VII. Lo que se nos negó.
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Sentadas en el mirador descansaban Jacoba y Lilith, la primera con uno de sus clásicos vestidos veraniegos coloridos, la segunda con unos pantalones sueltos y una camisa, del color de la tierra y el chocolate. Ambas llevaban las pesadas botas negras. Todas las prendas de ropa eran robadas de los galeones atacados o confeccionadas por ellas mismas.
Jacoba descansaba de cara al sol, con el peso de su cuerpo sobre sus codos. Lilith enrollaba un cigarrillo, apoyando uno de sus brazos en una de sus piernas flexionadas, la otra se balanceaba en el vacío. Al terminar de enrollarlo, lo encendió, aspiró dos caladas y se lo extendió a su amiga. Llevaba el cabello suelto, luego de unas cuantas semanas al fin estaba lista para quitarse los moños.
—¿Cómo has conocido a Finn? —Le preguntó Lilith a Jacoba, mientras el humo salía en dos densas nubes de su nariz.
—Pues... comencé a visitar el Corazón hace uno o dos años, a pesar de que no tenía a quien ver allí. Pero me gustaba cambiar de ambiente algunas noches. Él siempre estaba ahí, encontrándose con su abuela. —Le extendió el diminuto final del cigarrillo a Lilith y continuó—: Nos hicimos amigos rápidamente, luego empezamos a sentir algo más que amistad... Una noche, su abuela no se sentía bien, así que no pudo acompañarme a Verum. Esa noche Finn me preguntó si quería ser su amada, por supuesto acepté.
»Cuando regresé al barco, me enteré que su abuela había muerto. No pude volver a la taberna por meses, por el dolor que me provocaba ver su sufrimiento. Sé que estuvo mal, y me necesitaba más que nada... Ya me daba por olvidada; una noche, cuando la tripulación volvía de la taberna, él vino con ellas buscándome. —Ambas habían terminado ya el cigarrillo. Lilith comía ciruelas, Jacoba se limitaba a disfrutar del sol, ya que odiaba dichos frutos.
Debajo de ellas, Sao y Meena paseaban por la borda, inmersas en una conversación.
—Algún día me gustaría poder vivir en el continente, formar una familia y ser libre a su lado... —Finalizó Jacoba.
—Pronto será posible... —respondió orgullosa, Lilith. Ignorando el dolor en su pecho y las voces en su cabeza que le decían que Jacoba no se había molestado en todos estos años en compartir algo tan importante con ella.
—¡Agh! —exclamó Jacoba, peinando sus cejas con la yema de sus dedos, irritada—. Ya basta de hablar todo el día de tu majestuoso plan, ya me tienes harta con el mismo tema día tras día.
—Si lo sé, solo hablo de eso, lo siento. —Rió, mientras con una sonrisa la miraba.— Estoy realmente emocionada, esta noche partiré hacia Verum y desde allí viajaré hasta Vulpes con Wilhelm.
—Ya... —Jacoba comenzó a ponerse de pie, la conversación le había aburrido y había divisado a su grupo de amigas en la cubierta, pescando.— Quiero ver cuanto duras. Buena suerte, supongo.
Dicho esto, se deslizó por el mástil. Con gran alegría se acercó al grupo de muchachas, una alegría que le dolía a Lilith, ya que nunca era dirigida hacia ella. Observando el horizonte en la dirección donde se encontraba Vulpes, preparó otro cigarrillo, esta vez para compartirlo con ella misma.
Alrededor del galeón revoloteaban las gaviotas, intentando robar el motín de pescado que las jóvenes habían recolectado.
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Kaira bailaba descalza en su habitación, su vestido holgado y de un marrón clarito, se agitaba al ritmo de sus pies. Su cabello se enroscaba en sus extremidades con cada paso de baile. No había música, pero ella seguía el ritmo de su voz, retumbando en las paredes de su habitación. El único lugar donde se le permitía cantar, ya que, al llegar la pubertad su afónico canto se había vuelto cada vez más seductor, casi hipnotizador.
Esa mañana estaba particularmente alegre, había decidido probar qué sucedía si le echaba unas cuantas gotas de licor a su café de las mañanas. No era tarea fácil, ya que siempre estaba rodeada de gente, pero con el tiempo perfeccionó la técnica, y las gotas se transformaron en chorros.
