V. Escúchame.
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El Palacio de los Zorros estaba construido de tal manera que no importaba en qué piso o habitación te encontrabas, siempre tendrías al menos una ventana que mirara hacia al jardín privado y otra hacia el acantilado donde las olas del mar rompían con furia a las espaldas de la fortaleza o la bella ciudad congelada de Vulpes.
De pie frente a la ventana con la espalda recta, Kaira observaba los copos de nieve caer sobre el jardín privado del castillo. Los árboles, flores y arbustos eran tantos que apenas se podía caminar, formando túneles y laberintos. Todos los caminos se encontraban cubiertos de nieve.
Por motivo del Día de Serendipia estrenaba un vestido nuevo, de terciopelo verde oliva. Con mangas largas ajustadas, cuello de tortuga y una gran cola, enmarcando su silueta a la perfección. Su collar descansaba sobre la tela, brillante. El corsé era blanco, con pequeños detalles marrones bordados y de él colgaban unas finas cadenas doradas que se apoyaban en sus caderas. Llevaba su cabello en dos trenzas holandesas. En cada movimiento de ella su cabello se balanceaba con delicadeza, a escasa distancia del suelo. En este, finas cadenas de oro como hilos y argollas trenzadas lo decoraban con gran elegancia.
A sus espaldas, su madre llevaba un vestido muy parecido al de ella, pero no era ajustado y era de un verde casi blanco. Su corsé era como el de su hija, pero con los colores invertidos. Llevaba su cabello en un trenzado recogido, y sus labios rojos pintados con extracto de moras. Entre las trenzas de su cabello se entrelazaban cordones verdes.
De los lóbulos de las orejas de ambas colgaban múltiples aretes de Cuerno de Sol.
—Tu padre nos espera en el salón, ya han llegado los invitados —dijo Lorenza con una sonrisa tan fría como la nieve—. Recuerda sonreír siempre. Debemos encontrar un hombre que tu padre acepte, el tiempo se acaba.
Lorenza se marchó, dejando a su hija sola, a quien le habían comenzado a temblar las manos. Luego de respirar profundo tres veces, se encaminó hacia el salón donde cenó junto a sus padres y a los veinte pretendientes actuales, sin decir palabra alguna. Afuera, en la plaza del pueblo se oía un gran festejo.
La próxima semana llegarían quince jóvenes más, serían presentados a la Princesa en un baile.
Pero esa misma noche, para el final de la velada, su padre rechazaría diecisiete de los pretendientes, dejando solo tres de estos veinte seguir compitiendo por la mano de su hija. Había preparado una serie de pruebas para encontrar al candidato perfecto, para ocupar el trono cuando él no estuviera.
El Rey Sauro, con su traje marrón y su capa de terciopelo verde, levantó su copa y brindó:
—Por la grandeza con la que Egot y Knglo han honrado Serendipia; el aniversario de mi nacimiento y el de mi preciosa hija, por supuesto. Por una maravillosa velada, hoy y siempre.
...
La Princesa volvía a mirar por la ventanilla de su habitación, esta vez con su camisón y su cabello suelto recién cepillado. En su cuarto de aseo la tina esperaba, a rebosar de humeante agua que Zervus había preparado para ella. Antorchas y faroles iluminaban el jardín privado. Las lágrimas caían descontroladamente por su rostro, pero su semblante se mantenía sereno y frío.
—No quiero volver a oír tus quejas. Despabila y se agradecida de la vida que te ha tocado —dijo su padre, antes de cerrar la puerta al marcharse.
Cuando la puerta al fin se cerró, Kaira dejó salir un descontrolado llanto. Esperó hasta que los pasillos del castillo se silenciaran y se escabulló a los establos a pasar tiempo con Angus.
• ────── ☼ ────── •
El Olympe de Gouges, completamente a oscuras, se acercaba al galeón de la realeza, pobremente iluminado. Se encontraban a mitad de camino entre Mare Turtur y Vulpes, fuera de la vista de ambos. El Bloque Negro, con sus vestimentas negras, esperaban el momento indicado para actuar.
El mar estaba sereno.
En pequeños botes negros remaban hacia al galeón enemigo. Una vez llegaron hasta él, comenzaron a trepar silenciosamente hasta la cubierta para luego subir por los mástiles. Sao y Lilith subían en silencio, la mujer con su vestimenta habitual, la muchacha con unos pantalones sueltos negros y una camisa del mismo color, ambas cubrían sus rostros con pañuelos (como el resto de sus compañeras).
