VEINTIDOS: BELLA CIAO
BELLA CIAO
Lunes 08.49 A.M.
SESENTA Y TRES HORAS DE ATRACO
400 MILLONES DE EUROS
Caminaba en la ronda de vigilancia por el subterráneo, era la primera vez que realmente que estaba lo suficiente descansada, o por lo menos estaba más decente en mis horas de dormir. Me sentía reconfortada de finalmente sentir que tenía todo bajo control, además me animaba saber que Nairobi tenía las rotativas a toda potencia y ya había superado los cuatrocientos millones de euros. Dinero que ya estaba en nuestras manos.
Los fríos pasillos de ese lugar me obligaron a subirme el cierre del uniforme hasta arriba, y cuando estaba dispuesta a irme nuevamente al hall escuché gritos eufóricos desde una cámara acorazada, exactamente la número seis, acompañado la icónica melodía que reproducía la única radio en este lugar, una música que era bastante conocida para mis oídos.
Mi son alzato
Oh bella ciao, bella ciao,
bella ciao, ciao, ciao.
Era la misma canción que nos había enseñado El Profesor en una de las tantas clases que compartimos en Toledo. La melodía tan popular en Italia en los años del fin de la Segunda Guerra Mundial, utilizada por los partisanos italianos contra la Alemania Nazi que azotaba la historia y el caos mundial en esos tiempos. La misma canción que yo conocía hace más de diez años, esa melodía que mi madre le gustaba bailar cada fiesta familiar junto a mí con mi hermano contagiando alegría como solo ella sabía hacerlo, esos días en los que era feliz.
── Joder. ¿Qué pasa, qué son todos estos gritos?── llegué corriendo media preocupada por los gritos de Moscú.
No recibí respuesta alguna, sólo me encontré a Moscú riendo a carcajadas de rodillas en el suelo y sorprendentemente también vi a Tokio con una sonrisa plasmada en su rostro sentada en una montaña de dinero impreso marcado. Entendí cuando miré a Moscú levantar sus manos y dejar caer tierra de ellas. Supe inmediatamente lo que aquella acción significaba; nuestra libertad.
Desde que entramos a esta fábrica a imprimir nuestro propio botín siempre hubo un plan, y no sirve de nada tener uno de entrada sin otro de salida. O también visto como nuestro portal a la nueva vida, vamos, nuestra luz al final del túnel. Obviamente nuestro Profesor se había encargado de maquinar los engranajes de manera perfecta para poder sacarnos de ese lugar con el menor daño posible. Porque la mente maestra de este grupo que nos miraba desde el exterior ya sabía todo lo que teníamos que hacer para que este plan sea redondo, y no nos quedaríamos en este lugar encerrados mucho tiempo, por lo que teníamos también que irnos de acá en algunas tantas horas más.
Claro estaba que cada persona metida en este lugar tenía una razón de pertencer a la bando, una misión que cumplir como si todos fueramos un grupo de hormigas que trabajan día y noche sin detenerse. Moscú era el encargado de cavar nuestra vía hasta la libertad y el fin de esta locura.
── ¡Tierra!── gritó Moscú.
O partigiano porta mi via
O bella ciao, bella ciao,
bella ciao, ciao, ciao.
Inconsientemente se me formó la sonrisa más sincera en mi rostro, sintiendo la euforia del momento. Me acerqué al lugar en donde Moscú trabajaba de forma ardua en nuestra salida y pude ver como la tierra se asomaba en el suelo bajo toda la cerámica y hormigón que nos sostenía.
── ¡Tenemos salida!── exclamó Tokio alzando los brazos.
Estoy segura que ni Colón estuvo tan contento de encontrar tierra.
O partigiano porta mi via.
Che mi sento di morir.
No podía más de la felicidad cuando ya me había lanzado a los brazos de Moscú riendo y moviéndome al enérgico ritmo de la canción que inmortalizaba este momento de pura felicidad.