Sus pies se movían cada vez más deprisa, en su mente la música se intensificaba, pensando en el baile que le esperaba dentro de dos noches. Conocería a los jóvenes y nuevos pretendientes, llegados desde otras comarcas, donde también se presentaría en sociedad a las jóvenes seleccionadas.
Pero como decía su padre, ese era solo el aperitivo, el plato principal era su Princesa.
La Princesa salía poco, no disfrutaba del exterior ya que el pueblo no parecía capaz de dejarla en paz y siempre era seguida por múltiples caballeros. Las pocas veces que salía lo hacía para cabalgar hasta el otro extremo del continente donde estaba el gran Pinar Nevado, allí siempre lograba perder a los guardias. Entre los enormes pinos y la nieve que caía, los animales que le seguían y las aves que con ella armonizaban, sus problemas y penas parecían estragos de un pasado lejano.
Cuando estaba en el castillo tenía las mañanas ocupadas con clases de bordado, baile, belleza y todo lo necesario para ser la esposa perfecta. Durante las tardes no hacía absolutamente nada, más que soñar despierta. Kaira se preguntaba quién le enseñaría a ser Reina.
Dos o tres veces por semana asistían a eventos, donde su padre desarrollaba un papel importante. Mientras Lorenza y ella solo debían observar y callar. Torneos, banquetes, justas con hermosos caballeros, ferias, poetas y bufones llenaban la plaza en el atardecer. Algunas noches también habían ciertos festivales, con bailarinas exóticas, pero solo tenían permitido asistir los hombres de gran categoría.
—Tu espalda no está lo suficientemente recta, y aún debes perfeccionar las notas altas —dijo su madre de repente, de pie en el umbral de la puerta.
Ante el sobresalto, Kaira dejó de bailar y tuvo que hacer un esfuerzo para no caer al suelo.
—Ya tienes diecisiete años, y tu padre es consciente de que no puede aplazar más tu unión con algún caballero digno —continuó la mujer, caminando alrededor de su hija, inspeccionándola con frialdad—. A partir de mañana en la noche serás presentada como una mujer, ya no más como una niña...
La joven miraba un punto fijo de la habitación, inmóvil, respirando agitada. Su madre, violenta, la tomó de la mandíbula obligándola a mirarla. La Princesa soltó un gemido de dolor y angustia, pero no de sorpresa.
—...Espero que te comportes como tal. Quiero que seduzcas a alguno de esos patanes, y tu padre al fin te deje ir.
La soltó y se marchó, dejándola sola con sus mar de lágrimas. A los pocos minutos llegaron las doncellas y Zervus para tomarle medidas para su nuevo vestido. Todas eran muy dulces y sentían gran pesar por el sufrimiento de aquella dulce niña que habían visto crecer para apagarse, aquella niña que solía cantar a cada minuto, pero le habían arrebatado la voz.
• ────── ☼ ────── •
Una vez más, el bote del galeón negro se acercaba a la orilla de Verum. En él iba un grupo diferente al de la visita anterior, pero Lilith, Sao y Jacoba volvían una vez más a tierra.
Lilith cargaba una pesada bolsa con diferentes vestimentas que habían recolectado para pasar desapercibida como una ciudadana más. De todas maneras, ella debía pasar desapercibida, ya que los rostros desconocidos no eran algo común de ver en Serendipia, en especial si se trataba de una mujer. Y el pueblo no tardaría en darse cuenta que ella no era una de las debutantes. Wilhelm no tenía ese problema, ya que había llegado hace años y viajaba a menudo al continente en busca de provisiones. Nadie le hacía preguntas, así que jamás había tenido que dar explicaciones de su procedencia.
Lilith era muy joven, pero era precisamente la fuerza de la juventud lo que la volvía perfecta para la misión. Además, nadie poseía su fuerza y habilidades de sigilo y lucha... Era lógico, teniendo en cuenta que ocupaba todos sus días entrenando.
Una vez concretada la primera parte del plan, la mayoría de la tripulación había prometido sumarse a la caída del reino, pero primero exigían que Lilith trajera pruebas de que valía la pena correr tanto riesgo. Toda la tripulación imploraba a las Diosas que protegieran a Lilith, habían llenado sus altares de bollos dulces caseros y suaves licores. Las danzantes velas se mantenían encendidas sin problema, haciéndoles saber que las Diosas habían oído sus plegarias.