Una vez posicionadas, Zheng Yi Sao comenzó con su melodía habitual, llamando a los condenados. Aquellos ingenuos que, hipnotizados pero aterrorizados, acudían ante la última canción que oirían en su vida.
Habían pasado los años, pero Lilith jamás se había acostumbrado a aquel canto y por lo que oyó: jamás lo haría. No importaba cuantas veces lo oyera, siempre sentiría que fuera la primera vez, mientras su corazón amenazaría con salirse del pecho.
Todas tenían sus propias dagas, ligeramente curvas con la punta que se dividía en dos, en el mango podían verse múltiples serpientes talladas. Las dagas enteras estaban hechas con una piedra negra, resistente y filosa que solo podían encontrar bajo el agua. Cada tripulante llevaba, además, el arma que mejor se le daba. La mayoría utilizaba rifles y espadas, robados de los barcos reales.
El diseño de las armas que se fabricaba en tierra firme era bastante rustico, mezclando los materiales de la naturaleza, las piedras, las plantas y la tierra. Brillaban a causa de ligeros detalles hechos con Cuerno de Sol. Sao prefería llevar un sable curvo en cada mano. Lilith, el combate cuerpo a cuerpo; tenía gran habilidad con los cuchillos y los puños, pero Sao siempre le pedía que mantuviera la distancia. Por lo cual, solía colgarse de las cuerdas y atacar con un rifle, de todas maneras, su puntería era igual de impresionante que sus habilidades de combate. Sin embargo, su armamento favorito eran dos pesados revólveres que había robado a un marinero en uno de los asaltos anteriores. Siempre llevaba estas dos armas colgadas de su cinturón. Las dagas escondidas en su vestimenta, incluso en su cabellos. Una pequeña garantía que utilizaban para asegurarse de siempre llevar protección encima.
Cuando la misión de rescate se complicaba solían recurrir a bombas caseras, hechas con botellas de licor y trapos en llamas. Ante los ataques anuales los ingenieros de la Guardia Real intentaban desarrollar un corazón de acero para arrojar, pero siempre le explotaba en sus propias manos a los marineros. En tiempos desesperados utilizaban los cañones de su barco, pero el Olympe de Gouges era mucho más veloz y fuerte. Se camuflaba en la oscuridad de la noche y la caprichosa naturaleza siempre parecía estar de su lado.
Lentamente comenzaron a aparecer los tripulantes, sin entender absolutamente nada, temblaban empuñando sus armas. La Guardia Marítima intentaba controlar su mirada aterrorizada. El Bloque Negro no dejaba sobreviviente alguno, por lo cual, jamás sabían lo que les esperaba hasta que era demasiado tarde.
Sao calló de repente y con una seña le indicó a sus compañeras que la siguieran hacia abajo. Lilith esperó en lo alto, junto con algunas muchachas con rifles de larga distancia. Abajo comenzó la masacre. Después de tantos años de lucha cada integrante del Bloque Negro poseía habilidades extraordinarias y letales, no había rival para ellas. También, muchos marineros al notar que la mayoría eran mujeres las subestimaban, sin saber que esa era su sentencia.
Lilith se mantenía apuntando constantemente, disparando cada vez que tenía un tiro limpio.
El golpe del metal de las espadas, el olor de la pólvora y la sangre, la bruma de la noche. La caída del reino la llenaba de adrenalina. Los rescates anuales eran el momento para volver realidad sus fantasías de venganza y muerte.
Poco a poco comenzaron a sacar a las jóvenes de sus camarotes, en ese momento las integrantes del Bloque Negro exponían sus rostros, en un intento de tranquilizarlas. Cuatro de las cinco debutantes, junto con las doncellas, estaban paralizadas por el temor. El Bloque Negro lanzaba el motín hacia su barco mientras esparcían la pólvora en la cubierta. Una a una, las fueron cruzando al galeón, pero la última se resistía con furia.
Insultaba sin parar, con un acento peculiar que Sao no reconoció de Mare Turtur... ni de ninguna de las comarcas. Jacoba sostenía a la furiosa muchacha desde la espalda, pero pronto se encontró en el suelo desorientada, producto de un golpe en la nariz.
En cuanto se encontró libre, la desconocida tomó el sable de Jacoba y apuntó hacia el frente, donde Sao la miraba fijamente. Lilith desesperada, intentaba apuntarle en caso de emergencia, pero había tripulantes del Bloque Negro en el medio. Su corazón se encogió al ver el rostro de Zheng Yi Sao reflejado en el metal filoso que le apuntaba.