── ¿¡Qué pasa, Moscú!?── llegó Helsinki al ver la fiesta que se estaba montando de a poco.
En vez de responderle a Helsinki preferí seguir con la alegría de la canción, que reflejaba a la perfección mi estado.
── ¡Oh bella ciao, bella ciao, bella ciao ciao ciao!── canté junto a Moscú como si fuera el mejor concierto.
De un momento a otro inesperadamente los cuatro nos unimos en un animado coro celebrando que nos encontrábamos un paso más cerca de nuestro final tan deseado durante meses. Y en ese instante finalmente creí plenamente en algo que estuvimos construyendo durante ciento sesenta días.
E se io muoio da partigiano
O bella ciao, bella ciao,
bella ciao, ciao, ciao.
Fijé mi vista a la gran puerta de esa cámara acorazada, que en unas horas se convertiría en nuestra única salida, a Berlín observando seriamente como Helsinki abrazaba a Tokio mientras que la chica reía, Moscú bailaba por todo el lugar y yo le mostraba la causa de nuestra alegría con mis manos llenas de tierra.
En el semblante serio de nuestro líder se formó una pequeña sonrisa, porque hasta Berlín comprendía que finalmente todos estábamos aquí por la misma razón. Y por primera vez en este lugar yo también le sonreí de vuelta.
Él recorrió rápidamente su mirada por todos nosotros, luego que nos quedamos un segundo en silencio, y cuando pensé que nos echaría la bronca encima por perder el profesionalismo aquí adentro, Berlín abrió sus brazos con una elegancia digna de él, empezó a cantar con una voz que era capaz de darle incluso más profundidad a la canción.
──Mi seppellire lassù in montagna── cantó Berlín moviendo sus manos ilustremente de una manera más dramática.
Oh bella ciao, bella ciao,
bella ciao, ciao, ciao.
Berlín le dio las felicitaciones a Moscú con un apretón de manos como colegas que eran, luego una palmada en la espalda a Helsinki que nunca lo había visto tan eufórico tomando la metralleta como si de una guitarra se tratara. Cuando Berlín se acercaba a mí pensaba en qué cojones hacer, si abrazarlo, darle la mano o una palmada en la espalda como si fuerámos los mejores compañeros de equipo pero me sorprendió cuando me sonrió tomando delicadamente mi mano alzándola como un envidiable caballero de la antigüedad.
── Bueno París, creo que al final de todo no estamos haciendo todo mal, ¿no crees?── dijo alzando sus cejas.
Cabrón de mierda, que ganas de gritale.
Suspiré pesadamente sin entender mucho el repentino cambio de actitud sufrido por Berlín, pero aún así asentí para darle una respuesta. Dejó mi mano suavemente para seguir cantando y agachándose a ver mejor el boquete en el suelo, por lo que Tokio aprovechó la euforia, dejándose llevar por el momento para golpearle el culo a Berlín con un fajo de billetes, cosa que me causó una gracia increíble.
Mi seppellire lassù in montagna
Sotto l'ombra di un bel fiore.
── ¡Que nos vamos niña!── me gritó Tokio emocionada, tomando mi cara entre sus manos.
Le sonreí soltando unas risas involuntarias de la felicidad. Una escena entre Tokio conmigo inpensada hace unos días atrás. Aunque psicológicamente hablando, el ser humano ante un acto de bienestar, optimismo y exaltación era capaz de cegarnos literalmente de la felicidad. Por lo que nosotros encerrados en ese lugar nos encontrábamos viviendo nuestros diez minutos de gloria que tanto necesitábamos.
── ¿Qué pasa? ¿Qué fiesta os teneís aquí montada?── escuché la voz de la única persona con la cual deseaba celebrar.
Me di vuelta con una sonrisa en la cara y me encontré con sus ojos verdes encima, con el ceño fruncido mirando todo el panorama. Rápidamente Denver comprendió el motivo de nuestra felicidad al ver a Berlín jugando con la tierra como si fuera un niño pequeño vestido con un mono rojo.