Se pasaron la noche comiendo, bebiendo y contando historias. Como de costumbre, diferentes canciones fueron interpretadas. El amanecer se acercaba, por lo cual comenzaron las despedidas, entre ellas, una que tenía lugar por primera vez:
—Debes prometerme que a la primera señal de peligro, huirás, no intentes ser la heroína. Acordamos que solo buscarías información... —Le suplicaba con severidad Sao a Lilith, tomándola del rostro con ambas manos.— Durante el día, quiero que estés aquí, en la taberna. Durante las noches puedes ir al continente, excepto las noches que te vendré a visitar.
—Lo sé —rió Lilith, arrugando la nariz—. Me limitaré a observar, luego trazaremos un nuevo plan, todas juntas.
—Esa es mi niña, mi pequeño sol. —Se abrazaron, luego Sao se giró hacia Wilhelm, señalándole con el dedo se disponía a decir algo, pero el hombre se le adelantó:
—Tendremos cuidado en todo momento.
Pasaron unos minutos, la taberna ya estaba vacía. Jacoba se había marchado sin despedirse de Lilith, Wilhelm terminaba de limpiar la cocina. En la puerta, Lilith despedía a Zheng Yi Sao.
—Te quiero.
—Te quiero —respondió la mujer mientras cerraba la puerta a sus espaldas.
Soltó un suspiro, la muchacha corrió alegre hacia la barra, donde se sentó sobre esta, al tiempo que exclamaba con los brazos estirados:
—¡Mañana al fin podré ver la ciudad!... Gracias, Wilhelm, no sé qué te ha incitado a hacer esto... pero me alegro de que hayas decido volver a luchar, después de tanto.
—No puedo huir para siempre, ¿verdad? —Rio mientras giraba su brazalete para verlo mejor.— Will, dime Will... Mis amigos me dicen así.
Lilith asintió, sonriente. El hombre apagó las velas de la cocina, mientras se desataba el delantal de cuero, dejando como única iluminación la luz de las abejas. La muchacha, asombrada, bajó de la encimera y miró a su alrededor. Will comenzó a caminar hacia la cabaña, donde le hizo una seña para que lo siguiera.
De pie bajo el sauce, Lilith hipnotizada giraba sobre su eje. Los insectos revoloteaban a su alrededor, uno se posó sobre su nariz activando un doloroso recuerdo:
Bajo el ciruelo en su hogar su madre descansaba la espalda en el tronco de este, su largo cabello sobre el césped, a su alrededor. Sobre su regazo: "Petricor eterno". Las estrellas brillaban con insistencia y la melodía de los grillos inundaban la noche. Una pequeña Lilith, de tres años, correteaba alrededor de su madre jugando con los insectos luminosos. Pero estos parecían escapar ante ella, por lo cual la niña se apenaba más a cada minuto.
La madre, riendo, comenzó a cantarle su canción de cuna con una hermosa voz desafinada, no acostumbrada a ser mostrada; las abejas comenzaron a girar a su alrededor.
—Levantamos torres poderosas. Nuestras casas están construidas en piedra —cantaba su madre, sin saber que en aquel momento la voz del recuerdo se sincronizaba con Kaira en su alcoba.
Encantada, Lilith se sentó sobre el regazo de su madre donde comenzó a dormirse, hasta que una pequeña abeja se posó sobre su nariz.
Lilith recordaba con tanta fuerza que a veces dudaba de cuál era el presente y cuál era el pasado. Jolly había intentado ayudarla, pero resultó que la mente de Lilith era más fuerte que las plegarias de la anciana bruja.
—Así que cruza el rio... y encuentra el mundo debajo.
La risa de su madre resonaba en su mente.
—¿Lilith? —La llamó preocupado Wilhelm.— ¿Te encuentras bien?
Con lágrimas en los ojos, Lilith se dio la vuelta, las abejas que la rodeaban como en su recuerdo, se apartaron. Comenzó a caminar hacia la cabaña, donde Will la esperaba con la puerta abierta.
—Si, no podría pedir más.
Dentro, la cabaña estaba repleta de libros y jarrones de cristales con frutos secos y frutas. También estaba a rebosar de objetos que Lilith jamás había visto en su vida, claros recuerdos de la vida pasada de Will.
