Capítulo 20
Linder:
Sorina regresó de su habitación, ya seca y cambiada de ropas, cargando una toalla en la mano, me la ofrece.
— Aquí. Sécate con esto –murmura un tanto perdida.
Era la primera vez que hablaba desde que abandonáramos la estación. Lo cierto es que ninguno de los dos había pronunciado palabra, yo me limité a tomarla de la mano y prácticamente la arrastré hasta su apartamento. Quedaba más cerca, pero también, estaba bastante seguro de que en estos momentos estaría desierto. Dudaba que Lexen hubiera dejado salir a Laynda del penthouse, y si bien sabía que necesitaba tener una conversación con mis tres amigos, este no era el momento. ¡Ni siquiera yo mismo tenía las cosas claras! Sorina es humana. Se que hubo un tiempo en que los faes y los humanos se mezclaron, hay mestizos de sobra para probarlo, pero nunca fue nada serio. La leyenda siempre hablaba del vínculo entre dos faes, jamás escuché de una pareja mixta formal.
Tomo la toalla que ofrece y froto mi cabello empapado.
— Hemos acabado con la alfombra –comento mirando la enorme mancha de humedad que ahora se ha formado bajo nuestros pies.
Mira la alfombra como si la viera por primera vez, y se encoge de hombros evitando mi mirada, me abro más a ella, permitiéndome medir sus sentimientos. Es algo completamente nuevo, me resulta extraño y asombroso. La presencia de Sorina es como una pequeña sombra en mi mente, estudio sus emociones, y me extraña comprobar cuan lejos está en estos momentos de su habitual mal carácter, la inseguridad, el miedo y la preocupación hacen una nube oscura sobre ella. ¿Qué rayos? La tomo del mentón y le obligo a darme el frente. Me mira y pasa saliva con dificultad:
— Sorina, ¿qué está mal? ¿Qué te preocupa?
Sorina:
Oh, chico. Esto no puede estar pasando. ¡Tiene que ser una broma! ¡Una broma de muy mal gusto! Linder no para de mirarme, espera una respuesta, y ¡la madre! Es condenadamente difícil mentirle, cuando me mira así pareciera que es capaz de ver hasta lo más profundo de mi mente, y ¡joder! Lo más probable es que así sea. ¡Por supuesto que conocía las leyendas! ¡Pero se suponía que eran solo eso! ¡Leyendas! Vamos a ver, cuando dos faes completan los rituales del matrimonio, (que no es algo que ocurra a menudo, sobre todo en invierno, somos más del tipo "reproducción independiente" si entienden lo que quiero decir) se forma un vínculo entre ellos, una conexión que les permite sentir las emociones del otro y compartir su magia. Toda una monserga. Sin embargo, algunas viejas historias hablan de un lazo especial. Un llamado por así decirlo. Decían que a veces una pareja había sido destinada por la misma magia, y que incluso antes de formular los ritos, ya eran capaces de sentirse el uno al otro, y de compartir los poderes. Según la leyenda, una vez establecido el lazo, este iría aumentando en fuerza e intensidad, hasta que la pareja se volviera un solo ente, dividido en dos cuerpos. Las viejas contaban que el vínculo era un regalo, y una responsabilidad, daba origen a los descendientes más poderosos, pero también significaba que la pareja estaba destinada a grandes cosas. ¡Ahora mismo es un dolor en el trasero! ¡Hay un millón de cosas sobre mí que él no puede saber!
¡Y una mierda! ¡Él es el Beso del Verano! ¡Fue entrenado para matarme! Y yo al él, pero bueno, eso no es lo que estamos discutiendo. Cierro los ojos y trato de comprobar mi mente, luego de mi inseguridad, mis temores y la preocupación por todo este embrollo, está una mancha brillante, es todo cálido y exultante. Hay orgullo, placer, sorpresa y cierta reverencia. Me guardo un gemido y contengo los deseos de estrellar la cabeza contra una pared.
— Sorina –repite su llamado.
Está serio, y en el fondo siento pulsar su preocupación por mí, sin darme cuenta lo estudio un poco más, y me sorprende saber que lo que más le inquieta, es la posibilidad de que sus palabras de esta mañana me hayan lastimado de forma irreversible. Necesito aclarar mi mente, sacudo la cabeza esquivando su mirada:
— Esa toalla no bastará –le digo–. Será mejor que entres a darte una ducha.
Sus labios se curvan en una sonrisa maliciosa.