── E le genti che passerano── cantó Denver uniéndose al desmadre.
Oh bella ciao, bella ciao
bella ciao, ciao, ciao.
Justo en esa parte de la canción ocurrió personalmente la escena más bonita de todo este atraco, porque mientras el resto se sumía en su propia felicidad, Moscú cantaba abrazando a su hijo de la forma que solo un padre podría hacerlo, ya que el amor que transmitió en ese cariñoso acto me llegó al corazón de una manera que no dejé que se me notara. Pero verlos a ambos así de felices era lo que me llenaba de la misma felicidad, como si fuera ya parte de una familia. Denver y Moscú se merecían toda la puñetera felicidad que podía agüantar esta cámara acorazada.
── ¡Vamos París, bailar!── gritó Helsinki con su vago español.
El serbio me dio la mano y me hizo girar en mi lugar de una manera bastante cómica viniendo de él.
E le genti che passeranno
Mi diranno: 'Che bell fior'
── Hey grandote, que no me andes robando a la chica── dijo Denver a mis espaldas── Que ya me ha costado lo suyo para poder tenerla.
── Eh, Denver, tú tranquilo── se justificó Helsinki preocupado por el falso enojo de Denver── Mujeres no.
Sonreí al escuchar sus palabras, tomé las manos de Denver que me extendía y de inmediato me subí sobre él, cruzando mis piernas en su cuerpo. Nos llevó afuera del lugar, al pasillo para comenzar a moverse al alegre ritmo del Bella Ciao, mientras cantaba en un extraño italiano a lo que yo me reía de toda esta irreal situación.
Otra que cosa me alegraba en ese minuto era que ya no nos teníamos que esconder, ahora lo podía tocar, abrazar o besar cuantas veces quisiéramos en el lugar que sea. Porque nuestra relación ya no era delito para nadie, claro, el amor jamás había sido nunca un crimen.
Me bajé de su torso para plantarle un rápido beso en su mejilla, luego llegó la última chica que se uniría a esta fiesta. Obviamente que una celebración no era una celebración sin el carisma que sólo Nairobi le podía aportar al grupo.
── ¿Pero qué os pasa?── preguntó ella al vernos bailando en el pasillo.
Todos le señalamos al mismo tiempo hacia el interior de la cámara acorazada. Nairobi entendió y en un segundo le bajó toda la alegría al cuerpo en dos segundos.
── Oh bella ciao, bella ciao, bella ciao, ciao, ciao── cantamos a la vez formando un fuerte coro.
Hicimos una ronda bastante divertida, girando agarrados de los hombros como si de un equipo de fútbol se tratara esto. Al compás de la canción mientras que Tokio había sacado una de las bolsas de dinero desde adentro, ella lo tiraba al cielo y los billetes de cincuenta euros caían en forma de lluvia abundante sobre nuestras cabezas para terminar en el suelo para ser pisados por nuestros pies. Caminábamos sobre el dinero.
È questo il fiore del partigiano
Morto per la libertà.
Muerto por la libertad, esa última línea cantada con tanta intensidad que llegaron a lanzarse al suelo. Menos Denver que aprovechó el final de la canción para tomarme de la cintura y plantarme un inesperado beso en mis labios sin importarle nada de lo que nos rodeaba. Tomé suavemente su rostro sintiendo los billetes caer sobre nosotros cual película de gansters.
Sin dudas ese fue el momento más feliz que vivimos adentro de este lugar. Entonces decidimos relajarnos.
Nairobi aplaudía como si fuera el final del mejor musical junto a Helsinki que le seguía el juego.
── Joder con los tórtolitos, tomen── nos regañó Tokio, luego tiró un fajo de dinero en nuestra dirección── Consíganse un cuarto.