Dos pequeñas pinturas llamaron la atención de Lilith, mientras Will a sus espaldas le preparaba el sofá para pasar la noche, ella observó cada uno de los rostros con atención. Jamás había visto pinturas tan realistas, con tantos detalles.
En una de ella podía verse a cuatro muchachos y una muchacha, uno de ellos un Will considerablemente más joven, otro muy parecido a él. Todos vestidos con unos oscuros uniformes. Rectos y saludando profesionalmente a la cama, en cada uno de sus rostros podía verse que intentaban aguantar las risas, sin mucho éxito.
En la otra podía verse una choza parecida en la que se encontraban ahora, donde un anciano de rostro dulce y un apuesto joven sonreían a la cámara, sentados sobre las escaleras de la entrada del porche. La arquitectura era mucho más simple y armoniosa a la que Lilith conocía gracias a los libros sobre Serendipia.
Wilhelm se acercó, se paró a su lado y observó aquellos retratos de su vida pasada.
—Cada vez que me detengo a mirar estas fotografías, siento una tristeza que me hunde —exclamó en un susurro, mientras inconscientemente jugaba con su brazalete—. Pero nada me dolería más que olvidar sus rostros, créeme que cada día me carcome la culpa de no recordar cómo es el sonido de sus voces.
—Qué curioso... la voz de mi madre me persigue como si de una pesadilla se tratara.
En silencio cada uno se preparó para dormir, en la misma habitación, ya que la cabaña solo contenía dos ambientes: un almacén que también servía de dormitorio y un pequeño baño.
—¿Will?... —dijo Lilith en un susurro, rompiendo el silencio. Él murmuró en señal de interrogación.— ¿Qué es una fotografía?
Él río, olvidando lo adelantada que estaban sus tierras comparada con Serendipia. Luego de explicarle se volvieron a sumir en un cómodo silencio.
Sin decir palabra alguna se desearon una noche libre de fantasmas del pasado, que perturbaran sus sueños.
La mañana siguiente llegó, durmieron hasta tarde, como siempre hacía Will luego de recibir a las tripulantes. Al levantarse, mientras comían algo repasaron el plan. El objetivo era uno solo, y era más claro que el agua: no interferir, solo recolectar información.
Esa misma noche era el baile, debían moverse ocultos por las sombras, luego Will se infiltraría en el baile, averiguaría lo que pudiera sobre el destino de las debutantes. Lilith debía mantenerse sobre los tejados siempre que no se encontrara con Will, lo cual sería pan comido para ella, gracias a su agilidad y naturaleza sigilosa. Con suerte, si todo salía bien, en la próxima misión Lilith podría infiltrarse en unos de los bailes, pero primero Will debía conocer el terreno.
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El sol comenzaba a ocultarse, y Kaira observaba su reflejo en su espejo. Admirando su nuevo vestido, el cual estrenaría esa noche.
Del color del chocolate, cocido con un hilo dorado luminoso, de seda de primera calidad. Sin ser ajustado, se pegaba a su figura con naturalidad y perfección, siendo sostenido por dos finos tirantes de oro, dejando sus hombros completamente descubiertos. Sus guantes le llegaban hasta arriba de los codos. Un corsé brillante le aportaba la madurez que su madre le había exigido el día anterior.
Una pequeña cola se arrastraba silenciosa cada vez que la Princesa caminaba. Cadenas tintineaban entre las pequeñas trenzas que formaban el recogido de Lorenza, mientras ésta alistaba a su hija.
En ese momento, su madre elevaba su barbilla sin delicadeza, para perfeccionar su postura. Luego colocó una pequeña tiara dorada con rocas de sal rojiza, sobre su cabello verde. La corona imitaba las ramas del bosque de Vulpes. Dos puntas a los costados representaban las orejas de los zorros de la comarca. Sobre la frente de la Princesa caía una fina cadena, que sostenía una piedra de sal rojiza luminosa, tallada en forma de gota. Ambas llevaban en sus vestidos, en donde estaban sus corazones, broches dorados con el símbolo de Vulpes: Dos pinos frondosos, que a la vez formaban las dos orejas de un zorro. En el baile de debutantes, se acostumbraba llevar estos broches con el escudo de la comarca en la que habías nacido.