— Querida..., si quieres verme en paños menores no tienes que inventar excusas. Estoy más que dispuesto.
¡Agh! Le doy una mirada enojada.
— Tú, idiota. ¡Si te quieres morir de una neumonía, jódete!
No que pueda suceder, por cierto. Los faes no contraemos enfermedades humanas. Me doy la vuelta con intención de ir a la cocina. Si él no se aleja, yo lo haré, en su lugar, enrolla sus brazos alrededor de mi cintura y tira de mí. Mi espalda golpea contra su pecho, y siento el retumbar de su risa, casi enseguida deposita un pequeño beso en mi cuello.
— ¡Tranquila, fiera! –murmura burlón–. Me encantaría una ducha, el problema obvio es que no tengo otra ropa.
Mi corazón golpea con fuerza contra mi esternón, y lucho contra el tirón de las emociones. El asombro y el deseo de Linder se mezclan con los míos propios y me hacen difícil concentrarme, contengo un quejido de frustración y me separo de su abrazo para enfrentarlo:
— ¡Las manos fuera! –le gruño todo lo que hace es reírse y algo caliente sube de mi estómago. ¡Concéntrate, Rina!– Puedo conseguirte ropa limpia –le contesto–. ¡Déjame buscarla!
Con eso su ceño se contrae y me da una mirada sospechosa:
— ¿Quiero saber porqué tienes ropa de hombre en tu casa cuando aquí solo viven dos mujeres?
— No que tengas derecho a preguntar.
Si, lo sé. Soy un plomazo. Al instante, una punzada de culpa roe mi pecho y me hace detenerme en seco. ¡Oh, Joder! ¡Sea lo que sea, este puto lazo tiene que terminarse! Suspiro un poco y hago una mueca antes de añadir:
— Pero si tanto te interesa, debo decirte que Abby es una suerte de "madre caritativa". Vive en las compras de liquidación para apoyar a los indigentes del barrio. Creo que ha quedado algo de su última aventura.
Camino derecha a la habitación de mi amiga, cierro la puerta a mis espaldas y me recuesto contra ella suspirando con alivio. Tengo que investigar como detener esto. No puedo tener a un verano husmeando en mi cabeza, y mucho menos a él. Voy derecha a las gavetas de Abby y encuentro dobladas al final las ropas que guarda para la caridad. Rebusco un poco hasta dar con un par de pantalones y una camiseta que sospecho le quedarán bien. Cuando regreso a la sala, no está por ningún lado, en su lugar, escucho el sonido del agua corriendo en el baño. Me armo de valor y camino hasta la puerta, golpeo la puerta tres veces.
— Traigo la ropa –le digo.
Seguidamente, empujo la puerta y entro. Las cortinas de la ducha están corridas, pero aun así es incómodo. Paso saliva con dificultad, acomodo la ropa seca en la encimera, y tomo las prendas húmedas descartadas en el suelo.
— Me llevaré esto para lavarlo –le digo
Con las piernas flojas abandono el espacio que se me antoja, reducido y asfixiante. Llego hasta el cuarto de lavandería, me aseguro de limpiar los bolsillos de la ropa de Linder y luego la lanzo de lleno en la máquina de lavar. Cierto, probablemente sea mucho más factible pagar la tintorería, pero allí todas esas enormes máquinas son de metal, y aquí en casa, Abs y yo nos hemos garantizado una buena y confiable "Daka" recubierta de plástico que podemos manipular a nuestro antojo, quizá no sea lo más automatizado del mundo, pero resuelve. Lavar la ropa no me lleva más de cinco minutos y luego la pongo en la centrífuga. Como necesito mantener la cabeza en algo, no se si lo han intentado, pero no es muy divertido estar controlando tus propios pensamientos, voy a la cocina. A un humano normal, le ofrecería una taza de café, con el metabolismo fae de Linder, no es muy buena idea, así que saco dos tazas de cerámica, las lleno de leche y la caliento en el microondas. Estoy en proceso de diluir unas barras de chocolate en la leche, cuando escucho sus pasos en la cocina. Revuelvo la mezcla un poco más de lo necesario, hasta que me obligo a dejar de comportarme como gallina y me giro a enfrentarlo. Está recostado sobre la mesa, con los brazos en jarras, y no me pierde ojo. Le extiendo una taza.
— Toma, te ayudará a entrar en calor –le digo.
— No bebo café –me responde.
No se por qué, pero quiebro en una pequeña sonrisa, me muerdo la lengua justo a tiempo para evitar un estúpido "Lo sé" que habría ido a meterme en líos. En su lugar, respondo:
— No es café. Es chocolate. Una receta rápida.