La risa de Denver no se hizo esperar, lo abracé sintiendo su aroma mezclado con otro que no pude reconocer. Miré por encima de su hombro para encontrarme con Moscú mirando la escena que me estaba montando con su hijo frente a todos, y la cara seria que traía mientras nos observaba no era nada amigable. Incluso me atrevería a decir que nunca lo había visto de esa manera.
Hostia, que me odia.
Algo se removió dentro de mí, me sentí mal de ver como Moscú me analizaba. Como si fuera indigna de estar con Denver, joder con el suegro. Porque a decir verdad, tuve ovarios para plantarme frente a Berlín jugándome la vida a pistolas en la cabeza a más puro estilo de Tarantino pero me daba más temor enfrentarme a Moscú jugándome la relación que tenía con su hijo y el cariño incomparable que le tenía a Moscú que era incapaz de perderle de ninguna manera.
Sentada en la silla en el despacho del cual se había apropiado Nairobi, que si no me equivoco pertenecía a Mónica Gaztambide originalmente, me dedicaba a cenar la caja de arroz chino con verduras que quedaba, mientras que los rehenes también descansaban de la intensa jornada laboral que les había tocado. Algunos se encargaban de ordenar nuestros millones en rollos de billetes para que nosotros después los pudieramos sacar de este lugar y el resto se encargaba de cavar un falso túnel en la sala de maquinaria, una salida que usaríamos como farol para despistar a la policía como lo estábamos haciendo desde el primer minuto de entrar a este lugar.
Junto a los siameses Pinky y Cerebro o también llamados Helsinki y Oslo, nos dimos la tarea de vigilar al grupo más numeroso.
Esa noche todo iba normal, pero jamás nadie se imaginó el final que se nos avecinaba. Todo comenzó en el momento que el rehén estrella de Arturo Román se puso de pie para acercarse a nosotros, se le notaba nervioso pero éramos benevolentes con el tipo ya que estaba en estado en recuperación de su reciente herida de disparo, por lo que Helsinki se había encargado personalmente de atenderlo como si esta fábrica se tratara de un hospital.
A Arturo le veía más ansioso que de costumbre, miraba a todos lados de manera paranoíca, sus manos temblaban y sudaba demasiado para la temperatura la cual se encontraba este lugar. Le di una rápida mirada a Helsinki con el ceño fruncido sin enteder la extraña actitud que traía Arturo, al parecer Helsinki tampoco comprendía mucho.
── Helsinki── dijo Arturo ignorando mi presencia y la de Oslo.
── ¿Qué pasa?── respondió él de manera cortante.
── Yo sigo sin encontrarme bien, ¿eh?── habló Román haciendo muecas de dolor.
── ¿Qué pasa Arturo? ¿Quieres más pastillas?── intervine con una ceja alzada generando el temor en el jefe de la fábrica.
Arturo empezó a reír nervioso y a negar rápidamente, rascándose la nuca.
── No, ojalá lo mío se solucionara con una aspirina── rió seco el hombre── No, lo que pasa es que── suspiró pensando sus palabras ante nuestra mirada atenta── Es que cuando he visto a Mónica Gaztambide, que estaba bien, que estaba viva , me he venido abajo y... creo que no he reaccionado como ella esperaba.
── Perdona Arturo, ¿entonces que Laura y Mónica no son la misma persona?── pregunté contentiendo la risa y también las ganas de pegarle otro tiro para que dejara de engañar a su mujer como si esta no existiera.
Arturo negó nervioso, soltando una risa falsa.
── ¿Y?── cuestionó un Helsinki medio cabreado.
── El caso es que ese compañero vuestro, ese tipo se la ha llevado abajo o dondequiera para que descansara── explicó Arturito ansioso, se le notaba en lo rápido que hablaba.
── Denver── corregí.
── Denver, claro, perdón── siguió diciendo Arturo── Y que yo he sentido la una necesidad de hablar con ella muy fuerte.