—Me llamo Zheng Yi Sao. ¿Cuál es tu nombre? —Sao ya se había encontrado en esta situación más de una vez, no quería que nadie saliera herido. Admiraba a las muchachas capaces de defenderse y con la fortaleza suficiente para poner su vida en juego en una noche así.
La joven tardó en responder. En la misma posición cambiaba el peso de su cuerpo entre sus pies descalzos, mirando una a una a las tripulantes del Bloque Negro, que la miraban atentas pero comprensivas.
—Meena —dijo al fin. El viento había comenzado a soplar, agitando su camisón de dormir blanco.
El sudor frío caía lentamente por el rostro de Lilith, preocupada miraba a la mujer y luego a la desconocida, sin saber que hacer a continuación. Las voces de su cabeza comenzaron a susurrarle que la perdería, al igual que había perdido a su madre. Sao intentó acercarse a Meena, al tiempo que le explicaba la situación. Pero la muchacha asustada agitó el sable en advertencia, cortando un pequeño trozo del sombrero de Sao.
Eso fue todo lo que necesitó. Casi sin darse cuenta, Lilith saltó desde lo alto mientras enganchaba su rifle en un soporte que llevaba en la espalda. Cayó entre las dos, frente a frente con la joven.
Sus botas generaron un gran estruendo al caer, el cual provocó que las manos de Meena temblaran. Lilith, con decisión, tomó el sable del filo y lo arrojó hacia sus espaldas, cortando con severidad su palma derecha, pero desarmando a la muchacha.
El barco se agitaba con fuerza, de pronto parecía que una tormenta se avecinaba.
Automáticamente desenfundó sus pesadas pistolas, y con ambas manos en alto le apuntó al rostro, con una expresión feroz la observó en silencio. Todo esto en apenas unos segundos. Meena entre la sorpresa y el miedo, la miraba a los ojos y luego la sangre que emanaba de su mano cortada, para volver a sus ojos.
Sus ojos grandes y seductores, eran verdes y su cabello que llegaba hasta su pecho era marrón oscuro; su piel ligeramente más clara, aun así considerablemente oscura. Sus cejas y pestañas eran impresionantes, tupidas. En sus labios gruesos podían observarse dos tonalidades, su labio inferior era considerablemente más rosado que el superior. Su nariz tenía la forma de un gancho, en esta, una fina cadena dorada conectaba las joyas de su nariz con la de su oreja izquierda. Entre sus cejas una pequeña piedra de Cuerno de Sol brillaba en la oscuridad, un bindi.
En ese momento, Jacoba, con la nariz sangrante, tomó a la joven y la obligó a beber Sangre de Abeja Reina, para luego atajarla cuando se desvaneció. El pecho de Lilith se movía con fuerza debido a su respiración agitada, no logró calmarse hasta que no sintió la mano de Sao en su hombro.
Luego de unos pocos minutos, ya solo quedaban ellas en el barco de la realeza.
—¡¿Qué pensabas hacer?! —Sao estaba aterrorizada por las acciones impulsivas de Lilith.
—Salvarte —respondió sin dudar, ofendida.
Sin decir más comenzaron a cruzar hacia su galeón. Sao se alejó hacia el timón de rueda mientras Lilith preparaba un arco y flecha. Ambos barcos ya se habían alejado considerablemente. Jolly, la más anciana del Bloque Negro (y una de sus fundadoras), prendió fuego la punta de la flecha de Lilith, la cual tenía un trozo de tela bañado en licor. Apuntó hacia el centro de la cubierta enemiga y disparó. La flecha cayó en el lugar exacto, prendiendo una vez más, un fuerte fuego.
Las olas ya no amenazaban con la proximidad de una tormenta.
Como cada año, Lilith observó el rojo de las llamas. Casi podía ver la silueta del castillo ardiendo entre las llamas que la llamaban. Una pared de humo cubrió el cielo nocturno. Una sensación extraña de poder y temor, familiaridad, luchaba en su interior, pero como siempre, ella lo enterró. Cuando el barco acabó por hundirse se dio la vuelta y miró a Sao, quien preocupada la observaba, dirigiendo el Olympe de Gouges hacia la soledad del inmenso mar, seguidas por una ballena azul y su cría.