Toma la taza de mis manos, cuando lo hace, roza sus dedos con los míos en una pequeña caricia, y yo me aparto como si hubiera tocado fuego. Hay una mirada acusadora en él:
Linder:
Sorina se encoge y me esquiva como un conejillo asustado, y eso no es normal. Si hubiera saltado a por mi cabeza sabría como manejarla, ahora..., no tanto. Me bebo el chocolate de un trago, y la observo, ella esconde su expresión detrás de la taza y trata de escapar hacia el recibidor. Mis manos salen disparadas y la agarran por los hombros.
— ¿Qué te pasa? –inquiero– ¿Por qué tan esquiva?
Abre y cierra la boca un par de veces y entonces musita esquivando la mirada:
— Hace mucho que no recibo a nadie en mi pocilga –responde con un toque de amargura
Sus palabras son como un puñetazo en el estómago y el recuerdo de mi estupidez me sienta como una patada directa a la entrepierna. Aprieto las mandíbulas:
— Mi estúpida bocota siempre estará entre nosotros ¿cierto?
No responde. Le sostengo el mentón y por enésima vez en el día la obligo a mirarme.
— Lo siento –repito–. Lo cierto es que tú y Abby se las han apañado sorprendentemente bien. Es bastante impresionante y solo para que conste, no querría estar en ningún otro lugar ahora mismo.
Sus ojos brillan con una mezcla de alivio y alegría, aunque no me pasa desapercibido que lucha por controlar sus emociones. Esta mujer es la terquedad y el orgullo personificado, y eso está bien para mí. Le quito la taza, ya vacía, de entre las manos y tiro de ella contra mi pecho, pone sus manos entre nuestros cuerpos, como si quisiera marcar distancias, lo divertido es, que en lugar de hacer presión para alejarme, estas se cierran en puños sobre mi camisa.
— Creo que tengo una mejor idea para entrar en calor.
Le doy una sonrisa pícara y disfruto de su sonrojo unos segundos antes de besarla. Los primeros instantes se queda quieta, su cuerpo rígido entre mis brazos, como si no estuviera segura de que hacer, otro con menos ego que yo se sentiría ofendido, en su lugar, la estrecho más contra mí y succiono su labio inferior, hasta ahí su resistencia. Sus manos sueltan el puñado de tela de mi camisa y van derechas a mi cabeza, enredándose en la maraña húmeda de mis cabellos.
Nos separamos por breves instantes, recuperando el aliento, disfruto de sus mejillas sonrojadas y del brillo en sus ojos. Vuelvo a reclamar sus labios y ella no se niega. ¡Mía! ¡Mi pareja! ¡La escogida por la magia para mí! El deseo y la emoción amenazan con derribar mi autocontrol. Percibo el incremento de mi calor corporal, y siento la magia chisporrotear demasiado cerca de la superficie. Estoy a segundos de cambiar de forma. Me separo de los labios de Sorina, se que tiene que enterarse de lo que soy, pero no quiero que lo haga por un descontrol mío, necesito que sea bajo mis términos, sin embargo ella no me permite alejarme más, vuelve a tirar de mi cabeza y cuando nuestros labios se encuentran me olvido de todos los motivos por los que debía detenerme. Mis manos comienzan a vagar por su cuerpo en el mismo instante que se abre la puerta del departamento. Sorina y yo nos separamos a la velocidad del rayo, aun así al ver que Kai, Abby y Lexen se han detenido en seco es prueba suficiente para saber que estos chicos lo han visto todo.
El rostro de Rina pasa por toda la gama del rojo desde el rosa pastel hasta el rojo cardenal en cuestiones de segundos y agacha la cabeza tratando de ocultarlo. Por mi parte, paso mi brazo derecho en torno a su cintura y la pego más a mí, mientras le doy una mirada, mitad desafiante, mitad engreída a Kai. Lexen carraspea, Abby me da una mirada fulminante y casi enseguida dirige su expresión a Rina antes de decir con oscuro sarcasmo:
— Es bueno ver que me preocupé por nada –se cruza de brazos–. Es obvio que se han cuidado muy bien entre los dos.
Con eso, Sorina parece más incómoda aun de ser posible, se suelta de mi abrazo y corre a esconderse en su habitación, escucho como desliza el pestillo. ¡Simplemente genial! Me cruzo de brazos y observo a los tres recién llegados. Lexen es el único que luce aliviado.