Miré a Helsinki con el ceño fruncido al escuchar la extraña petición de Román.
Al ver que ninguno le daba respuesta por lo poco convencidos que nos encontrábamos, Arturo se comenzó a desesperar.
── Por favor── suplicó── Hombre ayuda a hombre enamorado.
¿Qué mierda? Ni idea a lo que se refería con lo último que había dicho pero al parecer a Helsinki le hizo sentido porque incluso hasta le sonrió de vuelta.
── Esta bien Arturito, vamos── habló Helsinki.
── Espera, Helsinki── interrumpí al ver que ya se alejaba── ¿No prefieres que vaya yo?
La verdad es que traía ganas de ver a Denver pero no me lo había cruzado por los turnos y tampoco se había dignado a aparecer por aquí desde hace horas lo que me traía un poco ansiosa de no saber mucho de él por tanto rato. Y la verdad es que ya extrañaba un poco verlo.
── París debe cuidar rehenes, tengo temas pendientes con Arturito── sonrió el serbio con malicia cosa que asustó a Román por el tono de Helsinki.
── Bueno, grandote── me alejé un paso, alzando las manos en signo de retirada── Pero dile a Denver que venga a verme, por favor.
Helsinki me asintió sonriente, este día lo estaba viendo de manera distinta. Desde la sesión de karaoke de esta mañana todos nos encontrábamos mucho más animados que los otros días encerrados en este lugar y al parecer Helsinki tampoco fue la excepción. Le notaba mucho más amigable y me daba gracia verlo sonreír porque se le achinaban los ojos pasando de ser un soldado a un osito. Pues vaya tela como uno nunca deja de conocer a las personas pero esta versión de mi compañero me agradaba mucho más que la otra.
Cuando Arturo se alejaba atrás de Helsinki me fijé como el jefe del lugar se daba vuelta mirando al joven atleta de una manera severa, como si lo estuviera retando sin palabras, a lo que el chico bajó la mirada al piso. Ese acto que me causó curiosidad al ponerse ambos notablemente nerviosos.
Me acerqué al joven que al notar mi presencia se puso ansioso y se le veía reflejado en sus acciones.
── Hey, ¿cómo te llamabas chaval?── pregunté con el ceño fruncido.
── Pablo, señorita── me respondió al instante.
Rodé los ojos con una sonrisa al escuchar la palabra señorita, ya que la verdad me parecía bastante innecesario y se le notaba que me tenía miedo.
── Pablo── me puse en cuclillas para quedar a su altura── ¿Te encuentra bien chaval?
Mi tono fue demasiado suave, para generar confianza con el chico pero él negó rápidamente.
── Es que Pablo, sabes, pasa que no te creo una mierda lo que me estás diciendo── dije calmadamente a lo que el atleta se tensó── Y no sabes como me joden las mentiras.
La mirada de Pablo se fijó en la mía, tenía sus ojos brillantes mientras sus labios temblaban sin para. Nervios, angustia, miedo, eran los sentimientos que podía reflejar a través de su vago comportamiento porque habían dos opciones; quizás el chaval tenía una crisis de ansiedad por estar secuestrado o estaba escondiendo algo chungo. Y no sé por qué me constaba mucho que se trataba de la segunda.
── A ver Pablito, voy a hacer de mesera y vuelvo── me puse de pie ante la antenta mirada del chaval── Tenemos una conversación pendiente atleta.
Tenía que ir a dejarles la cena a los hombres que trabajaban en la sala de máquinas con el otro túnel, el que usábamos de farol. Entonces dispuesta a hacer mi tarea agarré las cajas de pizza y partí hacia allá.
Simplemente di unos cuantos pasos cuando alguien tocó mi hombro, con dificultad por las cajas humeantes que llevaba encima me di la vuelta. Me sorprendí al encontrarme con Oslo serio que me miraba sin expresión alguna, como siempre se había caracterizado.
── ¿Qué pasa, Oslo?── le pregunté bastante curiosa.