Kaira llevaba una sola trenza que comenzaba desde la raíz. Su madre intentaba hacerle recogidos más elegantes como los que ella misma llevaba, pero siempre se desarmaban por el peso de tanto cabello.
A menudo amenazaba con cortarlo mientras dormía, o peor aún, arrancárselo mechón a mechón.
En el exterior comenzaron a oírse los sonidos de las carretas arrastradas por los caballos llegando a la entrada del castillo. En las calles de Vulpes había un gran caos, todos querían saludar a los recién llegados. Pero al mismo tiempo debían prepararse para asistir al gran baile. Las mujeres tenían permitido asistir a los aperitivos y tomar ponche frutal, y cuando comenzaba el baile debían satisfacer los deseos de sus compañeros de pista. Más tarde se marchaban a sus hogares, los hombres se quedaban en el baile, donde disfrutaban de un gran banquete, tomaban licores hasta hartarse y se mantenían despiertos hasta altas horas de la madrugada. Solo las debutantes tenían permitido quedarse hasta el final de la velada.
Ya era noche cerrada, casi el pueblo entero se encontraba en el baile. Pronto se sumaría la familia real, luego presentarían a los debutantes. Por apenas un pequeño trozo la Luna no llegaba a estar completa.
En una balsa de madera verde, Will y Lilith remaban. El hombre vestía unos pantalones de vestir muy de moda, del verde más oscuro. Una camisa blanca, la cual llevaba arremangada, sobre esta un chaleco ligeramente más claro que el pantalón y debajo del chaleco, un pañuelo amarrado al cuello del mismo verde oscuro que el pantalón.
Lilith llevaba un vestido y guantes a juego con su acompañante, del clásico diseño para asistir a los bailes. De una falda prominente y elaborados corsés. No era lo mejor para trepar tejados, pero era lo más conveniente en caso de ser descubierta. Se habían quitado los pesados abrigos para remar, pero ya podían sentir el aire helado de Vulpes.
Ella no se sentía cómoda sin la seguridad que el color negro le daba en la noche, pero sabía que nadie usaba prendas de dicho color, ya que toda la población lo relacionaba con el Bloque Negro.
Luego de llegar a un pequeño puerto pesquero, a pocos metros del puerto principal, ambos se bajaron del bote, lo amarraron y comenzaron a caminar por las calles. Lilith se encontraba alerta, pero para ser honestos: la ciudad estaba completamente desierta. También se estaba congelando, estaba acostumbrada a la helada de las noches de alta mar, pero era la primera vez que veía nieve en su vida y le dolía el rostro del frío.
De las farolas colgaban banderines de los colores del musgo, con el símbolo de Serendipia tallado en hilo dorado luminoso, los adoquines de la calle se encontraban ligeramente cubiertos de nieve. Los hogares eran el doble, a veces el triple, de grande de los que la muchacha recordaba de Apis. Los rincones oscuros estaban repletos de gatos callejeros que los observaban. Un gran oso grizzli se cruzó en su camino, aburrido los observó. Ambos se detuvieron en seco, alertas pero maravillados, lo observaron alejarse con paso pesado hacia el pinar donde desapareció en la oscuridad.
Olvidando la misión por un minuto, Lilith tomó un puñado de nieve de una banca y riendo experimentó por primera vez el agradable frío de aquella maravilla de la naturaleza.
—No es justo... —dijo Lilith de repente, recordando por qué estaba allí y abandonando aquella sonrisa que tanto había conmovido a Will—. No es justo que nuestras opciones sean obedecer sus oprimentes reglas o vivir a la deriva en el mar... aquí lo tienen todo.
—Incluida la ignorancia.
La muchacha se dio la vuelta, lo miró con una expresión graciosa, arrugando su nariz. Siguieron su camino, hablando animadamente de la belleza del lugar. Lilith caminaba con los brazos en su espalda, en un disimulado zigzag. Frente a las puertas de la tesorería se detuvieron al ver el intimidante Palacio de los Zorros al final de la calle. Se extendía hacia el cielo y se mezclaba con las nubes y las estrellas.
—Sutil. —Bromeó Lilith.— Y a mí me preocupaba no encontrar la dirección.
Riendo se apartaron de la avenida, para continuar su camino por los intrincados callejones. El castillo se elevaba a su lado, amenazante.