— ¡¿Qué demonios estabas haciendo?! –me interpela a susurros Abby
Varias alternativas cruzan mi cabeza, podría mandarla a freír espárragos, podría solo ignorarla y largarme. En su lugar, opto por el sarcasmo.
— Bueno hermanita, suponiendo que tu tiempo con los humanos te alteró el cerebro, te explico, estaba besando a Sorina, eso es cuando pones tus labios...
Lexen la sujeta en el mismo instante que iba a saltar contra mí.
— ¡Se lo que es cretino! –chilla perdiendo la compostura– Y sabes muy bien que no es de eso de lo que hablo. Sorina no es como nosotros. Ni siquiera es como Kim, ella es...
— ¡Se que es humana, vale! –contesto también haciendo un esfuerzo por controlar mi metal de voz–, y se muy bien que no es como Kim.
Frustrado, llevo las manos a mis cabellos y los despeino varias veces mientras camino de un lado a otro en el reducido espacio. Arriesgo una mirada a la puerta cerrada de la habitación de Sorina. Les hago un gesto señalando la puerta. Los cuatro nos apresuramos fuera. No puedo arriesgarme a que Rina escuche nada de esto. Cuando se entere, será bajo mis términos y será porque yo halla encontrado una solución. Enfrento a mi muy enojada hermanita:
— Lay, no puedo explicarte...
— ¿Qué? ¿Qué es otro de tus absurdos trucos? ¿Qué estás planeando acabar con mi mejor amiga de una vez y por todas?
— Laynda
Lexen la ha tomado de la mano y llama su atención. La mirada oscura de Lex consigue calmarla un poco, le doy una mirada agradecida. Lay se masajea las sienes. Me debato si contarle lo del lazo, finalmente tras unos segundos determino callármelo. Lexen lo había insinuado, pero nadie parecía creerlo, y no seré yo quien saque el tema justo ahora, primero necesito estudiar bien la situación. ¿Un lazo entre una humana y un fae? See, jamás había escuchado algo parecido, y eso por no mencionar como reaccionaría mi madre si se enterara:
— Lay, se que puede no parecerlo, pero te puedo asegurar que las cosas han cambiado. Me preocupo por ella, y aunque ahora no pueda darte muchas explicaciones, te doy mi palabra que tan pronto me aclare yo mismo, serás la primera en saberlo. Pero confía en mi cuando te digo, que ahora, Sorina me es mucho más preciada que a ti.
Con eso, y sin esperar respuesta alguna de su parte me alejé escaleras abajo.
Abby:
Lexen apenas consigue despedirse de mi dándome una mirada de advertencia. Esto está mal en todos y cada uno de los sentidos. Cuando ya no soy capaz de percibir la magia de mis amigos, cierro la puerta del apartamento con seguro y voy hasta la puerta de Rina. Golpeo suavemente.
— Se que estás despierta. Abre. Necesitamos hablar.
Segundos después escucho deslizarse el pestillo y la puerta se abre para mí. Paso al interior, Sorina está sentada sobre la cama, la cara oculta entre las manos.
— Rina, ¿estás demente? –comienzo paseándome de un lado a otro–. Primero pides su cabeza y ahora ¿Te enredas con mí hermano?
Respiro furiosa un par de veces y me masajeo las sienes luchando contra el dolor de cabeza. Me giro a enfrentarla, molesta por su silencio.
— ¿Estás escuchándome?
Sorina levanta la cabeza y veo las lágrimas que humedecen sus mejillas. Hay una mirada en su rostro que simplemente me pierde. La comprensión y la incredulidad compiten por la supremacía:
— ¡Oh, no! ¡Rina, no puedes enamorarte de él!
— Creo que nuestros problemas son un poco más grandes que un "no puedes" –me contesta al fin
Atónita la veo levantarse de la cama. Siento el pulso de poder en el aire, y ella cambia a su forma mágica. Retrocedo un par de pasos, estoy acostumbrada a esta Sorina, y bien familiarizada con las marcas de su rostro, es por eso que casi sufro un colapso. Cuando la magia se asienta, el cuerpo de Rina ilumina toda la habitación como si fuera un trozo de luna, las marcas de su rostro fluctúan de un lado a otro y todo su cuerpo comienza a llenarse de filigranas plateadas y áureas. Marcas que jamás le había visto, pero que desprendían enormes oleadas de poder.
— Necesitamos a Barien –me dice–. Ahora.