Él no me dijo nada, lo que no me llamó la atención porque Oslo no manejaba nada del idioma español a diferencia de Helsinki que se expresaba un poco mejor que su primo. Oslo tomó las cajas de mis manos con mucha más facilidad que yo, cosa que le agradecí con una sonrisa. Después me señaló con su mano al grupo de rehenes que debía custodiar en ese turno.
── ¿Prefieres ir tú? Que no me cuesta nada, de verdad── dije intentando convencerlo pero él negó energicamente── Vale entonces. Gracias Oslo aunque también lo pude hacer yo ¿sabes?── sonreí amable ante su gesto y Oslo dio la vuelta rumbo a la sala de máquinas con la comida en cada mano── Joder con los serbios que no me dejan hacer nada, ¿se pusieron de acuerdo?
Lo que no tenía puñetera idea era que en ese acto de amabilidad tan insignificamente para mí en ese momento, era que Oslo me había salvado la vida sin saberlo.
Ante el repentino cambio de planes me vi obligada a volver con Pablo que seguía en su mismo lugar sentado, tenía aún el mismo semblante ansioso e inseguro que se incrementó al notar que había vuelto más pronto de lo que le había asegurado.
── Te lo voy a preguntar tres veces Pablito y si no me funciona lo tendré que saber por mi misma── volví a agacharme para tomar una actitud más intimidante y poder obligarlo a hablar── ¿Sabes lo que veo? Un niñato nervioso, ansioso, que le tiemblan hasta los huevos porque está ocultando algo muy muy feo. ¿Acaso nadie te ha dicho que mentir es malo, atleta?
Esperé que Pablo me respondiera o algo, pero como era de esperarse su ansiedad subió mucho más.
── ¿Qué me estás ocultando, Pablo?── pregunté ocupando mi primer intento pero el chaval solo miraba el piso── Ahora imagínate estar en medio de un atraco, en donde los tipos son medios locos y van armados. Te aseguro que guardarles secretos a ellos no te conviene── susurré cerca de su oreja── Porque cuando se enteren... no te van a matar── él alzó la vista sin entender── Tu castigo será el dolor atleta, y la verdad no sé si lo soportarás.
Ninguna respuesta, aunque sus nervios e incomodidad crecía con cada insistencia de mi parte. Lo que me ponía mucho más ansiosa de saber qué mierda lo ponía tan ansioso porque ya me estaba molestando.
Segundo intento.
── Vi como cuchilleabas con Arturo Román y después como te miró Arturo antes de irse, ¿me vas a decir qué hostias estabaís discutiendo?── levanté un poco más la voz.
En ese momento el resto de rehenes giraron su atención de sus comidas a nuestra acalorada conversación. Cosa que a Pablo lo puso mucho más incómodo al sentir tanta presión sobre sus hombros.
Tercer intento.
── ¡Pedazo de huevos tienes atleta! Y pensar que Nairobi me dijo que los tenías de codorniz── me puse de pie caminando por el pasillo── Intentar mentirle a una mentirosa lleva mucho valor, ¿no crees?── me reí.
En medio de ese incómodo silencio ocurrió el verdadero desastre. Un ruido extremadamente fuerte nos azotó a todos, generando gritos desesperados del resto de los rehenes ante la incertidumbre. Lo que indudablemente había sido una explosión de proporciones magistrales que incluso logró hacer vibrar peligrosamente los ventanales que nos rodeaban.
Mi corazón empezó a latir desesperadamente pensando lo peor en ese momento, que la policía en un intento desesperado de cumplir su trabajo estaba entrando a la Fábrica Nacional de Moneda y Timbre, para llevarnos a cumplir nuestra condena que nos habíamos ganado durante un poco menos de ochenta horas encerrados en el perímetro. Y esta vez no fallarían.