—Todo esto se siente irreal. —Comenzó a decir Lilith, antes de separarse. Mordisqueaba sus uñas.— Demasiado fácil, ¿sabes?
—Si, entiendo ese sentimiento —respondió él, observando las piedras por las que Lilith subiría—. Pero, al fin y al cabo, solo vinimos a observar. No puede ser muy difícil.
—Si, pero me preocupan los guardias.
El hombre apartó la vista del castillo para mirarla, al tiempo que reía, negando con la cabeza.
—Créeme que no tienes porqué preocuparte por ellos. Los vengo observando desde mi llegada. No tienen entrenamiento alguno, es toda una fachada. Ni disciplina, ni entrenamiento, ni valentía, mucho menos sentido del honor.
Luego de algunas recomendaciones más, se separaron. Wilhelm, nervioso, ajustó su vestimenta y comenzó a subir las extensas escaleras del castillo. Lilith, excitada, subía con destreza por el otro extremo, sujetándose de las piedras en la estructura. Podía oír un arpa lejana, tocando dentro del castillo, el romper de las olas a su derecha, y el tic-tac de su daga. El abrigo le pesaba impresionantemente, pero a medida que subía el aire se volvía más gélido, por lo cual eligió soportar el peso antes que el frío. Sao se enfadaría si se enfermaba por un descuido.
Una vez arriba estuvo a punto de caer por la falta de costumbre de trepar con esa vestimenta, pero pronto recuperó el equilibrio. Divisó todas las ventanas disponibles. Claramente la mejor decisión era la cúpula principal, ya que le daba una vista panorámica del baile, aunque ligeramente distorsionada por el cristal reciclado.
El salón por dentro era en realidad un jardín interno, repleto de enormes mariposas blancas. En un extremo una pista de baile de baldosas de un blanco cálido y verde pino, se encontraba iluminada por arañas repletas de velas aromáticas y afrodisíacas, que colgaban de finos cables. En el otro extremo, gran cantidad de mesas con manteles de lana tejidos, se encontraban repletos de aperitivos y exprimidos de fruta. Múltiples pequeños faroles iluminaban dichas mesas. Ligeramente apartado, en un altar iluminado estaba el trono.
En el centro de dichas zonas, un gran sector de plantas exóticas, flores, enredaderas, árboles, rocas y cascadas recreaba los cuatro climas y ecosistemas de los tres continentes y la isla de Verum. En los extremos, estatuas representativas de Egot y Knglo. En el centro de dicho extenso jardín, una escalera caracol de brillante cobre daría entrada a la familia real.
A excepción de la pista de baile, el suelo entero del salón era del más verde césped. Junto con las paredes repletas de flores y enredaderas, costaba creer que te encontrabas en el interior.
El lugar entero era iluminado durante el día por la cúpula de cristales de colores, donde se encontraba Lilith.
Alrededor del salón un pasillo techado y rodeado de columnas talladas daba lugar a la orquesta, la cual se encontraba en cada esquina del salón, generando una acústica perfecta. Los balcones estaban repletos de arqueros, siempre listos... para hacer absolutamente nada.
Flautas, tambores, violines, el arpa y otros seguían la dulce melodía del instrumento tradicional de Vulpes, el que marcaba cada nota y compás y se dejaba oír con suma claridad por encima del resto de los instrumentos: El violonchelo.
Los habitantes del pueblo bailaban perfectamente una melodía acelerada, golpeando suavemente el suelo con sus pies, en pequeños saltos. Las mujeres pasaban entre los brazos de diferentes hombres, para luego volver junto a su compañero, donde giraban con ellos, tocando ligeramente sus manos, manteniéndolas en el centro.
Lilith sentía envidia. En su ignorancia parecían felices, inconscientes de las injusticias y de la libertad de las que eran privados. Sus pueblos encantadores, sus sincronizados bailes y la facilidad de vivir en tierra firme eran cosas que Lilith no sabía que anhelaba y deseaba. Dicha sensación no hizo más que alimentar la causa de la lucha en su corazón, por un mundo donde todos tuvieran el derecho a la elección.
En ese momento pudo ver a Will cruzar por la puerta principal, entregar su abrigo a una pequeña doncella y caminar alrededor de la pista de baile, ajustando su chaleco, cruzar el salón para tomar un zumo de plátano y fresas para luego ubicarse junto a los bailarines, cerca de la escalera.