• ────── ☼ ────── •
Kaira disfrutaba de su baño caliente con los ojos cerrados, ya más calmada luego de su visita a su fiel corcel. Le dolía todo el cuerpo y no lograba sacar su mente del asunto de los pretendientes. Su opinión no importaba, ella solo debía estar presente durante los eventos para que los caballeros no olvidaran su belleza y por lo que luchaban. Siendo la propia hija del Rey no tenía derecho a decidir su destino o derecho al trono. Durante su niñez creyó fielmente en lo que se le había enseñado, que el lugar de la mujer era en la sombra del hombre. Pero después de tantas escapadas junto con Angus, vio la verdad, había comenzado a dudar de que estas mujeres fueran realmente felices. Parecían creer tener la vida ideal porque así se les había dicho; Kaira sabía que la sensación que tenía al cabalgar sola por el bosque era una clase de libertad que las mujeres de Serendipia jamás habían experimentado, por lo cual, no podían extrañar algo que jamás tuvieron.
Cuando comenzó a crecer, comenzó a hacer preguntas. El asunto del Bloque Negro no le resultaba convincente, y afirmaba insistentemente que había otras tierras. También encontraba inconsistencias y espacios en blanco en las historias de los Dioses. Cada vez que se acercaba a su madre con dichas preguntas recibía más golpes de lo que podía recordar.
Aprendió por las malas a callar y obedecer, a fingir, como muchas otras tantas mujeres en la historia de Serendipia. Pero tanto dolor provocado por la mano de su madre no hizo más que alimentar su sed de descubrir la verdad, como unas pocas mujeres en la historia de Serendipia. Lorenza podría haberse limitado a negar sus teorías y llamarlo delirios de la edad, sin embargo, parecía rechazar con repugnancia todo lo que salía de su boca, por lo cual la callaba con el miedo antes de que su padre la oyera.
Los gritos suplicantes de su propia voz siendo una niña, pidiéndole por favor a su madre que ya no la golpeara, retumbaban en su mente. Su momento de relajación se había arruinado. Con un suspiro salió de la tina y comenzó a secarse, tarareando una sombría canción de marineros fantasmas, huesos y humo, promesas rotas y montañas de oro. No se cansaba jamás de la ficción que entre páginas y tinta la abrazaban y consolaban.
Se colocó su vestido para dormir, y sentada en la cama cepilló su cabello por unos largos minutos. Era de madrugada y no podía dormir, como cada noche. Comenzó a pasear por el castillo, con sus pies sólo cubiertos por unos calcetines de lana.
Lentamente caminó por cada pasillo desierto, asegurándose de no hacer ruido. Observó cada cuadro (hechos por su madre) y olfateó cada flor. Hasta llegar a la cocina. Encontraba paz en la exagerada dimensión del castillo, tan innecesaria pero completamente oportuna para perderse entre pasillos y puertas, en un intento de desaparecer.
Aburrida, revisó las alacenas, pero no le apetecía nada. Por un impulso se acercó hasta la puerta de la bodega y la abrió, bajó las escaleras y tomó una botella al azar. La abrió y la olió, el olor fuerte y dulce del aguamiel terminó de despertarla.
Con un levantamiento de hombros brindó sola y con un fuerte trago probó por primera vez el licor. Automáticamente se dibujó en su rostro el disgusto, pero luego con un levantamiento de cejas y una sonrisa pícara continuó tomando. El néctar le quemaba el pecho, prendiendo fuego a su paso otros sentimientos de los que ya estaba cansada.
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—¡No puedo seguir así, Sao! —gritaba Lilith en el camarote de la mujer, la cual se encontraba sentada en un barril, rascando su frente, sulfurada por discutir hace horas. La muchacha acababa de terminar de vendar su mano y caminaba de lado a lado, pisando con fuerza en un intento de calmarse sobre las manchas de su sangre en los tablones de madera.
—Escúchame, ya lo hemos hablado más de una vez. ¡No vamos a atacar Vulpes!
Tres felinos aburridos las observaban desde la cama, molestos por ser despertados por los gritos.
—¡No! ¡Escúchame tú una vez! —Lilith se detuvo y la observó, con las cejas fruncidas.— No me importa cómo, pero hay que cambiar el enfoque. ¡No alcanza con interceptar los barcos reales una vez al año!
El fuego de las velas y los faroles amenazaron con apagarse con un segundo, sumiendo el camarote en la oscuridad. Luego volvieron a la normalidad.
—¡Ya lo sé!, ¿pero qué pretendes que haga?... Nos odian.
—Déjame intentarlo... entrar al continente —susurró—. Puedo hacerlo.