Sentí mis manos temblar involuntariamente, el pecho se me cerraba dificultando poder controlar mi propia respiración. Agarré la metralleta dispuesta a correr hacia el hepicentro de la presunta explosión pero recordé en lo que estaba antes de que todo el orden se nos fuera a la mierda.
── Pablo, hijo de la gran puta── susurré en medio de la furia.
Di la media vuelta para acercarme nuevamente al chaval que ahora si me sostenía la mirada con cierta gracia en sus claros ojos. Sonreía descaradamente mientras que mi rabia crecía por dentro al verlo tan campante y nosotros tan en problemas.
Le tomé de la tela de su uniforme idéntico al nuestro, lo levanté de mala gana y lo golpeé contra la pared lo más fuerte que pude, generando una mueca de dolor de su parte.
── Tercer intento, Pablito── le escupí en la cara sin importarme que era un menor── ¿Qué cojones está pasando?
── ¿Acaso no lo escucharon?── fue lo único que soltó él.
Colgué la correa de la M-16 en mi cuerpo y la solté en mi espalda para que nadie la pudiera tomar. Alzé me antebrazo directo a su garganta, entonces despiadadamente comencé a hacer presión sobre su cuello sumida por la ira, ansiedad, nervios, angustia al sentir los pasos imaginarios del escuadrón de policía caminando por la fábrica en busca de nosotros, los criminales, los ladrones desahuciados a la condena.
── Cuando esos tipos me pongan en una sala de interrogatorio ¿sabes lo que voy a hacer atleta?── dije mientras que el chaval se empezaba a poner rojo por la falta de oxígeno── Les voy a contar como te dedicabas a acosar a tus compañeras de clase, que les sacabas fotos en los baños sin su consentimiento para mantener un status de masculinidad tóxica── solté llena de rabia, a lo que Pablo abrió los ojos asustado── Porque eso Pablito, también es un delito, se llama acoso sexual y cuando tu mamá junto a toda España se enteren de lo hijo de puta que eres, le tendrás que decir adiós a tus becas deportivas y a las universidades── susurré bajo su mirada aterrada── Nadie va a querer a un machito como tú caminando por el campus ¿a que no?── sentí como el chaval intaba soltarse sin éxito por la debilidad que tenía── Pablo, te lo diré una vez, si me voy presa en este momento me arruinarán el futuro, pero ten por seguro que yo también me llevaré el tuyo.
── No... n-o son... p-po-licías── intentó hablar desesperadamente.
Con toda mi fuerza de voluntad lo solté para que respirara todo el oxígeno que del cual le privé en mi arrebato de furia. Pablo cayó al suelo como si fuera de un goma, sin fuerzas, tosiendo incontrolablemente para regular si respiración.
── Son rehenes... se están intentando escapar por la sala de máquinas── habló el atleta con los ojos llorosos── Dieciséis rehenes, todos organizados por Arturo Román.
── ¡Me cago en la puta!── salí corriendo por los pasillos── ¡Joder!
A pesar de que mis piernas corrían desesperadas en busca del resto de la banda para poder prepararnos para lo que se nos avecinaba, por dentro temblaba completa al solo imaginar unas esposas en mis muñecas. A mis compañeros siendo detenidos para terminar en una celda privados de la luz del sol durante toda la vida.
Nunca volver a ver a Denver.
En la vuelta del pasillo choqué por mi incapacidad de poder concentrarme en una cosa a la vez. El rey de Roma. Rápidamente levanté la mirada para encontrarme con un Denver igual de apurado que yo que me agarraba por los brazos fuertemente.
Nos miramos unos segundos en donde nuestros ojos conectados reflejaban miedo, su respiración agitada me mostraba lo angustiado que Denver se encontraba. Entonces supe que ambos sabíamos lo mismo y teníamos el mismo temor corriendo en nuestras mentes. Sus claros ojos brillantes que tanto me volvían loca, ahora solo transmitían horror, que sinceramente ambos compartíamos.
── Se están escapando.
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