Sorina:
Abby se las arregla para atar la pulsera de ópalo a mi muñeca, sin embargo se siente apretada, casi como si me estuvieran amputando la mano. Abandonamos la casa con la mayor prisa posible. Prácticamente corrimos por toda la maldita ciudad. Era una carrera contra el tiempo, en cualquier segundo Lexen podría sentir el cambio de ánimos en mi acompañante, o peor aun, Linder podría sentirme a mí, o estar experimentando algo semejante, y si les daba por buscarnos ya se montaría una buena.
Cuando divisamos la vieja casa colonial, prácticamente he consumido todas mis fuerzas. Me recargo contra el hombro de Abby, luchando por mantener los ojos abiertos. La chica golpea la aldaba desesperada. Casi espero ver aparecer a May, en su lugar, cuando la puerta se abre, me encuentro con la sombría y plateada mirada de Barien.
— Princesas...
— ¡No hay tiempo! –gruñe Abby empujándonos dentro
Después de eso, no tengo muy claro el orden de los sucesos. Las voces de Barien y Laynda me llegaban distantes. Se que en algún momento, Barien me tomó en brazos y me llevó por los pasillos de la mansión.
— Aguanta, princesa –me murmuró
No se si quería reírme por su preocupación, o preguntarle qué nos cobraría esta vez, no tenía fuerzas para nada. Terminamos en alguna solitaria y oscura habitación. Barien me arrancó la manilla de ópalo y todo el lugar se iluminó con la luz de la luna llena, distantemente, comprendí que el brillo plateado procedía de mi misma. Había diferentes signos en las paredes, runas de poder, comprendí. Logré levantar la cabeza unos segundos, en una de las paredes más lejanas había algo, como dos troncos de árboles centenarios que se entrelazaban formando algún tipo de arco.
— Quédate quieta, Nolune.
Barien se acerca a mi y recuesta mi cabeza en el suelo, por instantes creo sentir su mano trazando los contornos de mi rostro, pero mi conciencia coquetea tanto con las sombras que no puedo estar segura. Lo escucho pronunciar una retahíla de palabras en un idioma lírico y antiguo, la magia sale de él, y la mía responde en oleadas, mi cuerpo arde, como si tanto poder me estuviera quemando. Nuevas voces llenan el vacío y se vuelven un murmullo irritante.
— ¡Esto no fue lo que se planeó! –la voz de Barien se eleva sobre las demás.
— Tú elegiste creer tu versión, Errante –contesta alguien–. No está pasando nada que no se haya previsto.
La voz es femenina, y no se por qué, se me antoja conocida. Trato de abrir los ojos, necesito mirar, pero mis fuerzas me han abandonado, el dolor que consume mi cuerpo me mantiene quieta. Las voces descienden a murmullos y mi cuerpo se siente como si lenguas de fuego acariciaran cada parte. Me estoy quemando viva. Necesito frío, necesito enfriarme, lucho a través del dolor y alcanzo mi magia, tiro de ella. Le ordeno bajar las temperaturas, no es suficiente, el calor es insoportable, presiono más y más por mi poder.
Percibo un tacto suave y fresco sobre mi mejilla, la voz femenina parece estar justo sobre mi oído cuando dice:
— No tengas miedo, Nolune, Hija de la Noche.
¿De dónde la conozco? Logro abrir los ojos en una rendija, pero no hay nadie, al poco la voz de Barien se hace frenética, murmurando una letanía desconocida, y entra en mi rango de visión, percibo el brillo nacarado de su piel, los cabellos plateados ahora le llegan hasta la mitad de la espalda. Sus murmullos aumentan en intensidad, cuando abre los ojos, parecen plata líquida, finalmente, despliega sus alas, son anchas, impresionante, blancas como nieve, emiten un brillo tan intenso que ciega mis ojos. La explosión de poder disipa parte del fuego que consume mi cuerpo y yo me permito descansar.
Cuando despierto mis ojos van directos a la cama de alto dosel, y a la runa que hay grabada justo en esta. Tardo un poco, pero logro identificar su significado y frunzo el ceño. Me incorporo en la cama. Mi cuerpo está ligero, y fresco. Nada que ver con la desesperante sensación de tortura que experimenté antes.
— Tal vez quieras tomártelo con calma.
Brinco en mi piel y cubro mi pecho con la sábana. Barien ha aparecido de la nada y me observa con cuidado.
— Puedes relajarte –me dice–, Laynda y May te han vestido, aunque les advertí que solo lo justo y necesario, porque hay cosas que tienes que ver.