Se camuflaba fácilmente, ya que todos llevaban los mismos colores de la naturaleza y la iluminación era exageradamente íntima y cálida. En silencio observó a los bailarines, los de cabellos coloridos, los de pecas brillantes, los de orejas puntiagudas, a los de colmillos ligeramente más filosos, a cada uno de ellos los observó, recordando las historias de fantasía de su tierra natal, donde se relataban mundos ficticios y extraordinarios, como en el que él vivía ahora.
Acabó la canción, con una reverencia los bailarines terminaron su baile y se giraron hacia un hombre de mediana edad, junto a la escalera aplaudía y saludaba a los invitados para llamar su atención.
Lilith lo reconoció enseguida gracias a las descripciones de Wilhelm esa misma tarde. Le había descrito con mucho detalle las figuras de la realeza, junto con lo que conocía del pueblo y la ciudad. Le parecía útil que la muchacha gozara de toda la información posible. Le había mencionado cada mercader, cada detalle y cada rumor del pueblo. Lamentablemente no había podido describir a la Princesa, él mismo jamás la había visto ya que ella no salía seguido y cuando lo hacía se mantenía alejada de los ojos de todos.
Aquel era el hermano menor del Rey Sauro, su nombre era Victoriano. Eran cuatro hermanos en total, él era el sobrante, como había dicho Wilhem, quien no le tenía mucho aprecio a aquel Lord.
Era un hombre considerablemente alto, de una piel aceitunada. Llevaba un traje como el de Will, pero del color del chocolate y las avellanas. Él y Will, eran los únicos en no llevar sacos sobre los trajes.
Llevaba el cabello ligeramente más largo que el resto, con descontrolados rizos, castaños, peinado hacia atrás. Sus ojos marrones, cálidos, se rodeaban de arrugas al sonreír; la mayoría de las mujeres, y algunos hombres, de la sala parecían tambalearse ante aquella sonrisa. Tenía el clásico perfil de las estatuas que decoraban el castillo, una mandíbula fuerte, cubierta por una ligera barba y una mirada melancólica y seductora. Se movía con elegancia y decisión, su masculinidad era innegable. Gesticulaba a menudo frunciendo sus labios en simpáticas muecas.
Wilhelm observaba a Victoriano sin disimular su rostro de desagrado, la única razón por la que oían a aquel hombre con tanta atención era por la misión. Ya que, al conocerse en uno de los viajes de Wilhelm habían discutido por la actitud pedante del hermano del Rey.
—...Sin más preámbulo: La majestuosa familia real.
La primera en bajar fue la Reina, al suave ritmo del violín, con su vestido verde aguacate y corona similar a la de su hija, pero en su diseño se sumaban enredaderas de afiladas hojas y Cuerno de Sol entre estas; bajaba los escalones con elegancia, con movimientos ensayados. Todos hicieron una ligera reverencia. Toda la familia llevaba maquillajes dorados, para identificarse del resto... como si las coronas y cientos de accesorios no bastaran.
Lorenza se colocó a la izquierda de la escalera. En ese momento la Princesa comenzó a bajar, con su aire melancólico que tanto la identificaba. La flauta dulce se sumó al violín.
Ante su belleza, se oyeron algunos murmullos de asombro entre los invitados. Al llegar al final de la escalera les dedicó una triste sonrisa a los invitados que repetían la misma reverencia de segundos anteriores y se colocó junto a su madre.
El corazón de Lilith se paró en ese mismo instante, pudo sentir como el vello de su piel se erizaba.
—Kaira... —susurró mientras las nubes cubrían la luz que Pandora irradiaba.
Aquella muchacha ebria que había conocido en las costas de Verum, era nada más y nada menos que la Princesa, la codiciada soltera. En su mente comenzó a armarse casi sin querer, un plan para sacar provecho de esto. Por primera vez en mucho tiempo, no le importaba lo que el resto del Bloque Negro diría, ella los salvaría a todos, reduciría el reino a cenizas de ser necesario, se lo agradecerían tarde o temprano. Primero, tenía que hablar con Kaira.
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✾ Créditos.
Canción:
"Dear Friend Across The River"
de Samuel Kim y Rachel Hardy.
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