias veces, sorprendido y sin palabras. Sin poder evitarlo y víctima de un impulso, Riane se separó de Cincos, caminando hacia ellos con rapidez y quitándose el casco de un brusco movimiento. Jesse se apartó de su camino, impresionado por la cara de mala leche de su amiga, y, aunque Cincos intentó detenerla, todos sabían que Riane siempre decía lo que pensaba.
Su voz resonó en el claro, fuerte y enfadada, quizás por haberse tragado las palabras durante tantas horas.
—¡General Krell! —llamó—. ¡Por si no se ha dado cuenta, acabo de perder a diez hombres, sólo de mi pelotón! —Pareció intentar calmarse, pero, aunque bajó el tono de voz, seguía escupiéndolo todo como si fuera veneno—. El capitán Rex acaba de salvarle la vida al resto del equipo. No creo que quiera obviar ese hecho.
El Jedi se giró hacia ella, y los clones que estaban alrededor contuvieron la respiración. El general Krell le sacaba a Riane dos cabezas, pero ella cuadró los hombros, estirando el cuello para mirarle, barbilla en alto, con aire desafiante. Rex y los demás sabían que, en Riane, aquella reacción no era nada nuevo. Aunque había aprendido a cumplir órdenes eficazmente en los últimos meses, ninguno de ellos había lidiado con un general como aquel antes, y estaba claro que esto era algo esperable de ella. Aun así, ver cómo aquella mujer le defendía, sin dudar un segundo en el proceso, llenó el pecho de Rex con algo parecido al orgullo, una sensación que le ahogaba y que tuvo que empujar lejos para poder seguir escuchando.
—Teniente Unmel —dijo el general muy despacio—. Retírese de mi vista ahora mismo.
Entonces, encendió una de las espadas láser que llevaba en el cinturón, apuntándole directamente a la cara con ella. El brillo verde iluminó los ojos de Riane, que miraban al general como si este hubiera desatado la bestia que llevaba dentro. Rex sintió cómo aquella extraña sensación se volvía puro pánico, pero Cincos, que había llegado a su lado, le agarró del hombro derecho antes de que pudiera decir nada.
La comisura izquierda de la boca de Riane se levantó en una pequeña sonrisa de sorna, y asintió sin mirar a ninguno de sus compañeros, aún con la espada láser del Jedi peligrosamente cerca del rostro.
—Señor, sí, señor —dijo con sarcasmo.
Con eso, se giró bruscamente y se alejó. Nadie la siguió.
Rex se libró de la mano de Cincos y se acercó al general, intentando que no decidiera pagar su enfado con Riane. Verla reaccionar así también le había dado valentía a él, y darse de cuenta de que tantos de sus hermanos habían muerto por culpa de aquel hombre, que amenazaba a su teniente con un arma por decir lo que pensaba...
—Señor —consiguió decir a través del enfado—, en respuesta a su acusación, he seguido sus órdenes a pesar de que su plan era, en mi opinión, muy deficiente. —Se quitó el casco bruscamente para que el Jedi le viera la cara cuando le gritaba lo siguiente—. ¡El plan ha costado hombres! ¡No clones! ¡Hombres!
Se miraron durante un tenso segundo, y él bajó la voz para continuar al ver que su superior no respondía.
—Ya sé que es mi deber mostrarle lealtad a mi superior, pero también tengo otro deber —dijo, señalando a los soldados frente a él—. Proteger a esos hombres... —Movió la cabeza hacia donde Riane se había ido—. Y a esa mujer.
El general asintió, pensativo, y, con calma renovada, apagó el sable láser. Lo colocó en su cinturón y miró al soldado.
—Posee cierta tenacidad, capitán —le dijo—. Lo reconozco. Sé que mi mando es distinto del de otros Jedi, especialmente del general Skywalker, pero sé lo que hago. Adaptarse es difícil, pero estos son tiempos difíciles. Y mi método es eficaz. —Levantó las cejas en su dirección—. Supongo que su lealtad a sus hombres es encomiable. Diría que le admiran: sobre todo, esa teniente suya. Eso es importante cuando se está al mando. —Se encogió de hombros mientras Rex pensaba en sus palabras—. De acuerdo, capitán Rex, su opinión queda anotada. Retírese.
Con eso, se dio la vuelta y se fue. Rex suspiró, apretando el casco en su mano, mientras Cincos se acercaba de nuevo a él con la cabeza baja.
—Creo que te ha dado un cumplido —dijo él.
Rex negó con la cabeza.
—Yo no estaría tan seguro.
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