Arriesgo una mirada bajo la sábana, preguntándome que es exactamente "lo justo y necesario" para Barien y estas chicas. Al final me han dejado con un sostén deportivo y un diminuto short de playa. Me levanto de la cama, señalando al dibujo del dosel.
— ¿Una runa restrictiva? ¿En serio?
Suelta una risa seca para luego añadir:
— En serio, princesa, luego de nuestra charla ya me dirás si la ameritabas o no. Ahora ven aquí.
Me muevo junto a él y descubro que ha estado tapando un espejo de cuerpo entero. Se hace a un lado indicándome que me observe. Me toma unos minutos contabilizar todos los cambios. Estoy en mi forma mágica, los habituales dibujos en mi rostro todo en orden, hasta llegar a mi pecho. Unas extrañas runas han aparecido regadas en distintas zonas de mi cuerpo. Una sobre la horquilla esternal, otra en el nacimiento del seno izquierdo, otra más sobre el arco del pie, y finalmente, hay un dibujo completamente distinto en la palma de mi mano derecha. Paso saliva con dificultad.
— ¿Qué son? –pregunto.
— Las del pecho y la del pie, son runas celtas. Runas de poder. Una por cada elemento que controla nuestra corte. La del esternón representa la sombra, y la del pie, el invierno.
— ¿Qué hay con la del seno y la de la mano? –pregunto.
— La del seno... -se detiene unos instantes y encuentro sus ojos en el espejo, renuente continúa–. Esa es la muerte
Muy bien. Ignoraré ese comentario. Tanto como puede significar que voy a morir o que llevaré la muerte me da igual. Ambas ideas son certeras, así que, qué más da cuál represente.
— ¿Y la de la mano? –insisto a sabiendas de que ha evitado la pregunta.
Sus labios se fruncen en un rictus amargo, antes de decir:
— Lo que está en tu mano es la marca de la corte de verano.
Mis ojos se abren con violencia. ¿Qué mierda?
— Te estás emparejando con él. Sientes el tirón del lazo, ¿verdad?
Paso saliva con dificultad y acaricio mis cabellos. Me paseo inquieta un par de veces antes de admitir:
— No lo sé. Hay algo que no me deja estar lejos de él, pero todo esto está mal a más niveles de los que puedo siquiera imaginar.
— No pareces preocupada por la runa de la muerte –me dice
Le doy un encogimiento de hombros, y me dejo caer en la cama ocultando la cabeza entre mis manos:
— Da igual. ¿Qué voy a morir? Es un echo, ¿qué soy la muerte? Es otro echo también, así que esa es la menor de mis inquietudes –respiro un par de veces y enfrento mis preocupaciones–. ¿Crees que él..., qué él también ha sido marcado?
— ¿De cierto? No lo se. ¿Mi teoría? No. No ha sido marcado. Las leyendas del llamado dice que la pareja comparte poderes, basándonos en ello, tú absorbiste parte del poder del príncipe, que al mezclarse con el tuyo propio originó las señales que ahora vemos, pero como traías el ópalo, él no fue capaz de fusionarse contigo, así que, no creo que esté en riesgo, por ahora.
Minutos más tardes, Abby entra en la habitación, no dice nada mis nuevas marcas, a pesar de que no deja de mirarlas de reojo, tanto que me concentro y recupero mi forma humana. Me consiguen una muda de ropas limpias. Al verlas frunzo el ceño:
— Ya se que estamos en la estación fría –digo mirando las ropas de piel–, pero, ¿esto no es pasarse?
Ninguno de los dos dice nada, pero veo como intercambian una mirada oscura. Me acompañan fuera de la habitación y me sacan al patio trasero. El aire helado me asienta como una cachetada, mis pies dan con un suave y esponjoso colchón de nieve. Mi mirada se expande a toda la ciudad, que parece estar cubierta por un gigantesco merengue blanco. Agudos carámbanos colgaban de las ramas de los árboles y las ventanas de las casas. ¿Qué rayos? Camino un poco más y me entierro en la nieve hasta las rodillas. A lo lejos, percibo la huella de la muerte, el dolor y la soledad que deja. Esta nevada ha hecho mucho más que adornar la ciudad.
— ¿Qué ha pasado aquí? –pregunto de pronto.
Mis dos compañeros vuelven a intercambiar la misma mirada oscura, finalmente es Barien el que se decide a hablar:
— Tú. Esto lo hiciste anoche, durante tu ataque.
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