Sao levantó la vista del suelo y la miró como si estuviera loca. Con un gesto de la mano, golpeando el aire, le indicó que olvidara la idea inmediatamente.
—¿Qué? ¡Puedo hacerlo! —insistió Lilith, arrodillándose frente a ella. Suplicante le dijo—: Solo necesito un hombre que me escolte, por favor, confía en mí... Llévame al Corazón.
La mujer no pudo aguantar la risa, su pequeña niña estaba creciendo; ya era momento de llevarla a la guarida en tierra, donde integrantes del Bloque Negro se encontraban con sus amantes o incluso familiares.
No todas las tripulantes habían perdido todo en el camino.
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Kaira regresaba a su habitación, tambaleante, en la mano llevaba la botella de aguamiel, sólo le quedaba un tercio del líquido. Al llegar a su cuarto comenzó a rebuscar entre sus cosas los libros que escribía en secreto, llenos de aventuras donde ella era la protagonista, descubriendo tierras y criaturas supuestamente extintas, surcando los mares como una heroína que adoraba cantarle al viento. En cambio, se topó con el vestido que su padre le obsequió en su cumpleaños número siete, junto con el collar, el cual siempre llevaba puesto a pedido de Sauro. Sus manos comenzaron a temblar mientras tomaba el vestido, las lágrimas caían por sus mejillas, de rodillas en el suelo observaba aquel vestido que había usado una sola vez.
Presa de la furia y la pena, destrozó el vestido con sus propias manos, esparciendo los restos por el suelo. Se puso de pie, mareándose al instante, tomó la botella de aguamiel y la terminó de un solo trago. Con gran dificultad se dejó caer en su cama, mirando el tejado.
En la cúpula de su habitación su madre le había mandado a pintar el mapa de Serendipia, en un intento de recordarle que esa era la única tierra y que se limitara solo a soñar con tales disparates, con la promesa de que jamás verbalizara o llevara a cabo dichos deseos. Con los ojos hinchados observó el continente de Vulpes, considerablemente más grande que el resto. Sus oscuros ojos pasaron hacia Mare Turtur, luego Apis, Suscitavi y se detuvieron en Verum.
Observó y observó, hasta que un pensamiento obsesivo se plantó en su mente. Desde la costa de Vulpes no podían verse el resto de los continentes, pero sí podía verse pobremente la isla desierta de Verum, y en su mente ebria aseguraba que podía llegar allí remando y volver realidad sus historias de marineros fantasmas.
Decidida se puso de pie, se calzó sus botas de montar, su capa verde para abrigarse y abrió la puerta con la botella de aguamiel vacía en su mano. Silenciosa pero rápidamente, salió del castillo. Lo conocía de memoria, al igual que el recorrido de los guardias, por lo cual fue una tarea fácil. Su única complicación era que tropezaba seguido.
Atravesó el pueblo desierto, ingresó en el Pinar Nevado hasta llegar a la otra punta de la isla. La nieve caía con densidad, ocultando sus huellas en el suelo y cubriéndola de blanco, camuflándola. Podía sentir la respiración de un lobo que la seguía a cierta distancia con curiosidad, no tenía miedo, los animales del bosque nunca representaron un peligro para ella. La acompañó en su trayecto hasta el puerto, luego se marchó sin más. El puerto estaba a oscuras, a excepción de los altares improvisados para los Dioses. Un mísero intento de alejar los malos espíritus del mar.
Infló el pecho en valentía, tomando una gran bocanada de aire helado, y continuó su camino. Robó una pequeña balsa, liberó la amarradura con una cuchillo que había robado de la cocina. Tardó unos largos minutos en entender cómo remar, pero luego de múltiples maldiciones y de vomitar el mar, se encaminó hacia Verum, donde no se veía luz alguna. Un perro alaskan malamute la observaba, con la cabeza ladeada hacia la izquierda, mientras ella canturreaba en el silencio de la noche.
La distancia entre ambas tierras era tal que apenas podías ver la costa de la isla, muy vagamente.
El Olympe de Gouges, en completa oscuridad para pasar desapercibido, se acercaban a Verum desde el otro extremo. Lilith no cabía en sí de la emoción, Sao estaba preocupada, pero sabía que atándola no conseguiría nada.
La mujer pensó en lo feliz que se pondrían sus camaradas en Verum de al fin ser presentados a la famosa Lilith, la luz en los ojos de la mujer.
—Esta noche conocerás mucha gente —rió la mujer.
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